Manuela (15)
Manuela (15)...
He conseguido hablar con Charo ("menos mal que me llamas porque mañana salgo hacia Santiago y desde allí cogeré el avión a Madrid, por este camino ya no hay problema de comunicaciones. Me acompaña mi madre, le he pedido que se quede hasta después del parto con nosotros; te echo mucho de menos") y con mi jefe ("te solicitan para una segunda entrevista relacionada con la nueva ronda de negociaciones con ETA, en Córdoba") y ante el panorama de trabajo vuelvo a comunicar con ella ("como tardemos mucho más en vernos me voy a tirar a los primeros veinte tíos que me encuentre por la calle; seguro que tu no paras de meter, cabronazo") para quedar definitivamente en Manzanares ocho o diez días después. ¡Qué ganas tengo ya de estar con ella!.
Consigo billete en un avión que mañana temprano sale con destino a Sevilla y desde allí tengo que enlazar con el AVE para llegar a Córdoba, lugar de la cita a partir de mañana noche y durante una semana. Espero que ya estén restablecidas todas las comunicaciones.
Se lo comunico a Avelinda (lloros, declaraciones de amor, abrazos, besos, compromiso ineludible de cariño y amistad, pronta visita en su ciudad, más lloros y pucheritos, ...) y a su abuela ("se que te voy a ver a menudo por Toledo, hasta pronto"), me despido telefónicamente del resto de huéspedes y tras preparar la maleta me dispongo a dormir no sin cierta sensación de nerviosismo.
Llaman a la puerta discretamente, pienso que Avelinda quiere despedirse más intimamente y me llevo una sorpresa al ver entrar a Teresa ("¿es que sólo te ibas a despedir por teléfono?") unicamente cubierta por un transparente blanco salto de cama que pone de manifiesto, si cabe aún más, su piel morena y esas tetas prodigiosas. Sólo con vérselas me pongo como un salvaje.
¡Coño!, qué gustazo da mamar estos pezones y ver la excitación creciente de la mojadísima mujer y de mi polla.
Me siento en el borde de la cama, Teresa se introduce el rabo y se sienta encima mirándome ("qué ganas tengo de que me folles") y yo sigo comiendo esas montañas morenas maravillosas y los pezones largos, gruesos, tiesos, duros, de tacto gelatinoso ("muérdelos un poquito; aprieta con los labios y los dientes"). Su movimiento de sube y baja es cada vez más rápido y frenético ("me gusta, me gusta; más, más, más") hasta que dando un grito alto, ronco y largo tiene la que parece ser una corrida cojonuda con muchas y fuertes contracciones que terminan por llevarme hasta un gratificante orgasmo. Tras un besito de despedida ("nos veremos si tu quieres") se marcha ("mi marido estará a punto de dejar a las maestras y vuelve siempre con ganas de echarme un polvo tranquilo y reposado") y yo consigo dormirme.
El reloj marca poco menos de las siete de la mañana cuando despierto y entro al cuarto de baño pensando ya en cómo organizar la posible nueva entrevista. Estoy bajo el agua caliente de la ducha cuando me sobresaltan unas risas seguidas de un azote en mi culo y la voz excitada de Julia: "cabrón, ¿te ibas a ir sin darnos gusto?; con la niñata esa tienes ya suficiente, eh". Ni me he movido ni he dicho nada y ya tengo a la rubia tocando el cipote y a su medio hermana filipina jugando con mi culo, todos bajo el chorro caliente de la ducha. Me ponen cachondo rápidamente con una erección que va siendo más presentable según se arrodilla Carmela e introduce su lengua en mi trasero y juega a entrar y salir, lo mismo que hace ya mi polla en el coño de la muy excitada Julia.
"Jodido maricón, ya verás como nos lo vamos a montar en Madrid cuando vuelvas definitivamente; sigue, sigue, no pares; ¿no te olvidarás de nosotras?"
No me da tiempo a decir nada de nada, la mujer se corre dando varios sonoros suspiros, eyaculo segundos después y cuando todavía estoy sin recuperarme Carmela me da la vuelta, me empuja de los hombros para que me arrodille y empuja mi cabeza contra su sexo mojado y maravillosamente perfumado; empiezo a lamer, chupar, morder y poco a poco me embriago con el olor y el sabor de su sexo. Unos fuertes restregones de su pubis contra mi cara, unos suaves gemidos entrecortados, una eclosión de perfume y cuando la abundancia de sus jugos parece que me vaya a ahogar es cuando tengo la seguridad de que se ha corrido. Unos besos de despedida ("ten por seguro que nos veremos muy pronto en Madrid"), termino de asearme, un café con Florián ("ojalá que me visite pronto por mi tierra americana con la niña Avelinda") mientras preparan la cuenta y consigo llegar por los pelos al pequeño aeropuerto leonés gracias a la habilidad como conductor del gigante mulato que se ha ofrecido a llevarme.
Bajo del tren en Córdoba a eso de las ocho de la tarde, cansado, aturdido, con ganas de cenar y pasando calor ante la rapidísima subida de las temperaturas. Un dispuesto taxista me deja ante un pequeño, reservado y coqueto hotel del barrio de la judería, me inscribo en la recepción, me lavo con calma, hablo con los contactos del periódico y recojo el teléfono móvil que me remiten, por si acaso (no me gustan nada estos inventos modernos) dejo dicho en dónde me pueden localizar y me dirijo a pie hasta uno de mis restaurantes favoritos relamiéndome por anticipado. El paseo de vuelta es tremendamente agradable con el perfume de jazmín que flota en el aire (no puedo evitar pensar en Carmela) y la sensación de tranquilidad, relajo y sosiego que se respira.
¡Plaf, bum, plof! ... coño, qué golpe; estoy en el suelo dolorido y sin saber muy bien qué ha ocurrido. Medio me despejo y me levanto ayudado por una mujer que al parecer ha chocado conmigo ("aayyy, lo siento pero venía muy deprisa y al doblar la esquina ni me he dado cuenta") y ha llevado la peor parte en el incidente porque se queja de dolor en un costado, en el muslo y en el trasero ("he aterrizado sobre él y el suelo de estas calles antiguas es duro"). Nos saludamos y presentamos (se llama Mariana), no acepta mi ofrecimiento de compañía hasta un médico ("no es necesario, gracias, es sólo el golpe; yo soy médico") y sí el acompañamiento hasta su casa ("apenas son cien metros, pero hay que subir algunos escalones").
En una oculta esquina situada en un alto al que se accede por media docena de grandes y largos escalones de piedra entramos en un gran portalón cerrado por una pesada puerta de madera con remaches metálicos. El milagro se produce al dar la mujer a un interruptor y encenderse unas luces ocultas azuladas distribuídas a lo largo de un gran patio central precioso, con una fuente de piedra, un pequeño estanque, mesas y bancos metálicos y cientos de plantas, destacando la exhuberante fragancia del jazmín.
Telefoneo al hotel para cerciorarme de que no hay ningún mensaje y después me siento frente a Mariana que ha traído al patio café, unas botellas, refrescos y dulces de todo tipo.
"Como no soy una hipócrita no creo que haya que disimular y a esta hora me apetecen uno o varios gintonics, ¿te importa?"
"Para empezar estás en tu casa, me parece muy bien y además es lo que habitualmente bebo"
Nos servimos un par de cargadas copas y seguimos hablando una vez me asegura que no se ha hecho nada y el dolor está pasando.
"Soy médico especializada en patología forense y como tal trabajo aquí y desde hace varios años también doy clases en la facultad de Veterinaria. Llevo más de diez años viviendo en Córdoba, desde que me divorcié, aprobé la oposición y abandoné Segovia, la ciudad donde nací y viví casi siempre"
Someramente me presento (" leí tu entrevista al etarra que estaba en las negociaciones, me pareció muy buena") al mismo tiempo que me fijo en ella con más detalle: cuarenta y pocos, corta melena castaña teñida con algunas mechas pelirrojas, más bien alta, guapetona de agradables rasgos, morena de piel, ojos marrones y gruesos labios rojos, curvas evidentes, rotundas tetas, quizás con algo de sobrepeso, culo grandón y largas piernas torneadas; es una mujer atractiva y deseable. Hablamos sobre la preciosa y cuidada casa ("está protegida por un montón de normas municipales, autonómicas, estatales y hasta de la ONU lo que no deja de ser un incordio; comprarla fué una ocasión casi única, es demasiado grande para mi sola aunque en ocasiones se quedan amigas y compañeras de trabajo de paso por la ciudad y durante el día tengo una señora externa que es quien realmente cuida de la casa y de mí") la ciudad, nuestro trabajo, el socorrido tiempo, mientras seguimos tomando copas con una cierta avidez por su parte, o al menos así me lo parece.
"¿Quieres visitar la casa?, suele gustarle a todo el mundo que viene por la arquitectura típica del barrio de la judería. Traéte el vaso."
La casa es una maravilla que conjuga la elegante y hermosa arquitectura de sus orígenes árabes y judíos con una moderna, funcional y útil decoración. El buen gusto es evidente y los detalles de dinero bien invertido también. Al subir las empinadas escaleras que llevan a una especie de minarete situado en lo más alto de la casa ("tengo un pequeño observatorio, me encanta mirar las estrellas") me doy cuenta de que Mariana hace un gesto de dolor y se lleva la mano al muslo derecho ("ahora me molesta un poco, pero subamos por favor"). El observatorio es un cómodo cuarto de estar dotado de todo tipo de aparatos, ordenadores y elementos que supongo astronómicos y astrológicos; al ver como repite el gesto de dolor la médica enciendo las luces del techo y con total naturalidad subo su larga falda a la altura de la cintura, no parece molestarse o escandalizarse y vuelve su cabeza para mirar conmigo ("¿hay sangre o se ve alguna herida o arañazo?"). Tiene un fuerte golpe que ya va dando paso a un cardenal rojoazulado de gran tamaño en el muslo y la nalga derecha, lo que puedo vislumbrar entre los calados y encajes de unas muy grandes y bonitas bragas blancas ("no me duele demasiado pero es molesto, tengo un surtido botiquín y seguro que hay una pomada que me valga; ¿querrás dármela y ayudarme a extenderla?") que apenas son capaces de contener un culo redondo, grande, prieto y morenazo. Buen culo, sí señor.
Me siento en uno de los sofás con un puntito de excitación y algo más de curiosidad al mismo tiempo que Mariana busca en un armarito ("aquí está, nunca se los medicamentos que tengo en casa"); se acerca a mí, se coloca de lado semivuelta hacia atrás y pone en mis manos un pequeño tubo mientras sube su falda sujetándola en la cintura con una mano y después con la mayor naturalidad, se quita las bragas ("no quisiera mancharlas con esa pomada grasienta; por favor extiende una buena cantidad por todos los lados que veas golpeados") y me ofrece costado y culo para que empiece a darles crema, cosa que hago con un cierto nerviosismo y casi vaciando el tubito debido al gran chorreón que extiendo lenta y suavemente con la mano abierta, acariciando y amasando unas llenas curvas tremendamente excitantes. Su postura y la absoluta cercanía me permiten ver el vello del pubis oscuro, rizado, denso, largo, muy abundante que parece electrizarse y ponerse de punta cada vez que acerco mi mano hacia el sexo.
Hace ya unos minutos que la pomada está extendida por completo y ha sido absorbida por la morena piel. Mariana ha cerrado los ojos y respira de manera sonora y agitada al mismo tiempo que se ha apoyado con una de sus manos a la pared y agarra con fuerza la recogida falda; gime y respira sonoramente las primeras veces que llevo mi mano hasta su mojado sexo ("sí, por favor, acaríciame, penétrame; házlo, me hace mucha falta") y después se dobla por la cintura para permitir un mejor acceso a mi tieso y duro rabo que he sacado del encierro de los pantalones; de manera brusca empujo hasta llegar lo más profundamente posible arrancando un ronco grito de deseo y provocando un rápido movimiento adelante-atrás de las caderas y las piernas de la mujer hasta que en un par de minutos se corre con una frase medio entrecortada que me hace gracia ("¡ay, mamá; ay, mamá; qué bien, qué gusto!"), muchas, rápidas y apretadas contracciones ("por favor, ¡no te corras dentro!") que consiguen mi eyaculación medio dentro medio fuera de su sexo y sobre su culo y espalda.
En pleno silencioso reposo me sobresalta el pitido del teléfono móvil, mi comunicante confirma que pasarán unos días antes de que pueda celebrarse la entrevista y tras quedar en hablar un día y hora concretos no dejo de felicitarme por la suerte que me acompaña constantemente con las mujeres. Mariana prepara otras copas y poco a poco entablamos una conversación que nos permite un mutuo conocimiento o quizás habría que decir descubrimiento; evidentemente es una mujer culta, educada, amable y tremendamente atractiva como persona.
La charla se ha alargado en el tiempo y el frío de la noche nos obliga a taparnos con una manta. Juntos en el sofá, abrazados y poco a poco excitados por el contacto de un cuerpo nuevo desconocido ("practico poco y estoy necesitada; vamos, que estoy salida") y las caricias que nos prodigamos, cada vez más audaces, largas y provocativas, consigo una tremenda erección que se ve favorecida por el olor a sexo húmedo, caliente y necesitado que despide Mariana.
La mujer se ha subido sobre mi polla ("¡qué bien!, me gusta mucho; ¡me gusta!") y la aprieta, como si tuviera una mano masturbadora dentro de su empapado coño, durante un buen rato hasta que empieza a subir y bajar cada vez más rápido intentando que yo llegue lo más lejos posible en su interior. Creo que nunca me habían apretado tanto el rabo con un chocho, ¡es como si me estuviera ordeñando!. Busco ayudar agarrado a sus recias caderas apretándola hacia abajo con fuerza al compás de su ritmo y chupando sus tetas altas, picudas, de pezones hinchados rodeados de una gran areola oscura ("muérdemelos un poquito, aprieta mi culo; no te cortes, haz lo que te guste"); come mi boca con desesperación y apenas puedo decirle que me queda muy poco, lo que sirve para que se levante rápidamente ("¡no te vayas dentro!; no tomo nada") y arrodillada en el suelo empiece a mamarme el rabo con un sonoro chup-chup hasta que me corro, saca la polla de su boca, la dirige hacia su cara y consigue que impregne de leche su rostro, cuello y tetas.
Se pone de piés y con una de sus manos extiende mi semen por sus pechos como si se estuviera dando un masaje o una crema y con la otra se masturba el clítoris con rapidez, con la boca abierta y la mirada perdida. Logra un largo orgasmo en pocos minutos (termina diciendo de nuevo: "ay mamá, ay mamá") y se derrumba en el sofá junto a mí, quedando los dos dormidos rapidamente.
Será por efecto del frío o el cansancio o el nerviosismo previo a un trabajo importante pero duermo mal, inquieto, intranquilo; sueño mucho pero apenas recuerdo nada salvo a Manuela insultándome porque no logro empalmarme. De repente me calma una voz suave y relajante al mismo tiempo que entre sueños me parece sentir una boca amable jugando con mi rabo tieso y duro. Ya empieza a haber luz, despierto y es verdad que la boca de Mariana me está haciendo una lenta y suave mamada que tras un rato levanta mi cipote lo suficiente para que pueda subirse sobre él y comenzar esa especie de masaje masturbador que realiza apretando con su coño. Me gusta, ¡joder si me gusta!. Me está haciendo una especie de paja suave, mojada, caliente, excitante y gratificante con ese coñito que parece tener una mano ordeñadora con guante de terciopelo dentro; apenas puedo avisarle de mi corrida porque antes tiene un largo orgasmo (con el gritito "ay mamá, qué rico; ay mamá" de rigor) y tengo que sacarle bruscamente la polla mientras riego con mi leche su redondeada tripita y la espesa mata de oscuro vello.
Hemos quedado dormidos de nuevo y al despertarme el día está espléndido, con el sol alto y calentando sin el obstáculo de las nubes de todas estas semanas atrás.
"Buenos días, ¿quieres desayunar o esperas a salir del baño?; baja al patio"
Bajo desnudo las escaleras, beso a Mariana en los labios y me dirijo a un cuarto de baño que más bien parece una piscina por el tamaño de la bañera. ¡Qué relajante y vivificador es el largo baño en agua caliente mientras la excitante mujer recorre todo mi cuerpo con sus manos y una suave esponja!. Me apunto a vivir así toda una vida.
"Tenía que pasar por la Facultad pero he telefoneado avisando que no voy. He pensado que si te quedas, bueno, que si quieres hoy vas a tener conmigo todo el sexo que quieras y como quieras, ¿vale?. Dí que sí porque me hace falta y seguro que eres todo un caballero que no deja a las mujeres en situaciones de necesidad, ¿verdad, Luis?". Acompañado de algún que otro besito y de caricias en el pene, mimos en la cara y los pezones además de un montón de muecas simpáticas incluyendo pellizquitos en el culo, ¡quién es el capullo que dice que no!.
Telefoneo al periódico para dar noticia de la situación, dejo dicho donde estoy en el hotel por si acaso, grabo un recado en el contestador para Charo y me preparo a comer en un soleado y agradable rincón de una ajardinada terraza de la casa cordobesa.
No tiene sentido que me acuerde en estos momentos de Manuela. Por lo menos yo no me acuerdo.