Manuela (09)

Manuela (09)...

Despierto después de dormir tranquilo y bien. Estoy solo en una cama grandísima con ropa de cama de raso negro, no me había fijado anoche en ello.

"Buenos días, Luis, ¿has descansado?"

Un beso suave en mi boca y la maravillosa visión de una diosa semidesnuda son la mejor manera de despertar. Me estiro gatunamente, con pereza, mientras mi polla empieza a reaccionar ante la visión del cuerpo de Luisa apenas velado por un corto salto de cama negro transparente.

"Llamó Sandy, te han dejado recado en el hotel para que vayas esta tarde a un pueblo de los alrededores. Dentro de un rato vendrá a recogerte con la moto; ven a la ducha que no tienes demasiado tiempo y ya es hora de comer"

Cuando me levanto la erección ya es escandalosamente visible ("vaya, vaya, ¿eso no será por mí?") y mis ganas también. Dentro de la ducha me apetece jugar: abro el grifo para que salga agua tibia con fuerza, llamo a Luisa y mientras beso su boca la empujo hacia dentro de la amplísima bañera ("nos va a pillar Sandy; date prisa").

Ya estamos los dos empapados y parezco un pulpo: no paro de tocar, acariciar, apretar y besar a Luisa, que no deja de acariciar mi rabo y apretar mi culo con fuerza ("no tienes casi culo, mariquilla") mientras gime y habla en voz muy baja ("me excitas mucho, cómo me pones; penétrame, rápido"). Se da la vuelta y apoya las manos en la pared, penetro de un golpe seco y fuerte su sexo ("aaah; sí, sí; con fuerza") y empujo con ganas en un metesaca rápido mientras siento que me excitan sobremanera el ruído provocado al golpear su culo maravilloso con mis muslos, la cabellera negra, larga y mojada, su perfume agreste, salvaje y sus grititos ("aayy, aayy; sí, sí; más, más") que van subiendo en intensidad. Tengo un orgasmo corto pero intenso, sigo con la polla dentro ("no la saques; sigue, sigue"), más morcillona que otra cosa, y en poco tiempo Luisa grita alto y fuerte: "sííííí, aaauuu; ya, para, para".

Estamos abrazados bajo la lluvia de la ducha, me suelto, cojo un frasco de gel y empiezo a lavar su cuerpo al mismo tiempo que ella lo hace conmigo, Qué estupendo masajear esas curvas únicas, esa melena maravillosa y sentir sus manos recorrer todo mi cuerpo. Qué sensación de suavidad y relajo.

"Eh, juguetones, que ya es la hora de comer. Luis, se nos va a hacer tarde. Te he traído ropa, igual deberías darte de baja en el hotel, ¿no, mamá?. Es a lo que acostumbras con tus amantes". La voz de Sandy (pelín irónica, ¿no?) nos saca de nuestro mojado ensimismamiento, nos aclaramos y Luisa desaparece camino del restaurante con su hija mientras me afeito y me visto.

Tras comer excelente pero rápidamente, la joven, callada y seria (¿enfadada?), me lleva a toda velocidad camino de la posible entrevista con el mediador etarra. El pueblo al que vamos está bastante alejado, en una zona boscosa verdaderamente preciosa. Tras un primer contacto con una pareja de franceses con cara de pocos amigos que nos siguen también en moto, llegamos a un hostal perdido en medio de la arboleda y en el bar me encuentro con el mediador. La entrevista se alarga varias horas, interrumpida casi constantemente por llamadas al teléfono móvil. Saco en claro que las conversaciones se están manteniendo y que continuarán dentro de una semana en un pueblo de la costa almeriense al más alto nivel. Consigo permiso para hacer la cobertura periodística con exclusiva para España y se me prohíbe publicar nada hasta saber qué ocurre en Almería. Son más de las diez de la noche cuando se marcha mi interlocutor y Sandy y yo podemos tomar una copa tranquilamente, aunque no creo procedente decir amigablemente.

"Bueno, de momento no va mal la cosa. Luego llamaré a mi jefe, supongo que estará satisfecho. Lo de las fotografías va a estar mucho más difícil"

"Satisfecho ya estás tu, aunque por otros motivos, supongo"

"¿Por qué lo dices?, ¿estás enfadada por algo?. Por favor, dí lo que tengas que decir"

"Supongo que no es realmente contigo, sino con Luisa. A veces, como ahora me ocurre contigo, no me sienta bien que se folle a los tíos que yo conozco o le presento. Es imposible competir con ella y los hombres sois gilipollas, sólo os fijaís en aspectos físicos. Díme, ¿te gusto? o es que has quedado tan deslumbrado por mi madre que ya ninguna otra mujer te puede valer. No serías el primero"

"No digas chorradas. Ni a ti ni a tu madre os conozco realmente, me pareceís dos mujeres fabulosas, una distinta de la otra y, desde luego, las dos sois preciosas y estaís buenísimas. Es lo único que puedo opinar en un par de días, ¿no te parece?"

"Os he visto hacerlo en la ducha. Me he excitado mucho y he sentido rabia de no estar en su lugar. Ya es tarde, quedémonos aquí esta noche; para follar, por favor, ¿quieres?"

Ha telefoneado a su madre contándole que sigue la reunión y nos quedamos hasta mañana, yo mientras he intentado hablar con Charo. No ha vuelto aún a Madrid. Mi jefe está loco de contento ante la exclusiva y me exige que permanezca en París por si cambiara la situación, para ir en unos días a Almería.

No cenamos y pasamos un rato tomando copas, hablando de cosas inconcretas y jugando a enlazar las manos, a besarnos como adolescentes, a excitarnos poco a poco.

Tras tener la inmensa suerte de conocer a Charo y a Luisa es difícil no establecer comparaciones entre ellas y cualquier otra mujer. Por suerte para mí, cada mujer es distinta y todas tienen lo que tienen que tener. Sandy es tan maravillosa como su madre, distintas entre sí, pero también guapa y maciza. Le falta rotundidad en sus formas y curvas, madurez en su cuerpo y confianza en sí misma, vamos, que se lo crea un poco.

"Cómo me habeís excitado mi madre y tu en la ducha. Me daban ganas de masturbarme, pero he sentido vergüenza"

Estamos desnudos, acariciándonos y besándonos tendidos sobre la cama, buscándonos como dos estudiantes en celo. Con deseo, con verdadera necesidad el uno del otro. Es estupendo meterla en el coño suave, mojado y caliente de Sandy; me muevo lenta y pausadamente, lo que me pone muy bien y me recreo escuchando los grititos, suspiros y jadeos de la joven ("qué bien, más; sigue así, más fuerte, más"). Tardo poco en eyacular, lo que provoca una airada reacción de mi pareja: "que no se te baje, cabronazo; dáme polla, no pares ahora, sigue". Mi rabo no lo entiende y tengo que empezar una sesión de lengua y dedos intentando buscar el gozo de la mujer ("cerdo, con mi madre gastas todas las fuerzas de tu polla; sigue, sigue, cabrón"), cosa que consigo tras un largo rato, con la mandíbula dolorida y la lengua al borde del colapso, empapado de sus jugos y mi saliva.

"Coño, Luis, ves como a veces tiene que sentarme mal lo tuyo con mi madre; con ella no se te baja y a mí me tienes que terminar con la lengua, lo que por otra parte me encanta"

"No mujer, es que yo siempre he sido de un solo polvo y en ocasiones me cuesta poner la verga dura más de una vez"

Nos dormimos poco después, abrazados, y yo verdaderamente agotado.

Me encanta dormir en mitad del bosque y escuchar los sonidos suaves de la naturaleza a primera hora de la mañana mientras el sol todavía no calienta. Me gusta, pero creo que me excita y cuando veo a Sandy dormida boca arriba lo que se me ocurre es lamer suavemente su sexo guardado por una mata espesa de negro vello. No se si llega a despertar, pero a los pocos minutos está muy mojada y penetro suavemente ese coñito delicioso. En pocos minutos más le estoy dando unos pollazos tremendos al mismo tiempo que ella regala mis oídos: "cabrón, dame rabo, me lo debes; Luisa no te dice estas cosas, ¿verdad?; empuja, empuja así".

Le estoy dando marcha con ganas, suenan nuestros muslos ritmicamente al chocar y el cabecero de la cama de madera suena como un tambor. Se corre con un grito que se debe oir en todo el hotel (" aaayyyyyy; qué gusto"). Me paro, descabalgo y sin contemplaciones acerco la polla a su boca ("ahora no; estáte quieto, espera un poquito") que abre tras un par de buenos empujones ("chupa, mama y come como una loba; no pares hasta que yo diga, vamos") colocando mis rodillas a la altura de sus hombros. Me excita moverme adelante y atrás, con efecto de metesaca en su boca y rozando las tetas con mi culo de manera que creo sentir sus pezones erectos, mientras aprieta polla y huevos con las manos. Aguanto poco, me corro dando un pequeño grito ("sigue, traga toda mi leche") y pongo perdida su cara cuando se saca la verga de la boca.

Estamos de nuevo en París, en el piso sobre el restaurante. Hemos comido juntos los tres y estamos alargando la sobremesa ante unas copas y una conversación amable, amigable, pero con una cierta electricidad estática entre las dos mujeres. La madre me mira fijamente y creo observar un brillo especial en sus ojos cuando dice: "eres una maleducada, Sandy. Llevas varios días molesta, enfadada incluso y sin embargo no dices nada; es una descortesía para nuestro amigo y huésped"

"Querrás decir tu amante; no hay hombre que dejes escapar ni de casualidad si yo te lo he presentado y además sabes que me lo estoy haciendo con él o me interesa al margen del sexo"

"Hija mía, ni tu ni yo tenemos nada que echarnos en cara respecto a los hombres. ¿Por qué me los presentas si no es más que con ánimo de que yo me los tire?. ¿Te excita saber que están con las dos?. ¿Te excita saber que Luis lo hace contigo y conmigo o acaso es que te gusta que compare?"

"¡Zorra, golfa!".

¡Plaf, plaf!; dos sonoras bofetadas mueven la cabeza de Sandy a derecha e izquierda y me parece advertir claramente que ambas mujeres ya han jugado antes a este juego, que gustan de ello y es evidente, se excitan sobremanera.

Luisa se dirige hacia mí, besa mi boca con lascivia mientras mira a su hija a los ojos y de un empujón me dirige hacia Sandy, que inmediatamente pasa a comerme la boca con urgente excitación. Estamos los tres desnudos y desde luego en ningún caso llevo yo la iniciativa. La madre está tras de mí abrazándome, restregando sus tetas contra mi espalda (cómo me gusta sentir los pezones) y dándome golpecitos con el pubis (siento su vello y eso me encanta) en el culo. La hija besa mi boca, chupa y muerde mis pezones y tiene agarrada la polla como si se la fueran a quitar. Sandy se arrodilla para chupar el rabo y Luisa se arrodilla para chupar el culo. Las dos parecen querer competir en destreza: mi culo es chupado, lamido, mordido y penetrado por una lengua mágica que me excita y pone muy, muy burro; la polla es comida y mamada con tal dedicación e intensidad que creo que jamás ha estado tan grande, tensa, hinchada, roja y sensible.

Madre e hija se colocan arrodilladas frente a mí y se van pasando el cipote de una a otra hasta que las dos al mismo tiempo me la comen. Una de ellas ha metido un dedo (o dos o tres) en mi culo con lo que me corro como si fuera la primera vez en muchos meses. No dejan que se escape ni una gota, lamen y tragan mi leche dejándome limpio en unos segundos. No me dejan descansar. Lenta y suavemente empieza la madre a lamer el rabo y lo huevos mientras la hija se sienta sobre mi cara y restriega el sexo sobre ella con un movimiento tan lento como el de su madre. Poco a poco las dos han ido aumentando la rapidez e intensidad y Sandy me folla con su pelvis girando, subiendo y bajando mientras intento ayudar con mi lengua. Luisa se ha montado sobre mi ya excitada verga y la ajusta con ese coño maravilloso que parece apretar como si de una mano se tratara; sube y baja con rapidez y excitación creciente.

La primera en correrse es la hija, da un grito corto y fuerte y durante muchos segundos creo que me va a ahogar con los golpecitos que sigue dando a mi boca y cara con el sexo. La madre ha seguido echándome un polvo que a estas alturas es salvaje por su intensidad, velocidad y movimiento; apenas grita y se corre durante unos largos dos o tres minutos en los que parece exprimir más que apretar mi polla.

Mi excitación es tal que no puedo esperar; ambas mujeres están tumbadas sobre la alfombra, elijo a la más cercana (Luisa) para ponerla a cuatro patas e intento penetrar su culo, lo que me resulta imposible ("Sandy, trae la vaselina y extiéndela en mi cipote"). El rabo parece el mango de una pala brillante por la crema; arremeto de nuevo contra el agujero tostado y tentador ("despacio, por favor, yo nunca lo hago por ahí") y poco a poco voy metiendo el capullo y hasta medio mango, ("no empujes, cuidado") obteniendo exclamaciones de la mujer ("no tan fuerte, au, au; despacito") a las que no solo no hago caso sino que me dan más ganas de ponerme salvaje ("para, no sigas; deja mi culo, bruto"). Un par de sonoros azotes en esas nalgas duras y prietas y una orden gritada para la hija ("sujeta a tu madre por los hombros, que no se mueva") dan paso a varios empujones fuertes y a un rápido movimiento que me lleva a eyacular con una lechada larga y potente.

Se desploma la enculada y caigo sobre ella ("nunca me habían dado por detrás con tanta marcha; me ha gustado, aunque me ha dolido, so bruto") hasta que al cabo de un rato puedo sacársela (roja, inflamada, dolorida, rozada) y quedo dormido en la alfombra.

Despierto con la agradable sensación de estar bañándome en la playa, abro un ojo y veo como Sandy está aplicando una toalla mojada a mi pene. Después empieza a lamerlo muy suavemente durante muchos minutos hasta que se pone tieso y duro; sube sobre él y casi sin moverse aprieta y comprime con el chochito ahogando algunas exclamaciones ("ay, au; qué bien, qué gusto"). Me está echando un polvo prodigioso sin apenas moverse, hasta que se corre dando varios grititos, se baja para tumbarse a mi lado en la alfombra e inmediatamente queda dormida.

Mi rabo se derrumba como si se desvaneciera y el sueño y el cansancio hacen su trabajo de manera que quedo fuera de combate. Un último pensamiento embotado es para Manuela. Mañana telefonearé a Madrid.

A las siete de la tarde sale el avión que me conducirá a Almería. Sandy me está llevando desde el restaurante al aeropuerto, esta vez en coche. Hemos comido los tres juntos y tras el café la hija se ha ido muy discretamente para dejarnos a Luisa y a mí durante un par de horas. La verdad es que las hemos aprovechado: he follado a esta hermosa mujer en su sexo, su boca y el culo; me he corrido con una cierta desesperación y le he prometido que volveré lo antes posible a París. Nos decimos que ni ella ni yo queremos que ésto sea una simple aventura sexual, sino que, al menos, sea una buena amistad que nos permita follar de vez en cuando. Nos despedimos con un amoroso beso y me dice:"no olvides a mi hija, es estupenda".

"Sabes, me he masturbado hace un rato mientras estabas con mi madre, pero no es suficiente". Da un pequeño volantazo y mete el coche en un área de descanso de la autopista, dirigiéndose a la parte más alejada entre unos árboles. "Tenemos tiempo y no puedo dejar que te vayas así, sin darme una vez más tu polla"

Freneticamente desabrocha cinturón y bragueta, saca mi sorprendido rabo y empieza a menearlo mientras me come la boca y se quita la camisa, bajo la que no lleva sujetador ("vamos, quiero tu polla; cómete las tetas y baja tu mano, no llevo bragas"). Es verdad, no solo no lleva bragas sino que está mojada como una fuente y con los muslos empapados. Ya ha conseguido levantármela y doblándonos en unas posturas imposibles consigue mamar mi polla, meter un dedo en el culo, apretar mis pezones, que le coma las tetas y le pueda meter un par de dedos en el coño mientras aprieto su culo.

Estamos muy excitados los dos, pero yo no dejo de preocuparme por la hora. Muevo la cabeza para ver el reloj del salpicadero y me doy cuenta de que hay dos jóvenes mirando por las ventanillas, al mismo tiempo que se están cascando un pajote gracias a nuestra actuación. Consigo recuperar una postura más cómoda: siento a Sandy sobre mi polla para que suba y baje, como su boca, chupo los pezones y le meto un dedo en el culo. El ritmo de Sandy va creciendo según sube su excitación, empieza a hablar en voz más alta ("sigue, corazón, no pares; me gusta, cariño; más, más, más") y se corre gritando ("guauuuu, ayayayay ...") y apretando mi culo hasta hacerme daño con sus pellizcos. Se levanta, se sienta en el suelo del coche y empieza a mamarme el mojado y excitado cipote ("tu madre y tu me vaís a matar; que par de golfas más cojonudas") durante el corto rato que tardo en correrme. No entiendo como puede quedarme leche aún. Quedamos un par de minutos sentados y cogidos de las manos (los cristales del lado del conductor y del acompañante tienen claras huellas de semen, de la corrida de los dos jóvenes pajeros) hasta que no tengo más remedio que deshacer el encanto del momento ("es tarde, vámonos").

Apenas nos ha dado tiempo a despedirnos ("sí, prometo que siempre que venga a París nos veremos aunque no vaya a ver a Luisa. Yo también te quiero"). He tenido que embarcar rápidamente y hasta que no estamos en el aire y sin cinturón de seguridad no abro un pequeño paquete que me ha dado Sandy ("es de parte de las dos, eh") y que contiene un pesado llavero de plata formado por dos figuras desnudas que se abrazan. Precioso. Quedo dormido en el asiento, debe ser muy profundamente porque tengo la sensación de que Manuela me besa y acaricia durante mucho rato, de manera que estoy muy excitado cuando una voz estridente y de tono metálico avisa que vamos a aterrizar en Almería.