Marcos, mi compañero... ¿gay?

Llevaba tres meses viviendo con Marcos. Hasta entonces, lo único que me había frenado a insinuaciones más evidentes era su cuestionable orientación sexual, hasta que, una noche de sábado, nos bajamos una botella de vodka a medias.

Hasta ese momento me había limitado a exagerar mis escotes así como el número de veces que me caía algo al suelo. Un par de veces por semana me olvidaba de secarme el pelo y dejaba que chorrease sobre mis pechos, poniendo erectos mis pezones que gritaban por escapar de mis ligeras prendas. Los hombres siempre me dicen que mi culo y mi melena rubia son mi mejor atributo, había que tirar de ahí. Sacaba el sexo en cuantas conversaciones me era posible, pero él se había mantenido reservado. «No me jodas, este pedazo de moreno». No asumí, evidentemente, que lo fuera o no por no empotrarme a la primera de cambio, pero había algo en él que me frenaba. Hasta, como he dicho, esa noche.

Mi novio me dio plantón con el alcohol comprado, y Marcos me encontró viendo la tele, tirada en el sofá, con una copa en la mano.

-He tenido un día horrible, ¿te importa compartir?

-Adelante.

Se dejó caer a mi lado con aplomo, y a la segunda copa me preguntó qué había ocurrido. «Esta es la mía» me dije. Le conté que mi novio me había dejado sola, que no era la primera vez, que estaba harta de los tíos, que pensaba en dejarlo. Gimoteaba levemente, acercándome para ofrecer mejor vista de mis tetas, esperando reacción.

-Qué sé yo, se habrá aburrido de mí.

-Por lo que se oye por las noches, no creo.

«Así que el inocente este nos escuchaba mientras follábamos.» Nos servimos otra copa.

-¿Te gusta oírnos o qué?

-No es una opción. Pero sí, me gusta.

Nuestras caras se iban acercando, se humedecía los labios de forma recurrente, mientras yo mordía los míos.

-Voy a ponerme algo más cómodo, Marcos. Con este vestido parezco ridícula.

(Me había puesto un vestido negro, apretado, con un escote de infarto de los que no le gustan a mi novio, pero sí al resto de hombres.)

-No pareces ridícula - dijo mientras me levantaba.

-¿Qué parezco entonces?

Sonrió ante mi insinuación pero no dijo nada. Me volví a sentar, más cerca.

-No, en serio - dije juguetona - ¿qué te parezco?

Lentamente deslicé mis dedos por mi silueta mientras lo miraba.

-Parece que echas de menos a tu novio. Deberías llamarlo, no merecéis romper así.

Ante el corte asumí la derrota, me levanté para ponerme un pijama cómodo. Si no iba a mojar, no había por qué andar estrecha. Entré en mi cuarto avergonzada, sin darme cuenta de que me había seguido.

Me agarró de las tetas por la espalda, sobresaltándome.

-¿Vas a seguir calentándome o me vas a dejar ver lo que oigo todas las noches, puta barata?

Su aliento apestaba a alcohol, me agarraba con más fuerza de la necesaria y su polla era una montaña pegada a mi trasero. Para entonces mi coño ya rogaba por su polla. Con violencia, me tiró sobre la cama boca arriba, se puso encima rápidamente y me cogió por el cuello.

-Tienes pinta de puta barata, y esta noche vamos a ver si las apariencias no engañan.

Dicho esto, me escupió en la cara.

-Muévete y le cuento a tu novio lo que llevas haciendo desde que me vine a vivir aquí.

Se estaba pasando ocho pueblos, pero me tenía el coño chorreando. Se quitó de encima sin dejar de mirarme, amenazante, abrió mi cajón de lencería y sacó un par de medias. Me ató a los barrotes de la cama - por la velocidad, no podía ser la primera vez - tras arrancarme el vestido y el tanga.

-¿Sin sujetador? Joder, menuda guarra he cogido.

Se desnudó hábilmente, dejando ver una polla que superaba todas mis expectativas. Me mordí el labio ante tal visión. Sin más, se sentó sobre mi pecho y me la metió en la boca, follándome la garganta con avidez, ahogándome con su enorme miembro. Mientras, seguía llamándome puta, guarra barata, diciéndome que solo valía para darle placer, dominándome, generándome ansiedad por tener su polla en mi vagina. Me pone que me insulten. Cuando decidió sacarla de mi boca, me abofeteó diciendo «¿qué pretendías con todos esos escotes, esos gritos de noche, ese restregarme el culo por la cara?».

-Sí… lo voy pidiendo… quiero que me folles todos los días - dije entre suspiros.

-Quieres ser mi puta, admítelo. Quieres - ser - mi - puta (intercalaba palabras con bofetones, haciendo que se me saltasen las lágrimas, aunque mis mejillas no eran la parte más húmeda de mi anatomía).

-Soy tu perra… soy tuya… soy tu esclava… pero… por favor… ¡métemela ya! ¡Te quiero dentro! Quiero… tu rabo… hasta el fondo.

-Menuda guarra, no te mereces mi polla, aunque me has calentado y lo vas a pagar.

Me desató y, cogiéndome del pelo, me dirigió a la ventana del salón (una ventana entera). Apoyó mis costillas sobre el marco, dejando mis tetas y mi cabeza fuera, a merced de la noche y las miradas. Sin más miramientos, me la clavó, haciéndome proferir gemidos y gritos de placer y dolor simultáneos, que atrajeron la atención de algunos de los clientes del bar de abajo. Sus huevos chocaban contra mí, horadando con fuerza mi coño. Su miembro me abría en un mete saca rudo, al tiempo que golpeaba mis nalgas mientras continuaba la retahíla de desprecios.

Sin que me diera cuenta hasta unos minutos después, dos de los clientes sacaron sus móviles para grabarlo, y una mezcla entre el alcohol y la excitación del momento me hizo gritarles que se unieran.

Marcos se percató, y apartándome se asomó:

-Subid y os la folláis, que la tengo de oferta.

Visto el panorama, otros dos se animaron. Eran dos viejos verdes, de unos setenta años, a los que, pensé, difícilmente se les pondría dura. Marcos abrió el portal y me ordenó que me quedara a cuarto en el suelo, sin tocarme. A los pocos segundos llegaron los nuevos invitados. Olían a alcohol y a sudor, eran hombres de los que me hubieran silbado y asqueado en condiciones normales. Mas, en aquel momento, sólo veía dos apetecibles falos.

-La puta es toda vuestra, es una guarra de primera.

Bajé sus cremalleras en busca del ansiado manjar.

-Cómetela toda, zorrita.

Esperó a que abriera la boca para empezar a follármela sin contemplaciones. El otro se había mantenido al margen, acariciando la polla de Marcos.

-Yo casi me quedaba contigo, que seguro que me llenas el culito.

-Mira, María, otra perra como tú. Pero en ese culo yo no meto mi polla, a saber qué tienes. Ponme el cuño en pompa y espera a que vuelva, perrita.

El pasivo, obediente, bajó su ropa y se quedó con el cuño levantado, expectante. Yo, mientras, esperaba a que el viejo volviera a conseguir una erección, mientras me hacía dedos. Marcos volvió con un pepino de la cocina, me lo dio a chupar y se lo metió a su viejo, quien gimió ante la falta de lubricación. Marcos se lo dejó metido mientras se acercaba a mí.

-El único culo que voy a probar hoy es el de esta puta.

«Dios, por el culo, no» y «POR EL CULO Y LOS TRES A LA VEZ» en mi cabeza. Sentí que me partía en dos, el viejo acabó por meterla en mi coño, y el del pepino acabó por pedirme una mamada mientras miraba para Marcos y se removía su particular consolador. Ellos tardaron poco en eyacular, llenándome boca y coño. Marcos descargó una enorme cantidad en mi ano, que dejó que chupara el colega del pepino. Me exhibió por la ventana una vez más, ofreciéndome como fulana. Me agarró por el cuello y, al oído, susurró:

-De ahora en adelante, tu vida es complacerme.

Tras eso, me tiró al suelo, indicándome mi nueva cama.

-Ah, por cierto. También me he follado a tu novio.

Estudié en un colegio de monjas y pasé un verano en República Checa bastante interesante. Si queréis más historias, comentad :)