Mar, nuestra compañera de piso

Pese al desprecio mutuo, Mar y yo fallamos a nuestras parejas y hacemos todo lo que no hay que hacer en la misma casa donde vivía con mi novia.

I

Como todos, yo también tengo un problema con el sexo. No sé si es la sensación de victoria, no sé si es el placer o si hay algo irritándome adentro que intento tapar follando. Pero, es verdad, solo cuando estoy agarrando a alguien por la cadera y estrellándola contra mí es cuando soy feliz. Por desgracia el sexo tiene un precio. En este caso, pagaría con mi relación y no pude pararlo.

Esto me pasó en Valencia. Hace cuatro años, creo, yo estaba allí estudiando y compartía habitación con dos chicas de las islas. Los tres éramos estudiantes, cada uno en lo suyo. Esto no es importante, lo esencial es que allí yo me enamoré de María y nos hicimos pareja. La primera vez que la vi ya sabía que era demasiado guapa como para que no fuera un problema. Ella no solo es inteligente, guapa y buena, ella me hacía reír con mucha facilidad. De pronto vivíamos juntos, comíamos todos los días y dormíamos juntos casi siempre teniendo dos habitaciones. Nunca se lo voy a decir, pero me encantaba hacerle el amor.

Del otro lado estaba Mar, dulce enemiga. "Un bicho", "un vago", me decía. Recuerdo la vez que me afeité y le valió para reirse durante días. Siempre buscando enfadarme, minusvalorarme. Era así, juguetona, sabía que no me importaba. Yo le contestaba con otra chanza, indiferente, y así pasábamos los meses. "¿Macarrones otra vez, chef?", me dijo, "Ten cuidado de no comerte tu propia maldad que te atragantas", le contesté. Se río y luego fue a atacarme por no lavar los platos, me los acercaba a la cara y decía "a ver el platito, ¿lo ves? y el jaboncito, ¿también? ¿Crees que podrás?". Yo sonreía con sarcasmo, la cogí con firmeza por una mano y le di la vuelta para encarla al fregadero y la invité a tomar ella misma la iniciativa. Estando de espaldas ella, era donde peor lo pasaba yo. Mar tenía un culo con el que todavía sueño. Inmenso, todo su cuerpo hacía un rombo en torno a él. Sus manitas, sus piececitos y su cara pequeña hacían un contraste con unas nalgas imposibles de ignorar. Verlo me hacía salivar. En pijama, en mallas, en vaqueros, de cualquier manera no podía dejar de imaginarlo desnudo y arrodillado delante de mí. Aquella vez del fregadero ella se echó hacia atrás protestando "¡Oooye, imbécil!", chocó su carne y mi carne. Por dos segundos noté esa suave presión contra la robustez de una erección incipiente. La liberé, me clavó uno de sus deditos en el costado para que yo me alejara por fuerza de las cosquillas. Yo fregué todos los platos aquel día. Ella pasó la noche con su novio, en su habitación, y yo con la mía. Y después de que María se durmiera, fui a mi cuarto a masturbarme imaginando ese culo postrado y ella suplicando por mi corrida.

Así pasé de septiembre a abril, aguantándola, insultándola también y masturbándome siempre con la imagen de ella: a cuatro patas, girando su cabeza para mirarme y ver cómo sucumbia a su figura. De vez en cuando, la veía y notaba un calor en mi cara, un vacío en el pecho, el vértigo causado por un pantalón corto. Tenía eso cuando me preguntó "¿Tú te imaginas que hubiésemos sido novios?". Fue de noche, cenando, nuestras parejas con sendos grupos de amigos. La primera noche que se podía tener la ventana abierta.

Yo la miré extrañado, pensé que era otra broma y vi que no, que ella hablaba francamente, por curiosidad. Reflexioné un segundo. Contesté: "Pues creo que habría sido gracioso". Lo pensaba, pensaba que entre las bromas y la cizaña siempre nos estamos riendo, que cualquier contacto más allá nos hubiera provocado risa más que nada y así se lo dije. Ella meneó la cabeza con esa decepción exagerada y dijo "Por supuesto, Reyes, es que contigo es reírse por no llorar". "Te ríes, pero es verdad", le dije, "no podríamos besarnos, ni tocarnos, no podríamos tomarnos en serio". Mientras lo decía notaba la presión del vientre, el nervio, esa mezcla de agobio y deseo.

"Mentira", me dijo y ya podía notar la misma mezcla enrojeciendo sus pómulos. "A ver, una prueba", repliqué. "¿Tú flipas? ¿Un beso, yo a ti...?". "No corras tanto, atletista, yo no he dicho nada de beso, ni me beso contigo por dos millones...". "Hombre, porque tú lo harías gratis", me interrumpió. "Ponte encima mía", la reté: "Solo colócate aquí a ver si eres capaz de hacerlo sin reírte".

Se llevó la mano a la cara, me miraba con azoro, se aguantaba la risilla nerviosa. Me convencí a mi mismo de que aquello no era infidelidad, que era un juego, que si María lo hiciera yo no habría dicho nada. Supongo que Mar hizo lo mismo con una prisa sospechosa. "Si lo hago, me friegas los platos una semana", "Venga". Me puso la mano en el hombro, pasó por encima y clavó sus rodillas a la altura de mi cadera y entonces lo sintió. Una erección que me iba a reventar el pantalón contra el camisón de algodón que usaba para dormir. No dijo nada, en su cara estaba todo, sus deditos tapándose la boca y las comisuras de aquellos mofletitos traicionándola. "No te ríes, ¿no? Cero emoción", bromeé, ella asentía, se había quedado clavada, notaba como su cuerpo se volcaba sobre el mío sin escatimar un milímetro de distancia, sus pechos me quedaban de frente. "Venga, entonces quítate la mano y muestra la carita seria. Puedes bailar un poco y todo si estás tan tranquila". Aguantándose, se separó la mano pero aún se mordía el dedo índice para evitar la carcajada. Al tiempo empezó a frotarse, su cadera masajeando la mía, nuestro calor subiendo; dejó de parecer una broma aunque nos estuviéramos riendo. Yo me volví loco, le puse mi mano en la cintura sin darme cuenta y la agarré con todas mis fuerzas para aproximarla a mí. La vi chuparse el dedo y luego acercarlo a mi boca, me recorría el labio y dejaba el rastro de saliva para que lo saborease. Su culo restregándose como si necesitase mi polla y de la nada dijo "Reyes...".

La agarré con las dos manos y la tiré contra el sofá donde estábamos, aún estábamos pegados pero yo había recuperado la razón. Me separé, me alejé, la miré en silencio y le dije que ella había ganado, que necesitaba estar solo. Fui a mi cuarto pero lo único que pude hacer fue masturbarme sin control de mí mismo. Mis manos, mi cuerpo estaba secuestrado por el deseo. Tenía verdadero malestar físico, mis piernas no se tenían en pie, tenía que tocarme en la cama, mi pene estaba tan duro que me dolía. Y ella llamó a la puerta. No podía ser pero así lo hizo. Yo me tapé con las sábanas y le dije que pasara.

Yo no creo que viniera a pedir perdón, pero eso fue lo primero que hizo al entrar. Se sentó a mi lado y dijo que no quería incomodarme, que nuestras parejas eran importantes, que no pasaba nada. Yo hice lo propio y asumí que cualquier cosa que hubiera pasado era por mi culpa. "No ha pasado nada, Reyes, pasa que has perdido", dijo. Nos reímos y bajamos la cabeza, ese fue el momento en que ella se dio cuenta de mi estado.

"¿Te estabas tocando?". "Mar...". "¿Te estabas tocando conmigo? No te creo". "Mar, estaba masturbándome. Ahora mismo lo necesito". Lo dije y me quedé callado, para que se fuera, para que se quedara.

"Pero, ¿estás super duro, no...?". Se me nubló la vista, me quedé poseído de nuevo. aparté las sábanas lentamente y mostré el manubrio recto. Ella abrió los ojos y la boca. Tomé su manita y la llevé a donde pudiera acariciarla y ella se dejó, se comportaba como si yo fuera algo que ella observase por curiosidad, y yo un ser necesitado de ese alivio. Ella envolvía el pene, lo iba midiendo, con cada roce yo me revolvía. "¿A ver?", decía. Ella se giraba para verme así, ansioso. Lo agarró y empezó a frotarlo a toda velocidad, torturándome. Yo me eché ligeramente hacia atrás, haciendo que ella entrase completamente en mi cama, dispuesto a contraatacar. Estaba de rodillas encima del colchón, volcada, y yo tumbado. Mi mano se paseó por su espalda, por su costado, por su pierna y por fin por su culo, por fin lo estujé, sin contenerme, acercándome a verlo mientras ella me tocaba. "Oyeee...", me acuerdo que replicó así ante mi ansia. Mis dedos se colaron por su camisón, por sus braguitas, y fueron buscando someterla a la misma tortura en la que ella me encerraba. "Oye...", dijo. Se le escapaban los gemidos, me miraba con ojitos de lástima y luego miró mi pene con la misma pena y anhelo. Y se rindió, se acercó a él sin voluntad y se lo metió en la boca como si fuera su consuelo. Chupaba mientras me miraba, se había abandonado a la tentación igual que yo y ahora necesitaba. Su lengua hacía círculos en mi glande mientras mi dedo los hacía en su clítoris. Ella gemía mientras se atragantaba. Solo después de tres minutos pudo sacársela para suplicar "Métemela, por favor, por favor".

La agarré por la nuca y hundí su cara contra el colchón. Era hora, por fin, de situarme a su espalda y verla, postrada como una perra, buscando con su culo mi polla, frotándose contra mí. Empecé a jugar con la punta, rozando con los labios de su vagina, pero se resbaló dentro. Ella sola se lo había hundido mientras me seguía diciendo lo de "Por favor, por favor". La castigué por aquello. La agarré por el pelo y le dije que ella me había hecho caer, que me había provocado, que su culo era demasiado para mí y ella iba contoneándolo todo el día sabiendo que la miraba. Ella suspiraba y respondía "necesitaba follarte, necesito tu polla, Reyes... Ah... Yo tampoco... quería que ocurriera...". La azoté y gritó. La azoté más fuerte y suplicaba por más. Hundí mis manos en su carne hasta sentir los huesos de la cadera y entonces la empotré. Lo hice con furia, descontrolado, mientras ella gritaba que se corría, que necesitaba mi leche dentro de ella. Giré su cara y le dije que me lo repitiera.

"Necesito tu corrida", me dijo, entre coqueta y viciosa, con las manitas apoyadas y su culo moviéndose atrás y adelante, pidiéndome. La azoté de nuevo, la agarré del cuello y le di tan fuerte como pude. Empezaba a notar las vibraciones de su orgasmo, ella se estaba tocando y ya temblaba. "Reyes, córrete dentro de mí", me pidió, y después no pude resistirme, me quedé adentro mientras eyaculaba.

Ella se quedó ahí tres minutos más. Nadie dijo nada, me acuerdo de eso. Sí que me miró al incorporarse y salir del cuarto. Me miró de espaldas, otra vez. Se fue. Volví a tocarme de nuevo, todavía en shock. Solo había sido la primera.