Marcando hucha

La mano encajó uno de sus dedos entre las nalgas y recorrió entre la baja espalda hasta la curva que desembocaba en mi sexo. ¡Dios! Quedé congelada al sentirlo. Incapaz de decidir si moverme o no moverme, incapaz de decidir si prefería que siguiera, ¡deseando que siguiera! O si retirarme.

Marcando hucha

“Marcando hucha”, cuando me miré en el espejo recordé la cara de Roberto, un amigo que fue quien me explicó esa expresión. Estábamos tomando algo en la calle y vimos pasar unas turistas jovencitas enfundadas en mallas ajustadísimas. Tan ajustadas que no sólo se les marcaban los glúteos, sino que por delante marcaban los labios vaginales a la perfección.

Pues bien, ahora, en casa, vistiéndome, era yo la que “marcaba hucha”, como diría Roberto. Seguro que le encantaría verlo. Lo cierto era que hacía unos días raros, debería ser casi invierno, pero hacía casi calor. Por eso me había vestido ligerita y cómoda, porque ese día me tocaría hacer gestiones y caminar por la ciudad. Mallas, zapatillas cómodas (lo siento por los que esperaban que llevara tacones, pero tenía que caminar, ¿recordáis?), camiseta y… sí, un jersey de punto holgado con que taparme (era demasiado explícito incluso para mí).

Entre las escandalosas mallas blancas que, efectivamente, marcaban la hucha y hasta dejaban ver el dinero de dentro por delante y por detrás, y la camiseta que era preciosa (con brillantitos y de marca, muy rusa) que delineaba mis pechos… mi aspecto era espectacular porque toda mi figura quedaba perfectamente delineada. Tenía que tomar un jersey holgado, largo, que tapara mis glúteos, pechos y formas. Además, su tono cobre quedaba muy bien con mi pelo y el tono de mi piel, que todavía conservaba algo del sol del verano. Tomé una boina que me quedaba de muerte, un toque bohemio, y empecé mi ruta.

Tenía que hacer gestiones en diversas administraciones, en el centro, pasar por los abogados, … en fin, una ruta entera por el centro y la parte baja de la ciudad. Llevaba la lista de cabeza al dirigirme al metro. Móvil, tarjeta de metro, eBook, documentación y poco más. Traté de leer un poco en el metro, pero la lista de trámites y cosas me llevaban de cabeza y tuve que dejarlo después de releer tres veces el mismo párrafo y no enterarme de nada.

Por suerte, no tardé nada en llegar al centro. Algunas veces me parece que todo va a paso de tortuga y otras que el tiempo vuela, y esta vez fue de las segundas. En las administraciones, venga a hacer cola, las reuniones con los abogados, densas y demasiado aceleradas, un contraste total. Me había tomado un día libre en el trabajo para poder quitarme de encima varios temas y, ¡al fin!, lo había conseguido.

Estaba en las Ramblas y decidí tomar algo ligero como comida antes de volver a casa. No tenía hambre, pero si esperaba a llegar a casa y cocinarme algo… se me haría tarde. No, mejor comer algo rápido y volver. Decidí internarme un poco por el Raval buscando un café o algo así. Me encaminé por el Liceu y bajé hacia el Palau Güell. Entonces pensé que cerca de la Escuela Oficial de Idiomas habría algo y decidí callejear un poco; si me perdía encontraría el Paralelo, no había problema. O eso pensé.

Cuando empecé a verme rodeada de chilabas ya no me gustó tanto, pero, al fin y al cabo, pese a ser el Raval, es parte de Barcelona, no tenía que temer nada. Harta y viendo que el tiempo pasaba, me metí en el primer local que encontré con mesas libres. Era un poco sucio, pero para un kebab con patatas y una bebida ya valía (y tenía hambre). Normalmente me cuido un poco más, pero por hacer un extra una vez al mes no pasaría nada. Ordené, pagué y aproveché la mesa para dejar mi jersey en una silla, mi bolsito a mi lado (contra la pared) y sacar el eBook para ir leyendo. Al cabo de poco ya me lo servían en la mesa y me lo zampé todo mientras leía. No tardé demasiado, así que pensé en pedir un té. Me levanté y me acerqué otra vez al encargado pidiéndole un té verde y volví a mi rinconcito.

Mi paseo había atraído miradas, pero yo no había sido consciente de nada hasta sentarme y ver cómo el resto de mesas ocupadas por personajes vestidos con chilabas me miraban. No diré árabes porque no sé si eran marroquíes, iraníes o… y como a un persa le llames árabe te cruje, pero creo que todos me entenderéis si os digo que era la única que parecía europea.

Pese a todo, no me preocupé. Mi mesa del rincón no les daba demasiado espectáculo, tomé el eBook y así mis pechos quedaban más cubiertos. Un chiquillo me trajo el té y me lo empecé a tomar a sorbitos (estaba hirviendo, como tiene que ser). Las miradas seguían allí y hasta entraba más gente buscando con la mirada… hasta verme. Creo que alguno había ido a avisarles del espectáculo, porque no podía ser que siguieran entrando y se quedaran en pie sin que nadie les pidiera que consumieran y con esas sonrisas bobaliconas mirándome. Todos parecían conocerse.

Estaba a medio té cuando el chiquillo que servía tropezó y me empapó el jersey sobre la silla con otro té. Me levanté de un salto, asustada, pero por suerte sólo se había mojado el jersey y no yo (ni mis mallas blancas). Inmediatamente el encargado salió de detrás de la barra de los pedidos y le dio una tremenda ostia al chiquillo gritándole en un idioma que no entendí.

Me interpuse para pararlo, no era para tanto y lo cierto era que el chiquillo, un adolescente, se había quemado con el té derramado. El encargado no dejó de gritarle hasta que se retiró y yo tomé el jersey empapado y coloreado por el té. Me pidió disculpas y yo las acepté, francamente, sólo quería salir de ahí.

—No es nada, tranquilo.

—Está empapado, espere que lo llevamos a lavar, mi amigo tiene una lavandería aquí al lado y estará en un minuto…

—No, no hace falta —insistí retirándole el jersey de sus manos. No pensaba quedarme allí esperando mientras lo lavaban. Además, pude ver las miradas de todos centradas en mi anatomía y… y lo cierto era que esta vez no me excitaba ser el centro de atención, más bien me intimidaba.

—¡Niño! —Gritó el encargado. Al momento el adolescente volvió a entrar en la sala sacudiéndose la mano donde se le había derramado el té hirviendo—. Llévalo a lavar. —Dijo tirando del jersey de nuevo. ¡Me lo iba a deformar! No tuve opción y el chiquillo salió corriendo con el jersey y yo me quedé allí en medio desamparada y siendo el foco de todos los observadores.

—Enseguida volverá, le serviré otro té mientras espera, a cargo de la casa.

Me quedé allí plantada mientras él trasteaba tras el mostrador preparando el té. Sintiendo las miradas recorriendo mi cuerpo. Os juro que podía sentirlas. Mi vagina recorrida por invisibles dedos que abrían sus labios, mis pezones pellizcados y mis senos apretados, mi cintura y mis glúteos recorridos completamente por sus invisibles caricias. No pude reaccionar, sólo verlos concentrados con sus lascivas sonrisas y sus brillantes ojos llenos de lujuria. ¡Dios! Y yo allí en medio me empezaba a excitar al ser poseída por tantos hombres. Balbuceé algo mientras conseguía romper el hechizo con dificultad y me giraba hacia la mesa a recoger el móvil del bolsito, pero sus miradas tiraban de mí y me impedían ocultarme. Sabía que mis glúteos se expondrían a todos ellos mientras me inclinaba a tomar el bolsito y extraer el móvil, y el hecho de exhibirme me llenaba de pánico a la vez que me excitaba.

—Javier, ¿dónde estás? —susurré al móvil.

—….

—¿Puedes venir? ¿Te escapas?

—….

—Quedamos en… Sí. Voy para allá. —Alcé la vista porque la tenía perdida en el suelo evitándolos, y les vi observando mi vientre y mis pechos y los colores empezaron a asaltar mi faz. Matrioshka , lo llamo, como las mejillas sonrosadas de las muñequitas rusas que encajan unas en otras. Podía notar el calor en la cara y… y también en mi vulva. Mis endurecidos pechos concentraban punzadas en los pezones. Tomé el bolsito y, todavía con el teléfono en la mano, salí de ahí por piernas.

Gritaron algo tras de mí, pero yo hui de aquella situación sabiendo que si me quedaba podía perderme por completo. Hubiera bastado cualquier gesto de invitación para cruzar una barrera que me habría llevado a explotar de lujuria. Huir era la solución. No atendí a las llamadas y enfilé por los callejones hasta el mar. ¡El mar! Sabía que el mar me salvaría. Bajé casi corriendo, huyendo de todo hasta entrar en la parada de metro de Drassanes. Hasta que no estuve en el andén no respiré tranquila. Guardé la tarjeta de metro juntamente con el móvil, lo había llevado aferrado todo el rato, con fuerza, como si me ligara a Javier. Comprobé que no me había dejado nada y, al fin, pude reposar un poco. Me sentía como si acabara de superar un Escape Room . Mi corazón recuperándose de los latidos acelerados, pero también notaba latidos acelerados en mi vulva o mis pechos.

Miedo, sí, había sentido miedo. Pero también miedo de mi misma al sentirme tan excitada por la situación. Miedo de mis propias reacciones, de hacer algo insinuante llevada por mi propia lujuria que desencadenara… deseando desencadenar… Alcé la mirada al oír la llegada del metro. ¿Cómo podía estar tan lleno? ¿La gente no trabaja o qué? Reconocí miradas centradas en mí. Sin el jersey ya no pasaba desapercibida en el metro. Mi vulva volvió a pulsar. Me desentendí de mis reacciones corporales, miré al vacío y entré en el vagón tratando de olvidarme de todo. En Plaza Catalunya me reuniría con Javier e iríamos a casa, sólo eso importaba.

Serían sólo unas pocas paradas, unas pocas nada más y ya estaría. Pero el zarandeo del metro y los roces me impedían desconectar. Al poco me di cuenta que estaba rodeada de hombres, hombres lujuriosos que rozaban mis nalgas. Protegí mis pechos con los brazos, me di cuenta que eso sólo los hacía destacar todavía más alzando mis bubas y los separé aferrándome a una barra alta, ¡pero eso los exponía todavía más! Cada gesto que hacía lo empeoraba todo todavía más.

Mis glúteos notaron el roce y me imaginé una mano recorriéndolos. Las mallas eran tan sensibles como la piel desnuda. Mi cabeza imaginaba roces intencionados y hasta me fijé en la parada inclinándome un poco para cercionarme que la caricia era intencionada y no casual. La mano encajó uno de sus dedos entre las nalgas y recorrió entre la baja espalda hasta la curva que desembocaba en mi sexo. ¡Dios! Quedé congelada al sentirlo. Incapaz de decidir si moverme o no moverme, incapaz de decidir si prefería que siguiera, ¡deseando que siguiera! O si retirarme.

A mis lados se apiñaron todavía más por la entrada de gente y noté cómo tomaban la barra de sujeción muy cerca de mis pechos. Bastaría un poco de movimiento de mi cuerpo para un roce casual. Me congelé incapaz de hacer nada mientras sentía cómo alargaban los dedos para recorrer la redondez de mis pechos, la curva de mis nalgas. Incapaz de reaccionar. Estaba siendo sobada en el metro y era incapaz de moverme, de tomar ninguna decisión. Por detrás, unos dedos exploraban mi entrepierna llegando a recorrer el inicio de la inflamada vulva y por los lados mis pechos eran acariciados ante mi pasividad.

Salí huyendo de nuevo, mi parada me salvó y corrí hacia la salida. Cuando vi la figura de Javier en los tornos exploté de alegría. Pasó el acceso y me lancé a sus brazos entre risas y casi-lloros. Oír sus suaves y tranquilizadoras palabras me calmó en parte, pero no pude dejar de besarlo con pasión y acallarlo, ¡necesitaba sentirlo! Sentirlo en cada centímetro de mi piel, en mi aliento, en mi interior. Mi vulva volvía a pulsar desesperada y mis pezones dolían de lo duros que los tenía.

—Tranquila, ya estoy aquí, ¿qué te pasa? ¿Cómo vas así? Es… algo extremado, ¿no? Incluso para ti. —Rápidamente le expliqué que me habían ensuciado el jersey que llevaba.

—Y estaba allí… en medio del local… con todos ellos mirándome… desnuda… sabía lo que pensaban… lo que querían… y… no podía hacer nada… y salí corriendo. Y en el metro… en el metro al verme así se apiñaban y…

—Tranquila, tranquila, ya estoy aquí. —Y allí, todavía en el espacio después de pasar el control, rodeados de gente pasando, me besó de nuevo en la cabeza y pude notar su reacción.

—Me… me recorrían el culo con sus manos… una llegó con sus dedos por detrás hasta mi entrepierna… y por los lados acariciaban mis pechos… —Mi vientre contra el suyo mientras mi cabeza reposaba en su pecho. Mi cuerpo sacudiéndose todavía entre espasmos contra el suyo. Y yo notaba la reacción de su cuerpo. Mi manita bajó a su entrepierna mientras mi boca volvía a buscar la suya. Su sexo estaba duro mientras yo seguía hablándole de lo sucedido mezclando las situaciones—. Me veían desnuda y sólo querían asaltarme. Les daba igual si era en un local público o en el metro. Yo sé que querían asaltarme y penetrarme por todos mis agujeros. Querían llenarme con su leche.

—Y tú, mi putita rusa… estabas deseando que lo hicieran, ¿verdad? —Dijo mientras su mano también se insinuaba entre nuestros cuerpos y bajaba hasta mi vagina.

—Yo… yo no sé qué quería. Me daba miedo… —retiré mi manita y me colgué del cuello de él sintiéndole en mi sexo, gozándole en mi sexo; allí, abrazados, rodeados de gente que entraba y salía sin enterarse de nada.

—Te dabas miedo, más bien, ¿no? —El muy cerdo me conoce demasiado—. ¡Si estás empapada! —Me susurró a la oreja—. Estás completamente excitada. Estabas deseando que te follaran y, sin poderte contener huiste por miedo a ser una puta, por no dejarte llevar. —Su mano me recorría la vulva y notaba cómo mis flujos se derramaban imposible de contenerme. Yo sólo quería quedarme allí, entre sus brazos y explotar con sus caricias, pero el muy cerdo lo cortó en seco—. Vamos.

Se separó y tiró de mi mano, dominante, enérgico, hacia el andén. Di un traspié, pero su mano me aferraba y le seguí casi cayendo. Él no se inmutó y bajamos al andén de nuevo. Allí me mantuvo a su lado, pero sin cubrirme ni nada.

—¿Me dejas tu abrigo? —Por toda respuesta, su sonrisa lasciva. Se lo quitó y se lo colgó del brazo, dejándome expuesta a todas las miradas. Estaba convencida que la mancha en la zona de la vulva de mis mallas debía ser visible a todo el mundo, mi vergüenza debía asomar en toda mi cara, que sentía arder. Mis brazos trataban de tapar mis pechos, mi bolsito mi sexo, pero yo sabía, ¡sabía!, que todo era inútil. Mi fuerte olor a flujos me delataba y me señalaba como la puta excitada que era, que me sentía en ese momento. Y él disfrutaba de ello.

Me tomó del brazo para arrastrarme al interior del vagón y quedamos en el espacio intermedio. Yo traté de cubrirme contra él y me tomó de la cintura. Sentí cómo su mano recorría mis nalgas mientras yo escondía mi cara ardiente de vergüenza en su pecho. Su recorrido encendía mi piel por allí donde pasaba. Recorrió mis glúteos con descaro y apretó las nalgas tomando justo la redondez de la curva donde sabe que su tacto tanto me enciende. El recorrido del metro nos zarandeaba porque no se sujetaba a ningún asidero, su asidero eran mis nalgas y el mío era él.

Una de sus manos se insinuó entre mis nalgas y recorrió la línea entre mis piernas. Incapaz de evitarlo, abrí mis muslos mientras una descarga recorría mi cuerpo. Aprovechó la facilidad y uno de sus dedos llegó a recorrer la parte baja de la vulva descargando mil sensaciones en mi cuerpo. Pude sentir la sonrisa de su cara pese a estar con los ojos fuertemente cerrados y la cara escondida en el recodo de su pecho y su brazo.

Repentinamente, su mano dejó estar mi vulva y ascendió por mi lateral, sus manos tomaron mis antebrazos y me separó un poco, lo justo para besarme. Yo no me atreví a abrir mis ojos y le besé con pasión mientras sus manos aprovechaban para recorrer los laterales de mis pechos. El pellizco de un pezón coincidió con una nueva sensación, otra mano entre mis nalgas, ¡y no era suya! Él las tenía en mis pechos. Abrí mis ojos espantada, pero él continuó el beso que ahora ya no era beso, su lengua empezó a follarme la boca mientras me sujetaba por los antebrazos.

La mano extraña no fue delicada. Se introdujo entre mis muslos y empezó a follarme mientras yo exhalaba un suspiro y volvía a cerrar mis ojos abandonándome a él, abandonándome a ellos. Rudamente, noté cómo mi sexo era aplastado por aquella mano extraña y sus dedos forzaban las mallas estirándolas al tratar de penetrarme. Otra mano me tomó de la cadera para poder sujetarme y follarme mejor con los otros dedos. Javier me pellizcó los pezones y no pude evitar empezar a gemir.

Súbitamente me giró y quedé de espaldas a Javier y totalmente expuesta al extraño. El tipo era gordo y sudaba, de excitación, supongo. Su mano pasó al frontal recorriendo mi sexo a sus anchas, penetrando todavía más. Notaba el sexo de Javier detrás y el gordo por delante. Los dos bien apretados para no ser muy descarados. Otra mano tomó mi pecho y se puso a pellizcar mis pezones con fuerza. Si antes ya destacaban en la camiseta, ahora se inflaron como cerezas. Eran ya tres quienes me rodeaban y no dos. Mis pechos fueron discretamente asaltados, el sexo de Javier entre mis nalgas. Mi vulva recorrida por aquellos dedos, mi clítoris sobresalía y se unía a la fiesta. Mis pechos me dolían, pero era un dolor de lujuria que disfrutaba y mi boca no dejaba de emitir jadeos contenidos, casi me sangra el labio al tratar de contenerlos.

Y entonces, todo acabó. Javier me arrastró fuera del vagón y me sentí vacía. ¡Deseaba aquellas manos y caricias y vejaciones! ¡Dios! ¡Quería que siguieran hasta hacerme explotar! Necesitaba un sexo en cada uno de mis orificios y notar cómo se derramaban en mí. Pero mi marido tiró de mí y salimos del metro para tomar el autobús. La parada estaba justo en la salida del metro, pero los pocos minutos de espera se me hicieron eternos. Tener mi cuerpo cubierto de caricias y, de repente, estar huérfana de ellas me dejó destrozada. Javier me rehuía y me hacía desesperar al rechazar mi necesidad de su piel. Se reía de mis intentos de acercamiento y me dejaba expuesta a las miradas de todos sin poder cubrirme, yo sólo podía mirar al suelo y tratar de cubrirme sin conseguirlo.

En el autobús busqué refugio en los asientos traseros porque venía con poca gente, pero él me hizo sentarme en el pasillo, quedándose con el asiento de ventanilla. Su abrigo cubrió su mano durante el recorrido, pero su tortura continuó durante el viaje. Sin poder contenerme, me relajé en el asiento mientras él metía su mano por debajo de las mallas y me follaba con sus dedos. Al fin tuve mi tan deseado orgasmo y esta vez sí me hice sangre en los labios al mordérmelos para contenerme. Me sacudí en el asiento sin poderme contener, tapándome la boca con la mano mientras mis caderas se alzaban previendo el éxtasis y explotaba culebreando una y otra vez reteniendo sus dedos entre mis muslos. Notaba mi cara ardiendo y mis nudillos quedaron blancos al sujetarme al lateral del asiento con fuerza.

Jadeaba cuando abrí los ojos y vi al señor en pie a mi lado mirándome. El abrigo de Javier estaba casi caído y observaba la mano de mi marido acariciándome todavía mi empapado sexo bajo las mallas. Su mirada vidriosa me llenó de deseo de nuevo. Miré a Javier, que hizo un gesto con su cabeza y mi hombro se acercó a acariciar aquella entrepierna a mi lado. El hombre se acercó más a mí y puse mi mano en el hombro para poder acariciarlo. El abrigo del hombre, abierto, caía a los lados ocultando mis movimientos. Noté mi necesidad subiéndome por el estómago y Javier la notó en mi sexo, continuando con las caricias suaves que sabe que tanto me gustan después del orgasmo y que me llevan de nuevo al deseo.

Mi manita exploró aquella abultada entrepierna con la complicidad del señor y procedí a buscar su cremallera. La descorrí y me costó liberar su presa, que saltó hacia mí. El hombre se inclinó todavía más permitiendo que su abrigo colgara cubriéndome y mi boca buscó su prepucio. Mi lengua recorrió y tragó limpiándolo antes de encajar su punta en mi cálida boca. Explotó nada más entrar, sorprendiéndome. Mi boca tomó sus fluidos, que manaron durante un buen rato en repetidas sacudidas impidiéndome desasirme bajo el riesgo de mancharlo todo. Pero mi saliva mezclada con su leche se derramó al separarme por no poder tragarlo todo y manchó igualmente mi camiseta mientras le limpiaba a él. El hombre se separó recogiendo su sexo en el pantalón con movimientos apresurados mientras bajaba y yo quedé goteando como una puta mientras trataba de limpiarme sin conseguirlo, con su sabor en mi boca y mi fuerte olor a sexo envolviéndome.

Javier siguió acariciándome y manteniéndome en el limbo del deseo sin preocuparse ya de taparme hasta la siguiente parada, la nuestra, donde bajamos. Estaba hecha un desastre, las mallas empapadas de mí enmarcaban los inflamados labios de mi sexo pese a tratar de taparlo con mi bolsito. Mi camiseta tenía lamparones que no podía disimular, mi cara estaba encendida, mis labios gruesos e inflamados, mis pechos amenazaban con traspasar la camiseta y las cerezas de mis pezones marcaban mi perfil claramente.

El recorrido hasta casa fue un lento suplicio, notando la mano de mi marido en mis nalgas. Él castamente cubierto con su abrigo, yo descaradamente vestida como una puta y con las huellas del sexo en mi cara y mi ropa. En el parque cercano los adolescentes se me quedaron mirando embobados al pasar. Javier aprovechó para remeter sus dedos entre mis muslos por detrás descaradamente y darles un espectáculo. No atendí a sus intenciones de quedarnos allí y apreté el paso hasta nuestro edificio. El conserje se me quedó mirando y nos siguió hasta el ascensor diciendo algo que no escuché, pero Javier no le dejó subir con nosotros, por suerte.

Al entrar en casa mi marido me desnudó ya en el recibidor y yo le ayudé retirándome las zapatillas con dos sacudidas. La ropa quedó tirada por el suelo mientras me empalaba en la mesa del comedor.


Siento el no haber tenido tiempo para escribir más relatos, pero he estado muy pillada con la edición del último libro que he tenido que dividir en dos. No tengo tiempo para nada, perdonad, pero espero que el relato y los libros (en tapa blanda o formato eBook) sean un pequeño consuelo.

Besos perversos,

Sandra

sandrabcn@gmail.com