Mañanas de Gimnasia

Mis jornadas en el gimnasio cambiaron desde que empezo a acompañarme Eugenia.

MAÑANAS DE GIMNASIA

Cuando estudiaba en el instituto, yo era un chico muy deportista, practicaba varios deportes y todos los días, antes de las clases, madrugaba para ir a un club deportivo cerca de mi casa donde nadaba y hacía posteriormente media hora de gimnasio para después ir al instituto. Me gustaba, a pesar del madrugón, por que a esas horas era el único en el club y disponía de todas las instalaciones para mí sólo.

En el instituto yo tenía buen caché entre las chicas, era bien parecido, físicamente cuidado y me imagino que algo chulito, cóctel que en esas edades tiene mucho tirón.

En la clase de al lado había una chica que también iba ocasionalmente al club, se llamaba Eugenia, era una autentica niña "pija": rubia, siempre con cortes de pelo modernos, ropa a la moda y con un grupo de amigas en el instituto de igual corte. Al enterarse que yo iba por las mañanas al club me preguntó si podíamos quedar para ir juntos, ya que quería mejorar su forma, a lo que yo respondí, lógicamente, que sí.

A la mañana siguiente quedamos juntos para ir andando al gimnasio, íbamos charlando, luego cada uno se metía en una sala y después de la ducha salíamos en dirección a clase. A mí me ilusionaba quedar por las mañanas con Eugenia, cada día me apetecía más ir al gimnasio, me encantaba los ratos que caminábamos juntos y hablábamos de nuestras cosas, ella era bastante cursi, pero a mí empezó a gustarme.

Un día, de camino al club, Eugenia se quejó de lo pesada que era su bolsa con la ropa deportiva y los libros, e insinuó si se la podía llevar, a lo que yo respondí afirmativamente. A partir de ese día según nos veíamos ella me entregaba su bolsa pues se había convertido en una especie de obligación.

Ese día, Eugenia vestía blusa blanca y chaqueta granate, minifalda, medias con dibujo y una bailarinas granate. Yo, como todos los días estaba encantado de ir a su lado llevando su bolsa como si fuera su criado, sin darme cuenta, poco a poco me empezaba a gustar esa pequeña humillación . Mientras andábamos una chinita se metió en el zapato de Eugenia, se paró y al quitarse la bailarina granate perdió el equilibrio y se le cayó al suelo, quedando a medio metro de ella, Eugenia puso su pie descalzo sobre el otro y se quedó mirándome fijamente:

¡Vamos, a qué esperas, dame el zapato!

Yo, cargado con las dos bolsas, me agaché, recogí el zapato y se lo di. Me puse rojo por la humillación que sentía, pero me gustó. Eugenia se lamentó por que se le había ensuciado su preciosa bailarina granate, se lo puso y continuamos.

En el gimnasio, yo no podía quitarme de la cabeza la satisfacción que había sentido al tocar su zapato, al sentirme como su criado cargado con las dos bolsas recogiéndole el zapato mientras Eugenia esperaba satisfecha. Sin pensarlo más entré en el vestuario de las chicas, como éramos los únicos en el gimnasio, dejábamos la ropa en las cabinas, en vez de guardarla en las taquillas. Iba abriendo las cabinas en busca de su ropa y mi grado de excitación era cada vez mayor, sentía que mi pene iba a estallar de pensar en tocar sus zapatos y abrí la cabina donde dejó su ropa y sobre la banqueta estaban sus bailarinas de suave piel granate, la izquierda con polvo por el tropiezo. Al verlas, caí de rodillas y suavemente empecé a besarlas y acto seguido las lamí en cada centímetro, incluída su suela, quedaron realmente limpias y yo estallé de placer, dejé todo recogido me limpié y me fui al gimnasio.

Eugenia terminó pronto de nadar, tras la ducha fue a vestirse y vino al gimnasio donde yo estaba sólo haciendo pesas. Cuando abrió la puerta no pude evitar mirar fijamente sus pies, calzados con sus bailarinas granates limpísimas y pensar en lo ocurrido. A pesar del esfuerzo de las pesas, mi pene empezó a engordar. Eugenia saludó y sonrió:

¿Te queda mucho? ...Es curioso, mis zapatos están ambos limpísimos con lo sucio que quedó éste al caer. ¿No habrás visto al conserje entrar en mi vestuario? Ja, Ja, lo mismo le gusta limpiarme los zapatos, ¡que me lo diga! Yo estaría encantada de dejárselos todas las mañanas.

No, no he oído nada -dije.

O... no habrás sido tú. Tienes la boca roja. ¡Enséñame la lengua! Ja, Ja, Ja, has sido tú, tienes la marca de la crema granate en tu lengua, has sido tú quien ha limpiado mis zapatos. Y con tu lengua, verás cuando se enteren en el instituto.

No, por favor Eugenia, no digas nada, yo te explico....

Ya veremos, de entrada ¡Arrodíllate y lame de nuevo mis zapatos! ¡que yo te vea!

Me arrodillé y empecé a lamer su zapatos, Eugenia se reía diciendo: serás mi sirviente, mi esclavo, obedecerás mis ordenes y tendrás que lamerme todos los días los zapatos y limpiar mis suelas. Vas a arrepentirte, mi querido esclavo, voy a ser tu dueña mientras me apetezca, decía mientras pisaba fuertemente mi cabeza y mi lengua lamía su otro zapato.

  • Te dirigirás a mí como Ama Eugenia y te arrodillarás en mi presencia poniendo tu cabeza ante mi pié izquierdo para que yo descanse el derecho sobre tu cabeza. Cuando estemos en grupo y me veas, quiero que agaches la cabeza y la mirada a mis pies, de momento no te voy a humillar delante de otros, pero quiero saber que estás a mis pies aunque estemos en público. Voy a pasarlo realmente bien, esclavo. A partir de ahora las mañanas de gimnasio serán otra cosa, esclavo, otra cosa....

Suavemente descalcé el pié de mi Ama y comencé a lamerlo desde el empeine hasta su adorable planta, disfrutaba mucho, aunque sabía que, como me había dicho mi Ama Eugenia, mi vida sería, a partir de ahora, otra cosa...

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