Máquinas del Placer (10)

Continúa la saga de los androides sexuales que, desde un enfoque erótico, homenajea a los relatos de Issac Asimov. Los robots van asumiendo un papel cada vez mayor en la vida de los protagonistas... y ocurren algunos imprevistos...

Cuando Jack despertó, Laureen no estaba allí.  Volvió a asaltarle la paranoia pero buscó alejarla de inmediato: habría salido a trotar como lo hacía siempre; ella no solía alterar su rutina por más que fuera fin de semana.  Tal como él lo había anunciado, los tres Erobots quedaron inactivos durante la noche y, después de mucho tiempo, Jack y Laureen habían vuelto a compartir lecho.  Sin embargo, tal circunstancia no había devenido en que volvieran a tener sexo ni tan siquiera en que hubiera amago alguno de que así fuese: la situación, de hecho, no era de lo más normal ni el contexto favorable para ello.  Laureen estaba notablemente disgustada con la presencia de los androides en la casa y él, debía admitirlo, no conseguía que su esposa le despertase en la cama las mismas pasiones que le despertara antaño.

Había, no obstante, un elemento adicional que contribuía a la abstinencia sexual y que, aun cuando no estuviera hablado entre ellos, sobrevolaba por encima del lecho matrimonial como si se tratase de una especie de temor tácito: aun en el supuesto caso de que lograran despertar algo cada uno en el otro y  dar rienda suelta a un apetito sexual mutuo, era de esperar que, apenas sus neurotransmisores evidenciaran la presencia del placer en sus cuerpos, los robots se activarían al detectarlo… Lo cierto fue que durmieron uno junto al otro pero la mayor del tiempo ladeados y en posiciones invertidas; casi no hubo palabras…

Mientras se desperezaba, Jack caminó hacia el living y se encontró allí con los tres robots de pie e inactivos: parecían maniquíes, aunque infinitamente más bellos e inquietantes.  Sobre una mesa se hallaban los tres controles remotos, prolijamente alineados uno junto al otro; constituían casi un llamado a la tentación, a darles “on” y a ponerlos en funcionamiento nuevamente, dando así paso a la lujuria que la noche había dejado bajo candado… El hecho de que Laureen, al irse, no los hubiera removido de ese sitio, también podía ser visto como una “puesta a prueba”: algo así como que le estuviera diciendo “los robots están allí; sólo tienes que encenderlos.  ¿Vas a hacerlo?”.

De ser así, es decir si realmente era una especie de test, el hecho fue que surtió efecto puesto que Jack debió debatirse entre ignorar los controles o, en cambio, obedecer a sus instintos más animales.  Haciendo un esfuerzo sobrehumano se dirigió hacia el parque buscando mantener la vista alejada de los androides y, por lo tanto, de la tentación.

Atravesando el parque notó que la hierba, aunque poco, comenzaba a crecer.  Se dio cuenta entonces de cuán importante era tener un robot conductor que, además, se encargarse de cortarle el césped día tras día: ahora ese rol le tocaría a él.  Salió al portón y descubrió, estacionado, junto a la acera, un camión de reparto de World Robots: al parecer no interrumpían sus entregas los fines de semana y no quedaba duda, por cierto, de que estarían trayéndole su pedido a Luke Nolan.  Le despertó algo de intriga saber qué clase de Ferobot habría encargado su pervertido vecino o a quién replicaría, ya que él mismo había manifestado que no había optado por un modelo estándar sino que lo había solicitado a pedido.

Jack permaneció un momento junto al portón de su propiedad fumando un cigarrillo hasta que, finalmente, los empleados de la compañía salieron de la casa de Luke y pusieron en marcha el camión para marcharse de allí.  Escudriñando de reojo, descubrió que el portón de su vecino estaba entreabierto, así que, haciéndose el distraído, echó a caminar de un modo que fingía ser casual de tal manera de pasar frente al mismo.

Al otear hacia adentro, su sorpresa no pudo ser mayor y experimentó tal sacudida que estuvo a punto de perder el equilibrio.  Luke estaba allí, de pie sobre la hierba en medio de su propio parque pero algo no encajaba: si algo jamás había esperado Jack ver en su vida era a su vecino con una mujer; lo suyo siempre había sido el trabajo en soledad.  Sin embargo, estaba abrazándose y confundiéndose en un profundo beso con alguien que, para colmo de males, le acariciaba la entrepierna mientras él, a su vez, le deslizaba a ella una mano por sobre las nalgas.  Pero eso no fue lo peor de todo: lo peor fue descubrir que… esa mujer era… ¡Laureen!

Un acceso de furia irracional le invadió; su rostro enrojeció, sus puños se crisparon y, por primera vez desde que había tenido el infarto, sintió que el corazón le latía de una manera diferente… y peligrosa.  Ni ello, sin embargo, sirvió para convencerle de no trasponer el portón de su vecino e ir en busca de ambos; cada paso que daba, apisonaba la hierba de un modo que evidenciaba una agresividad extrema a punto de estallar.  Al llegar junto a ellos se detuvo, y fue como si se hubieran dado cuenta de su presencia.  La primera en mirarlo fue Laureen y, curiosamente, no había en sus ojos atisbo alguno de culpa o de, al menos, sentirse pillada sino que, por el contrario, se la veía despreocupada, sonriente y, particularmente, sensual y hermosa.  Luego le miró Luke, cuyo rostro pareció encenderse en alegría.

“Hey, Jack: ¡qué gusto tenerte aquí” – le saludó tan efusiva y alegremente que a Jack sólo le produjo asco.

Sin poder ya contenerse, levantó su mano y echó hacia atrás el codo dispuesto a dejar caer su cerrado puño sobre el rostro de su odiado vecino; al momento de arrojarlo, sin embargo, y cuando ya sus nudillos estaban a escasos centímetros de impactar contra el mentón de Luke, sintió que su muñeca era atrapada en el aire y retenida de un modo extraño, ya que vio coartada de tal manera la posibilidad de movimiento que su mano se aflojó y sus dedos cayeron laxos, pero sin que mediara dolor alguno.  Al girar la vista, comprobó que, como no podía ser de otra manera, quien le había detenido su puño en el aire no era otra que Laureen.  Jack estaba de todos colores: la miraba incrédulo y, sin embargo, ella no dejaba nunca de sonreír.

“Primera Ley de Asimov – comenzó a recitar su esposa, con un tono de voz que le pareció mucho más cargado de sensualidad que el habitual -: un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño”

Jack estaba más confundido que nunca; sus ojos eran pura confusión.

“Jack – le dijo Luke, quien se había echado unos pasos hacia atrás ante la amenaza del impacto en su rostro que, finalmente, no había recibido -: te presento a mi Ferobot…”

Lejos de disminuir, la confusión en Jack aumentó.  Laureen, sin soltarle el puño, amplió aun más su sonrisa mostrando completa su blanca dentadura a la vez que recostaba ligeramente su cabeza sobre un hombro.

“¿Ferobot…?” – preguntó, frunciendo el entrecejo y contrayendo su rostro completo en una mueca de incomprensión.

“Desde luego…, el que encargué… ¿Recuerdas que te lo dije?”

Jack no podía apartar la vista de los ojos de Laureen, quien seguía aprisionándole la muñeca de aquel modo tan extraño y sutil.  ¿Era un androide entonces?  ¿Había logrado la World Robots tan perfecta copia de su propia esposa?  Y, más sorprendente e indignante aun: ¿ese canalla había encargado un Ferobot a imagen de Laureen?  ¿Tan descarado y perverso podía llegar a ser?

“¿Usaste… a Laureen como modelo?” – preguntó, aún incrédulo.

“¡Claro!  ¡La sacaron perfecta!  ¿No crees?  Tú que la conoces bien, ¿cómo la ves?”

Había, por supuesto, un deje de burla en el tono de su vecino pero Jack no lograba salir de su estado: estaba absorto, anonadado; su incredulidad había tocado límites a los cuales no creía que pudiera llegar.

“¿De dónde… sacaron la matriz?” – preguntó.

“Yo les pasé los datos, por supuesto.  Y la hicieron a medida” – se ufanó Luke.

Jack trataba de reordenar sus pensamientos aun cuando lo que estaba ocurriendo fuese una locura inconcebible.  Sabía que Luke llevaba mucho tiempo espiando a su esposa, pero lo que desconocía era que su vecino tenía almacenada la suficiente cantidad de grabaciones, filmaciones y fotografías como para proporcionarles a los técnicos de la World Robots una base de datos más que suculenta para construir el modelo a medida.  Jack la miraba de arriba abajo y era como estar viendo a su propia esposa; costaba verla como androide.

“Luke… - musitó -.  Eres un maldito hijo de puta…”

“Ah, vamos Jack, no te pongas así, somos grandes… Es un robot, tómalo como tal.  ¿O acaso Laureen misma no tiene que ver cómo en su propia casa les das rienda suelta a tus apetitos sexuales con dos increíbles mujeres que no son otra cosa más que copia de otras dos que existen en la vida real?  Esto no es realidad, Jack, es todo fantasía… No seas infantil: somos amigos y espero que lo sigamos siendo”

“Vete al demonio – masculló Jack entre dientes mientras seguía recorriendo con la vista la perfecta réplica de Laureen -.  Y… ¿qué aspecto le mejoraste? ¿Cómo la personalizaste?”

“¿Mejorar? – preguntó, extrañado, Luke -.  Jack, tu esposa no tiene nada para ser mejorado: es perfecta en sí misma.  Simplemente la encargué tal cual es…”

Jack ya no tenía palabras; sólo masticaba furia y mantenía los ojos fijos en los de la réplica de su esposa quien, siempre sonriendo, levantó las cejas en un gesto que parecía incitarle a la resignación.

“Suéltale la mano, Laureen” – ordenó Luke a su robot, el cual inmediatamente obedeció.

Ahora Jack estaba libre; podía hacer un nuevo intento por golpear a su vecino pero, seguramente, el Ferobot estaría presto a detenerlo y, aun si no fuera así, la realidad era que se sentía abatido, sin fuerzas y sin poder asimilar la demencial situación.

“Podrías al menos haberle cambiado el nombre…” – masculló.

“¿Para qué? – replicó Luke -.  También su nombre es perfecto: suena hermoso…, como dotado de musicalidad…”

La réplica de Laureen sonrió ante el piropo de Luke y le guiñó un ojo, tras lo cual le echó los brazos alrededor del cuello y ambos se confundieron en un beso; de pronto era como si ignorasen la presencia de Jack, quien comenzó a sentir una imperiosa necesidad de marcharse de allí.  Tardó un rato en hacerlo ya que la incredulidad le atería las piernas y no consiguió evitar el permanecer durante algunos minutos mirando a la insólita pareja besarse.  Finalmente, con gesto derrotista, dio media vuelta y se encaminó hacia la verja.

Ya de vuelta en su propiedad, se sentó en el porche; por más que quería, no conseguía ubicarse frente al súbito giro que había dado la realidad circundante.  Luke tenía derecho a tener un Ferobot del mismo modo que él lo tenía a poseer los suyos, pero: ¿necesitaba ser tan ruin como para elegir a Laureen como modelo?  La obsesión del vecino por su esposa era, desde luego, cosa harto conocida por Jack, pero jamás había imaginado que llegaría hasta ese punto… De pronto oyó unos jadeos que invadían el aire de la mañana y los reconoció perfectamente como de Laureen: hasta en ese aspecto la habían copiado con total perfección.  El maldito hijo de perra se la estaba montando.  La rabia y la impotencia se apoderaron de él; sentía unas ganas incontenibles de volver a casa de Luke,  pero a la vez sentía que tenía que meterse en su casa y encerrarse de tal modo de oír lo menos que fuera posible.  Optó, sin embargo, por un tercer camino: subió hasta la buhardilla y sacó medio cuerpo por la ventana tratando de visualizar a la pareja si era que, como parecía, seguían aún en el parque.  Al no lograr verlos, pasó de allí directamente al tejado para tener una vista más panorámica del parque de su vecino y entonces sí los vio…

Ella estaba de espaldas contra la hierba, con la calza a medio quitar colgándole de uno de los tobillos en tanto que Luke, encima de ella, no paraba de penetrarla salvajemente.  ¿Por qué había subido hasta allí?  Realmente no sabía si lo suyo era querer convencerse de lo que no podía creer o que el hecho de ver a su esposa, aunque más no fuera en formato replicado, siendo poseída sexualmente por su odiado vecino, no le despertaba alguna clase de excitación o morbo.  ¿Una especie de masoquismo tal vez?  Fuera como fuese, se odió por ello y bajó nuevamente hacia el living, en el cual se hallaban, como estatuas magníficas pero sin vida, los tres Erobots.

Quizás la forma de librar su mente de lo que en la casa vecina estaba ocurriendo fuera poner a sus dos queridas bellezas en funcionamiento.  En efecto, tomó los controles de los Ferobots y las hermosas réplicas se encendieron; automáticamente le miraron con ojos penetrantemente felinos y vinieron a su encuentro. Lo empujaron contra el sofá mientras una de ellas le enterraba la lengua dentro de su boca y la otra se dedicaba a besarle la entrepierna por encima del pantalón.  La excitación comenzó a subirle, lo cual era, por cierto, lo mejor que podía pasarle; trató de centrar lo más que podía sus cinco sentidos en la intensidad del momento a los efectos de olvidar siquiera por un instante lo que había visto y oído.  Sin embargo, algo no parecía funcionar:

“¿Qué pasa, Jack? – le preguntó la réplica de Theresa -.  ¿Tu verga no quiere pararse hoy?”

“¿Acaso no te gustamos?” – preguntó Elena, frunciendo los labios y adoptando una expresión de infantil tristeza tras haber interrumpido el profundo beso que le estaba dando.

“No… - negó Jack, transpirando y visiblemente nervioso -.  Es que…”

No pudo terminar la frase; un potente alarido femenino hendió el aire e ingresó por la ventana del living.  Su esposa, o mejor dicho, la réplica de ella, estaba teniendo un orgasmo…

Fue demasiado.  Más de lo que pudo soportar.  Apartando a los Ferobots se incorporó y fue en busca de los controles remotos para ponerlas nuevamente en off.   La furia hizo más presa de él que nunca: estrelló los nudillos contra la pared y luego se dirigió hacia el inmóvil robot que replicaba al actor Daniel Witt para hacer lo propio contra su pecho.

“¿Qué te ocurre?” – preguntó en tono alarmado una voz a la que reconoció como de su esposa.

Jack dio un respingo.  Al mirar hacia la puerta de entrada, descubrió, en efecto, a Laureen quien, habiendo vuelto de sus ejercicios matinales, le miraba con ojos azorados, seguramente perpleja ante su ataque de ira.  Él se quedó mirándola detenidamente por un momento, recorriéndole el cuerpo completo con la vista y hurgando en cada gesto o expresión de su rostro; era como si tratase de determinar si estaba ante la original o ante la copia.  Decididamente era ella: si algo parecía diferenciar a la réplica de la original era que esta última no exhibía tanta seguridad ni tanta desinhibición como había notado en el robot de Luke.  Era lógico: difícil era pensar que los ingenieros que habían trabajado en la réplica fueran capaces de emular la personalidad de Laureen tan fielmente como lo habían hecho con su constitución física y, menos aún, tratándose de alguien que no era una celebridad.

“Ese imbécil… - vociferó Jack señalando en dirección a la casa vecina -, ha encargado un Ferobot hecho a tu imagen…”

El bello rostro de Laureen fue sólo confusión; las palabras vertidas por su esposo, por cierto, no eran fáciles de interpretar ni de asimilar a primera oída.

“No estoy entendiendo… - repuso, sacudiendo la cabeza -.  ¿Puedes ser más claro?  ¿Qué es lo que te pone tan loco?”

“¡Luke Nolan!” – bramó él.

“¿Luke…? ¿Qué hizo?  Siempre te fastidió, pero nunca noté que lo que él hiciera o dijera te dejara sin sueño…”

“¡Ya tiene su Ferobot!  ¡Se lo trajeron hoy!”

“Ajá…”

“¡Es una copia tuya!”

Laureen frunció todo su rostro y achinó los ojos.

“¿De… qué hablas?”

Jack volvió a estrellar el puño contra el pecho del Merobot.

“Este robot – rugió – es una copia de Daniel Witt -.  Éste otro – caminó hasta llegar a la inactiva réplica de Theresa y la golpeó en el hombro – es una copia de Theresa Parker y éste otro – golpeó al androide restante – de Elena Kelvin…

Laureen sacudió la cabeza y abrió los brazos en jarras; su gesto era de incomprensión.

“Eso bien lo sé… ¿A qué vas con eso?”

“¡Ése maldito hijo de perra ha mandado hacer un robot que es una exacta copia de ti!”

De pronto el rostro de Laureen se transfiguró totalmente; abrió enormes los ojos evidenciando que había terminado de entender y, casi inmediatamente, lanzó una carcajada.

“Jaja… ¿Estás bromeando?  ¿Una copia de mí?” – se llevó una mano al pecho.

“¡Exacto!  ¡Y te puedo asegurar que  la hicieron idéntica!”

Laureen tenía ahora la vista perdida en el piso; su expresión dejaba bien a las claras que, a diferencia de Jack, le encontraba al asunto su costado cómico.  Como si necesitara tomar asiento para asimilar mejor la noticia, fue hacia el sofá y se ubicó junto a los inactivos Ferobots sin importarle demasiado, al parecer, la presencia de los mismos.

“Bueno… - dijo, en tono algo más tranquilo -, no deja de sorprenderme, pero… por otra parte ya sabes  cómo es él, Jack… - soltaba una risita cada tanto -.  Sólo piensa en masturbarse… Quizás ahora deje de hacerlo, al menos de algún modo: por lo menos me tiene en versión robot. jaja…”

“¿Te causa gracia?” – protestó airadamente Jack, dirigiéndole una mirada severa.

“Es que… es realmente gracioso, Jack… Perdona que me ría, pero… ¿encargar una réplica mía? Jaja…”

Justo en ese momento se reinició la lujuriosa sucesión de jadeos provenientes de la casa vecina.  Laureen se mostró claramente impactada y desvió la cabeza como si prestara especial atención.

“¿Te reconoces? – le preguntó Jack, con aspereza -.  Ésa eres tú…”

Ella no contestó; simplemente se quedó en su lugar con la vista perdida y sin dar crédito a lo que sus oídos captaban.  Era obvio que sí se reconocía en aquellos jadeos, como también era obvio que no podía creerlo… No volvió a mirar a Jack quien, ofuscado y sin agregar más palabra, dio media vuelta y se retiró hacia la habitación.

Cuando, llegado el lunes, Jack iba conduciendo hacia su trabajo, lo hacía con la sensación de haber pasado un fin de semana para el olvido.  La llegada a casa de Luke de un Ferobot que replicaba a su propia esposa era un trago amargo que no lograba digerir.  No pudiendo contenerse, le había espiado varias veces haciendo el amor con su nueva adquisición en todas las posiciones posibles.  Resultaba una increíble ironía del destino que ahora fuese él quien espiaba a su vecino.  Le irritaba, sobremanera, por otra parte, la actitud de Laureen quien, aun a pesar de ser la parte afectada, no se tomaba el asunto como una afrenta o una insolencia sino como algo que le divertía.  En cuanto a la vida sexual matrimonial había sido, desde luego, totalmente nula durante el fin de semana; más aún: él ni siquiera había vuelto a poner en on a sus Ferobots, tales el disgusto y la rabia que sentía.

Cuando, como era habitual, Miss Karlsten le convocó a su despacho, el rostro de Jack no pudo dejar de evidenciar lo contrariado que se hallaba y, como no podía ser de otra manera, su jefa le preguntó al respecto.  Al principio él respondió de manera parca y buscando desviar el tema pero ante la insistencia de ella terminó por contarle lo ocurrido.  Aun cuando no hubiera motivo para esperar otra cosa, la perplejidad se apoderó de él cuando Miss Karlsten, de modo análogo a cómo había reaccionado Laureen pero de modo más desaforado y estruendoso, sólo rio a carcajadas ante la noticia.   Jack se sentía disminuido, humillado; y lo más absurdo del caso era que el responsable de ello era una simple máquina.  Pero, claro, bien conocía las virtudes de aquellas “simples máquinas” desde el momento en que él mismo había comprobado que, al estar con sus Ferobots, dejaba de verlas como robots para, lisa y llanamente, sentirse como si Theresa Parker o Elena Kelvin estuviesen en verdad con él.  ¿Por qué habría de ocurrirle algo distinto a su odiado vecino con el robot que era copia de Laureen?  Por cierto, hablando de Roma…

“Miss Karlsten, se encuentra aquí el señor Luke Nolan…” – se escuchó decir a una voz en el conmutador.

“Háganlo pasar…” – respondió ella.

Jack se ahogó con su propia saliva y tosió, removiéndose en su asiento.  No estaba en sus cálculos la presencia de Luke; había pensado que sería Goran el único ajeno a la oficina que asistiría esa mañana.

“Lo llamé a Luke para supervisar por si ocurriera cualquier imprevisto… - explicó Miss Karlsten como si se sintiera en la obligación de hacerlo -.  Él fue quien hizo los cambios en el Merobot y pensé que sería bueno tenerlo cerca por si algo llegara a complicarse…”

Jack no contestó; sólo se mordió la comisura del labio inferior sin decir palabra alguna.  Tampoco era que pudiese decir gran cosa considerando que, después de todo, la convocatoria inicial a su vecino había sido su “brillante” idea, de la cual ahora, por supuesto y ante la marcha de los acontecimientos, se arrepentía sobremanera.  Cuando Luke se presentó en el despacho,  él no le correspondió el saludo ni tan siquiera levantó la vista para mirarle.

“Hola, Miss Karlsten… ¡Hola, Jack!  ¿Cómo estás?” – espetó Luke en un tono que sonó irónico a los oídos de Jack.

“¿Qué tal, Luke? – le saludó Carla, sonriente -.  Gracias por venir.  Me tomé el atrevimiento de llamarte y te pido disculpas, pero ocurre que…”

“No hay nada que agradecer, Miss Karlsten… Creo que es una buena idea que yo esté aquí…” – le respondió Luke sin dejarla terminar de hablar.  Jack miró de soslayo a su jefa, esperando ver un gesto de fastidio o de furia ya que no le gustaba que se la interrumpiese; nada de ello: seguía sonriente.  Definitivamente, Carla Karlsten era otra… y no quedaba otra posibilidad más que pensar que ese robot que se hallaba en la “habitación secreta” era el responsable de tan notable cambio…

El siguiente en llegar fue, obviamente, Goran Korevic, quien lo hizo una media hora después que Luke y, fiel a su estilo, saludó efusivamente a Carla y a Jack, en tanto que cortésmente a Luke.

“¡Carrrla querrrida! ¡Qué alegrrría verrrte después de tanto tiempo!  ¡Se te ve muy bien, porrr cierrrto!  ¡Siemprrre una mujerrr tan elegante y herrrmosa!”

Lo que parecían ser lisonjas de parte de Goran no eran en realidad actitudes fingidas y Jack lo sabía: no sólo era parte de su estilo, sino que además estaba en verdad muy agradecido con la firma y, en especial con Miss Karlsten y con él por aquella deuda que una vez lograran cobrarle.  Resultaba extraño ver a Goran vestido como cualquiera que camine por las calles y sin cuero, látex o capa.  No obstante, el bolso que llevaba echado al hombro hacía sospechar que su atuendo “normal” era sólo provisorio.

“Bueno… y, a verrr… ¿Dónde es que tienes esa máquina de la que me ha hablado Jack?” –indagó Goran, siempre a viva voz y efusivamente.

Máquina: así era como Goran solía referirse a los robots; era de la vieja guardia y, como tal, defensor acérrimo de la separación entre tecnología y erotismo.  Miss Karlsten se levantó de su asiento y conminó a los tres a  seguirle hacia su “búnker”.

Una vez dentro, la cara de Goran se encendió y los ojos se le abrieron maravillados.  De todas las personas que pudiesen llegar a entrar en aquel antro de Miss Karlsten, él era, quizás, el único, que no sólo no iba a mostrar sorpresa alguna sino incluso, e inversamente, obnubilación.  Con expresión azorada y evidente deleite fue recorriendo con la vista cada uno de los elementos que poblaban el lugar: cepos, látigos, fustas, mesas de estiramiento, grilletes;  todo eso era, para él, lo más parecido que podía haber a una especie de pequeño paraíso.  Sin embargo, la expresión de su rostro fue claramente otra cuando detuvo la vista en el robot, de pie en el medio de todo aquello.

“¿Es… ése?” – preguntó.

Era extraño para Jack oírle inseguro y vacilante, pero así era como sonaba.  A Goran no le gustaban los robots y si a eso se le adosaba el aspecto increíblemente humano del que tenía enfrente, no debía sorprender que el artista del sado sintiera un cierto helor correr por sus venas.  Pero lo más sorprendente de todo, incluso para Jack, era que el Merobot no se hallaba en off, como cabía esperar, sino que, por el contrario, les miraba sonriente.  Les saludó primero de manera general y luego específicamente a Goran:

“Goran Korevic, ¿verdad?  Carla me ha hablado mucho de usted…”

El aludido dio un respingo y echó sus hombros hacia atrás como si hubiera recibido una violenta sacudida.

“¿Es… un robot?” – preguntó, estupefacto.

“Así es, Goran… - le confirmó Miss Karlsten -.  Te presento a mi precioso… Dick”

Al presentarlo, señaló con su dedo índice en dirección al formidable pene que pendía entre las piernas del Merobot y que había sido, de hecho, el motivo fundamental al momento en que ella decidiera darle ese nombre.  Jack miró de soslayo a Goran y lo notó turbado; le entró un súbito temor de que éste se echara atrás en el plan.

“Carla… - dijo Jack -.  ¿Por qué lo tienes encendido?”

“Se supone que debe ver lo que va a ocurrir, ¿o no?” – respondió ella mientras miraba a su robot con ojos llenos de deseo sexual mezclado con ternura.

“Creí que empezaríamos con el robot en off, tal como lo hicimos antes… - replicó Jack – y dejarlo que se encienda solo en cuanto detecte placer… ¿No era así?”

“Hmm, no, creo que no hablamos nada de eso… Lo habrás dado por sobreentendido y, en realidad, no es una mala idea, pero… ¿sabes qué?  No… puedo apagarlo.  No puedo hacerlo…”

Cada vez Jack reconocía menos a su jefa; la transformación que se estaba operando en ella no dejaba de sorprenderle.  Estaba claro que Carla quería ver a su robot como humano y, siendo así, era lógico pensar que el desactivarlo con simplemente pulsar un control remoto sería algo que, de algún modo, atentaría contra la imagen que en su mente quería alimentar.  A un amante no se lo pone en off…

Luke miraba la escena sin opinar ni hacer observación alguna; Jack le miró de soslayo y, por primera vez desde su llegada, le habló:

“¿Cómo lo ves, Luke? ¿Es conveniente?”

Nolan se encogió de hombros.

“En principio no debería haber problema alguno… - repuso -.  Si el robot… - de pronto su mirada se posó en el Merobot y le cambió la expresión, como si recalara en el hecho de que no convenía dar detalles del plan siendo que el mismo estaba activo y oyendo -, en fin… no va a hacer nada… Y, por supuesto, aun si lo hiciera, nunca dañaría a Goran…”

“Por primera ley de Asimov…” – apostilló Jack.

“Exacto…”

“Asimov, Asimov… - farfulló Goran, cuyo rostro había perdido su expresión habitualmente alegre -.   No sé quién serrrá perrro yo no confío en rrrusos. “

Aun dentro de lo contrariado que se hallaba, Jack no pudo reprimir una risita ante el prejuicio localista y balcánico de Goran.

“Carla… - intervino Jack -; creo que sería mejor que el robot no estuviese activo para que nuestro amigo Goran pudiera moverse con tranquilidad…”

“Cálmense… - conminó Miss Karlsten -.  ¿Acaso tienes mala memoria, Jack?  ¿No recuerdas que te hablé acerca de inmovilizar al Merobot?”

Era cierto.  Lo había hecho.  Sin embargo, no se había vuelto a mencionar el asunto desde que ella lo hiciera por primera vez y Jack no podía imaginar cuál era el modo en que ella pensaba hacerlo.  Siempre sonriente, Miss Karlsten caminó por delante del grupo y se dirigió hacia la tabla circular contra la cual ella misma había estado atada mientras era azotada por Jack.

“Ven, Dick” – ordenó a su robot quien, como no podía ser de otra manera, respondió solícito a la orden de su dueña.

Una vez que lo tuvo ante sí, Miss Karlsten lo ubicó contra la madera pero no de frente, como lo había estado ella o como solía ubicar a sus jovencitos para azotarlos, sino exactamente al revés: es decir, de espaldas contra la estructura.  Ordenó al Merobot que separara un poco sus piernas y estirara los brazos, de tal modo de hacer calzar tanto sus tobillos como sus muñecas en los grilletes para luego cerrarlos.  El bello androide quedó allí, expuesto en su magnífica desnudez y en una posición que remitía al hombre de Vitruvio del famoso dibujo de Da Vinci.  Ella, apoyándole una mano en el pecho, le besó en los labios y luego le acarició el pene.  Finalmente se volvió hacia el grupo y, específicamente, hacia Goran:

“¿Te sientes más tranquilo así?” – le preguntó.

Goran asintió pensativo: no daba la impresión de estar plenamente convencido pero sí algo más que un rato antes.  En ese momento bajó al piso el gran bolso que llevaba echado a su espalda.  Se encogió de hombros.

“¿Y porrr qué no? – repreguntó, haciendo uso de su clásico latiguillo -¿Dónde puedo mudarrrme de rrropa?”

Cuando Goran reapareció en la “habitación secreta” unos minutos después, su atuendo y su aspecto eran ya los que Jack le conocía y le había visto en el circo.  Hasta parecía que la ropa le transformase en todo sentido, ya que daba la impresión de haber dejado atrás las dudas y vacilaciones que evidenciara sólo un momento antes.  Luke quedó, obviamente, anonadado, ya que era el que menos sospechaba con qué se toparía.  Goran lucía sus botas y su short de cuero, dejando al descubierto la mayor parte de su físico de luchador de catch, musculoso pero a la vez relleno y algo panzón.  Llevaba puesta también la capa que solía utilizar en el circo así como la máscara que cubría la mitad de su rostro; faltaban sólo las asistentes y las antorchas para que Jack creyera estar viendo una función del Sade Circus…, además del público, por supuesto, que en este caso era bastante diferente y menor en número…

Goran llevaba en mano su infaltable látigo, el cual hizo restallar contra el piso provocando que Miss Karlsten casi saltara del piso y comenzara a temblar; la inminencia de lo que se venía le provocaba temor y excitación en la misma medida.  Por su parte, Luke Nolan también parecía algo turbado por la escena.

“Bien…, creo que soy el que sobra aquí – anunció Jack -.  Estaré en la oficina…”

Miss Karlsten le dirigió una mirada de reproche pero a la vez implorante; como si le estuviese diciendo: “no me dejes con extraños”.  Jack decidió, por lo tanto, cambiar su plan y recular en su incipiente intento por alejarse de allí.  Luke, por el contrario, parecía interesado en el gratuito espectáculo que estaba a punto de presenciar.

Goran, con gesto circunspecto, miró durante un instante al Merobot que estaba unido con grilletes a la tabla circular.  Luego volvió la vista en dirección a Miss Karlsten y fue como si se transformase nuevamente.  Ella estaba de pie, casi en el centro de la habitación y él le caminó en derredor.  Un frenético temblor la invadía, lo cual podía advertírsele tanto en las piernas como en el repiqueteo tintineante que hacían los tacos contra el piso.  Su semblante reflejaba un intenso nerviosismo pero Jack, que bien la conocía, notaba también inequívocas señales de morbo y excitación.  Goran se detuvo a espaldas de Miss Karlsten y jugó durante un momento con el suspenso.  Ella pareció inquietarse y amagó a llevar el mentón sobre su hombro para tratar de ver de soslayo y por encima del mismo; quería, obviamente, saber qué hacía Goran a sus espaldas.  No pudo, sin embargo, terminar de girar la cabeza; el látigo restalló nuevamente en el suelo, a escasos centímetros de sus pies, por lo cual ella, casi como si hubiera recibido una descarga eléctrica, se vio obligada a volver la vista hacia el frente y bajarla inmediatamente hacia el piso.

“¿Quién te ha dicho que podías mirrrarrrme, puta?” – inquirió Goran, dando a las palabras un tono que era a un mismo tiempo despreciativo y grandilocuente.

Luke abría enormes los ojos, pareciendo que éstos fueran a escapársele de las órbitas: todo aquello constituía para él un espectáculo nuevo.  En cuanto a Jack, no pudo evitar sentir una sacudida; mirando hacia el rostro de Miss Karlsten, lo notó terriblemente pálido.  Lo que acababa de decir Goran era, por cierto, una absoluta prueba de fuego para ella, pues aunque  el propio Jack hubiera proferido palabras humillantemente soeces al someterla, la historia era enteramente otra al ser las mismas pronunciadas por alguien con quien no tenía intimidad ni confianza; por otra parte, de boca de Goran las palabras sonaban infinitamente más despreciativas y degradantes: le salían naturalmente.  Se había llegado a un punto de inflexión: a partir de allí podía ocurrir que Miss Karlsten se bajara del plan y mandara a Goran al demonio o bien que, simplemente, aceptase su rol en el juego que el artista del sado proponía y para el cual, de todas formas, era ella misma quien le había convocado.  El látigo volvió a restallar en el suelo…

“Te he hecho una prrregunta, puta – rugió Goran -.  ¿Alguien te ha dicho que puedes mirrrarrrme?”

Sin dejar de temblar, Carla sacudió la cabeza mientras mantenía la vista clavada en el piso.

“N… no, G… Goran, nadie me lo ha dicho…”

Un nuevo restallido del látigo, cuya cola esta vez pasó por entre las pantorrillas de Miss Karlsten e impactó contra el piso justo entre un pie y otro.

“¡Me llamas Señorrr! – atronó Goran -.  ¿Está entendido?”

Carla no lograba controlar el temblor de su labio inferior; jamás Jack la había visto así.  Este último echó una rápida mirada hacia el robot pero el mismo seguía sereno, sonriente y de espaldas contra la madera.  Por un momento Jack llegó a temer que los receptores del Merobot, aunque inhibidos por Luke para percibir el dolor, pudiesen sí percibir el miedo, en cuyo caso no había forma de saber de qué modo iría a reaccionar el androide.  Sin embargo, no había trazas de ninguna actividad fuera de lo normal y ni siquiera se lo veía tironear de los grilletes o forcejear por liberarse de ellos.  Todo iba, al parecer, sobre rieles…

“S… sí, señor” – musitó Carla, tan temblorosa su voz como todo su cuerpo.

“¡Así me gusta, puta de mierrrda!” – le espetó Goran al tiempo que, tomándola por los cabellos desde atrás, le acercó tanto la boca al oído que ella hasta sintió las gotitas de saliva impactando contra el lóbulo de su oreja al mismo tiempo que emitía un agudo quejido de dolor…

De manera casi maquinal, Jack dirigió la vista hacia el Merobot, al igual que lo hizo Luke.

“No percibe nada… - susurró este último con aire satisfecho -.  Todo marcha de acuerdo a lo planeado…”

Jack no dijo nada; tenía que admitir que lo que decía su odioso vecino era cierto a juzgar por la pasiva actitud observable en el androide, pero a la vez abrigaba sus dudas acerca de qué pasaría si el dolor de Carla iba en aumento: ¿hasta qué punto un simple tirón de cabellos podía tomarse como medida?…

Por cierto, Goran no soltaba la melena de Miss Karlsten sino que, por el contrario, jalaba aun más de ella obligando a la poderosa ejecutiva a echar su cabeza aun más atrás y quedar con su rostro mirando hacia el techo, en el supuesto caso de que realmente pudiera verlo ya que sus ojos estaban cerrados por el dolor.

“Besa el látigo – le ordenó Goran, apoyándole el mango sobre los labios entreabiertos -.  Bésalo, puta, jeje… Besa el látigo que va a castigarrrte…”

Se trataba, por supuesto, del clásico mango en forma de pene que Jack había visto a Goran utilizar durante su número en el circo.  En una escena que hubiera desafiado la credulidad de cualquiera que la conociese, ella lo besó tal como su señor le ordenaba.  Goran rió satisfecho y redobló la apuesta.

“Abrrre la boca – ordenó, jalando aun más de los cabellos de Miss Karlsten  -.  Ábrrrela, puta…”

La orden, en realidad, resultaba casi innecesaria ya que el dolor provocado por el tirón de cabellos obligaba a Carla a abrir su boca cuán grande era y ello fue aprovechado por Goran para introducirle sin delicadeza alguna el mango en forma de pene.  Ella pareció sufrir una arcada y su cuerpo se sacudió en una convulsión ya que Goran le había llevado el mango del látigo bien adentro hasta tocarle las amígdalas.

De pronto Jack vio incrementadas sus ganas de no estar allí.  Era extraño: la escena era, en sí, una delicia aun a pesar de que ese tipo de juegos no eran lo suyo.  Por más cariño que le tuviera a Carla, el hecho de verla degradada de ese modo no dejaba de provocar el morbo de algo que uno ha esperado ver por mucho tiempo;  y sin embargo, a la vez, Jack sentía también algo que no podía definir y que ni siquiera había sentido el día en que él mismo, jugando a ser amo y señor de ella, la había sometido, insultado y degradado…: sus sentimientos para con ella revestían definitivamente un carácter distinto desde que el androide parecía haber pasado a desempeñar un rol tan importante en la vida de Carla .  Por eso mismo, ahora le costaba verla sufrir; aprovechando, por lo tanto, que ella no le estaba viendo, decidió que era el momento justo para escabullirse y salir de allí.  Despaciosamente, se giró y se encaminó hacia la oficina contigua, es decir al despacho en el cual habitualmente trabajaba Miss Karlsten; mientras lo hacía, echó un vistazo al robot y comprobó que permanecía igual de pasivo…

Ni Miss Karlsten ni Goran parecieron percatarse del retiro de Jack, pero quien sí lo hizo fue Luke, que le siguió con la mirada mientras se marchaba.

“¡Ahorrra desnúdate, puta! – rugió Goran -.  ¡Hazlo o llamo a algún empleado tuyo parrra que lo haga!”

Era, por cierto, la peor amenaza que podían hacerle a Carla.  La perspectiva de verse humillada de tal modo por uno de sus subordinados era peor que cualquier degradación.  Goran le soltó el cabello y ella, prestamente, se fue quitando una prenda tras otra.  Un sexto sentido pareció decirle que Jack ya no estaba allí, pero en cuanto intentó girar la cabeza para comprobarlo, el látigo de Goran restalló en el piso nuevamente.

“Aprrresúrrrate, puta”

Una vergüenza indescriptible le invadió a ella al saber que se estaba desvistiendo en presencia de Luke Nolan, quien en realidad era un tipo al que sólo había visto dos veces en su vida.  Pero el halo de poder que Goran irradiaba era de tal magnitud que la llevaba a obedecer sus órdenes sin chistar y por muy poco que le gustaran.  Una vez que la tuvo desnuda y estando ocupada la habitual tabla de los castigos por el androide que permanecía unido a la misma por grilletes, Goran la llevó hacia la mesa de estiramiento y, apoyándole una mano en la nuca, la obligó a inclinarse. Una vez que ella tuvo vientre, pecho y mejilla aplastados contra la mesa, él le tomó una mano y, con una cinta de cuero, amarró su muñeca a una argolla que sobresalía de uno de los costados de la mesa; luego hizo lo propio con la otra.  Así, la poderosa Carla Karlsten quedó expuesta e indefensa, presta a recibir el látigo sobre su desnuda humanidad.

Luke Nolan, desde ya, no paraba de admirarle su físico y se detuvo de manera especial en su trasero, abrigando la sádica esperanza de que el artista del sado tuviera entre sus planes ensañarse con aquella parte del cuerpo de la ejecutiva.  Goran, entretanto, hizo bailar varias veces la cola del látigo en el aire y todo parecía indicar que el castigo comenzaría de un momento a otro.

“¿N… no va a amordazarme, S… señor?” – preguntó tímidamente Miss Karlsten a quien, claro, producía escozor la idea que sus aullidos de dolor resonaran por todo el piso y llegaran a oídos de sus empleados.

La respuesta fue un seco chasquido y un latigazo que cayó sobre su espalda, arrancándole un grito hiriente que pobló la habitación mientras su cuerpo se retorcía.

“En prrrimer lugarrr, nadie te autorrrizó a hablar – le recriminó Goran -.  En segundo lugarrr, la rrrespuesta es… ¡Nooo!  Vas a sentirrr la humillación de que tus empleados escuchen tus alarrridos de dolorrr”

Un nuevo latigazo impactó contra la humanidad de Carla, esta vez directamente sobre sus nalgas, lo cual provocó que Luke se mordiera el labio inferior con morboso disfrute.  Oyendo desde la oficina, por el contrario, Jack no podía evitar sentir el impacto de cada latigazo como si impactara contra su propio cuerpo, cosa que no le había ocurrido al azotar a Carla unos días atrás.  Extrañamente, escuchar el castigo era mucho peor que verlo o impartirlo…  Imaginar las escenas puede ser peor que verlas…

El látigo fue alternadamente de la espalda al magnífico trasero de Miss Karlsten y luego nuevamente a la espalda.  Luego, Goran se ensañó especialmente con esa última parte del cuerpo de la hermosa ejecutiva y los azotes cayeron uno tras otro de manera casi ininterrumpida.  La escena empezó a ser demasiado fuerte incluso para Luke, a quien hasta le comenzó a invadir un cierto remordimiento.  Echándole un nuevo vistazo al Merobot  y comprobando así que se mantenía sin reacción, imitó a su vecino y se dirigió hacia la oficina contigua.

Una vez allí y mientras aún llegaba a sus oídos el chasquido de los latigazos mezclándose con los alaridos de Miss Karlsten, Luke se encaró con su vecino Jack Reed, quien permanecía fumando y sentado sobre el escritorio de su jefa.

“¿Tampoco lo pudiste soportar…?” – preguntó Jack, dirigiéndole una mirada de hielo.

“No… - respondió Luke negando con la cabeza -.  Esto ya… es demasiado… El dolor no es lo mío…”

“Lo tuyo son los Ferobots…” – le espetó Jack con tono mordazmente acusador.

“¿Y lo tuyo no…?” – repreguntó Luke con un revoleo de ojos que denotaba tanta ironía como el comentario de su vecino.

“Eres un maldito hijo de puta…”

“Eso es algo que ya he oído este último fin de semana…”

“Pedazo de mierda…”

“Jack…, verdaderamente no te entiendo… Tú compraste dos Ferobots, yo sólo uno… ¿Cuál es la razón por la que piensas que el consumo es exclusiva potestad tuya?”

“Muérete…”

“Lo haré cuando llegue mi momento – se mofó Luke -; mientras tanto pienso seguir disfrutando de mi Ferobot…, hmm, bueno, si es que Laureen realmente no me mata antes, jaja…”

“No la llames Laureen…”

“¿Cómo llamas tú a tus Ferobots?  ¿No las llamas Theresa y Elena acaso…? ¿O piensas que…?”

No logró terminar la frase; súbitamente Jack fue hacia él y, sin hacer mediar más palabra, estrelló contra el mentón de su vecino el demorado puñetazo que no había podido asestarle el fin de semana… El impacto fue tal que Luke cayó al suelo sentado, tomándose la mandíbula…

“Jack… - balbuceó, mientras un hilillo de sangre le chorreaba del labio inferior -.  Somos vecinos y… supongo que amigos… ¿crees que ésta es forma de tratar a un vecino y amigo?”

Trabajosamente, se fue poniendo en pie pero cuando finalmente estuvo vertical, recibió un nuevo impacto en pleno rostro… Luke corcoveó y trastabilló, pero esta vez consiguió no caer sino que, con esfuerzo, se mantuvo en pie.  La situación era perfecta como para que Jack le asestase un nuevo puñetazo pero, para sorpresa de éste, Luke mostró su primera reacción; contraatacando, cargó sobre el cuerpo de Jack estrellándole un cabezazo contra el pecho a la vez que, tomándolo por la cintura, lo hacía caer de espaldas al piso… Una vez que lo tuvo allí, le arrojó una seguidilla de golpes al rostro mientras Jack no conseguía reponerse de la sorpresa ya que jamás hubiera esperado tal reacción de su vecino a quien siempre había visto como un tipo pacífico, retraído y hasta algo tonto.  Aun así y a pesar de lo desfavorable que era la situación de Jack al tener a Luke encima de él procuró recuperar algo de iniciativa y asestó varios puñetazos seguidos contra el estómago de su vecino.  Y así, los golpes de pugilato que ambos se propinaban mutuamente se sumaron al seco sonido de los latigazos y a los quejumbrosos alaridos de dolor que llegaban desde la habitación contigua…

El Merobot seguía impasible, inmovilizados tanto sus tobillos como sus muñecas por medio de los grilletes, así, mientras Goran Korevic seguía haciendo caer el látigo una y otra vez sobre las espaldas de Carla Karlsten con sádico deleite, el androide no reaccionaba en lo más mínimo pues sus receptores no percibían actividad alguna que evidenciara que su dueña estaba sufriendo algún daño o dolor… Pero entonces ocurrió lo que no estaba en ningún plan…

Era tanto el frenesí con el cual ahora Goran castigaba la espalda de Miss Karlsten que, por primera vez desde que se iniciara la azotaína, un delgado hilillo de sangre se dejó ver por debajo de uno de los omóplatos de Carla… Cuando ello ocurrió, la expresión en el rostro del androide cambió totalmente… Sus circuitos comenzaron a zumbar; su cerebro positrónico estaba buscando resolver un conflicto: no había dolor; eso era lo que le decían sus receptores.  No había actividad ligada al dolor en los neurotransmisores de su dueña, pero entonces… ¿por qué esa gota de sangre?  Una fuerte contradicción estalló dentro de su cerebro; un conflicto nuevo ante el cual no sabía cómo actuar: sus receptores le decían una cosa, pero su sentido de la visión le estaba diciendo otra… En el amplio campo de las imágenes que podían captar los ojos del robot, la visión de sangre que no estuviese circulando por las arterias sino por fuera de ellas sólo podía evidenciar dolor y sufrimiento en la persona…  Una tormenta interna se estaba librando en su interior… Sus muñecas se tensaron; su cuerpo empezó a manifestar unas sacudidas muy semejantes a convulsiones… y comenzó a tironear con fuerza de los grilletes que aprisionaban sus manos del mismo modo que sus pies hacían lo propio para librarse de los suyos.

Goran, mientras tanto, seguía azotando la espalda de Miss Karlsten sin darse cuenta de nada, ni siquiera de que, ya para ese entonces, el delgado hilillo de sangre se estaba engrosando hasta convertirse en una línea bien visible.  El robot incrementó la fuerza con la cual tironeaba de los grilletes hasta que un seco crujido metálico indicó que los mismos habían cedido o, lo que era lo mismo, que sus manos y pies ya estaban libres… El sonido de los grilletes al ceder provocó que tanto Carla como Goran giraran a un mismo tiempo la cabeza hacia el androide, súbitamente libre… El rostro de la ejecutiva evidenciaba sorpresa pero también fascinación: Carla Karlsten no podía creer que su “Dick” hubiese sido capaz de semejante portento por protegerla a ella.  En el rostro de Goran, en cambio, sólo había lugar para el terror, al punto que la tensión de su mano se aflojó y el látigo cayó; quizás fue un acto instintivo o bien el artista del sado llegó a pensar que el androide se calmaría si dejaba de castigar a quien era dueña del mismo.  Fuese como fuese, no funcionó…

El Merobot avanzó resueltamente hacia Goran, ya para entonces petrificado y carente de reacción.  Utilizando la fuerza de sus potentes brazos, el robot lo levantó en vilo como si se tratase de un saco de plumas y lo arrojó violentamente contra la pared.  El cuerpo de Goran impactó con tal fuerza que el artista del sado quedó en el piso, aturdido y desvanecido.  Si el golpe contra la pared no le partió el cráneo fue porque la máscara de cuero que utilizaba funcionó como un excelente amortiguador.

Carla no salía de su asombro.  Atada como estaba a la mesa de estiramiento, miraba al robot boquiabierta y sin terminar de asimilar la situación… La primera ley de Asimov le retumbó en la cabeza: un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.  Pues bien, estaba claro que el androide había respondido perfectamente a la segunda parte del enunciado, pero…. ¿qué diablos había pasado con eso de no hacer daño a un ser humano siendo que había arrojado a Goran con una fuerza que hasta podría haberle matado?  Lo que en realidad estaba ocurriendo, pero que Carla no sabía, era que la contradicción lógica había terminado por desequilibrar el cerebro positrónico del robot: de algún modo se hallaba en “cortocircuito” al haber entrado en juego dos conceptos aparentemente contradictorios.  Pero lo que Carla quería creer era otra cosa: prefería pensar que ella había despertado en su “Dick” algo diferente; una especie de “instinto oculto” dentro de la máquina o bien… alguna dosis fuerte de humanidad que había terminado por imponerse sobre su lógica de robot.  Por eso mismo no dejaba de mirar al Merobot entre perpleja y maravillada, con su rostro iluminado y el labio inferior caído…

El robot llegó junto a ella y cortó cada ligadura de un solo tirón.  Una vez que tuvo las manos libres, Miss Karlsten se giró por completo hasta encararse con él.  Le sostuvo la mirada al hablarle…

“No… puedo creer lo que hiciste por mí”

“Jamás podría dejar que te hicieran daño…” – le dijo él.

Y sus labios se confundieron en un profundo y prolongado beso.  Fue él quien, en determinado momento, interrumpió el mismo y, acariciándole la mejilla con suavidad, la apartó un poco…

“Tenemos que salir de aquí…” – le conminó.

“¿De… qué hablas?” – preguntó ella, frunciendo el ceño y evidentemente confundida.

“Voy a sacarte de este lugar…”

Sin más trámite, tomó a Carla y se la echó al hombro de tal modo que ella quedó pendiendo cabeza abajo contra la magnífica espalda del androide en tanto que sus piernas, atrapadas por el brazo del mismo, caían hacia adelante a lo largo del pecho.  Llevando de ese modo a su dueña, el robot se dirigió hacia la oficina para encontrarse allí con el extraño espectáculo de dos tipos tomándose a golpes.  La impresión recibida por estos últimos fue tal que interrumpieron su golpiza y sus ojos se abrieron enormes e incrédulos.  Fue, particularmente, Jack quien reaccionó.  Sacando de un empujón a Luke de encima suyo, se incorporó y fue contra el androide a los efectos de liberar a Carla; su tentativa, sin embargo, quedó condenada al fracaso cuando, con un potente y violento manotazo, el androide lo barrió de su camino haciéndolo caer aparatosamente contra el escritorio.

Aun dolorido y golpeado, Jack accionó el conmutador y llamó al personal de seguridad, los cuales rápidamente se hicieron presentes en el lugar.  La sorpresa de éstos al ingresar en el despacho no fue menor que la que habían experimentado instantes antes Jack y Luke; diríase mayor aun por no tener idea acerca de la existencia del Merobot ni, mucho menos, del contexto que llevaba a la delirante escena que tenían ante sus ojos: su jefa, absolutamente desnuda, siendo cargada al hombro por un tipo de portentoso físico e igualmente desnudo.  Empuñando sus armas, fueron haciendo un cerco en torno al robot pero sin atreverse a disparar ya que ello podría significar poner en riesgo a Miss Karlsten.

El androide miró a todos lados y, finalmente, fijó la vista en el amplio ventanal.  Dirigiéndose hacia el mismo, lo golpeó varias veces con el puño cerrado y el blindex se fue, poco a poco, astillando, mientras los efectivos de seguridad no hacían más que repetir, inútilmente, la voz de alto.  El robot, desde ya, estaba programado para obedecer órdenes humanas, pero la realidad era que, ya para ese entonces, se hallaba totalmente fuera de sí y sus reacciones estaban lejos de ser medianamente previsibles.  El blindex, finalmente, estalló y cayó pulverizado dejando el ventanal libre.  Una expresión de terror se apoderó de todos los presentes en la oficina y, muy especialmente, de Jack Reed, al ver cómo el androide saltaba hacia el otro lado del ventanal llevando a Carla Karlsten como carga humana…

CONTINUARÁ