Manoli (2)
Continúan las historias desde el otro lado de la cama. Un viernes a la noche. Meneítos y arrumacos de Manoli con su marido Paco, para hacerlo venirse penetrándola cuando ella sí que quiere y él no lo tiene tan claro.
Después de un cierto tiempo de casados, Manoli quería tener hijos con Paco, pero él continuaba siendo muy reacio a tal empresa. Seguía comprando preservativos, dispuesto a no dejarse engatusar por Manoli. Discutieron muchas veces, y no llegaban a un acuerdo. Así que Manoli tuvo que recurrir a su estrategia más sibilina para llevar a Paco al huerto. Paco no se imaginaba hasta qué punto Manoli era capaz de conseguir lo que deseaba, aunque sí que conocía las formidables armas de ella.
Aquel viernes por la noche Paco llegaba a casa cansado de trabajar, y Manoli lo esperaba en la cama, en una actitud especialmente seductora. Su marido entró al dormitorio, para cambiarse, y no esperaba un recibiento como ese.
Paco se quedó atónito, como tantas otras veces, al contemplar la figura de Manoli acostada en la cama, mirándolo fijamente. Llevaba tan sólo unas bragas de sport y una camisa floreada muy ligera y amplia. Tras los primeros botones, abiertos, asomaba el contorno de sus senos maravillosos, el canalillo enloquecedor. Sus piernas monumentales se extendían, una a lo largo de la cama, la otra recogida sensualmente doblando la rodilla. Esos muslos encendían el deseo de un hombre sólo con mirarlos, esa piel, el tono de tez, esa carne generosa, esas curvas. El rostro de Manoli hablaba por sí solo, relajado, sensual, los ojos brillantes, la sonrisa arrebatadora.
Manoli era una mujer irresistible. El pelo corto castaño. Los ojos castaños también, enormes, llenos de inteligencia y picardía. Su rostro bello y proporcionado, los labios gruesos y sensuales, la sonrisa divina. Su voz aguda, dulce, suave, embriagadora. Sus hombros estrechos, sus brazos finos y esbeltos, como sus manos. Su piel palida, exquisitamente suave, tersa. Sus senos, abundantes, esponjosos, sin ser enormes, los pezones rosa clarito y grandes. Su vientre plano y liso, su cintura de avispa, delgada. Sus caderas anchas y finas, muy femeninas al andar. Sus muslos portentosos, generosos, carnosos, suaves, deliciosos, enloquecedores, espectaculares. sus pantorrillas bien torneadas, fuertes, sus rodillas suaves y bonitas. Cuando cruzaba las piernas, ningún hombre podía despegar la vista de esa monumental imagen. Sus pies, tan ágiles y bellos como sus manos.
Manoli era consciente de su cuerpo delicioso, y en esta ocasión, una vez más, Paco quedaba atontado contamplándola.
- Glub! - él se atragantó.
- ¿Qué taaaaaal? Estarás cansado.
- Pues... no tan bien como tú, ¡qué barbaridad!
- ¿Qué, te gusto?
- Pues... - la respuesta era evidente, vestida de ese modo, con esa anatomía espléndida, Manoli estaba impresionante.
Paco se debatía entre lanzarse sobre ella y devorarla, o irse a preparar la cena. Las discusiones recientes habían sido tensas. Él sólo haría el amor con preservativo, y ella no quería. Ahora no sabía a qué atenerse, pero dio una respuesta espontánea.
- Pues sí, me gustas.
- Ven aquí - dijo ella con una lascivia y un erotismo que ningún hombre podría resistir. Tenía un cuerpo delicioso, y era perfectamente consciente del poder que le permitía ejercer sobre los hombres. Su cuerpo, cómodamente desparramado sobre las sábanas, era el vivo retrato de la lujuria. Paco no pudo resistirse y se tendió vestido encima de ella, dejándose devorar por el deseo.
Se fundieron en un abrazo carnal ardiente. Paco buscaba la boca de ella con ganas de un beso salvaje de lenguas agitándose, pero ella, más ágil, evitaba la boca de él. Quería mantener el fuego, prolongarlo, para manejar la situación. Cuando Paco dejó de buscar su lengua, entonces fue ella la que buscó los labios de él, sólo los labios. Besitos pequeños, como picotazos de pájaro al principio, sin dejarle más. Él respondía bien, y en seguida buscó la lengua de ella, que con una carcajada apartó de nuevo la boca.
- ¿Donde vaaaas?
- Eeeem...
- ¿Qué prisa tieeenes, muchacho? - se reía, aquella risa lo volvía loco. Manoli tiene una de esas voces que embriagan, y su risa y su carcajada podían enloquecer de deseo a un hombre con ganas de hacer el amor.
Entonces buscó de nuevo la boca de él, pequeños besos, breves, ahora acariciando los labios de su marido con los suyos, sin dejar penetrar la lengua. Breves instantes de sensualidad increíble que permitían adivinar el festival que vendría después, pero que no le permitían ir más allá. Ella ya tenía el control absoluto y lo sabía, y Paco, como un potrillo, hacía lo que ella le permitía, nada más.
Mientras se besaban acariciándose los labios, Manoli movía todo su cuerpo dando placer a Paco, mientras que recibía el mismo placer de él. Paco no cabía en sí de deseo, de gozo, de ansiedad. Manoli era una nube de carne que lo acariciaba, conocía a la perfección todos los puntos erógenos de un hombre, y sabía qué botones tocar para apoderarse de su voluntad, sin concesiones. Paco apretaba esas carnes con fruición. Esos muslos portentosos, esas caderas esculturales, esos senos esponjosos y abundantes. Perdía la razón con el tacto de esa piel deliciosa.
Después de bastantes días sin hacer el amor, y aunque Paco se masturbara, ésto era muy diferente. Retozar con Manoli le producía sensaciones delirantes. Su erección fue inmediata y brutal. Sus manos viajaban con frenesí por aquel festival de delicias. Ella sabía que cada centímetro de su piel embriagaba a su marido, y se regodeaba acentuando su deseo, mientras continuaba acariciando los labios de él con los suyos.
- ¡Mmmmm! ¿Te apetece, eeeh? ¡Mmmm! Tócame, acaríciame, disfruta cariño, bésame...
- ¡Mmmmmmmmmm!
Paco estaba ya sumido en el trance del deseo incontenible. era el momento de pasar a la acción. Esa erección, esos jadeos, ese frenesí eran lo que ella buscaba en él, para llevarlo por el camino que ella quería. Manoli, mientras lo besaba con sensualidad y lo envolvía con todo el cuerpo en un abrazo erótico increíble, sabía perfectamente lo que tenía que hacer ahora.
Manoli seguía besando a su marido con pequeños picotazos. Embriagaba el cuello de Paco con una mano, acariciándolo, mientras que con la otra empezaba a manejar la situación cerca de los genitales. Desabrochando con pericia la cremallera del pantalón de su marido, deslizó la mano por el hueco del calzoncillo, y se apoderó de la henchida y palpitante verga. Paco ya era suyo.
- ¡Ay Paco! ¡Mmmmmm!
- ¡Mmmmmmmmmmmmmmmmmm!
Sin dejar de besarlo y acariciarlo , llevó la verga fácilmente fuera del calzoncillo, y menteniéndola agarrada con la mano, extendió el meñique, que deslizó bajo el lateral de sus bragas, apartándolas lo suficiente para dejar libre lo que necesitaba, abriendo un camino directo hacia su húmeda cueva. Llevó así la enhiesta verga a donde ella quería, deslizándola entre sus lubricadas paredes. Paco sintió oleadas de placer delirante, conocía esa calidez y esa humedad que tantísimas veces le habían hecho perder el sentido. Casi sin empujar, la penetró sin dificultad.
Manoli había conseguido que Paco la penetrara sin condón, completamente vestido. Su agilidad y su capacidad de seducción supremas se habían impuesto. Pero Paco, en un atisbo de lucidez, despertó del trance.
- Espera, voy a ponerme un condón.
- Mmmmmmmm! - Manoli seguía profiriendo sensuales gemidos de placer, que hipnotizaban a Paco, distrayéndolo. Continuaba besándolo, acariciándolo con todo el cuerpo, con sus caderas, con sus muslos, con sus pantorrillas, con sus pies.
- ¡Espera espera!
- Vaaamos Paco...
Las dulces palabras de Manoli se sumaban a sus caricias absolutamente irresitibles. Manoli lo empujó en el cuello con la mano que lo rodeaba para atraerlo hacia sí, y continuó con sus besos embriagantes, acariciando los labios de él con los suyos. Paco era un torbellino de confusión y deseo.
- ¡Espmmmm! - besito - ¡espera! - apoyó las rodillas en la cama, separando su pelvis de la de ella, sacando su miembro brutalmente duro de aquella cueva de placer.
- ¡Oooh! - besito - ¡Mmmmm!
Paco creía que lo había conseguido. Era prácticamente imposible escapar de las caderas de Manoli, pero esta vez lo había logrado. O eso pensaba él. Porque Manoli continuaba besándolo.
Manoli aún tenía bastante más ventaja de la que Paco pensaba. Agarró de nuevo la verga de su marido, empapada en jugos, con una mano. Estiró las piernas, envolviendo de nuevo a Paco entre ellas. Tenía las piernas bastante fuertes, y aunque él se resistía con cierto ahínco, no le costó vencerlo, atrayéndolo para atraparlo de nuevo en su presa. Lo fue acercando lo suficiente, cerrando al fin las piernas, envolviéndolo en la nube de placer que ella sabía dar. Las rodillas de él se aflojaron, su pelvis volvió a relajarse, y la de ella lo volvía a acoger con cariño.
Con la verga agarrada y todavía palpitante, Manoli volvió a abrir sus bragas con el dedo meñique, guiándo de nuevo el deseado falo a su cálida humedad. Paco se dejó hacer, la punta de su verga en la entrada, percibiendo de nuevo esa cálida caricia genital. Una locura.
Manoli soltó la verga de paco, que penetró sola en su destino inexorable otra vez, hasta el último centímetro.
- ¡Ya te teeengo pillo! - la ironía seductora de Manoli era deliciosa.
- ¡Ay siiiií!
Entonces los besos de Manoli fueron tornándose más salvajes. Su lengua movediza encontró fácilmente la de él, y ambas se empezaron a revolver en un frenético vaivén, saboreando, regocijados, incontenible ya el deseo.
- ¡Oooooooy! - gemía él
- ¡Aaaaay Paco, qué bieeeeeen!
Esta vez Paco tiró la toalla por completo, abandonándose al placer absoluto de la situación. Manoli lo tenía atrapado entre sus caderas, y de esa presa no iba a escapar, de eso ella estaba segura. Las pelvis empujaban alante y atrás, con frenesí, con delirio. Paco se revolvía de gusto, Manoli con su vagina estaba ordeñando deliciosamente su verga, y ese masaje no podría resistirlo mucho tiempo. Su pensamiento fugaz de evadirse en ese mismo momento desapareció, engullido por las oleadas de placer. Hacer el amor con Manoli era algo espectacular.
- ¡Aaaay Paco, queeeeé bieeeeen!
- ¡Mmmmmmmm!
Manoli lo seguía besando, acariciando, ordeñando, no cabía en sí de gozo. Se dio cuenta de que lo tenía completamente dominado, y de que ya podía abandonarse ella misma por completo al placer de hacer el amor. Pero Paco estaba ya alcanzando el punto de no retorno, su mente nublada, su cuerpo poseído por su mujer, que lo seducía y lo manejaba como a un potrillo. Sus bolas estaban hinchadas, y su verga latía desesperadamente. Empezó a notar la corriente eléctrica por su columna vertebral, que lo recorría con intensidad, le llegaba a los brazos, a las piernas, a la cabeza. Empezó a alcanzar el orgasmo, eyaculando desenfrenadamente, potentes chorros de caliente semen, que Manoli recibía con delirio, aunque no hubiera llegado ella misma al orgasmo.
- ¡Ay sí, vente Paco, veeente, eres mío chiquillo, vente!
- ¡Mmmmm mmmmmm mmmmmm mmmmmmm mmmmm mmmmmmmm!
Ella, exultante, lo seguía ordeñando, ya más despacio. Lo seguía besando, lo seguía acariciando. Quería prolongar esa corriente eléctrica hasta el último momento. Se sentía poderosa, dueña de la situación. Había conseguido lo que pretendía, sin dificultad, y con un gozo y un placer inmensos. Se sentía radiante.