Mari, mi cachonda vecina.

Un cambio de domicilio hace que conozca a Mari, una vecina de lo mas cachonda...

Hola, me llamo Joana, tengo 31 años, cabello rubio, ojos claros  y desde hace tres años vivo con mi novio.

Somos una pareja atípica, pues, aunque hacemos vida casi como cualquier matrimonio, siempre hemos estado de acuerdo con respecto al plano personal, en el cual, cada persona es dueña de sus decisiones, y por tanto, ninguno de los dos está obligado a dar explicaciones al otro, así como en justa reciprocidad, ninguno de los dos tiene el derecho de exigirlas. Sé que a mucha gente le parecerá raro, pero por el momento de esta manera, nuestra relación funciona de maravilla.

Hace unos meses, mi novio pidió el traslado a otro centro de trabajo que la empresa multinacional en la que presta servicios posee en otra ciudad.

Después de esperar un tiempo, aceptaron su petición, así que tras preparar el traslado durante unos días, nos mudamos a la ciudad de nuestra nueva residencia en una zona de adosados de cierto nivel, y muy bien acondicionados.

Excepto algunos pocos compañeros de trabajo con los que mi novio había tenido contacto profesional, no conocíamos a nadie en la nueva ciudad. Los primeros días, como es natural, extrañamos un poco las cosas, hasta que de nuevo volvimos a tomar el ritmo de vida al que estábamos acostumbrados.

Casualmente, muy cerca de nuestro nuevo domicilio, hay una pérgola en la cual se ubica una pequeña cafetería-chocolatería a la que nos hemos aficionado a ir, pues hacen un chocolate con churros buenísimo. Tanto, que si mi novio se encuentra trabajando, (normalmente trabaja a turnos) yo no perdono mi chocolatito y mis porras mojaditas en él para desayunar.

Y allí, tomando mi chocolate con churros, fue donde conocí a Mari Carmen. Fue una mañana, en la que el local se encontraba muy concurrido, y apenas quedaban mesas libres donde sentarse a desayunar.

La vi entrar y acercarse a la barra donde hizo su pedido.

Estatura algo superior a la media, peso proporcionado, rubia, con pelo ligeramente ondulado. Desde mi posición pude contemplar perfectamente su perfil, pues vestía un pantalón vaquero un poco ajustado, y un suéter igualmente ceñido a su anatomía, que hacía resaltar la redondez de sus pechos, ni grandes, ni chicos, justo en ese tamaño que nos hace envidiar a las demás mujeres. Incluso sus pezones parecían insinuarse levemente en la superficie de la prenda. Unos botines marrones con tacones altos completaban su atuendo

-Una taza de chocolate, y media docena de porras.- Ese fue su pedido con voz baja que apenas alcancé a escuchar.

Mientras esperaba se volvió a mirar en busca de sitio donde sentarse. Junto a la pequeña mesa que yo estaba ocupando, había una silla libre, de lo cual se percató enseguida Mari Carmen, y con ademán decidido, se acercó hasta mí.

-¡Hola, buenos días…! ¿Está reservada…? –dijo señalando la silla vacía.

-No, no… -contesté.

-¿Te importa si me siento aquí…? Parece que no hay mesas libres…

-Por favor…  ¡claro que no me importa!

-Gracias. Eres muy amable.

Se volvió a marchar hacia la barra a la espera de recoger su taza de chocolate y la bandeja con las porras.

Mientras hacía todo esto, pude recrearme con su bella figura. Ya había contemplado su cuerpo de perfil, y ahora podía hacerlo de espaldas. Era contundente. Semejaba estar viendo la silueta de una guitarra. Su estrecha cintura intermediaba entre un dorso perfectamente formado y recto, sin señales de usar sujetador y un perfecto y redondo culo que se encerraba dentro del vaquero y bajo el cual se podían admirar dos muslos torneados en muchas horas de gimnasio, sin duda.

Con su taza de chocolate en una mano, y la bandeja de porras en la otra, regresó hasta mi lado. Depositó ambas cosas sobre la mesita, y dirigiéndome una sonrisa, se sentó frente a mí.

-Me llamo Mari Carmen, -dijo extendiendo su mano derecha hacia mí.

-Yo me llamo Joana, -respondí tomando su mano.

-Mucho gusto… -dijo.

-Igualmente… -respondí de nuevo.

Tras su primer bocado a la porra bañada de caliente chocolate, exclamó:

-¡Que rico…! ¿Verdad…?

-Desde luego… ¡No había probado un chocolate con churros tan rico en mi vida…! –dije.

¡Es un vicio…! Claro, que esto no se puede hacer todos los días… De lo contrario, hay que darse una paliza luego en el gimnasio…

-¡Jajaja…! -Asentí con la cabeza.

Mientras yo estaba terminando mi última porra, ella, con ademanes muy femeninos, fue consumiendo las suyas. Mojaba la punta en el chocolate, y se la metía en la boca delicadamente, como si temiera hacerse daño. Después cerraba sus labios en torno a la porra, y mordía con sumo cuidado de forma que al extraer lo sobrante de su boca, sus labios parecían estar lamiendo el capullo de una verga. Era una forma muy sensual de comerse el chocolate con porras. Luego, con sus labios cerrados haciendo un leve mohín, masticaba su bocado con lentitud, recreándose en la acción.

Creo que lo hacía a propósito. Varios de los clientes del local estaban atentos, sin perder detalle de la forma en que Mari Carmen se comía sus porras bañadas de chocolate. Parecía no darse cuenta de que casi todos los hombres del local, estaban pendientes de ella… ¿o sí…? Lo sabía… ¿y por eso, lo hacía de forma sensual?

-¿Vives por aquí cerca…? –preguntó entre bocado y bocado.

-Sí, hace unos días que nos hemos mudado… -contesté.

Mientras seguía dando cuenta de su chocolate, pude observar su rostro detenidamente. Sus facciones eran casi perfectas. Su cara formaba un óvalo donde sus grandes ojos destacaban perfectamente pintados, sin exageraciones, con una belleza natural. El pelo envolvía dócilmente su cara, proporcionando un digno marco a la belleza del rostro. Aparentaba tener unos treinta años más ó menos. Su boca, de labios carnosos y pintados de forma y colores discretos, y sus ademanes denotaban cierta clase y elegancia. No, no era una mujer corriente. Pero en ese momento, se estaba comportando como una buscona. Al menos, eso me parecía a mí…

-Perdona… -dije en voz baja- creo que tienes a todos los hombres del local mirándote y babeando…

-¡Jajaja…! ¿De veras...? Humm… no te preocupes por eso… ¡me encanta hacerlo…! –susurró mientras me hacía un guiño de complicidad con su ojo izquierdo.

O sea, que se lo estaba pasando bien concentrando sobre ella la atención de la concurrencia. Bueno, mirándolo desde su punto de vista, se estaba divirtiendo un poco. Nada más.

Sonreí… me agradaba aquel comportamiento tan desenfadado. No soy de las personas que buscan notoriedad, pero tampoco me disgustan las actitudes transgresoras. Y desde luego, cuando se trataba de temas de sexo, muchísimo menos…

Terminó su chocolate, y después de secarse cuidadosamente sus labios con una servilleta, dijo:

-Ahora no hay más remedio que ir a quemar todas estas calorías al gimnasio…

-Pues sí… -asentí- creo que tendré que apuntarme a uno de ellos, o de lo contrario, pronto me empezarán a rodear los “michelines”. Supongo que habrá uno por el barrio… ¿A cual vas tú…?

-Se llama Olimpia Sport. No está lejos de aquí. Yo voy dentro de una hora. Si quieres, puedes venirte conmigo y te harán un precio especial por acudir recomendada.

-Pues te lo agradezco, No conozco la ciudad, y si no te importa a ti…

-Pues claro que no. Vamos, y charlaremos mientras se hace la hora… ¿te parece…?

-Vale. Pero tendré que pasar por casa para recoger mi equipo.

-Pues primero te acompaño… y luego pasamos por mi casa a recoger el mío –dijo zanjando la cuestión.

Salimos de la cafetería.

-¿Hacia dónde…? –preguntó mirándome.

-Calle de la Muralla… dije.

-¡Vaya… pero si yo también vivo en esa misma calle…! –dijo Mari deteniéndose un momento.

-¡No me digas!… ¿en qué número…?

-En el setenta y tres… dijo Mari con voz expectante…

-¡Que casualidad…! Pues va a resultar que somos vecinos… Setenta y cinco… ¡jajajaja…!

¡Vaya, vaya… no sabía que hubieran alquilado el adosado contiguo…! Y dime… ¿vives sola, o estás casada…? –preguntó Mari.

-No, no estoy casada, pero vivo con mi novio. Bueno, para el caso, como si estuviera casada… ¿no? –dije.

-Pues eso… depende.  Yo estoy casada, pero me gusta pensar y actuar con la  independencia de una soltera. En realidad somos una pareja bastante liberal en todos los sentidos. Y cuando digo “todos”, me refiero a todos, ¿comprendes…? –dijo Mari observando mi cara.

-¡Ajá…! –ahora comenzaba a comprender su actitud en la cafetería.

-¿Tienes hijos…? –pregunté.

-No. Aún es pronto, creo yo. Quiero gozar un poco más de la libertad, antes de asumir las obligaciones de una madre. Y mi marido opina lo mismo que yo, así que… -Su cara hizo una graciosa mueca con la que zanjó la afirmación que acababa de hacer.

Llegamos a mi domicilio, y entramos. Mi novio estaba trabajando en turno de mañana, así que no acudiría hasta las dos de la tarde. Dije a Mari Carmen que me acompañara al dormitorio mientras buscaba mi equipo de gimnasio, así que ella fue poniéndome en antecedentes sobre sus cosas  y costumbres, como si fuéramos amigas de toda la vida.

-Mari… ¿nos cambiamos en casa, o en el gimnasio…? –pregunté.

-Como quieras… Aunque como es el primer día, quizás te corte un poco hacerlo entre gente desconocida. Creo que hoy será mejor que vayas ya cambiada. Al terminar, te puedes duchar y cambiarte allí. Está incluido en el precio.

-Entonces… ¿me cambio aquí…? -dije.

-Como tú creas conveniente… -dijo recostándose sobre la cama, y apoyando su antebrazo derecho sobre la misma.

Interpreté que estaba esperando a que me cambiara, así que comencé a desnudarme, mientras ella no me quitaba ojo de encima.

-Joana… ¡qué bonitas piernas tienes…!

-¿De veras…? gracias, pero tú las tienes mas bonitas, seguro…

No es que me molestara estar cambiándome de ropa delante de Mari, pero su actitud curiosa y expectante, me hacía sentir cosquillas en el vientre. Pocas veces había sentido esas cosquillas, y nunca había sido con una mujer. ¿Estaría excitándome…?

-Joana… ¡Qué culito tan redondito tienes…!

-¡Joder… A ver si iba a resultar que había metido en mi casa a una lesbiana salida…! –pensé para mis adentros.

Por un momento creí arrepentirme de haber pegado la hebra tan fácilmente con Mari… Yo no soy lesbiana, ni nunca creí que fuera a serlo en el futuro, al menos es lo que pensaba por el momento. Me quité la ropa de la parte superior. Mis pechos quedaron libres. Intenté no dar la cara hacia donde Mari se encontraba para cambiarme, pero demasiado tarde me percaté de que Mari me estaba contemplando con toda comodidad a través del espejo del armario.

-Joana… ¡que bonitos pechos tienes…!

-¡Joder, Mari…! -dije un poco mosqueada-  ¿me estas tirando los trastos…?

-¡Ay…! No seas así, tonta… simplemente te digo lo que siento… Además… ¿te molestaría si lo hiciera…?

Pensé que me estaba metiendo en un charco, sin conocer la profundidad del mismo… pero un ligero cosquilleo que noté en mi coñito, me estaba empezando a traicionar, la verdad.

-Perdona Mari, pero es que yo no… vamos, que yo… no sé…-dije con la cabeza hecha un lío y la boca seca.

-No me hagas caso… ¡es que me gusta provocar… ya sabes…! ¡Jajajaja!

-¡Vamos, termina que nos estamos entreteniendo, y aún tengo que cambiarme…! -.dijo con decidida actitud poniéndose en pie.

¡Menos mal que la situación fue cortada con esa actitud, porque mis murallas se estaban tambaleando…!

-Pero Mari… ¿tú siempre te vas al gimnasio ya cambiada desde tu casa…? –dije con curiosidad.

-Pues normalmente no… Pero para que veas que sé corresponder a tu confianza, haré lo mismo que has hecho tú… ¿no crees que es lo correcto…?

-No hace falta, de verdad… -dije sin demasiada convicción.

-Nada, nada… vamos para mi casa, antes de que se nos haga tarde.

Cogí mi bolsa del gimnasio, y le acompañé hasta su puerta.

Entramos. Mi entrepierna estaba húmeda. Ninguna mujer había conseguido que mojara mis braguitas hasta ese día. Sentía curiosidad por ver a Mari desnuda, igual que ella me había visto a mí.

Me tomó de la mano. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, cuando Mari tiró de mí hacia su alcoba.

-Siéntate en la cama, por favor… -me dijo con voz melosa. –Enseguida me cambio…

Tomé asiento. Ella se quitó el suéter. Efectivamente, no llevaba nada debajo del mismo… Mi boca se abrió embobada. Dos preciosos senos adornaban su pecho sin asomo alguno de flacidez ni artificio. La turgencia de los mismos era descaradamente natural. Cada una de las aureolas perfectamente redondas, cercaban un erguido y arrogante pezón. Se quedó mirándome por unos segundos. Luego me lanzó el suéter a la cara, para hacerme salir de mi estupor, mientras reía:

-¡Jajaja…! ¿Qué…? ¿No dices nada…?

Sin ponerse nada, se quitó los botines, y se sacó el pantalón vaquero, quedándose con un pequeño tanga que apenas tapaba los labios vaginales. Era una mujer escultural. Sus brazos quizás un poco musculados, sin duda debido a las sesiones de pesas, su vientre estaba completamente plano, sin un ápice de grasa bajo la piel y sus piernas igualmente trabajadas eran pura poesía corporal. Desde luego, no era del tipo de belleza lánguida y lechosa de las mujeres nórdicas, sino más bien semejaba a la belleza mediterránea. Unos pelitos del vello púbico se asomaban por los costados del minúsculo tanga, y éstos delataban otro detalle: no era rubia natural. Esto explicaba el tono ligeramente tostado de su piel, en la que no se apreciaban marcas de haber tomado sol ó rayos con alguna prenda puesta. Se dio la vuelta, como si estuviera haciendo un pase de modelos.

Su culo. Su culo era imponente. No era exageradamente grande, no. Pero su geometría, aun siendo generosa en volumen le otorgaba una indudable armonía. Mi boca volvió a abrirse de forma bobalicona, mientras mis ojos, no podían apartar la vista de aquel monumento a la perfección.

-Marí… yo… -dije sin encontrar las palabras adecuadas para finalizar la frase.

-Dime, Joana…

-Yo… -volví a balbucear.

-Sí, ¿tú…?

Sacudí mi cabeza. Mi boca estaba seca, pero mi coño estaba muy mojado. Me di cuenta de que apenas conocía a Mari desde hacía algo más de media hora, y me encontraba en una situación muy comprometida con ella.

-¡Que buena estás Mari…! –dije de carrerilla, como si la frase la tuviera previamente preparada.

-¡Jajaja…! –contestó- ¿sabes…? ¡mi marido opina igual…!

En ese momento me di cuenta que estaba hipnotizada por la belleza de Mari. Traté de salir de la habitación, pero Mari me retuvo cogiéndome por una mano.

-¿Y si dejamos el gimnasio para otro día…? -dijo acercando su cuerpo al mío con una mano tras mi cintura.

-Mi marido no viene hasta la tarde, no te preocupes por ello –susurró en voz baja.

Su boca estaba cerca de la mía. Muy cerca. Peligrosamente cerca. Su aliento llegaba hasta mi cara y sus efluvios me embriagaban. Sentí que mis fuerzas flaqueaban. No era capaz de evadirme de sus desnudos brazos que ya me rodeaban. Su mano derecha asió mi nuca, y mis fuerzas me abandonaron totalmente. Quería que me besara ya. Necesitaba sentir esa boca cuya observación, una hora antes había humedecido mis braguitas, mientras chupaba las porras con chocolate.

Saqué cordura de las reservas y con voz apenas audible le dije:

-Pero Mari… tu marido… mi novio…

¡Chissstt…! ¡Mi marido, cuando se lo cuente… querrá follarme como un burro de lo caliente que se pondrá, no te preocupes…!

Y acto seguido me besó. Con delicadeza. Midiendo el terreno. Insinuó su lengua sobre mis labios, y éstos aceptaron la visita. Correspondí tal honor con mi propia lengua enviándola de embajadora a su boca, donde fue agasajada con las humedades de la suya. Pude explorar con sumo placer todos y cada uno de los rincones de la misma, así como ella exploró los de la mía. Mis manos tomaron la iniciativa y se posaron sobre los pechos de Mari. Sus pezones respondieron con prontitud a mis caricias, engrosando su tamaño y endureciéndose de forma extraordinaria.

-Joana… ¿Y tu novio…?- dijo separándose unos centímetros.

-¿Mi novio…? Cuando le cuente lo buena y lo caliente que eres, no parará hasta que consiga follarte… aunque mientras tanto, me esperan polvos agotadores, seguro.

¿Y si preparamos algún trío con ellos…? -dijo como si se le hubiera ocurrido en ese preciso momento.

-No estaría mal, seguro… -respondí totalmente convencida. -Pero ahora…

-Ahora… -dijo sacándose el tanga, y comenzando a desnudarme a mí -ahora quiero comerte el coñito Joana… y que tú me lo comas a mí. Te diré que es una de las cosas que mas placer me da, aunque mi marido no es un buen comedor. Eso sí… ¡los culos los folla de miedo, el muy cabrón… jajajaja!

¡No me digas…! A mí me encanta el sexo anal… Mi novio también es un gran follador de culos… ¿Podré probar la polla de tu marido en mi culo…? –pregunté.

-¡Pues claro…! ¿Y yo la de tu novio…? -dijo mientras aplicaba su boca sobre mi coño. En unos segundos, mi temperatura subió por las nubes.

-Para, para, Mari… no quiero correrme todavía… aún no.

-¡Déjame hacer…!- exclamó ronroneando.

Su boca no dejaba de lamer mis labios vaginales y su lengua cosquilleaba de forma intermitente mi clítoris, mientras uno de sus dedos me acariciaba el ano dando un suave masaje alrededor de mi orificio.

Tomé la mano que Mari tenía sobre mi culo, y la atraje hacia mi boca. Me introduje su dedo corazón totalmente y lo fui sacando lentamente, recreándome en la acción, mientras mi lengua impregnaba con saliva la piel del dedo. Varias veces repetí la operación, hasta que Mari entendió cual era mi intención.

Repitió la acción un par de veces en su propia boca, y mojando mi agujero con su saliva, comenzó a introducírmelo en el ano acompasándolo con sus lamidas sobre mi clítoris. La yema de su dedo, acariciaba mi interior con suavidad, explorando en todas direcciones en busca de los puntos del placer. Mis reacciones orientaban su búsqueda. Poco a poco, la yema de su dedo descubrió donde estaban mis puntos de recepción mas placenteros, y los fue estimulando, mientras su boca no dejaba de mamar mi clítoris como si tuviera un pezón en su interior. Nunca había recibido un masaje en mi culo tan excitante, mientras una boca me mamaba el coño hasta tal punto, que no tardé ni dos minutos en alcanzar el orgasmo.

-¡Ahhh…! ¡Mmmmfff…! ¡Arrrggg…!

Mi cuerpo se estremeció y los espasmos del orgasmo se apoderaron de él.

-¡Mari… para ya… por favor…!

Se detuvo acariciando suavemente mis pechos, mientras mi respiración intentaba ser normal de nuevo.

-Gracias Mari... ¡ha sido fantástico…! - dije con voz entrecortada.

-¡Nunca me había corrido así de fuerte…! ¿Cómo puedo agradecértelo…?- dije con voz melosa.

-¡Pues comiéndome el coño…! ¡Lo tengo hirviendo desde hace una hora!

Se puso boca arriba, y me tomó por mis mejillas. Mi boca entró en contacto con su ardiente coño. Desde los lejanos días de la adolescencia no había tenido ningún coño entre mis labios. Pero no se parecía en nada a lo que mi memoria recordaba. No podría decir que no me agradase, no. Es más, después de la toma de contacto, y de las primeras degustaciones de fluidos, diría que hasta me gustaba el sabor, su textura, su calor… ¡joder, que estaba buenísimo…!

Exploré con mi lengua cada rincón y libé con verdadero agrado cada una de las venidas de jugos que a cada orgasmo dejaba salir entre sus labios vaginales. Mari debía ser multiorgásmica, pues no paraba de gemir y de presionar mi cabeza sobre su coño. Por breves momentos me permitía levantar la cabeza, y desde mi posición, podía observar su congestionada cara, todo un poema al deseo. Acto seguido volvía a atraerme hacia sí de nuevo, y su cara debía descomponerse en un rictus de extremo placer, pues aunque no podía verle, sus jadeos manifestaban que se encontraba de nuevo otra vez sobre la cresta de la ola, a punto de una nueva zambullida en lo mas profundo del océano del placer. Ya había perdido la cuenta de los orgasmos que le había provocado, y creí que no podría agotar y rendir su cuerpo.

Entonces pensé que quizás también le agradaría que le acariciara el ano. Mojé mi dedo corazón con la saliva de mi boca, y comencé a insinuarlo dando un ligero masaje en círculos sobre el orificio. Parecía dar el resultado apetecido, pues a partir de ese momento, pareció cobrar vida el oscuro agujero, ya que su hermoso trasero empezó a agitarse más y más con cada caricia que le daba con mis dedos.

Seguí succionando y lamiendo el clítoris de Mari con verdadero empeño. Su cuerpo respondía a todas y cada una de mis caricias. Cuando creí que se encontraba en lo más alto del placer, mojé bien mis dedos corazón e índice, y comencé la penetración del ano, primero con el corazón, y después, apunté el índice. Mari se convulsionó. No es que mi dedo índice penetrara su ya invadido agujero, sino que, en un movimiento espasmódico de su cuerpo, el segundo dedo fue engullido totalmente, hasta donde se podía penetrar. Sin duda, aquel orificio también sabía mucho de invasiones. Acto seguido, los espasmos de su esfínter anal saludaron con verdaderos abrazos la presencia de ambos dedos, y mientras un nuevo torrente de fluidos llegaba mi boca nuevamente, la espalda de Mari se arqueó, despegándose literalmente del colchón, y quedando sostenida por sus pies y sus hombros durante unos segundos. Después cayó derrumbada sobre la cama. Parecía ida, traspuesta. Su cuerpo temblaba espasmódicamente, como el de un poseso. Me asusté durante unos cuantos segundos. Los que tardó en dibujar sobre su cara una extraña sonrisa de felicidad, bajo sus ojos casi cerrados por el demoledor efecto de su último orgasmo.

-Joana…- susurró en voz baja. – ¡Creo que vamos a disfrutar mucho los cuatro…! ¿No crees…?-Sí...- musité mientras besaba sus ardientes labios.

Yo también estaba convencida de ello… ¡y estaba ansiosa de comprobarlo…!