Manzana con canela (1)

Lésbico.

Manzana con canela (I).

Ángela estaba bebiendo. Tumbada sobre el césped, Mamen la contemplaba fascinada. Le agradaba el cuerpo de su amiga, sus formas, el contorno de sus caderas, la suave curva de su abdomen, las jugosas tetas que, en aquellos momentos, ocultaba su diminuto bikini rosa. El agua, helada, parecía entusiasmar a la joven, que bebía con gula, satisfaciendo su sed. Al terminar, inclinó el vaso un poquito, y el escaso líquido que aún permanecía en él se estrelló contra su terso cuello. Breves gotitas de agua fresca corriendo a través de aquella tez morena se deslizaron sinuosas, y muy pronto alcanzaron la hermosa geografía del hombro de Ángela.

Mamen se humedeció los labios

Ajena a tanto derroche de erotismo, Claudia continuaba en la piscina, le encantaba nadar, y sentir cómo su cuerpo sumergido se abandonaba a la desidia. Hacía calor, el sol de mayo era casi tan fuerte como el de agosto, y la tarde se iba deshaciendo, perezosa, en lentas horas de bochorno pegajoso.

Ángela se sentía guarra. Se había estado masturbando en la soledad de su dormitorio, desnuda, tendido su escultural cuerpo sobre la frescura de unas sábanas inmaculadamente blancas. Se había retorcido sus siempre erectos pezones, le agradaba mucho su tacto, eran como capullos de flor sumisos y complacientes. Se había acariciado la firme planicie de su vientre, se había tocado con mimo el hueso de la cadera, del que tan orgullosa se sentía, y se había manoseado las nalgas

Desde la cocina, mientras buscaba un cubito de hielo para gozar de él mientras se le deshacía en la boca, la chica veía a Mamen, que no dejaba de observarla.

después, ya cachonda, se había concentrado en su coñito, esa parte de su anatomía rosada y sedosa, depilada y estrecha, cálida y acogedora. Ángela, que se sabía bella desde la más tierna infancia, adoraba su gruta del placer. La había descubierto siendo aún muy niña, casi sin ser consciente de lo que estaba haciendo, y desde entonces no había dejado de acariciarla. Ángela quería a su coño, lo cuidaba, lo trataba como si fuera un tesoro, y casi a diario le procuraba raciones generosas de toqueteos y pellizcos.

Suspiró, complacida, y dejó que el hielo le inundara la boquita de frialdad mientras seguía recordando su masturbación.

Con las piernas muy abiertas, uno de sus pulgares se había introducido con rapidez en su hendidura ya húmeda, le gustaba mucho penetrarse con ese dedo, mientras su otra mano se entretenía viajando con glotonería a través de los pliegues de su concha. Su coño era como una rosa, muy fresco, muy bonito, muy perfecto. Y muy receptivo, se mojaba con facilidad, y sabía perfectamente cómo adaptarse a los movimientos de su prodigiosa muñeca. Todo su cuerpo subía y bajaba, con delicadeza, y Ángela no había tardado mucho en comenzar a gemir. Optó entonces por algo más grande, más rotundo, y cogió el último de los vibradores que había adquirido, Ángela era adicta a las compras de juguetes sexuales. Se clavó en su hambrienta cueva aquel hermoso modelo de consolador, muy grueso, de color morado, dotado de una vibración muy intensa, y arqueó la espalda, para que la embestida llegara más lejos, y saboreó los ataques de aquel falo de plástico que la dominaba, y acompasó sus caderas al ritmo de baile que marcaba aquella folladita, y empezó a sudar, y a empaparse, y dejó que su mente evocara la larga polla de Pablo, su más reciente amante, y el vibrador se perdía en los orificios de su caverna sexual mientras su cabeza se llenaba de fantasías en las que ella, a cuatro patas, se tragaba todo el erectísimo miembro de Pablo, que jadeaba como un animal y le decía una y otra vez que era una puta.

Ángela se dirigió a la piscina, sintiéndose guarra, zorra, putita.

No te bañas, Mamen?.- inquirió con su voz agresiva.

Siempre hablaba en un tono altivo, como si el mundo entero hubiera de estar a sus

órdenes. A sus dieciocho años, Ángela pensaba que la vida era muy fácil. Sus impresionantes ojos verdes siempre destilaban energía, lucía los cabellos, cortos y alborotados, teñidos de un tono similar al de los arándanos, y su piel aceitunada parecía tersa y dulce. Ángela era guapa, se trataba la suya de una belleza casi insultante, alta y esbelta, poseía un cuerpo que causaba sensación.

No, paso de bañarme.- repuso su amiga, un año mayor que ella.- Está muy fría el agua.

Qué dices?.- intervino Claudia, la mayor de las tres, que ya había cumplido los veinte. - El agua está buenísima.

Sí, buenísima para ti, que pareces una sirena… Yo la encuentro helada.

Helados están los cubitos de hielo que me acabo de comer.- dijo Ángela, mientras se untaba de crema sus muslos prietos y bien torneados.

Mamen y Claudia eran bonitas, aunque ninguna había sido dotada con ese duende

especial que desprendía Ángela, ella era arrolladora, embrujaba, dominaba como nadie el arte de la seducción. Mamen era chiquitita, apenas un metro cincuenta y cinco de estatura, una muñeca fina y graciosa, con las pestañas muy largas y los ojos muy oscuros, un busto generoso y un culo redondo bien apetecible. Claudia, la clásica rubia de melena ahuecada y mirada azul penetrante, delgada y bien hecha, con las tetas pequeñas, el trasero muy mono y la cintura muy breve.

Tres mujeres guapas.

Siempre andas con el hielo en la boca…- se rió Claudia.

Siempre, siempre… no!. A veces me meto otras cositas entre los dientes

Las muchachas estallaron en carcajadas, Ángela y sus historias!, y ella continuó

conversando. Le encantaba hablar, escandalizar a su auditorio, compartir sus experiencias.

Me gusta comerme platanitos, ya lo sabéis, y plátanos grandes

Y qué es plátano y qué es platanito?.- quiso saber Mamen, divertida.

Plátano… plátano es una fruta de veinte centímetros.

Se rieron, las tres.

El mango de Pablo, entonces?.- preguntó Mamen.

Exactamente.

Y Ángela evocó a Pablo, el hombre que tanto la fascinaba, recordó la firmeza de

sus brazos, la tableta de chocolate que exhibía con descaro, sus piernas poderosas, se acordó de su penetrante aroma, olía a varón, a macho, a sexo salvaje, y no pudo evitar mojarse al añorar la única noche que hasta la fecha habían compartido, la noche en la que su enorme pene le había follado la boca, la había penetrado una y otra vez, ella había tragado, le encantaba comer pollas, se tragaba la verga de Pablo con generosidad, se la comía entera, él le empujaba la cabeza, empujaba… y aquella erecta fruta amenazaba con alcanzar su garganta y provocar que ella se atragantara

Y qué más te gusta comer, cariño?.- dijo Mamen.

Bombones, fresas, mmmm, caramelos de limón, pollas

Las niñas se rieron.

Ángela dejó de escuchar las voces de sus amigas, ya no sabía de qué estaban hablando, no prestaba atención, se levantó, y el pequeño tanga rosa que componía la parte de debajo de su bikini reveló lo excitada que se encontraba, estaba mojadito, y ella caminó extasiada, con los pezones encabritados, hasta el interior de la casa, y, mientras preparaba fresas en un cuenco y buscaba más cubitos de hielo en el frigorífico, siguió acalorándose con el recuerdo de aquella felación, cómo le había gustado chuparle la polla a Pablo, sentir la dureza de su miembro potente en su boquita de adolescente, notar su creciente excitación, alimentarse de sus convulsiones, beberse sus jadeos, qué puta se había sentido mientras él le decía que en efecto era una puta, una auténtica zorra, y se había deshecho en un orgasmo brutal, y líquido, y acuoso, cuando él también llegó a la cima, y se corrió en su cara, bañó sus mejillas con su obsequio de leche tibia y grumosa, semen con sabor amargo que manchó sus pestañas, sus rotundos pómulos, sus labios de mujer bella.

Después habían follado… También por detrás. Por el culo. Ángela era analmente virgen, su orificio trasero tan sólo había sido profanado por un dedo revoltoso y una lengua juguetona, y de repente a Pablo se le había antojado una penetración profunda y oscura, anal. Le había ordenado que se colocara a cuatro patas, y le había clavado el miembro con demasiada brusquedad, a él le ponían los juegos violentos. A pesar del lubricante, a ella le dolía, su agujero estaba demasiado estrecho, muy cerradito, y aquella polla entrando y saliendo con fuerza en tan delicado lugar le provocaba escalofríos de dolor. Pero también la excitaba… Más tarde, cuando sus piernas dejaron de temblar, sus gemidos se acoplaron a los del chico, el daño empezó a transformarse en un placer extraño y caliente, y Ángela gozó de las embestidas que el pene de aquel chico le regalaba.

Pablo… cuánto le gustaba… tan guarro y deseable… perverso y malicioso, ni siquiera le había enviado un mensaje tras tan buena y duradera sesión de sexo

Ángela, qué coño haces?.- preguntó Mamen desde el jardín.

Coño!!, pensó ella, divertida, si tú supieras cómo lo tengo ahora mismo, vibrante,

empapadito, y ávido de una buena sacudida

Ya voy.

Salió de la casa balanceando las caderas. Todos sus movimientos eran sinuosos, a

veces se parecía a una tigresa en celo, otras a una gatita presumida, se contoneaba, era como un felino, grácil y salvaje al mismo tiempo, una tentación de piernas largas, culo firme y redondo y espalda de hechuras prácticamente perfectas.

Qué traes ahí?.

Fresas y cubitos de hielo.

No se supone que deben ser fresas y champán?.

Eso es demasiado clásico. Así será más divertido.

El qué será divertido?- inquirió Claudia, la más inocente de las tres.

El juego que se me ha ocurrido para aliviar los calores de esta tarde tan pesada.

Se encontraban en el jardín trasero de la casa de Ángela. Los padres de la joven

pasarían fuera todo el fin de semana, el jardinero tenía el día libre, y la asistenta filipina que llevaba más de veinte años con la familia probablemente estaría echándose la siesta en su cuarto. Ángela se sentía libre para hacer travesuras.

Cogeremos cada una un cubito de hielo. Debemos tenerlo en el cuerpo hasta que se derrita, a ver cuál es la más atrevida

Estás loca, Ángela.- dijo Mamen.

Y ella misma se apoderó de un pedrusco helado. Lo apoyó en la deliciosa curva de

su vientre redondeado, lo deslizó a través de su tez ya bronceadita, dibujó con él círculos que la hicieron temblar, que consiguieron que se le erizara el vello de los brazos y que los pezones presionaran la suave tela de su bikini anaranjado. El hielo se deshacía en agua, agua que resbalaba traviesa sobre la juvenil geografía de Mamen, ella conducía el cubito hacia su ombligo, un ombligo adornado por un piercing de plata con forma de delfín, y se estremecía, y notaba la ardiente mirada de Ángela posada en sus carnes.

Qué tímida eres.- se quejó Ángela, cuando el cubo helado se hubo derretido por completo. Ahora tú, Claudia, sorpréndeme.

Claudia únicamente llevaba la braguita negra de su bikini. Se había despojado de

la parte de arriba, y sus tetas, más blancas que el resto de su piel, exhibían orgullosas el poderío de su escasa edad. Se mostraban altas, erguidas, duras, con unos pezones muy oscuros coronándolas, haciéndolas aún más bonitas.

A ver si consigo sorprenderte.- musitó.

Y se llevó un pedazo de agua helada a la boca, Ángela observó cómo se mojaba

los labios, cómo los acariciaba con el cubito, y cómo finalmente engullía aquel cuadrado que la hacía deshacerse en grititos y en risitas.

Y, cuando Ángela y Mamen ya pensaban que la osadía de Claudia había tocado a su fin, la rubia se sacó el trozo de hielo de la boca, y lo posó sobre sus pezones, primero en uno y luego en otro, para luego acercarlo con coquetería a la boca de Ángela, que lo obsequió con un lametazo, y metérselo de nuevo en su hermosa boquita de labios abultados.

  • Mmmmm, - suspiró Ángela.- no ha estado mal.

Y, mientras la tarde perezosa seguía siendo caliente y aburrida, la bella Ángela se quitó su diminuto tanga. El vecino del chalet de al lado, cuya presencia ellas desconocían, comenzó a pajearse cuando contempló las rotundas nalgas de la chica, y se meneó la polla rezando, era muy religioso, para que la bonita mujer que tenía la edad de su hija se diera la vuelta y le permitiera también atisbar su coño.

Pero Ángela no se volvió, se limitó a tumbarse desnuda en la hamaca, y el mirón se quedó sin ver su depilada gruta, aquellos pliegues sonrosados y bonitos que ella acariciaba con sus desvergonzados dedos. Sin más preámbulo, se introdujo una piedra de hielo en su abertura vaginal, y se acarició los labios y el monte de Venus mientras con el pulgar presionaba sobre el cubo helado para que no se le saliera. El líquido gélido corría por sus entrañas, ella jadeaba, y aquellos regueros de agua bastante más que fría se mezclaba con los fluidos gelatinosos que su excitación la obligaba a expulsar.

La más atrevida… yo!. – gritó la chica, cuando el juego llegó a su fin.

Sí. Tú!!.- aceptaron sus amigas.

La leche del vecino se estrelló contra los cristales de la ventana de su dormitorio.

No había podido aguantarse más, ver a las jóvenes metiéndose fresones en sus bocas de ninfas traviesas había sido duro para su fortísima erección. Mamen se acariciaba la nuca sudorosa con la fruta, luego la llevaba con soltura a la lengua de Claudia. Claudia mordisqueaba la fresa, después permitía que Ángela le comiera la boca. Y Ángela, siempre osada, se follaba el coñito con un fresón muy grande y muy encarnado, más tarde se lo comía, y su barbilla se teñía de rosa, los jugos descendían por la piel de su cara, y ella se nutría del sabor ácido que había salido de su vagina mojada.

Nos bañamos desnudas?.- propuso Mamen.

Tardaron segundos en deshacerse de las escasas prendas de ropa que lucían. Eran

amigas desde el colegio, y a menudo compartían alguna caricia más erótica que cariñosa, con frecuencia se rozaban más de lo normal al colocarse un tirante o ajustarse un cierre, no era raro que las tres fantasearan con la idea de disfrutar de un encuentro sexual, un trío salvaje y sensual.

Tres cuerpos lindos y jóvenes saltaron a la piscina. Gritaban, por el frío, y sus chillidos de niñas pijas les impidieron escuchar el pitido de un móvil. Pablo anunciaba a Ángela que se pasaría por su casa al atardecer, pero, en aquel instante, ella no se enteró.

Seguía en el agua, desnuda, gozando de la libre sensación de flotar sin las ataduras de la ropa. Besó a Mamen en la boca, con furia y pasión, y retorció uno de los pezones de Claudia. Luego, sintiéndose guarra y loba, culebreó bajo el agua, buceaba muy bien, y depositó un lametazo en el culito de Mamen

Abandonaron la piscina jadeantes y risueñas, y se tumbaron en el césped. El cielo se teñía de añiles y violetas imposibles, y el sol de mayo les acariciaba la piel. Ángela se dispuso a contarles a sus compañeras sus últimas vivencias en una tienda erótica. Les habló de sus compras, unas bolas anales que ella pretendía meterse en su estrecho sendero de atrás, un consolador en forma de gigantesca barra de labios, y un anillo vibrador que ya se había introducido en su coñito juguetón.

Más tarde, cuando el atardecer ya declinaba, Ángela preparó una exquisita merienda, dados de jugosa manzana espolvoreados con canela, y las tres comieron en el jardín, saboreando las ternuras del sol en sus cuerpos bronceados, y, a veces, se buscaron las bocas para succionarse las lenguas, y se mordieron los morros, y se besaron con ganas, y se fundieron unas con las otras con la naturalidad de sus pocos años.

Permanecieron mucho rato desnudas, altivos sus pezones, expuestos sus coñitos adolescentes, depilado el de Ángela y velludos los otros dos, y se acariciaron las piernas con los dedos de los pies… y consiguieron que el vecino adicto al voyeurismo volviera a empalmarse

Casi anochecía cuando llamó Pablo, y anunció sus intenciones de pasarse por la casa. Ángela jadeó sólo recordando el tamaño de su pene, y Mamen y Claudia se dispusieron a vestirse.