Manteca
Una receta.
Me siento algo inquieta. Hace tiempo que rompí con mi pareja de años... Ella se fue a probar otras "cosas" Otras entrepiernas, mejor dicho. La muy... En fin, el sexo era brutalmente satisfactorio y extenuante. ¡Y cuánto se extraña eso!
Quiero distraerme. Abro la página de todorelatos.com, hago click en la categoría Lésbicos... A ver si hay algo que me haga olvidar. Abro varios cuentos, y así como los abro, los cierro, sin terminar de leer.
—Una tonta obra de teatro... —digo en voz alta, como pasando lista.
—Otra vez los pechos pequeños pero firmes... — suspiro.
—Ojos "obscuros"... —se me revuelve el estómago.
—Esta autora ya es complicada desde el comienzo, inventando una serie de signos para las indicaciones de diálogos, cuando éstas ya están establecidas... —mi fastidio era creciente.
—Un relato en varias entregas...es del tipo "un capítulo, un levante con sexo guionado" —sigo cerrando ventanas en mi navegador.
—¡Joder! ¿No se enteran de que los procesadores de texto tienen correctores de ortografía? —
—Diálogos monótonos... —
—Una persona que no distingue la diferencia entre "haber" y "a ver"... —bajé con energía controlada la tapa de mi notebook. Después de todo, no son tan baratas como para romper la mía por un berrinche.
Hacía tiempo que no leía un relato bien redactado. Últimamente, solo Una cuerda de violoncello me había llegado a conmover. No quería recurrir a leer los clásicos de hace unos años. No otra vez.
<< Lástima que gatacolorada no escriba más relatos en la categoría Lésbicos >>
Estoy caliente y necesito descargar todo esto que se acumula dentro de mí. Necesito poder dormir sin dar mil vueltas en la cama como un perro que se persigue la cola.
De pronto, viene a mi mente uno de los momentos más gloriosos de mi vida, al menos de mi vida sexual. Lucía y yo cocinábamos y entre toqueteos, besos y miradas indecentes, el deseo nos venció. Desvestí a Lucía, sin dejar de tocarla, de apretar sus nalgas y morder sin compasión ese cuello largo y sensible...Quería hacerla mía, quería que gozara, que se desvaneciera entre mis brazos en la explosión de un orgasmo fulminante. Seguí apretando su culito, mientras sus carnosos labios vaginales dejaban un rastro húmedo y caliente en mi pierna. La obligué a darse vuelta, recostándola sobre la mesada de mármol. Para que sus tetas y sus pezones no se resintieran con el contacto de la fría piedra, los cubrí con mis manos, masajeando, amasando, pegando mi monte de Venus a su espectacular trasero. Lucía gemía cada vez más fuerte, estaba a punto. Sabía que podía hacer lo que quisiera con ella. Sin dejar de estimularla, recorrí con la mirada la cocina. Ví las zanahorias que estábamos pelando para la ensalada y no lo dudé. Tomé una de tamaño mediano, un poco más chica que el consolador que solíamos usar. Pero así sola no era demasiado útil... Mis ojos tropezaron con la manteca, que habíamos sacado de la heladera para saltear unos vegetales. << Perfecto >> pensé. Lucía no podía ver nada de lo que yo hacía. Tomé un trozo de la manteca, estaba algo fría aún, y unté con ella el ano de Lucía, quién se sobresaltó un poco al sentir mis dedos jugueteando en el lugar, derritiendo la manteca para que sirviera de lubricante. Nunca habíamos experimentado el sexo anal, más allá de la estimulación con los dedos. Pero ese día estaba demasiado caliente, y ella también, ya que pasado un instante sentí como esa pequeña tensión desapareció y se preparó para lo que sabía que iba a venir. Tomé la zanahoria, comencé a acariciar su ano lentamente, metiendo la punta, sacándola, permitiendo la entrada del lubricante. A veces se contraían los músculos, y no quería hacerle daño, así que volvía a empezar con paciencia. En cierto momento, sentí que estaba muy relajada y con cuidado introduje la mitad de la zanahoria. Ella dio un pequeño grito.
—¿Te hice mal? —me preocupé.
—Ay, no amor, al contrario...sigue... —su voz sonaba ahogada y cargada de deseo.
Empecé a mover la zanahoria, a bombear dentro de su ano hasta ese momento casi virgen, y podía sentir como con cada embate iba entrando más. Lucía casi gritaba de placer, y eso me aceleraba el pulso y podía sentir mis propia humedad bajando sin remedio por el interior de mis piernas.
—Necesito lamerte toda —mi voz sonaba también cargada. Lucía se estremeció al oírme, y por toda respuesta, se dio vuelta.
Bajé hasta tener a mano sus labios, que ya de por sí eran prominentes, pero ahora estaban congestionados por la sangre acumulada. Siempre me había enloquecido su "camel toe". Abrí la boca para abracar lo más posible, mientras volvía a introducir la zanahoria. Mi lengua no daba tregua a su clítoris, le daba pequeños golpecitos con la punta, para despues consolarlo con caricias circulares. Lucía movía su trasero para sentir más lo que la estaba rellenando por detrás, y para evitar que mi boca se despegara al hacer esto, con una mano detrás de mi nuca me aprisionaba entre sus piernas. Finalmente, sobrevino el orgasmo. Sus piernas flaquearon y tuve que sostenerla. La levanté para que pudiera sentarse sobre la mesada y volví a pegar mis labios a su vagina, lamiendo hasta la última gota, tratando de esquivar su ahora demasiado sensible clítoris.
Recordar esto inflamó aún más mis ganas, mi inmensa y profunda calentura.
Camino hasta la heladera, sintiendo una humedad sospechosa en mis bragas. Tomo el bolígrafo y apunto en la lista del almacén, que pendía de un imán:
*Comprar zanahorias medianas.