Máquinas del Placer (2)
¿Qué ocurriría si un día los seres humanos pudieran ser reemplazados por máquinas al momento de dar placer a otros seres humanos? Segunda parte de la saga que homenajea a los relatos de Isaac Asimov desde un contexto erótico
La alarma automática del tablero del auto, como era habitual cada día, despertó a Jack Reed cuando ya estaba llegando a su lugar de trabajo. En efecto, apenas entreabrió los ojos pudo ver que el vehículo estaba subiendo por la calle en espiral que rodeaba el edificio de la corporación Vanderbilt en la que él se desempeñaba. Alrededor el paisaje sólo estaba poblado de las altas torres de Capital City en lo alto sobrevolaba Joy Town, el parque de diversiones volante que se sostenía con suspensores antigravitatorios. Echó un vistazo hacia su robot conductor y pudo comprobar que, como siempre, hacía su trabajo de acuerdo a los parámetros normales y manteniendo la vista atenta al camino.
“¿Cómo ha dormido, señor Reed?” – le preguntó el androide, con una voz tan fría y sin emoción como cuadraba a un robot.
“B… bien – respondió Jack sin poder ahogar un bostezo y restregándose la cara -. ¿Por qué nivel estamos?”
“Piso cuatrocientos ocho – respondió el androide -. Restan ciento doce…”
Jack Reed echó un vistazo en derredor mientras trataba de sacudirse la modorra. El vehículo giraba siguiendo la espiral ascendente y, como tal, los edificios de Capital City danzaban ante sus ojos entrando y saliendo todo el tiempo de su campo visual. Fue en una de esas tantas visiones fugaces que distinguió a lo lejos una imagen publicitaria en tres dimensiones que coronaba la cima del Coventry Plaza: una hermosa modelo de cabellos negros y ojos algo felinos exhibía su escultural cuerpo en lo que parecía ser un aviso de algún tratamiento contra el envejecimiento corporal; ya la había visto en un par de publicidades antes y, de hecho, cuando el auto giraba hacia el lado opuesto de la espiral podía verla, algo más lejos, sobre la cima de otro edificio.
“¿Quién es la modelo del aviso?” – preguntó Reed.
El robot que conducía giró levemente la vista durante apenas una fracción de segundo y ello fue suficiente para que se oyera dejara oír el chasquido de un lente fotográfico: había registrado la imagen y ahora se dedicaba a procesarla, lo cual demoraría unos pocos segundos…
“Elena Kelvin – respondió, finalmente -; 25 años, nacida en Amberes…”
Siguió luego una detallada descripción acerca de la carrera y la vida personal de la modelo pero la realidad era que Reed ya no escuchaba demasiado; sólo tenía posada su encandilada vista en aquella joven y, de hecho, apena el aviso desaparecía de su campo visual al ir girando el auto en torno al edificio, ya estaba oteando a lo lejos en busca de la otra imagen. En un momento una de ambas imágenes cambió y fue reemplazada por otra, pero ya se hallaban en el piso quinientos veinte, en donde debía descender del vehículo para ir a su trabajo.
“Estaré aquí a las diecisiete, señor Reed – anunció el robot tal como lo hacía cada día -; que tenga una feliz jornada laboral”
Tras la formal despedida, el vehículo se alejó nuevamente por la espiral ascendente en busca de la azotea, unos ochenta pisos más arriba, en donde los autos subían a una plataforma circular que bajaba a través de un gran hueco en el centro del edificio, llegando a la base en muy pocos minutos: tal plataforma no estaba recomendada para seres humanos debido a lo vertiginoso del ascenso y descenso, razón por la cual era normalmente ocupada por autos tripulados sólo por robots o bien no tripulados en absoluto. Jack Reed, una vez descendido de su auto, se dirigió hacia su oficina y por el camino sólo pensaba en Elena Kelvin, ya para ese entonces seguramente su próxima invitada al VirtualRoom..
Luke Nolan accionó uno de los comandos en el control remoto y el mini módulo se elevó del suelo: se trataba de una camarilla ínfima que, teleguiada y suspendida en el aire, resultaba muy útil como medio de espionaje. Alguna vez se había hablado de prohibirlas pero hasta donde Luke sabía, no había avanzado ningún proyecto en tal sentido. El módulo subió en el aire mientras Luke, control remoto en mano, se encargaba de guiarlo en el ascenso desde su jardín para luego, ya a algunos metros por sobre el suelo, trasponer la verja que separaba su casa de la de los Reed. Sabía que ya Jack había partido hacia su trabajo y lo único que podría ocurrir era que su robot conductor regresase de un momento a otro para dejar el auto en la casa. Desde el control activó la pantalla del ordenador y tuvo así una imagen aérea del parque de los Reed. El pequeño artefacto sobrevoló los cipreses y arbustos y hasta allí no había noticias de ella.
Y de pronto la vio… Allí estaba Laurie, la esposa de Jack Reed que era objeto de todas sus fantasías. En un momento le dio la impresión de que ella dirigía la vista hacia lo alto, lo cual hizo a Luke temer que se hubiera percatado de la presencia del objeto. No llegó a determinar si realmente fue así o tan sólo lo traicionó la paranoia, pero por un momento, al ver los verdes ojos de ella dirigidos hacia la cámara, Luke Nolan se sintió pillado como si fuera un niño haciendo una travesura y, aun cuando fuera una locura absoluta, hasta temió ser visto. Se sobresaltó de tal manera que el control remoto le bailoteó entre los dedos y estuvo a punto de caérsele al piso pero aun así logró retenerlo y pulsar el botón del camuflaje haciéndolo virar a “celeste cielo”: el módulo, como resultado de ello, cambió abruptamente de color para confundirse con su entorno; así, ella no vería más que una sección de cielo y si había realmente visto algo, era probable que lo adjudicara a su imaginación o a algún engaño producido por la luz de la mañana. Fuese como fuese, habiendo Lauren visto algo o no, lo cierto fue que ella pareció desentenderse rápidamente del asunto. Saliendo desde el porche de su casa caminó a través del parque en dirección hacia la piscina, luciendo un sensual e infartante bikini que dejaba al descubierto sus increíbles curvas; su perro robot, mientras tanto, la acompañaba correteando a su lado y sólo se despegaba de ella esporádicamente para echar a correr tras algún pájaro que se hubiera posado en el parque.
Ella llegó hasta la reposera que se hallaba junto a la piscina; el lugar era estratégico ya que quedaba a cubierto de ojos curiosos desde el momento en que se hallaba completamente rodeado de árboles: claro, a prueba de todos los ojos curiosos menos de los de Luke Nolan… El módulo subió un poco hasta trasponer los árboles y luego Luke lo fue guiando con el control remoto para hacerlo descender por entre los mismos tomando los mayores recaudos para que no se quedara enganchado entre el ramaje. Una vez que el minúsculo artefacto se halló a unos cuatro metros por encima de la reposera sobre la cual la señora Reed retozaba, Luke, pulsando el control remoto, trocó el camuflaje en “verde floresta” de tal modo que la presencia del módulo espía no fuera advertida entre la vegetación.
Así, con el artefacto camuflado y suspendido en lo alto, pudo ver cómo la mujer a la que siempre devoraba con ojos lujuriosos se calzaba unos lentes para sol dedicándose luego a quitarse, primero la parte superior y luego la inferior del bikini… De ese modo y ante los ojos desorbitados de Luke, aquel cuerpo tan bello como, al menos para él, inasible, quedó expuesto en toda su esbelta y grácil desnudez sobre la reposera. Se quedó mirando durante algún rato a la pantalla del ordenador con una expresión lindante con la idiotez y, por un momento, desatendió el mando del módulo, tal fue así que no se dio cuenta que, sin querer, había ido llevando al mismo muy cerca del ramaje y, en efecto, una interferencia parecía estar ensuciando tanto la imagen como la señal sonora. Maldiciéndose a sí mismo por su estupidez, dirigió el aparato por fuera de las copas de los árboles, teniendo la fortuna de conseguir alejarlo del follaje sin perder el módulo. Hasta allí y a pesar de sus temores, Lauren no parecía, sin embargo, darse cuenta de nada; permaneció unos veinte minutos echada de espaldas sobre la reposera, ante lo cual Luke no pudo evitar ceder ante la tentación de acercar tanto como le fuese posible el zoom de la cámara: un perfecto plano de aquellos senos tan perfectos invadió la pantalla del ordenador… Cuanto más contemplaba la escultural belleza de esa mujer, menos podía creer que su esposo le prestara tan poca atención o que buscara divertirse con chismes virtuales que eran pura fantasía. Luke sentía la tentación de hacer descender aun más el módulo hacia ella pero se contuvo ante el temor de que ello delatase la presencia del aparato espía: a su pesar debió, por lo tanto, optar por seguirla observando desde la altura a la que el módulo se hallaba; no pudo evitar tocarse mientras lo hacía…
De pronto ella se volteó sobre la reposera y se echó boca abajo, con lo cual el espectáculo impagable de aquellos senos tan deslumbrantes desapareció para dejar lugar al de un trasero no menos deslumbrante. Luke aumentó el zoom cuanto pudo buscando que no quedara recoveco en su pantalla sin ser ocupado por tan formidable y perfecto culo, pero la tentación de descender el módulo para ver aún de más cerca seguía siendo demasiado fuerte. Puso el control en descenso y vio como la pantalla empezaba a ser cada vez más ocupada en su casi totalidad por aquellas dos lomas de perfección que eran ese par de increíbles nalgas. El artefacto se hallaba ahora a escaso medio metro por encima de ella… Luke intensificó el toqueteo en su zona genital; fue aumentando el franeleo y se dedicó a masajear su miembro, que ya estaba plenamente erecto. Contemplando la perfección de aquel trasero, se entregó al placer onanista en su máxima expresión: echó la cabeza hacia atrás sobre el respaldo de su silla y tragó una bocanada de aire que luego expulsó con fuerza: intensificó el ritmo de la masturbación entregándose al mismo por completo; cerró los ojos en actitud de solitario goce hasta que un sonido, seco, penetrante y repetitivo le arrancó de su ensoñación.
Aquel sonido era fácilmente reconocible como ladridos, aun cuando denotaran un timbre algo artificial. Luke abrió los ojos y miró a la pantalla; al hacerlo se encontró con el maldito perro robot quien, habiendo descubierto el artefacto espía, estaba allí, daba frenéticos saltos que lo ponían, en cada subida, muy cerca de atrapar el módulo entre sus dientes. Maldiciendo y presa de la desesperación, Luke Nolan dio casi un salto en su silla y pulsó, nerviosa y presurosamente, el botón de ascenso, tras lo cual pudo, en efecto, ver cómo el cánido artificial que saltaba en el lugar iba quedando cada vez más abajo y lo mismo ocurría, obviamente, con el hermoso cuerpo de Lauren. Por fortuna, la reacción de ella no fue inmediata ni mucho menos; seguía echada de bruces sobre la reposera y, en todo caso, se comenzó a remover muy lentamente, dando el tiempo suficiente a Luke para volver a ocultar el módulo entre el ramaje. Lauren retó y buscó calmar a su perro robot y para cuando se dio la vuelta por completo, ya el módulo flotaba a unos ocho metros del suelo, suficientemente oculto entre los árboles; ella se quitó los lentes y mordió la patita de los mismos en un gesto tan casual como sensual: al hacerlo descubrió una vez más sus hermosos ojos verdes y, arrugando el ceño, aguzó la vista tratando de distinguir qué era lo que motivaba el nerviosismo de su perro robot. Recorrió con sus ojos las copas de los árboles y en un momento a Luke volvió a parecerle que el módulo había sido descubierto, pero no: ella siguió el recorrido visual con lo cual evidenció que en realidad no veía absolutamente nada llamativo. Palmeando a su perro, consiguió calmarlo para luego, despreocupada y distendida, volver a echarse boca abajo. Para alivio de Nolan, todo iba volviendo a la normalidad, aun cuando el perro siguiera con la vista dirigida hacia lo alto y gruñendo de tanto en tanto… Relajándose, Luke retomó su toqueteo de autosatisfacción: la imagen que tenía en su pantalla, después de todo, seguía siendo igual de estimulante, más allá de que tuviera que conformarse con contemplarla desde una prudencial altura…
La junta de accionistas no podía apartar sus ojos de la despampanante mujer robot. Dos cascadas de cabello castaño oscuro, casi negro, enmarcaban un bello rostro de inaudita perfección que lucía unos ojos grises tan llenos de vida que hacían dudar de estar realmente frente a un organismo artificial.
“¿Es… realmente un robot?” – preguntó alguien que, casi con seguridad, tenía esa misma duda.
“Absolutamente , tan real como él – respondió Sakugawa señalando hacia el robot macho -. Señores, a su derecha tienen al Merobot, de cuya alta eficiencia como amante acaban de tener una cabal demostración. A vuestra izquierda – señaló hacia la mujer robot recién ingresada – tienen al Ferobot”
“Ferobot… - conjeturó uno de los accionistas mesándose pensativo la barbilla -; supongo que tiene que ver con femenino, ¿verdad?”
“Así es – asintió Sakugawa -. Merobot: erobot masculino. Ferobot: erobot femenino…”
“¿Y su… rendimiento sexual es comparable al que acabamos de ver en el…merobot?”
“Absolutamente. Imaginen, señores, la demanda que vamos a tener de nuestros productos. El ferobot será la solución para millones de hombres solos pero no sólo eso: también ayudará a muchas mujeres a cumplir sus fantasías lésbicas reprimidas o enriquecerá la vida sexual de los matrimonios dando la posibilidad de incorporar a un tercero sin por eso poner en peligro los votos conyugales o los vínculos de fidelidad. Además, tanto nuestro modelo masculino como el femenino gozan de algunas ventajas que ningún hombre o mujer de carne y hueso podría tener jamás: en primer lugar, estarán siempre disponibles, independientemente del momento del día o del mes; en segundo lugar, jamás se cansarán y siempre estarán dispuestos para cualquier maratón sexual que sus dueños dispongan; en tercer lugar, no acarrean ni contagian enfermedades, ya que los modelos son inocuos e inclusive cuentan con mecanismos propios para limpieza y erradicación de bacterias o cualquier otro elemento patógeno que pudiese transmitirse por vía sexual; en cuarto lugar, jamás dirán que no; en quinto lugar, garantizan una absoluta reserva; en sexto lugar, no hay riesgos de embarazo ya que ni el Merobot está configurado para ser padre ni el Ferobot para ser madre; por último, ayuda a matar culpas, temores y prejuicios al no tratarse de personas reales”
“¡Los amantes perfectos!” – exclamó alguien.
“Así es. Y allí no termina la cosa: lo que ustedes tienen en este momento ante sí son modelos estándar. Pero sabemos que muchas la gente tiene fantasías con personas determinadas, por lo común actores, actrices o modelos que resultan totalmente inalcanzables. Atendiendo a tal necesidad y demanda, nuestros ingenieros han logrado desarrollar un eficaz método en el cual logramos no sólo copiar e incluso perfeccionar el objeto de deseo original sino además adaptar el cerebro positrónico de tal forma que el robot copie actitudes, gestos, modismos y formas de hablar del mismo…”
“¿Significa eso que el cliente puede, por ejemplo, encargar un Erobot no sólo con el aspecto sino también con la personalidad de, digamos… hmmm, una actriz como Jessica Frenkel o una modelo como Elena Calvin o Tatiana Ulinova?”
“Veo que lo ha entendido bien – respondió Sakugawa sonriendo con satisfacción -. En efecto, ésa es la idea: demás está decir que los modelos a pedido, es decir aquellos que respondan a determinadas características solicitadas por el cliente, tendrán en el mercado un precio diferente al resto desde el momento en que implican una atención personalizada…”
“Entiendo – intervino un accionista desde el extremo opuesto de la mesa -. Ahora… ¿podríamos tener una demostración de las aptitudes del Ferobot así como la hemos tenido de las del Merobot?”
Algunas risitas picaronas se levantaron de entre los presentes; Sakugawa, fiel a su estilo, sonrió, a la vez que pulsaba el control remoto que sostenía.
“Ya mismo” – dijo.
Ante la orden aparentemente recibida, la androide echó a andar ante la vista azorada de todos los presentes, quienes al contemplarla, seguían sin poder creer tanta belleza. Al moverse, su sensualidad quedaba realzada por la gracilidad de sus movimientos: un observador desprevenido jamás la habría tomado por un robot. Caminó por fuera del grupo de accionistas y se dirigió hacia el que había solicitado la demostración práctica. Cuando se plantó frente a él y le clavó su inquietante mirada, el hombre, entrado en años, se echó hacia atrás como si hubiera recibido un puñetazo en pleno rostro. Aquel cuerpo que tenía ante sí era, verdaderamente, difícil de creer en una mujer de carne y hueso, tanto más si se trataba de un androide.
“Pruebe la mercadería, amigo” – le incitó Sakugawa.
El hombre miró de reojo al líder empresarial y luego volvió la vista hacia la mujer robot. Sus manos se vieron atraídas hacia ese par de magníficos senos como si los mismos hubieran estado dotados de magnetismo; al apoyarse sobre ellos, notó que la textura de la piel no mostraba diferencia alguna con la de una verdadera mujer; de hecho, daba señales de reaccionar ante el contacto y se aplastaba bajo los dedos. Al tocar los pezones, notó cómo éstos, claramente, se erguían. No conforme con haberle palpado las tetas, el hombre, sin levantarse jamás de su silla, bajó con sus manos a través del cuerpo hasta calzarla por el talle para luego ir hacia sus caderas: nalgas perfectas, bien firmes. Siguió luego con sus muslos y se encontró exactamente con lo mismo: los dedos del accionista iban dejando surcos a medida que se hundían en la piel en tanto que podía, a la vez, palpar perfectamente los músculos artificiales de la androide, los cuales se percibían tan firmes como los de una persona que realizase ejercicios físicos con asiduidad. Sakugawa volvió a pulsar el control remoto y, apenas el Ferobot recibió la orden, se acuclilló ante el hombre y buscó con sus dedos hasta encontrar la hebilla del cinto y el cierre del pantalón; los ojos del sujeto se abrieron enormes y la mandíbula se le cayó, dando a su rostro una expresión. Con absoluta destreza y pericia, la androide bajó el pantalón del hombre casi sin necesidad de que éste levantase su trasero de la silla y, una vez que el miembro quedó al aire, ella lo atrapó con su boca e inició de inmediato una succión que llevó al hombre a cualquier planeta, puesto que sus pupilas se perdieron entre sus párpados dejándole los ojos blancos en tanto que su boca tragaba tanto aire que daba la impresión de que fuera a asfixiarse por exceso. El resto de los que allí estaban recomenzó con los gritos, los vítores y los aplausos en tanto que el afortunado no hacía más que manotear el aire tratando de aferrarse a apoyabrazos que no existían.
Una vez que el robot hubo terminado de mamarle el pene, se incorporó sólo durante un instante para acuclillarse nuevamente ante el hombre que se hallaba sentado al lado. Y así, uno a uno, fue mamándosela a todos los accionistas de World Robots, no tomándole en ningún caso más de un minuto el conseguir la eyaculación. Las risas y vítores fueron dejando lugar cada vez más al silencio, a los jadeos o a los aullidos descontrolados en la medida en que nadie podía creer lo que estaba sucediendo ni el estado hacia el que eran transportados. Cuando hubo terminado con todos los accionistas que se hallaban sentados a la mesa, la androide clavó sus ojos lascivos en la secretaria, quien se ruborizó y miró hacia otro lado con nerviosismo; el Ferobot, sin embargo, no perdió el tiempo: tomándola por la cintura la levantó hasta ponerla de espaldas contra la mesa y, una vez allí, le levantó la corta falda y le quitó (una vez más) las bragas para dedicarse a lamerle su sexo con tal fruición que la muchacha no pudo evitar arrojar un aullido de placer que resonó en todo el recinto, en tanto que su espalda se arqueaba como si hubiera recibido una descarga eléctrica y sus manos buscaban la cabeza de la mujer robot hasta tomarla por los cabellos. Si con tal gesto quiso sacársela de encima, no lo demostró: por el contrario, dio la impresión de que empujara aun más la cabeza del androide hacia su sexo y, en efecto, la lengua ingresó aun más en su vagina. Los ojos de los accionistas presentes no cabían en sus órbitas por la incredulidad ante el inesperado espectáculo extra que estaban disfrutando. No pudiendo contener su excitación, Geena se llevó las manos al pecho y se dedicó a masajeárselos, en tanto que estiraba una de sus hermosas piernas en el aire y su entrecortada respiración daba cuenta de estar viviendo un acceso de placer supremo. Instantes después, una explosión de fluidos estallaba sobre la boca y el rostro del androide mientras Geena quedaba extenuada y vencida sobre la mesa, extendidos sus brazos sobre la superficie de la misma y con la falda levantada exhibiendo su desnudo sexo.
El Ferobot, en una actitud que pareció implicar “misión cumplida” caminó unos pasos hacia atrás hasta ubicarse junto al Merobot, quien había permanecido inmóvil e impertérrito durante toda la escena. Justo en ese momento varios hombres ataviados con uniforme de camareros ingresaron por detrás portando sendos baldes con hielo y botellas de champagne en su interior.
“Hoy es un día histórico no sólo para World Robots, sino para la humanidad – anunció Sakugawa tomando la copa que le tendía uno de los recién ingresados a los efectos de ser servido -; mientras que los inventores de la rueda o los descubridores de la agricultura no tuvieron oportunidad de ser conscientes del valor de sus innovaciones, nosotros sí la tenemos… Señores… ¡salud!”
Carla Karlsten era, para todos, “Miss Karlsten” debido al hecho de que jamás se había casado, pero no sólo eso sino que además tampoco se le había conocido pareja estable. Aun así, todos sabían de sus movidas y amoríos dentro de las oficinas de la Payback Company en el piso quinientos veinte del edificio Ivory Astoria, en donde se movía prácticamente como ama y señora por su posición jerárquica. A decir verdad, resultaba algo licencioso llamar “amoríos” a los jueguitos perversos que ella jugaba ya que se trataba más bien de abusos de su situación de poder dentro de la empresa. Bastaba que llegara un nuevo empleado y que fuera joven y apuesto para que cayera en sus garras, pero ello no implicaba sólo sexo: a Miss Karlsten le gustaba dominar, ordenar, mandar, someter y, como tal, sus juegos eróticos eran tan sólo una prolongación de tales características. Eran bien conocidas por todos los empleados sus tendencias y preferencias: someter y esclavizar a muchachitos que caían en su red; en ello consistía su diversión.
Jack Reed estaba muy lejos de encajar dentro del patrón de hombre por ella buscado. Jamás le había prestado demasiada atención en tal sentido; eso, que bien podría haber significado un alivio para muchos empleados, provocaba en él algo de recelo o envidia pero, aun así, fue aceptando su suerte y con los años se fue resignando a que nunca estaría dentro de los “elegidos” por Miss Karlsten. Entró a la oficina de ella no sin antes llamar ya que, habida cuenta de las actividades secretas que practicaba, interrumpirla durante las mismas bien podía significar una amonestación o un despido.
“Hola, Jack – le saludó ella, sentada a su escritorio -. ¡Qué cara traes! ¿Es tu esposa o es el VirtualRoom lo que no te deja dormir? Je, ten cuidado con ese chisme: puede terminar matándote…”
Él se le quedó mirando: Miss Karlsten era, a todas luces, una mujer atractiva; imponente físicamente, pero muy femenina. Aquellos ojos marrones inmensos siempre parecían trasuntar la idea de que sabía cosas que sus empleados no y, en definitiva, es en eso en lo que consiste cualquier relación de poder. Sus cabellos, de tono castaño rojizo, le caían en una corta melena formando bucles por sobre los hombros. ¿Cómo diablos hacía esa mujer para saberlo todo? Jack jamás le había comentado acerca de la adquisición del VirtualRoom aunque sí lo había hecho con sus compañeros de trabajo y, como suele ocurrir en toda oficina, los rumores corren. Pero no era sólo eso: además Miss Karlsten llevaba un riguroso control sobre las actividades de los empleados fuera de su trabajo; en particular tenía acceso a los informes sobre compras y ventas con tarjeta. Ello, se decía, obedecía a saber si sus pautas de consumo estaban fuera de lo lógico de acuerdo a sus ingresos, lo cual podría tal vez hacer pensar que se estaban quedando con dinero de la compañía de manera clandestina. Pero, más allá de eso, a Miss Karlsten, le encantaba tener tal acceso y contar con tal información porque eso le permitía jugar con otro factor de poder de los que tanto le gustaban. Sabía bien que, al sentirse controlados de esa manera, los empleados se sentirían también indefensos, desvalidos y a merced, cosa que a ella le divertía sobremanera.
“De verdad te lo aconsejo – continuó diciendo Miss Karlsten al notar que no había respuesta alguna por parte de Jack Reed -; yo misma lo he probado y… debo decir que no me trajo buenas consecuencias: taquicardia, presión alta, en fin… Yo prefiero las historias reales antes que las de fantasía…”
Cerró su comentario guiñando un ojo y sonriendo. Jack Reed bien sabía que aquello era pura histeria; no se trataba de una invitación a echarle el seguro a la puerta de la oficina ni mucho menos. Luego de años trabajando en ese lugar ya conocía suficientemente bien a cada uno y, de manera muy especial, a Miss Karlsten por ser su jefa. Lo suyo era simplemente un juego de provocación; si él se iba de esa oficina con la idea de masturbarse pensando en ella, eso era suficiente para hacerla feliz. Él se mantuvo mirándola a los ojos sin dedicarle sonrisa alguna y tratando de mostrarse lo más imperturbable posible.
“¿Qué hay para hoy?” – preguntó, sin emoción alguna en la voz.
“Justo acababa de prepararte esto – le respondió ella, tomando de su escritorio una carpeta electrónica -. Se trata de un pez gordo, ya que es un empresario importante que ha contraído una deuda bastante gruesa en números con la compañía Tai Wings Air, a la cual ha comprado y alquilado aeronaves durante los últimos cuatro años aun a pesar de que su empresa estaba en rojo y sus acciones caían día tras día. Si logramos obtener el cobro de esta deuda, en fin, ya puedes hacerte una idea de que nuestro diez por ciento va a ser bastante suculento… Y eso será mejor para todos: para la firma, para mí y para tu comisión…”
Buscando mostrar una actitud profesional e inmutable, Jack tomó la carpeta y, frunciendo el ceño, hizo correr el cursor viendo así los estados de cuenta, balances y obligaciones contraídas por el empresario en cuestión.
“Déjalo por mi cuenta – dijo; Jack era el único en todo el piso que se atrevía a tutear a Miss Karlsten -. Antes de la noche habrá novedades y te puedo asegurar que en una semana a más tardar tendremos el dinero…”
“Ésa es la actitud que me gusta en mis empleados – enfatizó ella cerrando un puño en el aire -; ojalá todos fueran como tú, Jack. Los últimos que me han llegado, los más jovencitos, vienen bastante tontitos, aunque… claro, me sirven para otros fines, je…”
Otra vez el guiño cómplice. Y otra vez Jack Reed prefirió mostrarse imperturbable; la miró sólo durante una fracción de segundo y luego volvió la vista hacia la carpeta. Cabeceó afirmativamente por un momento y luego se giró.
“Tú también deberías cuidarte… - apuntó él cuando se iba -; los empleados jóvenes pueden ser tanto o más peligrosos que el VirtualRoom.”
Miss Karlsten sólo rió mientras la puerta de la oficina se cerraba y Jack Reed se alejaba. En ese momento sonó el conmutador y ella contestó:
“Ah, sí… ¿el chico nuevo? – los ojos se le encendieron y el rostro pareció brillar -. Envíenmelo. Le tengo algo especial preparado, jeje…”
Cuando Luke Nolan oyó el portón de la casa vecina abriéndose y el auto de Jack Reed entrando, supo que se había acabado el momento de seguir fisgoneando con el módulo espía. Quien volvía a casa no era, obviamente, Jack, sino su robot al comando del vehículo. Instantes después podía oír el encendido de la máquina de cortar césped, lo cual evidenciaba que al robot ya se le había asignado una nueva tarea. Resultaba peligroso, por tanto, continuar con las actividades de espionaje por encima de la verja ya que los ingenios mecánicos y electrónicos suelen reconocer la presencia de sus semejantes; convenía, en virtud de ello, mantener el módulo a resguardo. Caminó a través de su parque hasta la verja que daba a la calle y, una vez allí, se encontró con la sorpresiva pero siempre gratificante presencia de Lauren Reed, quien justo salía de su casa muy deportiva, vestida de calzas, musculosa y zapatillas de correr.
“Hola Luke, buen día – le saludó ella con una sonrisa cordial -. ¿Cómo estás…?”
“B… bien… - tartamudeó él, temblando de la cabeza a los pies como cada vez que se hallaba frente a ella -, bien, bien… ¿Y tú, Lauren?”
“Bien, por suerte…”
“Ah…”.
Lauren bien sabía de la obnubilada obsesión de su vecino por ella; por tal motivo, si bien lo trataba cordialmente, trataba siempre de no darle demasiada conversación.
“Bueno, Luke…, te dejo – le dijo sonriente -; me voy a correr…”
Él asintió estúpidamente con una sonrisa bastante bobalicona dibujada en su rostro y la saludó con la mano mientras su hermosa vecina se giraba y salía a la carrera por la acera. Fascinado ante tanta belleza y sensualidad, la siguió con la vista hasta que la perdió por detrás de una curva de la calle. En ese momento se dio cuenta de que tenía una nueva erección. Se maldijo a sí mismo: ¿tendría que masturbarse nuevamente?
Jack Reed revisó una y mil veces la carpeta electrónica que tenía sobre su escritorio; la conectó al ordenador y, así, fue poco a poco recabando información sobre otras deudas, compromisos o problemas judiciales que pudiesen afectar a las partes interesadas. Mientras lo hacía, en forma paralela, se dedicaba a hurgar información acerca de Elena Kelvin, la modelo de los avisos publicitarios que, desde hacía sólo un par de horas, se había convertido en la dueña de sus pensamientos. Así, fue juntando datos referentes a color y largo del cabello, color de ojos, tono de la voz, forma de hablar, gestos, etc. El plan era configurar un perfil para luego pasarlo a su cuenta y de allí al VirtualRoom, ya que ésa era la forma en que éste trabajaba: a partir de la información que se le cargaba, realizaba luego la fantasía que el usuario deseaba, reproduciendo a la perfección a las personas que éste deseara incluir en la misma. Inclusive el VirtualRoom permitía mejorar algunas características físicas y, de hecho, Elena Kelvin, a pesar de la belleza y armonía de sus formas, bien podía ser perfeccionada en zonas como senos o glúteos: dicho de otra manera, si no existía la mujer perfecta, el Virtual Room se encargaba de confeccionarla bajo requisitoria y para beneplácito del usuario…
A Jack le daba un poco de pena dejar de lado a Theresa Parker después de lo bien que lo venía pasando “con ella”, aunque…, al pensarlo bien, no había ninguna razón para que la inclusión de Elena en su fantasía significase necesariamente la expulsión de Theresa... ¿Ambas en una misma fantasía? ¿Por qué no? ¿Podía acaso imaginar una escena más perfecta que estar, por ejemplo, en una playa acompañado por dos bellezas tan deslumbrantes como la conductora televisiva y la modelo? Había quienes decían, no obstante, que no era conveniente exigir al Virtual Room cargándole demasiada información: un exceso bien podría atentar contra el artefacto o inclusive contra el usuario y, de hecho, el propio manual de instrucciones recomendaba la confección de fantasías simples, pero… ¿acaso no valía la pena correr el riesgo?
El jovencito se presentó ante Carla Karlsten sin poder ocultar su más que evidente nerviosismo. La imponente mujer le miraba desde su lugar tras el escritorio con ojos ávidos y lujuriosos mientras su boca lucía una sonrisa que rezumaba algo de malicia aun cuando quería aparentar cordialidad.
“¿Cómo es tu nombre?” – le preguntó.
“Damian Lowe” – respondió el muchacho sin poder evitar bajar la vista hacia el piso; se trataba de un joven apuesto se lo viese por donde se lo viese: cabello corto y castaño, ojos verdes y un físico muy bien formado y proporcionado a juzgar por lo podía verse. Miss Karlsten lo miró de arriba abajo como chequeando la mercadería y el muchacho tuvo la sensación de que la penetrante vista de aquella mujer le hurgara por debajo de la ropa provocándole un extraño cosquilleo.
“Eres muy lindo, Damian” – dijo ella, relamiéndose, y el muchacho enrojeció -. ¿Edad?...”
“G… gracias, M…Miss Karlsten – tartamudeó el joven -. Tengo…veintiséis años….”
“Mmm, muy linda edad, te llevo doce – le dijo ella -, pero… vamos a ver mejor ese cuerpecito. Quítate la ropa…”
El bello joven no pudo reprimir un respingo; superado por la situación, abrió grandes los ojos y miró hacia todos lados buscando vaya a saber qué.
“Vamos – le incitó ella, con expresión divertida y claramente disfrutando de jugar con él -, sin miedo, bebé… Y vete acostumbrando a hacer lo que tu jefa te dice…”
Evidentemente no había salida para el muchacho; la situación resultaba por demás extraña desde el momento en que a cualquier hombre le hubiera gustado recibir una orden como la que él acababa de recibir, sobre todo si provenía de una dama hermosa y muy atractiva como Carla Karlsten lo era, pero había algo indefinible en aquella mujer, algo que hacía que quien estuviese frente a ella se sintiese inevitablemente poco, reducido a un objeto: algo casi demoníaco...
“S… sí, Miss Karlsten” – musitó, resignado, el muchacho y comenzó inmediatamente a quitarse sus prendas una tras otra para beneplácito y satisfacción de su jefa, quien no paraba de comerlo con ojos que irradiaban tanto voracidad como diversión.
Por pudor, el joven no se desnudó completamente, sino que se dejó puesto el bóxer. Ello era suficiente, desde ya, para apreciar la belleza de un físico envidiable para cualquier hombre y deseable para cualquier mujer pero no era, desde luego, suficiente para Miss Karlsten...
“Todo – le espetó, imperativa -, quítate todo…”
El muchacho tragó saliva varias veces.
“S… sí, Miss Karlsten…” – aceptó finalmente.
Así, acatando la orden recibida, deslizó hacia abajo el bóxer haciendo de ese modo caer el último velo que protegía su intimidad. Carla Karlsten enarcó una ceja y frunció la comisura de sus labios denotando haber quedado deslumbrada al contemplar un miembro tan hermoso.
“Un festín para la vista – dictaminó, como si hablara para sí misma; luego adoptó un tono más seco y demandante -. Acércate”.
El muchacho, tímidamente, caminó alrededor del escritorio los pocos pasos que lo separaban de aquella mujer con aires de emperatriz, llevándole sólo un par de segundos quedar a tiro de sus manos. Ella, siempre sentada y sin despegarle la vista del formidable aparato sexual, le apoyó las puntas de los dedos por sobre las caderas y le impelió a girarse. Una vez que tuvo al joven de espaldas a ella, le palpó sus glúteos casi enterrándole las uñas, lo cual provocó que el rostro del jovencito se contrajera de dolor por un instante; luego, la perversa mujer acercó su boca a la cola del muchacho para primero besarlo y luego propinarle un mordisco que obligó a éste a soltar una interjección de dolor. Ella recorrió cada centímetro de las hermosas nalgas con las palmas de sus manos como si estuviese comprobando la calidad con tacto experto y luego le deslizó una mano por entre las piernas hasta capturar sus testículos; los estrujó y, si bien lo hizo suavemente, fue suficiente para que el joven volviera a experimentar un nuevo sacudón por el dolor. La mano de Miss Karlsten capturó luego el pene y comprobó que el mismo estaba irguiéndose… Perfecto: una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en el semblante satisfecho de ella. Volviendo a tomar al indefenso muchacho por las caderas, lo giró una vez más hacia sí, con lo cual el miembro erecto quedó ante su rostro luciendo tan magnífico como deseable. Miss Karlsten no era, por cierto, mujer de perder el tiempo, por lo que rápidamente capturó el glande entre sus labios y se dedicó a lamerlo como si fuera el más apetecible caramelo; en cierta forma, lo era...
Hasta allí, de todas formas, nada de lo que había venido ocurriendo podía hacer que el joven lamentara haber sido convocado por su jefa; por el contrario, ella trazó varios círculos con su lengua alrededor de la cabeza del pene, para luego dedicarse a mamarlo frenéticamente con tales entrega y frenesí que el joven se sintió catapultado hacia otro mundo. El novato Damian Lowe comenzó a gritar tan alocadamente que temió ser oído fuera de la oficina; tal riesgo, sin embargo, no parecía preocupar en demasía a Miss Karlsten, ya que no dejaba de mamar por un segundo sino que, por el contrario, hasta parecía acelerar el ritmo. Sin embargo, cuando el joven sintió que estaba al borde de la eyaculación y que su verga estallaría en una explosión de semen dentro de la boca de su jefa, ésta, sorpresivamente, interrumpió la mamada. Él bajó la vista y le miró, entre interrogativo y suplicante: sus ojos parecían implorar a los gritos que ella continuara con lo que había súbitamente interrumpido. Miss Karlsten, por su parte, sólo le devolvió una mirada radiante de diversión que venía a demostrar y bien demostrativa de lo mucho que disfrutaba de jugar con su ratón como si ella fuese un gato…
Ella se levantó de la silla y, sin quitar por un instante de encima del muchacho su mirada lasciva, caminó alrededor del bello cuerpo del joven deslizando, al hacerlo, las puntas de los dedos por sobre su preciosa y tersa piel. Una vez que se halló tras él, apretujó su cuerpo contra la espalda del joven y, mientras lo besaba en el cuello, le cruzó las manos por delante del tórax para dedicarse a acariciarle el pecho. El novato empleadito parecía a punto de estallar y más aún después del modo en que se había visto truncada su eyaculación; por lo pronto, su miembro seguía aún erguido y chorreante en espera de lo que se venía. Fuese lo que fuese que esperara, seguramente no se correspondió con lo que vino…
Miss Karlsten tomó de un cajón de su escritorio un collar de cuero que cerró alrededor del cuello del muchacho y ciñó con tal fuerza que le provocó un momento de ahogo que ella disfrutó ostensiblemente. Luego la mujer rebuscó una vez más entre los cajones de su escritorio hasta dar con una fusta, la cual, con un seco chasquido, estrelló contra las nalgas del joven arrancándole una nueva interjección de dolor que fue apenas audible debido al ahogo parcial que el collar provocaba.
“¡Vamos! – le conminó ella, con un nuevo golpe de fusta -. Hacia aquella puerta…”
Al chico, por supuesto, no le quedó más que obedecer. La perversa Carla Karlsten lo fue llevando prácticamente a fustazos en la cola a la vez que le sostenía el collar lo suficientemente apretado como apenas permitirle respirar. Obedientemente y con el rostro contraído por la asfixia y el dolor, el joven marchó hacia donde ella le decía: en efecto, a unos pocos metros a la derecha del escritorio había una puerta que no arrojaba ninguna señal visible acerca de a qué conducía. Miss Karlsten sólo necesitó, para abrirla, del empellón del cuerpo del muchacho al estrellarse contra la misma. Una vez que hubieron traspuesto la puerta, el joven echó un vistazo en derredor para encontrarse con una habitación de estética bien oscura en la que predominaban cortinados y alfombrados negros que, por alguna razón, le hicieron erizar el vello de la nuca: el desdichado muchacito experimentó la sensación de haber entrado en una sala de torturas de alguna película sobre la Inquisición. Grilletes, cepos, potros de tormento, un látigo, una vara, una extraña jaula y muchos otros elementos del mismo estilo poblaban el lugar, pareciendo increíble que a sólo una puerta de distancia hubiese una una moderna oficina equipada y decorada como correspondía a una empresa de primera línea. Más que haber traspuesto una simple puerta, la sensación era que hubieran hecho un repentino viaje al pasado...
“Por mucho que la tecnología avance – le susurró Miss Karlsten al oído casi como si hubiese leído sus pensamientos -, yo sigo prefiriendo los jueguetes del siglo XVI, jeje…”
CONTINUARÁ