Manuel, el macho. Primer encuentro.

Mi heterosexualidad se difumina cuando conozco a Manuel, el macho. Llegará a ser suyo por completo. Lo contaré a lo largo de varios capítulos.

Conocí a Manuel en un chat bisexual. Me explico: tengo novia, nos llevamos bien y tenemos una vida sexual aceptable, aunque rutinaria. Desde hacía un tiempo tonteaba con la idea de tener algún tipo de relación extra, sobre todo con otro hombre. En realidad, sentía la necesidad de ampliar mi vida sexual y, de algún modo, me parecía peor engañar a mi novia con otra mujer. Además, me daba un morbo especial, para qué negarlo.

En este chat, tengo que confesarlo, solía inclinarme por adoptar un papel de sumiso, de pasivo, aunque, en realidad, nunca había tenido una relación homosexual. Pero no sé, el atractivo de lo prohibido y de actuar de un modo que nadie, ni yo mismo, habría concebido para mí mismo, es lo que lo hacía el doble de excitante. Supongo que, al principio, no tenía intención de llevar a cabo lo que de modo desinhibido hablaba en el chat. Me calentaba mucho charlar con hombres dominantes que pronto abusaban de mí verbalmente. En muchas ocasiones, acababa masturbándome como poseído por el demonio de la lujuria. Debo reconocer que demasiada veces llegaba hasta al extremo de quedar en un lugar y hora concretos, pero, al final, no acudía. Sé que hay muchos hombres como yo a los que les gusta marear la perdiz y no llegar a nada, y sé también que habré dado plantón. Simplemente, no estaba preparado.

Hasta que un día, algo cambió. En el chat vi a un usuario que se denominaba MACHOMAN, y ya solo el nombre me puso cachondo. En nuestra breve conversación se dirigió a mí de un modo que solo puedo calificar de brutal. De modo claro y conciso me dijo lo que esperaba de un hombre: sumisión y regalos. A cambio, él me daría su polla y su dominio. Por su forma de escribir, me sedujo de un modo que no sabría describir: me sentí anhelante de conocerlo, de obedecerlo. Incluso de pagarle sus caprichos. Además, no era de mi misma ciudad, por lo que no sería nadie conocido ni correría el riesgo de encontrármelo en mi círculo de conocidos ni por la calle. Era perfecto. Al cabo de tres o cuatro conversaciones, accedió a que le diera mi número de wassup y a partir de entonces, nos comunicamos por ahí. Él tenía mujer y su lado dominante con hombres era secreto. Yo también compartía su deseo por la discreción, evidentemente.

Comenzó por enviarme fotos de su miembro erecto: un pedazo de carne gordo y largo, de capullo cabezón, y con el tronco lleno de venas. Me decía: “Esta es la polla de tu macho” o “Te la vas a comer entera como buena maricona”. Era un tipo grande: alrededor de 1’90 y 100 kg. A su lado, yo era un alfeñique, con mi 1’73 y 70kg. Eso me subyugaba aún más, por si su carácter no fuera suficiente. Por otro lado, cuando escribía, cometía errores de ortografía. Me dijo que era albañil y que estaba en paro. ¿Qué queréis que os diga? Su zafiedad me ponía cachondo. Yo le mandaba fotos de mi culo. Le gustaba que me pusiera braguitas o tangas de mi novia. Le mandé unas cuantas de esas.

Finalmente, llegó el día. Acordamos que iría a su localidad a conocerlo. Aprovechando una guardia de mi mujer (es médico), cogí el coche una tarde y aparqué justo donde él me había dicho. Estaba allí, esperándome. Lo reconocí sin dificultad. Me hizo señas para que aparcara. Una vez junto a él, me dijo:

-Vamos a tomar una cerveza –y entramos en un bar.

Las pedí y me senté enfrente de él, a una mesa.

-Bien. Has venido. No esperaba menos. Me habría disgustado que me dejaras colgado.

-No, qué va. Quería venir. Tenía ganas de conocerte.

-¡A mí me tratas de usted, zorra puta; si no, me largo ahora mismo! - dijo, alzando un poco la voz.

Me asusté un poco, tanto por el volumen y la vergüenza de que alguien pudiera oírnos como de él. Era impresionante aquel ejemplar de ser humano. Con un brazo a la espalda me podría haber pegado una paliza. No había que enfadarlo, eso estaba claro.

-Sí, perdone, tiene Vd. razón.

-Bien, así me gusta. A mi casa no podemos ir, está mi mujer.

-Ya…

-Así que vamos a un descampado que conozco cerca de aquí, en una zona industrial. ¿Qué regalo piensas hacerme?

-Uf, no sé… Vd. dirá…

-Hoy, por ser la primera vez, 40 euros.

-Sí, sí, no hay problema.

-¿Es tu primera polla?

-Sí.

-Pues ya eres mayorcito. Bueno, no importa, apúrate la cerveza.

Conduciendo a donde Manuel me indicaba, notaba mi corazón palpitar con un ritmo extraordinario. Mi fantasía más secreta y morbosa se iba a realizar por fin. Mi novia y mi vida heterosexual se habían borrado por completo de mi mente. Llegamos a un solar grande, con escombros y rocas aquí y allá; pelado en unas zonas y con hierba rala en otras. Un arbusto parecía erizarse con el viento.

-Entra por aquí… Ya hemos llegado.

Paré el coche. Manuel se desabrochó el cinto. Me miró y me dijo:

-Venga putita. Haz lo que  has venido a hacer. Satisface a tu macho –y se puso las manos tras la cabeza.

Le miré, y luego bajé la vista a su paquete. Sabía que una pitón me estaba esperando. Su paquete llenaba aquella bragueta. Me quité el cinturó y me recliné hacia él. Con gran torpeza intenté desabrocharle los botones.

-Ja, ja, que inútil. ¿No sabes desabrochar? Venga, inténtalo, en poco tiempo serás un experto.

Me puse colorado y, aunque algo de daño me hice en los dedos, conseguí írselos soltando. Cuando acabé con todos, Manuel, algo impaciente, se levantó ligeramente y se bajó un poco los pantalones.

-Venga, hombre, que no tenemos todo el día.

Sus calzoncillos eran de marca. Su tejido se adaptaba de modo tentador al perfil de su polla. Sin deleitarme demasiado, se los bajé también.

Aquella polla con cuyas fotos me había masturbado estaba por fin delante de mí. Mi boca salivaba… Cogí su miembro: estaba caliente y palpitaba. La sensación era maravillosa… sin pensarlo, me deslicé por su tronco de arriba hacia abajo… una paja para empezar… Debí hacerlo bien, porque en pocos segundos comenzó a hincharse. Por aquellas venas comenzó a circular sangre y pronto estaba dura como una barra de hierro. El capullo adquirió un color purpúreo y de la punta una gotita de líquido preseminal  salió a saludarme. Ya totalmente desinhibido, le devolví el saludo con la lengua y ya me quedé en esa posición. Olía fuerte, todo hay que decirlo. Pero era el olor de la virilidad, de la masculinidad en grado superlativo. Sin duda, era el olor de un macho. Chupé esa polla como si fuera la última, aunque era la primera. Manuel comenzó a suspirar. Le estaba gustando. Me cogió la cabeza con sus enormes manos e imprimió el ritmo que quería.

-Chupa, puta, chupa. Joder, y decías que no tenías experiencia.

Yo seguía mamándole. No había otra cosa en el mundo.

-Qué zorra… Me da que tú y yo nos vamos a entender bien…

Así estuvimos unos cuantos minutos, hasta que llegó un momento en que comenzó a mover la cadera hacia adelante, rozándome la campanilla, pero sujetándome la cabeza con fuerza. Luego, sin avisar, se corrió con violencia. Noté cinco, seis, quizá siete espasmos con chorros de semen. Yo estaba empalmadísimo, mi polla pugnaba por reventar los calzoncillos. También me sentía realizado, feliz. Indescriptible.

Casi me atraganto, es verdad, pero logré tragarme toda aquella leche. Me incorporé. Con pesar, vi cómo Manuel se metía aquél divino pollón en los calzoncillos y se abrochaba los pantalones.

-Estás hecha toda una puta, joder. Qué bien la has mamado.

-Gracias.

-Eso no quita para no sueltes los 40 euros, ¿ok?

-Claro, claro. Toma.

Me miró y me dijo:

-De usted, puta - yme soltó una bofetada. No muy fuerte, pero casi me estampa contra la ventanilla.

-Perdone, es la falta de costumbre. No volverá a suceder.

Y le di el dinero. Manuel no parecía uno de esos tipos a los que les puedes faltar al respeto. Qué va.

-Eres mío, puta. De nadie más.

-Sí, sí.

-Te volveré a llamar para quedar. Me gustan los regalos… Una cadena, o una pulsera de oro. O si no, dinero. Tengo mis necesidades y estoy en paro. Tienes que cuidarme, lo sabes. Uff, me están dando ganas de mear. Vamos, puta, acompáñame.

Me bajé del coche preguntándome para qué me querría. Me indicó que me pusiera al lado mientras se sacaba la polla de nuevo.

-Quiero que me la sostengas mientras meo – y comenzó a echar un potente chorro amarillento que voló dos o tres metros. Así estuvo un rato. La meada parecía eterna. Igual de potente eran sus genitales para producir esperma como para bombear orín. Cuando acabó, me espetó:

-Límpiamela. Con la boca.

Me daba un poco de reparo, a decir verdad. Pero como sabía que me estaba examinando, me arrodillé y la lamí hasta que no quedó rastro de pis. No quería que se enfadara por nada del mundo. No después de la bofetada.

-Eres una buena maricona. Y ahora, llévame de vuelta. Ya hablaremos. La próxima vez, en tu casa.

Y así fue la primera vez que caté varón.