Marcos y Carlota (4)
Después de unos años, retomamos la historia entre Marcos y Carlota. Espero que os gusta y os excite tanto leerla como a mí escribirla.
Sus manos cubrían mis ojos, moviéndonos de una habitación a otra con torpeza, ya que no saber qué sorpresa me tenía preparada me estaba poniendo nerviosa y eso hacía que mis movimientos fueran algo lentos e inseguros.
Esa sería nuestra última noche de vacaciones y Marcos solo me había dicho que quería darme una sorpresa, pero se había negado a darme ningún detalle más. Habían sido unas vacaciones estupendas, mucha playa, mucha tranquilidad, mucho deporte acuático, mucho sexo.
No sé si solo me pasa a mí o el resto de las personas torpes del mundo se pueden identificar, pero en los deportes acuáticos me favorece esa ingravidez que aporta el mar para tener movimientos más seguros, más certeros. Y para qué os lo voy a negar, a Marcos le pone muchísimo verme con un bikini haciendo deporte, cada vez más bronceada, con la piel dorada por el sol y brillante por la crema, así que nos pasábamos el día aprendiendo a coger olas y tonteando en el agua. Una caricia por aquí, un beso por allá. Vamos, que llevábamos quince días cachondos perdidos. Y cuando llegábamos al apartamento que habíamos alquilado, nos desfogábamos del calentón de todo el día. Siempre hemos funcionado muy bien en la cama, pero en estas vacaciones nos estábamos superando.
Sentí mis piernas chocar contra el pie de la cama y supuse que la sorpresa sería muy sensual. Retiró sus manos de mis ojos y las apoyó en mis caderas, esperando mi reacción. Sobre la cama había una camisa blanca de las que se atan sobre el ombligo, en plan colegiala sexy, y una faldita negra de vuelo que tenía pinta de ser bastante corta.
- Para mi sorpresa de esta noche, necesito que te pongas esta ropita...
No le dejé acabar la frase y me adelanté a decir:
- ¿De barbie cachonda? —solté entre risas.
Ambos rememoramos el día que nos conocimos y la primera vez que él había pronunciado esas palabras, haciéndome enfadar aunque tuviera algo de razón. Lo cierto es que yo ahora ya no me vestía de barbie cachonda y él había dejado de actuar como un chulo perdonavidas, pero a ambos nos gustaba recordarlo.
Vas a estar muy sexy —dijo mientras empezaba a repartir besos por mi cuello y sus manos rodeaban mi cintura.
Sabes que tus deseos son órdenes para mí —le respondí, dándole más
acceso a mi cuello, disfrutando de sus caricias mientras repetía esa otra frase que él utilizaba con frecuencia cuando quería ponerme cachonda.
Con un pequeño mordisco en mi hombro derecho, se apartó de mí y me dio una palmada en el culo. Se desnudó frente a mí, haciendo un baile ridículo que siempre utilizaba para hacerme reír y que me encantaba. Me plantó un beso en los labios y se metió en la ducha canturreando. Aproveché mientras se duchaba para preparar mi ropa interior y unas sandalias de tacón para completar el atuendo que Marcos había preparado para mí. Elegí un bralette de encaje blanco que hacía que se me transparentaran los pezones y un tanga a juego.
Me metí en la ducha antes de que él acabara y me pegué a su cuerpo, aspirando el aroma de su piel mezclado con el gel de ducha que ambos utilizábamos. Sus manos fueron derechas a mis pechos, caricias certeras y excitantes que consiguieron poner mis pezones duros en un par de segundos. Mirándome a los ojos, agarró el gel y vertió una generosa cantidad sobre sus manos. Las frotó entre sí y empezó acariciando mis hombros, bajó por mis brazos lentamente, sus caricias despertando mi piel. Después se centró en mis pechos, haciendo espuma con sus manos y amasándomelos, sopesándolos, pellizcando ligeramente mis pezones, haciendo que un pequeño gemido se escapara de mis labios.
Sus manos bajaron por mi vientre, rodearon mi espalda, bajaron a mi culo, masajeándolo con lentitud. Una de sus manos se dirigió a mi coñito y empezó a hacerme algunas caricias superficiales, mezclando el gel con mis flujos, ya que me tenía cachonda perdida. Su dedo corazón, como si tuviera vida propia, me penetró con familiaridad, buscando mi placer. Mis músculos se contrajeron sintiéndole dentro. Tenía los ojos cerrados, la cabeza caída hacia atrás, mis manos reposando en sus brazos, dejándome hacer. Su dedo salió de mí y sus manos abandonaron mi cuerpo, agarrando la alcachofa de la ducha para ir retirando la espuma que había ido creando con agua tibia. Una de sus manos me sostenía por la cadera mientras la otra dirigía la presión del agua, llegando a mi entrepierna. Con pequeños gestos me indicó que abriera un poco más las piernas y me dejé hacer. Siempre me entregaba por completo a él, sabía que podía hacer conmigo lo que quisiera.
Comenzó a dirigir la presión del agua contra mi coñito, golpeando mi clítoris con el agua y haciendo que me deshiciera de placer.
- Ummmmmmm... Marcos, qué rico... ahora solo me falta tu polla...
No me contestó pero sin dejar de dirigir el chorro de agua hacia mi clítoris metió uno de sus dedos en mi coñito. Mis manos se agarraban a sus hombros para no perder el equilibrio porque me temblaban las rodillas. Metía y sacaba el dedo buscando mi desahogo, sabiendo el ritmo y la presión exacta que necesitaba.
- Marcos, cariño... mmmmmmmmmmmm qué bueno pero... métemela...
Seguía sin contestarme, centrado como estaba en darme placer. Metió un segundo dedo y renuncié a pedir, ya que sabía que si había decidido que me corriera entre sus dedos no iba a cambiar de opinión. Tendría sus razones. Sus dedos cada vez entraban y salían de mí con más velocidad y la presión del agua sobre mi clítoris me estaba volviendo loca. Sentía cómo me acercaba al orgasmo, con fuerza. El metesaca de sus dedos era implacable y mis gemidos resonaban con fuerza. Dirigió su pulgar a mi clítoris al mismo tiempo que seguía ‘atacándome’ con el agua y me hice líquida para él, me corrí gimiendo su nombre y justo en ese momento aprovechó para apartar sus dedos y meterme su polla de un golpe, lo que hizo que encadenara mi orgasmo con otro de inmediato, todo mi cuerpo en tensión. Dejó que me calmara un poco, su polla dura como el acero dentro de mí, sus manos acariciando mis pechos con delicadeza, mi cara, apartándome el pelo, recorriendo mi costado, mis nalgas. Le besé con pasión, decidida a devolverle todo ese placer que me había brindado, pero salió de mí y me dijo que quería reservarse, me guiñó un ojo y salió de la ducha, agarrando su polla de forma relajada para que dejara de palpitar.
- ¡Qué tendrás preparado! —le dije mientras empezaba a esparcir champú por mi pelo. No me contestó pero le escuché reír entre dientes.
Salí de la ducha y me puse crema corporal. Me sentía bastante lánguida después del orgasmo en la ducha, pero Marcos me metió prisa, quería salir cuanto antes, por lo que decidí dejarme el pelo rizado y que se secara al viento. Cuando me puse la falda que Marcos había elegido, constaté que era bastante corta, quedaba por debajo de mis nalgas, destacando mis bronceadas piernas. La camisa era medio transparente y cuando Marcos vio el sujetador que había elegido sonrió como un niño con zapatos nuevos. Me besó, introduciendo su lengua en mi boca, jugando conmigo, presionando su erección contra mi vientre. Agarró mis manos y tiró de mí para que saliéramos de casa, se notaba que no iba a aguantar mucho más si nos quedábamos allí besándonos.
Mientras nos acercábamos al coche, aproveché para apreciar lo guapo que se había puesto. Llevaba una camisa de lino verde y unos vaqueros que le quedaban como un guante. Barba de un par de días y esos ojos color miel que me seguían teniendo hipnotizada. No conseguí que me contara el plan de esa noche, por lo que me dejé llevar sabiendo que sería algo muy placentero para los dos.
Había reservado mesa en un restaurante japonés que me encantaba. Disfrutamos de la cena, que acompañamos de un vino espumoso, nos dimos a probar comida uno al otro y Marcos me sorprendió regalándome un colgante en el que estaban nuestras iniciales entrelazadas. Me lo puse de inmediato sin poder borrar la sonrisa bobalicona que adornaba mi rostro y Marcos sonrió complacido al ver que había acertado.
- Pues yo no te he comprado nada a ti... Como normalmente celebramos
nuestro aniversario desde el día en que nos fuimos a vivir juntos —me justifiqué, sintiéndome algo culpable por no haber tenido ningún detalle con él—…
- Como me lo imaginaba, tengo preparado un regalo que puedes hacerme. Pero eso será luego —me dijo subiendo y bajando sus cejas sugerentemente. Me eché a reír por su forma de querer controlar hasta los regalos que yo le hacía a él. Detrás de esa fachada de tipo duro se encontraba un osito de peluche que me mimaba hasta lo indecente, por lo que se merecía que le consintiera yo a él también de vez en cuando.
Pagamos la cuenta y salimos cogidos de la mano hasta llegar al coche. Cuando empezó a alejarse del centro, en dirección a una de las calas a las que habíamos ido estos días, le pregunté qué pretendía, pero se negó a resolver mis dudas. Aparcó lo más cerca que pudo de la cala, y aún así tuvimos que cambiar nuestro calzado por unos escarpines para poder bajar por las rocas. Marcos cogió una mochila y una nevera portátil, por lo que supuse que llevaría algo de bebida.
Cuando llegamos extendió una toalla gigante, tipo pareo y ambos nos descalzamos. Marcos sacó una botella de champán y un par de copas de cristal de la nevera.
¡Champán! ¿Qué celebramos? —le pregunté, ya que Marcos sabía que el champán era mi perdición.
Que hace 6 años saliste de una discoteca por la puerta equivocada y me volviste loco con tus andares, tu carita de ángel y tus curvas —mientras decía esto, descorchó la botella de champán, empezando a servirnos una a cada uno—. Que esa noche decidiste confiar en mí y aceptaste venir a mi casa a cumplir mis fantasías eróticas. Que un año después aceptaste venirte a vivir conmigo y volviste mi vida del revés —me entregó una de las copas y colocó su mano libre sobre la piel de mi cintura, traspasándome su calor—. Que desde entonces sigues a mi lado, enamorándome con cada beso, cada mirada, cada broma cargada de sarcasmo y, no lo voy a negar, con cada mamada —aunque tenía los ojos empañados con lágrimas de emoción que pugnaban por salir, se me escapó una carcajada—. Quiero darte las gracias por hacer mi vida mejor cada día.
Me besó con fuerza, enredando su lengua con la mía. Cogió mi mano y me llevó hasta la toalla, donde nos sentamos de medio lado, muy juntos. Con languidez, empezó a desabotonar mi camisa. La apartó y yo la saqué por mis brazos, tirándola sin mirar dónde caía.
Marcos acercó su copa a mis labios, dejando caer unas gotas de champán sobre ellos. Separándola unos milímetros más, dejó caer un chorro sobre mi escote, mojando mi piel e impregnando la tela del sujetador. No conforme, volvió a derramar otro chorrito sobre mis pechos, empapando del todo esta vez el sujetador. Bajó su cabeza y empezó a perseguir las gotitas de champán que adornaban mi piel, recogiéndolas una a una. Acercó sus labios a mi pezón, visible a través del encaje y comenzó a succionarlo junto con el líquido que empapaba la tela. La sensación era indescriptiblemente placentera. Bebí un trago de champán y tiré de su cabeza delicadamente para que acercara sus labios a los míos. Le besé y su sabor estaba mezclado con el de la burbujeante bebida. Me sentía embriagada y no era precisamente por el alcohol.
Deshaciendo el beso, me pidió que me quitara la falda. Sin dudarlo ni un segundo, lo hice. Estábamos completamente solos, al ser una cala a la que hay que llegar bajando por unas rocas, no era un lugar al que la gente fuera por la noche. Imagino que eso también debía haber pensado Marcos y por eso la había elegido.
Me pidió que me tumbara y que me dejara hacer. Como si no le dejara siempre hacerme todo lo que le apetecía. Adivinando lo que estaba pensando, me dijo:
- Sí, ya sé que siempre me dejas cumplir mis fantasías… —ambos nos reíamos sin parar, mezcla del momento y del alcohol. Le vi rellenar la copa y acercarse a mi entrepierna. Flexionó ligeramente mis piernas y empezó a volcar el contenido lentamente sobre mi tanga. El líquido traspasó la tela y entró en contacto con mi coñito, que ya estaba receptivo de por sí, pero al sentir las burbujas dejé escapar un gemido de placer que supe que vendría seguido por otros muchos.
Se arrodilló entre mis piernas y empezó a succionar la tela y mi piel igual que había hecho con mis pechos. Si antes me había gustado, ahora me estaba encantando. Entre el orgasmo que me había regalado antes y las atenciones que me estaba prestando ahora, me tenía completamente deshecha. Empecé a sentir su lengua colándose entre mis pliegues, sus dedos apartando la tela, acariciándome también. Mis gemidos se escuchaban amplificados por el silencio de la noche, acompasándose a las olas que rompían en la orilla a escasos metros de donde nos encontrábamos.
Viendo en qué punto me tenía, Marcos se levantó con rapidez y se desnudó con movimientos precisos e impacientes. Estábamos dejando un reguero de ropa a nuestro alrededor.
Volviendo a ponerse entre mis piernas, comenzó a acariciarme el clítoris con su glande. No hace falta decir que con los preliminares que me había dedicado su polla estaba más que apunto. Pero el tanga nos estaba molestando. Así que Marcos, ni corto ni perezoso, dio un par de tirones y rasgó la tela de mi (precioso) tanga blanco de encaje. Una vez libres de impedimentos, apoyó una mano junto a mi hombro para sujetarse y con la otra dirigió su polla a mi entrada. Comenzó a penetrarme lenta pero inexorablemente, abriéndome para él. Nunca dejaría de fascinarme lo bien que encajamos físicamente. Él desnudo por completo, yo con el sujetador y el colgante que me acababa de regalar por única vestimenta.
Empezó a ir más deprisa, sus labios sobre los míos, respirando el uno en la boca del otro, un mordisquito casual de vez en cuando, mis manos situadas sobre su culo, instándole a darme más, más rápido, más fuerte, más, Marcos, más, por favor… Esa era mi retahíla cuando paró sus embestidas. Mi cuerpo gritaba, quería que siguiera, que siguiera buscando nuestros orgasmos, que me llenara de su leche, que continuara dándome placer.
Carlota, ha llegado el momento de que me des tu regalo —me dijo con una sonrisita de medio lado que me encanta.
¡Lo que quieras! —le contesté—, lo que quieras, pero sigue… —como recompensa a una respuesta que le había gustado, movió su cuerpo sobre el mío haciéndome gemir y dejando que se le escapara un gruñidito de satisfacción.
Es fácil… solo tienes que contestarme a una pregunta.
Sí, Marcos, ya sabes que sea lo que sea, la respuesta va a ser que sí.
Su sonrisa iluminaba más que la luna en ese momento. No sé cómo no me di cuenta antes de lo que estaba intentando decirme.
- ¿Quieres casarte conmigo? —soltó de golpe, retándome con la mirada. A ambos nos parecía una gilipollez el matrimonio, por eso no nos lo habíamos planteado nunca hasta ese momento.
Empezó a mover su cuerpo de nuevo, follándome con fuerza, hasta el fondo, uniendo nuestros cuerpos hasta que éramos prácticamente uno. Tenía clara mi respuesta.
Mmmmm… sí… sí… claro que sí —acompañé cada una de sus embestidas con una respuesta afirmativa—, sí, sí, sí, sí, sí, sí, ¡sí!
¡¿Sí?! —preguntó sin bajar el ritmo—, joder, Carlota, eres una diosa… aaaahhhhh… sí, vuelve a hacerlo, vuelve a apretarme dentro de ti… mmmmmmmmmmm…
Jadeábamos escandalosamente, sus manos rodeaban mi cara, se agarraban a mis caderas, anclándome a él, sus labios me besaban, me mordían, me exigían que diera todo y se lo daba, acompañando sus movimientos, apretando mis músculos internos para darle el mayor placer posible. Sudábamos champán y la humedad del mar se apreciaba en nuestra piel. Su polla me taladraba a una velocidad imposible y no podíamos dejar de gemir en la boca del otro. Cada músculo de nuestros cuerpos estaba en tensión, esperando la liberación que estaba tan cercana. Quería esperarle pero no podía aguantar más, así que le advertí que me iba a correr y susurró que él también, que no podía parar, que quería llenarme de su leche porque era una diosa, su diosa, y… no aguantó más y se corrió abundantemente dentro de mí mientras mis músculos sentían los espasmos del orgasmo y eso y sus palabras me hicieron subir al cielo. Sus gemidos de placer eran música para mí.
Se dejó caer hacia un lado, llevándome con él y acoplándome con su cuerpo, colocando su brazo bajo mi cabeza para que estuviera más cómoda. Nos quedamos uno frente al otro, abrazados, nuestra piel pegada por el sudor, la humedad y el champán. No podía dejar de sonreír. Él tampoco. Sus dedos no podían dejar de acariciarme y yo tampoco podía apartar mis manos de su cuerpo. Había sido una experiencia irrepetible.
Cuando me recuperé lo suficiente como para poder hablar le dije:
¿No podías habérmelo pedido en el restaurante como hacen los novios normales? —le recriminé en broma y se echó a reír, negando con la cabeza—. Claro que no, ¿desde cuando hemos hecho tú y yo algo como personas normales?
Quería recrear esa primera noche. Aunque he sustituido el parking por esta calita, espero que no te importe que me haya tomado esa licencia poética.
¿Que si me ha importado que me prepares la cita más romántica y sensual de la historia?
Le besé sin poder dejar de sonreír y nos quedamos allí un rato tumbados, haciendo manitas, acariciándonos lentamente. Una ligera brisa comenzó a hacernos sentir incómodos con la temperatura, por lo que nos vestimos (yo sin tanga, ya que estaba completamente roto) y subimos por las rocas hasta el coche.
La mezcla entre el cansancio físico y el emocional nos hizo ir en silencio el camino de vuelta. Nos desnudamos y nos metimos en la cama todavía acariciándonos. Me di cuenta que no quería dejar de tocarle, de sentirle.
¡Já! Me acabo de dar cuenta de que vas a ser mío… ¡para siempre! —le dije, subiendo y bajando las cejas como un villano de película.
¡Já! Y tú vas a ser mía, preciosa… esa era la intención.
Vamos a dormir ya, futuro maridito, estoy agotada.
Sí, yo también, futura esposa. Por cierto, Carlota… ¿qué te parece si nos casamos dentro de un mes?
Para ser sincera, al principio pensaba que estaba bromeando. Pero al día siguiente en el viaje de vuelta a Madrid me explicó que lo decía totalmente en serio. Si a ninguno de los dos nos apetecía hacer la típica ceremonia ñoña seguida del previsible cocktail en el jardín y la aburrida cena en mesas redondas de diez personas, no teníamos por qué hacer tantos preparativos. Solo necesitábamos reunir a nuestras familias, los amigos más allegados y conseguir un juzgado o ayuntamiento que nos casara con tan poca anticipación. Una ceremonia íntima y una comida o cena con los más cercanos, algo sencillo.
Así que aquí estoy un mes y dos días después. En la parte de atrás de la limusina que hemos alquilado para ‘el día especial’, con el vestido largo y blanco arremolinado en torno a mis caderas sentada a horcajadas sobre Marcos y disfrutando de un orgasmo que no sé cómo voy a disimular cuando lleguemos ante nuestros invitados.
Pero eso pertenece a otro relato que ya os contaré más adelante.
Como siempre, espero vuestros comentarios y sugerencias.
Muchas gracias por leerme.