Máquina Expendedora de Placer (I)

En el S XXII se ha inventado la máquina expendedora de placer y yo trabajo en una de ellas. Aquí os cuento cómo es mi trabajo, empezando por el clásico de los glory-holes: la mamada.

Máquina expendedora de placer

I

Dentro del Emporio del Placer, el centro comercial del sexo más prósperos del S XXII, uno de los servicios más populares son sus máquinas expendedoras de placer. Yo tengo la suerte de trabajar en una de estas máquinas. Mi nombre no es importante para el servicio que doy, solo importa que soy un hombre, de complexión fuerte y en plena forma. La máquina expendedora de placer, desarrollada a partir del concepto de glory hole , es un invento en el que el cliente elige en una pantalla el servicio que quiere, paga por ello y recibe lo que ha pedido a través de estimulaciones que yo me encargo de administrar, ya sean visuales, auditivas o físicas. Detrás del “mostrador” yo estoy en una habitación súper-tecnificada en la que tengo a mi disposición, además de mi propio cuerpo, todo tipo de herramientas pensadas para satisfacer casi todos los gustos. Parte de mi jornada laboral consiste en sesiones de gimnasio y entrenamiento sexual para asegurarme que puedo dar lo mejor de mí durante mi tiempo de servicio tras la máquina. En un día normal, después de una sesión de gimnasio, me meto en mi “oficina”, hago una comprobación rápida de que todo está en su sitio y operativo, y espero a la llegada del primer pedido. ¿Un ejemplo? Empecemos por un clásico de los glory hole : la mamada.

Esa mañana estaba siendo un día de poco trabajo. Había hecho dos comidas de coño y había recibido sexo anal tres veces. Así que estaba caliente a tope, pero se nos prohíbe masturbarnos porque en este estado nuestra carga de semen es muy apreciada por la clientela. En lugar de eso puse un indicador en la pantalla que mostraba que mi leche estaba a punto de caramelo para ser disfrutada. Así que no tardé en recibir una solicitud de felación.

Antes de cada pedido tenemos unos segundos para dar los últimos retoques. Ni que decir tiene que la higiene es fundamental en este trabajo, y dispongo de un pequeño aseo con ducha para lavarme entre servicios. Naturalmente yo ya estaba preparado, pero una mamada requiere una revisión extra de la higiene de la polla. El pedido especificaba que se quería hacer la mamada desde cero, con la polla fláccida, así que, con cuidado de no empalmarme, repasé cada rincón de mi pene para asegurarme de que estaba libre de suciedad, y por último me di un toque en el pubis del aroma que habían escogido: frambuesas.

Con todo preparado, me puse las gafas de realidad virtual, que me permiten gestionar los detalles de la sesión como recibir instrucciones extra, proponer estipulaciones visuales y auditivas para mi cliente o incluso recibirlas yo por si me hicieran falta. Tal y como estaba de salido no las iba a necesitar, pero lo que sí que me dejé a mano fueron el retardante y el inductor del orgasmo, para asegurarme que la corrida ocurría en el momento perfecto. Y con todo esto listo, empecé el espectáculo.

Abrí la portilla que me quedaba a la altura de la pelvis y saqué mi miembro aun fláccido por ella. Unas manos expertas empezaron a masajear mis huevos y a acariciar el pene. Eran unas manos ágiles, pequeñas y de dedos largos que reconocí al instante. Una clienta habitual. Mentalmente repasé sesiones anteriores con ella y recordé que no le gustaba que me moviera. —Para mi esto es como una obra de alfarería —me dijo una vez —me gusta tomarme mi tiempo para moldear la polla y hacerla crecer hasta que esté todo lo dura que me gusta antes de tragármela.

Cambié mi vista a la cámara exterior que me mostraba a mi clienta. El ordenador alteraba cualquier rasgo que me permitiera identificarla por la calle, pero lo hacía de forma que pudiéramos reconocer a los habituales. En mi pantalla apareció una mujer de muslos y nalgas rotundas, espalda cuadrada, y pechos grandes pero un poco caídos que un vestido estampado de hojas otoñales recogía perfectamente formando un busto con apariencia mullida, muy apetecible. Su cara y pelo real, cualquier que fueran, habían sido reemplazados por un avatar de nariz ligeramente aguileña, y pelo largo y negro que le daban aspecto de hechicera sexy.

Había echado atrás la silla que tenía a su disposición y sobre la que ahora reposaban unas bragas de encaje naranjas, a juego con el estampado del vestido. Estaba acuclillada, con las piernas abiertas y su mano se perdía debajo del vestido. Desde este ángulo no podía ver qué estaba haciendo, así que cambié a otra cámara que me ofrecía una vista desde abajo para espiar por debajo de la falda. Ahora podía ver cómo se estaba masturbando furiosamente con un vibrador-consolador. El aparato tenía por un lado una bola vibradora con la que se masajeaba el coño, y a ratos le daba la vuelta con un giro de la mano para insertarse el extremo que servía de dildo. Esta vista, junto con visión de sus grandes tetas enmarcando su boca mamando mi polla casi me hace perder el control. Tuve que apagar la cámara y recurrir a toda mi voluntad para no correrme al instante. Me maldije por mi falta de profesionalidad y eché mano al retardante de la eyaculación. Pero por suerte ella también estaba a punto, y no me extrañaba con la caña que se estaba dando por debajo de la falda. —La quiero toda para mi, suéltala ahora. —me pidió por el interfono. Me dejé ir mientras ella aceleraba el ritmo de sus chupadas y del masaje de mis huevos, por el auricular me llegaban unos prolongados gemidos que me indicaban que se estaba corriendo en un intenso orgasmo. Mi polla estalló en chorros de leche que ella lamió con ansia, aparentando y estrujando para ordeñarme hasta la última gota.

Mientras se recuperaba de su orgasmo, ella se entretuvo un rato más jugueteando con mi polla, pasando la punta de la lengua y acariciando su juguete. Finalmente, sentí unas palmadas cariñosas y me dijo: —Muchas gracias, me ha gustado mucho. Me da pena no poder llevarte conmigo. Pero te prometo que volveré otro día. —Otra clienta satisfecha. Yo también estaba contento, aunque las herramientas como el retardante están ahí para dar exactamente el servicio que se me pide, siento un cierto orgullo personal, un cierto sentimiento artístico de conseguir hacer las cosas por mi mismo.

Otro día os contaré más anécdotas. ¡Hasta pronto!

Espero que os haya gustado. Estaré encantado de leer vuestros comentarios tanto aquí como en mi correo andrialfo.relatos@gmail.com.

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