Manu

La chica, con una minúscula minifalda que apenas le tapaba lo imprescindible, se había puesto de rodillas sobre el sofá, a caballo encima de las piernas de su compañero, los besos eran largos y húmedos, profundos.

Conocí a Manu una noche en una discoteca atestada de gente, era un local al que yo acudía por primera vez, de esos en los que hay zonas oscuras reservadas para que las parejas urgidas por el prurito de la pasión tengan un poco de intimidad.

Como quien no quiere la cosa, me di una vuelta por aquel territorio donde grupos promiscuos o parejas amarteladas intercambiaban pasiones, salivas y otros fluidos. Favorecidos por la oscuridad, unos chavales de no más de dieciocho años, se daban el lote que era un gusto mirarlos. La chica, con una minúscula minifalda que apenas le tapaba lo imprescindible, se había puesto de rodillas sobre el sofá, a caballo encima de las piernas de su compañero, los besos eran largos y húmedos, profundos. En los obligados intermedios para respirar, la chica le restregaba al mozo sus pechos por la cara y él le metía mano bajo la falda y se abría paso entre los muslos hasta su sexo. Yo observaba las maniobras del chaval y a la chica moviéndose hacia delante y hacia atrás, incluso me parecía distinguir sus gemidos entre la música. Llegó al orgasmo con disimulo, tan sólo la delató la crispación de sus dedos clavados en el omoplato del chico y unos movimientos acelerados de la pelvis.

Reconozco que sentí envidia. Las hay con suerte, pensé influida por mi hambre atrasada de muchos días. Me dirigí a los lavabos para darme un homenaje que me calmara y aplacara mi hambruna y en un rincón, cerca de la puerta, me topé con otra pareja. Estaban apoyados en la pared, entre tinieblas. Mis ojos escudriñaron la penumbra con avidez y descubrí el volumen que a duras penas contenían aquellos pantalones ceñidos del hombre, ella tenía los suyos abiertos y él la palpaba con fruición mientras le devoraba la boca a suaves mordiscos. La chica empezó a acariciarle el paquete, a menearle el aparato a través de la tela, él no tardó en alcanzar el clímax, casi pude apreciar las sacudidas del pene bajo la abultadísima bragueta. La mujer retuvo la mano de su compañero dentro de su vagina hasta que ella también alcanzó el orgasmo.

Yo estuve tentada de llamar a los bomberos para que apagaran mi fuego, pero entonces apareció él, Manu, un sudamericano fornido y guapote que me dedicó una sonrisa capaz de fundir un bloque de acero. Por su apariencia daba la impresión de haberse equivocado al elegir el local, pues no encajaba en aquel ambiente un tanto pervertido, algo me atrajo de él e hizo que me lanzase a su caza y captura. Correspondí a su sonrisa con un "hola" interesado, empezamos a hablar a gritos para poder escuchar lo que decíamos y al poco me invitó a bailar un lento. Me adherí a él como una garrapata, apoyé los brazos en sus amplios hombros y cerré los ojos, sentía su miembro firme contra mi vientre, sus músculos de piedra, debía hacer pesas, era evidente, porque tocara donde tocara todo estaba duro, como cincelado por un primoroso buril.

Yo me consumía de impaciencia esperando que me acariciara, pero Manu continuaba teniendo sus manos en mis caderas. Persistí en el empeño de excitarlo, le vertí sabiamente el aliento en la nunca, le rocé el lóbulo de la oreja, apreté mis senos en su fuerte pecho, y entonces Manu se separó de mí para decirme algo.

Ya está, supuse, ahora buscaremos un agujero libre para hacer manitas, pero no. Manu no me propuso llevarme al paraíso de los sentidos, sino afuera, a la calle, necesitaba respirar aire, allí dentro había excesivo humo. Le seguí encelada, no me importaba la espera, el chico bien merecía una pequeña dilación.

Empezamos a pasear y me narró su vida y milagros, me contó que trabajaba en un banco, que era economista, aficionado a la historia, que acababan de operar a su padre de dos hernias discales, que entrenaba a diario en un gimnasio... Yo le escuchaba impertérrita, concentrada en su sonrisa de anuncio de dentífrico sincera y amable, en su cuerpo de atleta igual que el de una escultura griega. Al preguntarme dónde vivía, casi le salté encima, al fin iba a conseguir mis propósitos de acabar la noche de la mejor manera. Craso error el mío.

Manu se ofreció a acompañarme para protegerme, consideró que a aquellas horas de la madrugada la ciudad se plagaba de borrachos y mala gente y a él le preocupaba que llegara sana y salva a mi destino, sólo eso, ya que en el portal me despidió con un apretón de manos y muy respetuoso me pidió una cita para el viernes por la tarde. Frustrada accedí, era preferible la promesa de algo en perspectiva a que el pájaro volase sin remisión, así que subí a casa y me serví una ración doble de onanismo para entretener la gazuza.

Tres citas más con Manu y aún no había sucedido nada de nada entre nosotros, unos cuantos besos sin lengua, unas tiernas caricias... empezaba a preguntarme si aquel bellezón sureño no sería rarito y me estaba utilizando para salvar las apariencias. Tampoco acerté, en el último encuentro, antes de despedirse, me planteó con cierto azaramiento si tendría la amabilidad de ir el sábado a su piso, donde podríamos gozar de algo más de intimidad.

Había pronunciado la palabra mágica: intimidad. Sí, eso era exactamente lo que yo pretendía desde que le viera la primera vez, y no vacilé en aceptar. El sábado a mediodía empecé a ponerme manos a la obra realizando en mi cuerpo las pertinentes tareas de embellecimiento y puesta a punto: baño aromático de espuma, masaje con el guante de crin, mascarilla de algas hidratantes, embadurne de aceite para lograr una piel satinada y suave. Maquillaje, lencería de encaje, medias negras con costura, vestido ceñido hasta la asfixia... Me contemplé en el espejo, estaba deslumbrante y preparada para entrar en combate, únicamente faltaba un detalle, mi cuerpo excitado por tantos agasajos tenía una urgencia desesperada que no pude desatender, me pasé los dedos por el clítoris que estaba deseoso de recibir unos mimos y mojé el tanga de flujo, comprobé la hora, no disponía de tiempo para cambiarme y salí corriendo convencida de que aquel olor íntimo le agradaría a Manu más que el del perfume francés que me había vaporizado encima.

Llegué a su casa con puntualidad británica y le di dos afectuosos besos a modo de saludo. Yo iba lanzada, pero él no tenía ninguna prisa, me invitó a pasar a la sala y puso una cinta que le había grabado un amigo expresamente para la ocasión, eran tropecientas canciones de amor, lo más selecto de la discografía romántica. Había preparado la mesa con velas y un centro floral y también había hecho la cena. Me preguntó si me apetecía tomar algo y desde luego que me apetecía, le habría lanzado una ofensiva directa a la entrepierna de no haber sido porque Manu era un hombre muy correcto, serio y formal, de esos que respetan a las mujeres hasta la irritación, porque yo no quería que me respetara, la verdad, pero dada su condición de talante tradicional tampoco quise arriesgarme a tomar la iniciativa, asustarlo y que tan larga espera se quedará en agua de borrajas.

Me senté a la mesa y probé sus guisos, cocinaba bastante bien, debo reconocer que Manu era una auténtica alhaja, educado, culto, guapísimo, dulce y extraordinariamente sensual, por si esto fuera poco, cabía calificarlo como el perfecto amo de casa, sabía cocinar, planchar y él mismo se encargaba de la limpieza de su coqueto apartamento. Un hombre así tenía que ser de otro planeta, por fuerza.

Mientras comíamos, me habló de su vida sentimental, se había casado con su primera novia, una chica buena y hacendosa, según sus palabras, pero la cosa no funcionó y ahora llevaban dos años separados, no habían tenido niños y ésa era su gran pena, porque a él le encantaban las criaturas. Yo mentí como una bellaca a cerca de mi vida sexual, que quedó reducida a un par de relaciones frustradas, omití las veintitantas restantes para no espantarlo. Estaba claro que Manu era conservador y a cambio de un polvo yo no le defraudaría, sería una chica modosa y buena hasta que llegara la ocasión de demostrarle lo contrario.

Después de la cena y de una copa de cava, me invitó a bailar una de aquellas dulzonas melodías que sonaban en su equipo de altísima fidelidad. Me cogió entre sus musculosos brazos y yo me ceñí a su cuerpo. Algo desprendía Manu que lo hacía irresistible, era una mezcla de ternura voluptuosa y excitante que me seducía.

Creí que nunca daría el primer paso, pero empezó a acariciarme la espalda, sus delicadas manos la recorrían de arriba abajo electrizándome, me susurraba al oído lindas palabras destinadas a halagar mi ego, me besaba el cuello. Me faltó un tris para pedirle a gritos que dejara los preliminares a un lado, hacía dos semanas, desde que le vi en la discoteca, que estaba lista, pero tuve la intuición de que Manu había leído el manual del perfecto conquistador y estaba dispuesto a llevarlo a la práctica sin saltarse un solo punto.

Los preámbulos se prolongaban una barbaridad, o a mí me lo parecía, de manera que decidí avanzar para que no nos eternizáramos en aquella fase de precalentamiento. Le abrí a Manu los botones de la camisa y le acaricié el torso, le lamí los pezones que se pusieron erectos nada más tocarlos con la punta de la lengua. Luego le desabroché la hebilla del cinturón y abrí la puerta que albergaba el codiciado trofeo. Era un aparato grande y sólido, que no me defraudó en absoluto, iba a tocarlo, a arrodillarme entre sus piernas para probar su textura, pero Manu me lo impidió.

Me acompañó al dormitorio, encendió numerosas velas que había distribuido previamente por la habitación y me dijo que esperase. Salió de la estancia y yo me quedé aguardando desesperada. En vez de un proceso de seducción aquello se me antojó una tortura china. Estaba enfadada con los hombres en general y con Manu en particular, también opinaba pestes de las feministas, que a fuerza de reclamarles a los machos un trato considerado y un juego amoroso que nos pusiera a tono antes del mete-saca, habían olvidado que en ocasiones a las mujeres nos apetece echar un polvo rápido olvidándonos de zarandajas, exactamente igual que a los varones.

Manu tardaba y yo empezaba a enfriarme y a cabrearme. Me quité el vestido y me saqué los pechos del sujetador para pellizcarme los pezones. ¡Uuuuum! Cómo me gustaba. Con la otra mano me desprendí del tanga y me pasé los dedos por el pelo del pubis, me separé los labios lentamente, abrí las piernas y me acaricié los pliegues. En ese momento apareció Manu desnudo, con la verga alzada, pero yo no me detuve, seguí, y él disfrutaba con lo que veía, se sentó en el borde de la cama, la erección le alcanzaba el ombligo. ¡Señor, qué cosa más grande!

Abandoné por un instante mis pechos. Me introduje dos dedos hasta el fondo de la vagina y me mojé la raja con esa humedad. Manu me observaba con detenimiento, mantenía la vista fija en mi coño y eso me excitaba. Me toqué por fuera y por dentro, mis dedos se movían frenéticos, gozaba, me agradaba tanto que aceleré el ritmo.

La polla de Manu se estiró unos centímetros más y amenazaba con reventar. Dudé si continuar este juego y al final le pregunté.

_¿Te das cuenta de cómo estoy?

_Sí, estás encendida.

Le hice tumbarse hacia atrás, en esa posición la polla le apuntaba directamente al techo perfectamente encajada en los testículos duros. Me agaché para lamerle el escroto y el camino hacia el ano, olía a jabón y me agradó, tanto como para repetir otra pasada a lo largo del miembro antes de colocarme a horcajadas sobre sus piernas. Manu quiso cogerme, pero yo no se lo permití.

_¿Quieres verlo?

Asintió con una sonrisa y yo separé un poco los muslos y me abrí el sexo con las dos manos, me sujeté los bordes de los labios con los dedos, desenfundé el clítoris y le mostré cuanto pude mi cavidad.

_¡Dios! _suspiró él haciendo un gesto para incorporarse.

_Quieto _me apresuré yo evitando sus movimientos.

Le ofrecí una vista de mis nalgas y, siempre de espaldas a él, me agaché para brindarle una nueva perspectiva de mi intimidad, a continuación, me metí un dedo en la vagina para ensancharla y permitir que Manu pudiera contemplar mi gruta a placer.

_Si buscas volverme loco, lo estás consiguiendo.

_Me alegro _respondí satisfecha.

Me puse de pie delante de Manu y empecé a acariciarme los pechos, a retorcerme los pezones, aunque no era necesario, hacía rato que mis manipulaciones los habían puesto erguidos. Totalmente desnuda, me exhibí ante sus ojos para que me admirase con todo detalle y avancé para situarme entre sus piernas abiertas. Le agarré la polla y la paseé por mis pechos aprovechando para rozarle con los pezones la cabeza sonrosada y brillante del glande. La verga latía entre mis tetas, Manu intentó aferrarse a mis pechos para descargar la eminente eyaculación, pero yo se lo prohibí y fui resbalando por su cuerpo hasta colocar mi pubis a la altura de su vientre, eché un poco hacia atrás las caderas y me introduje la punta de la verga.

Me balanceé a derecha e izquierda aprisionando con los músculos de mi vagina aquel trozo de carne inflada y caliente, y el miembro avanzó hasta que los testículos chocaron con la abertura de la vulva. Manu se alzó como pudo para acercarse mis pezones a la boca y empezó a mamar, yo me movía lentamente, procurando prolongar el acto.

_No aguanto más _me advirtió con temor a decepcionarme.

_Resistirás _le aseguré.

_Eres toda una experta.

_¿Quieres que te lo demuestre?

Me moví con más rapidez apretando los muslos y a continuación alcé el trasero para que saliera un tramo de miembro.

_Quiero que me comas.

El pene se me escapó resbaloso por la humedad y me arrodillé sobre la cara de Manu para aproximarle la vulva a la boca.

_Toma.

Manu me lamió los labios, me friccionó el clítoris y adentró su lengua en mi vagina recibiendo todas sus secreciones, luego regresó al clítoris y lo hizo crecer y vibrar al máximo, yo suspiraba.

_Voy a correrme en tu boca.

_Hazlo, sí, hazlo _me suplicó enardecido.

Agitaba su lengua por el borde de los labios, oprimía el clítoris, regresaba a los labios, de nuevo al clítoris, y a tientas me estrujaba los pechos.

_Manu, cariño.

Noté cómo mi flujo aumentaba empapándole la cara.

_¡Oh! Sigue, sigue _grité ya en el paroxismo del clímax.

Él continuó chupando y oprimiendo para prolongar mi orgasmo hasta el infinito. Las piernas me flojeaban, pero no era cuestión de interrumpir el proceso, Manu no resistiría mucho más.

_Te toca, vida _le dije agradecida.

Volví a colocarme en la postura propicia para que me pusiera el pene dentro y, enloquecida, lo cabalgué. Las nalgas bajaban y se topaban con su pubis, recorría a lo largo aquella enorme polla hasta que casi salía para volver a resbalar hacia dentro, hasta tocar la entrada del útero, y torna a empezar, el impulso era cada vez más rápido y más intenso. Manu gimió y se agitó convulsionado por fuertes sacudidas, me inundó de semen y mi coño siguió engullendo y engullendo sin querer soltar su presa, hasta que la mezcla de fluidos se me escurrió por los muslos y descabalgué.

Nunca había estado en el cielo hasta ese día. Manu se retiró y me besó en la boca con un erotismo desconocido, tomó delicadamente mi mano impregnada todavía de restos de fluido y me lamió los dedos sin prisa, dijo que quería conservar por siempre el recuerdo de mi sabor íntimo. Ningún otro hombre me había tratado así, con aquella mezcla indefinible de pasión, exquisita sensualidad y ternura. Luego me abrazó protector y yo me acurruqué entre aquellos brazos firmes y cariñosos, respiré su olor de hombre y me invadió una oleada de afecto. Nos quedamos dormidos, y desde entonces no he vuelto a separarme de su lado.