Mar

El mar, los cafetales, el amor entre hermanos, es como el río, siempre llega al mar.

Mar

Inmenso, azul, incontenible

Mar

Que cabalgas en mi pecho caribe

Indomable y rebelde

Mar que acompañas mi pulso

Vibras en mis cuerdas

Bañas mis recuerdos

Mar deCaraïbe

Sangre de guerreros

Luchadores incansables

En ti está mi historia sumergida

Cecilia

El soplido del viento en las ventanas, me trae el recuerdo de las olas lejanas del mar Caribe. Mi niñez, mi inocencia, la historia del primer amor. Mi mente vuela kilómetros sobre océanos, valles y montañas, viaja en el tiempo hacia aquellos días, a aquella hacienda, enterrada en las costas del estado Miranda. El olor a café recién colado me despierta. Deben ser las seis de la mañana, en un país lejano dónde ahora vivo.

Perezosa dejo la cama, pero no los recuerdos que me persiguen, que hoy exigen recuento, reclaman atención. Tomo el café y busco entre mis cosas álbumes de esa época; las imágenes me transportan de nuevo a los tiempos en que corría de un lado a otro detrás de ti. Tú eras como mi hermano, lo sentíamos así, me cuidabas, jugabas conmigo, cazabas ranas y lagartijas para captar mis expresiones y yo te veía valiente aventurero, el ídolo de todas mis fantasías. Mi héroe.

Jugábamos a escondernos entre las plantas de café, la excitación de ser descubierta o descubrirte era suprema y yo planificaba en mi mente escondites cada vez más secretos, cada vez más difíciles, pero tú siempre me encontrabas.

Todo lo hacíamos juntos, hasta bañarnos en la pila de cemento con el agua de la lluvia y Petra, tu mamá, se divertía viéndonos y nos regañaba sólo para disimular y que creyéramos que estaba brava. Corríamos hacia ella, nos abrazaba y nos mandaba a vestirnos, antes de que llegara mi papá.

Mi infancia se terminó el día en que mis padres decidieron que debía estudiar en el colegio de monjas, cuando casi era señorita. Mi mamá consideró que era tiempo de asentarnos en la ciudad y te dije adiós con los ojos llenos de lágrimas. Tú me regalaste tu fonda para que no te fuera a olvidar, pero no apareciste para decirme hasta luego. La vida nos pego en la cara las diferencias, tú eras el hijo de la criada, yo la hija del patrón. A eso siguieron dos o tres años de excusas de mi madre para no volver al "monte" como ella decía. Todo ese tiempo sin verte, aunque sabía de ti. A escondidas le preguntaba a mi padre cómo estaban en la hacienda y él sabía que de quién quería y necesitaba saber era de ti. Y, a escondidas de mi madre, me contaba de tus travesuras, de tus juegos y hasta de tus novias. Y sentí celos, muchos celos, que no sabía explicar.

Quinceañera y muy resuelta les pedí a mis padres como un deseo especial ir a pasarme unos días en la hacienda. Mi madre aceptó con reparos y mi papá orgulloso de mi amor por la hacienda, su herencia, su historia, apoyó con mucho agrado. Fue cuando volví a ti. Yo una mujercita y tú ya eras un hombre, mariposas en mi estomago me hablaban de la emoción de volver a verte. Encontrarme contigo, volver a reír a tu lado.

¡Qué ilusa! Me trataste con frialdad, con excesiva distancia, diría que con rencor, ese muchacho resentido, que me pasaba factura por haberle abandonado. La primera semana, tu rechazo me hizo pensar en volver, se me revolvió el orgullo y me fui a buscarte, te grité, te empujé, no podría recordar lo que te dije, levanté la mano para pegarte y la retuviste en el aire, me halaste hacia ti y me besaste. El beso más apasionado que recuerdo, el sabor a prohibido, presente en mis labios y en los tuyos, en mi mente eras mi hermano, mi héroe, mi amigo. Nada de esto estaba bien. Te empujé y corrí, huyendo de ti, pero aun más de mi misma. Me encontré frente al sendero que nos llevaba hasta el mar y pasé todo el día, rabiosa conmigo misma y aun más molesta contigo.

Besarme, me has besado, cómo has podido. Me quité la franela, el short y me lancé al agua y el mar me dio la respuesta, Yemayah (Yey Omo Eja) escuchó mis preguntas y lo supe: era amor. Siempre fue amor. Y saberlo me hizo sentir bien, feliz, orgullosa. Salí del mar, agradecí a la Madre Yemayah y te busqué sin prisas. Debió ser muy evidente que ya no estaba molesta, me miraste y me tomaste de la mano, no hacían falta palabras, fuimos a uno de los galpones donde se deja el café y volvimos a besarnos. Como si la memoria universal circulara en mi ADN, supe corresponder a tus besos, a tus caricias, dejando navegar en tu espalda y en tu pecho mis manos, mis dedos, descubriendo poco a poco el tacto desconocido de tu piel morena.

Ardíamos. Los deseos adolescentes carecen de juicio, pero el llamado de Petra una vez más nos sacó del juego. Salí primero, acomodando mi ropa. Nos sentamos a la mesa y nuestras miradas se cruzaban haciendo nacer pícaras sonrisas, mejillas sonrojadas y la complicidad recuperada. Terminamos de cenar y fuimos a dar un paseo, excusa de nuevos besos y de caricias que no queríamos dejar en el margen de las hojas de nuestra historia. Nos pusimos al día rápido, con humor logré casi con éxito disimular mis celos al preguntarte sobre tus novias… Tú también intentaste disimular tu amargura por mi partida y por los años que pasé sin volver. Lo que no disimulabas bien era la grata sorpresa al ver mis cambios físicos y me descubrí coqueta ante tu mirada.

Volvimos al caserón y nos despedimos tiernamente, con la certeza de despertar al día siguiente igual de enamorados. Sin embargo, una madre siempre sabe por dónde cojea su hijo; nuestro juego de miradas no pasó desapercibido para Petra, quién te esperó despierta y cantó un sermón moral, histórico, monumental que buscaba justificar sus argumentos sobre la imposibilidad de lo que ya sentíamos. Tarde llegó su consejo de alejarte de mí, si me sentías tan cerca que en tu pecho respiraba tu corazón y el mío.

Difícil nos pusieron los encuentros. Tu mamá se las ingenió para cuidarme todo el día, pero la juventud es descarada y el amor es como río, siempre llega al mar. Nos las ingeniamos para vernos, para besarnos en un tropel de emociones que sumaban más candela a la caldera de deseos que nos quemaba en el pecho. Aceleramos acciones. "Esta noche, yo te espero" y me las ingenié. Nos las jugamos y ganamos. Nos encontramos, nuestro deseo reclamó más que caricias y besos, y te adentraste en mi piel y nuestro amor reclamó la entrega mutua.

Dimos el salto, desnudos bajo el manto infinito de una noche bañada por el Caribe nos dimos por entero. Tus besos cubrieron todo mi universo limitado y mi saliva baño las orillas de tus playas. Te adentraste en los escondites que nunca habías descubierto y conocí la magia que encierra ser mujer, bautizada por el elixir de tu virilidad fecunda. La primera vez parecía la repetición de mil veces, de mil momentos que retomaban nuestra existencia terrena. Sobraron los te amo, las promesas eternas. Nos pertenecíamos -lo sabíamos- y eso era lo único importante.

En la oscuridad, unos ojos bañados de sal, revivían la misma historia, los mismos besos, la misma entrega. Nunca nos enteramos cómo, sin embargo, mi papá se apareció al día siguiente, sin explicaciones me ordenó recoger mis cosas. Apenas terminé partimos, él y yo. Otra vez no apareciste para despedirte de mí, pero no lloré, te sabía mío y sabía que el río, siempre llega al mar.

Los años pasaron, mi madre se las ingenió para ocupar mi tiempo y la vida también hizo su parte. La universidad, la carrera, me han llevado a vivir lejos de los cafetales y de las haciendas. Lejos del mar en una jungla de cemento, de reglas rígidas y severas.

Años después, mi padre me llamaba angustiado, me llamó a su lado. Por primera vez en mucho tiempo volvió a mencionar la hacienda. Me habló de su infancia, de una mulatita criada a su vera, con quién descubrió el primer amor, la dulzura primeriza de la primera entrega, entonces lo supe, la mulata era Petra.

Tu madre y mi padre se amaron a escondidas, un amor prohibido por las clases sociales, por los modismos de un tiempo que no admitía desviaciones a lo establecido como correcto. Se amaron bajo el mismo cielo, bañado de mar y una noche felices y plenos sin saberlo, la semilla fecunda de mi padre preñó el vientre de tu madre. Como lo indicaba la costumbre, a mi padre lo mandaron lejos, le buscaron esposa adecuada y de ella nací yo.

Esa noche que nos amamos tu madre recordó el pasado. Supo que, como una vieja canción repetida, ese pasado se repetía en nuestras vidas. Por eso él, como una lección aprendida, me alejó de ti.

Mis lágrimas y las suyas se confundieron. "Hermanos", esa palabra retumbaba en mi cerebro y en mi alma. Mi padre se disculpaba, "debí decírtelo", me repetía, una y otra vez. La cobardía y la vergüenza heredada, me impidieron ponerme en contacto contigo, decirte lo que yo sabía en lugar de hacerlo. Elegí irme al país de nunca jamás. Nunca jamás el mar chocando en las orillas de mi playa, nunca jamás las frutas rojas del café en los cafetales.

El río siempre vuelve al mar.

Sucedió cuando papá murió. Tuve que ir a la hacienda, por la carretera apareció la geografía de la cordillera de la costa, el bosque tropical al lado del mar Caribe. Chuspa, Higuerote, fueron quedando atrás y llegué a Boca de Uchire, direccionales a la izquierda, el camino otrora de tierra, está pavimentado. Iban apareciendo imágenes bañadas de recuerdos. Apareció la casona, los galpones donde una noche supimos que era el amor. No quise llegar directo, bordeé el terreno, vi los sembradíos de café, plagados de frutos rojos. Al fondo el mar, mi nostalgia y mi tristeza.

El país en medio de la revolución reclamaba las tierras donde crecí, donde amé. Generaciones anteriores a mí pisaron y abonaron estos campos, que ahora reclama la nueva estructura social. No se si mi decisión de ceder mis derechos tenía que ver con mis deseos de justicia social o con los de deshacerme de un pasado que pesaba en mi consciencia.

Lo cierto es que al volver por las veredas hacia la casona te encontré. En mi mente las palabras de mi padre, "es tu hermano". Las múltiples razones que me llevaron a alejarme de ti por tanto tiempo, perdieron valor ante el sentimiento que latía en mi pecho. Te amaba. Corrí a tu encuentro, me abracé a tu cuello. No se necesitaron palabras, seguimos caminando en silencio por la vereda, tomados de la mano y una ola de recuerdos borraron de un soplo los sentimientos de culpa.

Te besé, nos besamos y nos amamos sin tapujos y sin pretensiones, nos deseamos sin culpas y con la consciencia segura de que el amor no tiene filiación, ni color, ni distingo de clases. Satisfechos los deseos, fuimos a dar gracias al Yemayah. Nos bañamos en sus aguas, bautizamos y consagramos nuestra unión.

Somos hermanos te dije, pero tú ya lo sabias.

Un suspiro me devolvió a la época actual, sigo en el piso, sentada frente al closet, con mi baúl de recuerdos abierto entre las piernas, mi taza de café a medio beber y sales tú de la alcoba, me miras reprochándome dejarte solo en la cama. Te acercas y me abrazas. A mi lado, vemos las fotos que hablan de nuestro pasado y que endulzan nuestro presente.