Manolito el pajitas 3: Más allá

Puede que se convierta en una saga...

Manolito «el pajitas» 3: Más allá

Prólogo

Gracias a los que tanto os habéis interesado por esta historia. Como ya dije en su momento, yo la di por terminada, pero hay muchos lectores que aún insisten en que siga. No quería hacerlo, pero espero convertirla en una saga. La inspiración tiene las llaves para que esta historia continúe para vosotros. De momento, nos meteremos en situación. Gracias por vuestra atención.

1 – Aquel primer día

Miriam, la muchacha, estuvo en la codina desde que llegó y me presentó a su hijo y éste, asombrosamente, me devolvió a la vida sin hacer nada especial; sentándose a mi lado, clavándome su mirada, besándome como si me conociese desde hacía mucho tiempo y haciéndome una pregunta que no podía entender: «¿Puedo yo ser tu Manuel?».

Me asusté muchísimo por lo que estaba pasando. Había reaccionado, pero ¿por qué aquel chico se acercó a mí con tanta seguridad y tratándome tan cariñosamente para pedirme que le dejase ser mi Manuel? La madre estaba cerca, en la cocina, y si salía y lo veía sentado encima de mí, mirándome extasiado y acariciándome las mejillas sonriendo, no sabía qué podría pasar. Me asusté y me levanté tomándolo a él de los brazos.

  • Manuel – le dije en voz baja -, por favor; tu madre está ahí al lado ¿Es que no te asusta que vea lo que estás haciendo?

  • Entiendo lo que me dices, Javier – contestó despacio -, pero cada cosa tiene su explicación. ¡Has reaccionado! Mi madre siempre me contaba todo sobre vos y sobre Manuel. Desde el principio. Todo comenzó un día, hace un año, cuando me llevé a un compañero de la academia a casa. Queríamos estar solos, echarnos en mi cama y amarnos. Pero yo no esperaba que mamá llegase antes de la hora y entrase en mi dormitorio. La vi mirarnos inexpresiva desnudos y amándonos. Pidió perdón y cerró la puerta. Mi compañero y yo nos vestimos aprisa y abrí la puerta despacio para que saliese a la calle sin que mi madre lo viese. Estaba muy asustado. Creí que mi madre me golpearía sin piedad y me insultaría de muchas formas. Yo me quedé callado, muy serio, mirando la TV y mi madre se asomó al poco a verme la cara sin decir nada. Me eché a llorar ¿Qué pensaría de mí?

  • Manuel – le interrumpí -, lo que me cuentas es muy duro.

  • Sí, Javier – continuó -, pero mi mamá se sentó a mi lado, puso su brazo sobre mí y me pidió perdón besándome. Me dijo que le hubiera gustado que la avisara para no entrar en mi cuarto; en mi intimidad. La miré incrédulo y me sonrió y me dijo que había roto mi intimidad. Desde entonces, los dos nos aceptamos así, pero no puedo llevar a un compañero a casa para follar; recuerdo aquello. Cuando ella vino aquí a trabajar, desde el primer día, me contó feliz que un chico llamado como yo vivía en pareja contigo. No te conocía de nada, pero envidiaba a ese chico aunque lo pasó tan mal. Sin conocerte, me enamoré de ti, de lo que hacías por él y de lo que él hizo por ti. Lo lloré mucho. Era como si todo aquello me hubiese pasado a mí. Un día, hace poco, cuando supe que te hundías, le dije a mi mamá que quería conocerte y ser tu Manuel. Me sonrió y, sin pedirte permiso, me ha traído hoy. Puedes echarme de tu casa, pero vos ya sabes que te quiero.

  • ¡Manuel! – no sabía qué decir -, puedes venir con mamá cuando quieras. Me has dado vida y volveré al trabajo poco a poco, pero primero nos haremos amigos. Ya sabrás cómo conocí a Manuel. Quiero que sepas que eres muy guapo para mí y que quiero que vengas a verme, pero sabes que no me gusta empezar por el final ¿Me explico?

  • ¿Cómo no? – contestó sonriendo -; yo no quiero subir al tejado de un salto.

  • ¡Mira, ven! – lo tomé de la mano -; esta habitación tiene muchos libros; puedes leer mucho si te gusta.

  • ¡Claro! – dijo con su acento -; me bebo los libros. Y acá vi un computador mucho mejor que el mío y un equipo ¿Podré poner música?

  • Si vienes – le dije cogiéndole la cara -, no vienes de visita a una casa, vienes a tu casa.

  • Y a verte – sonrió -; te conozco. No voy a pedirte nada, sino que me conozcas y sepas si puedo ser tu Manuel.

No sabía que decirle, así que apreté su rostro, acerqué mi cara y lo besé.

2 – Amigos

Salió Miriam de la cocina secándose las manos con un paño y nos vio salir a nosotros al salón. Yo llevaba mi brazo sobre los hombros de Manuel y lo miraba sonriente. Él se veía feliz. Su madre sonrió.

  • Señorito – me dijo -; he preparado un buen desayuno. Necesita reponer fuerzas. El almuerzo también se está preparando. Manolito y yo se lo serviremos. Le dejaré la cena preparada.

Entonces cambié los planes sin pensarlo demasiado.

  • No me llame señorito, Miriam – le dije -; llámeme Javier. Y sírvanos el desayuno a Manuel y a mí. Desayunaremos y almorzaremos juntos. Quiero saber muchas cosas de él y enseñarle muchas cosas.

  • ¡Oh, señorito Javier! – se acercó la madre a su hijo -; él estará encantado de acompañarle y de aprender. Es muy bueno y muy listo.

  • Lo sé – le dije -; lo veo en sus ojos. Hoy no iré ya a trabajar porque me parece tarde y platicaremos mucho.

  • Cuando recoja el almuerzo – me aseguró -, son ustedes los que deciden qué hacer en la tarde, señorito.

  • Yo sé lo que quiere Manuel, Miriam – le dije mirándolo -; creo que él debe hacer los planes para hoy. Ya ha hecho mucho. Me ha despertado de una pesadilla apareciendo. Ahora quiero que él decida ¿Qué dices vos?

  • Yo quisiera… - pensó un poco cabizbajo -, quedarme contigo aquí la tarde y la noche. No quiero que estés solo. Si no me soportas, me lo dices y me marcho.

  • ¿Cómo que te marchas? – su madre atendía a nuestra conversación -; eres mi invitado. Cuando venga mamá mañana por la mañana, tú mismo decides qué quieres hacer.

Apretó mi cuerpo contra el suyo y su madre se volvió a la cocina diciendo que éramos nosotros los que deberíamos decidir. Manuel, puso sus ojos emocionados en los míos y volvimos a besarnos. Estaba sintiendo que esos pequeños contactos con aquel chico me devolvían la vida. Entonces no quería ir a trabajar por estar con él.

Su madre nos sirvió el desayuno y el almuerzo como si los dos fuésemos los dueños de la casa, recogió todo y se despidió besando a su hijo y, después de mirarme y pensarlo un poco, también me besó a mí. Estaba feliz porque veía feliz a su hijo y se dio cuenta de que la visita no había sido un fracaso.

Le dije que se pusiera cómodo y le entregué unas calzonas y una camiseta que se puso al instante.

  • Puedes andar descalzo – le dije -, pero también puedes quitarte la ropa si quieres. Aquí nadie se asusta de nada. Ahora descansaremos un poco la siesta. Si prefieres leer o encender el ordenador… ¡Estás en tu casa!

Se acercó mucho a mí, me abrazó y pegó su suave rostro al mío.

  • Quiero descansar contigo – dijo -; hay tiempo para leer cuando tú no estés, pero ¿puedo ducharme?

  • Aquí no me preguntes lo que puedes hacer – le dije mirándole fijamente -; aquí me dices, si quieres, lo que vas a hacer para que yo lo sepa, pero tampoco tienes que darme explicaciones. Te daré unas toallas de color crema que serán las tuyas. Tu albornoz y tus zapatillas también son de color crema. Mis toallas y mi albornoz son de color verde muy claro. Puedes desnudarte en el baño si lo prefieres.

Me miró pícaramente y me acarició la cara. Tiró de la camiseta hacia arriba y la echó sobre la cama. Su pecho era moreno, brillante, de formas redondeadas y sin pelo. Su espalda era ancha y muy lisa con algunos lunares. No estaba muy fuerte y era un poco delgado. Sus pelos quedaron desordenados y puse mis manos en su cabeza para ordenarlos. Y entonces, ante mi sorpresa, tiró de sus calzonas hasta el suelo y sacó los pies.

  • ¿No te duchas conmigo? – preguntó -.

  • No – le dije -, pero no es porque no me apetezca ducharme con alguien como tú, sino que siempre me ha dado miedo de mojarme cuando estoy haciendo la digestión.

Y completamente desnudo, se acercó otra vez a mí, me besó y entró en el baño. Estuve esperándolo sentado en la cama y, cuando salió secándose desnudo, retiré la ropa de la cama y le hice un gesto para echarnos allí. Sin darme cuenta, le había dado la espalda y, poniendo su brazo sobre mí, dejó caer la mano sobre mi pecho.

  • ¡Duerme un poco, cariño! – susurró -; ahora necesitas descansar. Luego platicaremos.

3 – Una aventura

Estuve sumergido en un grato sopor sin llegar a dormirme sintiendo su mano acariciarme con ternura (sólo el pecho), pero me volví hacia él, le acaricié los cabellos y miré todo su cuerpo. Me pareció maravilloso verlo completo y sin erección, pero comenzamos a acariciarnos y a besarnos y tuvimos nuestra primera aventura. Estaba empezando a sentir a Manuel como algo mío. No quise que nuestros primeros contactos fueran muy serios y, haciéndole unas señas, suavizó la pasión que me estaba demostrando. Yo no pude evitar bajar mi mano hasta su miembro y acariciarlo y él comenzó a acariciar el mío que ya estaba erecto. No hubo palabras; sólo miradas y sonrisas. Acabamos haciéndonos una paja.

  • ¡Oh, Javier! – dijo - ¡Hemos llenado toda la sábana!

  • No importa – lo tranquilicé -; volverá a llenarse.

  • ¿Eso quiere decir que vos me aceptas como tu Manuel?

  • Eso quiere decir que te acepto – le dije -; el nombre es el mismo, pero no eres mío. Seguro que seremos el uno del otro ¿Vamos a la ducha?

Cuando salimos de la ducha envueltos en los albornoces, se volvía a mirarme. Parecía que no podía quitar sus ojos de los míos. Lo llevé a un armario, lo puse delante y le dije que lo abriese.

  • ¡Vaya! – exclamó -, ¡toda esta ropa es nueva!

  • Sí – le dije -; la que usó mi compañero la he separado y la he guardado por respeto. Toda esta es nueva, pero quiero comprarte más. Ahora tenemos que hacer unas pruebas. Creo que tu talla es la misma ¡Quítate el albornoz y ponte frente al espejo!

Saqué primero lo más importante: una camisa. En cuanto se la puse supe que era su talla y el cuello le quedaba perfecto.

  • Las mangas están muy largas – dijo -; habría que cortarlas.

  • ¡No, Manuel! – me eché a reír -; estas camisas tienen el puño doble. Hay que doblarlo hacia arriba. No tienen botones. Aprenderás a colocarte estas piezas: los gemelos. La talla es la tuya. Elije unos calzoncillos.

  • ¡Esos! – dijo - ¡Esos azul oscuro!

  • Bien. Ahora sigue vistiéndote tú. Cada cosa debe ir por su orden y quedar perfectamente puesta.

  • ¡Me gusta todo lo que vos haces!

Cuando lo vi totalmente vestido ante el espejo, reprimí mis sentimientos. La ropa realzaba su belleza. Lo abracé por la espalda.

  • Aún no digas nada a mamá – le susurré al oído -, pero quiero que seas mi Manuel, como tú dices.

Giró inmediatamente emocionado y con los ojos húmedos y metió su mano lentamente por mi albornoz para acariciarme.

  • En la noche – preguntó - ¿me harás tuyo?

  • Ya somos el uno del otro.

4 – Mi Manuel

Tomamos algo de la cena que teníamos preparada y él mismo preparó alguna cosa más. Comimos los dos juntos en la cocina y en pelotas. Casi todo el tiempo estuvimos riendo y acariciándonos. Los dos estábamos empalmados.

No vimos la tele ni seguimos hablando, sino que lo abracé y nos fuimos a la cama. Comenzamos a conocernos detalle por detalle. No hubo parte de mis labios que no recorrieran su cuerpo y ese beso completo me dio él también a mí. Finalmente, sin poder aguantar más, comenzamos a amarnos. Era joven, pero también experto. Tenía otra forma de hacer las cosas porque no todos somos iguales, pero me penetró haciendo un masaje y, mucho más tarde, cuando repetimos, probé su mamada y todo su cuerpo. No era hacer el amor en solo acto, sino darnos placer separadamente y conocer cómo lo hacíamos. Recordé las palabras de mi antigüo amigo, pues aquello no parecía que se iría normalizando con el tiempo, sino que se haría cada vez más intenso.

En uno de los descansos, fumamos un cigarrillo y me di cuenta de que tenía a mi lado a quien que iba a compartir mi vida y sentí miedo. Tenía que cuidar a mi Manuel hasta el extremo. No quería perderlo.

Tomó una bocanada de humo, puso su boca sobre la mía y lo fue soltando. Aspiré aquel humo que me llegaba desde sus pulmones y con su sabor. Era el soplo definitivo.

Cuando llegó a casa temprano su mamá, saltó de alegría y fue a besarla envuelto en el albornoz. No tuvieron apenas que cambiar palabras. La madre supo que su hijo se iba a quedar conmigo.