Marcia

De cómo se dieron las cosas con un chica que me gustaba.

El otro viernes tuve que ir de emergencia a la ciudad de Aguascalientes y crucé por una población que es paso obligado para llegar desde donde vivo. Aguascalientes está a solamente 160 kilómetros y Santa Teresa está como a un tercio del camino. Cuando estaba entrando en el pueblo vi el edificio de la sección del instituto que se aprecia bajando la cuesta y me acordé de una querida colega y amiga que labora ahí y que siempre me ha atraído de manera intensa, desde el mismo día en el que la conocí y me puse a charlar con ella. Desde entonces yo sentí que había algo de química, pero a mi edad ya soy una mujer prudente y no me dejo llevar por las primeras impresiones. Además, casi inmediatamente y como en un intento por frenar cualquier fantasía, hice todo lo posible para que mi pareja, Andrea, y yo la incluyésemos en nuestro círculo de amigas. Ella no tuvo ningún reparo en aceptarnos pues venía del medio de la danza y el arte donde las parajeas homosexuales son mucho más toleradas. Sin embargo, y a pesar de que ella se ostenta como heterosexual, yo a veces había sentido mucho coqueteo de su parte hacia mí. Esto había sucedido sobre todo en las comidas del instituto, cuando se le suben un poco las copas y yo no estoy con Andrea, a quien estas comidas la aburren sobremanera. En alguna ocasión, ya con varios tequilas encima, Marcia me había abrazado con algo más de efusividad y me había plantado besos muy cerca de los labios, como buscando que se los mordiese. El caso es que nunca había pasado de ahí y, cuando ella venía a casa para alguna reunión o una comida con el resto de las amigas, solía quedarse con nosotras a pasar la noche como buenas colegas, nada más. Entonces, dependiendo de las circunstancias, yo sentía o no el coqueteo de su parte. Y esto es lo que me ponía un poco dubitativa al respecto, pues una nunca sabe.

Cuando terminé de cruzar el pueblo de Santa Teresa y salí a la carretera pensé que sería bueno llamarla para preguntarle si podía quedarme en su casa al regreso, pues seguramente al día siguiente tendría que volver a Aguascalientes temprano y pensé que no me gustaría manejar los sesenta kilómetros de carretera entre Santa Teresa y casa en un viernes por la tarde. Es un camino secundario, mal asfaltado, con muchas curvas y muchos borrachos conduciendo. Además, ese fin de semana Andrea estaría en Guadalajara visitando a su familia. Así que todo era un buen pretexto para hacerle una visita. Mientras seguía manejando pensé en lo que me gusta de ella: es pequeñita, delgada, tiene un cuerpo muy bien torneado pues fue bailarina durante muchos años. Además, me atrae mucho su personalidad, su voz, sus cosas locas como ponerse a leer poesía erótica en medio de una borrachera. La visita podría ser además una oportunidad para quitármela de la cabeza o comprobar si lo del coqueteo de ella era una alucinación mía. No pensé más en eso hasta que salí de Aguascalientes y entonces la llamé por teléfono para pedirle asilo por una noche.

-¡Claro, Julia. ¿A que horas llegas?

-Voy saliendo de Aguascalientes, ¿una hora y media o dos?-, le dije.

-Bueno, te espero y vamos a hacer compras que no tengo nada en casa.

Llegué a su casa como a las cinco de la tarde. Salimos a hacer el súper para preparar comida y compramos unos vinos, quesos, jamón, pasta... Yo tuve que manejar su auto porque ella todavía estaba resentida de una fractura en la pierna y apenas le habían quitado el yeso una semana antes. Regresamos a su casa, me mostró la habitación donde me iba a quedar, con su baño propio, dejé mis cosas ahí y nos pusimos a cocinar, a charlar, a escuchar música. De su parte no había ninguna muestra de coqueteo. Y eso fue algo que me dejaba tranquila porque no me iba a meter en algo que me dejara remordimientos con Andrea. No obstante, yo me deleité mirándola, saborándola y cogiéndomela con la imaginación: llevaba una falda gris de algodón muy ligerita y una camiseta de tirantes también gris, entallada. Se le notaban las nalguitas paraditas y los senos grandes y redondos y la tela se le pegaba al talle. Tiene unas piernas deliciosas. Pero no hice nada más que eso: mirarla y comérmela con la imaginación.

Sin embargo, durante la tarde e inicio de la noche nos bebimos dos botellas de vino mientras hablamos de todo: un poco del novio italiano con el que había cortado, del erotismo, de la poesía, de la música. Y aunque yo lo tenía en la cabeza, no me atreví a abordar el tema de su coqueteo. Sin embargo, de pronto sentí que por instantes se hacían silencios y nos quedábamos mirándonos a los ojos. Entonces ella retiraba la mirada y buscaba su móvil para enviarle mensajes a Pepe, un buen amigo, invitándolo a ir a la casa. Pero parece que el Pepe le daba excusas y yo sentía como crecía el nerviosismo de su parte. Luego, mientras charlábamos, le pillaba viéndome las tetas y recuerdo que yo llevaba una camiseta fina, sin sostén como siempre, y que mis pezones estaban erectos porque la situación me excitaba. Pero cuando ella se daba cuenta de que yo me percataba de su mirada sobre mis tetas, se hacía la loca. Había como una tensión que subía y bajaba. De pronto, a mí se me metía en la cabeza tener la iniciativa y abalanzarme sobre ella, pero inmediatamente cancelaba la idea. A cada instante yo iba teniendo la certeza de que si la besaba acabaríamos teniendo un sexo salvaje, pero me contuve pues quería saber qué tanto ella podía estar interesada o no.

Ya bastante noche y medio borrachas por las dos botellas de vino, ella dijo que ya era hora de dormir, pero le pedí que abriéramos otra botella de vino y nos quedamos charlando otro rato. Me sorperndió porque ella abrió un tequila y sirvió dos caballitos que puso sobre la mesa. Pensé en lo que se avecinaba con una gran excitación que inmediatamente me hizo sentir la humedad en mi entrepierna. Despúes de servir los caballitos, Marcia comenzó a acercar su silla a la mía mientras hablábamos de un tema que provocó que le pusiera mucha atención: su relación con el lesbianismo. Ella comenzó a decirme que siempre había tenido muchas buenas amigas lesbianas, como Andrea y yo, que pensaba que la sexualidad y el erotismo no debía estar constreñido a los roles de género prestablecidos, y esas cosas. Entonces noté que su lenguaje corporal me pedía a gritos que la tocara o que, al menos, la tomara de la mano que tenía apoyada sobre la mesa muy cerca de mí. Pero yo me seguí conteniendo, mientras sentía mi vulva hinchada, caliente y húmeda y la escuchaba atentamente para ver hasta adónde llegaba todo ello. Yo percibía su forma de coqueteo contenido pero intenso, como de ratoneo adolescente. Y de pronto me percaté que ella había acercado tanto su silla a escasos centímetros de la mía, que sentía el calor de su cuerpo quemarme y, así, nos quedamos mirándonos a los ojos.

En ese momento, ella acercó su rostro al mío y me plantó un beso largo en la boca, de esos besos húmedos, llenos de saliva y lengua que te dejan sin aliento. El beso fue muy largo y terminó por disipar todas mis dudas y a la vez terminó por calentarme mucho más profundamente de lo que ya estaba. Con sus labios en los míos yo sentí inmediatamente mis pezones erectos doblar su tamaño bajo la camiseta y que la humedad creciente de mi entrepierna se salía de mi vulva casi a chorros. Y eso sólo fue el primer beso. Luego vino otro beso, y otro. Comenzamos a besarnos con mucha lujuria: ella abría la boca y me chupaba la lengua enloquecidamente mordiéndome los labios. Luego yo la besaba en las orejas, el cuello, le pasé la lengua por la nuca... estuvimos así como unos quince o veinte minutos, ensalivándonos mutuamente. Parecíamos un par de leonas en celo y a mi me encantó esa sensación de sentirla abandonada a lo que hacía conmigo.

-Tanto tiempo, Julia-, me dijo. -Tanto tiempo queriéndote besar.

-Y yo a ti, chiquita.

Lo que me sacó de onda es que ella siguió besándome un buen rato pero sin intentar nada más, como si sus brazos y sus manos estuvieran desconectados de su boca y de su deseo. Yo ya noaguantaba más y entonces decidí que yo tenía que tomar la iniciativa. Así que la acariciaba, le mesaba los cabellos, le tomaba la cabeza entre mis manos para seguir besándola. Pasaba mis manos por su espalda, pero de alguna manera conteniéndome pues temía que esos besos no pasasen de ahí por algún movimiento más atrevido de mi parte y que yo echara todo a perder. Bien sabía yo que las hétero pueden tener una curiosidad bisexual y lanzarse, pero que si una cruzaba ciertas líneas, todo se podía echar todo a perder. Por supuesto que yo ya quería sacarle la ropa, besarla completa; pero temí violentar el momento, así que la dejé hacer a su gusto sin traspasar sus límites. Creo que funcionó.

De pronto, ella se sacó los tirantes, se bajó la parte de arriba de la camiseta y me puso sus pechos enfrente de mi cara para que hiciera con ellos algo con mi boca. Su actitud me sorprendió. Lo hizo sin decir palabra y de manera decidida, así que comencé a besárselos primero suavemente y con ternura, luego con más decisión. Le mordí los pezones, que tenía completamente erectos y duros, con una aureola delicadamente más oscura que su piel. Se los chupé y la escuché gemir a cada arremetida de mi boca, le pasé mi lengua por todos sus senos hermosos y redondos, le lamía otra vez los pezones oscuros y se los dejaba llenos de saliva. De pronto regresaba a su boca, a sus orejas y a su cuello con mi boca, mientras que mis manos comenzaron a acariciar sus piernas deliciosas y a levantarle la falda poco a poco. Su respiración era muy agitada y seguía como abandonada dejándose hacer pero sin dar un paso más allá. Sus muslos torneados en mis manos me producían una humedad especial.

Durante todo ese tiempo seguíamos sentadas en las sillas del comedor de su casa. Mi excitación ya era inmensa y mi entrepierna me pedía a gritos dar otro paso, sobre todo porque sentía su deseo de sentir y a la vez su incapacidad de hacer algo más. Entonces tomé la decisión pues me di cuenta que ella ya había tomado toda la inciativa que le era posible, por pudor o desconocimiento de cómo es el amor entre mujeres, y ahora yo tenía que tomar las riendas de todo. Fue entonces cuando le empecé a pasar mis manos por la parte interna de sus muslos para llegar, poco a poco, a su vulva por encima de su tanga. La acaricié lentamente por encima de la tela y noté que ella estaba completamente mojada, escurriendo, lo cual me hacía sentir mucho más caliente de lo que ya estaba. Mi excitación creció exponencialmente. Tenía ganas de sacarme la ropa pero tenía miedo de que si le quitaba las manos de encima todo fuera a acabar en ese instante.

Sin movernos de las sillas, y mientras la seguía besando, le saqué la tanga gris y le levanté la falda hasta arriba del ombligo. Ella se quedó como paralizada. Me acomodé como pude y comencé a besarle el vientre, las piernas, las ingles. Ella echó el cuerpo para atrás y dejó colgando su torso mientras que yo comencé a tocarle la vulva: tiene una vulva deliciosa, lisita, morena, con pocos vellos y con un olor a flores. Entonces dejé caer un hilo de saliva sobre su monte de Venus, el que fui extendiendo con mis dedos alrededor de su labia. Luego me aferré a sus piernas con mis manos, se las abrí, y clavé mi cabeza en su entrepierna para besarla y lamerla. Mi lengua se encontró con una piel suave y tersa, deliciosa. El sabor de su sexo era riquísimo y estaba tan mojada con su fluido viscoso y transparente que me llenó la boca con su sabor que me llegó hasta la garganta. Proseguí lamiéndole los labios de la vulva y luego a chuparle el clítoris. Mientras yo hacía eso, ella gritaba como nunca había yo escuchado gritar a ninguna de mis amantes hasta entonces. Se empezó a convulsionar sobre la silla y de repente, no sé cómo, acabamos tiradas en el suelo, ella retorciéndose por todas las baldosas de barro rojo y yo con mi boca pegada a su sexo. Gritó dos o tres veces más en un lapso de tiempo largo en el que me dediqué a chuparle el clítoris con fuerza, luego suavemente retirando el capuchón que lo cubre y pasándole sólo la punta de la lengua; luego otra vez con fuerza, metiéndole mi lengua entre los labios para llegar a la entrada rosada de su vagina, llenándole de saliva toda su vulva. Ella respondía abriendo las piernas cada vez más, entre que se retorcía como queriéndose escapar y como queriendo meterme más su sexo en mi boca, agarrándose de mi cabeza y jalándome los cabellos. Yo tenía los labios, la boca y hasta la garganta completamente llena de los fluidos de ella. Mientras tanto, ya me había quitado la blusa y la camiseta, dejando mis senos al descubierto pegarse contra las baldosas frías del suelo. Ella tenía toda la falda enrollada en su talle, con los pechos al aire y levantaba la cadera para frotar su sexo con más fuerza contra mi boca... y de pronto comenzó a gritar "¡Ya, ya, yaaaaa!", y apretó con tanta fuerza mi cabeza entre sus piernas que no me dejaba moverla y hasta creí perder la respiración. "¡Yaa, por favor, paraaaa!", decía mientras su cadera respondía a mis lamidas y a sus contracciones con espasmos que fueron subiendo de intensidad para luego bajar poco a poco.

Dejé de lamerle el sexo y descansé mi cabeza contra sus muslos mojados. Nos quedamos así, en silencio, un momento en el piso del comedor hasta que se levantó y me dijo “Julia, vamos a la cama..." Me levanté detrás de ella. Mientras ella caminaba terminó por quitarse la falda. Fue hermoso ver sus nalgas desnudas caminando delante de mi, su talle menudo, su estatura breve.

Cuando llegamos a su habitación se dio la vuelta y me jaló el pantalón diciéndome "Ya quítate esto..." Yo pensé que quería retribuirme, así que me quité el pantalón y las bragas apuradamente. Ya estaba yo totalmente desnuda cuando entonces, ella se subió a la cama, se tendió de espaldas y abrió las piernas diciendome "Ven, chúpame más...."

No tuve reparos en hacerlo. Yo sentía que la humedad me escurría en la entrepierna y sin más preámbulo me subí a la cama y me puse por encima de ella en la postura de 69 con mis rodillas a cada lado de sus hombros. Comencé a jugar con mis dedos sobre su vulva. Le abrí con las manos las nalgas gruesas y paraditas que tiene, tocando con mis dedos de la mano izquierda su ano, y la metí la lengua de un sólo golpe en su sexo acompañada de dos dedos de mi mano derecha. Fue una delicia sentir cómo resbalaban mis dedos dentro de su carne, tan lubricada que estaba, y sacaban litros de fluídos de su interior. Empecé a mover mis caderas lentamente durante un rato sobre ella, invitándola a lamerme el sexo, acercándolo lo más posible a su rostro e intentando que me comenzara a tocar con sus manos o con su boca. Pero ella estaba perdida en su propio placer y no me correspondió comiéndome el coño.

Supe entonces que yo era solamente una fantasía en el sentido de ser instrumento de su placer y que a mí no me iba a hacer nada. Entonces tomé otra iniciativa puesto que yo quería también sentir placer. Así que me incorporé y me puse a horcajadas sobre su cadera, entrelazando mis piernas con las suyas y acercando mi pubis al suyo para hacer unas tijeras, de aquellas que todas las que han sido mis amantes dicen que es con lo que hago magia en sus cuerpos –después de comer coño, que es lo que mejor hago–. Entonces sentí su humedad contra mi vulva, y esa suavidad resbaladiza con las que nuestros sexos se frotaban me produjo mucho placer. Yo me frotaba contra ella en un ritmo de varios compases distintos, ahora rápido, ahora lentamente, y ella se dejaba hacer. Seguí así durante un tiempo, deteniéndome a veces para apretarme más contra ella y sentir mi cuerpo contra el suyo. Entonces yo volvía a moverme lentamente un rato, y luego frotarla salvajemente mientas la detenía poniendo mis manos en sus caderas para que no se moviera. Cada vez que yo hacía eso de moverme lento y frotársela fuerte en un sólo movimiento, ella gemía "siiiii....!" Después de un buen tiempo de este juego, finalmente ella comenzó a tomar la iniciativa y se fue moviendo más y más rápidamente mientras que sus gritos fueron subiendo de intensidad y sentí claramente cómo comenzaba a temblar todo su cuerpo, a arquear la espalda, a abrir más las piernas y levantar más la cadera para que mi sexo pudiera frotarla más en su clítoris y así estuvo un buen rato hasta que llegó a un orgasmo impresionante: se empezó a mover frenéticamente y yo sentía como su vulva se abría y cerraba contra la mía con contracciones rítmicas. Fue tan delicioso que, cuando ella estaba llegando al orgasmo, yo me vine también.

Después de eso, caimos sobre las sábanas y así nos quedamos desnudas acariciándonos en silencio hasta que me empezó a decir que eso no estaba bien, que ella no se quería entrometer en mi relación con Andrea y ese tipo de cosas..., pero estaba tan borracha que se fue quedando dormida.

Entonces me dediqué a acariciarla duante un buen rato e intenté volver a tocar sus senos y su sexo pues yo sentía el mío húmedo y picante otra vez, pero ella se ponía de tal manera que indicaba que ya no quería nada. Nos quedamos dormidas.

A la mañana siguiente quise volver a acariciarla, pero cuando terminó por despertarse se levantó rápidamente, se puso una bata y se fue a hacer café en la cocina. Cuando la alcancé en la cocina para tomar café, me dijo:

–Julia, esto no debió pasar, no sé qué hacer, no sé qué decir. No quiero que Andrea...

–No te preocupes–, le dije poniéndole un dedo en los labios. –Esto no sale de esta cocina.

Entonces le expliqué que no tenía que hacer nada, que hiciera como si nada hubiese pasado. Que yo era consciente de que había sido una calentura, sin sentimientos de por medio, y que en nada comprometía nuestra relación con Andrea. Entonces me sonrió y dijo.

–Bueno, esto entre tú yo fue muy especial. Tómalo como tu regalo de cumpleaños.–

Y me dió un beso en la mejilla y ya no hablamos más. Así que, como a buena entendedora, pocas palabras, en cuanto me terminé el café, me fui. Al salir de su casa y subirme al auto me di cuenta que ella se sentó en la puerta de su casa como con cierta tristeza. Quizá yo estaba equivocada y, en realidad, sí había algo más que el puro deseo sexual. Pero era demasiado tarde como para averiguarlo.

Y así fue como, al otro día, yo me quedé con inmensas ganas de ella y con la incertidumbre de si ella en realidad quería algo más que sexo conmigo. Creo que nunca lo sabré. Cuando nos hemos vuelto a ver en actividades del instituto siento que me rehuye amablemente. Pero, ni modo, así son las cosas. Lo que sí les puedo decir es que hoy, que lo recuerdo y escribo, toda mi vulva se vuelve a hinchar y a poner húmeda, y yo solamente aprieto mis muslos rítmicamente mientras escribo para que Andrea no se de cuenta de que estoy pensando en otra chica.