Marcos y yo. Acabamos en una cabaña abandonada

Un pinchazo en una rueda del coche y una cabaña en la carretera serán claves para los sucesos de la historia.

Vuelvo después de un tiempo largo para escribir (al menos) una historia más. Como siempre, espero que os guste, valorad y comentad:).

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Marcos y yo habíamos decidido ir juntos en su coche para ahorrar gasolina hasta casa de Susana, la cual celebraba su cumpleaños en un local a 30 kilómetros de nuestra ciudad. Siempre la hemos apreciado mucho y por eso íbamos…

Marcos fue novio de Susana pero por algo que ninguno de los dos me explicó, lo dejaron. Yo siempre lo había visto con buenos ojos. Jugaba al baloncesto y frecuentaba el gimnasio así que tenía unos brazos y unos abdominales muy definidos que en verano, cuando se ponía solo una camiseta interior blanca ajustada me volvía loco. Mucho.

Yo, había comprado unas mancuernas y me ponía en forma en casa. Después de visitar varios gimnasios, me di cuenta de que había mucho chico buenorro y no podía controlarme y para no ir con tiendas de campaña por ahí, decidí pasarme al método doméstico.

Mientras Marcos conducía y hablaba algo sobre su nuevo campus universitario, yo observaba ese pelo engominado y perfectamente peinado, esos ojos miel, esa barbita de tres días y ese polo que marcaba sus pectorales. Marcos cada vez me apetecía más y me costaba concentrarme en otra cosa que no fuera él.

—…mola mucho, pero lo que te digo, el césped lo podían cuidar mejor…

—Ajá.

—…y la biblioteca es inmensa también, tiene infinidad de libros…

—Ajá.

—Y Godzilla juega al fútbol con Pikachu mientras Chuck Norris rompe ladrillos solo con su mirada.

—Ajá… Espera, ¿qué?

—Y eso demuestra que ni me estabas escuchando… ¿Qué te pasa? Te noto raro…

—Oh, nada… Estoy distraído… Perdón…

—No pasa na…

BUM!

No acabó la frase cuando un fuerte estruendo sonó y Marcos perdió el control del coche para acabar saliendo de la carretera y meterse en un barrizal del que no pudimos salir.

El estruendo resultó ser una rueda pinchada.

—Mierda… ¿y ahora qué?

Nuestros móviles no tenían cobertura o sea que la idea de pedir ayuda era inútil…

Un poco más adelante, vimos lo que parecía una vieja cabaña de leñador abandonada. Marcos sugirió ir allí para buscar ayuda pero a mi parecer, aquello parecía dejado desde hacía tiempo.

Cuando llegamos, Marcos abrió la puerta sin complicaciones y lo único que encontramos allí fue una mesa vieja con cuatro sillas, un colchón y una vieja lámpara de aceite que no tardamos en encender.

—Es tarde, no se ve una mierda y no podemos llamar a nadie… ¿Y si nos quedamos aquí esta noche? —sugirió Marcos.

—Emmm… bueno, como veas….

Marcos fue a buscar unas mantas que tenía en el coche casualmente de cuando fue de acampada semanas atrás.

—Bueno, a descansar un rato, tío.

Sonrió y se quitó aquel polo que llevaba dejando ver ese cuerpo que a mí me volvía loco. Encima, para aumentar mi locura, se quitó los zapatos y los pantalones dejando ver también unas piernas trabajadas. Llevaba unos bóxers blancos muy holgados que no dejaban ver las dimensiones del pequeño Marcos.

No sabía dónde meterme ni qué hacer. Me quedé simplemente mirándolo detenidamente.

— ¿Has visto a un fantasma?

Simplemente suspiré.

Se me acercó y me abrazó.

—Oye, no pasa nada. Sé que dormir aquí no es lo que esperabas pero mañana las cosas mejorarán, ya verás.

Volvió a sonreír. ¿Por qué tenía que sonreír? Me volvía loco. LOCO.

Se puso a mis espaldas y comenzó a darme un masaje.

—Bufff, estás tenso, tío. Deberías liberar tensiones.

Cosas sucias y perversas pasaron en ese momento por mi cabeza.

Añadió que la sudadera que llevaba era un engorro y me incitó a quitármela para que me diera un mejor masaje. Seguía sin reaccionar asique me la quitó él.

No me lo creía. Aquel adonis me estaba quitando mi ropa. Era un palillo pequeñito en comparación con él. Sus brazos eran el doble de musculosos que los míos y en sus abdominales se podía rallar queso mientras que en los míos, el queso lo único que haría sería pudrirse.

Se puso delante de mí.

—Oye, estás muy bien, ¿lo sabías?

—Gra… gracias —tartamudeé.

Y se mordió el labio.

Algo no me cuadraba. En mi cabeza, era un chaval hetero imposible de acceder pero cada vez lo ponía más en duda.

Me acarició el torso con su mano suave y también por mi vientre. Mientras estaba estupefacto observando aquello veía cómo me miraba con una cara muy muy pícara.

— ¿Qué estás haciendo? —dije por acto reflejo.

—Lo siento, ¿te ha molestado? Es que…

—Eres gay.

—Jajajaja, ¿yo? ¡Por favor! ¡Estás hablando con alguien que se ha tirado medio barrio!

Arqueé las cejas.

—Vale, soy gay —confesó.

—O sea, que por eso lo dejaste con Susi.

—Sí… era preciosa pero no me estimulaba… ya sabes… sexualmente… Cuando lo hacíamos no podía remediar pensar en tíos para excitarme…

Por fuera, estaba serio y receptivo. Por dentro, pensaba: DIOS, DIOS, DIOS, DIOS! ESTOY SOÑANDO?! WOW! VEEEEEEEEEEEENGA!

Otro acto reflejo apareció en mí. Me pegué a él y le besé. Noté como su paquete comenzaba a tomar forma.

Me cogió y me empotró contra la pared.

—Dios, te tengo ganas de que te conocí —afirmó Marcos.

— ¿En serio? Mira, algo que tenemos en común.

—Wow, he soñado con esto tanto tiempo…

Flipaba en colores. ¿Estaba pasando de verdad?

Estaba empalmadísimo. Me iba a explotar dentro de los pantalones. Le empujé en dirección al colchón y mientras íbamos a este, nos besábamos y yo me quitaba los pantalones. Me cogió de la cintura y me tiró al colchón mientras él se ponía encima. Me quitó los slips y salió mi polla al aire.

Me miró, sonrió y comenzó a lamerme el glande y a jugar con sus manos en mis huevos. Después poco a poco, comenzó a metérsela en la boca y a follarme con ella.

Yo miré hacia su paquete y vi como debajo de aquel bóxer holgado había un bultazo increíble para ser liberado. Tenía ansias por ver que escondía pero me estaba haciendo una mamada tan épica que lo dejé hacer.

Se la sacó y me la comenzó a menear con su mano izquierda mientras él lamia todo mi torso y mordía mis pezones.

No aguanté más y le obligué a ponerse abajo. Comencé un ritual de lametones y besitos desde el lóbulo de la oreja izquierda pasando por mordisquitos en el cuello hasta lamer todos sus esculturales pectorales y recorrer cada línea de los abdominales trabajados de dios griego que tenía. Entonces, le quité el bóxer.

Una bestia de unos veintiún centímetros apareció. No solo era larga, sino gordita. Lo que decía, una bestia.

—Deseo follarte —susurró.

Eso me puso aún más si era posible.

Me puso aquel monstruo en la entrada del ano y me pensé que el mayor de los dolores iba a llegar. No me equivoqué. Pero duró menos de lo que pensaba.

Poco después, comenzaría a experimentar de los placeres más intensos que he sentido nunca mientras me follaba duramente y mi polla rebotaba entre sus abdominales y los míos lo que le ponía a él también aún más.

Acabe corriéndome. La mayoría de corrida cayó en su cara. Lo que aún le puso más. Sí, querido lector, aún más.

Nos pusimos de pie, y con nuestros cuerpos pegados y con nuestros penes juntos, chocándose entre sí y frotándose, nos besábamos con la mayor pasión que existe.

Después, me tiró de los hombros hacia el suelo para pajearse él solo y acabar corriéndose en mi cara.

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Al día siguiente, no fuimos al cumpleaños de Susana. Deducid que acabamos haciendo.