Marcia, la insaciable (5)

El marido sorprende a su mujer, madrastra de sus hijos, teniendo sexo con los dos muchachos. Pero la sorpresa inicial da paso a nuevas ideas para el disfrute con su mujer.

Autor: Salvador

Dirección: demadariaga@hotmail.com

Una madrastra muy especial ( V )

Ya dije que este relato es real y que hay fotos del mismo, las que tengo prohibición de publicar. . . por ahora. Lo que no imaginaba es que el esposo de Marcia y padre de sus amantes se involucrara en la historia, al punto de que me pidiera que le escriba su participación en los hechos.

Fue una vuelta de tuerca inesperada para mí la aparición del marido engañado por sus hijos, quien me contactó después que Marcia le revelara la verdadera relación de madrastra e hijastros, que él aceptó y pidió participar, aunque en un principio fuera sin conocimiento de sus hijos.

Bien dicen que la realidad a veces supera la fantasía.

Considerando que la historia del marido engañado por sus hijos merece ser tratada especialmente, la he titulado:

Una relación muy especial ( I )

Ni el ensordecedor golpear de las olas contra las rompientes ni el creciente ulular del viento anunciando tormenta lograban acallar en mi mente el retumbar de sus voces, quejidos y gritos de placer. Eran sonidos que me repetían con insistencia: "tu mujer se acuesta con tus hijos", mientras el recuerdo de ellos tres en la carpa me perseguía incansablemente. Parado en la orilla de la playa. Con los ojos fijos en las rocas que incansablemente resistían el golpear del mar, y mis labios apretados hasta el dolor, no lograba apartar de mi mente las imágenes del incesto que había sorprendido sin que ellos se percataran de mi presencia.

Las punzantes gotas de lluvia azotando mi rostro, el mar contra las rocas, la oscuridad de esa noche en Mar del Plata, todo ello contribuía a aumentar mi inquietud por la doble revelación que había tenido cuando espiaba a mi esposa entregándose a sus hijastros: la relación secreta de mi esposa con mis hijos y el hecho de que al sorprenderla mientras se entregaba a los deseos de Fabrizio y Ariel yo no reaccionara en absoluto y, en cambio, agazapado en las sombras no perdí detalle de lo que ellos hacían, sin ninguna intención de interrumpirlos.

Tenía que admitirlo, ya que ni el ruido del mar ni el viento ni la tormenta que se acercaba lograrían acallar la verdad que se abría paso inexorablemente desde mi inconsciente: Era un vouyerista y lo había descubierto de la manera más fuerte que pudiera imaginar, viendo a Marcia, mi esposa, siendo poseída por mis hijos.

Hace un tiempo que la sospecha de algo anormal entre ellos me había asaltado, pero nunca hice nada por aclarar la situación. Hoy debo admitir que nunca quise hacer nada al respecto, pues algo en mi interior me movía a alentar esa relación. La revelación de hace unos minutos me abrió finalmente los ojos a una verdad increíble: me gustaba ver a mi mujer siendo poseída por otros hombres y si estos eran mis hijos me excitaba más aún.

Mi esposa es una hermosa mujer de 40 años, en la plenitud de sus formas y con una belleza que se ha acentuado ahora que ha sobrepasado los treinta. Sus hermosos ojos verdes, de los que todos los hombres parecen sentirse atrapados, siempre invitan a soñar con besar ese bello rostro, donde unos labios carnosos parecen estar siempre esperando que los besen o les destinen labores más íntimas. Y su sonrisa, siempre cómplice, parece querer decir: aquí estoy, soy tuya. Es que Marcia es la sensualidad hecha mujer y siempre me he sentido orgulloso de su belleza, que no puede dejar indiferente a ningún hombre, los que parecen atrapados como moscas en su tela de seducción.

Y mis hijos, con sus 22 y 24 años, tarde o temprano tenían que romper el cerco de la moral que les impedía verla como objeto de deseo. Ella lo sabía, y estoy seguro que lo deseaba ya hace un tiempo, cuando sin pudor empezó a mostrarse insinuante frente a ellos, cuyas miradas de deseo eran evidentes.

Entonces debí aclarar la situación, ponerle coto a lo que se veía venir, pero opté por callar, dejar que las cosas siguieran adelante. Había algo en mí que me ataba, que me impedía actuar. Y ese algo era el incansable deseo de mi mujer, veinte años menor que yo y a la cual sentía que no podía satisfacer ya como lo había hecho antes. Quizás porque el encanto se había entibiado en ella, o tal vez porque su deseo ahora era mayor a mis posibilidades. No sé, tal vez fuera un poco de todo. El asunto es que callé y deje que las cosas fluyeran solas, hacia un desenlace que me negué a ver, pero que era evidente. Y hoy, en la carpa, el momento de la verdad había llegado.

Agazapado por unos matorrales observaba a mi mujer mientras estaba con sus hijastros y me sentía clavado, sin atinar a ningún movimiento, a la espera de lo que sucedería en el reducido espacio de la carpa donde ella había entrado en busca de su bronceador. Fabrizio y Ariel habían estado descansando después de un agitado día en el mar y la presencia de Marcia en el reducido recinto, con su cuerpo cubierto solamente por un diminuto bikini, muy cerca de ellos, llenó el ambiente de erotismo. Era evidente que ella hacía lo posible por alimentar la hoguera, con movimientos insinuantes, agachada buscando en su bolso mientras su trasero se acercaba peligrosamente a los muchachos, que estaban totalmente empalmados. Ella había sido el objeto de su conversación esa tarde y el tenerla ahora tan cerca parecía como el detonante que faltaba para que la pasión se abriera paso entre ellos.

El juego de seducción por parte de Marcia llevaba bastante tiempo, por lo que no perdía oportunidad de mostrarles a los muchachos sus piernas o sus senos y siempre con una sonrisa de complicidad. Y ellos habían caído completamente en el juego de mi esposa, la que sabía que era cosa de oportunidad para lograr sus propósitos. Y la oportunidad había llegado. Y los muchachos no se hicieron esperar.

Uy, tengo el traje lleno de arena

Dijo Marcia mientras exhibía su trasero que, efectivamente, estaba con arena y miraba a los muchachos como retándolos a actuar.

¿Te limpio?

Dijo Fabrizio y empezó a sacudir su mano sobre el trasero de su madrastra, como queriendo sacar la arena, pero sus movimientos eran pausados y en lugar de cumplir lo prometido más bien acariciaba el culo de mi mujer, lo que ella aprovechó para calentar más aún el ambiente.

Mmmm, bieeen

Los muchachos comprendieron que el momento había llegado. Que su madrastra sería de ellos, que estaba dispuesta a entregarse ahí, ahora. Ariel acercó su rostro al de Marcia y la miró fijamente, esperando su reacción. Ella le miró largamente, con su sonrisa encantadora bailando en sus labios e insinuó un beso, cerrando los ojos, lo que el muchacho interpretó como una invitación y la besó suavemente.

Ella abrió los ojos y los labios y sacó su lengua, la que empezó a hurgar en la boca de Ariel, mientras su cuerpo se movía con delicadeza y dirigiéndose a Fabrizio le dijo:

  • Sigue, está rico

La invitación fue el punto de partida.

Fabrizio tomó el trasero de Marcia y acarició descaradamente sus nalgas, mientras esta se dejaba hacer y besaba a Ariel, cuya herramienta estaba completamente erecta.

¿Quieres acariciarlo?

Preguntó Ariel mientras tomaba la mano de su madrastra y la llevaba a su entrepierna, donde un bulto pugnaba por salir. Ella no se hizo de rogar y con mano temblorosa se aferró a la verga que Ariel sacó fuera del traje de baño y empezó a masajearla con una cara de deleite que evidenciaba su deseo de darle más que un masaje.

Fabrizio se dio cuenta del deseo de su madrastra y sacando su verga se la presentó para que ella se diera el gusto, acercándola a su boca. Y Marcia se dio el gusto.

Mi mujer estaba con una verga en la boca mientras masajeaba la otra, en un cuadro cargado de sexualidad. Yo estaba clavado en mi lugar de observación, esperando que las cosas siguieran más adelante. A decir verdad, deseando que siguieran adelante, mientras una erección se insinuaba entre mis piernas, la que se hizo evidente mientras Marcia aumentaba el goce de los muchachos pajeando y mamando las vergas que se le habían ofrecido, hasta que finalmente logró que los dos acabaran al unísono.

Los chorros de semen saltando eran perceptibles a la distancia en que estaba, e indicaban que los muchachos habían tenido un tratamiento que les había dejado completamente satisfechos. Pero las cosas recién estaban empezando.

Los muchachos se apoderaron de su madrastra y empezaron a besarla y acariciarla sin ningún pudor, mientras ella se dejaba hacer. El hermoso y escultural cuerpo de mi mujer sobre el cuerpo de Ariel y bajo el cuerpo de Fabrizio, era acariciada y besada con una pasión desmesurada, haciendo que sus movimientos fueran enloquecedores. Cuando parecieron calmarse un poco, cuando los muchachos hubieran recorrido todo el cuerpo de su madrastra y esta el de sus hijastros, creyeron llegado el momento de follar entre los tres.

Ariel la puso de espalda y abriéndole las piernas a su madrastra, le metió su joven herramienta. Ella le abrazó, subió sus piernas sobre la espalda del muchacho y empezó a mover su cuerpo con una energía que indicaba los enormes deseos que tenía por ser poseída por alguien joven. Ariel sintió que su madrastra iniciaba un movimiento pelviano de arriba abajo que hacía que su verga rozara una superficie interna cada vez que entraba y salía, lo que aumentó increíblemente el goce que sentía. Sus movimientos fueron de una voluptuosidad tan grande que muy pronto el muchacho tuvo que rendirse y le soltó un enorme chorro de semen en el interior de Marcia, que al sentir el golpe del líquido contra las paredes de su vagina no pudo resistir y también acabó, uniendo sus fluidos a los del muchacho, que se desplomó rendido a su lado. Fabrizio, cuando vio a su hermano dejarse caer a un costado de Marcia, se montó sobre esta con desesperación y empezó a follar a Marcia, que pareció no darse cuenta del cambio de jinete. Y Fabrizio recibió el mismo tratamiento de su hermano, terminando pronto por rendirse a la experiencia de mi mujer en este tipo de lances. Yo conocía muy bien la capacidad de mi mujer en la cama, ya que siempre lograba hacerme acabar en el momento que ella deseaba, imprimiéndole a sus movimientos un ritmo tal que inexorablemente uno terminaba rindiéndose a su experiencia amatoria.

Yo estaba tan excitado con lo que observaba que no pude resistir sacar mi verga que estaba totalmente erecta y empecé a acariciarla mientras observaba a mi mujer siendo poseída por sus hijastros, mis hijos.

Marcia se montó sobre Ariel que, de espaldas, le ofreció su verga para que se clavara en ella. Fabrizio, por su parte, metió su herramienta en el culo de Marcia, que pareció muy a gusto con las dos penetraciones, empezando un movimiento sobre el pedazo de carne que Ariel metía y sacaba de su interior, en tanto Fabrizio se aferraba a sus senos mientras su verga entraba y salía del culo de mi mujer que se sentía transportada por las sensaciones que los muchachos le estaban brindando.

Era increíble el espectáculo que tenía ante mí: mi esposa sentada sobre Ariel, que le hundía su verga cada vez que ella bajaba, en tanto Fabrizio metía y sacaba su instrumento del culo de Marcia, que estaba fascinada con la doble penetración. Sus siluetas reflejadas contra la carpa me tenían enloquecido de deseo, por lo que inicié una masturbación salvaje, como pocas veces había tenido.

Y cuando los tres llegaron al clímax, me les uní en mi solitaria ubicación soltando una eyaculación como hacía tiempo no tenía.

Me alejé del lugar sigilosamente, pues era evidente que los tres saldrían de ahí. Y no me tenía dudas que proseguirían en la casa. El problema es que yo estaría en casa y eso les dificultaría llevar a cabo sus planes.

Ya es de noche y las gotas iniciales de la tormenta me obligan a retirarme a casa, donde me esperan Marcia y mis hijastros.

Será necesario que conversemos respecto de lo sucedido. No puedo negarme a lo evidente y creo que Marcia y yo tenemos que aclarar nuestra situación. Pero antes de ello debo poseerla, para sentirla tan ardiente como la vi en la carpa mientras mis hijos la penetraban. Quiero que sienta lo mismo conmigo. Tanta es la calentura que siento por ella después de lo que ví.

¿Y qué pasaría si le digo que lo vi todo y que me gustó verla con mis hijos mientras hacían el amor? ¿Se excitará tanto como yo me excité?

¿Estaremos ante una nueva etapa en nuestra relación de pareja?

Con estas preguntas en mente dirigí mis pasos a la casa.