Máquinas del Placer (9)
Continúa la saga futurista. Laureen se siente en el medio de una tormenta luego de haber cedido no sólo ante el androide masculino sino también ante los dos femeninos. Luke pone su talento autotidacta al servicio de Miss Karlsten, quien desarrolla extraños sentimientos hacia su robot sexual...
Cuando el empleado anunció la presencia de Luke Nolan en la puerta del despacho de Carla Karlsten, ésta hizo seña de que simplemente le dejase pasar y se retirase. Luke, entró con timidez y saludó nerviosa pero cortésmente a la ejecutiva para luego girar la cabeza hacia su vecino Jack, quien se hallaba en la silla de enfrente.
“Es un gusto tenerte aquí, Luke” – le saludó Miss Karlsten , sonriente -; toma asiento”
El recién llegado, sin poder salir de su nerviosismo, tomó asiento en la silla que se hallaba junto a la de Jack y apoyó en su regazo un maletín que llevaba consigo; recién entonces saludó a su vecino con un asentimiento de cabeza y algún ligero monosílabo, no por descortesía sino por hallarse aún fuera de contexto. Jack le correspondió el saludo con la mejor sonrisa que fue capaz de lograr, aunque internamente se comenzó a preguntar si no habría sido un error recomendarlo a su jefa; Luke sólo llevaba unos segundos allí y su presencia ya había comenzado a irritarle.
“Jack me ha dicho que eres un genio en lo que tenga que ver con tecnología – le espetó Miss Karlsten -. ¿Es así?
“Jack… exagera, Miss Karlsten” – respondió titubeando Luke y dedicando una sonrisa de soslayo a su vecino.
“¿Puedo ver tu currículum?” – preguntó la ejecutiva.
“Desde… ya que sí, Miss Karlsten…”
Abriendo su maletín, Luke accionó un dispositivo y de inmediato la ejecutiva vio en su pantalla lectora los datos del tímido sujeto que tenía enfrente. Se sorprendió al ver que carecía de formación universitaria.
“¿Autodidacta?” – preguntó, enarcando una ceja en lo que parecía más un gesto de admirada sorpresa que de decepción.
“Así es, Miss Karlsten… No tengo título universitario…”
“Entiendo…- asintió ella, sin dejar de mirar la pantalla -. Supongo que eso te debe complicar al momento de conseguir empleo, ¿verdad?”
“N… no me quejo, Miss Karlsten” – respondió Luke, encogiéndose de hombros.
“Tal vez no lo hagas – convino ella – pero digamos que hacer diseños gráficos desde tu casa no parece el mejor trabajo del mundo ni tampoco el mejor pago…”
“Es cierto…, pero no me quejo” – insistió Luke.
“Mi vecino es un tipo no sólo humilde sino además con pocas ambiciones – intervino Jack en lo que no se sabía a ciencia cierta si era un elogio o una descalificación mordaz -. De todas formas, sí es cierto que sabe más que muchos graduados…”
“¿Sabes algo sobre Erobots?” – lanzó a bocajarro la jefa dando un brusco giro al interrogatorio al tiempo que alzaba la vista de la pantalla en la que iba leyendo los datos.
Luke pareció sorprendido.
“N… no mucho” – respondió titubeando.
“Okey, tu vecino me acaba de advertir que eres humilde. ¿Qué tanto es para ti no mucho?”
Antes de contestar, Luke hizo un largo silencio durante el cual hizo desfilar una colección de gestos faciales. Finalmente habló:
“Los he estudiado a través de la red obviamente… Y también he encargado uno… - miró de reojo a Jack, como si acabara de hacer una confesión; por cierto, su vecino enarcó las cejas en gesto de sorpresa -, pero aún no lo tengo, así que no he tenido oportunidad de trabajar con uno de ellos de manera directa…”
“¿Quieres hacerlo?” – le espetó Miss Karlsten con una sonrisa de invitación.
Luke se sintió descolocado y sin saber qué responder; la mujer se levantó de su asiento y echó a andar hacia la “habitación secreta” contoneando su trasero para beneplácito de ambos. Jack, de todos modos, se había quedado tildado con la noticia que su vecino acababa de brindar acerca de su flamante adquisición de un Erobot; quizás, después de todo no era una noticia tan mala: si Luke se hallaba entretenido con un robot, bien podría dejar de andar espiando a Laureen. Sin embargo y aun a pesar de tan favorable perspectiva, no dejaba de fastidiar a Jack el pensar que, posiblemente, Luke tomara el asunto como una competencia en la cual, simplemente, él no podía no tener lo que ya tenía el vecino: sociedad consumista y competitiva…
“¿Van a seguirme?” – preguntó a ambos Miss Karlsten, quien ya había girado el picaporte y, desde el vano de la puerta, les miraba sonriente por sobre su hombro.
Jack y Luke le siguieron hacia la habitación contigua a la oficina. Para el primero, por supuesto, no había nada nuevo allí, pero para Luke fue, desde luego, descubrir todo un mundo: con los ojos desorbitados y la mandíbula caída, no paraba de recorrer con la vista cada uno de los objetos y elementos que poblaban el lugar dándole un toque tan siniestro; Jack, al verle, no podía evitar sentirse divertido ante la expresión de pánico y asombro que dimanaba su rostro.
“Aquí lo tienes” – le indicó Miss Karlsten, señalando hacia su robot.
Luke Nolan detuvo entonces, por primera vez su vista sobre el androide, el cual se hallaba allí, de pie e inactivo: si no lo había hecho antes era porque el entorno del mismo se hallaba era tan turbador que, en medio de todo aquello, el androide casi ni llamaba la atención. Sin embargo, bastó con clavar sus ojos sobre el Merobot para darse cuenta que estaba ante una magnífica y admirable réplica humana, tanto como lo eran los androides que ya había visto en casa de Jack o los que, más de cerca, le habían mostrado en el local de World Robots en el cual había hecho su pedido. Con ojos ostensiblemente atentos y curiosos, recorrió de arriba abajo cada detalle de la anatomía del robot. Quien no conociera a Luke bien podría haber interpretado como sexual, pero Jack bien sabía que a su vecino no le gustaban los hombres y que si escrutaba de esa forma al androide era a la búsqueda de piezas, dispositivos o elementos esenciales en su estructura y funcionamiento.
Rápidamente, Miss Karlsten le expuso cuál era su preocupación; por momentos tartamudeó porque bien poco le gustaba explicar sus fantasías y deseos más recónditos, pero ya empezaba a acostumbrarse y, de todas formas, bien sabía, por boca de Jack, que Luke era un sujeto que no hablaba prácticamente con nadie: su vida transcurría entre sus ordenadores, sus juguetes tecnológicos y, por supuesto, espiar a la mujer del vecino. Cuando Miss Karlsten le preguntó acerca de la posibilidad concreta de reducir la percepción del robot para con la actividad de los neurotransmisores vinculados al dolor, Luke, sin dejar de mirar cada palmo del androide, asintió como si la cuestión no le fuera desconocida: daba la impresión de saber de qué le estaban hablando y su expresión ya no era la de un tipo nervioso y tímido, sino la de un verdadero experto. Abrió el maletín y extrajo de su interior unos extraños lentes amarillos, muy semejantes a antiparras o bien a los que suelen usar los mineros. Giró alrededor del cuerpo del androide; Jack y su jefa se miraron interrogativamente sin entender a qué iba el asunto. Una vez que Luke se ubicó a espaldas del robot, pareció detenerse como si hubiera descubierto algo; extrajo a continuación una especie de pistola muy extraña del interior de su maletín.
“¿Qué es eso?” – preguntó Jack.
“Gracias a este visor – se llevó una mano a los lentes amarillos -, puedo ver la estructura interna del robot y descubrir en dónde se hallan las junturas que lo mantienen cerrado de tal modo que no pueda apreciarse a simple vista ninguna fisura en la constitución anatómica…” – expuso Luke, con la seguridad de un experto.
“Entiendo – dijo Jack -. Junturas, articulaciones, cierres: todo eso va oculto…”
“Así es. Esta pistola que tengo en mano opera por láser y puede abrirlas… Sólo así podré mirar dentro y ver si puedo solucionarles el problema”
“¿Vas a… abrirlo?” – intervino Miss Karlsten, frunciendo el ceño y llevándose una mano al pecho; parecía conmocionada por el anuncio.
“Es… necesario, Miss Karlsten…” – respondió Luke levantando la vista hacia la ejecutiva quien, en ese momento, se sintió desnuda pues no sabía si el artefacto que él tenía sobre sus ojos le servía también para ver por debajo de la ropa femenina. Instintivamente, tendió a cubrirse con las manos.
“No se preocupe, Miss Karlsten – dijo él, como si le adivinara el pensamiento -. No es ni sirve para eso…”
Jack dejó escapar una risita ante la situación.
“¿Se puede hacer algo entonces?” – preguntó.
“No lo sabré hasta abrir el robot” – insistió Luke.
“Okey… - dijo Miss Karlsten con cierta sequedad y revoleando los ojos hacia otro lado mientras comenzaba a taconear en dirección a la puerta -. En ese caso no quiero estar aquí para verlo…”
“¿Qué ocurre? – le inquirió Jack mirándola extrañado y no sin algo de mofa en el tono de la voz -. Es sólo… una máquina… - remarcó bien la palabra - ¿Desde cuándo te impresiona ver cómo abren una…?”
La jefa se detuvo un instante y le echó una mirada penetrante; pareció estar por decir algo pero finalmente no pronunció palabra alguna: simplemente retomó su camino y salió del lugar. Jack sonrió; no era tonto: algo había percibido en los ojos de Carla cada vez que ella hablaba sobre el androide o sólo lo miraba. ¿Era posible que la llegada del Merobot hubiera provocado tal convulsión en la mente de su jefa como para hacer que ésta olvidara que ese muchacho era sólo un montón de piezas y circuitos? ¿Podía la imperturbable Carla Karlsten estar sintiendo algo por un robot? Parecía una locura desde todo punto de vista: él mismo sabía del poder de atracción que generaban los androides ya que lo vivía a diario en su propia casa desde que las réplicas de Theresa y Elena llegaran a ella. Sin embargo, los robots habían, por lo menos en su caso, provocado una tormenta de pasiones y de erotismo, pero no de sentimientos… Quizás era sólo una sensación pero le daba la impresión de que para Carla era otra cosa; y lo más loco del asunto era que el pensar en ello provocaba en Jack un cierto celo… Por más asperezas, discusiones e ironías que se intercambiaran él y su jefa, él sentía por ella un cierto afecto que bien sabía que era mutuo… Si hasta el momento no había sentido celos en relación a ella, sería seguramente porque Carla, después de todo, tampoco había demostrado nunca nada por ningún hombre: sólo los usaba como juguetes sobre los cuales ejercer su poder. Pero ahora, y por primera vez desde que la conocía, estaba seguro de ver algo distinto en los ojos de ella… y sabía que el responsable era el robot; paradoja: si estaba en lo cierto, no era un hombre quien finalmente lograba aflojar el corazón de la orgullosa y altiva Miss Karlsten, sino una máquina…
“Ya lo tengo. Aquí está…” – anunció Luke.
Recién en ese momento Jack volvió la atención hacia su vecino, que trabajaba con el androide; durante el rato que él había permanecido cavilando acerca de los conflictos y motivaciones de Carla Karlsten, Luke ya había logrado abrir el Merobot y, en efecto, faltaba una gran sección de la espalda de éste, lo cual permitía escudriñar adentro. Jack se inclinó para mirar mejor, pero la imagen le turbó; era tanta la humanidad que irradiaban aquellos androides que costaba imaginar que por dentro fueran eso que ahora tenía ante sus ojos: un sinfín de celdas, piezas, circuitos, cables y luces parpadeantes. Tragó saliva al pensar que, después de todo, también eso era lo que debía haber dentro de sus tan queridas y preciadas copias de Theresa Parker y Elena Kelvin; de pronto entendía a Carla por haberse retirado…
“Aquí están los receptores – indicó Luke llevando un dedo índice hacia una serie de celdas contiguas que se hallaban hacia la izquierda del interior de la caja torácica -. Gracias a ellos, el robot puede percibir la acción de los distintos neurotransmisores…”
“¿Y puedes saber cuáles receptores corresponden a cada sensación?” – preguntó Jack, intrigado.
“Puedo indagarlo y tratar de descubrirlo. Me llevará un momento”
Durante largos minutos, Luke Nolan permaneció en silencio mientras seguía investigando en los circuitos; había extraído una extraña varilla de su maletín que, al parecer, detectaba ciertas señales de actividad interna.
“¿Así que has encargado un Ferobot?” – preguntó Jack, algo aburrido por no entender demasiado.
Luke lo miró durante un momento; luego volvió la vista hacia el interior del androide.
“No dije que fuera un Ferobot…” – respondió, sardónico.
“No te gustan los hombres – le replicó Jack dejando escapar una ligera risita -. No hay demasiadas posibilidades…”
Luke sonrió y asintió; cuando estaba enfrascado en lo suyo, como era el caso en ese momento, desaparecía el tipo inseguro y tímido que era habitualmente.
“Sí – confirmó -, es un Ferobot, en efecto… ¿Qué tal funcionan los tuyos?”
“De maravillas. ¿No los has visto?”
La pregunta, claro, estaba cargada de ironía porque Jack bien sabía que, dada la enfermiza tendencia de su vecino a espiar a Laureen, difícil era pensar que no hubiera visto a los Ferobots en funcionamiento. Luke, simplemente, permaneció en silencio, mientras seguía tanteando con la varilla en las distintas celdas.
“¿Compraste algún modelo estándar? – preguntó Jack, insistiendo con el tema aun cuando el mismo no pareciera entusiasmar demasiado a su vecino -. ¿O lo mandaste hacer a pedido? ¿Es réplica de alguien?”
“Sí… - asintió Luke -; es réplica de alguien en efecto. Creo que ya lo tengo…”
El giro en la conversación evidenció que Luke se sentía incomodado con la misma pero, más allá de eso, se mostraba sumamente interesado por algo que acababa de descubrir.
“Ya los identifiqué… - se explayó -. Por lo menos los del dolor y los del placer…”
“¿Y se puede hacer algo al respecto?” – inquirió Jack.
“Creo que sí… Puedo inhibirlos… A los del dolor obviamente…”
“Sin tocar el cerebro…”
“Desde luego, no es conveniente hacerlo. No hablo de tocar el cerebro sino los receptores que conducen la información hacia él, que después de todo es de lo que se trata el plan, creo…”
“En efecto, es así… Y entonces, si lo entiendo bien, el robot no reaccionaría cuando los neurotransmisores de su dueña manifiesten dolor…”
“Exacto… No lo detectaría… El mandato positrónico de su cerebro seguiría intacto pero la información, ésa al menos, no le llegaría”
Luke se dedicó con esmero al androide durante cerca de una hora más, durante la cual se mantuvo prácticamente en silencio. Jack intentaba seguir lo que hacía pero era inútil; decididamente no era lo suyo. Finalmente, y después de largo rato con la espalda inclinada, Luke se incorporó y se quitó los lentes, evidenciando su rostro una expresión que a Jack se le ocurrió como de triunfo.
“Ya está” – anunció.
Luke informó minuciosamente a Jack acerca de lo que había hecho y, en determinado momento, este último debió interrumpirlo por no poder seguir la explicación. Se dirigió hacia la oficina para llamar a Miss Karlsten, pero ésta se negó a entrar a su búnker hasta tanto no le confirmaran que el androide ya se hallaba cerrado nuevamente y sin circuitos a la vista. Cuando, finalmente, se le informó que ya podía entrar sin sufrir ningún trauma, se la notó particularmente ansiosa e insistió varias veces en probar al androide, con sus nuevas inhibiciones, lo antes posible. Obligó a Jack a comunicarse con Goran y este último le informó que estaría disponible el día lunes, ya que ése era el día en que el circo no abría al público. No faltaba tanto: ya estaban entrando en el fin de semana. Aun sin haber visto todavía los resultados del trabajo de Luke sobre el robot, Miss Karlsten se mostró tan feliz y contenta que le ofreció trabajar en las oficinas de la Payback Company de manera permanente, sobre todo en el departamento informático; era eso exactamente lo que Jack había esperado que ocurriese y, por lo tanto, de manera involuntaria, se le dibujó una sonrisa al escuchar el ofrecimiento: Luke ya no estaría más en su casa para espiar a Laureen mientras él se hallase en horas de trabajo. Sin embargo, grande fue su decepción cuando su vecino no aceptó el ofrecimiento y sólo se quedó con el dinero que Miss Karlsten le pagó por el servicio realizado. Jack no pudo evitar una expresión malhumorada al pensar que, seguramente, si Luke había rechazado tan excelente oferta de trabajo lo había hecho sólo para seguir disponiendo de ese tiempo precioso que dedicaba casi de lleno a espiar a Laureen: un maldito bastardo degenerado, se dijo Jack, farfullando por lo bajo…
Al finalizar el horario de trabajo, Carla Karlsten decidió, una vez más, quedarse en las oficinas de la Payback Company largo rato después de que todos se habían marchado; no había ningún empleado en el lugar ya que, de hecho, las labores de vigilancia, limpieza y mantenimiento eran llevadas a cabo por robots, esos robots de la vieja generación que ahora se veían como simples y fríos trastos mecánicos al comparárselos con los Erobots. Se dirigió a la “habitación secreta” y, como ya era clásico, apoyó caderas y manos contra la mesa de estiramiento y se dedicó tan solo a admirar a su hermoso “Dick”; aún en off, lucía increíblemente bello por donde se lo mirase y Miss Karlsten no podía dejar de pensar en qué ocurriría el lunes, luego de que Goran Korevic diera a su androide una demostración práctica acerca de los placeres que puede conllevar el dolor…
Si realmente habían logrado, gracias al vecino de Jack, que el robot ya no contrapusiera dolor y placer como conceptos antagónicos, entonces podía decirse que ella se hallaba frente al más perfecto de todos los Erobots que estaban circulando en el mercado.
¿Sería realmente así? ¿Se quedaría en su sitio el androide viendo cómo ella era sometida y azotada? Era extraño, pero tal pensamiento le provocaba sentimientos paradójicos. El que el robot aprendiera a someterla le resultaba tan excitante como el que se pusiera en on para defenderla. No veía la hora de que fuera lunes para comprobar si los cambios introducidos por Luke Nolan surtían efecto y hasta qué punto. De pronto clavó su mirada en el exhibidor de los látigos; se quedó viéndolos un rato como si estuviera urdiendo un plan y luego fue en procura de uno. Al volver frente al robot y encararse con él látigo en mano, se soltó la blusa y el bretel del sostén de modo de dejar su espalda al descubierto. Azotarse a sí misma no era algo que hubiera practicado en su vida pero, después de todo, había oído acerca de los monjes de clausura que lo hacían en la edad media para expiar sus propias culpas y pecados; por lo tanto, no era nada imposible.
Sin dejar de mirar fijamente al androide, blandió el látigo y, haciéndolo pasar por encima de su propio hombro, lo hizo caer sobre la desnuda carne de su espalda. El golpe le arrancó, desde luego, un grito de dolor, pero el robot se mantuvo inactivo, en off. Otro restallido, otro golpe, otro grito… y luego otro y otro y otro… Debió parar en un momento; descubrió cuán imposible es mantener un castigo durante mucho tiempo cuando es uno mismo quien se lo está infligiendo: se produce un choque inevitable entre el placer por el sufrimiento y el instinto de preservación de la propia integridad. Pero, más allá de eso, lo notable del asunto era que el robot seguía sin reaccionar. Sabía, desde luego, que la historia podría ser muy distinta el lunes cuando Goran estuviese allí, ya que era de esperar que el artista del sado obtuviera de ella niveles de dolor muy superiores al que ella podía infligirse a sí misma. Pero era un buen comienzo saber que el robot seguía inactivo, que sus receptores estaban realmente inhibidos…
Automáticamente restalló en su mente una pregunta. ¿Habría Luke Nolan únicamente inhibido los receptores de sensaciones dolorosas o lo habría hecho con los de todas las sensaciones, inclusive las placenteras? Él había dicho que el asunto estaba solucionado, pero quizás ni él mismo supiera hasta qué punto había inhibido al robot…
El mejor modo de saberlo era, desde ya, comprobar si el androide seguía respondiendo a estímulos externos de otro tipo. ¿Por qué no intentarlo con el placer? ¿Seguirían funcionando los dispositivos que detectaban la actividad de los neurotransmisores vinculados al mismo? Con lentitud, Miss Karlsten llevó una de sus manos hacia la zona de su sexo y, una vez allí, se dedicó a trazar círculos como si la estuviera enjabonando. Sus ojos se cerraron y sus labios se separaron involuntariamente a la vez que sus dientes se apretaban… Sólo pensaba en Dick, Dick, Dick, el hombre más hermoso de la Tierra… ¿Hombre había dicho? ¿No era un robot? De ninguna forma: un ser tan sensual no podía ser confundido con una simple máquina; había algo más allí, entre los circuitos. No era posible tanta sensualidad, tanto calor, tanta presencia, tanto encanto…: no, Dick era un hombre, el más perfecto de todos… Se imaginó a sí misma haciendo el amor con él y, al hacerlo, revivió cada instante de la noche previa y, a la vez, su mente viajaba hacia el futuro y trataba de imaginarse lo que vendría después del lunes. Ser sometida, ser dominada: una vieja fantasía nunca cumplida que estaba, tal vez, cerca de hacerse realidad… y con el hombre más hermoso que se pudiera imaginar…
Un sexto sentido la hizo abrir los ojos como si notara una presencia frente a ella. Allí estaba el robot, desde luego, pero ya no se hallaba a cuatro o cinco pasos de distancia sino a pocos centímetros de ella. Miss Karlsten sonrió de oreja a oreja, aunque algo nerviosa. El androide estaba activo. Las funciones que detectaban el placer en su dueña no estaban inhibidas: Luke Nolan había hecho un excelente trabajo. Allí estaba Dick, mirándola fijamente con esos ojos en cuyo fondo Carla Karlsten percibía extrañamente la presencia de un espíritu, de un alma, de un “fantasma en la máquina”. Mirándole a los ojos, era imposible pensar en un robot: rebosaba de vida, de sensualidad, de deseo… Él le apoyó las manos sobre sus caderas y le deslizó la falda hacia arriba haciendo sólo una suave presión con las puntas de sus dedos; tanteó luego el monte que hasta un instante antes ella masajeara y sonrió:
“Estás húmeda, Carla…” – dijo, simplemente.
Ella apoyó las puntas de sus dedos sobre los bellos y carnosos labios de él y los acarició.
“Eres hermoso… - susurró -. Hazme el amor, Dick… Ya mismo…”
A medida que Jack se iba acercando a su casa, el corazón le latía con más fuerza de sólo pensar en lo cerca que se hallaba de sus Ferobots. Tanteó junto a la butaca del auto en busca del control remoto a los efectos de irlos poniendo en funcionamiento ya cuando faltaban pocos metros para llegar a su casa y se encontró con la sorpresa de que… estaban en on… Se maldijo a sí mismo por su distracción: había olvidado dejarlos en off al irse. ¿Cómo habría respondido Laureen ante la presencia de dos despampanantes mujeres robot dando vueltas por la casa? Daba por descontado que, al llegar, sobrevendría una reprimenda o bien una encendida discusión con Laureen y, de hecho, lo entendía si así fuera… Qué tonto había sido…
Al bajar del auto y como no podía ser de otra forma, las réplicas de Elena y Theresa salieron a su encuentro. La primera de ambas lucía un top que terminaba en una línea laxa e irregular por debajo de los pezones que dejaba al descubierto la parte inferior de sus senos, así como un short de lycra terriblemente escueto y encajado entre las nalgas al punto de que parecía a punto de romperse de un momento a otro. Theresa, por su parte, iba enfundada en un corto camisón lleno de transparencias que dejaba entrever el sensual conjunto de ropa interior de encaje que llevaba por debajo. El dúo perfecto; el cóctel soñado… Y sin embargo, Jack desvió la atención de ellas por pensar en dónde estaría Laureen y, muy especialmente, en cómo estaría. Se abrió paso, por lo tanto, por entre las dos hermosas robots en el exacto momento en que éstas, ávidas de sexo, se cerraban sobre él y echó a andar presuroso en dirección hacia el porche de la casa.
Una vez traspuesta la puerta de entrada miró en todas direcciones y no sólo no vio rastros de su esposa sino tampoco del Merobot, al cual sí había dejado, por lo que recordaba, en off; sin embargo, no estaba en donde debía hallarse. Enfiló, por lo tanto, en dirección a la habitación matrimonial y, al entrar, se encontró con que sobre el lecho se hallaba, desparramado, desnudo y sonriente, el robot que era réplica del actor Daniel Witt.
“Hola, Jack… - le saludó éste, afablemente -. ¿Cómo estás?”
Jack ni siquiera le contestó el saludo: lo bueno de los androides es que no pueden ofenderse ante los malos modales. Recorrió con su vista las sábanas revueltas que, hechas un amasijo, se enroscaban entre las piernas del bello robot masculino; escudriñó cada rincón de la habitación, pero no halló a su esposa.
“¿Dónde está Laureen?” – preguntó, algo alterado. Temía, en su fuero interno, que su esposa se hubiera largado definitivamente de la casa por no poder soportar la enrarecida situación.
“Salió a trotar” – respondió el Merobot.
“¿A esta hora? Jamás lo hace…” – replicó Jack.
“Es así, Jack - se oyó a sus espaldas una voz que reconoció como la de Elena Kelvin o, al menos, la de su réplica, de timbre aun más sensual que la versión original -. Se la veía algo turbada… y decidió salir a trotar”
Jack se giró; tanto Elena como Theresa estaban allí, habiéndole seguido hasta el cuarto. Se veían erótica y endemoniadamente bellas y, sin embargo, la cabeza de Jack estaba en otra parte.
“¿Dijo algo? – preguntó -. ¿Adónde iba? ¿O si volvería…?”
“Nada, en absoluto… – respondió el símil de Daniel Witt al tiempo que se levantaba de la cama y caminaba desnudo hacia la puerta que comunicaba con la sala de estar -. ¿Quieres algo para beber, Jack?”
Jack estaba como ausente. Casi no registraba nada. Notaba ahora lo cierto que puede llegar a ser ese clásico lugar común acerca de que uno añora o valora las cosas cuando las pierde o bien teme perderlas. Hacía ya mucho tiempo que no tenía sexo con su esposa y, sin embargo, la idea de que ella desapareciera de su vida le provocaba una angustia que le oprimía el pecho. Los Ferobots, seguramente, debieron haberlo detectado.
“No te preocupes, Jack – le dijo la réplica de Theresa -. Laureen lo pasó fantásticamente bien durante el día con nosotros…”
Jack la miró sin entender…
“¿N… nosotros?” – preguntó.
“Así es – respondió Theresa con una sonrisa de oreja a oreja a la vez que intercambiando una fugaz mirada cómplice con Elena -. Laureen, Daniel, Elena… y yo… Lo pasamos genial, tenlo por seguro”
Jack no cabía en sí de la sorpresa; su semblante era pura confusión.
“¿Todos… juntos? ¿Los cuatro? ¿Y dices que Laureen lo disfrutó?”
“Ten por seguro que sí – le respondió Elena soltando una risita escalofriantemente humana -, pero… en determinado momento fue notorio que se comenzó a sentir mal…”
La vieja historia, pensó Jack. Nada había cambiado. Disfrute, entrega y goce en primer lugar…, luego culpa, remordimiento y angustia…
“Entiendo…” – asintió tristemente Jack y comenzó a pensar en la posibilidad de que las culpas hubieran atormentado a su esposa al punto de hacer que finalmente se marchara. Introdujo la mano en el bolsillo en busca de su “caller”.
“No se llevó el suyo…” – le espetó Theresa negando con la cabeza y anticipándose, así, a su acción.
“Por eso es que seguramente va a volver…” – vaticinó Elena, sonriente.
Jack se mordió el labio inferior; crispó sus puños con impotencia y comenzó a evaluar la posibilidad de salir con el auto a buscarla; quizás ella estuviera vagabundeando sin rumbo por la zona.
“No te sientas mal… - le dijo Elena, con una expresión compungida y provocativa al mismo tiempo; era obvio que el androide estaba detectando la actividad de Jack en sus neurotransmisores y, por lo tanto, buscaba calmarle -. Nada de lo que ocurre es culpa tuya…”
Como no podía ser de otra manera tratándose de un robot, había una lógica impecable en las palabras del símil de Elena Kelvin…, pero, claro, eso no consolaba a Jack.
“Ella va a volver, Jack, despreocúpate – le dijo Theresa -. Ahora sólo necesitas relajarte y pasarlo bien…”
Dicho eso, apoyó su mano sobre el pecho de Jack y le empujó haciéndole caer sobre el lecho. Él intentó incorporarse una vez que se halló de espaldas contra el somier, pero no tuvo tiempo de hacerlo pues ya tenía encima suyo a la hermosa y sensual réplica de Elena Kelvin, quien se hallaba a cuatro patas sobre la cama mirándole con ojos sedientos de lujuria y con sus lacios cabellos cayendo en cascada hacia él. Los ojos del androide se entornaron y, despaciosamente, bajó su rostro hasta que sus labios se apoyaron sobre los de Jack. Éste intentó removerse pero en ese mismo instante la réplica de Theresa Parker lo había tomado por las caderas bajándole tanto el pantalón como el bóxer para luego, comenzar a lamerle los testículos…
Jack pensaba en Laureen pero a la vez una fuerza que no controlaba lo llevaba a permanecer allí, dejándose devorar por dos lobas hambrientas que le hacían olvidar que por dentro serían sólo circuitos, tal como había comprobado visualmente esa misma tarde cuando Luke abriera el robot en las oficinas de Carla Karlsten. Los músculos se le aflojaron y se sintió llevado a la más dócil entrega; le bastaba con simplemente dar una orden a los robots para que éstos detuvieran la locura erótica, pero esa orden no conseguía salir nunca de sus labios. En ese momento regresó a la habitación el Merobot, quien se había hecho con una botella de champagne que Jack ni siquiera era consciente de tener. La función de los Erobots era dar placer y, en este caso, el androide había decidido hacerlo por el lado del alcohol. Con sus propios dientes descorchó la botella; cualquier ser humano, desde ya, se hubiera tragado el corcho pero el Merobot no era, obviamente, un ser humano y, como tal, no sólo capturó el corcho en su boca al salir el mismo disparado sino que luego lo escupió haciéndolo rebotar contra las paredes y el techo. Entretanto, el robot símil de Elena había dejado de besarlo en los labios para pasar a hacerlo en su pecho y, así, el tener la boca libre fue suficiente como para que el robot masculino le introdujera el pico de la botella en ella, obligándole prácticamente a beber. La “obligación”, desde ya, era relativa; bastaba una orden de él para terminar con todo pero, claro, no la daba. Cuando el Merobot retiró la botella de su boca y mientras los dos Ferobots no dejaban, respectivamente, de besarle el cuello y lamerle los testículos, Jack ladeó su cabeza y se encontró con el magnífico miembro que colgaba entre las piernas de Daniel Witt.
“Es precioso, ¿verdad?” – la voz, cadenciosa y sensual, había sido, por supuesto, la de la réplica de Elena. Jack se sintió cogido por sorpresa y como si le hubieran pillado en una travesura; debía admitir que el miembro del robot era perfecto y que, por un segundo, había captado su atención. Sin embargo, a él no le gustaban los hombres y, como tal, prefirió desviar la vista girando la cabeza hacia el otro lado.
“No te reprimas… - le susurró Elena al oído mientras lo besaba en una mejilla -. Di la verdad, ¿no es precioso?”
Tomando el mentón de Jack entre sus dedos índice y pulgar, le impelió a girar nuevamente la cabeza en dirección hacia la ubicación del Merobot, el cual se hallaba a su derecha y de pie junto a la cama. Los ojos de Jack volvieron a toparse con la visión del espléndido miembro, admirable para cualquier hombre y deseable para cualquier mujer… La excitación estaba a mil en todas sus venas mientras Theresa seguía lamiéndole, ahora incluso algo más abajo, en la zona intermedia entre sus testículos y su orificio anal.
“Tócalo si quieres hacerlo…” - le instó Elena, tomándole la mano y llevándola hacia el privilegiado aparato sexual del androide. Jack intentó resistir, pero a la vez sintió que su mano, vencida, se dejaba llevar. Al apoyarla sobre el pene, una intensa culpa le invadió, al punto de que incluso desvió la vista nuevamente; sin embargo, el símil de Elena volvió a girársela.
“No tienes por qué escapar a lo que te resulta placentero…” – le dijo y, siempre guiándole la mano, le ayudó y acompañó al momento de acariciar el hermoso miembro del robot al punto que Jack sintió como, claramente, el mismo se iba tensando e irguiendo.
De pronto, un terror indecible se apoderó de él. Ignoraba cómo iba a terminar todo eso y la sola idea de tener que mamar el pene de un hombre, por más que fuera un robot, le inquietaba profundamente a la vez que, de modo misterioso, no conseguía sobreponer su voluntad por sobre sus actos.
En ese momento, sin embargo, algo ocurrió. Súbitamente, el miembro se destensó y cayó laxo, a la vez que la temperatura del mismo bajó abruptamente. Jack dio un respingo y echó un vistazo en dirección hacia la cabecera de la cama y, junto con él, lo hicieron los dos hermosos androides femeninos que decidieron interrumpir su labor. Quien había apagado el Merobot… era Laureen, tal como lo evidenciaba el control remoto que tenía en mano allí, de pie en la habitación.
“Hola, Laureen – le saludaron casi al unísono los dos Ferobots, con una cadencia algo felina -. Qué bueno tenerte por aquí otra vez. ¿Te nos sumas?”
Laureen miraba fijamente a Jack con ojos que rezumaban tanto tristeza como recriminación. Él, a su vez, la miraba lleno de culpas aunque, por otra parte, no podía menos que alegrarse por el retorno de su esposa cuando apenas minutos había temido no verla más. Ella, tal cual era su estilo, no dijo palabra: revoleó el control remoto sobre la cama y, girándose sobre sus talones, salió de la habitación. Para Jack fue como si un despertador le hubiese arrancado de un sueño; apoyando las manos sobre el lecho, se incorporó y salió tras ella, aprovechando que, por un instante, tanto Elena como Theresa parecían haber dejado de brindarle atenciones.
Al llegar a la sala de estar, halló a su esposa sentada sobre uno de los sillones; estaba de brazos cruzados y con expresión ausente. Se produjo un momento de silencio que Jack se sintió presionado a romper:
“T… temí que no volvieras”
“¿Hubiera cambiado algo? – replicó ella, sin mirarle -. Se te veía muy entretenido de todas formas. Tu conducta no parecía ser la de un marido que extraña a su esposa…”
Él sacudió la cabeza.
“Laureen… No tienes por qué ser tan dura conmigo; seamos justos: tú también disfrutaste hoy de los robots según me he enterado…”
Ella se le quedó mirando; Jack había pretendido despertarle culpa para poner el partido empatado, pero la realidad era que los ojos de su esposa, más que culpa, mostraban angustia y hasta desesperación.
“Jack: esto no da para más – dijo tajante -. Sí, lo sé: disfruté mucho hoy con el androide que me regalaste y con… ellas –señaló con el mentón en dirección hacia los dos Ferobots que, habiendo salido de la habitación, se hallaban ahora paradas una a cada lado de Jack -, pero… allí está justamente la cuestión, Jack. Siento como que esos robots nos están llevando a lugares hacia los cuales no queremos ir y, sin embargo, no podemos evitar que nos arrastren. No puedo pensar en una forma peor de terminar con nuestro matrimonio…”
Mientras Laureen hablaba, una de las dos hermosas réplicas femeninas rodeaba con su brazo a Jack y lo besaba en el cuello en tanto que la otra, a cuatro patas, gateaba en dirección hacia la joven esposa con intenciones que su mirada y movimientos evidenciaban como claramente sexuales.
“¿No… tienes el control remoto?” – preguntó Laureen, mirando a Jack.
“Lo dejé en el auto…”
“Pues bien, entonces simplemente ordénales que cesen con lo que están haciendo…”
“¿Y por qué no lo haces tú? – le replicó él -. También van a obedecerte…, están programadas para ello…”
Laureen se mordió el labio inferior; muy hábilmente, Jack había arrojado el balón hacia su terreno y ahora era ella quien tenía que demostrar que quería realmente que los robots se detuvieran. Mientras tanto, la réplica de Elena Kelvin ya se hallaba a escasos centímetros de ella…
“¡Basta” – rugió Laureen -¡Detente! ¡Y tú también! – dijo luego, levantando la vista hacia el otro Ferobot, una vez que hubo constatado que el primero se hubo detenido.
Las dos mujeres robot quedaron inmóviles por un momento para luego dirigirse hacia el sofá a tomar asiento.
“Impresionante… - asintió Jack -. Veo que has logrado el autocontrol…”
“No es difícil si realmente quieres hacerlo… - le replicó ella -. Es cuestión de proponérselo verdaderamente. Jack: algo tiene que cambiar aquí…”
“Entiendo… ¿quieres el divorcio? – preguntó él, resuelta pero tristemente.
“Yo no dije eso… pero puede ser una consecuencia si es que no hacemos algo para resolver esto. Jack: no quiero ver más a esos robots aquí…”
Jack quedó pensativo, acariciándose el mentón y con expresión visiblemente turbada. Miró por un momento a las réplicas de Elena y Theresa, las cuales, desde el sofá, le dejaron, respectivamente, un guiño de ojo y un beso soplado.
“Mira, Laureen…” – comenzó a decir.
“No estás dispuesto, ¿verdad? – le increpó Laureen, interrumpiéndole -. Es un precio demasiado alto a pagar por salvar nuestro matrimonio, ¿no es cierto?”
“Laureen…, bien sabes que cada cosa que he hecho la he hecho para salvar nuestro matrimonio… Inclusive la adquisición de los robots la hice con ese sentido…”
“Okey, es valorable – admitió ella -. No funcionó. Ahora llévatelos… Regálaselos al vecino… o véndeselos; él seguramente sabrá sacarles un mejor uso…”
Jack no dijo palabra por largo rato. Permaneció unos minutos mirando a su esposa y luego a las dos réplicas femeninas que seguían sobre el sofá. Luego enfiló hacia la puerta.
“Voy por el control remoto… - dijo -. No nos apresuremos, Laureen. Puedo dejarlos en off por esta noche. Necesitamos tiempo para pensar…”
Y así, sin esperar respuesta por parte de su esposa, echó a andar en dirección al auto.
Carla Karlsten no podía sacar por un segundo la vista de los ojos de su Merobot, pero tampoco lo hacían el resto de las damas que cenaban en el restaurante. Por cierto, ninguna de ellas se percataba, en lo más mínimo, de que tan hermoso adonis era en realidad un robot: ni el aspecto, ni la actitud ni los gestos delataban tal cosa. De hecho, sorbía cada tanto de su copa de vino al igual que lo hacía Miss Karlsten quien, en algún momento, se preguntó adónde iría a parar el mosto que el androide bebía o de qué modo lo eliminaría, pero luego optó por una postura más sana y dejó de cavilar sobre ello para, simplemente, disfrutar de su presencia y de esa compañía que todas en el lugar le envidiaban.
Ella no paraba de sonreírle y él le devolvía cada sonrisa agregándole ese plus de misterio que transmitían sus ojos.
“Dick…” – le dijo ella en un momento mientras apoyaba sobre el mantel la copa de vino.
“¿Sí, Carla?” – preguntó él, con una expresión que parecía de intriga y a la vez de picardía, como si esperase algún pedido de índole sexual.
“¿Recuerdas… tu… nombre técnico¿ ¿Y tú… número de serie?”
El concepto de “recordar” no tenía sentido alguno en el cerebro de un robot, ya que tampoco lo tenía el de “olvidar”. Por otra parte, era del todo imposible que, siendo un robot, manifestase sorpresa, pero la realidad fue que fingió hacerlo: seguramente sus diseñadores lo habían programado para transmitir humanidad aun en esos mínimos gestos.
“Por supuesto, Carla… Mi nombre técnico es EG -22573 – U y mi número de fabricación es…”
“No lo digas – le interrumpió ella -. Quiero que lo olvides…”
El robot permaneció unos segundos en silencio. Esta vez daba la impresión de que la aparente “sorpresa” no fuera fingida sino que algo en su cerebro positrónico estuviera en conflicto y buscara la forma de resolverlo.
“No puedo olvidar, Carla. No está entre mis funciones eliminar información de mi cerebro positrónico…”
“No me hables de tu cerebro positrónico – le replicó ella con cierta aspereza, aunque rápidamente buscó calmarse apenas se dio cuenta de lo brusco de su tono -. A lo que me refiero es a que… nunca más lo menciones. ¿Puedes hacer eso?”
“Está bien, Carla… Puedo no mencionarlo nunca si ésa es tu orden. Mi nombre para ti es Dick y eso es algo que ya tengo asumido”
“¿Y tú? ¿Qué sientes al respecto…?”
Otra vez confusión en los ojos del androide e inclusive pareció oírse un corto y rápido “zumbido” que Carla no llegó a determinar si provenía de sus circuitos. Sentir… Era un concepto que, desde ya, no entraba en la lógica de un robot. Había sido programado para dar placer y para mostrarse comprometido con ello, pero sentir es una emoción ajena a cualquier organismo artificial.
“Creo que no… entiendo del todo tu pregunta, Carla. Dime qué es lo que quieres que diga y lo diré…”
Miss Karlsten sufrió un súbito ataque de realidad, como si el edificio imaginario que venía construyendo se hubiese derrumbado por no haber tenido nunca cimientos sólidos. Era absurdo esperar otra cosa de parte de un robot. ¿Qué había creído? Bajó la vista hacia la copa de vino y luego jugueteó con ella dándole un par de giros como si fuese un catador a punto de oler el contenido, pero jamás la llevó a la boca. Una sombra de tristeza cubrió su rostro y una lágrima comenzó a tomar forma. El androide lo detectó y le acercó un dedo índice para secarla.
“Carla… ¿qué ocurre?”
“N… nada – dijo ella -. Es todo culpa mía. Quizás fue un error esperar, por ejemplo, de un androide que me… sorprendiese… Viéndolo objetivamente, hasta suena gracioso: fui una tonta…”
Se levantó de su silla y se encaminó hacia el baño de mujeres, seguramente a los efectos de enjugar sus lágrimas y controlar su maquillaje. Una vez allí, se miró al espejo y sólo se puso a pensar en lo estúpida que había sido, en su forma de perder la razón y el sentido de la realidad tan sólo por una máquina. Pero mientras meditaba sobre ello, vio, para su sorpresa, la imagen de Dick, de pie a sus espaldas y reflejándose en el espejo. Ella se giró como accionada por resorte; apoyando sus manos contra el lavabo, quedó encarada con él y con esos ojos penetrantes cuyo brillo sólo rezumaba deseo… y sexo…
“Querías que te sorprendiera, ¿verdad?” – le espetó Dick, siempre mirándola fijamente y avanzando hacia ella.
Su presencia era tan inquietante que Miss Karlsten, intimidada, arqueó la espalda y echó los hombros hacia atrás: si no retrocedió fue porque el lavabo no se lo permitió. El robot, simplemente, llegó hasta ella y estrujó los labios contra los suyos. Pasándole las manos por debajo de los muslos la alzó hasta sentarla encima del lavabo. Deslizó los dedos por sobre las piernas de ella con tal fuerza que hasta le desgarró las medias y, finalmente, encontró las bragas para, simplemente, quitárselas. Ella enroscó sus piernas alrededor de la cintura de Dick quien, sin más trámite, bajó su pantalón y comenzó a penetrarla de un modo tan salvaje que no sólo no parecía propio de una máquina sino tampoco de un humano: era, más bien, una sensación terriblemente animal, ante la cual Carla no pudo evitar ceder. A la fuerza debió apartar sus labios de los del androide para así emitir un jadeo que terminó por ser un alarido de placer. Y sintió el magnífico miembro moviéndose dentro de ella como si tuviera autonomía, jugueteando y explorándole cada recoveco del interior de su vagina…
En ese momento, una muchacha ingresó al cuarto de baño. Abrió los ojos enormes y se llevó una mano a la boca, estupefacta. Retrocedió un par de pasos y tomó el picaporte de la puerta como para salir y cerrarla… Sin embargo, pareció arrepentirse y terminó por apenas entornarla. Y se quedó allí, al otro lado, espiando una escena tan inesperada como excitante mientras se tocaba…
CONTINUARÁ