Mamar

Madre e hija, lactancia

Fue un día horrible para Clara en el instituto. Exámenes suspendidos, malas amigas, peor (ex) novio. Intentó ocultar sus sentimientos, pero no podía engañar a su madre. Una mujer morena y grande, tan cariñosa y bondadosa como voluptuosa y hermosa. Clara soñaba con ser como ella a los 40, y por el físico que tenía ahora, seguramente lo sería.

Por la noche, Mamá y ella hablaron en su dormitorio, Clara en camiseta y bragas, su madre en una bata de seda y nada más. Hablaron y hablaron, lloraron y rieron.

Clara se abrazaba a su madre, recostada y con la cabeza apoyada en sus enormes pechos, que la bata desabrochada por el escote apenas cubrían. Se sentía segura y protegida así, refugiada en el calor de Mamá. Le traía agradables recuerdos de cuando era niña, y de la forma tan especial en que Mamá la consolaba cuando estaba disgustada. Una forma secreta que nunca comentaron con nadie porque sabían que para otras personas resultaría enfermizo mantener esa costumbre una vez que dejó de ser un bebé. Y aunque llevaban años sin hacerlo y Clara ya era casi una mujer, en ese momento necesitaba de nuevo esa conexión única con Mamá.

-Mami... ¿puedo mamar un poco, porfa?

-Ay cariño, hace ya mucho que no hacemos eso, ¿no eres ya muy mayor? Cierto que nunca nos hemos preocupado por esas cosas... Pero la cuestión es que a lo mejor ya no me sale, cielo, después de estos años... Bueno, si crees que eso te tranquilizará, al menos puedes chupar un ratito.

Se sacó una tetaza y Clara empezó a mamársela suavemente mientras se la acariciaba y estrujaba con la mano. Clara se sintió mejor al instante. Aquellas mamellas, tan grandes y jugosas, el sabor de sus pezones... Lo estaba disfrutando aún más que de niña, de distinta forma. Esta vez notaba pequeñas palpitaciones en su vulva. Se concentró en esa sensación sin reparos, sin cuestionarse nada. Nada de lo que le hiciese sentir Mamá podía ser malo.

A Mamá también le gustaba. Siempre suponía un momento de paz y relajación, la máxima expresión de amor hacia su niña. Era sumamente placentero, no necesariamente de forma sexual, aunque más de una vez había tenido suaves y silenciosos orgasmos.

Quizá fuese porque sin duda en esta ocasión Clara chupaba, lamía y magreaba su teta con mayor ansia buscando la leche, o a lo mejor era porque había pasado mucho tiempo y la sensación le pilló de imprevisto, pero en esta ocasión el placer fue mucho más intenso y estaba decididamente excitada. Se descubrió la otra teta para acariciarse y pellizcarse el pezón ella misma.

Notaba cómo su desnuda entrepierna se humedecía, y cuando finalmente, después de un buen rato, la leche empezó a brotar poco a poco, no pudo reprimir un pequeño gemido. Tarde o temprano iba a alcanzar el orgasmo, y esta vez no iba a ser en silencio.

Pero Clara también soltaba gemiditos mientras se alimentaba. Ambas mujeres tenían los ojos cerrados y se concentraban en un placer y un amor que solo ellas podían entender.

Mamá le hacía dulces caricias a su hija, primero en la cara y el pelo pero después comenzó a rozarle con ternura las tetas por encima de la camiseta, deteniéndose en sus duros pezones. Cada vez se las apretaba más, no eran tan grandes como las suyas pero no les faltaba mucho, y eran más firmes y respingonas, más jóvenes. Inconscientemente empezó a mover levemente la pelvis, restregando su coño en el borde de la cama.

Pasó las caricias a los muslos y nalgas, al gran y redondo culo de su hija, y finalmente se detuvo en su chochito, cuya humedad se percibía a través de la braga. Empezó a frotar con delicadeza el hinchado clítoris de Clara, recordando fugaces y ya casi olvidados romances de adolescencia con amigas que fueron más que amigas.

Comprendió que estaba masturbando a su niña, pero en ese momento, con Clara mamando y mordisqueando ahora ambas tetas, estrujándolas, lamiéndolas por todas partes y restregando su cara en ellas con leche goteándole por la barbilla, devolverle el placer le resultó completamente natural. Tras un par de minutos, los gemidos eran ya constantes y en voz alta. Apartó la braga para tocar directamente la suave y encharcada rajita de Clara. Ella por su parte continuaba frotándose con la cama.

-Mami... me... aaah... me voy a correr...

-Yo también mi vida... mmm... no pasa nada... disfruta y sigue bebiendo mi leche cariño... así... no pares... oh Dios...

-Ya mami... Oh... ¡Oh! ¡Me corro, mami! ¡ME CORRO YA! ¡¡YAAAA!!

-¡Y yo mi vida! ¡Así! ¡Córrete con mamá! ¡AAAAAH!

Mientras aún jadeaban y todavía acariciándole el clítoris, Mamá le dio un suave beso en los labios, ni pudo ni quiso evitarlo. Clara abrió la boca y dejó que la lengua de su madre saborease la suya y probase así su propia leche.

-Gracias mami. Te quiero.

-Y yo a ti más, mi vida. Pídeme estas cosas siempre que lo necesites.