Marga (1984)
Una de mis primeras experiencias. Increíble.
Marga (1984)
Era la novia de un buen colega. Se llama Marga. Los tres teníamos amigos comunes. Aquel año el estaba realizando eso tan lamentable del servicio militar obligatorio. Yo, por motivos que no vienen al caso, no tenía ese problema. Ella y yo nos encontrábamos con frecuencia en las diversas actividades que en el grupo de amigos se organizaban. Un día era un concierto, otro una salida, una fiesta o cualquier locura que alguien proponía. Me di cuenta, por diversos indicios, de su interés por mi persona. En aquella época era atractiva. No era la más guapa pero poseía un punto provocador que a muchos nos tenía subyugados. Cabellos rubios rizados, ojos claros y un buen cuerpo. A mí me atraían, en especial, sus pechos que, en alguna noche de marcha, había visto al desnudo. Tenía la piel muy blanca i eso, creo, hacía resaltar su figura. En un concierto, no sé si por haber consumido, los dos, más alcohol o maría de la habitual, se las ingenió para llevarme a un rincón apartado del alboroto. No sé como ocurrió pero me encontré tirado en el suelo i ella abalanzada encima. No tardó en besarme metiendo la lengua lo más profundo que pudo. Yo, sorprendido, le correspondí y, por un minuto, nuestras lenguas jugaron a conocerse. Entré en razón y, con delicadeza, la aparté. Le dije que no le podía hacer eso a su novio, que no se lo tomara mal porque, en otras circunstancias, estaríamos haciendo mucho más que un morreo pero que no me sentía cómodo y no deseaba futuros remordimientos. En aquel momento me pareció que lo encajaba bien pero, durante un par de semanas, noté que la había herido y actuó con mucha frialdad. Por mi parte tampoco me comporté del todo igual. No sabía, en aquel momento, como gestionarlo. Después la relación se fue normalizando y como no hablábamos de lo ocurrido parecía que no hubiese pasado nada.
Pasaron un par de meses y, después de ir a una fiesta, acabamos en mi casa un grupo de amigos de la pandilla. En aquella época estaba solo en casa y, como todos los sabían, era habitual acabar las noches de juerga allí. La Marga estaba en el grupo. A medida que la noche fue avanzando la gente iba marchando y nos quedamos solos los dos. Yo actuaba con normalidad y ella, me parecía, también. Continuamos hablando y, de repente, ella me preguntó si no la deseaba.
Me quedé helado un rato y ella, al ver como reaccioné, se rió con ganas. Antes de que yo dijera nada me dijo que si no quería ser un mal amigo me estuviera bien quieto, que la obedeciera y le dejara hacer. Yo estaba un poco ofuscado pero, como no podía ser de otra forma, la obedecí como un cordero consciente de la encerrona. En realidad tenía muchas ganas de dejarme tentar y seducir por ella como no puede ser de otra forma cuando tienes diecisiete años.
Yo estaba sentado en un sillón de dos plazas y ella en un sofá a mi izquierda. Se levantó plantándose delante. Me agarró los brazos obligándome a colocarlos en el respaldo como los ladrones en la cruz. Para hacerlo tuvo que acercarse fregando diversas partes de su cuerpo con el mío. Su olor corporal, que en aquel instante me pareció extremadamente embriagadora, me envolvió como una nube tóxica saturada de erotismo. Mi miembro, excitado, empezó a despertarse hambriento. Retrocedió para dar el visto bueno a mi postura y me ofreció una maliciosa sonrisa. De inmediato comenzó a bailar al son de una música inexistente. Lo hacía de forma lenta, sensual y fascinadora. Se quitó la poca ropa que vestía hasta quedarse solo con las bragas. A cada pieza que caía al suelo le seguía una mirada que me enloquecía de deseo. Ver aquellos pechos que solo había podido apreciar de manera casi furtiva, intuir la raja de su sexo por la humedad que impregnaba la delicada tela de aquella solitaria pieza que la cubría, la atracción hipnótica de sus movimientos, todo el conjunto provocó que mi entrepierna, a punto de reventar, me doliera por el placer que adivinaba que podía experimentar.
Paró de bailar acercándose y se lanzó encima de mí enganchándose a mi cuerpo. Sentí sus tetas aplastarse, sus manos subiendo por los brazos para cogerme el cuello y la cabeza y su boca y lengua apropiándose de una oreja y después de la otra. Me complacía como mordía, como absorbía los lóbulos y como introducía la lengua por todos los lugares. La parsimonia como me estaba disfrutando me exasperaba. Quise acariciarle el glúteo izquierdo y me apartó la mano con autoridad. Me miró desafiante diciendo que debía estar inmóvil o estaría traicionado a mi amigo. La situación me parecía irreal. Decidí obedecerla, me abandone levantando los brazos como si de una rendición se tratara, como me había ordenado ella antes, ofreciéndome cual víctima a sacrificar. Sonrió y me chupo el cuello con una pasión que me provocó maravillosos escalofríos. Mis manos se agarraban al respaldo con fuerza para no abalanzarlos sobre ella. Era una deliciosa tortura.
Su lengua iba descubriendo cada centímetro de piel y, cuando notaba el efecto que causaba en mí según la zona, se dedicaba con más fruición y tiempo. A la vez iba restregando los pechos contra mi torso y notaba la dureza de sus pezones. ¡¡Dios, todavía recuerdo las ganas de tocarlos y magrearlos!! Con el mismo movimiento había acomodado la pelvis encima de mi entrepierna y se iba refregando con mi polla que estaba al cien por cien y con unas ganas de clavársela dentro inconmensurables. Sus bragas estaban tan mojadas como mi ropa que se iba humedeciendo de líquido preseminal.
La lentitud con la que actuaba era exasperante. Le encontré la cadencia. Ella iba chupando, mordiendo y ensalivando una parte de mi cuerpo de forma minuciosa, bajando poco a poco y, en cierto momento, se paraba, me miraba con ojos lascivos y volvía a subir un tercio de lo que había bajado. Yo solo anhelaba que llegase a mis bermudas, me las arrancara y se comiese la verga hasta lo más profundo de su garganta. En uno de estos retrocesos moví el brazo, de forma inconsciente, para impedir que volviese a subir y me lo apartó con brusquedad ordenándome con voz enérgica que me estuviera inmóvil. Y continuó el dulce martirio dibujando formas en mi piel. Se estaba delectando con mi sufrimiento. A todo esto el choque de nuestras pelvis ya me estaba turbando, su coño se había adaptado a mi montaña y aquella zona se había anegado aún más con los flujos de nuestros genitales. La braga, el eslip y la bermuda parecían haber pasado por una piscina y se me hacía un calvario no poder empujar mi inflado pene en su cálida cueva.
Pasaron los minutos y el juego de idas y venidas ya habían llegado a Marga a la altura de mis pezones y los chupeteos y mordiscos me estaban castigando mucho. Sabía medir la fuerza para equilibrar el placer y el dolor. Más tarde llego al ombligo. Notaba la lengua como intentaba horadarlo y como me mordía los alrededores. La pasión con la que me estaba tratando me enloquecía, no tocarla me enloquecía, la tranca tocando la vulva me enloquecía, quería hacerla mía y mi amigo, su novio, era una sombra muy lejana que hacía rato se estaba difuminando.
Ella no se estaba de nada y, mientras continuaba inspeccionado el ombligo, me desabotonaba las prendas. Me miró de nuevo. Desafiadora y lujuriosa. Con una media sonrisa encantadora y que prometía un viaje al paraíso. Empujó la ropa piernas abajo y me medio levanté para que cayese a mis pies. Ella la estiró para liberarme del todo. Me abrió las piernas y se arrodilló para ahora, sin preámbulos, ponerse a mamar mi miembro. Iba buscando la mejor postura para engullirla del todo y, cuando la encontró, se lo cogió con más calma. Se la sacaba de la boca para lamerla con suavidad, jugar con el glande y el orificio uretral y, a la vez, hacerme un masaje en los testículos con las manos. A ratos me lamía y chupaba el escroto y las ingles y, con un resto rudo y repentino, me ordenó alzar las piernas para llegar a ensalivarme el perineo. Me trastornaba aquella nueva sensación que experimentaba por primera vez. De forma instintiva hice fuerza para favorecer sus deliciosas maniobras bucales y ella lo entendió. Pasó del perineo al ano. Su lengua empezó a hacer estragos. De manera instintiva yo contraía los músculos pero a medida que el cosquilleo se me hacía familiar me fui relajando. La tremenda ensalivada que hizo contribuyó y notaba como su lengua cada vez se introducía más adentro. Al rato noté como me metía un dedo para moverlo rítmicamente. Después fueron dos. Yo estaba en la gloria experimentando aquel placer nuevo que ella me ofrecía. Tenía ganas de irme pero no deseaba que parase nunca aquel deleite. Después comenzó a lengüetear y chupar los testículos de forma que jugaba poniendo, de manera alterna, uno de ellos dentro de la boca. La lengua hacia el resto. Cuando se dio cuenta que yo estaba a punto de llegar a correrme paró. Para mí fue chocante porque estaba como embriagado por sus atenciones y con las sensaciones que me llenaban. Pero, cuando parecía que aterrizaba en la realidad, comenzó, de nuevo, a mamarla con fruición. Utilizaba los labios, la lengua y las manos con maestría. Moví las manos para obligarla a amorrarse al pilón y vaciarme dentro de su boca pero las apartó, airada y molesta, y me gritó que si lo repetía pararía. La miré como un perro al que desean abandonar y le supliqué, con un susurro, que continuase. Que no parase. Que deseaba irme en su boca esta vez y mil veces más. No me contestó pero volvió a aplicarse con la boca en mi sexo. La engullía con velocidad, notaba como la cabeza del glande fregaba dentro de ella, como la lengua lo envolvía y chupaba con pericia. En ocasiones juga apretando los dientes basculando en la frontera del placer y el dolor. Imprimía diversas velocidades dependiendo de mis bufidos y gemidos y, como podía ser, cuando más adentro estaba exploté. Fue un orgasmo fantástico, largo, lleno de gritos, suspiros y dulces palabras, que me dejó la impresión de vaciarme del todo… Ella recibió la descarga con aparente normalidad y, con movimientos más pausados, continuó el mismo juego de relamerme y chuparme mientras se tragaba toda la leche. Cuando le pareció que ya estaba se levantó.
Aquella piel tan blanca con toda su desnudez daba un toque irreal a la situación. Parecía iluminar la sala. Estaba esplendía y ella lo sabía. Yo estaba gozando de lo que había ocurrido y de lo que me había hecho. Verla delante de mí observándome expectante hizo entrar mi pene en erección de nuevo. Lo cogió con las manos, de forma suave, y yo la miré como diciéndole no sé si podré pero ella tenía otra idea. De inmediato la soltó, se quitó las bragas, se subió al sillón y se las ingenió para poner su sexo al alcance de mi boca. Yo estaba sorprendido pero muy excitado de tener aquel coño de apariencia tan sabrosa a pocos centímetros. Hice el resto de agarrarla por el culo pero se tiró para atrás gritando que me estuviera quieto. Lo hice y, mientras me lamía la oreja, me dijo que ella era quien mandaba, que yo no debía hacer nada y que le excitaba ser mi puta. Puse los brazos en cruz de nuevo y, sin dilación, ella aplastó su sexo contra mi boca. Estaba mojada por la excitación, mi lengua saboreó de inmediato el gusto indescriptible de un coño excitado y estimulado. Era difícil no poder usar las manos pero entre sus movimientos y mi lengua conseguimos encontrar un ritmo sincronizado. A ratos me paraba y le chupaba el clítoris con furia y le mordisqueaba la vulva. Era un verdadero caníbal manco. No sé cuánto tiempo duró pero empezó a encadenar una serie de suspiros cada vez más agudos que acabaron con un tembloroso orgasmo. Me chafaba el rostro con mucha fuerza, todo él estaba lleno de saliva y fluidos, como el cuello, el torso y sus muslos y, como final inesperado, noté la calidez de la orina en la cara, los labios y la boca. Me la bebí como si fuese el líquido más valioso de la Tierra. Se acomodó en el lado libre del sillón. Estuvimos un rato largo descansando, acariciándonos. Yo jugaba con sus rizos. Ella, con la cabeza apoyada en mi regazo, me acariciaba el torso y el brazo. Me preguntó si tenía condones, le contesté que no y ella me replicó que tampoco. Se levantó de un salto, me miro con displicencia y, mientras se vestía, me dijo que la avisase cuando tuviera. Instantes después había marchado mientras yo todavía estaba en estado de shock por el delicioso, inesperado y sublime intervalo placentero que Marga me había regalado.