Mara (2: sin piedad)

Dos violentas luchadoras disfrutan castigando a un hombre hasta el límite de sus fuerzas.

Mara ll: "Sin Piedad" por Lumix

Hacía tiempo que yo salía con la bella Mara, mujer de cuerpo escultural y poderoso que había sido campeona varias veces de lucha libre profesional. Esto lo supe después que me sometiera a un castigo sin igual, en una noche de placer para ambos que me hizo descubrir mi extraña afición.

En el tiempo que llevábamos juntos, habíamos logrado una particular sintonía, ya que teníamos muchos gustos en común, especialmente la lucha.

Hacíamos frecuentes combates entre los dos, que nos dejaban totalmente exhaustos y excitados. Ella me había enseñado muchas cosas que me permitían enfrentarla con dignidad, aunque la mayoría de las veces terminaba vencido por su superioridad técnica y su experiencia.

Pero un día, me dijo que le gustaría incorporar una pequeña variante en nuestro juego. Tenía una amiga con la que había hecho muchas veces pareja en le ring, y quería traerla para participar en alguno de nuestros combates.

Yo me negué rotundamente, argumentando que si a duras penas podía enfrentarme con ella, mucho menos podría hacerlo con las dos juntas.

Me respondió que no tenía de que preocuparme porque iba a ser un simple juego. Que ellas sabían muy bien hasta donde llegar y que, en definitiva, yo era un hombre fuerte y resistente y ellas, dos frágiles mujeres. Debo confesar que la idea me gustaba, aunque estaba algo indeciso; pero mis dudas se esfumaron esa misma noche, cuando Mara terminó de convencerme entre las cuerdas.

Así, la amiga de mi novia vino al día siguiente.

Apenas la ví me tranquilicé. Vestida con una falda amplia y una blusa, era mas baja que yo y parecía una mujer común y corriente e inclusive, algo tímida. Me dije que no iba a ser ningún problema y que podría ponerla pronto fuera de combate, para dedicarme exclusivamente a Mara, como era habitual.

Charlamos un poco de cualquier cosa hasta que decidimos entrar en acción, y así cada uno se fue a cambiar a su cuarto, para encontrarnos luego en el ring.

Teníamos en la casa una habitación especialmente acondicionada para practicar nuestro deporte. Había en ella una colchoneta gruesa que cubría el piso, rodeada por cuerdas en todo su perímetro y separadas de la pared unos 50 cm. El área de lucha tenía 5 metros de lado, lo que permitía una gran libertad de movimientos. Era allí donde se llevaría a cabo el encuentro.

Yo llegué primero y me puse a hacer algunos ejercicios de precalentamiento. Después llegó Mara, con una bikini que dejaba ver su hermoso cuerpo de amazona, y finalmente entró su amiga.

Y en ese momento entendí cuanto me había equivocado. Sonia -así se llamaba- mostraba ahora todo su potencial. Traía un top azul que hacía juego con un short muy ajustado, que parecía a punto de estallar bajo la presión de sus piernas macizas. Al ver sus anchos y sólidos muslos, un leve escalofrío recorrió mi espalda, pensando que sería fatal quedar atrapado entre ellos (la realidad superó luego mis peores presentimientos).

Tenía una cintura afinada y un abdomen liso como una tabla. Sus pechos, aunque no eran muy grandes, se veían duros y evidenciaban muchas horas de gimnasio. Sus glúteos, redondos y firmes, aplastarían fácilmente todo lo que quedara debajo de ellos.

Todo su cuerpo expresaba fuerza y solidez, y se notaba que cada gramo de grasa había sido reemplazado por poderosa masa muscular.

Y como ya no tenía escapatoria, decidí hacer el mejor papel posible y así, empezamos.

Ellas habían peleado mucho tiempo juntas y se entendían bien, de modo que con una seña mi mujer le indicó a Sonia que comenzara, para darle oportunidad de lucirse.

Sin perder tiempo, mi nueva rival me tomó por el brazo y lo retorció contra mi espalda, haciéndome gritar de dolor. En esa posición me arrojó contra las cuerdas, en las que reboté, cayendo de espaldas en el piso. Saltó entonces ágilmente y dió con su grueso muslo sobre mi cara, volviendo a pararse al instante. Aturdido, traté de incorporarme, pero apenas había logrado ponerme de pié, sucedió lo que tanto había temido. Con un veloz salto, Sonia se subió sobre mis hombros, atrapando mi cabeza entre sus poderosos muslos y, aprovechando la fuerza del impulso, me hizo caer de costado contra el piso.

Con mi cabeza entre sus piernas y mi cara pegada a su pelvis, apenas podía ver su rostro, donde el extraño brillo de sus ojos y una sonrisa malévola presagiaban lo peor. Entonces, con un codo apoyado contra la lona para afirmarse mejor, comenzó a oprimir mi cabeza entre sus formidables muslos.

Comprobé allí que me había quedado corto al imaginar la fuerza de esas piernas de acero. Yo me revolvía inútilmente tratando de zafarme, mientas ella me miraba y disfrutaba con mi impotencia.

Pero luego de unos minutos interminables, me soltó y parándose fué hasta donde estaba Mara para charlar con ella. Quedé así tendido en el suelo, con la cabeza aún dolorida y sin fuerzas para levantarme, cuando ví que habían cambiado de lugar, y era Mara la que venía ahora contra mí.

Me ofreció una mano como para ayudarme a levantar y yo, ingenuamente, la acepté. Apenas alcancé a ver el gesto pícaro en su cara, porque con velocidad felina se arrojó de espaldas contra el piso y apoyando un pié en mi abdomen me hizo volar por el aire en una voltereta que me dejó otra vez boca arriba, pero ahora con ella montada en mi pecho, con sus rodillas sobre mis brazos y teniéndome firmemente por las muñecas.

Sus grandes pechos estaban casi sobre mi cara, moviéndose rítmicamente al compás de su respiración; y su pelo negro que le caía desordenado, dejaba entrever el brillo de sus ojos y una amplia sonrisa de triunfo. Si bien estaba aplastado bajo su cuerpo y sujeto firmemente, pronto vi. que tenía una salida y aplicando una maniobra que ella misma me había enseñado, tomé su cabeza con mis piernas y dimos una vuelta, quedando ahora ella abajo y yo arriba. En esta posición, su cara mostraba una extraña expresión, mezcla de satisfacción por el buen desempeño de su alumno, y de rabia por verse atrapada; pero no pude disfrutar mucho ese momento porque enseguida vino su amiga a rescatarla, y tomándome por el cuello, me sacó velozmente de encima de ella y me arrojó hacia un costado.

Yo quedé muy ofendido por esta intromisión, y la emprendí contra Sonia, que me esperaba

desafiante en el centro del ring donde, apenas estuve imprudentemente cerca, me colocó un recio golpe en el estómago que me dejó sin aire y me hizo doblar hacia adelante. Ella aprovechó entonces para colocar mi cabeza entre sus piernas y teniéndome así firmemente, me tomó por la cintura y me levantó en el aire, quedando yo con la cabeza para abajo y con las piernas apuntando hacia el techo, mientras ella apretaba mi tórax entre sus poderosos brazos. Pensé entonces que iba a dejarme caer, para dar con mi cabeza contra la lona, pero resultó que tenía algo distinto planeado para mí. Ya mencioné que no era una mujer muy alta, pero poseía un cuerpo duro y macizo, formado por una compacta masa de músculos. Su peso era así considerable, y ella sabía como usarlo. Saltando lo más alto que pudo para aumentar el efecto, se arrojó hacia adelante y contra el piso, poniéndome a mí de por medio. Cayó así sobre mí, aplastándome bajo su sólido cuerpo con un tremendo impacto que sentí en todos mis huesos. Pero no conforme con semejante golpe, se paró rápidamente, tiró de mi brazo para voltearme boca arriba y tomando entonces nuevo impulso volvió a saltar encima mío como si se arrojara en una piscina. Excitada y divertida, saltó así varias veces hasta que me dejó casi desvanecido. Después de semejante aplanadora solo podía ver, medio mareado, como Sonia, sentada encima de mi pecho, se reía satisfecha de su poder. Luego me dió vuelta como a una bolsa, se sentó sobre mi espalda y tomándome por las piernas comenzó a retorcerlas hacia ella mientras me preguntaba burlonamente:

-¿Estás cómodo?

Evidentemente no lo estaba, pero no quería reconocerlo, por lo que le respondí que no podría estar mejor. Y esa fué la respuesta menos indicada, porque parándose, tomó mis piernas por debajo de sus brazos y las fue doblando cada vez mas hacia mi espalda, agachándose hasta sentarse sobre mi cabeza. Mi cuerpo quedó así arqueado en una posición forzada y dolorosa, con mi cabeza aplastada bajo sus duros glúteos mientras me preguntaba entre risas: ¿Qué te parece ahora?

Estuvo así un rato, tensando todo mi cuerpo en esa extraña postura hasta que, aburrida de mis quejas, me soltó y se alejó de mí.

Totalmente dolorido y maltrecho, me paré como pude y tambaleándome traté de llegar hasta las cuerdas para descansar un poco, pero esa mujer era una máquina de lucha y disfrutaba atormentando a sus rivales hasta el final, así que velozmente corrió hacia mí y de un ágil salto se tomó de mi cintura con sus fuertes piernas. Por la fuerza de semejante impulso caímos los dos sentados sobre la lona: los dos frente a frente, con ella sujetándome aún entre sus piernas.

Durante un instante de reposo nos miramos a los ojos y la mirada tranquila de Sonia me hizo pensar que allí terminaba el castigo, pero pronto apareció en su rostro una malévola sonrisa que me anunció, segundos antes que mis costillas, la mortal tijera que ya empezaba a estrujarme. Y apoyando las palmas en el piso, Sonia elevó todo su cuerpo concentrando la fuerza en sus piernas mientras, mordiéndose el labio inferior en una extraña sonrisa de satisfacción, disfrutaba con evidente placer viendo como yo me retorcía de angustia y dolor, tratando inútilmente de separar esas terribles piernas de acero. Cada tanto, aspiraba profundas bocanadas de aire que despedía luego con un sonoro ¡¡Uuuuufff!, que era siempre el preludio de un nuevo apretón de renovadas fuerzas, que nos hacía gritar a los dos: a mí de dolor, y a ella de placer.

Después de un rato Mara, que estaba mirando todo sentada en las cuerdas, le gritó: ¡No seas egoísta y dejame algo para mí!, a lo que Sonia respondió luego de unos instantes, como saliendo de un profundo éxtasis: ¡Bueno, vení y compartámoslo!

Mara no se hizo repetir la invitación dos veces. Se acercó con un ágil salto mientras intercambiaba un gesto con su amiga. Ésta, sin soltarme, se dejó caer hacia un costado apoyando el codo sobre la lona y Mara, acostándose también en el piso de la misma manera pero para el lado contrario, tomó mi cabeza por los pelos y la acomodó tranquilamente entre sus muslos. Quedé así ceñido por la cintura y por el cráneo al mismo tiempo, por dos tijeras que de inmediato se pusieron en acción. Cada una de esas mujeres podría partir el cuello de un buey entre sus piernas, y las estaban usando en ese momento para divertirse conmigo, sometiéndome a ese indecible castigo. Pero ellas conocían muy bien el poder de sus muslos, y sabían que si lo aplicaban todo sobré mí, en menos de un minuto terminarían conmigo haciéndome estallar como un sapo. Yo también lo sabía y me revolvía desesperadamente, sin darme cuenta que mi angustia las excitaba aun más. Por eso, iban graduando la presión con destreza para prolongar mi tormento y llevar mi resistencia hasta el límite de lo tolerable, sometiéndome al abrazo brutal de esa doble tijera. Yo me sentía como un pomo de pasta dental oprimido por un gigante y ya no emitía sonidos entendibles salvo quejidos o algún débil ¡Basta, por favor!, que solo servía para que ellas, entre risas, renovaran el esfuerzo haciéndome sufrir aún mas la presión de sus piernas poderosas.

Luego de un tiempo para mí interminable, Sonia soltó mi cintura y me dejó a disposición de Mara, quien al ver que debía continuar sola, me aplicó un último y fuerte apretón como para que no me olvidara de esa experiencia y se dispuso a seguir con otros castigos.

Yo estaba casi rendido y no podía defenderme; pero como ellas no querían dejarme fuera de combate, sino por el contrario, divertirse conmigo lo más posible, decidió continuar con algo liviano. Poniéndome boca abajo, se paró con un pié a cada lado de mi cuerpo, y agachándose como para sentarse en una silla, puso mis brazos sobre sus piernas, quedando así montada sobre mi espalda, con mi torso doblado en el aire y tensado bajo su peso, mientras ella, tomándome firmemente por la barbilla, estiraba despiadadamente cada fibra de mi cuerpo. Después de eso, me dejó caer otra vez en el piso, para pararse sobre mi espalda y tirar de mis brazos hacia atrás, provocando las risas de Sonia que miraba divertida sentada sobre las cuerdas más altas en una esquina del ring.

De repente, Mara se bajó de encima mío y tomándome por la nuca me puso en pié y con un empujón me envió hacia Sonia, que me esperaba con las piernas abiertas a la altura de mi cintura, entre las cuales fuí a parar para recibir de nuevo su cerrojo de acero, con el agregado esta vez de que, tomando mi cabeza entre sus brazos, la oprimió contra su pecho fuertemente en un abrazo de oso que no me dejaba respirar. Mantenía así mi cara sumergida entre sus firmes pechos mientras me decía riendo:

-¡No me digas que no te gusta!.

Y así, exprimido como una naranja por esa hiedra humada, fuí quedando exhausto hasta que, cuando me soltó, caí tendido sobre la lona, boca arriba y casi inconsciente. Veía todo como borroneado y me parecía que el techo se movía. Pero no era el techo. Era Sonia, que había saltado desde las cuerdas y volaba sobre mí. En menos de un segundo cayó pesadamente y me aplastó con todo el peso de su cuerpo. Quedé sepultado debajo de ella y sin ver nada con sus pechos sobre mi cara y con la sensación de estar pegado al piso como un papel. Creo que era eso lo que ella buscaba, porque unos instantes después de la caída, fue despegando lentamente su cuerpo del mío, teniéndome por las muñecas y mirando atentamente el estado en que había quedado mientras esbozaba una sonrisa de triunfo y satisfacción.

Parándose entonces con un pie a cada lado de mi cuerpo me miró unos momentos y, pensando que con eso ya me había puesto fuera de combate, se fue tranquila junto a Mara dejándome allí tirado.

Yo estaba todo dolorido y maltrecho, pero no quería darme por vencido, así que me fuí incorporando como pude hasta quedar en pié otra vez.

Cuando Sonia me vió no lo pudo creer. Con el castigo que me había dado ya debería estar totalmente inconsciente y sin embargo me encontraba allí, parado y haciéndole frente otra vez. Era una ofensa para una luchadora experta como ella y creo que eso la hizo enojar, porque vino rápidamente hacia mí con fuego en los ojos y con un gesto en la cara que mostraba su intención de terminar conmigo de una vez. Yo apenas me tenía en pié, por lo que le fue fácil tomarme por la entrepierna y alzarme en el aire. Me colocó sobre su cabeza como si levantando un tronco, se arrodilló con una sola pierna dejando la otra con el pié apoyado en el piso y me hizo caer entonces de costado sobre su rodilla, como quien parte al medio una barra de madera. Tirado en el suelo, dolorido y sin entender lo que había pasado, sentí que su rodilla caía sobre mi cabeza y pasando mí brazo bajo su axila, lo retorcía hacia atrás, en una postura que no solo me dejaba totalmente inmovilizado sino que además le permitía graduar a gusto el dolor que quisiera causarme.

Teniéndome así atrapado, me preguntó:

–¿Te rendís?

–¡No! -le respondí

–¿Y ahora?¿Te rendís ahora? -me dijo, presionando aun más con su rodilla mi cabeza contra el piso

–¡¡¡Noooo!!!, le grité con la poca fuerza que me quedaba.

–Bueno -me respondió-, entonces voy a tener que aplicarte un castigo de verdad.

Y soltándome me puso boca arriba. Se alejó unos pasos de mí calculando la distancia. Cuando le pareció la correcta, me miró con una sonrisa desafiante y me dijo:

–Ahora vas a conocer la "silla voladora".

Y sin darme tiempo a reaccionar corrió hacia donde yo estaba. Justo frente a mis pies saltó lo más alto que pudo y se arrojó sentada sobre mí. Vi entonces como el duro trasero de Sonia se acercaba rápidamente hacia mi cara. Sus gruesas piernas, separadas, me dejaban ver el resto de ese cuerpo macizo y musculoso que se venía sobre encima mío. Impotente, comprendí entonces que pronto sería aplastado violentamente. Y no me equivocaba. Cuando todo el peso de ese potente cuerpo cayó sobre mi pecho sentí como si una aplanadora estuviera pasándome por encima. En un instante me quedé sin aire y una fuerte sensación de mareo invadió mis sentidos.

Pero a pesar de que mi vista estuviera algo nublada podía ver, desde allí abajo y entre las musculosas piernas de Sonia, la expresión de maligno placer que había en su rostro y que me anunciaba claramente que el castigo apenas estaba empezando. Y pronto lo confirmó. Extendiendo sus piernas a ambos lados de mi cabeza, la tomó por los pelos y atrajo mi cara contra su pelvis. Sentí entonces que cruzaba los tobillos aprisionando mis sienes entre sus muslos gruesos y musculosos, que rápidamente comenzaron a presionarme cabeza en una nueva y brutal tijera. Echando luego su cuerpo hacia atrás y apoyando las manos en el piso, se puso en una posición cómoda para hacer la mayor fuerza posible y, mirándome con ojos de creciente excitación, tensó todo su cuerpo y comenzó lentamente a comprimir mi cabeza, mientras gritaba desafiante:

–¡Ahora sí que no vas a salir de esta!¡Sssí!¡Te voy a exprimir los sesos!¡Sssí!¡Sssí!.

Yo trataba inútilmente de safarme de esa montaña de músculos que me aplastaba sentada sobre mi pecho y de la mortal tijera con la que apretada despiadadamente mi cabeza, pero en esa postura, me encontraba totalmente impotente y ella podía hacer conmigo cuanto quisiera. Mis intentos solo servían para hacer más evidente el poder de Sonia que disfrutaba enormemente, entre gemidos y gritos entrecortados por el esfuerzo y el placer.

Cada tanto, aflojaba un poco y me preguntaba con una voz agitada por la excitación: -¿Te dás por vencido o querés mas?.

Pero no me daba tiempo a responder, porque volvía a presionar con renovada fuerza exclamando ¡Tengo más para vos!¡¡Tomá!!¡¡Ssssí!!¡Asssíí!¡¡Ssssí!!, mientras miraba con deleite la expresión de angustia y fatiga que había en mi cara apenas visible entre sus gruesas piernas.

Pensé entonces que sin ningún esfuerzo podría seguir apretando hasta hacer estallar mi cabeza como una uva o partir mi cuello con un leve movimiento de su cintura sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo y, como veía la mirada resuelta en sus ojos y el grado de excitación en que se hallaba, temí que perdiera el control y decidí que mi única alternativa era rendirme. Ya estaba totalmente mareado, me faltaba el aire y sentía que mi cabeza iba a explotar así que débilmente empecé a decirle: ¡Basta! ¡Me rindo! ¡Basta ya, por favor!, mientras trataba inútilmente de separar sus implacables piernas con mis manos.

Pero ella, para disfrutar más su victoria siguió castigándome con mas fuerza mientras me decía:

¡Ya es tarde, debiste rendirte antes! ¡Ahora vas a sentir la fuerza de mis piernas! ¡Voy a reventar tu cabeza como una uva! ¡Siiiiii! ¿Querés que te suelte? ¡Antes voy a aplastarte el cráneo!

Yo apenas podía hablar, con el peso de esa mole encima de mi pecho y con esa poderosa prensa oprimiendo sin cesar mi cabeza, pero repetía, cada vez con menos voz: ¡Basta!¡Basta!¡Pará, por favor!¡Tené piedad!¡Me rindo!, hasta que, en algún momento que no recuerdo, me desmayé.

Cuando desperté, me ví tirado como estaba antes, con Sonia aún encima mío, pero ahora montada con una pierna a cada lado de mi cuerpo y sujetando mis brazos contra el piso bajo sus rodillas. Teniéndome así atrapado me dijo:

–Preparate, porque ahora vas a conocer el placer.

Y colocándose ágilmente sobre mi miembro, comenzó a amasarlo bajo su pelvis hasta que estuvo en el punto que deseaba, e introduciéndolo en su vagina comenzó a cabalgarme con asombrosa habilidad. Yo disfrutaba enormemente bajo esa mujer de cuerpo atlético, que se movía rítmicamente y sin descanso, demostrando su excelente estado físico y llevándome a un grado de placer sin igual.

Pero en un fugaz momento de cordura, recordé a Mara, que debía estar por allí.

¡Que desastre si me veía! Seguramente me dejará -pensé-, pero no sin antes romperme todos los huesos mandándome un mes al hospital.

Y mientras pensaba esto la ví, parada como el Coloso de Rodas, con un pié a cada lado de mi cabeza y mirándome fijamente a los ojos desde lo alto de su sólido cuerpo. Temí entonces lo peor, pero por suerte me equivoque. Descubrí allí que mi mujer no solo no era celosa, sino que además tenía una afición que yo desconocía. Porque con una sonrisa maliciosa en los labios se fue agachando lentamente hasta sentarse sobre mi cara y de frente a Sonia, que seguía cabalgando sin parar sobre mí. Comenzaron entonces a acariciarse y besarse, mientras yo recorría con mis manos los hermosos cuerpos de esas dos mujeres que tenía encima.

Probamos después muchas posiciones nuevas e insólitas, revueltos en un amasijo de cuerpos, jadeos y extremo placer para los tres, en un nuevo tipo de combate que duró toda la noche.

Por supuesto, Sonia volvió a ser invitada para participar en nuestros encuentros (ya no fue necesario convencerme), y si bien jugaba mucho mas rudo que mi novia, nunca dudé en soportar el castigo, porque luego el premio era en verdad inigualable.

Fin.

Espero que esta historia haya sido de tu agrado, y si querés contarme tu opinión, hacer críticas o sugerencias, podés escribirme a: lu_mix2000@yahoo.com.cr