Mando a distancia

Mira lo que puede hacer un hombre cuando tiene en sus manos un mando para parar el tiempo.

Soy un hombre poco afortunado en el sexo ya que estoy casado y mi mujer hace mucho tiempo que no le apetece hacer el amor. Pero las cosas iban a cambiar.

Un buen día al volver de trabajar por la tarde, me encontré algo extraño en el suelo, cerca de le puerta de mi casa. Me agaché a cogerlo para ver lo que era. Era algo parecido a un mando a distancia de la puerta de un garaje. Tenía dos botones en el centro, uno de encendido y otro de apagado. ¿De dónde será esto? Me pregunté.

Me acerqué a la puerta del vecino para preguntarle si era suyo. El vecino lo tomó en su mano y me dijo que no era suyo. Para devolvérselo a su dueño lo mejor sería ir una por una probando todas las puertas de los garajes de los vecinos e ir apretando hasta que alguna se abriera. Mi vecino se ofreció a acompañarme.

Cuando llegamos a la primera puerta yo apreté el botón y la puerta no se abrió. Le dije a mi vecino:

nada, esta primera no es.

Mi vecino permaneció callado. Yo avancé hasta la siguiente puerta y mi vecino permanecía inmóvil en la puerta anterior. Le llamé y él, nada. Estaba como una estatua y sin abrir la boca. Yo, extrañado seguí a lo mío y apreté otra vez el botón de aquel extraño mando. La puerta tampoco se abrió, pero mi vecino recuperó el habla y la movilidad. Algo muy extraño estaba sucediendo. Al cabo de un buen rato me di cuenta de una cosa: cada vez que apretaba el botón del mando mi vecino se quedaba inmóvil y sin hablar hasta que lo volvía a apretar. Es como si tuviera un mando en mi mano para detener el tiempo. Después de unas cuantas pruebas me di cuenta de que en efecto cada vez que apretaba se paraba el tiempo pero yo podía hacer lo que me diera la gana. Al volver a apretar todo volvía a la normalidad y en este caso, mi vecino, actuaba como si no hubiera pasado nada. Él seguía con su conversación en el punto donde la dejó. Aprovechando una de las paradas pensé en no devolver ese mando a nadie. A mi me podría venir muy bien para ciertas cosas. Así que le dije a mi vecino, ajeno a lo que podía hacer ese mando, que puesto que no abría ninguna puerta lo dejaríamos ya que era tarde y yo estaba cansado. Mi vecino se fue a su casa y yo a la mía.

Cuando entré en mi casa, di un beso a mi mujer. Ella estaba preparando la cena. Probé de nuevo el mando para ver si funcionaba y en efecto, mi mujer se quedaba quietecita y sin hablar. Cuando volvía a apretar todo seguía como si no hubiera pasado nada.

Esa noche me costó mucho trabajo conciliar el sueño ya que estuve pensando qué uso podía dar a mi juguetito.

Me desperté a las nueve del día siguiente. Mi mujer se fue a trabajar como todos los días. Yo me lancé a la calle con mi "tesoro" en el bolsillo. Cuando iba por una avenida donde había bastante gente apreté el mando a ver qué pasaba. No me lo podía creer. Allí estaba todo el mundo de pie, sin moverse, los coches se pararon en seco, como cuando ves una película en el vídeo y la paras para ir al baño. Cuando vuelves del baño le das al botoncito y ya está.

Pues aquí era igual, apretabas el botón y todo a funcionar.

Pasé al lado del banco donde tengo el dinero. Entré y metí mi tarjeta en el cajero automático. Saqué algo de dinero y justo cuando había acabado apreté el botoncito mágico. De repente cesó el poco ruido que había y todo el mundo se quedó quieto y mudo. Miré por la ventana y en la calle estaban los coches parados y la gente también. Había cinco personas en fila esperando a ser atendidas. Detrás del mostrador estaban las dos chicas de siempre que ya conocía. Las dos eran guapísimas. Una de ellas, morena estaba allí sentada en su sitio sacando dinero para dárselo a la clienta que estaba esperando. La otra estaba a su espalda haciendo una fotocopia.

De repente se me ocurrió gritar para ver si pasaba algo o alguien me oía. Nada, no pasó nada. Me acerqué a una de las mujeres que estaban en la fila esperando y la pregunté algo. Ella no me respondió. Me puse enfrente de su cara y la seguí hablando. Ella miraba al vacío y allí estaba inmóvil.

Me estaba excitando por momentos ya que pensé que podía hacer lo que me diera la gana y nadie me diría nada. Me bajé los pantalones y grité en voz alta:

¿Alguien quiere una polla?

Nadie respondió. Me quité los zapatos y me saqué los pantalones. Me acerqué a una de las mujeres que estaban en la fila y le dije:

-Señora, usted tiene toda la pinta de querer. Puede tocármela, no se corte.

Y cogiendo su mano la llevé a mi polla que estaba erecta ya hacía rato.

Me la estuve manoseando con la mano de la señora pero lo dejé rápido ya que yo no estaba allí por esa señora. Había ido por Ana que era la chica que trabajaba allí y estaba haciendo la fotocopia.

Sin pantalones y con la polla erecta pasé detrás del mostrador para acercarme a ella.

Hola Ana, – la dije – no sabes las ganas que tenía de esto.

Cogí su mano y también la llevé a mi polla, la pasé por mis huevos y mi culo. Intenté meter un dedo suyo por mi ano. Era un poco difícil ya que ella tenía la mano muerta, pero aún así me excité muchísimo.

Como estaba de pie la empecé a tocar el culo, luego las tetas y el coño. También le toqué la cara y le metí un dedo en la boca. A continuación le bajé sus pantalones y admiré sus piernas blanquitas. Le bajé también las bragas. Que maravilla. Le sobé bien todo el culo. Se lo olí. Mientras hacía todo esto no paraba de hablarla y decirla guarrerías.

Me acerqué a la otra chica, la que estaba cogiendo el dinero para dárselo a la clienta. Giré su sillón para que se pusiera de espaldas al público y de frente a mi. Como ella estaba sentada y yo de pie cuando me acerqué a ella mi polla le caía enfrente de su cara. La intenté meter en su boca. No pude así que se la abrí con mis manos. Una vez abierta le metí la polla y se la cerré. Ahí si que empecé a disfrutar de lo lindo. Empecé a follarle la boca y no sé que me gustó más si eso o que mientras lo hacía los clientes me estaban mirando. La tuve que sacar rápido porque no quería que aquello se terminara tan pronto.

Me quería follar a Ana que seguía allí detrás de mi con los pantalones y las bragas bajados. Eso sí, llevaba un jersey negro de cuello alto muy elegante.

Cogí a Ana del tronco y la agaché apoyándola contra la fotocopiadora dejando su culo a mi entera disposición. Empecé a metérsela por el coño. Disfruté mucho follándola y preguntando a cada momento si le gustaba. Obviamente ella no respondía pero no paraba de hablarla. La pregunté:

¿quieres que te la meta por ese culito blanquito que tienes?

Sin esperar que respondiera, ya que no lo iba a hacer, saqué la polla de su coño y la intenté meter por su ano, pero no pude. Lo tenía demasiado estrecho. Además estaba a punto de correrme y no lo quería hacer en su culo. Pensé en hacerlo en su cara, así que la cogí y la senté en una silla. Puse su cara mirando un poquito para arriba y la pregunté.

Ana cariño, ¿quieres mi lechita en tu cara?

La cogí la cabeza con mis manos y la moví hacia arriba y abajo como si estuviera asintiendo.

Es muy bueno para la piel. Ya verás. Pero antes me la chuparás un poquitín, ¿no? Tu compañera ya lo ha hecho pero tú no.

Así que hice la misma operación que con su compañera y la follé bien la boca.

Cuando estaba a punto de correrme saqué la polla de su boca y me la meneé apuntando a su rostro. Rápidamente salieron varios chorros que fueron directamente a parar a su frente y a sus mejillas. El semen fue resbalando lentamente hacia su jersey pulcro de color negro.

Yo me puse los pantalones y saqué mi teléfono móvil del bolsillo para hacerla una foto. Por fin tenía una foto de Ana con la cara y el jersey manchados de semen. De mi semen. Era como un sueño.

La limpié la cara y el jersey con papel higiénico. La cara quedó limpia pero en el jersey se notaban algo las manchas.

Me acerqué al cajero donde estaba antes de la faena y apreté el botón de mi mando con discreción. Me lo guardé rápido y todo siguió con normalidad.

Me hubiera gustado quedarme por allí para ver si Ana se daba cuenta de lo de su jersey pero me daba mucha vergüenza así que me fui rápidamente.