Máquinas del Placer (3)

Tercera parte de la saga futurista que describe un tiempo (tal vez venidero) en el cual los robots se convierten en una feroz competencia sexual para los seres humanos al momento de dar placer, a tal punto que, incluso, amenazan con desplazarlos...

Esa tarde, mientras Jack Reed regresaba por la atestada autovía camino de su casa, no cabía en sí mismo de las ganas de llegar debido a la ansiedad que tenía por cargar el VirtualRoom con los nuevos datos y así poder hundirse en su nueva y doble fantasía… Poco antes de salir del trabajo había pasado por el despacho de Carla Karlsten, encontrándose con el patético espectáculo de ver al muchacho nuevo lamiéndole el calzado; el joven, semidesnudo, lucía marcas tanto sobre sus nalgas como sobre su espalda que evidenciaban que la perversa jefa lo había sometido al látigo y la fusta.  Miss Karlsten había hecho, sin más, pasar a Jack a su despacho, de lo cual podía inferirse que poco le importaba tomar recaudos o que, incluso, se complacía en mostrarle la condición a que había reducido al nuevo empleado.  Por lo pronto, Jack se mostró lo más impertérrito posible, no tanto porque la visión no le turbase sino porque sabía que si demostraba asombro o admiración, sólo contribuía a alimentar el ego de su jefa, cosa que no quería hacer.  Con gesto indiferente, dejó sobre el escritorio los informes y el detalle de los contactos realizados para que el acreedor lograse cobrar la deuda.  Una vez hecho eso, simplemente dio media vuelta y se marchó…

El vehículo, conducido por su robot, fue dejando atrás la zona más atestada de la ciudad e ingresando en la periferia de Capital City.  Pronto, trasponían el portón e ingresaban en la propiedad.  Lauren le recibió en el porche y había que decir que estaba tan hermosa como siempre.  Un súbito acceso de culpa se apoderó de Jack al ponerse a pensar que estaba dejando de lado el bocado que la vida le había servido en bandeja para arrojarse a una mera fantasía virtual.  Sin embargo, tan rápido como llegó, tal pensamiento se fue; le dio un corto beso en los labios a su esposa y se adentró en la casa, obviamente en busca de la habitación blanca.  Ella le hizo algunas preguntas y él contestó muy escuetamente y casi por obligación.

“¿Ya vas a encerrarte con esa porquería?” – le espetó ella con acritud, pero sin lograr detenerle.

Unos instantes después, Jack utilizaba un “data driver” para pasar  a la memoria del aparato la información almacenada.  Mientras lo hacía, fue revisando las configuraciones de las fantasías anteriores y al ir recorriendo en la pequeña pantalla los datos previos, se encontró, como no podía ser de otra manera, con la figura de Theresa Parker una y otra vez.  Al verla, escultural y espléndida, sintió que no era justo reemplazarla, pero rápidamente montó sobre la otra mitad de la pantalla la imagen de Elena Kelvin a los efectos de comparar.  Miró a una, miró a la otra: por mucho que se devanaba los sesos, era imposible quedarse con una; definitivamente tenían que ser las dos.  Así que, en lugar de vaciar la memoria, simplemente se dedicó a instalar los datos nuevos, dejando así la capacidad al límite.  Quedaba por construir el escenario de la fantasía: bosque, sierra, lago, selva subtropical, desierto, playa…; sí, playa, eso era…

Temió que en algún momento el artefacto colapsara ante tanto dato pero dio señales en todo momento de tolerar la información, cosa que Jack celebró con un puño en alto.  Se ubicó sobre el sillón viajero y se colocó la vincha metálica; una vez que la hubo ajustado a sus sienes, pulsó el botón del apoyabrazos y los grilletes se cerraron sobre sus muñecas y tobillos….

Todo se desvaneció en derredor.  La habitación blanca se esfumó… y Jack se encontró caminando sobre una playa de arenas tan blancas que se confundían con la claridad misma de un sol que, desde lo alto del cielo, irradiaba tanto calor que podía sentirse sobre la piel como si fuese real.  Jack Reed inspiró profundamente y, en efecto, olió mar… y sal.  Con todo lo que dijeran del VirtualRoom, estaba claro que era una de las grandes maravillas generadas por la tecnología.  A su derecha y a su izquierda, altas palmeras eran mesadas por la suave y cálida brisa; una gaviota voló por sobre su cabeza y él la siguió con la vista hasta que, súbitamente, se esfumó en el aire como si nunca hubiese estado allí… ¿Una falla de la máquina o del programa?  Imposible saberlo; de todas formas, olvidó rápidamente el asunto ya que en ese preciso momento apareció, por detrás de unas dunas, la figura de diosa de la conductora televisiva Theresa Parker, quien le miraba fijamente con ojos ávidos de sexo… La había visto cientos de veces pero, aun así, cada nueva aparición de ella seguía siendo igual de impactante que la primeara… Lo distinto, esta vez, fue, en todo caso, que Jack percibió, a través del rabillo del ojo, que había, claramente, alguien más en la escena; en efecto, y tal como era de prever, al girar más decididamente la vista se encontró con la descomunal Elena Kelvin…

Definitivamente, el VirtualRoom era una maravilla.  ¿Cómo era posible que hubiese quienes lo cuestionaban?  Viendo a aquella increíble mujer ante él, Jack Reed sólo podía pensar en lo mucho que había deseado tenerla ante su presencia desde que la viera en ese aviso publicitario en la azotea de un edificio.  Pues bien: sólo habían pasado algunas horas y ya la tenía frente a él: ¿no era acaso una de las grandes injusticias de la vida que uno tuviera que morirse sin haber experimentado nunca el hacer el amor con la mujer de sus sueños?  El VR, en definitiva, sólo contribuía a hacer la vida menos exclusivista, más justa y más placentera: ¿cuál era el mal en ello?  ¿Qué importaba que todo aquello fuese tan sólo una mentira virtual?  ¿Cuál era el problema ético que planteaba el engañar a la mente y a los sentidos cuando el objetivo de ello era la propia dicha?   Viendo a las dos esculturales mujeres que allí se le ofrecían, ¿podía, de hecho, pensarse en algo más placentero?   Quizás dos de los más sensuales ejemplares del sexo femenino en el planeta entero estaban allí, en su fantasía, en ese mundo al que, en definitiva, él manipulaba y controlaba a su antojo… ¿Una mentira?  De ningún modo; desde el momento en que la propia mente lo veía como real, era exactamente lo mismo que si lo fuera… Y su pene erecto era la más perfecta demostración de ello…

Ambas beldades avanzaron hacia él, una por la derecha y la otra por la izquierda; bañados por la luz del sol, sus cuerpos lucían etéreos y angelicales en su preciosa y perfecta desnudez.  Jack apoyó una de sus manos sobre el seno derecho de Elena Kelvin y la restante sobre el izquierdo de Theresa Parker.  El contacto operó como un cimbronazo y al masajear y estrujar esos hermosos pechos, Jack no podía menos que pensar en lo increíble que le resultaba creer que hubiese gente capaz de cuestionar al VR: ¿era acaso posible imaginar una reproducción tan perfecta?   Sus dedos no sentían al tacto otra cosa más que piel y carne que estaban, por cierto, llenas de vitalidad.  Era imposible imaginar una escena más perfecta: la rubia y la morocha, deseables e inalcanzables cuando se hallaba en el comedor de su casa o en el habitáculo de su auto, y sin embargo ahora plenamente tangibles pues, ¿qué importaba, después de todo, que el contacto no fuera real cuando tanto las yemas de sus dedos como su cerebro estaban convencidos de que sí lo era.  ¿En dónde está escrito que sea malo o éticamente incorrecto engañar a la mente y a los sentidos?, pensaba Jack: ¿acaso vivir no se trata de pasarlo bien la mayor parte del tiempo posible?

Pudo notar cómo los pezones se iban poniendo rígidos bajo la presión de sus dedos, al tiempo que los rostros de ambas adoptaban una expresión de un intenso y, diríase, celestial goce.  Theresa Parker fue la primera en llevar su boca hacia la de Jack; lo hizo despaciosamente y esa misma lentitud aumentó la adrenalina del momento: cuando por fin esos labios tan hermosamente carnosos y rojos se confundieron con los suyos, Jack sintió que el pulso se le aceleraba pero, aun así, se entregó a aquel océano de lujuria en el que la vista se le extraviaba y el resto de sus sentidos se ahogaban.  Le tocó luego a Elena Kelvin acercarse; la conductora televisiva se hizo un poco a un lado para dejarle lugar, pero ello no significó en modo alguno que se fuera a mantener inactiva: por el contrario, al momento en que la modelo introducía su lengua por entre los labios de Jack cual si se tratase de una serpiente ponzoñosa y a la vez lasciva, Theresa se arrodilló sobre la blanca arena e introdujo en su boca el miembro de Jack, ya bien erecto desde hacía un buen rato.

Reed cerró los ojos en un reflejo mecánico y, al hacerlo, tuvo la sensación de que los más variados colores le desfilaran entre las pupilas y los párpados: sabía bien que lo que estaba viviendo bien podía ser la mayor experiencia sensorial en toda su vida… y mientras la conductora televisiva le devoraba su miembro como si estuviera decidida a no soltarlo nunca, él se entregaba, manso y dócil a los apetitosos labios que en esa misma mañana le habían generado tantas fantasías desde una publicidad tridimensional.

Elena le mordió el labio inferior y se lo estiró provocándole la más sublime mezcla de dolor y placer; una vez que se lo soltó, ella apartó su rostro unos centímetros y le dedicó una mirada cargada de deseo y lujuria.  Acto seguido,  la modelo de cabellos negros se arrodilló en la arena junto a la rubia conductora y, así, ambas beldades se dedicaron a lamerle el miembro desde ambos flancos; luego, Elena se lo introdujo en su boca casi completo mientras Theresa le lamía los testículos.  Jack Reed se sentía a punto de explotar…; todo parecía darle vueltas alrededor: el sol, el mar, las palmeras, todo giraba en una especie de gran vorágine… y se sintió caer, caer, caer… muy despaciosamente y como si su cuerpo estuviera dotado de una cierta ingravidez.  Pronto se encontró de espaldas contra la arena y al extender los brazos para hundir sus dedos en ella, la pudo sentir correr por entre los mismos sin el más mínimo atisbo de que no se tratase de arena real.  Las dos muchachas seguían dedicadas por completo a sus genitales: una mamándole la verga, la otra lamiéndole los huevos.  De repente, ambas parecieron olvidar por un momento su festín y alzaron sus cabezas a un mismo tiempo para mirar a Jack con ojos que hacían remitir a vampiresas.  Elena Kelvin se le echó encima y se sentó sobre su erguido miembro, el cual entró en ella de un modo tan delicado que casi no hubo roce.  Theresa, por su parte, se mantuvo arrodillada sobre la arena y bajó la cabeza hasta apoyar sus labios sobre el vello del pecho de Jack Reed; al principio lo besó, envolviendo secciones enteras de piel entre sus labios para levantarlas como si quisiera arrancárselas.  Luego se dedicó a recorrerle todo el pecho con la lengua dejándole surcos de saliva entre el vello mientras que, entre tanto, Elena Kelvin, prácticamente montada sobre él, daba inicio a una cabalgata tan frenética como fantástica.  Jack Reed sintió sus sienes a punto de estallar, pero aun así, optó por entregarse en mente y cuerpo al momento…

El placer alcanzaba techos que no había tocado antes en su vida; el cuello se le hinchaba y el corazón le latía cada vez con más fuerza.  Haciendo un esfuerzo sobrehumano logró abrir los ojos y, al hacerlo, le pareció que el cielo se volvía borroso, salpicado aquí y allá de manchones celestes que se confundían con un fondo blanco que distaba mucho de parecer nubes, en tanto que ciertas secciones se veían de un negro absoluto.  Jack pensó que era extraño, por cierto, pero lo adjudicó a la intensa excitación que estaba viviendo y, después de todo, en lo que menos podía pensar ahora era en el cielo…, pero cuando, levantando la nuca, bajó la vista para mirar al hermoso rostro de Elena Kelvin quien seguía cabalgando sobre su vientre, tuvo la sensación de no verlo ya tan perfecto como antes.  Jack no sabía qué pensar: ignoraba si se trataba de su imaginación o si la excitación, alcanzado cierto límite, pudiese tener efectos alucinatorios, pero la impresión visual era que, por momentos, secciones completas del rostro se desdibujaban volviéndose difusas o hasta incluso transparentes, a tal punto que a través de ellas podían verse fragmentos de cielo o bien retazos de un blanco intenso; cada tanto, incluso, uno de sus ojos desaparecía… Podía ser también efecto de la luz o del encandilamiento.  Levantando aun más la nuca, bajó entonces la vista hacia Theresa, quien no paraba de lamerle el pecho; Jack se encontró con la sorpresa de que, al intentar asirle sus dorados cabellos, no tuvo éxito y fue como si sus dedos pasaran por entre los mismos del mismo modo que si lo hicieran a través de un holograma y sin lograra asir absolutamente nada… La situación, ya para esa altura, distaba mucho de ser normal y comenzó a preocuparse: ¿qué estaba ocurriendo?...

Un intenso dolor le partía las sienes y pronto comenzó a repercutirle también en el pecho.  Apretó los dientes y dejó caer su cabeza una vez más hacia la arena, pero tuvo la sensación de que caía hacia la nada… Sus sentidos estaban totalmente embotados… Cuando intentó volver a levantar la nuca para mirar en derredor, tuvo la imagen de su propio cuerpo hundiéndose en la arena como si alguien estuviera cavando un foso por debajo suyo y, así, se fue hundiendo hacia un negro abismo sin poder hacer nada para detenerlo: allá en lo alto, y cada vez  más lejos, estaban la conductora televisiva y la modelo publicitaria pero sus siluetas se iban desdibujando y no sólo por la distancia, que aumentaba progresivamente a medida en que él se hundía, sino que además daban la impresión de desvanecerse cada tanto , viéndose por momentos como desenfocadas y por momentos como siluetas vacías cuyo relleno eran sólo líneas horizontales que se movían como si se tratase de  una pantalla de televisión que no recibiera señal algna… Y mientras tanto él caía, caía y caía… El corazón le latía ya con tanta fuerza que lo aturdía y nunca como entonces se sintió cerca del final; le parecía imposible que corazón humano alguno pudiese resistir el feroz golpeteo rítmico a que se estaba viendo sometido… Era la muerte, lo sabía: jamás en su vida la había sentido tan próxima… Y así como instantes antes se había entregado al placer supremo en manos de dos criaturas tan celestiales como virtuales, ahora se entregaba dócilmente dejándose arrastrar en la caída hacia un abismo del cual sabía que no se volvía…

De pronto sintió un violento sacudón; fue como si le hubieran arrancado súbitamente un trozo de cráneo y hasta de cerebro. Sintió una retahíla de golpes en el rostro.

“¡Jack!  ¡Jack! ¡Vuelve!  ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Abre los malditos ojos!..”

Aun dentro del estado en que se hallaba, Jack logró determinar que aquella voz nerviosa y fuera de sí no era otra que la de su esposa Lauren…  Abrió los ojos y se encontró, en efecto, con sus verdes ojos, los cuales lucían terriblemente desorbitados y desesperados.  Lauren, quien acababa de retirarle la vincha del VirtualRoom, pulsó presurosa la tecla que soltaba los grilletes de muñecas y tobillos.  Trabajosamente y con ayuda de ella, Jack se incorporó como pudo; todo le daba vueltas y su esposa le hablaba pero ahora él ya no la escuchaba: sólo la veía mover los labios, en tanto que a sus oídos llegaban una serie de sonidos confusos e ininteligibles… Jack se terminó de poner en pie, aunque sentía que las rodillas le flaqueaban; al girar ligeramente la cabeza pudo ver que la silla del VR estaba siendo objeto de violentas sacudidas; el artefacto parecía haber entrado en malfuncionamiento o bien estar cortocircuitando.  Volvió a dirigir su mirada hacia Lauren; los ojos de ella rezumaban pánico y preocupación: resultaba  evidente que, al verle, ella notaba que algo en él no estaba nada bien.  Jack sintió que la imagen de ella se difuminaba y, por un momento, perdió sentido de dónde estaba el piso y dónde estaba el techo; los dos eran indistintos, como parte de lo mismo.  Supo que estaba perdiendo el equilibrio pero no encontraba la forma de evitarlo; Lauren lo sostenía por la mano pero, a la larga, el peso de él pudo contra la fuerza de ella y Jack se desplomó al suelo cuan pesado era… Luego la habitación desapareció, lo mismo que Lauren…

Cuando volvió en sí, Jack no tenía idea de cuánto tiempo había pasado.  Despertó en un hospital, con un montón de cables y un aparatito conectado a su sistema sanguíneo.  Al echar un vistazo en derredor vio a un hombre al cual, por su traje, supo identificar como médico, así como también vio a dos enfermeras y a la infaltable Lauren.  La cabeza le dolía horrores y le costaba mantener los ojos abiertos durante mucho tiempo…

“¿Q… qué pasó?” – preguntó, arrugando la frente y entornando los ojos.

“Pues bien – dijo el hombre al que había identificado como médico -, a mis pacientes siempre me gusta decirles la verdad… Usted tuvo un infarto”

En ese momento todas las piezas parecieron encajar en su cabeza.  Desfilaron, una vez más, las dos muchachas: la rubia y la morocha, la presentadora y la modelo, el ambiente ideal, el sol, la playa, las palmeras… y luego los desesperados ojos de su esposa tratando de auxiliarle.

“¿Fue… a causa del VirtualRoom?” – preguntó, dando casi por descontada la respuesta.

“Evidentemente sí: es decir, un infarto se produce como consecuencia de una combinación de cosas pero estar conectado a eso contribuyó a provocar una conmoción demasiado fuerte que puso en serio peligro su vida… - le contestó el médico con un deje de tristeza -; no sé si le sirve de consuelo pero no es ni por asomo el primer infartado que recibimos como consecuencia del uso de ese artefacto… Pero, ¿quiere que le dé una buena noticia?  De todos esos pacientes que hemos recibido, son pocos los que siguen con vida… y usted es uno”

Todo estaba claro, por supuesto.  Jack se daba perfecta cuenta de que lo que debía haber ocurrido no era otra cosa que una sobrecarga de información que había hecho colapsar al aparato… y que lo había dejado a él al borde de la muerte… El médico continuó por un momento con su arenga acerca de los cuidados que había que tener y los peligros de llevar una  vida sedentaria o de no cuidar la alimentación, los cuales se veían potenciados si, además, se exponía al corazón a estados de excesiva conmoción como los que provocaba el VR.

Jack, fugazmente, echó una mirada a Lauren; sus ojos combinaban tristeza y recriminación.  No era para menos: ella le había advertido varias veces acerca de los peligros que implicaba el abuso del VR.

Jack permaneció unos días en la clínica y luego fue derivado a su casa bajo orden de guardar reposo durante varias semanas.  Al igual que ocurre con cualquier adicción, la tentación por volver a utilizar el VR era demasiado fuerte pero, por fortuna para él, ya Lauren lo había vendido.  Sus actividades, por lo tanto, se dividieron entre pasear por la habitación, mirar por la ventana al parque y, por sobre todo, mirar televisión.  Oteando por la ventana más le tocó más de una vez descubrir a su vecino Luke Nolan hablando con Lauren en la puerta; Jack hervía de rabia al notar los ojos pervertidos con que él la miraba pero le tranquilizaba el que, como fácilmente se advertía, ella buscara la forma de sacárselo de encima lo antes posible; aun así, no pareció tener éxito por completo ya que, en una tarde, Luke le cayó de visita para verle en la habitación.  No había, por supuesto, nada anormal en ello; no se trataba más que de la visita cordial que cuadraba a cualquier vecino que se preciase de serlo cuando se enteraba que alguien había sufrido un serio percance de salud, pero lo que irritaba a Jack era saber que, en realidad, a Luke no le importaba lo más mínimo su estado de salud sino que su único motivo para visitarle fuera gozar más de cerca de la presencia de Lauren; bastaba con observarle para darse cuenta de ello, ya que aun con lo mucho que intentaba disimular, no podía evitar un delator revoleo de ojos cada vez que Lauren entraba o salía del cuarto.

“Jack – le decía Luke, adoptando un tono conmiserativo -; tienes que cuidar tu salud.  No puedes matarte de esa manera; mira a tu alrededor: tienes una hermosa casa, una esposa maravillosa…”

“Sé que la tengo… – le cortó Jack secamente -.  Ahórrate tus consejos y más bien trata de cuidarte a ti mismo: yo puedo morir con el VR pero tú también vas a hacerlo si te sigues masturbando…”

Al recibir respuestas de ese tenor, Luke bajaba simplemente la cabeza y no volvía a insistir con sus consejos, ya fueran éstos sinceros o no.  Sin embargo, Jack bien sabía que a su vecino no le faltaba buena parte de razón, particularmente en lo concerniente a Lauren.  Hizo, de hecho, en esos días, esfuerzos por tratar de recuperar el encandilamiento o la pasión que en otros tiempos su esposa le despertara, pero lo cierto era que después de haber conocido el VR había entrado en un camino que parecía no tener retorno: la angustia post – virtual, de la que Lauren misma había hablado en algún momento, era bien real…  Su esposa era una mujer adorable y bellísima, sí, pero había algo que ya no parecía estar presente y que nunca volvería… Jack sólo deseaba y añoraba sentir esa lujuria, esa ensoñación y ese éxtasis que había vivido conectado al VR y que probablemente  tampoco volvería…

Carla Karlsten le llamó en un par de oportunidades desde la oficina y, si bien predominaron las palabras de aliento, no dejó pasar oportunidad de recriminarle acerca del uso del VR sobre el cual oportunamente le había advertido.  Lo tragicómico del asunto era que, viendo la imagen de su jefa en la pequeña pantalla del “caller”, era común ver también a su lado a algún muchacho acollarado e incluso, a veces, se dejaban oír chasquidos de látigo o gritos por debajo de la voz de ella.  Seguramente Miss Karlsten, maquiavélica como era, buscaba de ese modo que él viera lo bien que ella lo estaba pasando  o bien cuanto más sano y saludable era su pasatiempo en comparación con las fantasías virtuales a las que Jack era adicto.

Pero la mayor parte de las horas, desde luego, Jack las pasaba mirando televisión.  Vio un par de informes sobre el VirtualRoom ya que en esos días arreciaron las denuncias por casos similares al suyo y el tema se convirtió en algo así como un tópico recurrente o una noticia de moda para los programas informativos; llegó inclusive, y no sin sorpresa, a oír mencionar su propio nombre en un programa.  Vio a un ejecutivo de la compañía fabricante defender a rajatabla el producto pero bastaba con ver su rostro para notar que el hombre estaba abatido y que era plenamente consciente de que el VR tenía los días contados.  Para distraerse y buscar recuperar alguna de las sensaciones perdidas, Jack probó con los canales eróticos, pero después de haber pasado por el VR, los mismos no resultaban más que un triste remedo de situaciones de erotismo.  Argumentos y climas le resultaban, ahora, insulsos y absurdos: una mujer fornicando con un médico en una clínica mientras su novio y futuro esposo se hallaba convaleciente y en estado de coma; una doctora enfermizamente obsesionada con un adolescente al cual ha hecho una revisión médica, pero que termina, por alguna razón, haciendo el amor con el empleado de una gasolinera; una estudiante universitaria con un extraño influjo de poder sobre los demás que somete a una compañera de estudios y la lleva a vivir a su finca convirtiéndola prácticamente en una perra a su servicio… Nada interesante, en definitiva… Nada que se pareciera a lo que había sentido y experimentado en los días en que se conectaba al VR.

La mayor sorpresa, no obstante, se la llevó una tarde con una de esas tandas publicitarias que uno está obligado a ver so pena de sufrir el bloqueo de sus programas favoritos.  El primer aviso mostraba a una mujer muy hermosa pero con talante aburrido y posiblemente insatisfecha, quien, sentada en el living de su casa, pasaba uno tras otro los canales de su televisor con el control remoto; en un momento se detenía en uno de esos canales eróticos muy semejantes a los que Jack había estado viendo, por lo cual no pudo evitar una sonrisa al sentirse identificado con la expresión aburrida e indiferente que exhibía la mujer ante las insulsas escenas que desfilaban en pantalla.  Pero luego la mujer apagaba el aparato y cambiaba un control remoto por otro; de inmediato se presentaba en el lugar un joven increíblemente apuesto y hermoso, pura virilidad y músculos marcados magníficamente exhibidos en su cuerpo totalmente desnudo.  La mujer, luego de mirar hacia cámara y hacer un cómplice guiño de ojo, sacaba una larga lengua de su boca para, a continuación y sin dejar de mirar a la cámara, dedicarse a lamer el envidiable miembro del muchacho.  Hasta allí no había nada que no pudiera verse en cualquier canal erótico como el que ella, aburrida, decidiera abandonar instantes antes, y tampoco lo habría cuando luego el joven la tomara por las caderas y, colocándola de espaldas contra el sofá, se dedicara a penetrarla con una velocidad que se iría incrementando hasta el punto de no parecer humana.  En ese momento se dejaba oír la voz de un locutor en “off”:

“¿Sola?  ¿Insatisfecha?  ¿Harta de las aburridas programaciones de los canales eróticos?  Aquí tenemos la solución: ¡el nuevo… Merobot!...”

En ese momento Jack Reed dio un respingo y frunció el ceño intrigado.  La pantalla se dividió en dos y mientras a la derecha se seguía viendo la escena de sexo interminable entre el joven y la mujer que no paraba de lanzar agudos aullidos de placer, la mitad izquierda era ocupada por un esquema que mostraba un corte longitudinal del cuerpo del muchacho de tal modo de mostrar lo que había en su interior: una red infinita de cables, circuitos y esferas luminosas… Pero, ¿se trataba entonces de un robot?

Jack experimentó un sacudón todavía mayor y acercó la vista al televisor para visualizar mejor.  Ahora era una voz femenina la que hablaba en “off”:

“El Merobot es la nueva novedad de World Robots.  Su cerebro positrónico está programado para dar el mayor placer posible a su dueña… o dueño – la voz hizo una pausa como tratando de imprimir a sus palabras un deje de picardía -; su aparato sexual está perfectamente equipado para responder a las mujeres más exigentes y su cuerpo está recubierto con piel y tejidos que imitan perfectamente a la de los hombres…mmm… más hermosos…”

“Y hasta sudan…” – agregaba la mujer que protagonizaba el aviso haciendo un alto en la cabalgata sexual a que era sometida para pasar un dedo sobre la piel del androide y mirar a cámara sonriente mostrándolo húmedo.

El aviso continuaba, luego, mostrando en forma sucesiva y vertiginosa, a distintas mujeres en situaciones de goce sexual con robots: amas de casa, ejecutivas, colegialas o, incluso, policías, fueron desfilando por la pantalla mientras eran penetradas por androides de increíbles cuerpos que las bombeaban en todas las posiciones posibles mientras los rostros de las damas implicadas mostraban estar tocando el limbo por la excitación. Después el aviso terminaba con el latiguillo clásicamente repetido: “satisfacción garantizada o le devolvemos su dinero…”

Jack no salía de su asombro por lo que acababa de ver; con la frente arrugada y el ceño fruncido, se estrujaba la boca con la mano como si no pudiese asimilar aún la información recibida.   ¿Existía algo así realmente?  Y de ser así, ¿qué destino aguardaba a los especímenes del género masculino al tener que competir contra semejantes amantes?  Ya varias veces la tecnología había llevado a la suplantación de hombres por máquinas: la revolución industrial, los telares mecánicos en las fábricas, el “boom” de la informática, los contestadores automáticos, los robots que hacían tareas domésticas… No había realmente por qué pensar que no iba a  llegar el día en el que a la humanidad le tocaría ver algo así: el hombre perdiendo su rol de macho ante avances tecnológicos que lograban no sólo imitarle sino superarle en tal rol.  Verdaderamente, aquello podía ser el fin para el varón y su utilidad: ¿qué mujer querría tener sexo convencional con un hombre si las máquinas que la publicidad mostraba eran realmente capaces de hacer lo que allí se veía?  La inutilidad absoluta del género masculino estaba a las puertas del mundo que se venía…

Mientras cavilaba sobre tales cuestiones, la tanda mostraba ahora un insulso e intrascendente aviso de cereales al cual Jack sólo miraba para evitar el bloqueo de su televisor, pero apenas el mismo hubo terminado, comenzó uno nuevo que, al igual que el que había visto antes, exhibía el logo de World Robots en el ángulo superior izquierdo de la imagen.  Esta vez se mostraba a un tipo con vestimenta de dandy pero poco favorecido por la naturaleza desde el punto de vista estético, el cual aparecía recorriendo la ciudad a bordo de un auto veloz y deteniendo el mismo cada vez que se cruzaba con una bella señorita; por más que les dijera palabras lisonjeras, las jóvenes, inevitablemente, le miraban con indiferencia y hasta con expresión de asco, sin quedar siquiera impresionadas por el vehículo de alta gama.  El hombre del aviso quedaba abatido y con la cabeza baja hasta que, al levantarla, descubría una publicidad de World Robots en la cual se exhibía a una hermosa robot que no tenía nada que envidiar a ninguna belleza femenina de carne y hueso… Automáticamente, el rostro del tipo se iluminaba y, tal como había sucedido en el aviso anterior, la pantalla se dividía en dos a la vez que aparecía una voz en “off”: mientras la mitad izquierda de la imagen mostraba las virtudes y el diseño del “Ferobot” (tal el nombre con que promocionaban el producto), a la derecha se veía al hombre teniendo sexo con un despampanante androide versión femenina en todas las posiciones posibles.

De pronto, Jack Reed no vio tan oscuro el futuro...   Al parecer, la World Robots no apuntaba sólo a satisfacer la demanda sexual femenina sino también la masculina.  El futuro, por supuesto, no dejaba de ser un interrogante en la medida en que, quizás, tanto mujeres como hombres acabaran prescindiendo de compañías reales para preferir las mecánicas, pero le gratificaba, al menos, el saber que los hombres no quedaban excluidos de los beneficios del progreso.  Y él era un hombre…

El aviso finalizaba, una vez más, con el infaltable “satisfacción garantizada o le devolvemos su dinero”, tras lo cual dio lugar a una publicidad de cabello artificial que, otra vez, Jack debió ver por obligación pero sin interés alguno; al finalizar la misma reapareció, sin embargo, el logo de World Robots y, para sorpresa de Jack, comenzaron a desfilar por la pantalla imágenes de muchas de las actrices o modelos más reconocidas a nivel mundial; luego se veía a todas juntas compartiendo un mismo ámbito y en ese momento aparecía entre medio de ellas un presentador bajito y poco atractivo, cuya calva cabeza casi se camuflaba entre el mar de senos que le rodeaba...

“Usted piensa que es un montaje, ¿verdad? – decía -.  Pues no: ahora usted puede tener en su habitación a esa estrella de cine o a esa modelo a la cual tanto desea.  ¡Despreocúpese!  World Robots le baja del cielo a cualquier estrella para ponerla en sus manos, ya que los nuevos Ferobot a pedido reproducen fielmente a esas bellezas con las que usted tanto sueña y adem…mmmmffff”

El presentador del aviso no seguía hablando ya que una de las modelos más hermosas y reconocidas en el mundo entero acababa de enterrarle la lengua en su boca impidiéndole decir cualquier cosa medianamente inteligible.  Cual racimo de vampiresas, todas se arrojaban sobre él y se dedicaban a desnudarlo.  Un momento después, regresaban las explicaciones técnicas mientras la mitad derecha de la imagen mostraba al hombrecillo teniendo toda clase de prácticas orgiásticas con aquel hato de increíbles beldades.

Jack Reed no salía de su incredulidad ante lo que estaba viendo.  De hecho, cuando la tanda finalizó, simplemente apagó el televisor por no poder pensar ya en otra cosa.  ¿El futuro se le había venido tan encima que no lo había visto llegar?  De ser así, no podía menos que darle la bienvenida… Se le ocurrió pensar que los Erobots bien podían ser una gran solución ante la falta del VirtualRoom como también una alternativa más que interesante ante los peligros inherentes al mismo… Más aun: al parecer podían guiar a placeres superiores o más tangibles sin poner en riesgo la salud.  Pensó en ello durante los restantes días de reposo que pasó en su casa y vio infinidad de veces los avisos en las tandas publicitarias.  En algún momento se lo comentó como al pasar a su esposa pero Lauren sólo miró con indiferencia o dejó escapar algún monosílabo sin demostrar demasiado interés.  En parte era entendible: aun cuando Jack no lo hubiera sugerido directamente, ella bien sabía que él ya estaba pensando en algún sustituto para el VR y, habida cuenta de lo ocurrido con el mismo, difícilmente podía ver con buenos ojos la llegada de nuevas tecnologías vinculadas al placer erótico.

Días después llegó para Jack el momento de reintegrarse a su trabajo; los médicos habían determinado que ya estaba en condiciones de hacerlo y que, de momento, no corría peligro: desde ya que el alta final que le habían dado iba acompañada por montones de recomendaciones concernientes a alimentación, ejercicios físicos y, sobre todo, evitar emociones virtuales que pudiesen ser peligrosas.

Los empleados de la Payback Company le recibieron con aplausos, aunque no se sabía bien si tal recibimiento tenía que ver con la alegría por tenerle de vuelta y en perfectas condiciones o, más bien, tenían algún deje de sorna ya que su caso había tomado estado público y todo el mundo sabía que su percance cardíaco había estado vinculado a la búsqueda de placeres en el VirtualRoom.

Miss Karlsten quiso verle y, a tal efecto, él se presentó en su despacho.  No llamó a la puerta debido a que había sido convocado unos segundos antes y al abrir se encontró con un espectáculo decadente.  Su jefa estaba allí, soberbia e imponente como siempre tras su escritorio, pero lo más impactante fue ver de rodillas en el piso a un semidesnudo jovencito que, seguramente, sería un nuevo empleado ingresado durante los días de ausencia de Jack en el trabajo: el muchacho estaba dedicado a sacar de entre sus labios su roja lengua para lamer las suelas de los zapatos de taco de Miss Karlsten.

“Qué bueno tenerte otra vez con nosotros – le espetó ella, sonriente y, en cierto punto, burlona -.  En cuanto me dijeron lo que te había pasado, temí que no contaras el cuento como ha ocurrido con muchos…”

Jack apenas agradeció con un asentimiento de cabeza.  No podía separar la vista de aquel joven cuya actitud sumisa y servil daba una imagen de innombrable degradación.

“Empleado nuevo – dijo ella como si adivinara sus pensamientos y confirmando lo que ya suponía -.  Se porta muy bien, ¿no es así?”

El atractivo joven asintió con la cabeza sin dejar de lamer ni por un instante.  En ese momento se presentó un segundo joven, al cual Jack reconoció como el mismo que había ingresado a la compañía en aquel fatídico día en que él tuviera su accidente.  Lucía apenas un slip que de tan pequeño y enjuto parecía casi una prenda femenina; en sus manos traía una bandeja sobre la cual llevaba una jarra transparente de café humeante y un par de tazas que, según dedujo Jack, estaban destinadas a él y a Miss Karlsten.  Una vez más ella confirmó lo que pensaba al invitarlo a tomar asiento frente a sí.

Jack se ubicó y el joven sirvió ambas tazas; amagó a hacerlo primero, y de acuerdo a la jerarquía, con Miss Karlsten, pero ella le detuvo y le ordenó que sirviera primero al invitado por tratarse de una ocasión especial.  Una vez que el muchacho hubo servido a ambos, su jefa le conminó a girarse y darle la espalda.  Siempre sentada, le tomó el slip por el elástico y se lo bajó; en ese momento Jack pudo ver que el joven tenía un objeto cilíndrico introducido en su orificio anal, el cual no paraba de vibrar.

“Muy bien – aprobó Miss Karlsten -.  Así me gusta; veo que lo sigues teniendo adentro y que no se ha caído…”

“Sí, Miss Karlsten… - dijo el joven y la única forma de saber que su voz no era la de un robot fue que se advirtió un cierto toque de tristeza o derrotismo en la entonación -.  Sigue ahí tal como usted lo ordenó…”

Ella le propinó un beso sobre una de las nalgas y luego la mordisqueó, arrancándole una interjección de dolor.  Luego le palmeó la cola y le subió el slip, encajándoselo de tal forma que no parecía realmente haber manera de que el objeto pudiera llegar a salirse o caerse.

“Bien.  Ahora… fuera… Los dos” – espetó Miss Karlsten con tono imperativo a la vez que hacía chasquear los dedos.

Tanto el muchacho del café como el que le lamía el calzado se retiraron presurosamente y como si fueran perros a los que se acababa de echar.  La escena, sumada a lo que ya acababa de ver, provocó en Jack una fuerte repulsión lindante con el asco.  Una vez que su jefa y él quedaron solos en el despacho, ella permaneció mirándole sonriente.

“¿No te cansas de dar órdenes y de degradar a la gente? – le recriminó Jack, con ojos acusadores -.  ¿Tanto placer encuentras en sentirte poderosa y humillar a quienes están a tus órdenes?”

“¡Mucho! – exclamó ella con un brillo de excitación en los ojos -.  Casi puedo decirte que es en eso en lo que encuentro el verdadero sentido de ocupar el puesto que ocupo, jeje… Y si son jóvenes y apuestos, me gusta más todavía…”

“Quizás algún día encuentres la horma de tu propio zapato – le dijo Jack -.  ¿Nunca pensaste en la posibilidad de obedecer a alguien?”

Un extraño velo pareció deslizarse sobre el rostro de Miss Karlsten: evidentemente tocada por la pregunta de Jack, sus ojos rezumaron algo de ensoñación mezclada con picardía.

“¿Quieres que te diga la verdad?  ¿Aquí, entre nosotros?  A veces se me cruza esa fantasía…”

“¿Y por qué no la llevas a cabo?” – preguntó Jack tratando de asegurarse el terreno ganado con la anterior estocada.

Carla Karlsten vaciló durante un momento; era como si estuviera buscando las palabras justas.

“Yo… soy una mujer de poder – dijo finalmente -; no puedo rebajarme a eso porque significaría un gran desprestigio entre mis empleados en caso de que se supiera.   Debo mantener mi imagen dominadora y altiva para generar respeto y reverencia… Por lo tanto debo dejar mi fantasía de sumisión precisamente en ese terreno: el de la fantasía…”

“Con el VirtualRoom podrías solucionarlo…” – replicó Jack con una mueca socarrona.

“¿Ese adefesio de porquería? – objetó ella con expresión de desagrado -.  No… a mí me gustan las cosas reales.  Y no sé hasta qué punto serviría para mantener una fantasía en secreto.  Fíjate tu caso: casi te fuiste al otro lado y ahora todo el mundo lo sabe…”

Jack sonrió.  De algún modo ella le había devuelto la estocada; aun así, no perdió la oportunidad de contraatacar:

“¿Has oído hablar de los Erobots?” – preguntó a bocajarro.

Miss Karlsten acusó recibo de la pregunta; frunció la comisura del labio y asintió con un revoleo de ojos.

“Sí… - respondió -.  No sólo eso: los he visto en acción… ¡Más aun! – se corrigió mientras sonría de oreja a oreja -.  He sido parte de la acción…”

Jack echó  hacia atrás la cabeza y dejó escapar una carcajada estentórea.

“Pensé que no te gustaban los chismes tecnológicos aplicados a lo erótico…” – repuso, una vez que dejó de reír.

“Una amiga compró uno – explicó Miss Karlsten -; y me invitó a probarlo…”

“Jeje… La tentación de las máquinas es más fuerte que la de la carne – señaló Jack, dando el primer sorbo a su café -.  ¿Y cómo fue la experiencia?”

“¡Excelente! Si quieres que te diga la verdad, una vez que se ha probado un Merobot, se hace muy difícil volver a tener sexo con un hombre de carne y hueso… Como bien sabes, yo siempre he sido partidaria del sexo real y no de los inventos tecnológicos, pero… tengo que admitir que…¡no hay diferencia entre hacer el amor con uno de esos androides y con un hombre verdadero!  Te diría más: ¡el placer que te dan es muy superior!  Pero…”

“¿Pero...?”

La vista de Miss Karlsten quedó perdida en alguno de los tantos edificios de Capital City que se veían a través del amplio ventanal.

“Bien… - dijo finalmente -.  Tú sabes bien cuáles son mis preferencias… El sexo liso y llano me encanta, desde ya, pero un robot no podría darme nunca lo que me dan, por ejemplo, esos dos jovencitos que acaban de retirarse…”

“No veo por qué – objetó Jack -.  Cualquier robot, de acuerdo a la primera ley de Asimov, está programado para obedecer siempre a un ser humano.  Bastaría con que le ordenaras que te lamiera los zapatos para que lo hiciera…”

“S… sí – concedió Miss Karlsten, aunque con más que ostensibles reservas; no parecía muy convencida -.  Pero… deja de haber placer cuando es así… Lo interesante de someter a cualquiera de esos jovencitos es que puedo experimentar el goce supremo de quebrarle su voluntad… ¡Y eso es grandioso!  Un robot… no puede darme eso ya que no tiene posibilidad de hacer algo contrario a lo que le estoy diciendo… ¿Cuál es el placer de someter a alguien que nunca pudo elegir no ser sometido?”

“Creo que te entiendo… - convino él -.  Me cuesta entrar en tu mórbida mente para entenderlo del todo, pero veo a lo que apuntas… No hay dominación cuando no se ha quebrado la voluntad y la resistencia de otro…”

“¡En efecto!  ¡Es eso!  Los robots, por muy perfectos que sean y por muy bien que imiten la constitución física de un ser humano, no pueden darme ese morbo especial que significa el haberlos sometido… Es algo así como que un pescador capturara peces en una pecera… No tiene gracia…”

“Bien, te entiendo… pero volvamos a lo que me dijiste hoy…” – le dijo Jack mientras apuraba su café.

“No entiendo” – dijo ella, con gesto de confusión.

“Me decías que tienes la fantasía de ser alguna vez sometida, de obedecer órdenes…, pero que no te atreves o bien sientes que no puedes hacerlo porque eso sería desprestigiarte en la medida en que se supiera…”

“Sigo sin entender el punto…”

“¡Y yo que te consideraba una persona inteligente!  ¡Un robot puede cumplirte esa fantasía sin que nadie se entere!  ¿O puedes imaginar a alguien más reservado que un androide?”

Miss Karlsten dio un respingo en su silla.  Acusó evidentemente recibo del razonamiento de su subordinado y confidente, siendo obvio que nunca lo había visto desde ese punto de vista.

“Pero… ¿un robot?  ¿Dominar?  ¿Someter?  ¿No es contrario al mandato que le instalan en sus cerebros positrónicos?”

“Insisto: te consideraba más inteligente.  Si un robot te pone a sus pies, lo hará porque tú previamente se lo habrás ordenado… Y, justamente, está en su mandato positrónico el obedecer a un ser humano… No sólo eso: he investigado un poco acerca de esos androides que está lanzando la World Robots y me he enterado que, además, de cargar con las tres leyes de Asimov, están también configurados para dar el mayor placer posible a un ser humano… Y ya sabemos cómo se hace para darte a ti el mayor placer posible, jeje”

Miss Karlsten permaneció mirando a Jack con el ceño fruncido, cavilando aparentemente sobre las palabras que acababa de oírle.

“¿Sigo sin ser claro? – insistió él -.  Obedecer, dar placer… La combinación justa para lo que tú quieres…”

“No se me había ocurrido verlo de ese modo…” – convino ella mientras su mente parecía estar haciendo especulaciones.  Su taza de café permanecía sobre su escritorio sin ser tocada y ya ni siquiera humeaba.

“Por suerte tienes algunos empleados eficientes que te pueden aportar buenas ideas… - apuntó él, divertido, mientras volvía a apoyar sobre el plato su taza ya vacía y se ponía de pie -.  Muchas gracias por el café… A propósito, creo que el tuyo se enfrió…”

Jack Reed se dirigió hacia la puerta para encaminarse hacia su oficina a los fines de reincorporarse a sus actividades normales.  Miss Karlsten no agregó palabra alguna, sino que simplemente lo siguió con la vista algo perdida hasta que salió del despacho…

CONTINUARÁ