Máquinas del Placer (13)
Se acerca el final: penúltimo capítulo. De manera extraña, la vida sexual y matrimonial de Jack y de Laureen para haber recibido una inyección de vitalidad ante la presencia de un androide idéntico a ella en casa de Luke, el vecino tan odiado por Jack...
Esa noche marcó un antes y un después en la vida sexual de la pareja. Laureen estaba, definitivamente, cambiada… y él también. Las experiencias vividas más las morbosas escenas de sexo entre Luke Nolan y la émula de Laureen se conjugaron de tal modo que reactivaron la sexualidad del matrimonio; y la decisión de haber apartado a los Erobots de en medio contribuyó a ello. Mantuvieron, casi como un ritual, la costumbre de espiar desde la buhardilla al vecino y su androide mientras Laureen masturbaba a Jack, pero a la vez fue también resurgiendo entre ellos el sexo compartido. La cama matrimonial volvió a ser destinada a una actividad que no fuera dormir…, o discutir… Jack se sentía feliz, insólitamente feliz… y no cesaba de preguntarse cómo era posible que hubiese tenido todo el tiempo la clave de su felicidad tan encima de sus narices.
Existió, no obstante, un momento que casi provocó que Jack desistiera de continuar con cualquier plan erótico: fue cuando a Laureen se le ocurrió la descabellada idea de invitar a Luke Nolan y a la réplica de sí misma para que hicieran el amor sobre la cama del matrimonio. La idea era terriblemente perversa y no sólo sorprendió a Jack que saliera de labios de su mujer sino que además le producía náuseas, por lo revulsiva, la posibilidad de ver a su odiado vecino moviéndose casi como amo y señor en su propia habitación. De momento. Laureen y Jack no habían pasado de espiarles desde lejos, pero la alocada propuesta de su esposa excedía ahora cualquier límite… Como suele ocurrir en la mayoría de los matrimonios, la esposa terminaría ganando la pulseada y al esposo, aunque a regañadientes, no le quedaría otra que ceder ante la insistencia de ella. Tuvo, por lo tanto, que pasar por la desagradable experiencia de ver a Luke entrar a su casa con una sonrisa de oreja a oreja y siendo acompañado por la réplica de su propia esposa, tan perfecta que no había forma de diferenciarlas al estar una junto a la otra. Ambas, incluso, se sonrieron mutuamente y la cabeza de Jack, cada vez más pervertida, imaginó por un momento una escena erótica entre las dos… Pero no era para eso que se habían juntado…
La réplica de Laureen, con felina sensualidad sensualidad, se trepó al somier ubicándose a cuatro patas sobre el mismo; Luke la siguió y, de rodillas tras ella, le bajó calza y bragas. A Jack el corazón le comenzó a latir a mayor intensidad, llegando incluso a temer por el mismo; era todo muy extraño: la escena resultaba insoportable a sus ojos y, sin embargo, deseaba que no se detuviesen. Laureen, la real, le sonrió y le besó en la mejilla mientras le llevaba una mano a la entrepierna y le bajaba el cierre del pantalón; hurgó allí dentro y no paró hasta sacarle afuera su miembro. Luke, entretanto, le acariciaba las nalgas a la otra Laureen de un modo tan lascivo que hasta provocó en Jack un acceso de furia que, con gran esfuerzo, logró contener: era como si por momentos olvidara que su esposa era la que le estaba acariciando su pene en tanto que la otra era sólo una máquina de placer.
En cuanto Luke arrancó el bombeo, la Laureen verdadera comenzó a masturbar a Jack a casi idéntico ritmo. Era excitante y a la vez chocante ver a su vecino montando a su “esposa”, no sólo porque el robot fuera tan sobrecogedoramente idéntica a ella sino además porque Luke le ponía al acto una especie de rusticidad propia de quien se ha masturbado durante mucho tiempo para, finalmente, ver hacerse realidad sus sueños aun cuando fuera por medio de un androide. Hasta los gemidos de Luke, que iban en aumento casi a la par de los de Jack, sonaban desencajados y carentes de clase; y sin embargo, ello excitaba tanto a Jack como a la verdadera Laureen... Jack hirvió de odio cuando su vecino, luego de eyacular dentro de la Laureen replicada, le miró con esa mueca socarrona que tanto detestaba y que, ya para esa altura, se había reiterada en Luke. Sentía deseos de ir hacia él y golpearlo, lo cual era a todas luces absurdo siendo que ellos mismos le habían invitado. Laureen le besó el lóbulo de la oreja y ello, al menos de momento, aplacó su furia.
“Hmmm… ¿te gustó cómo me cogió?”- le susurró ella al oído.
La visita de Luke y su Ferobot fue, para Jack, un momento duro pero excitante y, al igual que venía ocurriendo con ese tipo de aditivos eróticos que en el último tiempo habían entrado en sus vidas, ayudó también a reavivar la llama del matrimonio y no sólo en el plano erótico. De hecho, esa misma noche, el propio Jack quien invitó a su esposa a salir, cosa que hacía años que no hacía. El rostro de ella se encendió ante la propuesta e, inmediatamente, entraron a debatir cuál sería el mejor destino posible para salir esa noche: por razones más que obvias, el parque Joy Town no estuvo entre las opciones, pero sí lo estuvieron el cine virtual, la montaña nevada artificial o el teatro, divertimento que, no por arcaico y anacrónico, dejaba de tener su encanto.
“Hmm, no sé… - decía ella, pensativa y sentada sobre la cama, mientras tamborileaba con los dedos contra su mejilla mientras mantenía una mano apoyada en su mentón -. ¿Sabes qué? -; de pronto sus ojos se iluminaron como con luz propia -. ¡Quiero ir al circo!”
Jack la miró; ella lucía una pícara sonrisa que exhibía toda su dentadura.
“¿Al circo?” – preguntó él, confundido.
“Sí…, ese circo del tal Goran…”
Jack sonrió y revoleó los ojos incrédulo.
“¿El Sade Circus? ¿Estás hablando en serio…?”
“¡Sí! – dijo ella -. ¿Y porrr qué no? Jaja… ése es el latiguillo clásico del tipo, ¿verdad? Se lo he escuchado en alguna nota que le han hecho…”
Propuesta de esposa significa plan final, así que esa noche el matrimonio se sentó a las gradas del Sade Circus, pudiendo así comprobar Jack que las mismas se hallaban casi atestadas, lo cual le terminaba de confirmar que los rumores que le habían llegado acerca del franco renacer del circo de Goran eran ciertos. Jack se alegró por ello, aunque no dejaba de sentirse algo inquieto una cierta inquietud al pensar en qué podría pasar si, llegado el caso, alguna de las asistentes de Goran elegía a Laureen para participar de alguno de los números. Su esposa, de hecho, desconocía la intensidad y el carácter extremo del show: no había, por lo tanto, modo de prever su reacción… Apenas comenzado el espectáculo, Goran notó la presencia de Jack y, de hecho, le saludó con un asentimiento deferente al reconocerle. Se comportó, de todos modos, como un caballero y, al parecer, se encargó de instruir a sus asistentes para que no recurrieran en ningún momento a la hermosa dama que acompañaba a Jack Reed. Todo un gesto, desde luego…
Los números fueron pasando uno tras otro y Jack miraba todo el tiempo de reojo a Laureen ante el temor de que se sintiera demasiado impresionada o turbada ante lo que estaba presenciando; en ningún momento, sin embargo, su esposa dejó de mirar hacia la arena del circo ni dio muestras de incomodidad, sino que, por el contrario, lució todo el tiempo entusiasmada y excitada, aplaudiendo a rabiar cada acto.
Algunos de los números eran bastante semejantes o prácticamente iguales a los que Jack le había visto durante su visita anterior, pero en otros se advertía que Goran buscaba renovar cada tanto su show para seguir atrayendo visitantes de modo que éstos no se aburrieran y tuvieran interés en volver. De todas formas, se notaba claramente que lo que más seducía a los asistentes era la adrenalina de no saber en qué momento les tocaría a ellos ser parte del show; de lo contrario no podía entenderse por qué tanta desesperación por ocupar las butacas de adelante, en las cuales había muchas más posibilidades de resultar elegidos por las asistentes de Goran…
Justamente fue una de ellas quien asumió un rol bastante diferente al que Jack le hubiera visto en su visita anterior, ya que Goran le adjudicó esta vez un papel más protagónico. En efecto, la pulposa y blonda jovencita enfundada en botas y corsé de latex eligió, en un momento, a un muchacho al azar de entre el público y lo convirtió prácticamente en su perro mientras Goran se entretenía en domesticar a una madura pero atractiva señora. La asistente, súbitamente devenida en dominatriz, colocó al joven un collar y lo paseó a cuatro patas por toda la arena, llegando incluso a insertarle una canina cola artificial en el ano no sólo para beneplácito sino también para la generalizada carcajada de la concurrencia que disfrutaba a morir el ver cómo el joven era ridiculizado. Jack, por su parte, espió de soslayo a Laureen y comprobó no sin sorpresa que su mujer era uno más entre todos los asistentes y, como tal, no paraba de reír y aplaudir… En un momento, sin embargo, la dominatriz tomó un látigo y, por primera vez, Jack notó que el rostro de su esposa cambiaba de color; la tomó de la mano a los efectos de calmarla.
“Tranquila… - le dijo -. Es sólo un… entretenimiento”
El látigo cayó y restalló sobre el piso varias veces siempre muy cerca del muchacho pero nunca sobre él; Jack notó que la mano de su esposa se destensaba y que su rostro volvía a recuperar la calma.
“Como verrran, mi querrrido público… - voceó Goran en tono de arenga -; mi prrreciosa asistente Lidia ya tiene su perrro. ¿No es justo que tenga también una perrra???”
“¿Y por qué noooo???” – atronó al unísono la concurrencia.
“Pues esta vez serrré yo mismo quien elija la perrra parrra Lidia…” - anunció Goran, siempre a viva voz y cargando a sus gestos y movimientos de histrionismo.
Rebuscó con la vista entre las filas de butacas, deteniéndose cada tanto en alguna dama que, al sentirse observada por él, se removía inquieta en su asiento ante la incertidumbre y la adrenalina del momento. Todo era, desde ya, parte del juego de Goran, ya que luego de escudriñar de arriba abajo a alguna durante unos instantes, seguía caminando y posaba la vista en otra: le gustaba generar suspenso y nerviosismo. En ningún momento, por supuesto, dedicó atención a Laureen, lo cual hablaba a las claras de que, por respeto a Jack, no tenía pensando incluirla en sus planes. Parecía, de hecho, que Goran había asumido por propia cuenta el papel de elegir a la participante del número siguiente en lugar de delegarlo en sus asistentes, lo cual bien podía ser indicativo de que no confiaba del todo en que éstas hubieran entendido el mensaje. Sin embargo, lo que ocurrió a continuación fue una absoluta sorpresa tanto para Goran como para Jack, quien, más que dar un respingo, prácticamente saltó en su butaca.
“¿Puedo participar?”
Jack giró la cabeza incrédulo, como si le acabaran de echar hielo encima: la pregunta había sido formulada por Laureen quien, luciendo una amplia sonrisa, levantaba su mano derecha con los cinco dedos extendidos del mismo modo que si fuera una estudiante ofreciéndose a responder una pregunta de un docente. El propio Goran quedó petrificado y, aun detrás de la máscara que le cubría medio rostro, fue ostensible su expresión de azoramiento. Confundido, lo primero que atinó a hacer fue mirar a Jack, seguramente en busca de aval. Éste, turbado y sin asimilar aún la situación, echó un vistazo en derredor y comprobó que, como era lógico, no sólo era Goran quién les miraba sino que prácticamente todos los asistentes del circo, expectantes, tenían sus rostros girados hacia la pareja. La presión era demasiado grande: su esposa se ofrecía voluntariamente para participar del número; ¿qué podía hacer él? Manifestar una negativa en ese contexto era lo más parecido posible a hacer el ridículo… Con un leve asentimiento de cabeza, le dio el okey a Goran…
Recién entonces, cuando el artista del sado hubo contado con el silencioso asentimiento del marido, pareció envalentonarse y volver a ser Goran Korevic.
“¿Y porrr qué noooo???” – rugió, para delirio de la platea, que repitió a coro.
Lidia, la asistente que oficiaba como dómina, se dirigió sonriente y a paso resuelto hacia la fila de butacas en la que se hallaba ubicado el matrimonio llevando en sus manos un collar de cuero. Ágilmente y aun a pesar de los finísimos tacos aguja de sus largas botas, subió a la carrera y casi a los saltitos los pocos escalones que mediaban entre la arena y la fila de butacas en la cual el matrimonio se hallaba ubicado. Pasando frente a Jack casi como si éste no existiera, calzó el collar sobre el delicado y precioso cuello de Laureen en una imagen que resultó harto turbadora para su esposo, quien nunca había imaginado llegar a verla de esa forma. Luego de ajustar el collar, la asistente calzó un mosquetón a la argolla del mismo y, jalando de una correa, llevó a Laureen hacia la arena del circo mientras la multitud deliraba y aullaba.
Una vez que la hubo conducido hasta el centro de la arena, otra asistente le alcanzó un látigo y, una vez más, Jack fue víctima de un estremecimiento: en un acto reflejo, se puso de pie. La dómina, sin embargo, no dejó caer el látigo sobre su esposa sino que lo hizo chasquear un par de veces en el aire y luego en el piso a escasos centímetros de los pies de Laureen pero sin tocarla en absoluto.
“De rodillas, puta” – ordenó secamente, siendo la enérgica orden festejada por la muchedumbre al ser la misma potenciada por el sistema de sonido y por la envolvente acústica del domo.
Sin ensayar objeción alguna, Laureen se arrodilló en el piso frente a su dominatriz sin que Jack pudiera aún dar crédito a lo que sus ojos veían. Alguien le insultó desde atrás, conminándole a sentarse nuevamente, así que volvió a ocupar su lugar en la butaca, pero sin poder salir de su absorta perplejidad. Goran, en tanto, había asumido un papel insólitamente secundario, mirando la escena desde un costado de la arena y dejando entrever una cierta sombra de preocupación en su semblante, por lo menos en la mitad del rostro que permanecía visible; cada tanto, echaba un vistazo en dirección a Jack.
Lidia, pérfidamente sonriente, levantó una pierna y llevó la suela de su bota hasta apoyarla sobre los labios de Laureen, quien lucía nerviosa pero a la vez extrañamente excitada…
“Pásale la lengua…” – le ordenó con la misma aspereza y tono imperativo que había exhibido antes.
Jack comenzó a sudar. Temía que de un momento a otro Laureen, simplemente, se fuera a poner de pie y marcharse de allí. Sin embargo, nada estuvo más lejos de eso; por el contrario, sin chistar ni objetar, ella sencillamente sacó su roja lengua por entre los labios y recorrió completa la suela de la bota, haciéndolo incluso varias veces aun cuando la orden no hubiera sido específica al respecto. Una vez que lo hubo hecho, permaneció de rodillas mirando a la dama del circo.
“Muy bien, putita – le dijo ésta, volviendo a sonreír son satisfacción -. Ahora, abre tu boquita…”
Una vez más, Laureen cumplió con lo que se le ordenaba. El grado de obediencia que mostraba no dejaba de asombrar a Jack; no sólo no se advertía en ella signo alguno de rebeldía o resistencia sino que ni siquiera parecía mediar ningún lapso de duda o vacilación entre cada orden y su respectivo cumplimiento. Al abrir Laureen la boca bien grande, la dómina introdujo el taco aguja de su bota hasta hacerlo prácticamente desaparecer por completo dentro de la misma.
“Chúpalo…” – le ordenó.
Al igual que ocurriera con las órdenes anteriores, Laureen obedeció sin amago de objeción alguna y comenzó a succionar el taco como si fuese un chupete o, mejor aún, un pene... La escena era tan bizarra en sí misma que hasta daba vergüenza ajena a Jack el ver a su esposa asumir tan dócilmente una actitud tan degradante; hasta tenía, por momentos, necesidad de bajar la vista para no ver pero, a la larga, sin embargo, terminaba levantando nuevamente los ojos hacia la arena: era como tanto el mirar como el no mirar se hubieran convertido para él en necesidades. La platea irrumpió una vez más en vítores, chiflidos y aplausos… Recién entonces Goran pasó a asumir algo más de protagonismo.
“Buenobuenobueno…- rugía, súbitamente enfervorizado y adoptando un estilo más acorde al que se le conocía habitualmente -… Parrrece que finalmente tenemos una auténtica perrra aquí, ¿verdad? ¿Quierrren ustedes verrrla marrrcharrr como la perrra que es?”
“¿Y por qué noooo?” – respondió a coro la multitud, como no podía ser de otra manera.
Lidia jaló de la correa de tal modo que Laureen, tironeada por el cuello, se vio obligada a apoyar rápidamente las manos sobre el piso a los efectos de no caer de bruces; de ese modo, Lidia conseguía lo que quería: tenerla a cuatro patas. De inmediato, otra asistente se dirigió, presta y alegremente, hacia el centro de la pista y, yendo por la retaguardia de Laureen, se encargó de dejarla muy rápidamente sin falda ni bragas. Como si no fuera ya degradación suficiente, le insertó además, dentro del orificio anal, una imitación de cola de perro idéntica a la que un rato antes había llevado el muchacho al cual Lidia había sometido y degradado públicamente. Jack se mordía el labio inferior y hundía las uñas contra sus rodillas; no podía creer lo que estaba viendo. Una vez que Laureen tuvo su cola, la dómina jaló de la correa y la conminó a marcharle a la zaga, siempre, a cuatro patas. Llevando así a su “perra”, Lidia caminó en semicírculo, recorriendo de manera perimetral el límite entre la arena y las butacas; al hacerlo, forzaba a Laureen a pasar bien cerca no sólo de los libidinosos y perversos ojos que la devoraban sino también de las irrespetuosas manos que, extendiéndose hacia ella, le tocaban la cola de perro o, incluso, le acariciaban a la pasada sus desnudas nalgas. Jovencitos, jovencitas, hombres y mujeres de edad madura: en general ninguno se privó de posarle al menos una mano encima mientras a Jack le latía el corazón con cada vez más fuerza y sus puños se crispaban hirviendo de furia… Tenía, obviamente, ganas de levantarse de su butaca, tomarlos a todos a golpes y llevarse a su esposa de allí; pero se mantenía, por otra parte, a la espera de que fuera ella misma quien en algún momento acusase recibo ante tanta degradación y dijera “basta”.
Tal cosa, sin embargo, no ocurrió; la dómina terminó su recorrido por el perímetro de la arena con Laureen marchando siempre sumisamente por detrás de ella a cuatro patas. Cuando la perversa dupla volvió al centro de la pista, Jack recaló en que durante el tiempo que había durado el paseo, dos de las asistentes de Goran habían montado allí una especie de cepo de madera, el cual parecía más preparado para contener una cintura de mujer que un cuello. En efecto, la presunción de Jack quedó confirmada apenas un instante después, cuando ambas asistentes levantaron la parte superior de la estructura y Lidia, siempre llevando por la correa a Laureen, la obligó a ponerse en pie y luego a inclinarse de tal modo de pasar su vientre por encima del segmento inferior hasta calzar su cintura en la ranura. Una vez que estuvo ubicada de esa forma, el segmento superior fue bajado hasta que Laureen quedó atrapada casi como si estuviera cortada al medio. Un cierto silencio de espera parecía haberse apoderado de los presentes ante el desconocimiento y expectativa por lo que se venía…
Goran se acercó al cepo e hizo nuevamente chasquear su látigo en el piso, provocándole un nuevo respingo a Laureen. Una de las asistentes le alcanzó a la dómina un objeto que, a la distancia, Jack no logró reconocer. Un instante después veía que Lidia se lo estaba calzando a la cintura y comprobó, estupefacto, que se trataba de un arnés equipado con un pene artificial...
“¿Querrréis verrr cómo Lidia coge a su perrra?” – preguntó Goran, cerrando un puño y ya recuperado definitivamente su espíritu eufórico.
“¿Y por qué nooo?” – rugió una vez más la muchedumbre, cada vez más excitada.
Atónito, Jack tuvo que ver cómo Lidia, ubicándose por detrás de Laureen, se dedicaba a penetrarla con el dildo, haciéndolo al principio muy lenta y cadenciosamente de tal modo de ir haciéndole subir la temperatura no sólo a la joven esposa sino también al público asistente. Luego fue acelerando el ritmo, con lo cual fue inevitable que los jadeos, entremezclándose con gemidos, comenzaran a salir de la garganta de Laureen de un modo cada vez más audible, lo cual Goran se encargó de hacer aun más notorio al acercarle un micrófono a la boca: de ese modo, los gemidos súper amplificados de Laureen invadieron el recinto sin que fuera posible sustraerse a la excitación que provocaban. Jack intentó taparse los oídos para no oírla pero era inútil: los gemidos de su esposa al ser cogida le taladraban el cerebro. Y mientras Lidia continuaba, de manera resuelta, con la penetración, el domo se convertía en una gigantesca caja de resonancia para los sonidos de placer que Laureen emitía… Jack, por supuesto, quería morir…
La cogida terminó con Laureen alcanzando un largo y sostenido orgasmo que dio lugar a un único grito que pareció interminable, mientras la enardecida multitud no paraba de aplaudir y de gritar como modo de exteriorizar su calentura. Jack estaba inmóvil y sin reacción en su butaca, ya para ese entonces absolutamente resignado a lo que viniera aun cuando quería pensar que el número había terminado… Se equivocó: faltaba algo más. Liberando a Laureen del cepo que la aprisionaba por su cintura, Lidia la obligó a echarse de espaldas contra el piso. Un “oooh” extendido bajó de las gradas cuando la dómina se quitó las pocas prendas que llevaba a única excepción de las botas. Caminó hacia Laureen y se hincó en dirección a su rostro hasta prácticamente sentarse sobre el mismo.
“Abre tu boca, perra” – le ordenó…
Laureen, por supuesto, obedeció sin chistar y, una vez que lo hubo hecho, Lidia adoptó una expresión de relajación y, echando la cabeza hacia atrás, descargó su orina dentro de la boca de Laureen, quien simplemente sorbió y bebió…
El espectáculo no podía haber sido más degradante; las prácticas de ese tipo nunca habían pertenecido al mundo de Jack y mucho menos al de Laureen. Y, sin embargo, había algo casi cruelmente excitante en todo aquello. Era, por supuesto, el cierre para el número de Lidia, tras lo cual Laureen regresó a su butaca, ocupando su lugar junto a Jack. La función del circo siguió y nuevos números fueron pasando, pero Jack prácticamente no los veía ni oía. Su cabeza sólo estaba ocupada por lo que acababa de ocurrir y por su esposa, a quien no se atrevía a mirar al rostro aun cuando la tenía al lado.
“¿Cómo estás?” – preguntó, luego de un rato y siempre sin mirarla.
“¿Yo? – Laureen sonó extrañada - . Muy bien…; estuvo muy bueno, muy excitante…”
Cuando el show concluyó y mientras la concurrencia se retiraba, Goran se acercó a Jack y a Laureen para saludarles personalmente. Se advertía en tal gesto que tenía, tal vez, algo de culpa por lo ocurrido o que, al menos, se sentía confundido ya que era la propia Laureen quien se había prestado voluntariamente para el número de dominación. Jack, de todas formas, buscó, dentro de lo que pudo, lucir tranquilo y como si nada hubiese pasado; de hecho, no hubo durante la charla referencias específicas al número de Laureen en sí, sino que más bien se habló sobre temas generales relacionados con el circo o con el show en sí. Goran explicó, con algo de pesar en el tono de su voz, que había retirado las escenas de azotes o de dolor físico y, aunque no dio explicaciones puntuales al respecto, no era difícil entender el porqué. El trauma provocado por aquel hilillo de sangre en la espalda de Carla Karlsten, sumado a toda la situación que, consecuentemente, se había desencadenado, debía operar seguramente para Goran como un fuerte límite. No sería posible para él volver a hacer caer un látigo sobre la espalda de alguien sin que acudieran a su mente los recuerdos de aquella jornada fatídica que, de seguro, quería olvidar. Sería por eso mismo que las escenas de dolor estrictamente físico habían cedido protagonismo, más bien, a las humillaciones psicológicas o sexuales, cuyo papel se había acentuado con respecto a shows anteriores.
Se despidieron cortésmente, mientras algunas adolescentes se acercaban para tomarse fotografías junto a Goran e incluso había quienes le pedían autógrafos: decididamente, su fama se había incrementado enormemente luego de que, durante días, la prensa se hiciera eco del “incidente Vanderbilt”.
Ya de regreso en casa, ambos esposos se sentaron a la cama; Jack estaba envuelto en un cierto mutismo y se advertía que no tenía demasiadas ganas de hablar sobre los sucesos del circo. Laureen, contrariamente, parecía haber quedado muy impresionada y no cesaba de hacer comentarios o preguntas al respecto.
“Goran mencionó algo acerca del látigo…” – comenzó a decir.
“Ajá…”
“¿Antes… azotaban a los participantes?”
Jack se encogió de hombros.
“No he visto que lo hiciera en el circo, aunque sí infligir dolor de otras formas…”
“¿Y eso funciona?” – Laureen parecía a la vez curiosa y sorprendida.
“Hmm, no entiendo…”
“Me refiero a si hay quienes sienten placer ante el dolor…”
“Sí, de hecho los hay…”
“Tu jefa es una de esas personas, ¿no?”
Jack giró la vista hacia su esposa; no sabía si interpretar en la pregunta recriminación o, simplemente, curiosidad.
“Goran la azotó, ¿verdad? – insistió Laureen puntualizando algo más su interés -. Y estuviste presente…”
“Sí… - respondió Jack luego de un momento de silencio -. Eso sí lo vi; aunque me retiré…”
Tanto parquedad en la respuesta como el semblante adusto de él evidenciaban poco interés en hablar del tema o en recordar lo ocurrido aquel día; no podía mencionar, desde luego, que él mismo, y en ese mismo lugar, había azotado con un látigo a su jefa pocos días antes de que ocurriera todo aquello.
“¿Y ella… lo disfrutó?”
“Interpreto… que sí, que lo hizo…”
Laureen apoyó los codos sobre sus muslos y enterró el mentón entre sus manos.
“Eso sí que no puedo entenderlo…” – comentó mirando hacia algún punto indefinido de la habitación.
“¿Qué cosa?”
“Que… alguien esté sufriendo pero sienta placer con ello”
“No toda la gente goza del mismo modo ni con las mismas cosas – replicó Jack, súbitamente pedagógico -. A propósito, ¿ gozaste mientras te orinaban en la boca?”
Se arrepintió un instante después de haberlo dicho. Poco antes había tenido la duda acerca de si había recriminación en las preguntas que le hacía Laureen en relación a lo ocurrido con Carla, pero ahora sí sabía que en la pregunta que él acababa de hacer, la había sin lugar a dudas… Miró de reojo a Laureen pero, sin embargo, el rostro de ella no dio señales de alteración o de sentirse ofendida.
“No creo que sea lo mismo… - negó con la cabeza, pero de modo más reflexivo que tajante -. Es decir, beber pis no es algo que te produzca dolor…”
“El dolor no tiene por qué ser sólo físico – objetó Jack -. La humillación psicológica puede ser tanto o más dolorosa que la puramente física”
Lo señalado por Jack parecía estar cargado de lógica; sin embargo, Laureen continuaba pensativa y acariciándose la barbilla como si su cabeza diera vueltas sobre el asunto sin terminar de convencerse. Súbitamente, Jack se puso de pie y se quitó la camisa; luego hizo lo propio con el cinto de cuero que sostenía su pantalón; girando la cabeza por sobre el hombro para mirar a su esposa, se lo extendió.
“Tómalo… - le conminó -. Golpéame…”
El rostro de Laureen se ensombreció y se llenó de interrogantes.
“¿Qué…?”
“Que me golpees – insistió Jack sin dejar de extenderle el cinto que su esposa parecía renuente a aceptar -. Azótame, vamos…”
Ella, caída su mandíbula por la incredulidad, tomó, a pesar de todo, el cinto que su marido le extendía. Él volvió a girara la vista hacia adelante y, de espaldas a su esposa, se colocó las manos a la cintura; la actitud parecía ser de espera… Sin embargo, el inminente primer azote nunca caía.
“Jack… - musitó Laureen -. No puedo golpearte…”
“Sí que puedes – insistió él -. Sólo hazlo... Quiero que entiendas que hay ocasiones en las cuales el dolor y el placer pueden ir de la mano…”
Jack hablaba con tanta seguridad que ni él mismo terminaba de creerse sus palabras, pues tenía sus propios pruritos hacia el mundo sadomasoquista y, de hecho, jamás en su vida se había dejado azotar. Estaba, sin embargo, dispuesto a hacer el sacrificio y, de ser necesario, a fingir o exagerar con tal de que su esposa entendiera el concepto. El cinto sobre su espalda, sin embargo, seguía haciéndose esperar.
“Jack, no puedo” – insistió Laureen, en un tono de voz cada vez más firme.
“Ya te dije que sí puedes…”
Se produjo un momento de silencio que finalmente fue roto por Laureen.
“Primera Ley de Asimov – dijo, repentinamente -: un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño…”
Un súbito estremecimiento le recorrió en toda su longitud la columna vertebral a Jack. Con un veloz movimiento, se giró para mirar directamente a Laureen, cuya expresión lucía ahora algo más distante y…. fría. Los ojos de Jack se abrieron hasta casi salírsele de las órbitas mientras su rostro enrojecía.
“Eres… - comenzó a musitar y luego gritó -. ¡Eres un maldito robot!”
CONTINUARÁ