Marcos y Carlota (3)

Ésa era mi oportunidad de tomar el control. ¿Qué debía hacer? Me debatía entre despertarle chupándole la polla o meterme su polla y cabalgarle para darle los buenos días. ¡Difícil decisión! Decidí empezar chupándosela y luego ya veríamos que pasaba después

TERCERA PARTE

Ésa era mi oportunidad de tomar el control. ¿Qué debía hacer? Me debatía entre despertarle chupándole la polla o meterme su polla y cabalgarle para darle los buenos días. ¡Difícil decisión! Decidí empezar chupándosela y luego ya veríamos que pasaba después…

Intenté zafarme de su abrazo para llevar a cabo mi plan pero me tenía agarrada con demasiada fuerza, ¡incluso dormido necesitaba llevar el control! Resoplé y me removí, pero con mis movimientos sólo conseguí que se abrazara más fuerte a mi cuerpo. Al darme cuenta de que no podría escapar de la cárcel de sus brazos, la situación empezó a parecerme bastante graciosa y sonreí. Una pequeña carcajada se me escapó, seguida de otra que intenté suprimir, y como siempre me pasa en esas situaciones en las que tienes que estar en silencio, empecé a reírme a carcajadas sin poder parar, aunque intenté ser lo más silenciosa que pude. Las carcajadas hacían que mi cuerpo se estremeciera y creo que eso fue lo que le despertó.

Se desperezó sin soltar mi cuerpo, aspiró el olor de mi pelo, inclinó su cabeza ligeramente y me dio un besito de buenos días en el cuello. Sus manos se dirigieron sin dilación a mis pezones, que ya estaban erectos, y con languidez se puso a pellizcarlos ligeramente, a acariciar mis pechos, parecía que quería memorizarlos. Mis pezones no podían ponerse más duros y sentí cómo su polla pegaba un pequeño saltito cuando acomodó su cuerpo para que pudiera sentirla contra mi culito. Era una sensación muy placentera, pero intenté zafarme, ya que mis planes eran otros. Aunque ya estuviera despierto, quería llevarlos a cabo igualmente. Me mantenía inmóvil con sus brazos y yo no estaba segura de si se daba cuenta de que quería moverme, así que le dije:

  • Necesito que me dejes salir –seguí moviéndome, intentando alejar mi cuerpo del suyo para tener espacio y poder maniobrar, pero ignoró mis palabras y continuó acariciando mi cuerpo, que parecía querer ignorarme también, porque respondía a sus caricias como si tuviera vida propia.

Había acercado sus labios a mi cuello y lo estaba recorriendo con besos y mordisquitos que estaban consiguiendo que olvidara mi propósito… subía y bajaba por mi cuello sin descanso, sus manos ya tenían a su completa disposición mis pechos y su polla no podía ponerse más dura contra mi culito. Para mí, era cada vez más difícil pensar. Quería dejarme llevar, disfrutar de sus caricias y sus besos y ¡ay! De ese mordisquito que me acababa de dar en el lóbulo de la oreja como si hubiese adivinado que era uno de mis puntos débiles…

Una de sus manos bajó por mi estómago con unas intenciones bastante claras. En ese momento, por primera vez desde que le había conocido, me fijé en sus manos. Era raro que no me hubiera fijado antes, porque es una de las primeras cosas en las que me fijo en un hombre, pero imagino que los acontecimientos me habían distraído… Tenía unas manos muy sexys, grandes, con dedos largos y uñas cortas, algo ásperas de una forma extrañamente agradable, y muy habilidosas. Eso había quedado claro por la noche en la ducha. Muuuuuy claro.

Mientras yo divagaba, su mano había encontrado su objetivo y había empezado unas caricias suaves sobre mi clítoris que aumentaban de velocidad lentamente. Colocó uno de sus dedos en la entrada de mi agujerito y empezó a darme ligeros golpecitos para comprobar si estaba mojadita. Creo que no hace falta deciros que lo estaba, ¡vaya si lo estaba! Me tenía completamente doblegada, hacía lo que quería con mi cuerpo. Me rendí ante sus caricias, eché mi cabeza para atrás y la apoyé en su hombro, dejándole hacer, ladeando un poco mi cuerpo para que pudiera acariciarme a su antojo y abriendo ligeramente las piernas para disfrutar de lo que sus dedos me estaban haciendo.

Siguió acariciando mi coñito por fuera, haciéndome gemir mientras sus labios no se separaban de mi cuello. No había dicho ni una palabra, ni una sola desde que se había despertado, pero no hacía falta. Estaba acostumbrado a salirse con la suya, eso estaba claro. Lo que yo ya no tenía tan claro es si lo que yo había planeado habría sido mejor, porque estaba disfrutando enormemente de sus caricias.

Con un movimiento rápido, giró nuestros cuerpos, sin separarlos ni un segundo, colocándome boca abajo mientras él aplastaba mi cuerpo con el suyo contra el colchón. Apoyó sus manos a ambos lados de mi cuerpo y elevó ligeramente su cuerpo. Ahora seguía cubriendo todo mi cuerpo, pero yo ya no tenía que soportar su peso.

Giré mi cara y le miré. Estaba resplandeciente, sus ojos miraban con anhelo en dirección a mi culo, sus músculos estaban en tensión y sentía su polla acomodada entre los cachetes de mi culo. Bajó su cuerpo, apoyándose ahora solamente sobre uno de sus codos. No entendía el por qué de este cambio hasta que sentí cómo su mano me levantaba ligeramente agarrándose a mi cadera, que yo elevé para ayudarle, y situaba su polla a la entrada de mi coñito. Me metió la puntita y volvió a apoyarse sobre sus dos brazos. Al estar en esa posición, con mis piernas casi cerradas del todo, podía sentirle mucho más. Quería que me la metiera hasta el fondo, que me dejara sentirle dentro de mí. Pero no se movió. Meneé mi culito un par de veces para hacerle ver lo que quería, ya que si él no iba a hablar, yo tampoco quería hacerlo. Escuché como se le escapaba una risita entre dientes y volví a mover mi culito para que quedara aún más claro mientras una sonrisa aparecía en mi rostro. Era consciente de que él no podía ver esa sonrisa, pero parecía que la notaba, porque se inclinó un poco más sobre mi cuerpo mientras deslizó su polla hasta lo más profundo de mi ser, llenándome completamente. Dejé salir el aire que, sin darme cuenta, había estado conteniendo, y él se quedó inmóvil, dejando que ambos nos acostumbrásemos a la sensación de tener su polla enterrada en mi cuerpo. Era una sensación indescriptible, maravillosa, sentía que su polla me llenaba de una forma absoluta.

Entrelazó sus dedos con los míos, apretó sus piernas contra las mías y empezó a hacer un movimiento de vaivén con el que creí que me volvería absolutamente loca. Sentía cada milímetro de su polla dentro de mi cuerpo y cuando la tenía completamente dentro de mí, podía sentir sus huevos chocando con mi culo. La metía y la sacaba a un ritmo constante, de pronto paraba, la sacaba casi del todo y de una estocada me la volvía a meter entera.

En esa posición, yo no podía moverme. Así que estaba allí tumbada, recibiendo sus embestidas y concentrándome en disfrutar. Bajo mi cuerpo, las sábanas, de seda negra, acariciaban mis pechos. Tenía los pezones muy sensibles por los pellizquitos que me había estado dando antes, así que con el movimiento de su cuerpo sobre el mío, conseguía que las sábanas rozaran mis pechos, haciendo que las sensaciones se amplificaran.

Empezó a aumentar el ritmo, todo su cuerpo estaba en tensión, sus manos estaban entrelazadas con las mías y vi que tenía los nudillos blancos por la fuerza con la que se agarraba a mí, como si yo le estuviera anclando a la cama y no quisiera dejarme ir. Ahora sus embestidas eran más violentas, sin miramientos, sin delicadeza, buscando un desahogo que los dos necesitábamos. Yo llevaba un rato gimiendo y no estaba segura de si había gritado en algún momento, así que mordí la almohada para que mis gritos no escandalizaran a sus vecinos.

  • ¿Dónde? –me preguntó entre jadeos, y no hizo falta que elaborase más su pregunta, ya que le entendí perfectamente.

  • Dentro –le contesté, mi voz sonaba ahogada por la posición en la que me encontraba y porque seguía mordiendo la almohada. Por un momento su cuerpo ralentizó el ritmo y noté la tensión en sus músculos, así que me expliqué- Tomo la píldora –y ésas fueran las únicas palabras que intercambiamos.

Volvió a acelerar el ritmo, ahora ya con un propósito determinado. Yo estaba a punto de correrme, me encontraba al borde del precipicio, casi no podía esperar, sentía cómo el orgasmo crecía en mi interior, buscando la salida. Pero quería esperarle, quería correrme al sentir su leche dentro de mí. Todo mi cuerpo esperaba con tensión, creo que gritaba, gemía, jadeaba, pero no era consciente de nada de todo eso. De lo único que era consciente era de sus movimientos, de su polla, increíblemente dura, empalándome sin piedad, de su pecho apretado contra mi espalda, de sus huevos golpeando, cada vez más frecuentemente, mi culo… hasta que por fin empezó a correrse dentro de mi coñito y yo me dejé llevar, dejé que mi orgasmo explotara, recorriera todo mi cuerpo. Marcos, al sentirlo, dejó escapar un gruñido de satisfacción.

Nos quedamos unos minutos (o eso creo, no había forma de controlar el tiempo que pasaba) en la misma posición, su cuerpo aplastando al mío, pero no me importaba, me gustaba sentir su peso sobre mí, su pecho subiendo y bajando mientras su respiración se ralentizaba, sus labios rozaban mi oreja, sus manos seguían entrelazadas con las mías. Sentí cómo su polla perdía su dureza dentro de mi cuerpo y esa pareció ser la clave para que empezáramos a movernos.

Marcos rodó hacia el otro lado de la cama, llevándome consigo, colocándome encima de su cuerpo, y al movernos su polla salió de mi coñito. Con mis dedos entre los suyos, acariciaba muy ligeramente mi piel, de una forma superficial, casi sin rozarme. Estaba muy relajada, sintiendo sus caricias, cuando me mordió en el hombro.

  • ¡Aaaay! –Me quejé, y sí, reconozco que exageré un poco-. ¡Qué daño!

  • Vamos, levanta, perezosa, y no seas quejica, que no te he mordido tan fuerte… -me respondió.

Me dejé caer sobre la cama, boca abajo, y le miré con una mirada seria.

  • Por cierto, tenemos que discutir una cosita, porque anoche dijiste algo que me pareció fatal. Dijiste que llevaba ‘ropita de barbie cachonda’ –al decírselo, recordé que me había sentado muy mal y quería aclarárselo- y yo no llevo ropa de barbie cachonda, yo…

  • Para empezar, no llevas ropa –me interrumpió, con una sonrisa de oreja a oreja-. Y anoche ibas vestida de barbie cachonda. ¿O me vas a decir que no estabas cachonda?

  • No le des la vuelta a lo que digo –empecé a quejarme-, deberías aprender a tratar a una mujer, porque no deberías…

  • ¿No te gusta cómo te trato? Lo disimulas muy bien… –Me interrumpió de nuevo, esta vez riéndose sin tapujos.

  • Sabes que no he dicho eso, ¡ya lo estás haciendo otra vez! –Me desesperé porque sentía que la situación se me iba de las manos. Quería controlar esta conversación y él otra vez estaba tergiversando mis palabras.

  • ¿El qué?

Se sentó con la espalda apoyada en el cabecero de la cama y miraba mi cuerpo con lujuria. Yo sabía que lo hacía para distraerme, pero esta vez no iba a dejarle que se saliera con la suya.

  • Tergiversas mis palabras.

No me contestó. Simplemente, siguió mirándome, comiéndome con la mirada. Me quedé esperando a que rebatiera mi acusación, pero no dijo nada. Enarqué mis cejas para indicarle que estaba esperando, pero no sirvió de nada.

  • ¡Marcos! –le dije.

  • Carlota… –me contestó.

  • ¿¿Por qué no me contestas?? –le pregunté. Intenté ponerme seria, pero era imposible mirarle allí sentado, tan relajado, sonriendo y hablarle de forma más seria. Intenté al menos no reírme con él, para que tuviera que tomarme en serio.

  • Porque tienes razón –contestó, algo más serio-. Sí, es cierto, lo admito. Tergiverso tus palabras.

  • Pero… ¿por qué? –le dije. Y ahora sí que no pude evitar reírme-. ¡Es desesperante!

Se tumbó junto a mí, me besó muy despacio y, justo cuando ya pensé que nunca tendría respuesta a mi pregunta, me dijo:

  • Te pones muy guapa cuando te desesperas…

Dijo eso y no me dejó quedarme en la cama, recreándome con sus palabras, porque me tranquilizaba que fuera por eso, sino que se levantó y me arrastró con él. Buscó en un cajón y me dio una camiseta y unos calzoncillos suyos para que pudiera ponerme, cogió unos bóxer para él y me condujo hasta la cocina. Mientras íbamos hacia allí, pude contemplar lo bien que le quedaban esos calzoncillos. Muy muy bien. No pude resistirme y le di un pellizquito. Se volvió asombrado, empezó a reírse y me dio un beso en los labios.

  • Vamos, no intentes hechizarme otra vez como antes, ¡estoy que me muero de hambre! –dijo, dándome una palmadita en el culo para que entrase a la cocina yo primero.

  • ¿Hechizarte? –Solté una carcajada- ¡Pero si has sido tú el que me ha atacado! Jaja

  • Ah, ¿sí? –Me respondió- ¿Y qué estabas haciendo mientras pensabas que yo seguía dormido?

Me ruboricé, porque pensaba que no se había dado cuenta de lo que había estado planeando. Me había hecho pensar que seguía dormido…

  • Ya lo discutiremos en la cama, anda… ¿cómo tomas el café?

Me dejó un poco alucinada su (excesiva) confianza. ¿Cómo que “lo discutiremos en la cama”? Iba a responderle, algo enfadada, pero no me dejó hablar. Me dijo:

  • Carlota, el café. ¿Cómo? –Me miraba con las cejas enarcadas, esperando mi respuesta. Suspiré y le contesté.

  • Caliente, con leche y mucho azúcar. No sé si luego querré irme a la cama contigo, así que mejor lo discutimos ahora.

Él trasteaba por la cocina, preparando los cafés. Sin girarse, me preguntó:

  • ¿Dulce o salado?

  • ¿Qué?

  • Que si prefieres comer algo dulce o salado –me repitió pacientemente.

  • Dulce, ¿por qué?

Se echó a reír.

  • ¡Porque tendremos que coger fuerzas! Con un café sólo, no me vas a rendir, preciosa…

Eso me enfadó de verdad.

  • ¡Eres un gilipollas! –le solté. No sabía que más decirle, estaba tan enfadada que no podía ni insultarle.

  • Y dale con lo de gilipollas… -murmuró entre dientes, sonriendo. Se puso frente a mí, me cogió por las muñecas y se agachó un poco para que estuviéramos a la misma altura y poder mirarme a los ojos-. Sí, Carlota, quiero volver a acostarme contigo. ¿Es eso tan malo?

La verdad es que dicho así… no me parecía tan prepotente. Mi enfado se disipó casi por completo, pero entonces arrugué el entrecejo y le dije:

  • ¿Me vas a dejar que YO te haga cosas a TI? –le pregunté muy enérgica.

Empezó a reírse, me dio un beso en la frente, soltó mis muñecas y volvió a centrarse en preparar el desayuno mientras me decía:

  • Pórtate bien y luego vemos…

Decidí dejarlo pasar, porque estaba claro que disfrutaba cabreándome. Me senté en un taburete y le observé mientras preparaba el café y sacaba un montón de comida, bizcochos, galletas, cereales y bollos. Hizo unas tostadas y empezó a untarlas con mantequilla y mermelada.

  • Deja una sin mantequilla para mí, ¿vale? –le pedí.

Levantó la mirada y me miró a los ojos, como sorprendido, medio riéndose.

  • Ya te dije ayer que tus deseos eran órdenes para mí…

Me ruboricé al recordar que esa frase me la había dicho cuando le pedí, le supliqué, que me metiera la polla en el parking de la discoteca en la que habíamos estado.

Puso un plato en el centro con la comida, me puso mi café frente a mí y él, llevando su café en las manos, se sentó a mi lado. Empezamos a comer y me di cuenta de que me hacía falta, que necesitaba reponer fuerzas. Comimos en silencio, concentrándonos en el desayuno, pero mirándonos de reojo de vez en cuando. Terminé antes que él, que parecía no tener fondo y no poder parar de comer, y me dediqué a observarle, la forma de sus cejas, la forma en que se contraían sus músculos cuando se movía, el pequeño rizo que se le había formado detrás de la oreja… Al sentir mi mirada, sus gestos se hicieron algo más forzados. Parecía que mi mirada le estaba poniendo nervioso. Y eso me gustó.

Pasé mi dedo índice por ese rizo de su nuca y se estremeció ligeramente, pero no dijo nada. Acaricié suavemente la piel de su nuca con mis uñas y ahora sí que reaccionó. Encogió de forma casi imperceptible los hombros y cerró los ojos mientras una sonrisilla le iluminaba el rostro. Continué acariciando la piel de su nuca con mis uñas mientras él se concentraba en terminarse el café. Su piel estaba erizada y decidí continuar poniéndole nervioso. Acerqué mi taburete al suyo y con la otra mano empecé a acariciarle el bíceps. En un gesto reflejo, flexionó el bíceps para que yo notara su músculo.

  • Qué presumido… -murmuré, acercando mis labios a su oreja y soplando delicadamente sobre su cuello. Sacando la puntita de mi lengua, la pasé, casi sin rozarle, por el lóbulo de su oreja, y seguí bajando por su cuello. Ahora ya sonreía sin tapujos y ladeó su cabeza para que tuviera un mejor acceso a la piel de su cuello.

Al verme con vía libre, decidí aprovechar y continué mis besos por su cuello mientras mis manos exploraban ahora su torso y su estómago. Tenía los abdominales ligeramente marcados, perfectos, como a mí me gustan, definidos pero no excesivos. Cuando le acaricié el estómago, noté que lo contraía y que hacía una mueca que no supe interpretar. Volví a acariciárselo y esta vez sujetó rápidamente mi mano, girándose en el taburete para mirarme.

  • Cosquillas, no, guapa… -dijo, intentando controlar la risa.

Así que tenía un punto débil… Le miré fingiendo inocencia mientras liberaba, de forma sutil, mi mano de la suya. Cogí mi taza para llevarla al fregadero mientras él terminaba de beberse su café y al volver me situé detrás de él, pasé mis manos por debajo de sus brazos, como si fuera a abrazarle, y empecé a hacerle cosquillas por su estómago. Se le escapó una carcajada e intentó sujetarme las manos, pero yo fui más rápida y continué con mis cosquillas. Se revolvía intentando escaparse de mis manos, pero al estar yo detrás de él y con mis brazos bajo los suyos, no tenía tanta libertad de movimientos. Ya que estaba puesta, decidí vengarme, agaché mi cabeza y le di un mordisco en el hombro. Aprovechó que había aflojado la presión de mis brazos para escaparse de mis caricias, girar el taburete, agarrar mi brazo derecho a la altura de la muñeca, hacerme dar un medio giro y sentarme encima de él. Yo tenía los brazos cruzados a la altura de mi cintura, sus manos sujetando mis muñecas, mi espalda pegada a su pecho.

  • Y ahora, ¿qué? ¿Qué debería hacer contigo? Ahora no puedes escaparte…

Lo intenté y era verdad, no podía. Me tenía muy sujeta, sin hacerme daño, ni apretarme, pero me mantenía inmovilizada con firmeza.

  • Estás obsesionado con el control, ¿lo sabías? –le dije. Obviamente no fue la estrategia adecuada, porque sujetó mis muñecas con una sola mano y con la otra empezó a hacerme cosquillas. ¡Mi plan se había vuelto contra mí!

  • Vale… jajaja… Espera, por favor… Hagamos un trato –le ofrecí. No me contestó, simplemente soltó una carcajada. Sabía que estaba en una posición de fuerza y que no necesitaba negociar conmigo-. Vaaaale, está bien, ya no te haré más cosquillas. Lo prometo. Jajaja por favor, paraaa… Vale, por favoooor… ¿qué quieres a cambio?

Ésas parecieron ser las palabras mágicas, porque dejó de hacerme cosquillas. Se quedó pensativo unos segundos y me dijo:

  • Quiero que quedes conmigo. Que salgamos a cenar. Que te pongas espectacular. Que te vistas de barbie cachonda, pero esta vez sólo para mí…

Era lo último que me esperaba escuchar de sus labios en esa situación, pero me pareció tierno que me lo pidiera. Sin necesidad de contestarle, giré mi cuerpo y él soltó mis muñecas para darme libertad de movimientos. Sin retirar mi mirada de la suya, y todavía situada entre sus piernas, acerqué mis labios a los suyos y saqué la puntita de mi lengua para pasarla por su labio superior. Sus manos acariciaban la parte superior de mis muslos, rozando con sus dedos los labios superiores de mi coñito, haciendo que la caricia resultara increíblemente sensual. Me estiré como una gatita entre sus brazos, disfrutando de sus caricias, le cogí una de sus manos y tiré de él para que me siguiera. Enarcó una de sus cejas, pero accedió a levantarse y me siguió por ese pasillo que ya me resultaba extrañamente familiar. Entré en la sala de estar y me dirigí hasta el sofá. Marcos puso sus manos alrededor de mi cintura y me detuvo, imagino que tendría otros planes para mí, pero no le dejé hablar. Puse mi dedo índice sobre sus labios, negando con la cabeza. Ladeé ligeramente mi cabeza y le lancé una sonrisa algo dudosa. Le empujé con delicadeza hacia el sofá negro de cuero y finalmente cedió y se sentó en él, con una sonrisa. Me invadió una sensación de déjàvu y recordé lo que había empezado en ese sillón la noche anterior. Un escalofrío de anticipación recorrió todo mi cuerpo.

Con un movimiento fluido, me quité su camiseta y se la lancé. Su mirada volvió a tornarse calculadora y cogió la camiseta, jugando con ella entre sus manos mientras me miraba.

  • Ven –me dijo.

Negué con la cabeza, pasando mis manos por mis pechos, haciendo que mis pezones respondieran rápidamente a las caricias. Subí mi pie derecho hasta su rodilla, equilibrando mi cuerpo, acercándome a él sin dejar de tocarme. Fui subiendo mi pie por su muslo hasta que llegué a mi objetivo, que parecía que ya estaba en pie de guerra. Pasé mi pie por encima de su bóxer, acariciando su polla, ejerciendo una ligera presión, comprobando su dureza. Ya estaba listo para mí. Le sonreí apreciativamente. Retiré mi pie y cuando fui a girar mi pierna para volver a apoyarla en el suelo, agarró mi tobillo y se deslizó sobre el sofá hasta estar sentado sobre el borde. En esa posición, su cabeza quedaba a la altura de mi estómago. Me dio un mordisquito en el estómago y continuó recorriéndolo, besándolo, lamiéndolo… Empecé a reírme y le acaricié el pelo. Él liberó mi pierna, que yo bajé al suelo para acercarme aún más a él. Con suaves tirones de pelo, intenté separarle de mi piel, pero no me lo permitió. La mano que le quedaba libre la utilizó para ir dando tirones a su propio calzoncillo, que cubría mi piel, intentando conseguir que me quedase completamente desnuda. Al no ajustarse a mi cuerpo, no le resultó difícil que el calzoncillo se deslizase por mis piernas y quedase abandonado sobre mis pies. Levanté mis piernas, una tras otra, para dejarlo en el suelo y que no me molestase en lo que tenía pensado hacer a continuación.

Apoyé mis manos en su pecho y le obligué (aunque debo admitir que me dejó hacer, ya que si él no hubiera querido, yo no habría podido moverle ni un centímetro) a recostarse en el sofá. Durante unos segundos, me dediqué simplemente a admirar su cuerpo. Su estómago, duro y suave a la vez. Sus brazos fuertes y esas manos que sabían volverme loca. Sus piernas musculosas. Y, por fin, esa parte de su anatomía que había hecho que perdiera la cabeza.

Incliné mi cuerpo hacia delante, con las piernas estiradas, acercando mis pechos a su boca, pero sin dárselos directamente. Mientras sus ojos y sus manos se dirigían a esa zona de mi anatomía, mis manos acariciaban su polla por encima de la tela de su bóxer. Sus labios atraparon uno de mis pezones, jugando con su lengua sobre mi piel. Deslicé su bóxer hacia abajo para liberar su polla, que agarré con mis manos y empecé a recorrer con mis dedos, acariciándole, haciendo que se pusiera aún más dura entre mis manos.

Marcos había agarrado uno de mis pezones con los labios y el otro con los dedos, y no parecía querer soltarlos. Cuando solté su polla y utilicé mis manos para empujarle contra el respaldo, me miró con cara de pocos amigos pero me dejó hacer. Me coloqué sobre él, mis rodillas a ambos lados de sus muslos, mis pechos a la altura de cara. Cogí su polla y la coloqué a la altura de mi clítoris, acariciándome con ella, masturbándome para él con su propia polla. Me miraba con los labios entre abiertos y las manos apoyadas en mi cadera. Ejercía presión sobre mi cadera para que bajara mi cuerpo, para que le dejara que me penetrase. Yo, sin hacerle caso, seguía acariciando mi clítoris con su glande, disfrutando enormemente de esa caricia inesperada. Su polla estaba increíblemente dura, el líquido preseminal había lubricado su glande y mis caricias estaban haciendo que Marcos quisiera metérmela sin dilación.

  • Ya puedes, cariño… -le susurré, y eso fue todo lo que hizo falta. Soltó una de sus manos de mi cadera, agarró su polla y la colocó entre mis labios mayores. Me miró a los ojos con una mirada de determinación que hizo que me estremeciera de anticipación, puso sus labios alrededor de uno de mis pezones y empezó a succionar. Su polla estaba quieta, firmemente sujeta por su mano. Moví mi cintura para que empezara a metérmela, la quería dentro de mí, pero no me hizo caso.

De pronto, me dio un mordisquito en el pezón. No fue un mordisco fuerte, no me hizo daño realmente, fue más la sorpresa lo que hizo que contrajera mis músculos del ‘susto’. Y justo en ese momento, deslizó su polla dentro de mí, haciendo que la sintiera muchísimo más al tener todos los músculos en tensión. Arqueé la espalda disfrutando de esa sensación de plenitud mientras él se quedaba quieto dentro de mí y su boca seguía acariciando mis pechos. Ahora los había juntado con sus manos y alternaba sus atenciones de un pezón al otro. Su polla seguía dura, caliente, palpitante dentro de mí.

Sus manos abandonaron mis pechos (pero no su boca) y se dirigieron a mis caderas. Me agarró con firmeza, con la clara intención de controlar el ritmo al que iba a moverme, pero no le dejé. Agarré sus manos con las mías y las coloqué sobre mi culito.

  • Sé un buen chico y deja que te cabalgue…

Sin añadir más, empecé a moverme. Subía y bajaba por su polla como si la vida me fuera en ello. Lo hacía despacio, deprisa, despacio otra vez. Contraía los músculos para hacer que lo sintiera muchísimo más, ambos lo sentíamos muchísimo más intenso de esa forma. Yo estaba totalmente concentrada en él, en lo que debía estar sintiendo. Quería que disfrutara, quería devolverle todo el placer que él me había dado a mí. Mis pechos botaban frente a su cara y yo se los acercaba de vez en cuando, pasaba mis pezones por sus labios y él intentaba cogerlos, sacaba la lengua, los lamía cuando pasaban. Sus ojos recorrían mi cuerpo sin parar y con satisfacción me di cuenta de que, por fin, había cedido el control. Se estaba centrando simplemente en disfrutar, en dejarme hacer con él lo que quisiera.

Y yo ahora quería una cosa: quería que disfrutara más que nunca. Subía y bajaba mi cuerpo, me contoneaba para él, hacía círculos lentos con mi cadera, le tenía a punto, a punto de correrse, a punto de llegar al orgasmo. Su cara me lo decía, su mirada, sus gestos, sus jadeos de placer. En ese momento, decidió volver a tomar el control. Sus manos agarraron posesivamente mis caderas y empezaron a dictarme el ritmo. Yo seguía cabalgándole, pero ahora el ritmo lo decidía él. Impuso un ritmo de locura, muy rápido, con movimientos fuertes y precisos. Su respiración era errática, sus jadeos eran cada vez más escandalosos. Había unos gemidos que le acompañaban y en ese momento me di cuenta de que salían de mis labios. Había estado tan concentrada en proporcionarle placer que no me había dado cuenta de lo excitada que yo estaba.

Sentí que su control empezaba a flaquear porque el orgasmo le llegaba y continué cabalgándole al mismo ritmo de locura que él había establecido. Sentí cómo se corría en mi interior, cómo su leche caliente me llenaba, me quemaba, me llevaba al borde del orgasmo. Y me dejé llevar, dejé que el placer recorriera cada centímetro de mi cuerpo, que me sacudiera, que dejara completamente agotada.

Me quedé exhausta sobre su cuerpo, mi pecho apoyado contra el suyo. Sus manos acariciaban mi espalda, haciendo dibujos sobre mi piel con sus dedos. Su cuello quedaba a la altura de mis labios y de vez en cuando le daba unos besos lánguidos, sin fuerzas. Marcos agarró mi cara con sus manos y nos miramos fijamente unos segundos. Me besó con fuerza, me miraba muy serio, parecía que quería decirme algo pero no se atrevía. Al final, parece que se decidió.

  • No desaparezcas… -me dijo al tiempo que me abrazaba con fuerza.

  • Tenemos una cita, ¿recuerdas? –le dije y empecé a darle besitos juguetones por toda su cara. Su seriedad desapareció de inmediato y respondió a mis besos mientras sus manos acariciaban mi piel. De pronto, sentí que teníamos una complicidad que no me esperaba.

Nos levantamos del sofá, me preparó una ducha y me dejó sola en el baño para que tuviera intimidad. Después de la ducha, me puse la ropa del día anterior (aunque sin ropa interior, creo que mi sujetador seguía perdido en su coche, y él se había guardado mi tanga no sabía dónde) y al salir, me encontré que se había puesto unos vaqueros y una camiseta y se había puesto a leer mientras me esperaba. Al verme, cerró rápidamente el libro y me silbó mientras me miraba de arriba abajo, con una sonrisa burlona.

  • ¿Me dejas tu móvil para llamar a un taxi? Anoche no tenía mucha batería y no sé si mi móvil seguirá encendido… -le expliqué.

  • Anda, no seas tonta –dijo cogiendo mi mano, entrelazando sus dedos con los míos-, te llevo.

No sé por qué, pero que se ofreciera a llevarme me gustó. No sabía casi nada de ese chico, pero me parecía que le conocía perfectamente.

Mientras salíamos de su casa, llevaba su mano agarrada a mi cintura, sin permitir que me alejara mucho de su cuerpo. Él no se había duchado y olía deliciosamente a hombre, a sudor limpio. Respiré con los ojos cerrados, aspirando su fragancia, mientras esperábamos al ascensor. Me dio un beso en la frente y nos metimos en el ascensor. No podía apartar mis manos de su cuerpo y creo que él se sentía exactamente igual.

Cuando nos montamos en su coche, encendí el móvil. Parece que aún podría aguantar unos minutos, busqué el nombre de su calle y lo apunté. Grabé su teléfono en el mío y le hice una llamada perdida para que él también tuviera el mío. Sonrió cuando vio lo que estaba haciendo. Le expliqué dónde vivía y él se dirigió hacia allí sin problemas, aunque yo no supe indicarle hasta que estábamos bastante cerca de mi casa. Íbamos hablando con facilidad, de cualquier cosa, de todo y de nada. Llegamos a mi casa y sentí que la timidez me embargaba de pronto. Me miró fijamente, con esa mirada y esa media sonrisa que tan nerviosa me ponían. Se inclinó a través de su asiento y me dio un beso ligero en los labios, abriendo los míos con su lengua. Cada una de sus caricias la sentía multiplicada por mil, mi piel estaba completamente electrizada. No nos despedimos, simplemente me bajé del coche. Me dirigí a mi portal y giré la cabeza, esperando ver cómo se alejaba en su coche. Pero seguía allí. Inclinado sobre el asiento. Esperando a que entrara. Le lancé un beso con la mano y entré. A través del cristal, vi cómo se reía mientras se alejaba.

Subí a mi piso, me cambié de ropa, cargué el móvil, cogí un sobre, garabateé con rapidez una nota y la metí en el sobre junto con un pequeño objeto cuadrado. Salí a la calle, cogí un taxi y le di la dirección de la casa de Marcos. Al llegar, le pedí al taxista que me esperase, que sería sólo un momento. Metí el sobre (con algo de dificultad debido al objeto que iba dentro del sobre) por la ranura de su buzón y volví a montarme en el taxi.

Le escribí un whatsapp a Marcos con la poca batería que había conseguido cargar en tan poco tiempo diciéndole que había algo esperándole en su buzón. De inmediato me contestó, extrañado, preguntándome si estaba en su casa. Le dije que ya no, que estaba volviendo a la mía. Pasaron un par de minutos, durante los cuales imaginé que Marcos bajaría a recuperar de su buzón el paquete que yo había dejado para él. Me llegó otro mensaje suyo, diciendo ‘Eres malvada… pero me encantas’.

En el sobre había una nota que decía ‘Para la próxima vez que nos veamos’, y un pequeño control remoto, muy sencillo, con una única palanquita que podía ponerse en cuatro posiciones.

Contestando a su mensaje, le pregunté qué hacía el siguiente viernes y no tardó ni un segundo en responder, ‘Disfrutar de tu cuerpo’. Me reí al leerlo y el taxista me miró con curiosidad a través del espejo retrovisor, pero yo casi ni me di cuenta. Estaba como en una nube. Sonreía sin poder evitarlo. Subí a mi casa y el día se me pasó con desesperante lentitud, pero me consolé pensando en que pronto volvería a verle.

(CONTINUARÁ)