Manya se confió
Una mujer madura se confía de un desconocido. Nunca se imaginó lo que iba a despertar en ella.
Manya se confió
Esto que contaré a continuación es un hecho que le sucedió a mi amiga Manya hace muy poco y que le cambió los valores que acuñaba de siempre.
Ella misma acudió a contarme, para eso estamos los amigos, al menos los verdaderos que tanto en las buenas como en las malas nos apoyamos mutuamente.
Ahora diré algo de ella antes de pasar al episodio. Manya tiene 39 años, es bellísima, una carita dulce y tierna que enmarca su bondad. Sonrisa amplia pero un tanto melancólica con una mirada que expresa inteligencia con un dejo felino. Cutis terso, limpio y blanco que conoce poco maquillaje, no le hace falta. Solo se pinta cuando trabaja, es conserje de un hotel. Aún en esos momentos solo un poco de sombra y rouge acentúan su belleza inmaculada.
Su cabello castaño claro, casi rubio cae un poco más allá de los hombros formando bucles, unos rulos preciosos que complementa con su mayor atributo, los ojos, celestes, grandes, lánguidos, que iluminan su andar y nunca pasan desapercibidos cuando ella llega. Tiene boca normal, ni grande ni pequeña, pero si muy femenina y sus cachetes, que resaltan, le dan esa imagen tierna, pues son una invitación a pellizcarlos como a los de un bebé.
Cuando quedamos que iba a escribir lo que me había contado le pregunté si podía poner una foto suya, para que todos vieran de verdad lo hermosa y a la vez simple que es. Pero no me dejó, entiendo que el pudor fue muy fuerte, sobre todo a medida que avance en los hechos.
Su cuerpo también es atractivo, moldeado por los años y los hijos, es lo que se considera de muy buen ver, para estar cerca de las cuatro décadas. Como dirían en Norteamérica, una MILF de bandera.
Alta, alrededor de 1.75 m., erguida y con buena carne para agarrar, ni ahí que sea gorda, ni siquiera rellenita, ancha de espalda, con unos pechos grandes tirando a… grandes, según alguna vez me dijo de areolas y pezones rosados, yo nunca los vi, eso me dijo ella. Y si bien la ley de gravedad ya los empezó a afectar, están en ese punto donde si bien no están erguidos majestuosos, tampoco descansando sobre el abdomen.
Su cintura no es de avispa como una quinceañera, luego de cuatro hijos, un asentamiento de límpidos y adiposidad se congregó en torno a la barriga, siempre consideré sexy ese flotador en las mujeres, si no es muy pronunciado, como es el caso de Manya.
Luego viene su cola, ¿qué palabras encuentro para describir lo que genera ese culo cuando pasa?
Soberbio y altivo, las pocas veces que usa algo ajustado parece que la tela explotará. Es pronunciado, acorde al resto del cuerpo, redondo y carnoso. Se dé más de uno que quisiera ser su calzón para estar pegado siempre a ese culo.
Completo su descripción con sus piernas que son macizas y largas, estilizadas y fuertes a la vez, de esas que posee un deportista. De hecho siempre bromeo con ella a que si patea un penal sería inatajable.
Y todo este monumento de mujer siempre está oculto, jamás usa ropa provocativa, ni corta ni demasiado apretada. Se casó muy joven y enseguida llegaron los hijos, uno detrás de otro. Por 15 años se dedicó solo a la familia, la casa, los hijos y un marido que con el correr de los años fue perdiendo interés en ella, no le faltaba nada, quizá sí, amor. Alguna vez me confesó sentir ciertas sospechas de que el tipo tenía otra, pues ya casi no tenían relaciones, pasaban semanas enteras sin que la toque, y ella se deprimía y buscaba consuelo en obras de bien, en que sus hijos estuvieran felices y con algún que otro amigo o amiga.
Desde hacía dos años estaba trabajando y buen trabajo que le costó convencer al marido para que la deje, eso le sirvió en parte para despejar su pena y soledad.
A partir de ahora contaré lo más textual posible, lo que sucedió un sábado en que una amiga la convenció, después de mucho insistir, para salir a cenar y despejarse, previo conseguir el permiso del posesivo marido que aunque no la cuidaba, tampoco le daba libertad.
De verdad acepté de mala gana salir con mi amiga, más por no defraudarla a ella que por mí. Después de casi rogarle a mi marido que solo iría con mi amiga a cenar y tomar algo, y aceptar él de muy mala gana, nos dirigimos con ella a un restaurante, en el auto de ella.
Cenamos tranquilamente y bebimos una botella completa de vino Concha y Toro que nos salió un ojo en la cara, pero para una vez que salía no me fijaría en gastos. Lo cuestionable fue que al no estar acostumbrada a beber, esas dos o tres copas de vino me afectaron en verdad. Me sentí más desinhibida y suelta, hasta bromeamos con mi amiga al observar algunos de los clientes buenos mozos del local.
Yo no soy así, mi vida de casada, casi el total de mi vida entera, fui una esposa modelo, dedicada al cuidado de la casa, los niños y mi esposo, sin deslices ni alterando la rutina, cruel rutina la del matrimonio que mata las paciones.
Liberada de las cadenas morales, acepté sin dudarlo cuando mi amiga me propuso ir a un local bailable. No pensé ni en mis pequeños ni mi marido, de hecho si lo hice en él, pero me auto convencí diciéndome que él no pensaba mucho en mí.
Fuimos a un lugar más bien ambientado para gente mayor, más de 30, donde nomás llegar fuimos a la barra por unos tragos. Mi amiga más acostumbrada a la noche pidió dos batidos de licor, un trago bastante nuevo que estaba de moda y que yo jamás había escuchado nombrar. Para quien no lo haya probado les confieso que es riquísimo, pero adictivo. Nos tomamos tres cada una antes de alejarnos de la barra y caminando no del todo estable, al menos yo deambulamos de aquí para allá.
Algunos hombres nos cortaron el paso más de una vez para invitarnos a bailar, pero rechazamos uno tras otro, éramos importantes, no nos íbamos a dejar arrastrar por el primer señor caliente que nos quisiera llevar a una pista atestada de gente que se franeleaba y fregaba llenas de sudor traspasándoselo unos a otros.
Después de un rato sin mucha actividad aceptamos por fin bailar con un par de muchachos que andarían por los 30 años. En realidad fue mi amiga la que atrajo a los dos. Aunque es de misma edad, al ser divorciada y sin hijos se puede dar el lujo de vestirse provocativa, por lo que no dejaba pasar oportunidad de mostrar piernas y escote, cosa que a los hombres atraía como una flor a las abejas.
Yo siempre fui recatada en mi vestimenta, bastante clásica, jeans, remeras, camisas y zapatos y no era hoy la excepción, aunque me doy cuenta de las miradas que echan a mis pechos y doy por seguro que también me miran el trasero cuando paso, aunque no tengo ojos en la nuca, me da la sensación que me desnudan con la mirada desde atrás.
Sea como sea, sea mi amiga el imán o ambas, la cosa que bailamos largo rato con estos muchachos, bien parecidos los dos y muy educados, con lo que mi compañero de baile se ganó mi confianza. Conociendo a mi amiga, creo que ella esperaba más que le falten, a que le tengan respeto.
Luego de unos diez temas que bailamos sin parar me sentí un poco cansada, así que le pedí a mi amiga parar un rato a descansar, ella me lo concedió de muy mala gana, pero se iluminó de nuevo cuando su acompañante nos dijo:
-Yo también estoy cansado, si quieren vamos por unos tragos y descansamos los cuatro juntos charlando un poco.
Ella accedió de inmediato, aunque yo no estaba muy segura, al final no puse reparos.
Cuando volvieron con las bebidas, nos sentamos en unos sillones a disfrutarlas y conocernos. Ellos se presentaron como Alejo y Marcelo a lo que mi amiga respondió:
-Mucho gusto chicos, yo me llamo Andrea y mi amiga tímida acá presente, Manya.
La pulvericé con la mirada, pero ella ni se dio cuenta. La charla continuó entretenida, bueno, mi amiga charlaba con ellos, yo solo opinaba de vez en cuando, aunque los tragos me estaban empezando a soltar y agitar.
En un momento uno de los chicos preguntó si queríamos volver a la pista. Yo dudé, me mantuve indecisa. Pero Andrea me dijo que la acompañe al baño, y a ellos que nos esperaran. Allá fuimos.
-Manya, tienes que divertirte. –Me dijo apenas entramos al toilette. –Suéltate, olvídate de tu marido por un rato y permítete disfrutar un poco… no le hacemos mal a nadie bailando con dos tipos guapos.
Me dejó pensando mientras hacía sus necesidades y cuando volvió al lavado me preguntó:
-¿Estás de acuerdo, amiga? Dale, bailamos un poco más y nos vamos.
Acepté, en mi interior, mi recatada vida pugnaba por mantenerme digna y fiel a mi esposo. Pero por otro lado me sentía un poco cachonda, tal vez debido a la larga abstinencia de sexo potenciado por el alcohol ingerido. Muy nerviosa notaba una cierta humedad en mi entrepierna.
Volvimos con los muchachos y continuamos bailando, cada vez más pegadas a nuestras parejas ocasionales, sobretodo Andrea que estaba en su salsa, como buena salida que era disfrutaba mucho la proximidad de un macho joven.
Siguió pasando el tiempo, alternando bailes con bebidas, cuando ya comprendí que estaba borracha, nuevamente Andrea me habló:
-Mi pareja tiene que marcharse y me preguntó si lo podía llevar a su casa. Espérame aquí que vuelva y nos vamos, no tardo mucho, además te dejo en buena compañía… jijiji…
Solo por no ser aguafiestas le contesté que sí y se marcharon, seguramente quería estar un rato a solas con el hombre.
Permanecí entonces en el local acompañada de mi bailarín que continuó bebiendo y haciéndome beber tragos exóticos que no conocía. Bailamos otro poco de a ratos y hasta una selección de lentos donde comprobé como se abrazaba a mi cintura de forma posesiva, pero se sentía tan rico y caliente que lo dejé tocar un poco más allá de lo aconsejable para una mujer casada.
El tiempo pasó y mi amiga no volvía, me sentía un poco intranquila, quizá ya sería hora de volver a casa, pero mi acompañante era tan galante y gentil que nublaba mis sentidos. Hacía tanto que un hombre no me elogiaba…
Cuando ya la espera se me hizo insostenible, le dije a Marcelo que debía irme. El también pensaba que estaban tardando demasiado así que me propuso alcanzarme a donde iba. Me resistí sin poca convicción, puesto que tomar un taxi a esa hora no era fácil. Tras dejarlo insistir un poco acepté.
Subimos a su auto y a las pocas cuadras revió una llamada al móvil. Fue una conversación corta, cortó y me informó que era Alejo, el que se había ido con mi amiga, y que en 30 o 40 minutos irían los dos a su casa y allí Andrea me iba a recoger para irnos.
-Si te parece bien vamos hasta casa y los esperamos tomando unos últimos tragos… me agradaría charlar un rato más contigo además de la compañía de tan bella mujer.
Dudando terriblemente, sopesé las posibilidades… era solo media hora y también quería seguir charlando con tan gentil caballero. Y no puedo negar que entre mis piernas la humedad continuaba. Así que le dije que sí y fuimos a su casa.
En el camino, que no era muy largo, aunque no tenía ni idea donde era, pues el mareo etílico me abstraía, él continuó halagándome, sobretodo mis ojos, lo que me hacía ruborizar.
Llegamos a su casa, entramos y nos acomodamos en un salón muy acogedor, mientras el preparaba un par de tragos me pidió que pusiera la música que quisiera escuchar, cosa que hice aunque no se que puse pues todo mi ser parecía flotar en una nube.
Se sentó a mi lado y bebimos y charlamos. Poco a poco la conversación fue derivando al tema sexual. El alcohol me soltaba la lengua y quizá le conté cosas que no debería, pero él se mostró siempre muy suave, seductor, tierno y cuando quise darme cuenta tenía un brazo sobre mis hombros y con la mano del otro me acariciaba una pierna.
A pesar de estar bastante bebida, no perdía la noción de las cosas. Sabía que estaba mal lo que hacía, pero no me resistí, al menos no mucho, una tenue protesta formal de esas:
-No, no podemos, soy casada…
Con tan poco convencimiento que no afectó en lo más mínimo sus actos. Caricia va, caricia viene comenzamos a besarnos. Tímidamente al principio y subiendo de intensidad hasta que se convirtió en un verdadero morreo con manoseos y gemidos incluidos. Me quitó la blusa primero dejándome con la prilli que me hacía resaltar los pechos.
Seguimos con el cachondeo, besos caricias y me despojó del jean quedando yo con las piernas al aire y el torso ceñido por la musculosa, todo mi culo estaba también a la vista. Ahí recordé que mi ropa interior no es muy sexy, más bien es amplia y recatada, como de vieja, me decía mi amiga. Sin embargo en un momento que quedé arrodillada sobre el sofá, pude ver mi cola en un espejo y con tanto trajinar y baile, la mayor parte se había metido entre mis generosos cachetes dándome un aspecto muy hot, hube de reconocer.
Él también se sacó la chomba y los jean quedando en slip bastante ajustado que marcaba un gran bulto. Se lo toqué por sobre la prenda y me sorprendí por lo osada, estaba perdiendo toda la timidez y el recato.
Me sacó la musculosa y corpiño con lo que mis grandes senos perdieron algo de sustento y era tanta mi excitación que los pezones se veían enormes y erguidos y lo apuntaron a la cara amenazando pincharle un ojo. Se llevó uno a la boca y lamió y succionó mi rosado pezón hasta que quedó de color morado, mientras pinzaba el otro y amasaba la teta con pasión.
Sentí como se me humedecía el cuero cabelludo y la espalda, me acaloré tanto que seguro mis mejillas y orejas estaban al rojo. Los pezones se volvieron hipersensibles y me transmitían todo tipo de señales placenteras al cerebro embotado de alcohol.
Mientras me chupaba y amasaba las tetas yo gemía quedamente abrazada a su cabeza en un éxtasis que de prolongarse mucho iba a culminar con mi primer orgasmo. Era así de grande mi necesidad de macho.
Pero se detuvo de mamarme los pechos para quitarme las bragas. A pesar de mi estado flotante no pude menos que avergonzarme muchísimo al recordar que hacía años no cuidaba la estética de mi sexo. Total, ¿para qué? Me decía a mi misma cuando me bañaba y solo rasuraba los bordes dejando una tupida mata de enrulados vellos rubios. Recordar eso cuando mi amante me desnudó por completo me cohibió un poco, pero él no hizo comentario alguno ni demostró que le molestara, más bien me atacó la vagina con toda la palma de la mano y me frotó e incluso penetró con sus dedos a los que se adhirió parte de mis flujos que hacía rato estaban descontrolados.
Estaba tan lubricada y temblaba tanto que debe haber supuesto que no aguantaba más sin algo en mi interior porque se detuvo y se desnudó completo. Ante mis ojos apareció su pene, grande, por lo menos más grande que el de mi marido, el único que conocía hasta ese día. No soy buena calculando pero mediría alrededor de 20 centímetros, durísimo y curvado ligeramente hacia un lado, con el glande descapuchado rojo bermellón y surcado por azules venas que parecían cuerdas.
Sentí un deseo irrefrenable de tocarlo, y él me lo ofrecía ahí, de pie frente a mí, sentada y excitada, lo tomé con ambas manos, palpándolo y reconociéndolo táctilmente y lo acerqué a mis labios. Besé la puntita con morbo para después, sacando la lengua, ensalivarlo desde la cabeza a los testículos. Aferrándolo con las dos manos de la base, lo engullí todo lo que pude, la mitad más o menos hasta que tocó mis amígdalas produciéndome una pequeña arcada que solucioné retirándolo prontamente de mi cavidad bucal, respirar y volver a tragarlo, ahora sí, midiendo la profundidad se lo chupé como posesa.
Seguramente le encantó porque dejó escapar un gemido largo y un resoplido. No me reconocía a mi misma tan sacada, tan infiel, tan puta. Se lo chupé y chupé con ímpetu unos segundos solamente, porque se retiró y veloz se arrodilló ante mis musculosas piernas súper abiertas y me colocó el glande entre los labios vaginales. Fue solo una pasada arriba abajo entre los labios mayores y me penetró.
Dejé escapar un grito de placer, ese pene me llegó a sitios jamás explorados en mi interior, parecía una descarga eléctrica que se apoderó de todas mis terminales nerviosas, partiendo desde la vagina y recorriendo a gran velocidad la medula ósea para explotar en mi cerebro.
Que placer, por Dios, jadeaba boquiabierta sin interrupción mientras mis caderas acompañaban el veloz vaivén de mi hombre que se había apoderado de mis pezones nuevamente. Un chapoteo continuo se escuchaba al chocar nuestros cuerpos. Tuve mi primer orgasmo en breve, un orgasmo desbastador como casi nunca había tenido, grité mucho y no hubo porción de mí que no se sudara. Estaba en la cima y lo peor que quería más.
Cambiamos de posición, él se sentó en el sofá y yo lo cabalgué arrodillándome abierta en el mismo. Su verga se acopló inmediatamente al interior de mi vagina y le dejé mis tetas al alcance de su boca, no tardó en volver a chuparme los pezones y sus manos las llevó a mi culo, clavándome los dedos en las nalgas y haciéndome un masaje enloquecedor.
El ritmo de mi cabalgata aumentó más y más a medida que estallaban estrellitas de colores y no me preocupé para nada que acabara en mi interior, no lo pensé, no podía razonar en ese momento, no era yo misma la adultera mujer que follaba con un casi desconocido sacando las sensaciones tan reprimidas en años.
Fue justo en ese momento en que llegamos al clímax al unísono e inundó mi útero de su semilla dando ambos largos aullidos, que la puerta se abrió dejando entrar a cuatro hombres. Los cuales tuvieron como primera vista mi gran culo y espalda sobre un tipo, ensartada profundamente y corriéndome como loca.
Me puse de pie como un rayo, dando un gritito de terror y tapándome las tetas con un brazo y la concha con el otro.
-Hola, hola, ¿qué tenemos acá? ¿La voluptuosa señora recatada al fin se soltó? – exclamó el primer visitante que no era otro que el tipo que se había ido con Andrea.
Al comprobar que mi amiga no estaba entre los recién llegados y el sujeto venía acompañado de otros tres, me asusté y pregunté con angustia:
-¿Y Andrea? ¿Qué hiciste con Andrea? ¿Quiénes son ellos?
-A tu amiga le eché un polvito rápido y la despedí… no veía la hora de sacarme de encima esa pesada para venir con vos, bonita… - me explicó entre risas.
-Yo me tengo que ir. –exclamé ya con signos inconfundibles de miedo en mi voz y una lágrima en cada ojo que pugnaba por correr. –No entiendo nada, me tenía que venir a buscar acá, eso me dijiste vos…
Grandes risotadas escaparon de todos, incluido el tipo que me había cogido hacía un instante. Me trataron de inocente, probrecilla palomita inocente me dijeron, informándome que mi amiga ya debía estar en su casa pues nunca supo que yo estaba acá.
Ahora si entré en pánico, mi cara se desfiguró de terror y abundantes lágrimas me nublaron la visión. Desconsolada porque ya me imaginaba lo que querían pregunté mientras trataba de rescatar mis ropas:
-¿Q-qué pretenden ustedes? ¿P-p-por qué me hacen esto? Sniff! Tengo… que… ir… me a casa, sniff! mi marido me esperaaaa, es tardeeeee sniffff….
Haciendo pucheros y asaltada por sollozos que me hacían temblar todo mi desnudo cuerpo escuché a mi amante:
-Ay Manya, Manya… ¿ahora te acuerdas de tu marido? Hace un rato no pensabas mucho en él, jajaja… tan fogosa y apasionada…
-Es verdad. –afirmó otro. –Desde afuera se oía lo desencajada que estabas… tus gritos se deben haber escuchado a cinco cuadras… jejeje…
-Vamos Manya, si disfrutaste con Marcelo, mucho más vas a disfrutar con todos, déjate llevar y no te arrepentirás, sino puede ser un tanto… difícil para ti, porque opciones no hay…
-NO NO NOOOO NO QUIEEEEEROOOO!!!!! –grité. Déjenme ir y prometo no decir nadaaaaa… DEJENMEEEEEEEEEE POR FAVORRRRRR!!!!!!!
Entonces me atacaron. Seguramente con mis gritos propicié las acciones, porque lo primero que me hicieron luego de aferrarme los brazos fue amordazarme.
Cuando ya no pude emitir sonido me empecé a debatir con furia. Era tanto el miedo que sentía que me daba fuerzas sobrehumanas, pero ellos eran cinco tipos, jóvenes y fuertes, no tuvieron mayores problemas para dominarme y atarme las manos a la espalda. No me golpearon ni maltrataron mucho, solo amarraron mis manos juntas a la espalda.
Si mis pechos son de por si grandes, en esa posición salían disparados hacia adelante, lo que notaron y admiraron felicitándome por semejantes tetas. Como si a mí me importara que me elogiaran algo, estaba al borde del síncope y lloraba a mares.
-Sí, estas tetas son descomunales… -decía uno mientras las sopesaba con ambas manos.
-Y mira que culazo! Me enloquece ese culo… lo voy a tratar muy bien jajaja… -exclamó otro.
-Esto no me gusta. –dijo Marcelo agarrando mi vellos púbicos en un manojo. –No le dije nada porque estaba muy caliente y quería cogerla rápido, pero es un asco tano bosque… ni siquiera le lamí la rajita por no comerme esos pelos feos…
A mi terror y angustia se sumó vergüenza extrema ahora, al escuchar tan hirientes palabras y me sorprendí aún más cuando alguno propuso rasurarme para así poderme comer bien el coño, sin estorbos. A la propuesta se sumó la de otro que indicó mejor bañarme después, ya que estaba chorreada entre las piernas con el semen de mi amante.
No puedo describir la sensación que me invadió mientras cuatro tipos desnudos o casi desnudos, me sujetaron en el sofá con un toallón debajo, totalmente desnuda y abierta de piernas y otro me rasuró. Primero me recortó los pelitos con unas tijeras y después desparramando por todo mi pubis y entrepierna crema de afeitar y comenzó a pasar una navaja. Lo hizo con cuidado y muy delicadamente, sobretodo cerca de mis labios vaginales, donde con suma precaución de no hacerme daño estiraba un poco los labios y pasaba la cuchilla. También el perineo y ano quedaron sin un solo vello.
No voy a mentir, aún estando tan incómoda con la situación, humillada y avergonzada, con el continuo roce de esas manos con mi vagina, esta lubricó. No lo podía entender como mi cuerpo me traicionaba así, yo no deseaba esta situación, me estaban prácticamente violando, invadiendo mi intimidad y mi maldita vagina se mojaba pidiendo más.
Cuando ya no quedaron pelos, el tipo se puso de pie y contemplo su obra con gestos y afirmaciones de satisfacción por parte de todos. Me incorporaron sin que opusiera resistencia y me metieron en el baño, donde comenzaron a bañarme ellos mismos, de pie en la tina con la ducha abierta, con una tibia y relajante lluvia, me enjabonaron completa, fregaron y enjuagaron. Me manosearon a destajo todos ellos incrementando tanto mi vergüenza como mi traicionero placer.
Lo peor fue cuando se afanaron por higienizarme la entrepierna, incrustándome varios dedos en la vagina llenos de espuma. Me pusieron boca abajo elevando lo que pudieron mis caderas y separándome las nalgas fregaron mucho mi ano incluso me colocaron un enema volcando en mi interior agua tibia y haciéndomela retener un rato, después evacuarla ahí mismo. Esto se repitió un par de veces más, hasta que el agua salió completamente limpia. Humillante y degradante fue todo eso, una madre recatada y servicial como yo, manipulada sin escrúpulos por una pandilla de desalmados. Pero me lo merecía, pensaba, había traicionado a mi marido y mi familia al entregarme a ese desconocido. Era un castigo por mi falta.
Me secaron y llevaron hasta un dormitorio. Cuando vi la cama comencé a llorar de nuevo. Todavía estaba atada y amordazada y ya no me resistía a nada comprendiendo la inutilidad de hacerlo. Solo quería que todo acabe pronto y volver a casa con mis hijos.
Mi exuberante cuerpo los enloquecía, así me lo hacían saber y sentir con sus manos y bocas. También me decían que era muy bonita y que mis ojos les encantaban, todo a la vez que manoseaban mis partes pudientes, cara, cabello, piernas… en fin, toda yo fui recorrida y auscultada, me lamieron cada centímetro de piel, pero me desbandé cuando uno comenzó a lamer mi vagina.
Uf! Dios! Cuantas sensaciones encontradas. No podía creer la excitación que me embargó al sentir esa lengua recorriendo los labios, el clítoris, el interior e incluso el ano, empapándome de saliva y mis flujos que brotaban sin que pudiera impedirlo.
Uno estaba clavado entre mis robustos muslos, dos me chupaban los senos y los acariciaban, otro me lamía la cara y el otro iba de aquí para allá tocando y sobando mi cuerpo. Continuaba llorando y mis lágrimas las sorbía el que me baboseaba la cara. Mi mente seguía diciendo basta, déjenme tranquila, pero mis zonas erógenas siendo estimuladas continuamente comenzaron a ganar la batalla a favor de ellos.
Mis caderas tímidamente de a poco empezaron a acompañar la lamida de concha que me estaban pegando en contra de mi voluntad. Se cambiaron de posiciones. El que me tocó en la vagina era mucho más enérgico ahora, lamía y succionaba como desesperado y ya no pude disimular mi excitación. Pezones, lubricación, gemidos… todos delataron mi estado, siendo recibido con júbilo por ellos.
El que me besaba la cara, dejó de hacerlo para acariciar mi cabello y decirme:
-Vaya vaya preciosa! Te está gustando… ¿viste que no somos tan malos? Solo queremos que disfrutes… que goces, y que nosotros también. ¿Estás por correrte?
Asentí con la cabeza, aún estaba amordazada, ya no podía negar que la lamida que me estaban dando estaba a punto de hacerme acabar, así que con los ojitos húmedos moví la cabeza varias veces diciendo que si. Intensificaron sus caricias mientras el que me practicaba el cunningulis comenzó a comerme literalmente la vulva, incluso insertó algún dedo que removió dentro impregnado de líquidos.
Se me puso la piel de gallina, se me erizó cada vello del cuerpo y cada poro se abrió. Con un gemido largo y continuo, apagado por la mordaza, tuve un orgasmo aluviónico. Desbastador que atacó mi cuerpo con estertores. Ojalá no se terminara nunca.
No había terminado de orgasmear cuando el mismo hombre me preguntó:
-¿Quieres que te saque la mordaza? ¿Prometes no gritar? Bueno, solo puedes gritar de placer.
Volví a asentir con la cabeza en medio de mi acabada y cuando retiró la cinta, inspiré profundo y dejé salir todo el aire en forma de gemido.
No estaba repuesta aún y me giraron poniéndome boca abajo con una almohada bajo la panza. Me dejé hacer, seguramente me penetraría alguno en esa posición. Pero no, me equivoqué. No me penetraron inmediatamente, sino que me abrieron todo lo que podía las piernas, otro con sus manos me separó las nalgas dejando a la vista mi cerrado y virgen anito y un tercero se lanzó a devorarlo. Jamás en mi vida me habían dado un beso negro, y debo decir que al minuto de estar lamiendo y penetrando con la lengua mi esfínter, me derretí como un helado, me relajé tanto que parecía un flan. Que sensación divina que te acaricien de esa forma el culito.
Yo expresaba mi lujuria con un continuo Ahhhh! Ahhhh!!! Ahhhh!!! Jadeando con la boca abierta y los ojos cerrados. Me parecía que seguía corriéndome, o que tenía otro orgasmo, de sensaciones distintas, como ya dije, nunca había hecho nada de sexo anal, todo era nuevo e intrigante, me volví a sentir una jovencita inexperta.
El que me acariciaba el pelo se sentó donde yo apoyaba mi cara, con las piernas abierta levantó mi cabeza y la depositó sobre su muslo. A 5 centímetros tenía su pene erecto y oh! Maldito alcohol y maldita abstinencia… me encantó tenerlo allí.
La puta encerrada tantos años comenzó a escaparse. Abrí la boca y él entendió perfectamente y colocó su pito en ella. Lo comencé a acariciar con la lengua mientras le hacía pequeñas succiones.
El que me chupaba mi agujerito trasero se retiró y creo que él mismo fue el que me penetró por la vagina. Esta se mostraba abierta y dispuesta estando mi culo elevado por la almohada y cuando sentí que enfundaba toda su herramienta en mí, exclamé después de sacar la pija del otro de la boca:
-Ahhhhhhhhhhhyyyyyyyyyy…. Siiiiiiiiiiii!!!!!!!! Y después: -Ah ah ah ah! Con cada bombazo que me daba.
Mi cadera empezó a llevarle la contraria al que me embestía mientras con la boca busqué alojar nuevamente el pene que había soltado. Alguien me desató las manos, lo cual agradecí, ya que con una mano me ayude a hacer una excelente mamada. En la otra mano me colocaron otro pene, al que masturbé inmediatamente.
De ahí en más se descontroló todo, la lujuria nos invadió a los seis. Chupé y me chuparon, toqué penes y los pajee, me penetraron por la vagina en diversas posiciones, me pegaban cachetazos en las tetas y en las nalgas. Continuamente tenía un pene en la vagina, otro en la boca y uno en cada mano. Fuera yo arriba o abajo siempre ocupaban casi toda de mí.
Perdí la cuenta de los orgasmos que tuve, y cada uno de ellos eyaculó en alguna parte de mi cuerpo. Fui rociada de semen en pechos, cara, nalgas y por supuesto dentro de mí. Me excitó sobremanera que me abofetearan las mejillas con un pene. Nunca hubiese creído que eso me calentaría tanto. Ni hablar de las nalgadas, son una de las cosas más ricas y las disfruté mucho, debía tener los cachetes coloradísimos de los azotes que recibí.
Bastante rato duró la vorágine sexual, sin que me preocupara en lo más mínimo por nada, solo quería gozar, recuperar los años perdidos.
Pero todo termina al fin, pensé yo cuando ya habían acabado todos y yo me encontraba espatarrada aún agitada luego de mi último orgasmo. Cuán equivocada estaba.
En unos minutos los tenía a todos encima de mí de nuevo, algunos ya presentaban una nueva erección, otros a medias, no sé si habían ingerido algo, no lo vi, o solo eran de recuperación rápida, solo sé que me rodearon los cinco fibrosos hombres acariciando mis cansadas carnes.
Me sentía demolida, cansada en extremo, simplemente agotada, pero estos tipos sabían cómo avivar el fuego, sabían cómo hacer que una mujer se excite. Suaves caricias por todos lados, besos tiernos y palabras bien empleadas y mi lívido se despertó.
Yo también los empecé a tocar y besar. Les mamé el falo a alguno que no tenía una erección completa y ellos con las yemas de los dedos rozaban mi piel erizándola. Recibí suaves masajes en el clítoris que provocaron nuevas olas de flujos. Mordisquearon mis pezones, ya morados de tanto trajín y me dieron besos de lengua profundamente sensuales.
Volvieron a penetrarme. Mi vagina recibía uno detrás de otro. Se apareaban un rato conmigo y se retiraban para dar paso a un compañero, no se corrían, solo me estimulaban y hacía que sintiera más y más deseos.
En un momento que uno me penetraba en cuatro patas mientras le hacia una fellatio a otro, sentí un tercero que me abría las nalgas mucho, mucho, casi era molesto, pero los dejé hacer. Sentí unos dedos en mi ano que presionaban el esfínter y lo embadurnaban con algo. Girando la cabeza pude ver un pan de manteca semienvuelto y comprendí las intensiones que tenían, me iban a sodomizar…
Jamás había hecho eso, me causaba pánico, le temía demasiado al dolor y así se los hice saber negándome a sus deseos. Pero me tranquilizaron con palabras elegantes y tiernas. Me dijeron que cuando se hacía bien el dolor era mínimo y solo al principio y bien valía luego la recompensa. Además un culazo como el mío no podía seguir virgen pues era un desperdicio de la naturaleza no aprovecharlo.
Mi excitación era cumbre en ese momento, sumado a sus halagos y buenas maneras los dejé hacer recomendando sumo cuidado y delicadeza. Luego continué con la mamada interrumpida.
El que estaba entre mis piernas enterrándome el rabo era también el que trabajaba con los dedos en mi pobre anito. Suavemente y de a poco llenó el agujerito de manteca e insertó un poco un dedo, lo movió, lo sacó, lo volvió a meter esta vez hasta el fondo, pidiéndome que me relaje que sería mucho más fácil.
Al principio el dedo invasor me causaba escozor, pero con paciencia y dedicación el tipo logró dilatarlo más y más hasta que empecé a aceptar todo lo que entrara sin molestias. Un dedo, dos. Luego metió los dos pulgares ensanchando la cavidad. Después fueron tres dedos que entraron. El proceso de dilatación se prolongaba por lo que dejaba de bombearme de a ratos, para no acabar prematuramente. Creo que se turnaba con el que me sujetaba los glúteos abiertos y era este el que me ensartaba sus dedos llenos de manteca.
Y el momento llegó, me dijo que relajara más que nunca y me preparara que iba intentar entrar. Dejé de chupar y me concentré solo en mi culo, tenía miedo pero a la vez confianza. También me dijo que si estimulaba mi clítoris sería una gran ayuda para mí y me puse manos a la obra pinzándolo o masajeándolo en círculos.
Apoyó el glande en el esfínter, humedecido con mis propios jugos e hizo presión. Temblé un poquito y emití un lamento bajito, en contra mi voluntad.
Mi culito se resistió y no logró meter nada, pero no abandonó la empresa sosteniendo una presión suave pero constante. Empecé a respirar rapidito, expectante y él no daba marcha atrás. Presionó y presionó hasta que algo cedió y ese glande pasó a ser el primero en conocer mi recto.
Solté todo el aire que retuve antes y sentí un dolor al vencerse mi resistencia, pero era muy tolerable. Él no avanzó más, se mantuvo quieto un momento para que me acostumbrara mientras yo retorcía y estiraba mi clítoris.
Después siguió avanzando, milímetro a milímetro, retrocediendo de vez en cuando y volviendo a avanzar, quedando a veces unos segundos inmóvil, y vuelta a presionar. Al cabo de un tiempo sentí como apoyaba sus huevos en mi perineo. Estaba toda adentro, no lo podía creer. Enculada por primera vez en mi vida, algo que hasta esa misma tarde jamás se me hubiera podido ocurrir que pasaría.
No sentí dolor intolerable nunca, solo una pequeña molestia y esa sensación de invasión a la que no estaba acostumbrada.
Muy suave y delicado fue mi sodomizador hasta que me acostumbré a tener una verga en los intestinos. Ahí si me empezaron a cabalgar con ahínco nuevamente.
Cuando el primero aceleró sus embestidas me empecé a correr una vez detrás de otra. El hombre también acabó e inmediatamente otro lo sustituyó en mi culo.
Largo rato fui sodomizada y reanudé las mamadas. Chupaba, gemía, gritaba, acababa, transpiraba, gozaba. Me sentía en la gloria.
Ya llevaba tres que habían terminado en mi culo cuando a uno se le ocurrió una doble. Como yo estaba espatarrada en cuatro patas, uno reptando se deslizó por debajo hasta que su glande chocó mi vagina. Me hizo clavarme completa y me abandoné sobre él aplastando mis tetas sobre su pecho.
El que quedaba se ubicó como pudo entre nuestras piernas y medio a horcajadas, medio parado, la enterró en mi, ahora sí, tremendamente dilatado ano.
Estrellitas de colores, fuegos artificiales, explosiones atómicas. No sé como describir la sensación de sentirse tan llena. Sentirse tan amada. Sentirse tan puta.
Como si no hubiera tenido decenas de orgasmos ya. Esta nueva experiencia me sacó los últimos que mi cuerpo pudo tolerar, poco a poco me fui desvaneciendo y lo último que recuerdo, después de un orgasmo particularmente arrollador, fue haber ido perdiendo sensibilidad. Solo notaba como dos vergas se movían al unísono dentro de mí por el movimiento, pero no era yo, era una sensación lejana, como si le pasara a otra persona y ya no recuerdo más.
Desperté y la habitación estaba iluminada con la luz del sol. El dueño de casa me traía en una bandeja un desayuno aunque ya era pasado el mediodía. Me dijo que había estado fantástica y que todos se fueron felices.
Estaba aún desnuda, en la misma cama y toda pegoteada de fluidos corporales, por fuera. Por dentro las manchas serían más difíciles de lavar.
Remordimiento. ¿O no?