Marcada a fuego (fragmento)
Traducción de un fragmento ofrecido libremente por PF. Fragmento al estilo "western" con la preparación para la marca.
Marcada a fuego (fragmento)
Título original: Branded
Autora: Julia Minx (c) 2002
Traducido por GGG, agosto de 2004
El sol rodaba hacia el oeste en el cielo cobalto, creando profundas sombras a lo largo de la carretera. Sus brillantes rayos se filtraban a través de las hojas verdes. Jared veía a Susannah caminar junto a su caballo por el rabillo del ojo desde su silla. La brisa hacía que su cabello se echara hacia atrás desde su cara manchada de lágrimas. Las muñecas atadas con la cuerda, dando traspiés al paso del caballo. Podía imaginar la visión suculenta que resultaba para los hombres que cabalgaban detrás.
El viaje dio tiempo a Susannah para contemplar su nueva vida. Decidió que la vida como esclava de amor de Jared le sentaba bien. Cuando estaba creciendo se había preguntado por qué sentía de forma tan apasionada algunas cosas y tenía fantasías sexuales tan en el extremo oscuro. Concluyó que era distinta de los otros. Su mente era rápida y decisiva. No le gustaban o disgustaban las cosas, las amaba o las odiaba con pasión. Sus sentimientos eran tan hondos que algunas veces la asustaban. Amaba a Jared, se daba cuenta.
La serpenteante carretera les llevó fuera del bosque a campos abiertos de dorado trigo mecido por el viento y a campos de brezo. La carretera se llenó de tráfico. Granjeros, escolares, y buscadores de oro a pie miraban boquiabiertos a Susannah, estupefactos ante su desnudez. Los escolares corrían delante para decir a los ciudadanos que una banda de forajidos entraba en la ciudad. El carro del correo pasó, reverdeciendo el apetito de Jared por un buen golpe al estilo antiguo.
Delante de ellos escucharon disparos, el golpeteo de las ruedas del carro, y ganado bajando de Camino. Las tiendas se alineaban en la calle principal, sin pavimentar, cada edificio de un solo piso pero con un frontal falso que daba apariencia de altura. Los habitantes se daban prisa en asomarse a puertas y ventanas para ver la procesión de forajidos.
La garganta de Susannah se llenó de palpitaciones. Los habitantes se alineaban en la calle principal. La mayoría de los tíos de Camino reconocieron a Jared como un pistolero, un tirador profesional que en una ocasión les había servido como alguacil para combatir la actividad criminal. Le tenían por un hombre audaz, presuntuoso, con gran confianza en sí mismo.
Pararse delante de la gente le producía pánico a Susannah. Sus brazos se agitaron violentamente intentando soltarse de la cuerda.
"Tranquila, Susannah," dijo Jared con dureza. "¿Ves como todos te miran? Admiran tu belleza."
No tenía utilidad luchar contra la cuerda. No podría escapar. Las quemaduras de la cuerda le escocían en las muñecas. Lo mejor que podía hacer era bajar la barbilla de forma que el cabello le ocultara el rostro. El suelo, como el aire, estaba seco y el polvo le llenaba las narices haciendo que se le resecara la garganta. Su tierna piel blanca se había vuelto de un bronceado canela. Los peatones miraban boquiabiertos susurrando desde las aceras de ocho pies (2,40 m) de ancho, hechas de planchas de madera basta. Las madres tapaban los ojos de sus hijos.
El estiércol hasta los tobillos era una amenaza para las señoras de vestidos largos, que barrían el suelo, y Susannah, con las lágrimas corriéndole por la cara, saltaba sobre los pilotes. El hedor a estiércol recalentado se metía por todas partes. El seco día de verano creaba un receptáculo de polvo en la sucia calle. Los caballos al galope levantaban nubes de polvo salpicado con un polvillo fino de estiércol seco que se abatía sobre las caras de la gente, las casas y la comida.
"Comeremos y beberemos algo antes," dijo Jared a sus hombres cuando se aproximaban al poste de enganche.
"Quiero comprarme un sombrero Derby," insistió Frank el Gordo.
"Después de comer compraremos algunas tonterías y nos haremos una foto, ¿qué os parece?" Jared dedicó a sus hombres una sonrisa torva.
Sus hombres estaban muy contentos.
"Lefty, ata a Susannah al poste de enganche a la sombra y dale de beber con los caballos. Deja que los del pueblo la vean pero no la toquen. Te mandaré la comida desde el Mercantile."
Una vez desmontado, Jared apresó la boca de Susannah en un beso. Su mano estrujó sus nalgas doloridas. "Todo el mundo querrá echarte un vistazo, paloma. Sé recatada. Me decepcionaría que toda esta atención hubiera hecho vanidosa a mi Susie."
Pero mientras se retiraba ella se inclinó hacia delante, los labios fruncidos en un beso como si tuviera miedo de dejarle ir.
"Muy bonito," le dijo dándole una palmadita en la mejilla con la mano. Inclinando el sombrero a las boquiabiertas señoras que bajaron rápidamente los ojos, él y sus camaradas entraron al Mercantile.
Lefty ató a Susannah al poste de enganche, con los caballos. Cansada de caminar le temblaban las piernas. Le dio agua, que bebió con ansia. Hizo señas para que la gente se retirase, luego tomó el plato de carne y las galletas de manos de Frank el Gordo y se sentó en la acera a comer.
Susannah escuchó voces que comentaban su estado desgraciado. Levantó los ojos tristes hacia los ceños desaprobadores. Las mujeres hablaban detrás de sus manos, con los ojos entrecerrados. La gente señalaba, algunos se reían. Pero nadie era capaz de retirar la mirada de la bella muchacha.
Cinco hombres elegantes con polainas y levitas la miraron desde lejos. Las mujeres jóvenes y las madres levantaban al pasar los dobladillos de sus vestidos de diario, los cabellos recogidos en un moño con un minúsculo sombrero. Las sirvientas miraban desde las puertas con sus delantales sucios.
Susannah se doblaba hacia delante, las piernas juntas, para protegerse la cara y los pechos con el cabello. Solo su perfecto trasero redondeado quedaba a la vista. Markas salió del Mercantile y le dijo a Lefty que Jared quería que estuviera estirada, de cara a la gente. ¡Jared la observaba mientras comía! ¿No la iban a dejar en paz?
Lefty dejó su plato en el suelo y se sacudió las manos. Se levantó con un gruñido. Con las botas resonando sobre las planchas de la acera, se puso las manos en las caderas. "¿Has oído eso, Susannah? Ponte derecha y cara al público o te azotaré."
Con los carrillos ardiendo, obedeció, mostrando al público sus pechos y pubis. Respiró hondo, intentando permanecer tranquila.
"Nunca había visto una belleza semejante por aquí," dijo un zapatero viejo a un joven que estaba a su lado. "Tiene unas bonitas nalgas, ¿no crees?"
"A juzgar por las marcas rojas de su culo, diría que está bastante molesta," replicó el hombre, frunciendo el ceño. Su pelo rubio rizado ondeando al viento.
"Es una furcia fuera de la ley. Se merece todo lo que le pase," dijo una señora joven de aspecto descarado con un vestido de calle de algodón con rayas. Hacía girar una sombrilla en su hombro.
Susannah bajó la cabeza avergonzada.
"¿Habíais visto en vuestras vidas algo tan magnífico?" rugió Jared, bajándose de la acera con sus secuaces. Hablaba como el maestro de ceremonias de un circo, señalando a Susannah con la mano abierta. "¡Mirad! La mujer mejor parecida de toda California."
"¡Bah!" un viejo hizo el gesto de apartar el comentario con un manotazo.
"¿No estás de acuerdo, amigo mío?"
"Las mujeres orientales que traen a los campamentos son más guapas," vociferó, luego escupió tabaco de mascar al suelo. Llevaba el delantal manchado de sangre de un carnicero. Bajo una gorra andrajosa asomaba pelo gris amarillento. Piernas arqueadas, los brazos cruzados sobre el pecho.
"Siento tener que disentir, amigo. ¿Qué te parecería si te diera permiso para palpar sus encantos femeninos para que cambies de idea?"
Un grito se ahogó en la garganta de Susannah. Miró a Jared implorando. Jared captó que quería hablar. El esfuerzo para controlar su lengua era casi imposible para ella.
El viejo gritó. "Aceptaría tu ofrecimiento."
Los espectadores se rieron cortésmente, muchos deseosos de un ofrecimiento así.
Jared llevó al viejo más cerca. "Por favor, prueba sus tesoros y dime si no son los mejores."
El viejo sonrió a Jared un tanto embarazado. Sacó una mano arrugada con las uñas sucias, vaciló, luego le movió los pechos con rudeza para sentir su peso. Llena de vergüenza se mordió el labio inferior para reprimir un pequeño grito.
La mano del hombre palpó la carne uniforme de su torso y se deslizó entre sus piernas, sus ojos arrugados se abrieron sorprendidos ante su húmedo calor.
El cuerpo de ella se puso rígido. Tenía una expresión de completa repulsión. Jared le levantó la barbilla de manera que la barbilla y la garganta estuvieran perfectamente alineadas con sus pechos temblorosos.
Asintiendo el viejo se echó atrás. "Realmente es magnífica. ¿Cuánto quieres por la muchacha?"
"No está en venta." Jared la desató del poste de enganche, disfrutando de que se acurrucara contra él. "Ahora si nos excusáis, tenemos asuntos que atender."