Marga.
Papá... sí. Sí. Soy tu puta, papá. Tuya. Tu puta.
-Las negras. Ya sabes cuales.
A sus 19 años mi hija es una auténtica belleza, seguro que levanta un bosque de rabos a su paso. Ese pelo largo y oscuro, esos ojos grandes, ese cuerpo, esas piernas, ese culo... Iba a tener que esperar hasta volver del trabajo pero la espera iba a merecer la pena. En realidad, siempre merece la pena.
En cuanto entró por la puerta, la agarré del cuello, tirándola contra pared. Me comí su boca, saboreando su saliva con mi deleite habitual, la giré y abrí sus piernas con una de las mías.
-Si meto te meto mano, mi niña, ¿qué voy a encontrar? -le susurré al oido, apretando fuerte su nuca. Sabía lo que iba a encontrar. Que estaba chorreando.
-Llevo todo el día mojada. Cada... cada vez que me muevo las noto.
Sus bragas negras. Las más incómodas que tiene. Las que le molestan y el encaje se le clava al andar. Que se meten, intrusas, a cada rato en su culo. Las que me encanta hacer que lleve porque sé que se vuelve loca con ellas.
-¿Te gusta sentirte así, pequeña? Empapada. Sin que lo sepa nadie. En medio de la gente.
-Joder papá, sí... sí. Me gusta mucho. Mucho.
La desnudé, recreándome. Sin dejar que se moviese, con brusquedad. Cuando bajé sus bragas, comprobé que chorreaba como una fuente. Ese cuerpo suyo me vuelve loco. Su culo que parece esculpido, sus tetas pequeñas, firmes y duras, esas costillas marcadas. Le di un sonoro azote. Un pequeño espasmo recorrió su columna y no pude evitar sonreir. Pasé mis dedos por su coño, despacio, hundiendo un poco mis dedos. Pasó sus manos por mi calva, aferrándose a mi cabeza... pero no, no iba a ser ahí en medio del pasillo.
-Ven.
La llevé al espejo del dormitorio. Manos a la pared, de pie con las piernas separadas y la dejé que se viese así unos instantes, antes de introducir su vibrador favorito desde atrás, buscando su clítoris. Lo sostuve ahí, mientras la agarraba fuerte de la nuca. Su respiración se fue acelerando mientras tu vientre se crispaba. Poco a poco. Su mirada empezó a perderse en el reflejo de la tremenda hembra que tenía frente a si. Los pezones duros, su boca entreabierta, los jadeos suaves y contenidos, los esfuerzos por mantener las manos en su sitio.
Mi polla estaba que reventaba.
-Papá... joder...
-Mira.
La fui llevando poco a poco, no fue necesario mucho. Las contracciones constantes de su vientre y el hilillo de baba que se escapaba de su boca me dejó claro que estaba a punto de correrse. Pero no iba a ser aún. Retiré despacio el juguete, notando como sus caderas se movían tratando de retenerlo. Disfrutando de cada uno de sus espasmos involuntarios. Se veía preciosa.
-¿Qué pensaría tu madre de ti si te viese ahora mismo? -pregunté, como tantas otras veces- Mírate. Mira lo que eres.
-Joder... pensaría... pensaría que soy una... puta. Una puta -alcanzó a decir, jadeando.
-Pero no eres una puta -Corregí-. Eres mi puta.
-Papá... sí. Sí. Soy tu puta, papá. Tuya. Tu puta.
Busqué de nuevo su clítoris con el juguete haciendo sitio, hundiendo el largo del vibrador entre sus labios empapados. Su flujo chorreaba hasta los muslos.
-Mi puta. Mía. Córrete como lo que eres -apreté fuerte su nuca, acercando su cabeza a su propio reflejo. Se rompió. Un orgasmo escandoloso, seco, duro, temblando, tratando de comerse su propia boca, babeando el espejo. Mi puta. Mi juguete.
Le di la vuelta y agarré sus preciosas tetas. Me gustan más que las de su madre. Rodé sus pezones duros con mi lengua contra los dientes haciendo que se estremeciera. Las apreté, las retorcí y me comí su boca, dándole una bofetada después. Noté como una de sus manos se iba a mi polla, que estaba como una piedra.
-Papá... la necesito...
La abofeteé de nuevo.
-¿La necesitas, puta? ¿Cómo se piden las cosas?
-Métemela... por favor. Por favor. Métemela.
-¿Qué quieres que te meta, puta? Pídelo bien -ordené, sonriendo.
-La polla. La polla, papá. Por favor. Méteme la polla. Por favor.
Arrastrándola del brazo sin sutileza alguna, la tiré boca abajo sobre la cama. Miré un momento ese coño, ese culo que me vuelve loco. Bajé mis manos por sus costados hasta llegar a sus caderas y sin dudarlo, la ensarté. Metí mi polla a fondo en su coño. La dejé hundida ahí, clavada a fondo, llenándola, encajada en su coño prieto, rosado y absolutamente empapado. Mi hija se estremeció, se retorció levemente y su espalda se arqueó. Acababa de correrse otra vez. Tiré de su pelo largo haciendo que separase la cara de las sábanas.
-¿Ya? -Le susurré.
-Sí... lo siento...
-Yo no -Me encanta cuando se corre como lo que es. Para qué voy a negarlo.
Sin sacársela, metiendo un brazo por debajo de una de sus piernas, obligué a su cuerpo a girar. Me acomodé sobre ella, la agarré del cuello y me comí su boca antes de empezar a follarla. Me hundí una y otra vez, sin delicadeza, sin otra cosa en la cabeza que usarla. Que llenarla de polla. Mientras se retorcía, babeando, gimiendo, inmovilizada bajo mi peso. Apreté sus pequeñas tetas, su cuello, la abofeteé mientras le repetía de quien es. Ese coño aprieta mi polla casi como lo hace el de su madre. Me corrí, retorciéndole las tetas con fuerza. Llené ese coño maravilloso de leche mientras miraba a los ojos de mi puta. De mi hija.
-¿Contenta?
-Mucho -acertó a decir.
Bueno, es mi primer relato. Espero que os haya gustado.