Mares de aguas rojas
Una historia de amor con final trágico.
Estoy nervioso, como el primer día que te vi. ¿Recuerdas ese día? Hoy vuelvo a reunirme contigo. Para siempre.
¿Lo tengo todo? ........A ver, la bañera preparada, la navaja de afeitar, tu foto ...... qué guapa estás, el pelo mecido por la brisa del mar, tu piel morena. Te quiero.
El agua me abrasa la piel, demasiado caliente. Te echo tanto de menos.
Cierro los ojos y puedo sentir que la distancia se acorta. El espacio desaparece, me siento flotar en una nube. Sólo este mar de aguas rojas podrá serenarme y llevarme de nuevo junto a ti.
Recuerdo perfectamente el primer día que te vi. Era el comienzo de un nuevo curso académico y había decidido presentarme al examen global de Contabilidad, la única asignatura que me había quedado del curso anterior. A pesar de que ya contaba con los apuntes necesarios, opté por acudir a las clases en previsión de algún cambio en el temario.
La facultad no estaba cerca de mi casa, tardaba casi una hora andando en llegar hasta allí. Tenía que atravesar todo el centro de la ciudad así como recorrer todo el Paseo de la playa de La Concha y salí con el suficiente tiempo como para deleitarme contemplando el mar. A esas horas se podía caminar con gusto, los paseantes mañaneros eran escasos y varias veces me detuve a ver el ir y venir de las olas. Un mar azul, ruidoso, omnipotente.
Desde pequeño tenía la extraña costumbre de imaginar el mar de diferentes colores y hoy le había tocado el turno al rojo. Un inmenso y majestuoso plano rojo se extendía desde mis ojos hasta el lejano horizonte. Esa conjunción de poderes entre el mar y yo me dotaba de una gran sensación de serenidad, la cual desaparecía al menor contratiempo. Aún así, hacer este ejercicio imaginativo se había convertido ya en una superstición.
Entré en el aula con la intención de colocarme en las últimas filas, donde los tímidos mejor nos sentimos, sin riesgo de tener que participar de forma activa en los comentarios del profesor correspondiente. Y allí estabas tú, dos filas por detrás de la última mesa completa de compañeros. Me senté justo detrás; me miraste al pasar y sonreíste por algo que nunca supe, o quizá sí, al igual que yo, te diste cuenta que algo nos hacía entendernos, que éramos el uno una parte del otro. Los dos, tímidos en extremo, nos sentíamos protegidos estando cerca.
El profesor seguía con su exposición de la materia y tú toda loca tomando apuntes, hasta que te perdiste y me pediste ayuda. Pero yo no estaba atento a nada, salvo a tus gestos.
_ Perdona, ¿has copiado lo último que ha dicho?- me preguntaste entre nerviosa y decidida
- No- dije tímidamente, sintiéndome como un tonto que desaprovecha su oportunidad con el rubor en las mejillas.
Entendí lo que pensaste en ese momento, lo vi en tu mueca, en tu mirada. Comprendí ese gesto entre desprecio e indiferencia por alguien que acude a clase pero ni toma apuntes ni está atento y, sobre todo, porque era la gran oportunidad de acercarnos y había quedado en nada. Al terminar la clase, me levanté y me fui sin mirarte, dispuesto a no volver a sentirme ridículo ante ti.
Pero volví al día siguiente y me senté a tu lado, así cada día, ayudándote con lo que ya sabía del curso anterior. Y llegó Febrero y el examen global, me presenté y lo aprobé. Dejé de acudir a clase y perdimos el contacto. Deseaba encontrarme contigo pero no veía la forma sin que se notara mi interés por ti. Así, el azar nos cruzó un Sábado de paseo por las calles de la parte vieja donostiarra y me miraste extrañada. Estabas tan preciosa como siempre, acompañada por un chico, cogidos de la mano. En ese momento quería morirme pero te saludé.
- Hola María, ¿Cómo te va?.
_ ¿Dónde has estado? Hace tiempo que no vienes a clase.
- Me presenté al examen global y lo aprobé.
_ ¿Por qué no me lo dijiste?
Tu novio nos miró con cara de enfado y tiró de ti, apartándote. Mi respuesta se quedó en el aire y la ira me inundó. No entendía qué ocurría. Os observé mientras os alejabais. Él te miraba con cara seria y tú respondías bajando la cabeza, con cara atemorizada.
Esa noche no pegué ojo pensando en lo ocurrido, intentando encontrar una explicación. El lunes iré a verla y le preguntaré.
Allí estabas, sentada en la mesa de siempre, y fui directo hacia ti. Al verme te levantaste y me pediste ir a la cafetería para charlar tranquilos, lo cual me desconcertó.
- María, ¿qué ocurre?... ¿es por lo de ayer con tu novio?
_ Espera, ahora hablamos, cuando estemos solos.
- Pero dime qué pasa- pregunté mientras te detenía sujetando tu brazo.
En ese momento soltaste un grito de dolor que hizo a todo el mundo girarse. Yo asustado por tu reacción. Tú colorada por ser el blanco de las miradas. Y empezaste a llorar, amargamente, abrazándome. Esta situación me tenía completamente descolocado.
- María... María . Intentaba calmar tu llanto mientras acariciaba tu pelo, en espera de una explicación.
_ Jon, tengo que enseñarte algo. Secaste tus lágrimas y me llevaste de la mano a los servicios de chicas. Nadie nos vio entrar juntos, ya estaba todo el mundo en las aulas o en la biblioteca. Entramos en uno de los servicios, cerraste la puerta y te desnudaste de cintura para arriba. Algo se derrumbó en mí. Era rabia, impotencia y deseo de venganza. En tu cuerpo había marcas de golpes y en tu brazo un extenso hematoma.
- Ha sido tu novio, ¿verdad?
_ Sí, es muy celoso. No puede ver que hable con alguien.
- ¿Y esto es sólo por saludarte el Sábado? ¡Joder, lo siento!
_ No, no es culpa tuya. Últimamente está muy nervioso por los preparativos de la boda.
-¿La boda? ¿qué boda?
_Nos vamos a casar este verano, en Agosto.
-¡Estás loca! ¿cómo te vas a casar? ¡eres una cría!
_Por favor Jon, no quiero hablar de eso.
-¿Y tus padres? ¿Qué dicen tus padres?
_Están encantados, y los suyos también.
-Pero .... ¿Saben lo que te ha hecho ese cabrón?
_No puedo decirles nada, tienen mucha ilusión con la boda. Es el hijo del jefe de mi padre y para ellos es la gran oportunidad de ver a su hijita situada en buena posición.
- ¿Por qué no le dejas?¿Le has denunciado?
_ Jon, tengo miedo.
-¿Le amas?- Te pregunté intentando encontrar la respuesta en tus ojos pero evitabas cualquier cruce de miradas.
_ Sí, creo que sí. ...... No, ya no le amo, ahora sólo me queda el miedo. Pero tampoco le odio.
Habías dicho que ya no le amabas. Eso despertó en mí el deseo de sacarte de esa situación, de limpiar tu cuerpo de golpes y llenarlo de amor, de verte sonreír sin miedo, de formar parte en esa historia: en tu historia. En eso momento no podía imaginar hasta qué punto tu vida acabaría siendo también la mía.
Y nos fuimos, dejamos todo y a todos y nos fuimos. Hacía tiempo que en mi cabeza rondaba la idea de marchar al extranjero y te llevé conmigo. Ya han pasado 15 años desde entonces y parece que aún estamos desembalando paquetes. Llegamos agotados, ya de madrugada. Recuerdo tu mirada cómplice al subir las escaleras de nuestro nuevo hogar. Nunca echamos nada en falta, salvo el mar. Y esa noche nos amamos por primera vez. Saliste de la ducha cubierta con una toalla y te miré con deseo. Me sonreíste sin hablar y me señalaste el baño.
_Deberías darte una ducha tú también. Luego dormiremos y mañana empezaremos a prepararlo todo.
-Tienes razón, estoy agotado. Mejor dejamos todos estos trastos y las maletas para mañana.
No habían transcurrido ni cinco minutos desde que el agua caliente me hacía sentirme como en casa cuando entraste en el baño. Pensé que querías coger algo pero corriste la cortina, dejaste caer la toalla y te metiste en la bañera conmigo. No quedaban ya sombras del pasado en tu cuerpo y te vi preciosa otra vez. Nos abrazamos. Nos besamos hasta casi hacernos daño. Era el comienzo de nuestra felicidad. Te separé y te miré con ojos curiosos; te recorrí de arriba a abajo con mis besos, llenándote de amor, tal y como yo mismo me había prometido hacer.
Posé mis labios sobre tus ojos, besé tu pequeña nariz y bajé hasta tus labios. Los rocé suavemente y busqué tu lengua. Nos fundimos en un largo beso mientras acariciaba tus pechos erguidos, desafiantes. Tomé entre mis labios tus erectos pezones y jugué con ellos. Apenas me mirabas; me dejabas hacer. Me arrodillé en la bañera y me sumergí en tu sexo mientras acariciabas mi pelo. Separaste las piernas y saboreé tus labios. Mi lengua jugaba dentro de ti rozando tu interior, un suave y cálido refugio para un te quiero sin voz. Tus tímidos gemidos me embriagaban y el placer de ser libre estremeció tu cuerpo. Te apartaste en un ligero giro de cadera y te diste la vuelta curvando tu espalda lo justo para entender que querías sentirme dentro de otra manera. Habías perdido tu timidez. Entré en ti, lentamente, llevándote al borde de la desesperación. Nuestros cuerpos se acompasaron a un único y frenético ritmo hasta que el placer de ser libres juntos nos sacudió a los dos al mismo tiempo.
Y ahora soy yo quien debe seguirte a ti. Ese cabrón nos ha encontrado y ha acabado contigo, pero no quiero venganza. Aquí ya no pinto nada y todo son recuerdos. Sólo quiero seguir estando contigo... siempre. Hoy comienzo el nuevo camino hacia ti en la bañera donde te amé por primera vez, convertida hoy en un cálido mar. Miro tu foto y me siento feliz, este pequeño mar rojo me lleva a tu lado. Cada vez más rojo, cada vez más cerca, cada vez más sereno. Este mar teñido con cada gota de la sangre que fluye de mis venas ahora abiertas. Y ya nada podrá separarnos, seguiremos juntos eternamente.
Me siento débil y me cuesta pensar.
María, ¿me ves? ¿dónde estás?
Esto se acaba, María, y tengo miedo.
María, no te veo.
¡No te veo!
¡María!
María...