Mari, la vaquita II (La sumisión)

Había conseguido que se convirtiera en una sumisa, su sumisa. Por otra parte consiguió que cogiera seguridad en sí misma, en que realmente podía ser atractiva a los hombres...

No había necesitado ni tres semanas para convertirla en su sumisa. Había días que la trataba como a una simple sirviente, como si entre ellas no hubiese más que una relación profesional, por llamarla de algún modo. Otros, por el contrario, la calentaba, lo cual no era nada difícil, siempre haciéndola sentir deseada, esto era importante, siempre tratándola con cariño después de haber recibido placer de ella. Había hecho que se depilara totalmente. Cuando ella llegaba a casa quería que la recibiera sin sujetadores debajo de su vestido negro. Mari nunca sabía si aquel día sería un día de placer o no. Había empezado con suaves cachetes en sus nalgas, poco a poco hasta llegar a la fusta, algo que excitaba sobremanera a Mari, una Marí que ya, ella misma, le ofrecía las pinzas de tender para sentirlas en sus grandes pezones.

Había conseguido que se convirtiera en una sumisa, su sumisa. Por otra parte consiguió que cogiera seguridad en sí misma, en que realmente podía ser atractiva a los hombres, incluso se atrevía a coquetear con el frutero, que la desnudaba con la mirada.

  • El viernes por la noche vendrá un amigo mio a cenar. Espero que nos prepares una buena cena, algo especial y que seas amable y servicial con él, ya sabes que quiero decir. Le vas a tratar de señor. Es un AMO. Sabes lo que quiero decir, ¿No?

  • ¿Sí, señora…pero yo…cree que…? Yo…no sé…

  • Yo sí. Ya le he hablado de ti y tiene ganas de conocerte. Espero que no me hagas quedar mal. Le he dicho a tu padre que igual terminas tarde y que sería mejor que te quedaras a dormir aquí,

  • No se… - Mari se mostraba exageradamente nerviosa - ¿Me tengo que poner el vestido rojo para servirles?

  • ¿El rojo? No. No, el de punto y naturalmente sin sujetadores.

  • Me..me dará mucha vergüenza, señora.Yo…yo solo  quiero ser suya…

  • Y como lo eres harás lo que te digo. Además, te avisé, desde un buen principio, que quería verte follada. Va siendo hora de que conozcas a un hombre de verdad, mi princesita.

  • Yo también lo quiero…solo que me da miedo…

  • Estaré yo, amor, cuidaré de que no te pase nada malo. Mira que te he comprado, así sabrá que eres mi a, aunque el disfrute de ti. Eres mía. - Le mostró el collar, de cuero negro, con una argolla - Ven, te lo pondré, llévalo siempre en casa a partir de ahora.

Cuando sintió el collar en su cuello se le erizó la piel.

  • Gracias. Gracias, señora - Sus ojos se humedecieron de emocionada gratitud.

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Lo tenía todo a punto, la mesa parada, unas lonchas de jamón serrano para picar y unos vermuts con ginebra, tal y como le había pedido la señora. Cuando oyó el timbre se retiró a la cocina. Había estado mirándose al espejo, con aquel vestido y el collar en su cuello, sentía vergüenza, al tiempo que se excitaba viéndose así, con sus enormes tetas y sus prominentes nalgas, sus pezones marcándose. ¿Realmente gustaría a aquel hombre, siendo como era nada más que una vaca?

Le oyó entrar, como se saludaban, sentarse en la mesa. Intentaba disimular sus nervios, contenerlos. Debió dejar pasar un tiempo antes de servir la cena, un tiempo que se le hacía eterno. Era el momento, el momento de hacerlo. Un hermoso salmón al horno, que debería filetear en la mesa.

Cuando entró en el salón comedor y se acercó a ellos, aquel hombre ni siquiera la miró. Fue mientras preparaba el pescado que sintió su mano en el muslo.

  • Así que esta es tu vaquita. ¿Cómo te llamas zorra?

  • Mari. Mari…Señor

  • Es un buen ejemplar. ¿Cuántos años me has dicho que tenía?

  • Diecinueve.

  • Cada día son más jóvenes. Será un buen postre. Fíjate con lo que haces, te están temblando las manos.

Les sirvió los filetes y la guarnición. Estaba sonrojada cuando se iba a retirar a la cocina.

  • ¿A dónde vas? Quédate aquí para servirnos el vino o cualquier otra cosa que te pidamos.

  • Sí…Sí señora. Solo iba a retirar la bandeja.

  • Está bien. Pero vuelve y quédate aquí de pie, para servirnos.

Hicieron que se colocase donde fuese visible para los dos, él parecía no mostrar mucho interés por ella, enfrascado en conversar con Belén. Alabaron la comida, de vez en cuando Belén le sonreía, ella, servicial, rellenaba sus copas de vino. Al principio hablaban de sus trabajos, de sus amistades, pero pronto la conversación derivó sobre lo que había venido a hacer aquel hombre.

  • Belén. ya sabes que yo soy muy legal ¿Estás segura de lo que haces? por lo que me dijiste solo ha estado con algún que otro chavalín. Piensa que en cuanto pruebe una polla de verdad de seguro querrá más, igual ya no le apetece lo que tu le ofreces. Ahora la tienes encoñada, pero quizá esto cambie.

  • Bueno, es un riesgo que debo asumir, después de todo esto no es para toda la vida. Ya sabes que me gusta probar carne nueva.

  • En este caso carne sí que hay y bien joven - Ahora el hombre la miraba - ¿Has pensado en ordeñarla, quiero decir en ordeñarla de verdad? Ya sabes a qué me refiero.

  • Sí y lo cierto es que he pensado en ello, pero no sé si está preparada aún para algo así.

  • Tengo un amigo médico que te podría orientar en todo lo referente a la lactancia inducida y proporcionar fármacos adecuados, ya sabes que es un proceso lento, pero a su edad y con estas urbes no creo que tardase mucho en dar leche. Bueno ¿Y si pasamos a los postres? ¿Tienes preparados los juguetes que te dije?

  • Sí. Claro. Aquí en un cajón del estante.

  • Supongo que habrás comido alguna que otra polla. ¿Verdad? En realidad, es lo que imagino que más has hecho. ¿No?

Marí bajó la mirada, tímida, avergonzada.

  • Oye puta; cuando te hago una pregunta es para que respondas. ¿No te ha enseñado esto tu AMA?

  • ¿Mi..mi..AMA? - Nunca le había llamado AMA y de pronto se dio cuenta de cuanto lo era ya.

  • Perdone…perdone…si he comido…sí

Aquel hombre se levantó, dándole un fuerte bofetón, que la cogió por sorpresa, se tambaleó y con ella sus tetas.

  • ¿Y tampoco te ha enseñado a decir señor? ¿O es que te gusta que te hostien?

  • Sí…Sí, señor.

  • Sí ¿A qué? Estúpida vaca.

  • Si a todo, señor.

  • Si a todo. No está mal vaquita. ¿Sabes que tienes una hermosa cara y un apetecible cuerpo? ¿Lo sabes verdad? Seguro que te gusta que te deseen, como buena zorra que eres. Ven aquí. Acércate.

Estaba miedosa y llena de inseguridad, pero aquello de sentirse deseada, aquello era nuevo para ella, nuevo y gratificante. Se acercó a aquel hombre. Julio, así había oído como le llamaba su señora, debía rondar los cincuenta, podría ser su padre o su tío, bien conservado, atractivo, con una mirada que imponía respeto.

  • No temas, te gustará, se cómo tratar a las perritas como tú.

Colocó detrás de su oreja una parte de su media melena. Sintió sus manos en su cintura, acariciándola por encima del vestido, recorriendo su cuerpo hasta llegar a sus pechos.

  • Los tienes bien duros y veo que son sensibles - Se recreó en sus pezones, erectos ya- Vaya vaquita caliente. ¡Desnúdate!

Acarició su depilado coño. Mientras Belén miraba aquello sin perder su sonrisa.

  • Vaya viciosilla, ya está húmeda. Esta puta es carne de burdel.

Aquellas palabras la excitaban y él lo sabía sobradamente. Puesta de cara a la pared, obediente, se apoyó en ella, sacando su culo, con las piernas separadas. Sintió el roce de la fusta en su espalda, sabiendo que de un momento a otro sería azotada, hasta poner sus nalgas ardientes.

  • Nunca había visto unas nalgas así ¿No la vas a marcar como haces con todas?

  • Sí, claro, pero aún no es el momento y no lo haré en sus nalgas. No se las quiero estropear, quizá en el omoplato. Veremos.

  • Eres demasiado buena. No es más que una res. Una puta res con ganas de polla. ¿No ves como culea?

Ahora acariciaba sus nalgas, ya rojas. Las masajeaba con maestría.

  • Date la vuelta vaca y tú Belén, ponle las muñequeras y atale las manos a la espalda.

Sus ubres botaban mientras él la penetraba con aquel consolador. No podía evitar mirar su bragueta, cada vez más hinchada. Suspiraba, gemía, iba a orgasmar cuando le retiró el consolador, aquel consolador que pasado unos segundos la volvía a penetrar, Una y otra vez, hasta volverla loca. Solo deseaba correrse.

  • Por favor. Por favor señor. Ya no puedo más.

  • Cualquiera podría follarte ahora ¿Verdad? Hasta por tu padre te dejarías follar vaca asquerosa. Di lo que eres. ¡DILO!

-  Una vaca. Una vaca viciosa. Una puta, señor.

  • Mira que cara de guarrilla se le pone.

Belén, de pie, le acariciaba las nalgas buscando sus labios, su boca.

  • Mi putita hermosa.

La morreaba mientras Julio seguía llevándola al límite. Sus ojos estaban húmedos, su cuerpo temblaba.

  • ¿Qué quieres? ¿Quieres que te folle verdad? Pero antes tendrás que hacerme una buena mamada, Quiero saber cómo lo haces.

  • Sí..si, señor. Haré lo que usted quiera, señor.

  • Venga. ¡Arrodíllate! - Sin ni siquiera bajarse los pantalones, sacó su pene. Grande, rugoso, duro, erecto.

  • Esfuérzate más. Se ve que nunca has mamado una de verdad. Más adentro. Traga más si no quieres que te folle la boca, zorra,

Belén acariciaba su cabeza mientras ella se esforzaba en tragar todo lo que podía, casi hasta ahogarse. Babeaba, sus grandes ubres se estaban llenando de babas.

  • Esto está mejor… Así… Así,,,¡Para, puta, para! Te quiero a cuatro patas, quiero ver tus enormes tetas colgando. Ahora vas a saber lo que es ser follada.

Le liberó las manos. Poco le costó penetrarla, estaba tan lubricada que su falo, a pesar de la estrechez de aquella vagina, entró de golpe.

  • Mueve tu culo zorra ¡Perrea! ¡Perrea! - Una mano en cintura mientras con la otra pellizcaba sus pezones hasta el dolor, un dolor que no hacía sino excitarla aún más. Jadeaba, gemía, mientras miraba a su señora, sentada en el sofá, con las piernas abiertas, sin bragas, acariciando su coño, sonriendo con los ojos clavados en su rostro, en su expresión, que nada tenía que ver ya con la inocencia ni con el pudor.

  • No pare. No pare, por favor señor. No pare.

  • ¿Te gusta verdad? ¿verdad que si? Te voy a llenar con mi leche, vaca.

Creyó que iba a desvanecerse. Sintió el placer en cada célula de su cuerpo tembloroso. Nunca había tenido, ni había soñado, tener un orgasmo tan profundo.

  • Toma mi leche, Tómala. Córrete marrana - El hombre rugía, había dejado de pellizcar sus pezones, Su mano se retiraba de su cintura. salía de ella, levantándose, aun así su polla mantenía cierta dureza. Estaba viva.

  • Ahora ve a comer el coño de tu señora. ¿No ves que lo está deseando?

Gateando, aun sin rehacerse del todo, llegó hasta ella. Miro sus ojos, antes de empezar a darle placer con su lengua, con su boca. Ella cogía con fuerza su cabeza, sin decir nada, suspirando. A pesar de su reciente orgasmo, aquello volvió a excitarla, sentirse así, usada. Mientras daba placer a su señora, acariciaba su coño, su clítoris.

  • Julio, por favor, llena mi boca. Llénala.

  • Pensaba que no te gustaban las pollas.

  • La tuya sí. Hoy sí, por favor.

Los tres se corrieron entre gemidos de placer.

  • Vaya par de viciosas - Guardó su pene, ahora definitivamente flácido - La próxima vez la llevaremos a la mazmorra de El Club, me han quedado unas cuantas cosas por hacerle a tu vaquita - Cogió su chaqueta.

  • Bien, buenas noches, señoritas - Dijo sonriendo, mientras se dirigía a la puerta.

  • Hoy dormirás conmigo, mi querida vaquita.

  • Gracias señora.