Marga.El principio.

Todo tiene su principio, claro. Y ya que me habéis preguntado un par como empezó el asunto con Marga... pues aquí va.

Todo tiene su principio, claro. Y ya que me habéis preguntado un par como empezó el asunto con Marga... pues aquí va.

Yo estaba muy tranquilo. No es que no tuviese claro el polvazo que tenía mi hija, tengo ojos. ¿Está buena? Está muy buena. Pero si tengo que ser sincero pues ni me había hecho una triste paja pensando en ella. No sé, es mi hija. Simplemente no la veía de la forma en la que la veo ahora.

El caso es que yo estaba cambiándome de ropa en el dormitorio; había estado un rato viendo la televisión con mi mujer en el sofá y como me había estado sobando bastante pues mi erección era considerable. Normalmente en casa en verano pues ando en boxer y camiseta, tampoco es nada novedoso. Me había quitado el boxer porque es negro y con las manchas del preseminal pues no es plan. Iba a ponerme algo tan glamuroso como unos pantalones de chandal.

Ni estoy en forma, ni tengo el cuerpo atlético, ni ninguna chorrada de esas que leerás en algún relato inventado por algún adolescente pajillero. Hace tiempo que estoy calvo y de siempre he sido candidato al infarto por mi estido de vida y evidente exceso de peso. Tengo 44 años bastante mal llevados. Tenía 42 entonces pero no es que estuviera mejor en ningún aspecto.

En esas estabamos mi erección y yo, cuando se abrió la puerta y entró Marga. Se puso roja como un tomate, farfulló una disculpa y cerró la puerta. No le di mayor importancia, cuando acabé de vestirme salí a ver que quería su madre -había llamado no sé quien por teléfono, ese era todo el asunto- y listo.

En fin. Que de un día para otro, pues la actitud de mi hija cambió. No dejaba de mirarme el paquete. No sé cuantas veces la pillaría, ni sé cuantas veces no me daría cuenta de sus miradas. Pero eso. Obviamente no era algo que hubiese hecho antes. O al menos no me había dado cuenta de ello. No es que se me restregase ni mucho menos, o que se pusiera a vestir de formas provocativas, ni nada de eso, no. Sólo miraba. Y lo disimulaba fatal, la verdad. También había un mal rollo con su madre pero eso ya casi costumbre desde unos meses atrás.

Decidí que sería una fase y que ya se le pasaría.

Una mañana al par de semanas, estaba afeitándome desnudo en el cuarto de baño, cuando la puerta se abrió de repente. Mi hija otra vez. Lo primero que pensé fue que era una pena que no me hubiera sorprendido con otra erección. Porque no me cabía duda de que era lo que Marga buscaba, claro. No lo pensé con lujuria si no con enfado. Menudos días que me estaba dando con las miraditas. Y ahora, aquello. Solté un improperio, cerré como pude, creo recordar que me corté en la barbilla y decidí que tendría que hablar del asunto en condiciones.

Las discusiones entre ellas -siempre comenzadas por parte de mi hija- iban en aumento por los temas más absurdos. No voy a decir que la convivencia en casa se hubiese convertido tampoco en un infierno, ni nada parecido, pero era molesto. Y no sé si os pasa pero yo cuando vuelvo de la oficina necesito sexo o tranquilidad.

No era un tema que me apeteciese tratar con mi mujer delante, así que tuve que esperar al Viernes, en que nos quedamos solos en casa. Fui a su habitación, le dije que si podía venir un momento y le indiqué que se sentara en el sofá. Obviamente, yo llevaba pantalones.

-Tienes que dejar de hacer lo que estás haciendo y comportarte.

-¿Comportarme? -me preguntó, como si no tuviera ni idea de lo que le estaba hablando.

-Sí, comportarte. No puedes estar todo el día mirándome el paquete o tratando de pillarme desnudo para verme la polla. Ni que no hubieses visto nunca ninguna, joder. Que parece que estás en celo o algo.

-Yo...

-Tú. Sí. Qué -encima se estaba poniendo cachonda con la conversación. Lo que faltaba. Los pezones se le marcaban duros como dos piedras bajo la camiseta. Mi hija era una pequeña cerda. Y a mí se me empezaba a poner dura.

-Que lo siento, no sé... no sé, lo siento, no...

-No puedes seguir así, hostias. Sólo es una polla. Como todas las demás. Ni tiene nada de misterioso, ni nada de especial. Una polla.

-Ya, pero...

Me la saqué, lo reconozco. Se la puse delante de la cara. Me sacó de quicio.

-Mírala bien. ¿Ves? Una polla. Normal y corriente. Como todas las malditas pollas.

Abrió la boca y se inclinó, sacando la lengua y mirándome a los ojos. Pero antes de que pudiese llegar a ella, la agarré del pelo.

-¿En serio? ¿Tan cerda eres? No necesito a ninguna cerda, ya tengo a tu madre.

Sin soltarle el pelo le arreé una bofetada.

-Pero yo estoy más buena que mamá.

En eso tenía razón. Ese culo esculpido, esas tetas firmes... aunque me gustan más la de mi mujer porque se pueden agarrar y retorcer en condiciones. Pero sí, objetivamente se puede decir que tenía razón. La miré desde arriba a abajo y decidí satisfacer mi curiosidad. Sin soltarla, metí mi otra mano bajo su pantalón corto y salí de dudas. La cerda de mi hija estaba absolutamente empapada.

-Tal vez no necesite a una cerda. Pero quizá sí a una puta -una depilada, añadí para mí. En aquel tiempo aún no llevaba el coño perfectamente depilado como lo lleva ahora.

Ella solo tenía ojos para mi polla, apretaba la mano que tenía entre sus piernas con fuerza. Literalmente parecía una maldita fuente.

-Sí, papá. Déjame serlo. Tuya.

Ni me lo pensé. No creo que nadie que hubiera estado en mi situación se lo hubiese pensado. Sacando mi mano hice que bajaran sus pantalones, los tiré lejos, miré por primera vez ese coño perfecto. Puse una de sus piernas sobre mi hombro derecho y abríendola del todo, hundí mi polla hasta el fondo en aquel maravilloso coño caliente, prieto y chorreante. Una de mis manos fue a su cara, para obligarla a mirarme a los ojos, la otra, fue a retorcer sus pequeñas tetas, bajo la camiseta. Me clavé en ella una y otra vez, mientras se retorcía, gemía y babeaba. Su vientre subía y bajaba acompañando cada embestida. La abofetee. Fuerte. La usé. Me follé ese coño como hacía años que no me follaba uno. Sólo podía pensar en eso. En reventarla.

-Mi puta -me quedé hundido a fondo en ella y le metí varios dedos en la boca. Saboreé la sensación mientras chupaba mis dedos. Clavado en mi hija, con mi polla dura llenándola. La abofeteé con la mano babeada-. Mi juguete.

-Tu puta, papá... tu puta, sí. Joder.

Empecé a darle palmadas en su clítoris. Quería que gritase, que se rompiese, que se corriese como no se había corrido en su vida. El movimiento incontrolado de sus caderas al hacerlo fue tan intenso que hizo que me corriese por primera vez dentro suyo. Ese coño a día de hoy me sigue exprimiendo como nunca me ha exprimido ningún otro... pero mentiría si no recuerdo aquella tarde como algo especial.

-Si vas a ser mi puta, vas a serlo bien. Sin idioteces, ni chorradas. Te follaré cuando me apetezca follarte, te comportarás, obedecerás. Y al primer problema que pongas o que des, te juro que no volveré a tocarte.

Y desde entonces.