Mañana loca a los 18

Ella es perfecta, la deseaba desde hace tiempo y esa mañana lluviosa se convirtió en el día más soleado de mi vida.

Era rubia. Sus ojos eran preciosos, azules, con una mirada que te hechizaba al instante. Su voz era perfecta, era sueva, deliciosa. En cuanto a su altura, como no, era igualmente perfecta, superaba en metro setenta por poco, pero sin duda alguna lo que más me gustaba de ella era su cara de niña. La historia que voy a contar sucedió hace cinco años, cuando yo aún no había acabado el colegio y tenía 18 años. Ella también tenía 18 años, y era la típica chica deseada por sus enormes tetas, aunque quizás para mi era lo menos importante. Además de lo dicho antes decir que tenía un cuerpo expléndido, con unas preciosas curvas y que era fruto de todos mis deseos, probablemente no hubo noche en que no soñé con ella.

Era Jueves, día triste y lluvioso como otros muchos en Oviedo. Estábamos en clase de Física, yo estaba sentado al lado de ella, las mesas estaban colocadas de dos en dos y había tenído la enorme suerte de que me tocara pasar todo el curso a su lado. Se acercaba el invierno, pero hacía calor, así que todavía podía seguir disfrutando de sus camisetas, aquellas que me volvían loco. La de ese día la recuerdo perfectamente, era morada, con un gran escote, tapado por un pañuelo azul y blanco que cubría su cuello. De vez en cuando la observaba, como si estuviera mirando al infinito, observando como respiraba, sus gestos, como se movía su bica cuando no comprendía algo, la amaba. Cuando se me acercaba podía ver perfectamente su teta derecha y, aunque con más dificultad, la izquierda. Ya he dicho antes que para mi lo más importante era ella en general, su carácter, su forma de ser y su ser en sí, sin pararme a pensar en qué talla de sujetador usaría o en el tamaño de sus pezones, como hacían el resto de mis compañeros. Todo esto lo sabía ella, y por eso teníamos una estupenda relación, sólo amigos, aunque yo siempre pensé que acabaríamos siendo algo más.

Pasaron las horas y llegó el recreo. En él solíamos ir a caminar un poco por fuera del colegio para evadirnos de él, comentar como nos había ido el día y hablar de nuestras cosas. Lo que no sabíamos era que ese día ya no volveríamos al colegio.Yo vivía cerca del colegio, apenas a cinco minutos de él y a unas tres calles de distancia. Tenía que pasar por casa para recoger unas cosas que se me había olvidado para clase de Dibujo Técnico y ella me acompañaba. Ya lo había hecho más veces, incluso se había quedado a dormir en mi casa algún que otro Sábado, puesto que después de salir de fiesta tenían que venir a buscarla desde un pequeño pueblo a 50 kilómetros de Oviedo, con lo que nunca se podría quedar hasta mas tarde de las 12 de la noche. Se había quedado a dormir, pero nada más, eramos casi hermanos y no nos importaba dormir en la misma habitación, no había necesidad de que pasara nada.

Subimos a mi casa, no había nadie como de costumbre, mis padres trabajaban hasta las 3 y no venían a desayunar a casa.

La invité a pasar a ella primero, aceptando y dirigiéndose hacia mi habitación. Primera señal de que algo raro pasaba. Fui detrás de ella y la encontré sentada en mi cama,con los ojos mojados, a punto de llorar. Corriendo, me senté a su lado y la abracé. Intenté calmarla, pero ya había empezado a llorar, decía que no era justo, que no podía ser, que por qué a ella mientras me cogía de la mano fuertemente. La pregunté entonces qué la pasaba y me dijo que desde hace dos días dos tios de clase la estaban acosando, la decían que como un día la vieran por la calle sola se la iban a tirar allí mismo, sin importar que les vieran. Ya me imaginé yo quienes eran, mis amigos y yo teníamos ganas de partirles la cara de imbéciles que tenían desde hace tiempo, pero nunca teníamos un por qué.

Ella se calmó y me miró a los ojos. Me agradeció todo lo que había hecho por ella, todos estos años de cuidado, de atención y de cariño. Entonces, sin saber muy bien por qué me besó. El beso comenzó siendo frío y unilateral, el rítmo le llevaba ella, pero pronto me puse a tono y la correspondí con un juego de lengua que a ella seguro que la encantó.

La tumbé sobre la cama, me puse encima de ella y la seguí besando, cogiéndola de las muñecas. ¡Cuánto tiempo había estado deseado este momento!. Sin mediar palabra la desabroché la camisa, mientras ella me quitaba el cinturón. Cuando lo hubo conseguido comenzó a quitarme la camiseta a mi también, mientras yo intentaba quitarla el pantalón. Hasta ahora no había hablado de su culo, perfecto como no, pero ese día resaltaba más por los pantalones ajustados que llevaba. Ella era la típica que lo tenía todo, aunque a mi eso no me importaba demasiado, me hubiera gustado igual aunque usara una talla menos de sujetador.

Ya estábamos en ropa interior, ella llevaba un tanga rojo que apenas llegaba a cubrir un poco de piel, y a juego un sujetador, también rojo, que llegaba a la altura de sus pezones, dejando el resto del pecho completamente descubierto.

Nos pusimos en pié, la pegué contra la pared y, mientras la besaba, la desabroché el sujetador. Ella jugaba con mi pene, que todavía no estaba completamente erecto, aunque le faltaba muy poco. Me fue bajando (todo esto mientras nos sobábamos y besábamos) el boxer mientras yo la quitaba el tanga. Cuando estuvimos competamente desnudos nos quedamos mirando durante unos segundos, con cara de no haber hecho nada malo, y volvimos a la acción. La tumbé en la cama y fui recorriendo con mi lengua todo su cuerpo, desde sus piés hasta sy boca, poniendo especial atención es su sexo. Estaba completamente depilado, yo ya lo sabía pues alguna que otra vez (y tras haber bebido un poco más de lo recomendable) habíamos acabado hablando de sexo, aunque era algo bastante informal.

Llegué a su boca y, entonces, nos fundimos en un solo ser, queríamos ambos lo mismo, dejar de ser buenos amigos para ser algo más, además de quererlo lo necesitábamos, puesto que ya no era tan normal eso de que se quedara a dormir tres sábados cada mes en mi habitación y no pasara nada entre nosotros.

Una vez acabado el beso comenzamos un 69 que la llevó al primero orgasmo del día. Me encantaba jugar con su clítoris, meter mi lengua en ese agujerito caliente del que salían cada vez más y más fluidos. Ella tragaba mi pene con ansiendad. Por aquel entonces ya estaba completamente erecto.

Cuando hubímos acabado el 69 me di la vuelta y me fui posando poco a poco encima de ella. Fui posando todo mi cuerpo, y a la vez mi pene, sobre ella. Este quedó a la altura de su coño, le fui pasando poco a poco por su entrada. Ella estaba muy excitada y me lo pidió con un grito:

  • ¡Follame!

La hice caso y se la clavé de una sola vez, hasta el fondo. Ella se agarró a mi pelo y soltó un gemido de placer. Entonces, y por primera vez hasta entonces, me fije en sus tetas, y pensé para mi mismo "Si que las tiene grandes". Sus pezones eran acordes al tamaño de sus tetas completamente erectos, y me producian un gran deseo. Me lancé a por ellos y me metí una de sus tetas en mi boca. Comecé a jugar con su pezón con mi lengua, mientras la seguía follando. Ella ya no sabía a dónde agarrarse. De vez en cuando la miraba y veía su cara de placer. Recuerdo que una de esas noches en las que acabábamos hablando de sexo me dijo que no era virgen, que sólo lo había hecho una vez y que no le gustó. Decía que el tio con quién folló era muy bruto y la había roto el culo incluso, aunque ella se negó. Yo tampoco era virgen, aunque esa historia la dejo para otro momento.

La levanté y la puse sobre mi. Comenzamos a hacer el amor en esa postura. Yo veía como botaban sus tetas, además de ver su cada de placer, de ver como alguna que otra vez ella se corría, y no me cansaba. Se acercó a mi boca y me comenzó a besar de nuevo. Sus tetas golpeaban de vez en cuando mi cuerpo. Me estaba encantando ese recreo y entonces entendí por qué se llamaba así.

Esta vez no quería probar por detrás, era su segunda vez y la primera no la había gustado precisamente por eso, lo dejé para sl siguiente sábado.

Además, y por eso de ser nuestra primera vez no quería correrme dentro de ella, saqué rápidamente mi pene y se o metí en la boca. Ella tragó sin rechistar. Nunca había sentido esa sensación, verdaderamente indescriptible.

Tras esta hora de sexo descontrolado nos tumbamos en la cama, el uno al lado del otro, abrazados, riéndonos por lo que acababa de pasar y nos besamos otra vez.

Tras treinta minutos en esta posición nos fuimos a duchar juntos, esta fue otra escena impactante y que me encantó. Acabamos de ducharnos y, probablemente fruto del cansancio, volvimos a acostarnos, para dormir durante una hora y media.

Actualmente, Claudia que así se llama ella, es mi novia. Vivímos en Madrid, donde estudíamos los dos, y ese día no afectó a nuestras notas. Ni ese ni el resto de mañanas, tardes y noches locas que vivimos durante los siguientes cinco años. Algún día les contaré más, lo prometo.