Man on the moon.
Un pequeño homenaje a unas de mis bandas de rock favoritas. (Relato no erótico)
Por fin, había dejado atrás el árido desierto. Como dejaba también la abandonada plataforma petrolífera o la gran serpiente. Siguió aquella infinita carretera que parecía perderse en el inmenso horizonte mientras el Sol estaba colocado justo encima de él, apuntándole con sus afilados rayos. Tan solo el sombrero le protegía de la flamígera amenaza.
Mientras caminaba, un fuerte pitido sonó a sus espaldas. Al girarse, pudo ver un gigantesco camión tráiler que arrastraba su pesado cargamento detrás. Parecía una gran bestia de metal que expulsaba por sus dos finas chimeneas espeso humo negro. Se colocó a su lado, haciendo temblar el suelo y emitiendo poderosos rugidos procedentes de su motor alimentando por combustible fósil. El conductor le hizo una seña para que subiera y él le hizo caso.
Juntos, avanzaron por la infinita carretera hasta que el conductor le dejó cerca de un bar de mala muerte. Parecía una simple casucha de madera, pero dentro, había un amplio salón con barra donde servían bebidas para que la gente ahogase sus penas. Y detrás de esta, la víbora dormiría enrollada. Caminó, pasando entre los contenedores de gasolina oxidados, y entró.
La sala era amplia y, a la vez, acogedora. En el centro, había una mesa de billar donde jugaban varias personas y detrás, otras jugaban a tirar dardos a una diana. En la barra, otras bebían y conversaban poco animados. Andy Kaufman aparecía en la pequeña televisión, combatiendo en una lucha de wrestling. Se acercó a la barra y se sentó, pidiéndole al camarero que le pusiera una ración de crujientes patatas fritas que este no tardó en servirle.
A su lado, una pareja discutía aireadamente. Ella estaba harta de jugar al Monopoly, a las damas o al ajedrez. Él le proponía jugar al Twister o al Risk, pero ella le replicó que estaba harta de juegos. Al final, el hombre se marchó muy enfadado y la chica se quedó allí, mirando a la nada. Mientras, él comía una de las crujientes patatas que pidió y no dejó de observarla. Se acercó a ella y le preguntó:
—Oye cariño, ¿te lo estás pasando bien?
Comenzaron a hablar. Ella le recordaba a un amor que tuvo hace tiempo. Usaba línea de ojos. Le señaló a la televisión, donde Andy Kaufman salía imitando a Elvis.
—¿Crees que sigue vivo? —preguntó ella divertida.
—Si eres de las que cree que pusieron un hombre en la Luna —comentó él de forma burlona.
Su mirada no mostraba que estuviera divirtiéndose con aquello. De hecho, concluyó que quizás se había excedido. Todo el mundo hace daño, todo el mundo llora. A veces.
—Oye cariño, ¿estamos perdiendo el contacto?
Se fue de allí, mirando a todas las personas, a sus rostros, a sus sonrisas. Imitaciones de vida. Toda una inexperiencia sobrenatural y superseria.
Salió del bar y comenzó a caminar de nuevo, pensando en lo que haría a continuación. Quizás empujaría a un elefante desde las escaleras. Tal vez doblaría cucharas o cuidaría flores en plena eclosión. O quizás, simplemente, se dedicaría a buscar respuesta del Mas Allá.
Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.
Lord Tyrannus.