Manuela (08)

Manuela (08)...

Apenas he pisado el aeropuerto de Barajas. Al llegar me esperaba un mensajero del periódico con dinero, billetes de avión con destino a Lisboa y un sobre con instrucciones de mi jefe. El mensajero es Berta, una de las fotógrafas de la redacción de política nacional, que me va a acompañar a la búsqueda de un reportaje que me parece casi imposible: negociaciones entre el Gobierno español y ETA propiciadas por un ministro portugués.

No llevo ropa apropiada para la lluvia y el frío que hay en Lisboa. De los contactos propuestos por mi jefe todos se hacen los locos o están ilocalizables, con lo que nos dan a Berta y a mí las once de la noche cenando un bocata en su habitación del hotel y con ánimo de querer estar en cualquier otro sitio.

"¿Luis, quieres una copa?, aquí me parece que no pintamos nada"

"Sí, un gintonic. No se me ha pasado el frío todavía; a primera hora tengo que comprarme ropa de abrigo y zapatos; coño, con lo bien que estaba yo de vacaciones en el desierto".

"Me parece que vamos de marrón con lo de ETA; yo que podría estar haciéndome la Pasarela Cibeles o algún chollete similar"

"Estas cosas son así siempre, primero nadie sabe nada y luego todos quieren hablar para apuntarse tantos. Tranquilidad, titi, que acabamos de llegar. ¿Pongo la tele?"

En buena hora. Estaba conectado un canal porno nórdico y en ese preciso momento una rubia gigantesca de tetas como neumáticos se la mamaba a un maromo chiquitito con un rabo como un caballo, como un caballo grande.

"¡Joder, que pasote !. Nunca me he podido comer un cipote así. ¿Cómo vas tu de herramienta?"

En las siguientes horas tuvo oportunidad de saberlo. Sin encomendarse a nada ni nadie me mete la lengua hasta la garganta y empieza a magrearme el culo como si se fuera a acabar el mundo ya mismo. "Siempre me has gustado. Una amiga me ha hablado de ti, te conozco un poquito y me da morbillo tu rollo".

Ni pude preguntarle. Con rapidez de record mundial me desnudó por completo ("estás bueno, carrocilla") sin dejar de comerme la boca. Todavía se está desnudando cuando se arrodilla y empieza a mamar mi polla con desesperación, haciendo mucho ruido, babeando y usando los dientes un poco demasiado fuerte. "Berta, me vas a dejar sin rabo como sigas dándole esos viajes"

El sonido del chup-chup, los dedos agarrando mi culo como si fueran garfios, tres pollas gigantescas manando leche sobre las tetas de la rubia del televisor y sobre todo, la excelente mamada, hacen que me corra gritando de gusto. Berta no deja que se escape ni una gota, me termina limpiando toda la polla lamiendo y suavemente me acomoda en la cama.

"¿Te ha gustado?. Descansa un poco porque ahora me toca a mí y estoy muy salida". Con los ojos semicerrados la observo mientras se quita los pendientes y se pone a hurgar en la maleta: menos de treinta años, no muy alta, delgada, pelo corto teñido de rojo oscuro, cara bonita con ojos negros grandes y boca de labios gruesos; pechos redondos algo grandes para su delgadez con pezones pequeños rodeados de areola rosada, culo pequeño duro como una piedra, muslos y piernas delgados. No está nada mal. Llama la atención su poblada mata de vello rizado en el pubis, de color castaño.

"¿Quien te ha hablado de mí?"

"Manuela, pero me hizo prometer que no te lo diría hasta que que me hubiera corrido dos o tres veces. Así que a eso vamos. ¿Te gustan estos aparatitos, los sabes usar?". En la mano derecha sujeta un consolador color crema bastante largo y grueso ("éste es para mí, me lo vas a meter") y en la izquierda una especie de plumero con largas plumas ("es un látigo que casi no hace daño, es para los dos").

Sin preámbulo alguno se arrodilla y empieza a lamer mi rabo con suavidad intentando que se levante de nuevo ("se que te gusta hablar e insultar. Conmigo no te cortes porque yo pienso hacer lo que me apetezca"). Juega con mi culo acariciando y pellizcando las nalgas e introduciendo la punta de uno de sus dedos en el agujero ("eres un poco guarra, Berta. Me gusta, sigue jugando con ese dedo, no pares so zorra"). En pocos minutos lo consigue ("me pone a mil este cipote gordo que tienes cabronazo") y se sube sobre mí para meterse lentamente la polla hasta dentro. Cabalga lenta y profundamente al mismo tiempo que se va excitando su lenguaje: "que rico, maricón, que rico. Te voy a ordeñar los huevos; vas a quedar seco y sin ganas para un año, cabrón de mierda, cómo me pones".

Se levanta y en pie me pide que chupe su coño ("la rajita, chupa mi rajita"). Arrodillado como estoy siento un golpe en el culo al mismo tiempo que un ruido seco ("te voy a azotar esclavo; sigue mamando mientras te doy látigo en ese culo de maricón"). No es doloroso, pero sí se sienten los golpes fuertes y sonoros que no deja de propinarme Berta. De repente me empuja hacia atrás y grita:" en pie cerdo, pónte en pie"; lo hago y me cruza el pecho y la cara con el látigo para, inmediatamente, darme varios rápidos golpes en la tiesa y dura polla ("¿te gusta?, eh, mariconazo"), se arrodilla de nuevo y la mamada apenas dura unos segundos. Mi leche salpica regando pecho, cara y cabello de Berta.

"Ahora a mí. Por favor, Luis, házme gozar; voy muy caliente". Se arrodilla sobre el borde de la cama, a cuatro patas baja su cabeza y se me ofrece ("díme lo que soy, dímelo porque me excita. Haz todo lo que quieras pero dame gustito").

"Golfa, te voy a poner el culo a cuadros". Los azotes suenan fuertes y el rojo de su culo sube tanto como va creciendo mi pene. Me estoy excitando mucho, mucho, pero primero voy a buscar su orgasmo: "guarra, querías polla grande, eh; ahora verás putón". Cojo el consolador y se lo introduzco en el mojado coño ("¡qué gusto!, ¡qué gusto!; sigue, no pares"). Empieza a menearse de tal forma que tengo que usar las dos manos para el movimiento de mete-saca con el aparato ("ay, ay, ay ; cómo me gusta, sigue, sigue"). Se corre de manera escandalosa con un orgasmo prolongado ("sigue, ¡qué bueno!; aayyyyy ...") hasta que se desploma en el suelo con los ojos cerrados y sin sacarse la polla de plástico.

Intento no cogerme el rabo y ponerme a cascármela pero estoy muy excitado, Berta se da cuenta y empieza una mamada suave ("no quiero correrme otra vez en tu boca"), se tumba sobre la cama y me hace señas con sus manos: "hijoputa, ven a mi coño, vas a follar como nunca lo has hecho". Es un chichi suave, calentito, muy mojado y estrechito. La joven mueve sus caderas con un ritmo excitante que se adapta a los pollazos que le doy ("túmbate sobre mí, quiero llegar a tu culo para pegarte azotes") mientras me da cachetes cada vez más fuertes, espaciados, sonoros y para mí tremendamente excitantes ("sigue cabrona, ¡joder cómo me pones so zorrón!"). Empiezo a bombear ya de manera salvaje buscando el orgasmo, sintiendo un dedo de Berta que entra y se mueve en mi culo ("mariquilla, te pone el rollete rosa, so maricón"). Hostia, que corrida más buena. Prometo que hasta hace unos meses yo era de polla difícil de levantar después de la primera eyaculación, será que a la vejez ...

Berta se mete el consolador con una mano y se masajea el clítoris ("hace tiempo que no tengo tantas ganas") con la otra mientras yo estoy medio dormido. Esta vez se corre casi en silencio y nos dormimos juntos en su cama.

Suena el teléfono a eso de las cinco de la mañana. Es uno de los contactos portugueses que me informa que la reunión se va a celebrar dentro de tres días en los alrededores de París y que no hay oportunidad de intentar entrevistar a nadie aquí en Lisboa. Todavía medio dormido dejo dicho en recepción que nos despierten a las diez de la mañana con un desayuno abundante para los dos.

Me fijo en Berta que duerme boca arriba con expresión beatífica en su cara. No puedo dejar de mirar el vello castaño, rizado y poblado del sexo, me acerco a la cama y arrodillado empiezo a lamer su coñito. Pasados unos minutos se lo estoy mamando primero y comiendo después con verdadera gula, parándome en un clítoris que me parece de tamaño más grande de lo que estoy acostumbrado con Charo. Ella se ha despertado ya hace un rato y acerca su pubis a mi boca dándome golpecitos como si me quisiere follar la cara. Sujeto su culo con ambas manos, con fuerza, lo que arranca un par de gemidos de la joven y aprieto la cara en el coño utilizando al mismo tiempo los labios, la lengua, los dientes, la nariz y la frente para masturbar este chochete envuelto por una fabulosa mata de pelo.

La corrida gritona de Berta me encanta y satisface. Mientras seco mi empapada cara e intento quitarme varios pelillos rizados de entre los dientes sopeso la posibilidad de darle marcha a mi cipote, pero está tranquilo y reposado. Me duermo pensando en Charo y Manuela. ¿Me podría convertir al Islam para casarme con las dos?, qué gozada, ¿no?. Estoy enamorado de Charo, creo.

En el aeropuerto lisboeta me despido de una tristona Berta que incluso ha soltado unas lagrimitas en la tienda en la que me he comprado ropa de abrigo ("jo, tío; ya nos veremos. Me gustas un huevo, cuídate"). Se vuelve a Madrid y yo me preparo para ver qué pasa en París.

Pasa que hay huelga de transportes públicos y atascos más salvajes de lo que suelen ser habituales. Llevo una hora bajo la lluvia deambulando de parada de taxis a parada de autobuses y al tren de cercanías, cuando un motorista vestido de cuero negro se detiene a mi lado y grita en castellano sin quitarse el casco: "¿Luis, el periodista español?; soy Sandy, tu fotógrafo en París; vámonos que el tráfico va jodido".

Relativamente rápido llegamos al hotel situado en una bonita zona arbolada. El motorista me sigue a la habitación ("joder, tu jefe te aprecia; este hotel vale una pasta") y se quita casco y abrigo mientras le estoy ofreciendo un cigarrillo. Sorpresa morrocotuda: "pero coño, ¡si eres una mujer!".

"¿No te has dado cuenta hasta ahora?, voy a tener que ofenderme. Bien te agarrabas en la moto"

"Más y mejor me hubiera agarrado de saberlo. Esa vestimenta de motorista no te hace justicia, la verdad sea dicha". Desde luego que no. Es un tía de poco más de veinte años, alta, delgada, morena de cabello y piel; muy morena. Guapetona, curvilínea, muy atractiva.

"¿Eres española o es que conoces perfectamente el idioma?"

"Mi madre es de Ceuta y mi padre era francés nacido en Argelia. Yo he nacido en Alicante y llevamos quince años viviendo en Francia, desde la muerte de mi padre. Te presentaré a Luisa, mi madre, le encanta tratar con españoles recién llegados; su casa de comidas tiene fama de ser de las mejores de París. ¿Tienes hambre?, es un poco tarde pero aún estará abierto".

De nuevo rápido viaje a través de un atascadísimo centro de la ciudad y, eso sí, ahora me agarro a Sandy con más agrado y morbo que antes. En una estrecha calle situada en pleno Barrio Latino entramos la moto en una especie de jardín con sillas y mesas de madera vacías bajo la fuerte lluvia que cae en ese momento. Unas grandes cristaleras dan paso a un salón de varios niveles, decorado en madera de distintos tonos y tremendamente acogedor, con chimenea y un par de barras. Una gran bandera de la República española adorna una de las paredes. Están ocupadas más de veinte mesas entre las que circulan afanosos camareros.

"¿Sandy?; qué haces aquí tan tarde, ¿quieres comer?". Una elegante mujer alta y muy morena se dirige a la joven, le da dos besos y vuelve la cara hacia mí tras una brevísima conversación. ¡Madre mía!, es tan guapa que casi no oigo las palabras que en español me dirige: "mucho gusto, caballero, mi hija me ha avisado de su presencia. Bienvenido a nuestra casa, que esperamos pase a ser la suya". Balbuceo algo que no recuerdo y sigo a las dos mujeres hacia uno de los discretos reservados que dan al jardín.

"Como hace frío me permito aconsejarle el cocido madrileño que siempre preparamos los días lluviosos, es muy apreciado por la clientela. Tiene que contarme cosas sobre España, todos los años digo que vamos a ir en vacaciones y luego no me atrevo. Sigo teniendo recuerdos muy tristes; pero, por favor, coman mientras atiendo a los clientes que salen".

La verdad es que he quedado impresionado por esta cuarentona guapísima ("tuteémonos, vamos a ser muy buenos amigos") de voz ronca, acariciadora y sensual; con una melena negra, larga, esplendorosa y unos ojos negros grandes como puños.

"Vaya, vaya; así que tu también has quedado hechizado por Luisa. Voy a tener que ponerme celosa, al fín y al cabo yo te ví primero". La risa de Sandy me permite disimular un poco mientras como el mejor cocido que he conocido en muchos años.

Un buen café, dos copas bien puestas y una conversación alegre y amigable con dos simpáticas y hermosas mujeres son algo parecido a la idea que uno tiene acerca de lo que debe ser una sobremesa. "Esta noche no abrimos, he dado descanso al personal por lo de la huelga. Va a estar todo muy muerto, así que invitaremos a Luis a comer arriba en nuestra casa. ¿Tienes que volver al hotel?".

Nos despedimos hasta la hora de la cena. Sandy me lleva al hotel (creo que durante el viaje en moto me he agarrado más de la cuenta, apretando las tetas por encima de ese grueso mono de cuero) y pide unas copas al servicio de habitaciones mientras yo intento telefonicamente dar con los contactos oportunos. Según cuelgo el teléfono y me giro quedo deslumbrado ante la imagen que me sorprende. Sandy se ha desnudado por completo y antes de besarme dice: "tengo que aprovechar ahora. Te he visto muy quedado con Luisa y esta noche no se si no me vais a poner los cuernos, so guarro". Me desnudo mientras la joven no deja de besarme. En cuanto descubro la polla se arrodilla y empieza a lamerla con ganas, coge mi culo con ambas manos y lo aprieta con fuerza. "Qué bueno estás, te voy a follar hasta que no pueda más"

"Tu sí que estás buena, ven, quiero meterla en tu coño". Se pone a cuatro patas sobre la cama y me ofrece un chochito mojado y caliente. Le estoy dando buenos pollazos cuando suena el teléfono, lo que me obliga a sacársela, sentarme en el borde de la cama y apoyarme en el cabecero cuando Sandy se pone a comerme el cipote arrodillada entre mis piernas. Me entero poco de lo que me cuentan, pero saco en claro que al menos una semana tendré que permanecer en París. En este preciso instante, con una chavala mamándome la polla, me parece perfecto y, quien sabe, quizás esta noche tenga a la madre abierta de piernas. Panorama perfecto.

"Ven; vamos a chingar, sube a mi rabo". No lo tengo que repetir; enseguida me cabalga rápida y profundamente al mismo tiempo que me agarro a sus preciosas tetas ("cógemelas y aprieta"), cierra los ojos y habla en voz muy baja ("mamá, zorra, este es para mí; su leche es mía, golfa; yo me lo tiro primero") hasta que se corre dando un par de sonoros suspiros. Tras unos segundos de obligado descanso en los que no dejo de tocarme Sandy se echa sobre su costado para que la penetre. "A lo mejor tendríamos que usar condones, pero nunca llevo. Házmelo como quieras" Ese culito redondo, moreno, prieto es muy tentador, aunque tengo problemas para entrar ("siempre llevo vaselina en mi mochila"). Me reboza toda la polla con una buena capa de pomada, se vuelve a tumbar, ahora boca abajo, y poco a poco consigo meterla en un canal muy apretadito, lo que apenas me permite un tímido metesaca que me lleva a eyacular en pocos minutos. Caigo en un sueño pesado y profundo.

"Despierta, Luis. Hemos quedado a cenar con mi madre". En un primer momento ni siquiera recuerdo en donde me encuentro, poco a poco me recupero mientras oigo a Sandy hablarme desde la ducha: "Oye, mi madre es muy especial. Si te enrrollas con ella pórtate bien, eh. Dos o tres veces al año se encoña con un tío que le suelo presentar yo. Si le gusta, durante seis o siete dias lo mantiene a cuerpo de rey mientras se lo folla sin parar y después los despide y ya ni los vuelve a saludar".

Vale, con casi cuarenta años y en plan semental. Voy mejorando.

Un rápido viaje en moto y ya estamos cenando en un precioso piso situado sobre el restaurante. Luisa está esplendorosa con un corto, ajustado y escotado vestido negro que en otra mujer parecería exagerado, pero que en ella resulta elegante y sensual. Es tan guapa y llamativa que no puedo evitar quedarme atontado en varias ocasiones mientras miro su rostro, sus ojos, esa boca prodigiosa, el nacimiento de los pechos, los muslos, ... Su voz sensual, ronca y envolvente parece que repercute directamente en mi cipote. Me estoy poniendo muy, muy burro.

Es bastante tarde, Sandy se fué a dormir hace un rato ("tengo que acercarme a la oficina temprano") guiñándome un ojo y su madre y yo nos hemos cogido de las manos mientras nos besamos lenta y suavemente, con total naturalidad, como si no fuera posible otra manera de actuar, durante minutos y minutos, sin urgencias. Nos desnudamos mirándonos y recreándonos (yo al menos) en el cuerpo del otro. Sandy es guapa y atractiva, Charo es muy hermosa, pero Luisa es una diosa; de más de cuarenta años, pero una diosa morena, excitante en su belleza y su madurez, deseable como ninguna otra: pechos grandes, altos, tersos, duros; de pezones largos, anchos, rugosos muy oscuros, que apuntan hacia arriba. Tripa redondeada con ombligo achinado; vello púbico negro, denso, poco rizado, formando un triángulo perfecto; muslos y piernas largos redondeados; una espalda recta levemente hundida al llegar a unas caderas estrechas que se continuan en un culo prodigioso, quizás un poco grande, perfecta y maravillosamente grande.

Me vuelve loco su olor, el aroma denso y excitante de su piel que, al igual que su color moreno, de avellana tostada, le dan un toque único que no he conocido hasta este momento. No me canso de besar, chupar, lamer, acariciar este cuerpo maravilloso que responde a mis estímulos con natural y creciente excitación. Tengo el rabo tenso, tieso, duro y necesitado de alivio; Luisa está mojada y excitada, gime y empieza a poner aún más ronca su voz ("jódeme, méteme el pene, dame placer; vamos, penétrame") mientras su respiración se hace más rápida. Agarra mi polla para dirigirla a su sexo, penetro lenta y profundamente en un horno densamente mojado, ardiente como lava, que se cierra sobre el cipote como un guante suave, estrecho y mullido. El movimiento de mi pelvis crece y crece en rapidez, adaptándonos mutuamente a una especie de loco baile en el que la música la ponen los gemidos y jadeos de ambos, el sonido del seco entrechocar de nuestros muslos y cerca del orgasmo, las frases y palabras entrecortadas casi gritadas por Luisa: "sigue, sigue; no pares, me gusta mucho; más, más". Se corre con un cierto estrépito de jadeos, grititos, suspiros. Sigo bombeando con fuerza durante un par de minutos hasta correrme en un orgasmo largo y fuerte.

Nos hemos dormido abrazados, sin ni siquiera hablar. Las buenas noches se plasman en recibir un beso en la boca mientras me musita al oído: "duerme y descansa porque a Sandy y a mí nos gustas mucho".

Duermo con sueño agitado; sufro una pesadilla en blanco y negro en la que Manuela, Consuelo, Luisa, Sandy y alguna otra mujer se montan una orgía lésbica con vibradores de tamaño descomunal en la que no me dejan participar, mientras Jericó abofetea mi cara y rompe mi culo con una polla negra gigantesca. Despierto sudando y dudando de donde me encuentro hasta que Luisa me acuna en sus pechos, dice algo que no entiendo y me sumerjo en un oscuro mar de tranquilidad y sosiego.