Marc
Taládrame en culo. Le susurré con el acento ruso marcado que me sale en los momentos de excitación. Estaba empapada y sus dedos esparcieron mis flujos por el ano, sentirlos casi me hace llegar de lo caliente que estaba. Se separó un momento de mí y vi por el reflejo del espejo cómo liberaba su cinturón. Pero mi mirada captó algo más, la puerta estaba entornada y había una sombra tras ella.
Hola a tod@s,
Hoy os avanzo el primer capítulo de mi nuevo libro, a ver si os ayuda a aliviar el confinamiento por un rato. Podéis encontrar el libro en mi página de autora de Amazon.
Besos perversos a tod@s,
No me gustaba Marc. No era por su cuerpo, se notaba que se cuidaba yendo al gimnasio, pero no era un musculitos. Algo más joven que mi marido, Javier, pero mayor que yo. No, no era por su cuerpo, que era agradable. Pero algo en él me provocaba que quisiera una distancia entre él y yo. Desde que le conocí en aquella cena me había producido un poco de rechazo y, con el tiempo, el rechazo fue incluso mayor.
Habíamos bebido bastante, era una cena de amigos, tres parejas, en la que se nos soltó la lengua y Javier contó lo de mis libros eróticos. Lo cierto era que el alcohol no sólo nos había soltado la lengua. Mi marido estaba muy cariñoso, extremadamente cariñoso, y sus manos recorrían mis muslos alzándome la falda mientras lo contaba. Marc era sólo un conocido; su mujer, Lola, participaba de muchas de las ONGs y acciones benéficas con la de la otra pareja, Laia, y eran íntimas. Javier y Carlos eran buenos amigos, y Carlos había invitado a la mujer de Marc y a él para pasar una velada tranquila.
Acabamos en casa de Carlos y Laia tomando la penúltima. Me había quitado el jersey largo pese a llevar debajo sólo una ligera camisola, la minifalda y la tanguita. Mis pechos estaban ya duros y las continuas caricias de Javier hacían que mis pezones destacaran bajo la fina tela.
—Sí —dijo Javier—, y yo le hago la corrección y no veáis lo que tengo que corregir luego con ella. —Soltó una carcajada.
—No te voy a dejar seguir haciendo de corrector, alargas todo el proceso demasiado, te paras a cada rato y no acabas nunca. —Dije yo, también riendo, mientras mi mano apretaba su encendida entrepierna.
—Es que esos libros no son para leerlos seguidos, o como mínimo, no yo. Tengo que hacer continuas pausas para… saborearlos. —Y me dio un beso en el cuello que me estremeció—. No son para nada como los libros ñoños románticos con sexo, ella es una morbosa depravada con unas situaciones…
Era sólo charla entre amigos, unos pocos conocen mi faceta de escritora. Una faceta a la que le tengo que robar tiempo de la vida para poder avanzar, pero que me da muchas satisfacciones con Javier. Añade un poco de picante a la relación y nos saca de la monotonía.
Pero la mirada de Marc me sorprendió. Así como Carlos reía y le sugería a su mujer probar a leer mis libros los dos juntos, con picardía, mientras la achuchaba; Marc me miraba con lujuria y deseo, centrado en mí. Que la mano de Javier avanzara por el interior de mis muslos alzándome la falda o sus caricias en mi cuello no ayudaban nada. Pero aquella mirada acariciadora me hizo sentir deseada. Crucé mis largas piernas apretando su mano con mis muslos y mostrándolas, incitadoras, mientras mi mirada continuaba centrada en los ardientes ojos de Marc.
Laia se levantó ofreciéndose para ir a rellenar las copas. Tenía las mejillas arreboladas y se tuvo que recomponer el vestido que llevaba, Carlos también era juguetón.
—No sirvas mucho más. —Dije yo, también alzándome—. No quiero que ese macho llegue a casa y se me duerma en la cama. Por un sábado que conseguimos colocar la nena con los abuelos…
—¡Como si eso te importara! —Añadió Javier riendo—. Me podría ahorrar la cuota del gimnasio con esta rusa mía, cada siesta de la pequeña es una maratón. Creo que la maternidad la ha convertido en todavía más activa, no sé de dónde saca las fuerzas.
Laia me miró sorprendida y divertida mientras íbamos al mueble bar cargadas con los vasos. Servimos un dedo de licor a nuestros hombres. “Es un exagerado”, le dije yo en un susurro, “no son TODAS las siestas, sólo… de vez en cuando”. Volvimos riendo. Yo había rellenado una también para Marc (Lola todavía tenía su refresco casi intacto) y me incliné y se la entregué con una sonrisa mientras él no podía despegar su mirada de mis prominentes pezones o del escote. Por lo visto no sólo eran mis piernas las que le atraían. Sonreí, alagada, y volví hacia mi marido con mi propia bebida.
Sabiendo que seguía siendo observada, me incliné hacia Javier, de espaldas a Marc, entregándole la copa a cambio de un piquito mientras mis nalgas quedaban expuestas a la vista de mi admirador. Con la faldita corta seguro que tenía una buena vista de mis glúteos, pero no de mi tanguita, que estaba ya totalmente encajada entre mis pompis. Aunque tal vez pudiera haber visto… cuando me volví para sentarme supuse que sí debía haber visto, porque su mirada estaba brillante de deseo. Le sonreí con la mirada, cómplice, y él también sonrió, pero con una sonrisa lobuna cargada de lujuria.
Sabía que no tenía que haber jugado con él así esa noche, pero a todas nos gusta sentirnos deseadas, y más si es poco después de haber tenido una niña, como yo. Ser capaces de despertar el deseo todavía en los hombres, pese a la edad, pese a la maternidad, nos permite seguir sintiéndonos orgullosas.
Fue sólo un inocente juego, pero la próxima vez que coincidimos, semanas más tarde, me di cuenta que el juego había ido a más. De nuevo fue en una quedada de amigos en casa de otro compañero para una barbacoa en su chalet.
—He leído tus libros. —Marc aprovechó que estábamos a solas paseando por el jardín para buscarme y comentarlo. Javier estaba en otro grupillo y yo había ido a por bebida para mí.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué te han parecido?
—Eres muy morbosa. De hecho… yo tampoco he podido leerlos de un tirón. He tenido que parar continuamente para hacerme un montón de pajas cerrando los ojos e imaginándote en cada situación. Eres una putita rusa deliciosa. —Eso me dejó en estado de shock. Una cosa es que los lectores (o las lectoras) digan por mail que les has excitado, y otra que sea un conocido.
—Son sólo fantasías, no tienes que creer…
—Javier no dice eso. Sé que más de una de las situaciones son casi reales, que te gusta ser una calientapollas y te va lo morboso. Cuesta sonsacarle a Javier… pero ya sé que no todo son fantasías. Y yo mismo he comprobado cómo te gusta calentar.
—Mira, no creo que… —Traté de frenarlo, aquello era muy violento.
—Yo podría ayudarte a hacerlas realidad ¿sabes? No te arrepentirías.
—Ya tengo a Javier para eso. —Le corté.
—Tú necesitas mucho más que eso. Eres demasiada hembra para él. Tú eres insaciable y necesitas estar bañada de semen y rebosante. Necesitas ser llenada completamente y… con frecuencia.
Aquello estaba completamente fuera de lugar. Su mirada ardía de deseo y todo él rallaba la obsesión. No podía enfrentarme a sus ojos y bajé la mirada pensando cómo escapar, pero el bulto de su pantalón me atrapó. ¡Dios! Realmente estaba salido como un toro. Una ola de calor me recorrió y traté de rodearlo para ir hacia la gente, buscar a Javier y salir de ahí. Pero él me siguió.
—Si quieres, entramos en la casa y buscamos un rincón, voy a llenarte el culo con mi leche y así quedarás relajada.
Casi corrí escapando de su comentario, un susurro que taladró mis oídos. Me refugié en Javier, tomando su brazo y sonriendo sin escuchar, porque en mi cabeza sólo resonaba aquello de “llenarte el culo”. Mi respiración era agitada y me notaba ardiendo por dentro y por fuera. Me acabé la bebida de un trago y me moría de sed, pero no iba a separarme de mi marido por nada del mundo. Ahora notaba mis leggins apretando mi inflamada vulva y me dolían mis sensibles pezones.
En cuanto reuní el valor suficiente miré a mi alrededor y pude ver que Marc no estaba lejos. Estaba en otro grupito, se oían risas y conversaciones, pero su mirada continuaba fija en mí y me noté acariciada por sus ojos. Odiándome, noté un calor recorriendo mi cuerpo, el muy malnacido conseguía que reaccionara excitándome. Dejé resbalar mi mirada sobre él y disimulé como pude, pero estaba distraída y me fue imposible centrarme en la conversación.
—¿Estás bien? —Me preguntó Javier al salir del grupo—. Te noto… —Acercándome a él le susurré en la oreja mientras mi mano acariciaba su hombro.
—¿Y si buscamos un rinconcito discreto? —Me miró sorprendido—. Tengo… una urgencia. —Y la tenía. Toda yo estaba inflamada de deseo, me notaba hipersensible y mi piel estaba ardiendo. Le arrastré hacia el chalet sin una palabra más, busqué con la mirada y subimos a la primera planta ocultos al resto de la gente. Allí vi una puerta entornada, un baño. Supuse que el resto irían a los baños de la planta baja, así que empujé a Javier contra una de las paredes y le comí la boca.
Javier no dudó en corresponderme y pronto sus manos recorrieron mi cuerpo y sus labios buscaron mis encendidos pezones. Gemí al sentir cómo me los comía con ansiedad. Cuando mi mano buscó entre nuestros cuerpos pude notar lo dispuesto que estaba y me zafé de él poniéndome de espaldas y bajándome de un tirón los leggins hasta las rodillas con tanga y todo.
—Taládrame en culo. —Le susurré con el acento ruso marcado que me sale en los momentos de excitación. Estaba empapada y sus dedos esparcieron mis flujos por el ano, sentirlos casi me hace llegar de lo caliente que estaba. Se separó un momento de mí y vi por el reflejo del espejo cómo liberaba su cinturón. Pero mi mirada captó algo más, la puerta estaba entornada y había una sombra tras ella.
—¡Lléname el culo de leche! —Le ordené con voz cascada, con autoridad—. ¡Ya! —Le exigí—. Párteme y lléname el culo. —No se hizo esperar. Cuando apuntó su verga en mi ano fui yo la que le empalé.
Él tomaba mis caderas y trataba de ser suave, pero yo le necesitaba con urgencia y, aferrándome al lavamanos, llevé mis nalgas atrás para que me rompiera. Su reacción fue irse un poco para atrás, pero se afirmó mejor y me desgarró de un empujón hasta el fondo. Contuve el aliento y abrí la boca mientras mi mirada quedaba fijada en la sombra tras la puerta. Boqueé al sentir el dolor de su forzada embestida y, por un momento, me empotré contra el lavamanos, rota. Quedamos así por un segundo mientras veía el reflejo de la figura en la puerta y oía a mi marido gemir. Mi ano palpitó estirado al límite y entonces Javier se apartó un poco y volvió a embestir hasta el fondo.
Pude distinguir la conocida figura de Marc en la puerta y me dejé ir sintiendo un fuerte latigazo que me recorría entera. Mi sexo explotó en flujos y mis piernas me fallaron, toda yo me sacudí de los pies a los brazos y mi cabeza saltó sin control. Grité sin poder contenerme explotando en un gran orgasmo. Javier sólo pudo con tres embestidas más, aguantándome como podía porque yo me derrumbé sobre el lavamanos. Se corrió en mi interior abundantemente y me sentí llena y feliz. Cuando mi mirada se posó en el espejo ya no había nadie observándonos.
Besos perversos,
Sandra