Manuela (04)

Manuela (04)...

Como he salido con prisa de Zaragoza la verdad es que tengo hambre y ganas de estar tranquilo y descansado. Tomo el desvío hacia Soria con ánimo de cenar y dormir en el Parador.

La lluvia y el frío no cesan, por lo que salgo rápidamente del coche, resbalo y entro en el hotel como un torbellino, tropiezo con uno de los escalones de la entrada y voy a chocar contra las personas que están junto al mostrador de recepción. Una señora cae al suelo con un gritito de sorpresa, una joven suelta un taco a mí dirigido y un señor mira todo con cara de asombro mientras intenta recoger el sombrero que le he tirado al suelo, mientras yo, que sigo en pie y sin daño alguno, empiezo a disculparme atropelladamente: "cuánto lo siento, perdón; he resbalado por el agua, deje que le ayude, señora, por favor, ...".

Un minuto después estamos riendo y haciendo las presentaciones: el catedrático Rovira, de Barcelona, su señora e hija. Están en Soria en un congreso sobre Antonio Machado. Consigo habitación y les invito a cenar a modo de desagravio por el empujón. Personas educadas, de buen comer y mejor beber, hacen que la cena se convierta en una agradable velada que vamos alargando a base de copas.

El señor catedrático no tiene demasiado aguante y es necesario llevarle a acostar a eso de las dos de la mañana mientras intentamos que no cante Els Segadors a voz en grito.

Hasta en los Paradores de turismo fallan los ascensores cuando hay apagón general. Entre la segunda y tercera planta nos quedamos a oscuras con el catedrático felizmente amodorrado cantando en voz baja y esperando que nos saquen los empleados ("la avería es grave, hacemos todo lo posible, estén tranquilos, ...").

Alguna de las dos mujeres ha decidido que se aburre y en la absoluta oscuridad se lanza a por mis huevos con ganas. Me coge como si me fuera a escapar y empieza a masajearme por encima del pantalón, con prisa y mano experta.

Me da morbillo imaginarme quién será: ¿la madre, teñida de rubio, cuarentona de buen ver o la hija veinteañera, morena de pelo muy muy corto?. Lo mismo me da, quien sea me está poniendo muy burro mientras intento mantener la compostura.

La avería se alarga y mi polla también. Sin encomendarme a nada ni a nadie, agarro con fuerza el culo grande y acogedor de la madre con la mano derecha y el culo duro y prieto de la hija (las dos se llaman Montse) con la mano izquierda. Aprieto y masajeo con ganas con las dos manos. Ninguna se queja, mientras la mano que acaricia y aprieta mi cipote se muestra tremendamente hábil en masturbar por encima del pantalón. Como no pare ....

Se hizo la luz. Empezamos a subir de nuevo y mi polla queda, lamentablemente, liberada.

El catedrático Rovira se anima por el pasillo y exige que el Parador nos invite a cava para que nos olvidemos de la avería del ascensor, lo que acepta un diligente empleado que nos remite dos botellas de champán francés ("mucho mejor el cava, se lo digo yo que soy catalán") frío y listo para descorchar.

Rovira padre apenas bebe unos sorbitos intenta cantar el himno del Barça, cae redondo, le acostamos sobre la cama del matrimonio y pasamos a la habitación de la hija para charlar y acabar con el excelente champán. Tengo que pasar al cuarto de baño y oigo sin poder identificar la voz: "mejor apagamos la luz, así queda todo más íntimo, ¿no?".

Cuando salgo me dirijo hacia el sofá situado frente a la cama. Alguien se ha preocupado de que no se vea nada echando las cortinas y apagando hasta los cigarrillos.

Logro sentarme en el centro del sofá y apenas me he acomodado, la mano de una de las mujeres vuelve a acariciar mi polla que se levanta en cuestión de segundos. Las dos mujeres hablan conmigo y mantenemos una conversación sobre cine que va languideciendo rapidamente. En la oscuridad se puede cortar el ambiente.

La mano se detiene, se separa momentáneamente y comienza a desabrochar la bragueta, sacando mi rabo tieso y duro sin dificultad. ¿Qué hago, me lanzo a la piscina?. ¿Qué puedo perder?.

El culo que está a mi derecha es el de Montse madre, grande y más blando, lo agarro con tal fuerza que la mujer pega un respingo. Una exclamación ahogada suena cuando mi mano izquierda coge con fuerza el culito duro y apretado de Montse hija.

La mano masturbadora no se ha detenido en ningún momento y ya aprieta un cipote hinchado, tenso y con ganas de algo más.

Una boca ansiosa empieza a comer mi boca y después introduce la lengua todo lo dentro que puede.

Tienen que ser las dos, madre e hija, no me cabe duda. Mis manos acarician, masajean y aprietan dos culos excelentes y excitantes.

Estoy intentando mover las manos para atacar la parte delantera de las Montses, cuando se enciende la luz y la voz del catedrático Rovira se deja oir con el tono propio de los borrachos: "osti, Montse, no encuentro las pastillas. Tengo ardor de estómago, no se dónde están. Pero sigan a lo suyo, por favor, sigan charlando como si yo no estuviera ..."

Montse madre acompaña a Rovira hasta su habitación. La hija se lanza como una loba a mamar mi pene; ensaliva, muerde, lame, besa, aprieta, todo al mismo tiempo que se va quitando la ropa. Está buena la Montsita: tetas redondas, duras y de buen tamaño con pezones grandes; culito redondo y duro; piernas largas delgadas; sexo depilado casi por completo y morbo, mucho morbo en esa cabeza casi rapada que se mueve arriba y abajo al compás de la boca que se come la polla.

Quiero desnudarme por completo cuando de nuevo se abre la puerta de la habitación. Montse madre entra, se queda observando a su hija que ni se ha dignado mirar ocupada ahora en la punta de mi capullo y se desnuda con rapidez. No puede negar que es la madre: tetas redondas grandes con pezones oscuros duros y largos; culo grande y redondo; piernas largas de muslacos gruesos; sexo con una mata morena de vello que parece el Amazonas y un puntito de coquetería porque no se quita las medias negras que le llegan a los muslos. Sí señor, un detallazo.

Es la madre la que termina de desnudarme mientras la mamada de la hija da sus frutos, eyaculo como si fuera la central lechera asturiana. Mi leche salpica a Montse hija por la cara, las tetas y la cabeza pelona, lo que me da gustito añadido.

"Ven conmigo que enseguida te pongo a trempar. Esta noche no la vas a olvidar. Empieza a mamar mis tetas, chupa con fuerza y muerde los pezones que no quiero suavidad, vamos noi. Montsita, no te masturbes, Luis nos va a dar placer a las dos".

La madre me coge como si fuera un niño pequeño. Sentándome en su regazo mete uno de sus pezones en mi boca, con la mano izquierda acaricia pene y testículos y con la mano derecha da masaje a mi culo, deteniéndose en la raja y metiendo un dedo en el ano, poco a poco, cada vez más dentro. "Niña, cómele la boca y juega con sus pezones, apriétalos un poco con tus uñas":

En la postura que estoy consigo seguir mamando las tetas de la madre al mismo tiempo que acaricio las tetas de la hija, que se toma las órdenes de la madre con ganas.

Ya me tienen donde querían. Otra vez empalmado (prometo que yo toda mi vida había sido hombre de un solo polvo y tardón a la hora de levantar el pene) y muy excitado. Montse madre se levanta, se arrodilla en la cama y me llama: "métela a fondo en mi chichín; vamos, ¡lo necesito ya!. Niña, juega con su culo; chúpale para que dure y no se le baje".

¿Chichín?, parece la cueva de Alí Babá; allí cabe un mercancías. A pesar del tamaño es un coño acogedor y agradecido que tras sus buenos diez minutos de pollazos logra una corrida gozosa y muy callada que desencadena un aluvión de jugos vaginales (tanto que al principio creo que Montse madre se ha meado) y mi propia eyaculación.

La hija ha estado todo el tiempo pegada a mi culo, chupando, mordiendo y metiendo la lengua a pesar de los vaivenes de los pollazos que le daba a la madre. No estoy para meterle el rabo, pero pongo a Montsita en la cama y empiezo a mamar y chupar su mojado chocho. Agarro sus tetas y juego a apretar sus pezones mientras lamo el clítoris. Está muy excitada y enseguida tiene un orgasmo largo, escandaloso ("luego quiero polla, el rabo es mío"; grita de manera ansiosa y entrecortada) y también muy mojado.

No creo que pueda follar durante los próximos meses después de la marcha de los últimos días. Voy a mi habitación (las Montses están dormidas como troncos) y antes de dormirme rendido pienso en Manuela y trato de imaginarla con el cabello rapado.

Estoy a punto de correrme de nuevo mientras Manuela se ríe y me insulta: "vamos maricón, para eso querías que me rapara y depilara" ...

"Eh, eh, Luis, despierta. Llevas toda la mañana durmiendo". Montse hija me sacude suavemente por los hombros intentando despertarme. "Anda, levanta y vámonos a comer que nos esperan mis padres".

Totalmente zombie logro afeitarme y ducharme con la ayuda de la joven, a la que tengo que prometer que a la hora de la siesta vamos a follar. No creo, pero ...

El catedrático Rovira es pesado como él solo. Habla, habla, habla y no para; menos mal que su mujer está al quite: "cariño no atosigues a Luis. Anda que se hace tarde para el congreso. Tu hija y yo procuraremos que no se aburra este joven". Y lo dice mirándome come las leonas miran a las gacelas a la hora de salir de caza.

Son las cinco de la tarde, hora taurina que a mí nunca me ha dicho nada, pero me parece que el torero tengo que ser yo ahora. Las dos Montses están desnudas y a pesar de que es todo un magnífico espectáculo (y de sus besos y caricias) mi pene sigue sin dar señales de vida.

Montse madre me mira como con hambre, se arrodilla y empieza a hacerme la más larga y mejor chupada que hasta hoy he conocido. No tiene lengua, tiene una serpiente que se enrosca, sube, baja, entra, sale, acaricia, aprieta y, sobre todo, es eficaz. Me la levanta con poderío tras muchos minutos de intenso trabajo.

Montse hija me tumba en la cama y sube rauda sobre mi rabo. Suave, caliente, mojado y muy estrechito; una polla se siente como en casa en un chochete como el de la chica.

Montse madre pasa sus manos por todo mi cuerpo, apretando y pellizcando sin parar, lo que me excita todavía más. El sube y baja de la hija es efectivo y se corre con profusión de gritos, suspiros y soltando un río de jugos vaginales.

La madre sustituye a Montsita sentándose sobre el cipote mirando hacia mis pies. Desde mi posición veo un culo inmenso que sube y baja lentamente, sin ninguna prisa, recreándose en el folleteo.

De repente parece que tengo problemas de erección. "Montsita, hija, colabora un poco. Métele un dedo en el culo y juega con él para que no se le baje a Luis".

La joven introduce el dedo con fuerza en mi ojete y lo mueve y retuerce con ganas. El masaje brusco parece efectivo y durante unos minutos más la madre sube y baja con rapidez hasta que se corre dando un par de suaves resoplidos al mismo tiempo que suelta todos sus jugos (¿será un tipo de eyaculación o es una meada?) y yo me corro con una cierta desesperación por descansar.

Me duermo hasta que suena el teléfono: "amigo Luis, aquí Rovira. Le esperamos en el bar para cenar y tomar unas copas; no tarde, collons".

Son más de las doce de la noche y llevo una hora conduciendo camino de Madrid. Tras pagar la cuenta he salido por la puerta trasera. Vale ya de familia Rovira.