Manuela (01)
Manuela (01)...
Nunca pensé que fuera a poner por escrito experiencias sexuales mías. Pero me apetece recordar y, además, seguro que me excito.
Tengo 40 años, una buena posición económica, un trabajo vocacional agradable y estoy felizmente casado desde hace tres años con Charo, una mujer maravillosa, a la que quiero y con la que además me entiendo muy bien desde un punto de vista sexual, lo que para mí es tremendamente importante. Sin embargo mi cerebro y mi sexo llevan años recordando a MANUELA.
Fué una compañera de trabajo de la que probablemente me encapriché sexualmente (+me enamoré?) desde que la ví por vez primera. Pequeña, rubia y redonda, muy redondita. No despierta pasiones por donde pasa, ni te la levanta simplemente por el hecho de fijarte en su cuerpo, pero para mí fué el máximo posible, lo más deseado, la realización de fantasías íntimas y un recuerdo sexual de los más calientes y placenteros que tengo.
Sólo dos veces en los más de diez años que estuvimos trabajando juntos mantuvimos una relación sexual. Ha pasado el tiempo pero lo recuerdo a menudo, me excito con ello e incluso mis juegos sexuales habituales y mis fantasías y ensoñaciones suelen repetir lo que con ella realicé. No creo estar minusvalorando a otras mujeres con las que he tenido y tengo sexo pero a partir de Manuela mi vida sexual cambió. Lo que aquí escribo es reflejo de ello.
Entré una noche de viernes en el bar que hay en la esquina de la calle en la que está el periódico en el que trabajamos. Una discusión con mi jefe, el cansancio de toda la semana, la moral un poco baja, la que entonces era mi novia fuera de Madrid durante varios días, ... y sin ganas para hacer nada de nada salvo tomar un par de copas mientras comento la próxima jornada futbolística con el camarero.
En una de las mesas está Manuela con una de las secretarias, Elisa. Me saludan y siguen con su charla y sus risas.
Después de mi segundo gintonic y tras entretenerme con la charla futbolera del camarero y otro de los clientes habituales estaba pensando ya en recogerme, cuando recibo una palmadita en la espalda al mismo tiempo que me dicen: "Luis, que solito estás, anda que con lo serio que te pones en la oficina no hay quien trate contigo en plan amiguete. Ven a invitarnos a una copa que mañana no hay curro".
La frase de Elisa y la risa de Manuela me animan a sentarme a su mesa. Al cabo del rato está claro que todos queríamos reirnos, a la vez que pasarnos un poco con el alcohol. Pedimos tres rondas en poco tiempo.
Siempre me había gustado esa joven pequeña de tamaño y nada llamativa pero guapa y, para mí, tremendamente sensual. Riéndose y en un ambiente alegre me parece la mujer mas atractiva y deseable del mundo. No se muy bien cual es mi actuación, pero Elisa se debe percatar de algo y con prisa, alegando que es tarde y su novio se va a enfadar si la telefonea y no está, se marcha tras gastarnos alguna broma relativa a que debemos portarnos bien.
Un rato más de charla alegre e insustancial que no recuerdo, otra copa y ya estamos Manuela y yo caminando por los oscuros y solitarios pasillos que dan acceso al aparcamiento de la empresa. Al bajar la escalera un pequeño tropezón (y el exceso de gintonics) me lleva a poner mi mano no muy suavemente en el culo de la rubita. Con más miedo que vergüenza espero su reacción, me preparo para una bronca o algo peor, pero desde luego me sorprende oir: "Ya era hora gilipollas, creí que nos íbamos y ni siquiera ibas a intentar besarme".
Para que esperar más, me abalanzo sobre su boca mientras la abrazo y mi sexo empieza a notar que algo va a pasar.
¡Qué maravilla!. Al igual que los primeros encuentros sexuales de jovencito, empiezo a tener todo tipo de sensaciones al mismo tiempo que no dejo de sorprenderme de la voracidad de la boca de Manuela que me come la lengua, los labios y toda la boca besando, chupando y mordiendo con una sensualidad maravillosa y haciendo gala de rapidez y habilidad manual para dejar al aire mi polla tiesa, dura y ya necesitada de cuidados urgentes.
Casi no me ha dado tiempo a desabrochar los botones de su camisa cuando empieza a subir y bajar la mano por mi rabo y a morderme la oreja mientras cuchichea: "que gruesa la tienes maricón; cómo me gustan así, ¡so cabronazo!".
¡Guau!.¡Por fín!. La ilusión de mi vida sexual, una mujer apasionada que habla, grita y me insulta mientras lo hacemos. ¡Joder con la rubia poca cosa y modosita en el trabajo!.
Nos parece oir un ruido y nos metemos atropelladamente en su coche, en los asientos traseros. Falsa alarma. Me estoy comiendo unas tetas pequeñas, puntiagudas, muy duras y con pequeños pezones oscuros, rugosos, rodeados de algún largo pelo que no veo pero saboreo, al mismo tiempo que agarro con fuerza un culo redondo, prieto y grande e intento colocarme para meter mi boca entre los muslos de Manuela.
"Estáte quieto, cabrón, que me estás poniendo como nunca. No me chupes el coño, quiero que dure mi excitación. ¡Sigue con mis tetas y dame el rabo!". Música celestial para mis oídos, acompañada de un sonoro chup-chup realizado en mi polla por una boca ansiosa, ensalivada y nada temerosa de usar los dientes.
De nuevo puedo comprobar que el exceso de alcohol retarda la eyaculación, en condiciones normales me habría corrido muchos minutos antes. "Dame tu coño Manuela, deja que te la meta por favor, que ya no aguanto". "Ni se te ocurra correrte marica de mierda; la quiero dura, más rato y como yo te diga. ¡Aprieta mis tetas, no pares!".
Ya no puedo más. Entre la forzada postura intentando comerle el coño, el olor fuerte y excitante, mis manos pasando de las tetitas al culo maravilloso y la mamada dura, fuerte y tremendamente babosa, me corro con un pequeño grito y con la sensación de que era uno de los mejores orgasmos de mi vida.
No soy Supermán. Si se me baja tardo en estar dispuesto, pero en lo que me parece un minuto estaba otra vez empalmado al ver a Manuela tragar mi leche con ganas, sorbiendo, haciendo ruido, manchándose cara y tetas y diciendo después: "Prepárate cerdo porque tienes que darme gusto, voy a mil y no me vas a dejar así. Empieza a mamar mi chochito y chúpame también el culo, ¡vamos cabrón!".
¡Qué maravilla!. ¡Qué excitante!. ¡Más, más, más!. Me encanta.
Cuando consigo situarme tras ella para lamer y comer ese culo maravilloso y ese sexo casi sin vello, Manuela parece una fuente de ricos jugos vaginales. Está muy excitada, respira con fuerza y mueve el culo hacia mí como si se estuviera follando mi lengua. "No se te ocurra parar hasta que yo te lo diga, ¡sigue marica, sigue!".
Yo estaba esperando una corrida escandalosa por su parte, pero no, se queda quieta durante unos segundos, musitando bajito y suavemente una especie de aaaaayyyyy. Sigo chupando su coño ahora más suave y lentamente, esperando sus órdenes que llegaron con un hilo de voz:"Ya, ya vale, no quiero más; para, déjame ya".
Se sienta en el más que mojado asiento, reclina la cabeza en el respaldo y cierra los ojos. "No me toques. Siempre que follo con un tío, después de un rato me tengo que masturbar. Mírame si quieres pero no me toques ni me hables, cáscatela si te hace falta."
Joder, para qué más. Tengo el rabo otra vez como un martillo pilón. Empiezo a meneármela mientras miro a Manuela que se toca muy suavemente el clítoris; con los ojos cerrados habla en voz muy baja, repitiendo algo así como: "cerdo, tu eres un cerdo, como todos; cerdo y maricón".
No aguanto mucho rato, me corro como un loco intentando que mi leche salpique y manche a Manuela que poco después se corre dando un pequeño gritito y respirando con fuerza durante bastante tiempo.
Tras unos minutos nos arreglamos las ropas y ella, con una actitud que me parece avergonzada, me urge a que baje del coche mientras arranca el motor.
Coño, vaya corte que me llevo. Después de una estupenda sesión de sexo con la mujer que más deseaba desde años atrás, ..... No sé qué hacer, torpemente bajo del automóvil y ni digo una palabra mientras ella se marcha.
Con los faldones de la camisa por fuera del pantalón mal abrochado, la chaqueta y el portafolios cayéndoseme de las manos, buscando las llaves de mi coche, ... la cara de tonto que se me debe quedar mientras intento reaccionar; bueno, pues no esperaba que así acabase "mi gran noche con Manuela".
El lunes intento hablar con ella. No baja a tomar café a primera hora ni desayuna en el bareto habitual en el que muchas veces coincidimos. No coge el teléfono. Antes de salir a comer tengo un rato y me acerco a su despacho. Elisa, su secretaria, me dice que ha estado fuera y que por la tarde va junto con una delegación de la empresa a un congreso o algo similar que se organiza en la zona de hoteles cercana al aeropuerto. Con una disculpa tonta consigo que me informe del nombre del hotel y del horario del congreso.