Manuela (12)

Manuela (12)...

Son las siete de la tarde del viernes en el que Charo y yo hemos quedado en León. Llevo más de tres días intentando acercarme desde Almería a dicha capital en medio de heladas, nevadas, trombas de agua, carreteras cortadas, trenes y aviones detenidos y frío, mucho frío. Gracias a un potente todoterreno que he alquilado en Benavente y a ciertas dosis de temeridad entro en este preciso instante al Hostal San Marcos. No dejan de mirarme con cara de sorpresa los empleados de la recepción ("hace dos días que nadie entra ni sale de la ciudad") mientras me adjudican una grandísima suite ("está casi vacío el hotel") y me entregan un e-mail llegado el día anterior antes de que se cortaran las líneas telefónicas con toda España.

Antes de entregarme a una caliente y reparadora ducha leo el mensaje de Charo: << cariño, es evidente que el viernes no nos vamos a ver en León. Por aquí las carreteras están imposibles y al menos durante ocho o diez días las previsiones indican que no nos podremos mover. Como es habitual las líneas telefónicas se cortarán, por lo que probablemente no estaremos en contacto durante un tiempo. Te volveré a telefonear o a mandar un correo electrónico en cuanto pueda. De momento seguimos quedando en León. No te aburras, pero a ver qué haces. Estoy perfectamente (y tu hijo/a también) aunque te echo mucho de menos en todos los aspectos. Besos y algo más >>

Algo más descansado e intentando no contrariarme en exceso ante la situación, bajo a cenar porque estoy verdaderamente necesitado. En el restaurante apenas hay cinco o seis mesas ocupadas y el atento maitre me sitúa junto a una ventana que presenta una visión siberiana más que leonesa. Un gratificante menú galaico-astur-castellano-leonés me devuelve a la vida y paso a la coqueta cafetería en donde, por lo que veo, nos refugiamos aquellos que estamos en León descolgados del resto del mundo. Entre las interferencias la televisión certifica que estamos en la peor borrasca invernal de los últimos cincuenta años y que va a durar al menos una semana más. Aquellas personas que estamos en la barra empezamos una conversación al hilo de lo meteorológico, probablemente buscando calor humano y compañía ante la sensación de pequeñez y desamparo que dejan siempre las jugadas de la naturaleza y , por supuesto, tratando de vencer el aburrimiento.

Compartiendo unas copas pasamos a sentarnos en una mesa un grupo de personas entre las que están dos recién casados de poco más de veinte años de vuelta de su viaje de novios ("nos casamos hace tres semanas; vivimos en Santander"), dos amigas treintañeras en viaje de estudios ("somos maestras en un instituto de Palencia"), un simpático sesentón vendedor de ropa deportiva ("soy extremeño, vivo en Bilbao y es mi último viaje antes de jubilarme") y una señora de algo más de cuarenta años con el estilo y la imagen típica de la zona de Serrano de Madrid ("tengo un negocio de joyería en la calle Goya") acompañada de una sirvienta de su edad de rasgos levemente orientales ("soy española nacida en Filipinas"). Los primeros momentos son incluso tirantes pero las muchas horas de obligado encierro, el común aburrimiento, el calor del local y la calidez de las copas hacen que poco a poco las bromas, los chistes y anécdotas se vayan abriendo paso hasta generalizar risas, conversaciones y en definitiva, sentirnos acompañados.

Estamos pasando un rato muy agradable (el vendedor de ropa deportiva es un verdadero showman) cuando el encargado del bar nos indica que la calefacción ha dicho basta y se ha estropeado, por lo que en pocos minutos el frío se nota en demasía, la reunión languidece y optamos todos por irnos a dormir. Una suite inmensa en un edificio de varios siglos de antigüedad no es precisamente el lugar más caliente, por lo que me sienta bastante mal tener que dejar la cama a eso de las dos de la mañana para ir a abrir la puerta: "¿quién es?; ya voy, un momento"

"Hola, ¿molesto?; mi señora se ha dormido hace poco y yo he encontrado dos botellas de buen champán. En realidad no nos hemos presentado todavía, me llamo Carmela"

La filipina entra en la habitación como si fuera un ciclón y después de que consigo dos vasos nos sentamos en un sofá envueltos en unas mantas. Hace verdadero frío. Es una mujer guapa, larga melena morena, alta, quizás demasiado delgada, de elegantes gestos y con un puntito de exotismo por sus rasgos y, desde luego, tremendamente simpática.

"Julia, mi señora, y yo somos hermanas de padre (él era diplomático y vivió muchos años en Filipinas) aunque desde jovencita he sido su criada y hemos logrado con el paso de los años una amistad beneficiosa para ambas. Me trata estupendamente y se ha portado siempre muy bien en cuestiones de dinero, de hecho somos socias en la joyería; realmente trabajo para ella como dama de compañía por hacer algo, viajar a menudo, no perder una amiga y seguir teniendo mutua cobertura para nuestras aventuras sexuales"

Tiene una piel muy blanca perfumada densamente con algo que parece jazmín y un cierto sabor a especias en sus labios. Pechos pequeños muy bonitos y sensuales, como si fueran una ancha copa de champán y pezones rosados culminando una areola hacia afuera (en brioche) de un rosado más oscuro. Se excita mucho cuando empiezo a lamerlos. Bajo las mantas con las que nos protejemos del frío seguimos bebiendo, nos besamos, acaricio y chupo sus tetas y me voy excitando como un verraco con ese aroma denso que casi puede masticarse ("no es un perfume, es el olor de mi piel y mi sexo cuando me excito; mi madre también lo tenía y Julia siempre me ha envidiado por ello") y porque su mano no deja de acariciar mi polla.

El sexo suele ser gratificante, por supuesto es necesario en mayor o menor medida según cada persona, pero también debería ser divertido y con Carmela da la impresión de que así es, se ríe agradablemente por todo y de todo según nos tocamos, besamos y acariciamos, se va excitando y contagia ese buen humor ("Julia y yo hemos estado unos días en Salamanca y una noche nos fuímos a una sauna sólo para mujeres, ¡vaya corte!, el más joven de los tíos debía tener cuarenta años, calva y una tripita en plan curva de la felicidad que ya, ya; ni siquiera echamos un polvo y mira que a las dos nos encanta y no nos cortamos un pelo"). Estoy tan excitado que ya necesito obtener placer por lo que doblo a la filipina sobre su costado izquierdo y penetro su ya empapado sexo ("¡ya me hacía falta!; qué bien, Luis") iniciando un movimiento de mete-saca rápido y fuerte tremendamente excitante que a los dos nos lleva a corrernos en pocos minutos ("sí, sí, no pares amor; sigue machote, sigue") y a sumergirme en un mar de perfume con la profusión de jugos vaginales que en ella provoca el orgasmo. ¡Qué aroma más fabuloso!.

Un cigarrillo y más champán nos permiten recuperarnos y seguir hablando bajo las mantas: "Julia es dos años mayor que yo, es viuda de un aburrido catedrático de Derecho que murió hace diez años; yo nunca me he casado. Como nuestro padre nos dejó un buen pellizco de dinero y la joyería es un estupendo negocio, viajamos casi constantemente por España, Portugal, Francia, Marruecos, intentando conjugar el turismo con el sexo porque a las dos nos encanta y con cuarenta y cinco años ya va siendo hora de tener muchas y buenas corridas"

"No llevaís mala vida, no. Algo así estoy haciendo yo los últimos meses pero de puñetera casualidad y por motivos de trabajo, fundamentalmente"

"Por cierto, Luis, llevamos una semana en esta ciudad y no nos hemos comido ni una rosca. Si Julia te tira los tejos (lo hará muy discretamente) a lo mejor deberías acostarte con ella, es una mujer apasionada debajo de su aspecto de pija seria adinerada y todos dicen que está muy bien. Si te da morbo te diré que le encanta chuparla, aunque friamente no lo reconocería jamás"

"Parece que le buscas un ligue a tu medio hermana y me parece muy bien, si surge. ¿A ti te gusta utilizar la lengua y la boca?"

Con una fresca sonrisa Carmela se dobla por la cintura y empieza a lamer, chupar y mamar mi todavía pequeña y floja polla. Tengo que apartar su abundante cabellera negra para excitarme viendo las ganas que pone ("chinita, chinita; ven que quiero comerte ese chochito tan apetitoso") y como el sofá no deja de ser incómodo nos trasladamos a la gran cama del dormitorio, quedando atravesados en ella y haciéndonos un sesenta y nueve de película. ¡Qué rico está este chochito perfumado!, qué gusto da meter la lengua y los labios en un coño sin apenas vello, tan mojado que empapa mi cara y desborda por su culo que tanto me excita lamer y chupar.

"Sí, por favor, juega con mi culo; me encanta y casi nunca me lo hacen"

Estoy muy excitado porque nos lo estamos haciendo muy bien y la morena filipina se comporta como una loba que de manera entrecortada me dice: "voy a correrme, no pares, machote; sigue hasta que yo te diga, sigue raboduro, aaayyyyyuuu". Entre la excitación, el olor maravilloso de su sexo y lo que parece una nueva descarga de jugos vaginales, me corro empapando la cara y el cabello de Carmela con mi abundante lechada; me encanta.

Quedamos adormilados hasta que el frío nos obliga a abrazarnos y taparnos con todas las mantas disponibles. Entre sueños me parece oir algo así: "mañana no des a entender que hemos follado, me daría un poco de vergüenza. Recuerda que tienes que tirarte a Julia". Excelentes perspectivas contra el aburrimiento leonés.

El nuevo día no es distinto del anterior en lo meteorológico aunque la calefacción funciona de nuevo. Desde bastante antes de la hora de comer nos hemos reunido los huéspedes en el bar y tras tácito acuerdo cervezas, cócteles y aperitivos circulan entre los presentes con alegría. Nadie entra al comedor y a eso de las cuatro de la tarde estamos todos ante un café intentando paliar los efectos del alcohol, medio derrumbados por los sillones y preparados para dormir la siesta, cosa que se van a hacer los recién casados (arrancando alguna bromilla sobre su condición y las ganas de sexo) y el viajante. Antes de que tenga ocasión de decir o hacer nada las dos maestras se sientan una a cada lado y la rubita situada a mi izquierda empieza, de manera más o menos disimulada, a magrearme el bultaco dándome tal repaso acariciando, apretando suavemente, restregando con su mano abierta, que una erección empieza a despuntar. Su amiga me dice en voz baja al mismo tiempo que pone una expresión candorosa: "tontarra, en cuanto te vimos supimos que eres de los nuestros, que te excita un poquito de presión y dureza, así que ahora nos vamos a ir los tres a nuestra habitación y te vamos a dar gustito. Pórtate bien cariño, que no tengamos que azotarte más de la cuenta"

¿Será verdad o es que mi calenturienta imaginación ya ha conseguido cocerme el cerebro del todo?. El masaje a mi polla continúa e intento disimularlo como puedo cuando la señora madrileña (su guapa y simpática criada me guiña un ojo al salir) se despide para dormir la siesta no sin poner una cara de cierto cachondeo y un comentario con recochineo ("que pasen muy buena tarde los tres") ante lo que es evidente.

Estoy desnudo en mitad de la habitación, de pie, con las manos atadas a una de las vigas con un pañuelo negro y los ojos tapados por una gasa también negra que me permite ver todo aunque un poco difuso. Las dos maestras palentinas están desnudas o casi a mi alrededor y se encuentran muy excitadas a tenor de lo que dicen y hacen: "cabronazo, me pones mucho; te voy a romper el culo con el consolador" o "cerdo, polla inútil; pónte pronto empalmado o saco el látigo" Una de ellas (guapa, media melena rubita, poca estatura, bonitas tetas pequeñas picudas y un excelente culo alto, duro y prieto) lleva medias negras con liguero a la cintura y blande en la mano un vibrador pequeño que me restriega por todo el cuerpo, besando y lamiendo ella después. La otra (alta, rasgos duros, pelo castaño muy corto, muy delgada pero grandona con grandes tetas, culo en forma de pera y largas piernas) lleva una especie de sujetador de cuero que levanta sus pechos dejándolos por completo al descubierto; me azota con una fusta de material blando que siento y hace ruido pero apenas me duele. Ambas se han puesto zapatos negros con exagerado tacón.

Estoy excitado y con un cipote de los que deberíamos fotografiar para verlo cuando seamos viejos y no se nos levante, un pollón tieso, duro, rojoamoratado, brillante y tremendamente necesitado en estos momentos de escupir sus jugos más o menos dulzones. Prado, la maestra chiquitita, lleva ya unos minutos mamándome el pene, babeando y dando suspiros y grititos (supongo que de alegría) mientras Marta, la maestra grandota, sigue utilizando su fusta contra nosotros dos y tiene su mano izquierda ocupada en masajearse el clítoris. Voy a aguantar muy poquito si siguen así, estoy muy excitado (me ha puesto muy cachondo lo de estar atado) y ambas se dan cuenta ("ni se te ocurra correrte tan pronto, capullo; espera a que hayamos sacado beneficio de ti o atente a las consecuencias, maricón") dejando de actuar. Logro calmarme un poco mientras se arrodilla Marta en la cama delante de mí y la rubia introduce el vibrador en el mojado coño de su compañera ("no nos haces falta gilipollas; tu rabo no lo necesitamos, cabrón") empezando un rápido movimiento de vaivén adelante-atrás que en poco rato provoca una callada corrida de la mujer penetrada.

Empiezo a notar las molestias de la excitación sin eyaculación cuando desatan mis manos ("no te mereces nuestros cuerpos, macho de mierda; no deberíamos darte gusto"), la grandota se tumba en la cama y yo me pongo encima de ella penetrándola con ganas mientras Prado juega con sus dedos y el consolador en mi culo ("después me toca a mí, déjate fuerzas porque lo necesito"). No se podrá quejar Marta (de hecho no dice nada salvo una serie de fuertes jadeos) porque estoy bombeando más que en toda mi vida en este coño empapado y caliente, tanto que no ha podido seguir el ritmo con la polla de plástico (menos mal, porque sigue sin gustarme nada de nada) la rubia pequeñita y decide tumbarse sobre mí apretándose, empujando hacia abajo y hundiéndome más y más en su amiga. La corrida de la maestra que me estoy follando es profunda, callada y larga; no dice nada de nada y cuando me separo de ella, me levanto (con Prado en mi espalda) y giro hacia uno de los sillones donde descargo a la rubia parece que ya se ha dormido.

"Tu culo rubita, quiero darte por el culo para agradecer como has usado el consolador conmigo. Pónte a cuatro patas sobre el sillón; ¿tienes vaselina o crema que pueda darme en el rabo?"

Me ha costado poco trabajo penetrar ese pequeño y bonito culo, se nota que tiene práctica. Con la mitad de la polla dentro ha empezado un movimiento lento y suave adelante y hacia atrás que me resulta muy cómodo y gratificante ("me encanta un rabo gordo en el culo, me excita mucho") al mismo tiempo que se masturba con la mano izquierda; es la follada que estoy necesitando y cuando ella se corre dando gritos, suspiros y jadeos bastante más altos de lo que me parece normal, apenas tardo un par de minutos en eyacular.

Cuando logro salir poco después del gratificante agujero las dos mujeres parecen estar dormidas y tras una frase de despedida que ni siquiera se si oyen llego a mi habitación para desplomarme en la cama y brindar mi último pensamiento del día a una Manuela que en este hotel iba a gozar como una loca, supongo.