Maniquí

El parecido entre nosotras era tal, que era como si nos estuviésemos masturbando en otro cuerpo, como si fuésemos cuatro cuerpos en uno. La única diferencia era que ella aún llevaba las medias puestas. No me resistí a llevar una mano a su sexo, al fin y al cabo ya lo había probado.

"No te voy a tocar". Las palabras de Miguel se repetían en mi cabeza mientras subía en el ascensor. Había una verdad velada tras esa sentencia que él había recalcado insistentemente con media sonrisa. Y es que él no me tocaría, porque para eso estaba Arancha, su mujer. Todo empezó varios meses atrás, cuando le pedí dinero a Miguel por un descubierto y él accedió bajo la condición de devolverle buena parte en la primera nómina. Como me temía, me fui retrasando en los pagos y sin querer le puse en un pequeño aprieto. No me gustó crearle problemas a mi buen amigo, y removí tierra y cielo hasta que hace un par de semanas saldé completamente la deuda con él. Quedamos en un café para realizar el último pago y se metió el sobre en el bolsillo de la chaqueta sin abrirlo. Lo vi muy confiado y tranquilo. Al final, tras pagar la cuenta, me pidió que le hiciese un favor, algo completamente voluntario y sin compromiso. Después del favor que me había hecho, lo escuché predispuesta e intrigada. Miguel quería hacer una sesión de fotos y tenerme de modelo, junto a su mujer, ambas vestidas con lencería. Tendríamos que abrazarnos, simular besos y tocamientos. El sólo haría las fotografías, nada de sexo, todo sensual y representado. Si aceptaba, él hablaría con Arancha y me citaría en su casa. Era la primera vez que Miguel insinuaba abiertamente un deseo sexual hacia mí y me turbé por la propuesta. Animado por mi silencio comenzó a darme una catarata de argumentaciones. La primordial era que las fotos serían para uso privado, sólo para sus ojos. La secundaria era que su mujer no era lesbiana, que no temiera una encerrona, y por supuesto que él no me iba a tocar.

Así que ahí estaba, saliendo del ascensor de su casa. Cuando llamé a la puerta me abrió un nervioso Miguel. Su mujer estaba tomándose un té, vestida con una bata de seda. Fue muy amable y estaba más avergonzada por la ocurrencia de su marido que por la sesión de fotos. Me fijé en ella detenidamente. Casi tenía mi misma estatura y, aunque quizás ella fuese un poco más baja, seguramente la misma talla. También teníamos el mismo tono rubio en el pelo, pero ella lo tenía más corto que yo. Habíamos coincidido con anterioridad, pero apenas nos habíamos hablado, quizás por unos celos bobos a causa de Miguel. Tenía una mirada profunda y sincera, y me hizo sentir muy cómoda desde el principio, haciéndome ver que ella sería como un seguro frente a los calientes planes de su marido.

— He venido sin maquillar, no sabía si querías algo especial —le dije a Miguel.

— ¡Sí, perfecto! ¿Te importa que te pinte Arancha? —me contestó.

Ella me llevó al cuarto de baño y empezó a maquillarme, con movimientos rápidos y precisos, seguramente ya habría hablado con su marido sobre lo que quería éste. Cuando terminó nos miramos en el espejo en silencio, y es que me había puesto el mismo maquillaje que llevaba ella y parecíamos dos gemelas. Tuvimos que pensar las dos lo mismo, porque nos tuvimos que reír.

— Ven, ahora vamos a ver la ropa.

Me llevó al vestidor y me quedé en ropa interior. Yo llevaba lencería de encaje negro tal y como me había pedido Miguel. Arancha me ofreció un tanga muy escaso a cambio de las bonitas braguitas altas que yo había traído; sin embargo le gustó mucho el sujetador. Me puse lo que me ofreció delante de ella y ella se quitó la bata. Llevaba un sujetador y unas braguitas muy bonitas, con liguero y medias. Nos miramos en los enormes espejos de la habitación, y me pareció un poco siniestro nuestro parecido. Eramos como dos muñecas de un mismo fabricante y, vestidas así, el fabricante tenía que ser de juguetes sexuales.

— ¿Has hecho esto antes? —le pregunté.

— ¡No!

— ¿Y qué te parece? —me estaba volviendo a entrar la risa, esta vez por nervios.

— ¡Que puede ser divertido! —de nuevo me relajó con sus palabras.

Entramos al dormitorio cogidas de la mano, ella sabía hacerme sentir segura. Miguel había distribuido algunos flashes y nos esperaba con una cámara de fotos de tipo profesional.

— No sabía tu afición a la fotografía —le dije por hablar de cualquier cosa.

— Hago mis cositas —me respondió impaciente—. ¡Qué guapas estáis!

Nos hizo subir a la cama y empezamos a poner posturas "sexis", con cierta mofa. Miguel aguantó estoicamente nuestro histrionismo y poco a poco fue poniéndose más serio, llevando a sus modelos en la dirección que buscaba. Me hizo ponerme de rodillas, con el cuerpo muy estirado y Arancha se puso detrás de mí. Estaba muy pegada y sentí el calor de sus pechos en mi espalda y el roce del nailon de sus medias en mis muslos. Miguel nos quería más cerca y ella obedeció hasta que su boca acarició mi mejilla. Tras el destello del flash, sus dedos rozaron los míos. La voz entrecortada de Miguel indicaba que le estábamos empezando a dar lo que él había ido a buscar. Arancha separó la mano y moví la mía para no perder su contacto, ella se dio cuenta y me acarició suavemente.

Simulamos besos en los labios mirando a cámara, y nos abrazábamos tanto de frente como torso con espalda. Arancha tenía la piel erizada, a pesar de que un calefactor mantenía la temperatura de la habitación muy cálida. El hecho de que no entráramos en calor y el que las poses fuesen tan impostadas, tan poco naturales, hizo que me fuera relajando ya que parecía que no iba a verme en una encerrona. Estaba entonces pensando en que faltaría poco para acabar la sesión cuando vino un nuevo cambio de postura. Arancha se colocó de rodillas frente a mí, yo debía ponerme muy pegada a ella y entrelazamos nuestras piernas. Quedé algo más arriba, sentada casi en su muslo y los pechos muy cerca de su cara. Ella se sonrojó al tenerme tan cerca, a haciendo que yo también me turbara.

Las indicaciones de Miguel eran muy simples, y le dijo que me besara el cuello. Se refería a un beso de pega, como era todo en la sesión de fotos, y Arancha se acercó. Mis pechos quedaron posados sobre los suyos, sintiendo que el frío de su piel se concentraba en la punta de los pezones. Si yo los sentía como dos cuchillos, a ella debían de dolerles un horror. Me di cuenta de que el calor de mi cuerpo le estaba siendo bastante reconfortante en ese momento y que ella alargaría todo lo posible ese tiempo de contacto conmigo. Subí la cara para facilitar el beso y sus labios tocaron mi cuello. Sin ninguna orden por parte de Miguel, sujetó mis caderas y yo acaricié sus manos. Tras la ráfaga de fotos recibimos el visto bueno de Miguel. Al tomar la postura de descanso bajé y mis pechos rozaron de arriba a abajo los de Arancha y mi sexo acabó sobre el muslo de mi compañera. Volví a la posición anterior, algo incómoda por el contacto, pero Arancha no cambió su postura un milímetro. Parecía cómoda con su pierna entre las mías y de hecho, cuando se giró para darle a Miguel un pendiente que se le estaba cayendo, su muslo fue rozando mi sexo en toda la maniobra, como si buscase el calor de mi entrepierna. En los siguientes minutos, mientras esperábamos la siguiente instrucción de Miguel, estuvimos charlando y cuando me di cuenta mi vulva y su muslo estaban otra vez pegados.

Ahora debía besar sus pechos. Siempre de rodillas en la cama, me separé un poco y me apoyé en ella con una mano al final de la espalda y la otra bajo su ombligo. Primero rocé mis labios con su cuello. Luego pasaron por la mejilla hacia sus labios. Bajé otra vez al cuello. Miguel me pidió que parara un momento y se me escapó un beso de verdad. Antes de que aflorara la vergüenza, y con ella un torrente de justificaciones en mi cabeza, la mano de Arancha me tranquilizó acariciando mi cuello y me sentí bien. Miguel, ajeno al beso, pidió que siguiera. Así que fui pasando lentamente los labios por los hombros hasta llegar a su pecho, primero en el escote y luego sobre el sujetador.

— ¡Así, en la punta! ¡Mantén la posición!

Tras las tres fotos que hacía Miguel en cada toma, Arancha sujetó mi pelo por los dos lados y tiró de mi cabeza hacia su pecho, hundiendo mi cara en él. El pezón destacaba entre el encaje. La miré y abrí la boca. Sus manos y mi pelo me ocultaban de Miguel. Ella me trajo más hacia ella y el pezón se aplastó contra mi lengua y mis dientes. Miguel pidió hacer otra foto así, ignorante de lo que estaba sucediendo.

Ahora nos ordenó tumbarnos. Arancha debajo, yo sobre ella a horcajadas, repitiendo el proceso: besos en los labios, besos en los pechos. Le dábamos a Miguel lo que nos pedía, nada más. Labio con labio, nada de beso. El que mis pechos acabaran sobre los de Arancha a la altura adecuada para que se rozaran suavemente, era algo que él ni vio ni pidió. Tampoco que la mano de Arancha  estuviese siempre en mi muslo o mi cadera. Con los pechos, obedecí a la primera orden: labio sobre piel. Pero cuando Miguel paraba para revisar las fotos en la cámara, el labio besaba la piel y la mano de Arancha dejaba de estar estática para acariciarme sutilmente.

— ¿Vas teniendo lo que buscabas? —la voz de Arancha hablándole a Miguel me hizo volver a la Tierra.

Miré a Miguel y aunque éste estaba abstraído revisando la cámara, su pene abultaba claramente en el pantalón. La mano de Arancha seguía acariciándome lentamente el triángulo cadera, trasero y muslo. La erección de Miguel me hizo preguntarme por mi estado de excitación. ¿Lo estaba? Me sentía muy cómoda en ese momento. Pero debajo de mí había una mujer. Y estaba Miguel. No quería follar con Miguel y jamás se me habría ocurrido hacerlo con una mujer. Miguel era un gran amigo, casi un hermano, y sabía que tener algo con él podía abrir la caja de Pandora. Respecto a Arancha, aquello no era algo lésbico, sino una atracción sexual hacia ella. Quería llegar al final con esa mujer. No me veía lesbiana pero aceptaba mi deseo hacia Arancha. Me dije que lesbiana era solo una palabra y decidí dejarme llevar, a pesar de Miguel. Este seguía mirando las fotos y le di un piquito a Arancha. Ella empujó mi cuerpo agarrándome del culo para acercar mi cara otra vez y nos volvimos a besar con besos cortos, probándonos.

— ¿Y eso? —dijo un entusiasmado Miguel que había visto el último contacto.

— Estamos esperando ¿acabaste la sesión? —la voz templada de Arancha y el hecho de no darle ninguna explicación a su marido me hizo sentirme muy a gusto.

Miguel ignoró el desafío de su mujer y me hizo besar sus costillas, su barriga, su vientre. Y lo seguí haciendo como hasta ahora, con besos falsos. Pero olía su piel profundamente y mis dedos acariciaban suavemente su contorno. Ahora tenía sus muslos abiertos rodeando mi cuerpo, rozando mis brazos y mis pechos.

— ¡Perfecto! Juega con las braguitas... así con los dedos...

Pasé los dedos por el contorno, acariciando la huesuda cadera en el mismo sitio que ella me había acariciado al inicio de la sesión, pasando el dedo debajo del encaje. Me acerqué a su sexo, que mostraba perfectamente su forma bajo la tela transparente. Bajé un poco la braguita y besé el vientre. Aquellos eran besos de verdad. Ella abrió un poco más una pierna y usó la otra para acariciar mi pecho con ella. Miguel hacía fotos tan rápido que los flashes no podían recargarse a tiempo. Mi labio inferior rozó el inicio de su sexo. Quería probarlo. Siempre pensé que si eso ocurriría alguna vez, estaría muy asustada o tendría un grado de excitación de proporciones bíblicas. Por contra, me encontré muy segura de lo que hacía y con ganas de fundirme con esa mujer, de tener sexo con mayúsculas. Mi labio tocó el clítoris, luego vino la lengua. Y entonces oí cómo Arancha empezaba una pequeña discusión, o negociación, con Miguel.

Le dijo que nada de coños en las fotos, que eso ya se había hablado. Miguel se defendió, con razón, argumentando que él no había pedido nada de eso, que no le echara la culpa. Los pies de Arancha acariciándome el muslo por detrás me indicaban que no me moviese del sitio y esperé a ver qué ocurría mientras acariciaba distraídamente sus piernas a la altura de la ingle. Arancha fue tajante al decirle que podía dar por acabada la sesión y que podía irse. Aquello descolocó a Miguel. No quería dejarnos a solas, mucho menos en ese momento tan cálido. Tal y como se hablaban, parecía evidente que Miguel le debía más de una a Arancha y que ella se las iba a cobrar todas juntas. Aún así, el tono de la mujer no era categórico, más bien jugaba con la desesperación de su marido.

— Te como la polla y te vas —le dijo dando por zanjada la negociación. Miguel me miró con profunda pena, seguramente ya se había visualizado montándome.

— No es justo. Yo también quiero quedarme.

— Puedes irte directamente si quieres —la esposa no iba de farol.

Miguel se sacó la verga y se acercó a Arancha. Ella se quitó el sujetador y las braguitas, dejándolas colgadas en uno de sus tobillos, mientras yo seguía a sus pies, encajada entre el nailon de sus piernas. Desee acariciar esos pechos redonditos, pero Miguel me seguía resultando lo bastante intimidante como para mostrarle abiertamente mi deseo por su mujer, a pesar de tener su coño justo debajo de mi cara. Arancha quedó recostada, apoyada en los codos y Miguel acercó la polla a la boca. Ella lamió la punta y no tardó en chuparla. No había alardes sexuales ni juego, era una mamada práctica, bien hecha. La polla entraba y salía suavemente y ella movía la lengua y chupaba con rapidez. Como una esposa haciéndole una mamada a su marido para que éste le baje a por tabaco. Me quedé absorta viendo la sincronía entre ellos, preguntándome la de veces que habrían hecho eso. Empecé a acariciar los muslos y el culo de Arancha y se me empezó a hacer la boca agua, esperando a que en cualquier momento Miguel me usase como estaba usando a su mujer. En ese momento un poco de saliva salió lentamente de la boca de Arancha, cayendo por la barbilla y creando una gota que fue alargándose peligrosamente hasta que terminó en su pecho. Al sentir el frío en la piel, se tocó con la punta de los dedos, pero no le dio importancia, hasta que me miró y vio que yo también la miraba. Entonces cogió la polla y empezó a masturbarla rápido, abriendo la boca y empapando la mano. Agarró los huevos y los acarició para usarlos después como asidero en la mamada. Pasó de chupar como una buena esposa a chupar como una zorra en celo. Y lo hizo por y para mí. Bajó la mano y hundió mi cara en su coño.

Empecé a lamerlo con la misma avidez que ella dedicaba a la polla. Arancha esperó un poco para que me desfogara y volvió a tocarme la nuca acariciándola lentamente, y comprendí que quería una atención más suave por mi parte. De hecho, en cuanto bajé la intensidad, empezó a gemir. Miguel apartó la polla, intentando alargar el momento, pero ella no se lo permitió.

— Puedes follarme la boca —le dijo.

No entendí el código que usaban ni el porqué, pero supuse que era algo que le gustaba a Miguel pero a ella no tanto. Arancha se dejó caer en la cama y su cabeza quedó colgando en el borde, de forma que yo sólo veía sus pechos. Miguel penetró la boca y yo seguí lamiendo, mientras oía sonidos guturales que provenían de la garganta de Arancha. Ella se apretó los pezones con ambas manos y juntó las piernas alrededor de mi cabeza. Tras unos segundos de angustioso silencio por parte de Arancha, sólo rotos con el sonido que producía el pene entrando y saliendo de la boca, Miguel sacó la polla y eyaculó entre sus pechos. Ella levantó la cabeza para volver a chupársela, recogiendo y tragando todo lo que su marido le daba. Al final apretó la verga desde la base hasta la punta, exprimiéndola y haciendo que saliese una última gota. Entonces le dijo que fuese bueno y que saliese a la calle a darse una vuelta. Arancha me quería follar a solas, y eso nos puso muy cachondos a los tres. Por eso Miguel se fue con la polla amorcillada, aún después de eyacular, lamentando no poder participar físicamente de nosotras. Oímos cerrarse la puerta de la casa.

— ¿Eres escrupulosa? —la miré y vi la boca y el pecho llenos de restos de semen. Empezó a incorporarse—. ¡Vuelvo enseguida!

— No te vayas, quédate —me avergonzó oírme.

Ella tampoco se esperaba que no la dejase ir a limpiarse y me miró curiosa. Me quité el sujetador y me acerqué a ella. Le quité semen con un dedo y lo chupé. La siguiente vez me sujetó la mano para chuparlo ella. Me chupó la yema a conciencia y cuando la sacó nos besamos, esta vez con besos de verdad, con desesperación. Mi coño reaccionó al tener su lengua mojando la mía y sabía que ella estaba tan excitada como yo. Desee volver a tener su vagina rodeando mi lengua y me separé de ella para tomar aire. Un hilo de esperma unía nuestras mejillas y esta vez fue ella quien usó su dedo para limpiar el extremo que estaba en la comisura de mi boca. Fui besando su piel, lamiendo cada centímetro y ella recibió mi lengua en su cuello y hombros con temblores. Me cogió los pechos y yo cogí los suyos. Nos miramos en el espejo que había al lado de la cama y nos acariciamos mirando nuestro reflejo. El parecido entre nosotras era tal, que era como si nos estuviésemos masturbando en otro cuerpo, como si fuésemos cuatro cuerpos en uno. La única diferencia era que ella aún llevaba las medias puestas. No me resistí a llevar una mano a su sexo, al fin y al cabo ya lo había probado, y al introducir dos dedos en él, ella me respondió con un caluroso beso con lengua. Nos observábamos en el reflejo mientras mis dos dedos recorrían frenéticamente su suave caverna. Sin avisar, me tumbó de un empujón. Besó mis pechos, sonriendo mientras lo hacía, moviendo mucho la lengua y chupándome los pezones intensamente. Empecé a mojarme mucho, anticipando lo que vendría después. Bajó besándome la barriguita hasta llegar al sexo. Se lamió el índice y lo fue metiendo lentamente. Abrí las piernas y empezó a lamerme el clítoris de la misma forma que me había estado besado los pezones, solo que su dedo entraba y salía a un ritmo cada vez más acelerado. Arqueé la espalda y separé las piernas todo lo que pude, ofreciéndome completamente. Cerré los ojos y, antes de darme cuenta, aquella mujer me hizo tener uno de los orgasmos más memorables que recuerdo.

— ¿De verdad no lo has hecho antes?

— ¡No, en serio! ¡Es una pasada! —ella seguía entre mis piernas, con la cara apoyada en mi coño y la mano que había estado dentro de mí ahora reposando en mi pecho—. Aún tengo más ganas de ti.

— ¡Ven! ¡Bésame!

Al acercarse, sus pezones rozaron mi piel desde los muslos hasta los míos, consiguiendo erizarlos justo cuando su boca se encontró con la mía. Una vez más, nuestros besos sabían a sexo, esta vez al mío. Nos dimos un pequeño descanso tumbadas en la cama, abrazadas y acariciándonos. Me preguntó por Miguel, si me había acostado con él.

— ¡No! ¡Jamás!

No parecía preocupada o celosa al hacer la pregunta, pero yo sabía que esa idea debía de rumiar en su cabeza desde el momento que supo de mí. Aceptó mi respuesta, y luego le expliqué que aunque era muy atractivo, no tenía algún interés sexual con él.

— Pero si no lo mando fuera no te libras, ese estaba loco por metértela.

— Lo sé, pero hasta ahora ha mantenido las distancias.

— Y si se hubiese quedado, ¿lo habrías hecho?

— ¿Tú que crees? —tenía su pezón entre mis dedos.

— Que eres una zorra. Ya vi cómo me mirabas cuando se la estaba chupando.

— ¡Estabas tan radiante! —se lo dije muy sincera.

— Tenía una polla en la boca, guapa.

— Te sentaba muy bien...

Se hizo un largo silencio hasta que volvió a hablar.

— Si te acuestas con él, no me lo digas.

— No pasará.

— Espera —me dijo cambiando de tema.

De un salto abrió el armario y trajo un enorme pene de goma.

— Ahora es tu turno.

La miré con los ojos muy abiertos, pero no se refería a usar eso conmigo, sino con ella. Se tumbó, puso el falo a su lado y abrió las piernas.

— Soy toda tuya.

A verla tan abierta y receptiva, se me ocurrieron mil y una locuras, pero no tenía práctica en tener ese tipo de fantasías con mujeres. La miré divertida y me coloqué entre sus piernas.

— Hazme lo que quieras —me dijo moviendo coquetamente las caderas a los lados.

Yo no necesitaba aquel consolador para hacer lo que quería, que era fundirme en la profundidad de su sexo de todas las formas posibles, así que deseché mi impulso y me concentré en lo que ella querría hacer con ese pene tan enorme. Lo cogí y me puse entre sus piernas. Me apoyé en la cama con eso bien asido y probé otra vez el néctar de su sabor. Ella bajó las manos para tocarme, para hacerme ver que todo iba bien, que tenía vía libre para usarla como quisiera, con lengua o con falo. Mientras chupaba el coño, ella abría y cerraba las piernas lentamente, rozando en mi mejilla la piel de sus muslos y el nailon de una de sus medias, pues la otra se había ido deslizando hasta la rodilla. Me puso tan perra el tacto del nailon, que me propuse follar siempre llevando lencería.

El movimiento oscilatorio de las piernas mantenía cierta pausa cuando se abrían, haciéndome ver lo ansiosa que estaba de que usara lo que yo tenía entre manos. Me erguí y me llevé la polla a la boca. Chupé el capullo y luego jugué con ella, como si hubiese sido la polla de Miguel. Arancha se sujetó los pechos y con la otra mano masajeé su clítoris con el pulgar. Estaba loca por que la penetrase y metí la punta. Eché saliva para ayudar e introduje el resto lentamente, sintiendo la leve resistencia de su vagina. Conforme iba empujando, un gemido continuo que procedía de Arancha me fue acompañando como banda sonora. El pene de goma tenía unos testículos que servían de tope y también de asidero, así que la estuve follando cogida a ellos. Ella susurraba que siguiese así, que no parase. Yo tampoco quería parar. Con una mano bombeaba, con la otra la sujetaba en la parte interior del muslo, junto a su coño, y ella me apretaba esa mano con la suya. Me transmitía así sus reacciones, por eso cada vez le daba más rápido. Cuando pasaron varios minutos follándola de esa manera, el cansancio en el brazo superó la excitación que me poseía, y usé otra vez el pulgar en su clítoris, buscando egoístamente su orgasmo. Cuando le llegó, me transmitió las convulsiones a traves del falo y cuando acabó, repasé con la lengua su enrojecida vagina.

Tras un buen rato, y una vez recuperadas, me di cuenta de lo tarde que se me había hecho, así que me vestí. Ella seguía en la cama, mirándome muy traviesa. Me dijo que me iba a hacer un regalo. Me hizo quitarle las medias, y en cuanto las tuve en las manos las olí. Entonces me pidió que me las pusiera, que me las llevara puestas. Hice lo que me pidió, y mientras me las alisaba pude ver cómo se empaparon mis braguitas por esa tontería. Nos despedimos con la promesa de que a la siguiente vez le devolvería las medias, o mejor aún, le regalaría otras que tuviesen un solo uso.