Maravilloso sobón

Estoy harta de que me metan mano en el autobús. Aunque a veces no es tan malo.

Chica joven, bien parecida, autobús lleno de gente. Raro es el día que no me meten mano. Un roce en las tetas, un toqueteo en en culo. Los más osados hasta me arriman la cebolleta, como se dice.

A veces los miro con mala cara, pero generalmente me muevo de sitio. Malditos sobones. Ojalá pudiese ir a la facultad en coche. Así me librará de todos esos tocones. Una vez estuve a punto de darle una bofetada a uno que se pasó más de la cuenta, pero no lo hice, por no armar un espectáculo. Pero un pisotón sí que se llevó.

Cinco días a la semana, dos veces cada día, sufría ese suplicio. La mayoría de la gente son también estudiantes. Pero hay de todo. Y los más sobones suelen ser los tipejos más desagradables. Desde que los veo me intento alejar de ellos. Las raras veces que hay un sitio libre, me lanzo hacia él como si fuera una tabla de salvación.

Aún no sé que me pasó ese día. Era un día normal, como otro cualquiera. Me desperté a mi hora, me duché, un desayuno rapidito y a esperar el autobús.

Como siempre, a rebosar. A empujones me coloqué cerca de una ventana. Repito que aún no sé que me pasó, pero cuando sentí una mano que me rozaba el culo, no hice nada. Seguí mirando por la ventana. Fue un roce de tanteo. Yo era ya una experta en esos roces. Si miraba al tipo ponía cara de haber sido sin querer. Como diciendo que con tanta gente y tantos empujones había sido un accidente.

No lo miré. Un segundo roce de tanteo. Yo seguí mirando por la ventana. El tercer toque yo no era de tanteo. Dejó su mano en mi culo Ahí es cuando yo tenía que echarle una de mis miradas asesinas, o moverme de sitio.

Ese día, me quedé. Ese día no hice nada cuando la mano empezó a acariciar mi culo. Se movía por las nalgas, apretándolas con suavidad. Él se acercó más a mí. Pude oler su perfume.

Sus sobeteos se hicieron más profundos. El pantalón negro que llevaba ese día era de tela fina, así que el podría notar mis pequeñas bragas. Me agarró el culo y sus dedos apretaron justo en medio. Empezó a subir y bajar la mano. Uno de sus dedos recorría la rajita de mi culo, apretando. Rozó mi ojete.

Aquello me estaba gustando. Noté que mi coñito se empezaba a mojar. Joder, un desconocido me estaba metiendo mano en el autobús y me estaba poniendo cachonda. Tenía que haberle parado los pies. En vez de eso, meneé el culito, buscando su dedo.

Su mano lentamente rodeó mi cadera y pasó hacia adelante. Él se pegó a mi. Sentí su polla dura apretarse contra mi culo. El corazón me empezó a latir con fuerza. Los pezones de me pusieron como piedras.

Restregó su dura polla contra mi al tiempo que su mano acariciaba mi pubis sobre el pantalón. Después la bajo y atrapó mi coño con ella. Sus dedos apretaron, haciendo que mi braga se metiera en mi mojada rajita. Sentí mucho placer. Empezó a mover su mano y sus dedos como si me hiciera una paja, pero sobre el pantalón. Era delicioso.

Lástima que llegué a mi parada. La gente empezó a bajar y yo me dirigí a la puerta, sin mirar atrás. No pude resistir la tentación. Cuando salía por la puerta, giré la cabeza y miré en dirección hacia donde yo estaba. Había varios hombre. Ninguno me miraba. Podría ser cualquiera de ellos. Uno era un jovenzuelo. Otro un tipo de mediana edad, con bigote y calvo. Detrás había otro, perno no lo veía bien.

Entré en la facultad y me dirigí rápidamente al baño. Mi coño chorreaba. Necesitaba una buena y relajante paja. Cerré la puerta, me bajé los pantalones hasta la rodilla y allí mismo, de pie, me toqué hasta correrme. Fue un largo y placentero orgasmo.

El resto de la mañana lo pasé nerviosa. ¿Qué pensaría ese hombre de mi? Lo dejé meterme mano a gusto. Me puso cachonda perdida, hasta el punto de tener que masturbarme en uno de los baños.

El viaje de vuelta a casa fue normal. No me sobó nadie. Y si lo hubiesen hecho, me habría movido de sitio. Lo de la mañana sólo había sido un momento de debilidad. Soy una chica decente.

Al día siguiente, estaba agarrada a una de las barras del autobús. Un toque en mi culo. Me moví, molesta. Asquerosos sobones. No fue hasta dos días después hasta que pasó otra vez.

Estaba yo, como casi siempre, de pie, agarrada esta vez a uno de los asientes con una mano y sosteniendo unos libros con a otra. Y entonces lo olí. Era el mismo perfume que la otra vez. Él estaba detrás de mí. Mi corazón se aceleró.

¿Me reconocería? ¿Lo volvería intentar?

La respuesta no tardó en llegar. Su mano se posó en mi culo. Ese día vestía yo una fina falda a medio muslo, y unas preciosas botas.

No fue un toque de tanteo. Dejó la mano. Y yo no hice nada. Bueno, sí que hice. Me empecé a mojar, sobre todo cuando empezó a mover su mano sobre mis nalgas, acariciándolas. Había mucha gente a nuestro alrededor, todos apiñados unos contra otros. Se las arregló para bajar su mano hasta mi muslo, y bajar por la falda hasta rozar mi piel.

Me estremecí. No entendía porque lo dejaba tocarme. Pero lo hice. Le permití acariciar la piel de mi muslo. Se pegó a mí. Volví a sentir su dura polla contra mi culo.

El autobús hizo una parada. Mucha gente se bajó y otra subió, obligándonos a los demás a movernos. Él me guió hacia la ventana, hasta una zona detrás del la última butaca. El autobús en la parte de atrás no tenía sitios para sentarse, sino para ir de pie.

Me encontré pegada a la ventada, en él pegado a mi. Su olor me llenaba los pulmones, y su mano volvió a mi pierna.

Subió lentamente sobre mi falda, por un lado, hasta mi cadera. Pasó, como la otra vez, su mano hacia adelante. Allí, en aquel rincón, nadie nos veía. Nuevamente su mano acarició mi pubis, y nuevamente, bajó hasta atrapar mi coño. Empecé a menear mi culito contra su polla. Mi coñito era un lago, y el apretaba mis bragas contra mi vulva, mojándolas.

Cuando me empecé a excitar de verdad fue cuando su mano empezó a bajar, lentamente, hasta llegar al final de la falda. Sentí las yemas de sus dedos recorrer el dobladillo de la tela, y después, lancé un pequeño suspiro cuando su mano empezó a subir, por dentro de la falda, levantándola al subir. Gracias al sitio, nadie podía ver la operación, pero yo la podía sentir.

La subió lentamente, por la cara interna del muslo. Era suave y cálida. Empecé a respirar más fuerte. Noté que mis mejillas se ponía rojas. Pasaba mi lengua por mis resecos labios. Cuando su mano llegó a mis bragas, cerré los ojos. Sentí como la recorrió. Se dio cuenta de lo mojada que estaba. De lo cachonda que me había puesto.

Su dedos recorrieron la rajita de mi coño, aún sobre las bragas. El placer es muy intenso. No sólo por la caricia en sí, sino por el lugar, un autobús lleno de gente, y por ser un completo desconocido el que ahora subía la mano y la metía por dentro de las bragas.

Sentí sus dedos enredarse en mi vello púbico. En pocos segundos bajaron. Sus dedos recorrieron ahora directamente mi coño. Su dedo corazón bajó por mi raja. mientras que con los otros dos separaba los labios. Aquel hombre era un experto. Movía su dedo con suavidad, arriba y abajo, frotando mi clítoris.

Me iba a hacer correr. Estaba a punto cuando el autobús se paró. Era mi maldita parada. Pero me iba a correr. Mi cuerpo se empezó a tensar. Las puertas del vehículo se abrieron justo cuando mi cuerpo estallaba. Me mordí el labio inferior con fuerza para no gritar. Sus dedos quedaron mojados de mi jugos, y no pararon de frotar durante todo mi largo y extenuante orgasmo.

Las piernas me temblaban. Me tuve que agarrar con fuerza para no caerme. Los libros que llevaba en mi mano casi se me caen al suelo. Tenía los ojos cerrados. Oí las puertas cerrarse y el autobús arrancó. Aún me estaba reponiendo del inmenso placer que él me había dado cuando desapareció. Sacó su mano, se despegó de mí y se separó.

Me bajé en la siguiente parada. Tendría que caminar más de 10 minutos hasta la facultad. Al salir del autobús, lo busqué con la mirada. Nadie me miraba. Nadie excepto un hombre. Tenía los ojos clavados en mi, y una sonrisa en la boca. Tendría sobre 40 años. Normal de aspecto. Bien vestido, afeitado.

Miré como el autobús se marchaba. No sé si era él o no. Podría ser simplemente un mirón. Pero algo me decía que sí era él.

Antes de emprender la caminata me senté en el banco de la parada. Aún tenía escalofríos de placer. Me sentía mojada. Había sido sin duda uno de los mayores orgasmos de mi vida. Cuando me levanté para emprender el camino, un papel cayó de entre las hojas de uno de los libros. Extrañada, me agaché y lo cogí. Era una nota escrita a mano:

"Te espero esta tarde en el cine Paradiso, sala 5. Sesión de las 7".

No me lo podía creer. El muy descarado me citaba en un cine. Por supuesto, me dije que no iría, pero mi coño mojado decía que sí.

Tiré la nota y me dirigí a clase.

Fue una mañana perdida. No estaba concentrada el los profesores. Mi mente estaba en otra parte. Me decía que no podía ir. Que podría ser un psicópata, un asesino, un violador. Por otra parte, me decía que el cine era un sitio público. Si intentaba algo malo podría gritar.

Me decidí. No iría. Me olvidaría de todo el asunto.

A las siete menos cinco estaba comprando una entrada para la sala 5. Era un película iraní.

Con la entrada en la mano y el corazón como loco, miré a mi alrededor, buscándolo. No lo vi. De todas maneras, el tipo que vi al bajar podría no ser él. Estuve a punto de no entrar, de marcharme, pero al final, entré.

La sala era pequeña. Me imagino que ese tipo de películas no atraen a mucho público. Por eso la eligió, imagino. Fui la primera en entrar. Me senté en el centro de la fila, casi al final de la sala.

Cada vez que entraba alguien, lo miraba con atención. Casi todos hombres y algunas parejas. Cuando se apagaron las luces y empezó la proyección, en la sala no habría más de 20 personas. Yo estaba sola en mi fila.

"Joder, Maripuri. ¿Qué coño haces aquí, en un cine, esperando a un posible maníaco? Mejor te levantas y te largas. Aún estás a tiempo."

Pero no me levanté. La película era un verdadero royo, que me perdonen los iraníes. De todas maneras no la miraba. Miraba a los pocos espectadores, esperando a que alguno se levantara y se acercara a mi. Ninguno se movió.

¿Y si todo había sido una broma?

Luz. Se había abierto la puerta de la sala. A luz de la proyección vi como un nuevo espectador se sumaba a nosotros. Empezó a subir las escaleras. A cada paso que daba, mi corazón latía un poco más fuerte.

Subió y subió. Llegó a mi fila. Mi corazón estaba ya desbocado. Empezó a acercarse. Yo no lo miraba, mis ojos estaban fijos en el desierto que se proyectaba en la pantalla. Se sentó a mi lado.

Era él. Su olor era inconfundible.  No tardó en poner su mano en mi rodilla. Fue como si una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo. Yo miraba la pantalla mientras su mano subía por mi muslo, por debajo de la falda. Abrí las piernas. Yo sabía por qué estábamos los dos allí, así que le facilité las cosas.

Llegó a mi coño. Empapado, palpitante. No se anduvo con rodeos. Metió la mano por debajo y me hizo una maravillosa paja, pasando sus dedos por la raja de mi coño. Llegó incluso a meterlos en mi vagina. Iba de mi clítoris a mi vagina una y otra vez.

Yo tenía mis manos apoyadas en los apoyabrazos. Cuando me corrí las aferré con fuerza mientras estallaba de placer. Intenté no gemir, pero de mi garganta se escapó un suspiro.

Por primera vez, me habló. Acercó su boca a mi oreja y susurró.

-Quítate las bragas.

Su voz era grave y autoritaria. Le obedecí. Levanté el culo de la butaca y me las bajé. Luego la llevé hasta mis tobillos. En la penunbra de la sala vi como acercaba una mano, pidiéndomelas. Se las dio y él se las guardó. como un trofeo.

Me atreví a mirarlo. Era el hombre que me había sonreído por la mañana. Nuestras miradas se encontraron en la semi oscuridad.

Su mano derecha fue hasta mi rodilla. La cogió y me levantó la pierna, poniéndola sobre el apoyabrazos. Me moví hacia adelante, dejando mi culo al borde del asiendo. Estaba casi recostaba. La otra pierna la separé. Estaba totalmente expuesta ante él. La falda se me había subido. El terminó de levantarla. Mi coño desnudo quedó a su alcance. Allí no daba la luz de la pantalla y casi no se veía nada.

Pero se olía. Su perfume se mezcló con el aroma de mi coño. Mi reciente corrida y los jugos que aún fluían hacían que mi sexo oliese. A hembra en celo. Él lo notó.

-Ummmm que bien hueles.

Sentí que metía uno o dos dedos en mi vagina. Y luego, a la luz que se reflejaba desde delante, vi como se los llevaba a la boca, como los lamía y chupaba.

-Y sabes mejor.

Sus dedos volvieron a mi coñito. Mirándome volvió a masturbarme. Fue una paja lenta y muy placentera. Iba de iba de mi pepitilla a mi vagina. Metió dos dedos dentro, y frotó mi clítoris con su pulgar. Me corrí mirando sus ojos. Brillaban a la luz de la pantalla. Y mi cuerpo se tensó sobre el asiento.

No paró. Siguió tocando, acariciando. Yo quería más. Más orgasmos. El tercero no tardó en llegar, haciéndome ver las estrellas. Ese hombre sabía como hacerme vibrar. Mi coño no dejaba de soltar olorosas jugos, que él esparcía con sus dedos.

De repente, algo nuevo. Bajó sus dedos hasta mi culito. Con tantos jugos estaba lubricado, y no le costó introducir un dedo en mi ano. Eso era nuevo para mi. Nuevo y muy...rico. Me folló suavemente con ese dedo. Me dio un suave placer, aumentado cuando llevó la otra mano a mi coño.

El placer fue aumentando, poco a poco. Me mecía en esa butaca, sintiendo sus dedos recorrer mi vulva y también penetrando mi culito. Cuando un segundo dedo acompaño al primero en mi ano, no pude soportar tanto placer y volví a correrme.

-Agggggggg que ...rico.... - le susurré mientras mi cuerpo entero era atravesado por el placer.

Los espasmos de mi orgasmo hacía que mi esfínter apretara más sus dedos, notándolos más. Fue un fuerte orgasmo, que me dejó sin fuerzas. La pierna que tenía sobre el reposa brazos se cayó al suelo. Si no me agarra, me hubiese caído yo también al suelo. Me senté mejor.

Con los ojos entornados, lo miré. ¿Y él? En el autobús me pegó al culo su polla bien dura. Seguro que ahora también la tenía dura. No era justo. Me había hecho correr cuatro veces esa tarde y no me había pedido nada. Alargue la mano más cercana y la llevé a su polla.

Sí la tenía dura. Muy dura. La recorrí sobre el pantalón. Parecía una buena polla.

-Sácamela.

El sonido que hizo su bragueta al bajarle me erizó el vello. Metí la mano. La recorrí sobre el calzoncillo, apretándola. Era gorda, y bastante larga. Más que la del par de jovencitos con los que me había acostado. Se la saqué. Empecé a acariciarla con la mano, arriba y abajo. Me encantó su tacto, caliente  suave. Pero no la veía. Estaba muy oscuro.

Me propuse hacerle una buena paja, para devolverle el placer que él me había dado. Empecé lentamente, apretando. Sus ojos, que reflejaban la película iraní, me miraban. Tenía aquella sonrisa que vi esa mañana al bajar del autobús.

Aceleré la mano. Cuando el empezó a gemir me sentí muy bien. Me estaba mojando otra vez. Aquella polla en mi mano me estaba volviendo loquita.

-Ummm que bien lo haces...me vas a hacer correr.

-Tu me has hecho correr a mi hoy cinco veces.

-Pero si me corro así lo voy a manchar todo.

Tenía razón. Si esa polla empezaba a disparar, sus pantalones quedarían hechos un desastre. Una vez le hice una paja a un novio en el coche. Usamos un pañuelo para recoger la corrida.

-¿Tienes un pañuelo?

-Aggg no..no tengo.

-Joder, yo tampoco.

-Tu boca es preciosa.

Me quedé parada. Pretendía correrse en mi boca. Es algo que nunca había hecho. Mamadas sí, pero como preliminares antes de follar. Me había dado mucho placer con sus dedos, pero eso me parecía demasiado. Al fin y al cabo no lo conocía de nada.

-En la boca no.

-Joder, pues no puedo más. Tu manita me tiene a punto.

-Acercate al borde del asiento.

Lo hizo, y abrió las piernas. Apunté la polla hacia adelante y se la casqué con más fuerza.

Se corrió. Uf, vaya corrida.  El primer chorro pasó por encima de la butaca de delante. Menos mal que no había nadie. Bajé un poco la polla y los siguientes se estrellaron contra el respaldo y finalmente, cayeron en el suelo. El no dejó de dar apagados gruñiditos de placer con cada chorro. El olor del su semen se mezcló con el de mi coño.

Seguí un rato más acariciando su polla, que perdió un poco de su dureza tras su tremendo orgasmo.

-¿Te ha gustado?

-Ya lo creo, preciosa. ¿Nos vamos?

Se guardó la polla en los pantalones y se levantó. Lo seguí. A pesar de todo lo que había pasado entre nosotros casi no conocía su aspecto. Cuando salimos de la sala, al fin pude verle bien. Era un tipo normal, ni guapo ni feo. Sus ojos sí que eran muy bonitos, entre marrón claro y verdes. Me miraba. Me sentí un poco cohibida. Me acabada de hacer correr 4 veces y yo una a él y ahora me sentía cohibida.

-¿Quieres tomar algo? - me preguntó.

-Vale.

Fuimos a una cafetería cercana. Pedimos unos refrescos.

-¿Cómo te llamas?

-María. ¿Y tú?

-Carlos.

-Así que te dedicas a meterle mano a las chicas en el autobús.

-Jajaja. No creas.

-¿No? Venga hombre. Dime ahora que yo he sido la primera.

-La primera que se deja.

Mierda. Me pude roja, como una niña.

-No creas que soy una zorra que se deja meter mano por el primero que pasa

-No creo eso.

-Es la primera vez que...me pasa esto.

-¿Te arrepientes?

-No.

-Ni yo. Oye María...

-Dime

-¿Sabes que me gustaría?

Mi corazón se aceleró. Me imaginé que ir de compras no sería.

-¿Qué?

-Comerte el coño. Es mi especialidad.

-Joder, Carlos. Eres directo, ¿eh?

-Jajaja. Para que andarnos con rodeos.

Era un descarado, pero me gustó que fuera así. Y a mi chochito también. Se mojó.

-¿Cuándo?

-Ahora. Me encantó como sabía. Muero de ganas por pasar mi lengua por esa jugosa rajita que tienes

-Me estás calentando,  bribón.

-Esa es mi intención, preciosa.

-¿Tan bueno eres?

-Ya lo comprobarás.

-¿A donde me llevarás?

-A mi casa no puedo. Está mi mujer.

-¿Eres casado?

-Sí.

-Coño.

-Jajajaja. ¿Te importa?

-Ummmm pues...no, la verdad.

-Vamos a mi coche. Iremos a un sitio tranquilo.

-¿Tienes coche?

-Claro

-¿Y entonces por que coges el autobús?

-Pues...para meterte mano.

-Jajajaja. Eres un pervertidillo, según veo.

-No creas. Soy un tipo normal.

Pagó los refrescos y nos dirigimos al parking. Tenía un buen coche. Me abrió la puerta y subí. Arrancó y salimos a la calle.

-Ahora es cuando me das un golpe, me violas y me cortas el cuello, ¿No?

-Ummmm has visto muchas películas. No soy nada violento. No le haría daño a ni a una mosca.

-Espero no aparecer en el periódico.

-Tranquila. Te aseguro que soy un buen tío.

-Sí sí, que le pone los cuernos a su mujer y se dedica a meterle mano a las jovencitas.

-Coño, visto así hasta me doy miedo a mi mismo! Jajajaja.

Me reí también.

"Estás loca de remate, Maripuri. Aún estás a tiempo de salir corriendo".

En vez de salir corriendo, abrí las piernas cuando el metió su mano por debajo de mi falda. Cuando llegó a mi coño, lo encontró mojadito y babosito. Lo recorrió con sus dedos, haciéndome gemir.

Estaba claro que estaba loca. Una chica en su sano juicio no habría subido a ese coche. Bueno, ni siquiera hubiese ido al cine.

De repente, dio un frenazo y aparcó a un lado.

-Joder, que suerte. Espera un momento.

Salió del coche. No sabía a donde diablos iba. Lo seguí con la mirada y vi como entraba en una farmacia. Al poco salió con una bolsita. Entró al coche y arrancó, dejando la bolsa sobre el salpicadero. Dentro había una caja de condones.

-Oye, no habíamos hablado de follar.

-María, está claro que te voy a follar.

-Pues no lo tengo yo tan claro, Carlitos.

-¿Quieres que saque la navaja?

Di un respingo y casi doy con mi cabeza contra el techo del coche.

-Jajajaja. Que es broma, tonta. Soy un caballero, créeme. No pasará nada que no quieras que pase, eso te lo puedo asegurar.

-Cabrito. Casi se me sale el corazón por la boca.

Seguimos el camino. No sé a donde me llevaba. Salimos de la ciudad y se metió por una carretera oscura. Debería haberme asustado, pero no sé porqué, confiaba en él. No parecía un psicópata Aunque los peores son esos, los que no lo parecen.

Se metió por un camino de tierra y paró en un sitio oscuro. No se veían casas alrededor. Era el picadero perfecto.

-¿A cuántas has traído aquí?

-No son tantas. A la mayoría las tengo enterradas por los alrededores.

-Capullo.

-Jajajaja.

Abrió la puerta y se bajó. Vino hacia mi lado y abrió. Me tendió la mano y me ayudó a salir. Pasamos a los asientos de atrás.

Estaba oscuro, como en el cine. Pero ahora estábamos solos. Ahora estaba en sus manos.

-Llevaba varios días mirándote en el autobús. Incluso te rocé un par de veces, pero siempre te movías.

-Es que me tienen frita todos esos sobones.

-El día que no te moviste no me lo podía creer. Lástima que llevaras pantalones.

-Me pusiste muy cachonda ese día.

Sentí su mano empezar a acariciar mi rodilla, subir lentamente por mi muslo, meterse bajo la falda.

-¿Sí?

-Sí..cuando me bajé del autobús fui corriendo al baño.

-¿Te tocaste por mi?

Su mano llegó a mi coño. Con delicadeza pasó un dedo a lo largo largo.

-Ummm, sí, me toqué por ti.

Se acercó más a mi. Por primera vez sus labios rozaron mi piel. Fue un suave beso en mi mejilla. Su aliento era fresco. Me estremecí y giré la cabeza hacia él.

No era la primera vez que me besaban. Pero lo pareció. Ese hombre tenía algo que me hacía sentir diferente en sus manos. Sus labios se rozaron con los míos, casi sin rozarlos, hasta que nos fundimos en un largo beso. Sin dejar de acariciar mi coñito. Su lengua en mi boca me hizo temblar de deseo.

Se separó, dejándome con la boca entreabierta, anhelante de más caricias, de más besos. Con suavidad me echó hacia atrás, haciéndome apoyar contra la puerta del coche. Con sus manos separó mis piernas, subió mi falda y se agachó. Sentí sus labios en una de mis rodillas. Me recorrieron escalofríos de placer. Algo húmedo y caliente empezó a acercarse a mi coñito. Me besaba y lamía cada centímetro de piel.

Una vez me comieron el coño. Cuando su lengua recorrió mi húmeda rajita, me di cuenta que lo de aquella vez fue una simple caricia con lengua. Ahora supe de verdad el placer de que un hombre te haga el amor con su lengua. Estaba oscuro, pero aún así cerré los ojos. Aquella maravillosa lengua acariciaba cada pliegue de mi sexo lentamente. Sentía también su cálido aliento, que aumentaba el placer que recorría todo mi cuerpo.

Mis flujos o dejaban de manar. Y él los recogía con su lengua. De vez en cuando besaba mis ingles, una a una, para volver otra vez a mis labios. Pero evitaba tocar mi clítoris. Cada vez que su lengua llegaba cerca lo rodeaba, lo sorteaba. Yo levantaba mis caderas intentando llevarlo hasta su boca, pero no lo conseguía. El placer subía y subía, pero no estallaba. Se acumulaba. Era como una presa a punto de reventar. Mis manos fueron a su cabeza para apretarlo contra mí.

Cuando sus labios por fin atraparon mi inflamado clítoris entre ellos y su lengua le dio suaves golpecitos, la presa reventó. El orgasmo que atravesó mi cuerpo fue tan intenso, mis músculos se tensaron de tal manera que llegaron a dolerme. Me quedé sin respiración, con el culo levantado del asiento. A los pocos segundos el aire llenó mis pulmones y pude gritar, recorrida por espasmos de placer, restregando mi coño por su cara, llenándosela de mis caldos.

Jamás había sentido nada así. Me había dicho que era su especialidad. Y tenía razón. No fue sólo lo bien que lo había hecho. Fue lo que hizo después. Mi orgasmo había sido tan fuerte que toda mi vulva había quedado muy sensible. Un simple roce casi me dolía. Él lo sabía y por eso dejó de lamerme, pero no de estimularme. Se dedicó a besar mis ingles, la cara interna de mis muslos, a echar su cálido aliento sobre mis labios. Consiguió que la sensibilidad desapareciera poco a poco, pero no la excitación.

Los besos se acercaron poco a poco otra vez a mi rajita. Me dio un lametón de tanteo. Gemí de placer, pero no aparté su cabeza.

Todo volvió a empezar. Su maravillosa lengua, ayudada ahora por sus dedos, me llevaron lentamente a un nuevo orgasmo, tan arrollador y placentero como el primero. Esta vez si pude gritar mi placer. El dejó de lamerme.

-¿Te gusta?

-Agggg Carlos, me vas a matar de tanto placer... Para ya...no puedo más

-Claro que puedes más.

Tenía razón. Si hubiese seguido seguramente me hubiese hecho correr una y otra vez, pero yo ya estaba más que satisfecha, así que con suavidad aparté su cabeza de entre mis piernas y me incorporé. En seguida me besó la boca. Olía y sabía terriblemente a mi coño, pero no me importó. Lo besé con pasión.

Sentí contra mi muslo la dureza de su polla. Llevé una mano y agarré sobre el pantalón. Le bajé la cremallera y se la saqué. Caliente, dura. Su punta estaba mojada.

-María...Te deseo...déjame follarte.

Si algún hombre se merecía follarme bien follada era, sin duda, ese hombre. Pero estaba agotada, echa polvo. Me sentí un poco mal, pero de verdad que no podía más.

-Carlos...de verdad que te mereces eso y más, pero estoy agotada. No puedo con mi alma.

-¿Y me vas a dejar así?

-¿Te hago una paja?

-Con la boca.

Era justo. El me había comido el coño maravillosamente. Qué menos que devolverle un poco de ese placer. Sé que no estaría a su altura. Mi experiencia chupando pollas era muy escasa, pero iba a poner toda mi voluntad.

Agaché mi cabeza hasta que la punta de su polla rozó mis labios. Apenas la veía, pero la sentía, la olía y la saboreaba. Le pasé la lengua alrededor de la punta. El sabor del líquido que rezumaba llenó mi boca. No era desagradable.

Puso sus manos sobre mi cabeza, pero no apretó como hacían los otros a los que se las había chupado. Sólo me acarició con suavidad. No me sentí forzada, así que pude disfrutar de la sensación que su polla producía en mi boca. Y me gustó. Yo llevaba el ritmo. Cuando él empezó a gemir, me hizo sentir orgullosa. Sólo podía meterme media polla en la boca. Era muy gorda para mi. Me estaba encantando hacerle aquella mamada.

Cerré los ojos y disfruté de las sensaciones, de sus caricias en mi cabello, de sus gemidos.

-Ummmm María...que rico....me encanta tu boquita, tan caliente y húmeda.

Eso me subió la autoestima. Quería demostrarle que no sólo él podía matarme de placer. Que yo también era capaz de darlo. Me ayudé de una mano. Subía y bajaba mi boca a lo largo de la polla, seguida de mi mano. Él empezó a moverse, a gemir más fuerte.

Y una vez más me demostró que era un caballero. En el cine le había dicho que en la boca no. Nunca había permitido a nadie correrse en mi boca.

-Aggg María..estoy a punto de correrme....sigue con...la ...mano...

Seguí, pero con la boca. Sabía que se iba a correr, que su espeso semen me iba a llenar la boca, pero seguí mamando. Empezó a temblar, su polla se puso rígida y un potente chorro se estrelló en mi paladar, para luego repartirse por mi lengua. Fue seguido de varios más. La boca se me fue llenando. No había espacio para su leche y su polla. Cuando yo me había corrido en su boca, el no había escupido. Se había bebido todo lo que yo le dí.

Hice lo mismo. Me tragué su caliente semen. Sentí como bajaba por mi garganta. Seguía corriéndose, gimiendo de placer. Y yo seguí tragando. Mi boca se llenó de sus sabor. No era un sabor agradable, pero tampoco era asqueroso. Aún así, lo  trague con gusto, porque sabía que él estaba disfrutándolo.

Su polla dejó lanzarme leche. Yo seguí chupando, ahora más despacito. Oía su respiración, agitada. Se la lamí con cariño, para dejársela limpita de todo rastro de semen. Le di un último beso en la punta antes de levantar la cabeza.

Me besó, con mucha dulzura.

-¿Lo he hecho bien?

-¿Bien? Ha sido la mejor mamada de mi vida.

-No exageres.

-No exagero. Creí que me ibas a vaciar todo.

Apoyé mi cabeza en su pecho. Me estuvo acariciando largo rato. Me olvidé de todo, hasta que al rato me di cuenta de que era tarde.

-Es muy tarde. Mis padres se van a preocupar.

-Te llevo a casa.

-Gracias.

Durante el camino de regreso casi no hablamos. Pero él no dejaba de mirarme. Me dejó en la puerta de mi edificio. Antes de bajarme, le di un beso en la boca. Luego salí corriendo.

Mientras subía en el ascensor, pensé en todo lo ocurrido. Me reí yo sola cuando me di cuenta de que no llevaba bragas. Se las llevó como un trofeo.

A mi madre le dije que me había entretenido con las amigas y que se me había ido el santo al cielo.

-Joder, niña. Hace años que existen los móviles.

-Lo siento mami.

Más tarde, acurrucada en mi cama repasé todos los acontecimientos de ese día. Me dije que esta loca por lo que había hecho. Ir al encuentro de un desconocido. Primero a un sitio público. Mal, pero podría haber salido corriendo si pasaba algo raro. Pero después me subí a su coche y fui con él a un descampado. Por menos de eso los americanos hacen una película de terror.

Pero no me arrepiento. No había gozado tanto en mi vida. Y Carlos eran un buen tipo.

Me dormí con una sonrisa en los labios.

Al día siguiente, lo busqué en el autobús. Pero no lo vi. Me sentí triste. No sabía donde vivía. Ni su teléfono. Sólo su nombre.

Tampoco apareció al día siguiente, ni al otro. Llegó el fin de semana, y nada.

El lunes, ya no lo busqué. Me dije que sólo fue algo maravilloso que me pasó, algo para recordar.

Me tocaron el culo. Iba a darme la vuelta para echarle al tocón una mirada asesina cuando hasta mi nariz llegó su olor. Era Carlos. El corazón se me aceleró. Mi cuerpo empezó a temblar de emoción.

Su mano, su maravillosa mano acarició sabiamente mi culito. Poco a poco nos acercamos a nuestro rincón, en donde sus caricias se intensificaron. Sentí su dura polla pegarse a mi culo, su aliento en mi cuello, y su mano posarse sobre mi coño. Apretó un dedo sobre mi raja, metiendo la braga entre mis ya empapados labios. Yo meneé mi culito, dándole la bienvenida.

Ese día desgraciadamente llevaba pantalones, así que su mano no pudo tocarme directamente como el otro día. Pero me puso muy cachonda. Mucho.

El autobús paró. Era mi punto de bajada. Ya había hecho una locura por él. Ahora iba a hacer otra.

Me di la vuelta. Nuestras miradas se encontraron. Acerqué mi boca a su oreja y le susurré:

-Si quieres follarme, sígueme.

Salí del autobús. Sabía que pocos pasos por detrás de mi el me seguía. Entre tanta gente pasamos desapercibidos. Me dirigí a la segunda planta, en donde estaban los alumnos de los cursos superiores, que eran menos, por lo que allí había mucha menos gente. Me metí en uno de los baños comprobando que nadie miraba. Oí sus pasos tras de mi.

Me había dicho que su especialidad era comerme el coño, pero su manera de follar no tenía nada que envidiarle. Me echó los dos mejores polvos de mi vida. Al menos hasta ese momento.

Después, han venido muchos más. Casi siempre en sitios en donde nos pueden pillar. Es el mejor amante que he tenido y sin duda el mejor que tendré.

Todavía me sigue metiendo mano en el autobús. Ahora siempre voy con falda para que me pueda tocar a fondo. Más de una vez me he pasado de parada.

Pero el gustazo no me lo quita nadie

FIN

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