Mamada en el campus 2

Segunda y penúltima parte de sexo en la universidad

Al día siguiente de la gloriosa mamada que le había hecho al escolta que se cruzó en mi camino a la entrada de la Facultad, recibí un SMS en mi móvil en el que me comunicaba que al viernes siguiente tenía que volver a la Universidad pero que esta vez si quedábamos me iba a follar tanto la boca como el culo. Recibí el mensaje con gran excitación pero también con una mezcla confusa de deseo y miedo a que me hiciera daño pues mi ano seguía intacto. Tras pensármelo detenidamente, decidí hacerle partícipe de mis inquietudes contestándole al mensaje, respondiéndome que no me preocupase, que sabía cómo evitar hacerme daño. Me preguntó también si conocía algun lugar donde hacerlo más comodamente que en el coche, asunto que resolví pidiendole a un compañero las llaves de su habitación de la residencia del campus, con la excusa de tener un lugar tranquilo donde estudiar aprovechando que el se iba a su pueblo a pasar el fin de semana con su familia.

Llegado el viernes por la tarde, tras dejar a su cliente para que impartiera sus clases, me recogió en la puerta y se dirigió, siguiendo mis indicaciones, al edificio donde mi compañero de clase tenía su habitación. Era la segunda vez que iba pero esta vez apenas nos cruzamos por los pasillos con algún estudiante extranjero  ya que la mayoría o se había ido de fin de semana o estaba en Madrid disfrutando del comienzo del fín de semana. Entramos en el estudio, un pequeño espacio con una cocina americana, un baño, una zona de estar con un sofá y una cama de poco más de un metro frente a un armario forrado con espejos.

Le pregunté si le apatecía tomar algo, pero me dijo que primero tenía algo para mí, sacándose del bolsillo un tubo grande de algo que parecía un gel (era el lubricante que a partir de aquel día se convertiría en uno de los accesorios más imprescindibles de mi vida) y una caja que contenía unos tubos pequeños con un tapón en forma de cánula (enemas para evitar situaciones desagradables). Me explicó como ponérme el enema y, mientras él saboreaba un refresco, me sometí en el baño a mi primera limpieza anal. Tras vaciar completamente mi interior, salí y comprobé que el escolta no había perdido el tiempo, pues llevaba puestos tan solo unos diminutos slips de algodón blanco y unos calcetines negros de hilo de Escocia. Me empecé a desnudar yo también, me despojé de la camiseta, las deportivas y los vaqueros y, cuando me iba a sentar en el sofá para quitarme los calcetines blancos, me dijo que lo dejara y me acercara a el que permanecía de pie en la zona que quedaba libre entre la cama y el armario.

Como la primera vez, un corto pero profundo morreo, ya que metió su lengua hasta casi mi campanilla, fue el preludio a sujetarme por la cabeza y obligarme, sin ninguna objeción por mi parte, a irme agachando hasta quedar de rodillas con mi cara a la altura justa de sus slips ya que el era bastante mas alto que yo. Ambos disfrutamos de los preliminares mientras yo iba lamiendo y succionando toda la superficie del slip hasta dejar perfectamente delimitada la forma de su gruesa verga. A continuación agarré la costura del slip con ambas manos y lo fuí bajando hasta que su polla quedó por fín liberada y, de la forma más natural, quedó sepultada en el interior de mi boca que empezó a engullir todos sus jugos preseminales. No sé cuanto tiempo permanecimos así, el de pié, sujetándo mi cabeza y despeinádome con suavidad y yo de rodillas succionando, chupando, lamiendo y moviendo con mi mano aquella gloriosa verga, mientras el espejo del armario reproducía la escena haciéndola aún más morbosa.

Cuando mis rodillas no daban más de sí e hice amago de levantarme, me cogió de un brazo y me llevó a la cama, donde me colocó boca abajo, echó mano del tubo de lubricante y, tras embadurnar su polla con una generosa ración de crema, empezó a untar mi culo, primero con toda la mano y luego empezando a meter uno de sus dedos lubricados. Debió de notar mi tensión porque me dijo que me relajara, que no me iba a doler nada. Decidí confiar en él, ya que en el fondo estaba deseando que me follara, me colocó de lado, se puso detrás de mi y, muy lentamente y tras tres intentos fallidos, su polla acabó enterrada por completo en mi culo.

Sería absurdo decir que aquella primera vez no sentí dolor pero supongo que la sensación de vacío que te deja el enema, unido al efecto del lubricante y la excitación por vivir dicha experiencia por primera vez, hizo que a los pocos segundos empezase a colaborar acompasando sus movimientos con los míos, sobre todo cuando se montó encima de mí dejándome completamente boca abajo y sintiendo no solo su polla dentro de mí, sino su pecho, sus piernas presionando las mías y sus pies con sus calcetines jugando con los míos, mientras cada vez me tenía más encerrado y presionado.

Para el momento del clímax dejó la postura más dolorosa pero también la más excitante al hacerme darme la vuelta, poner mis pies sobre sus hombros y empezar a cabalgarme, momento en que mi polla empezó a responder acompañando a sus cada vez más potentes embestidas. Tenerle allí de frente contemplando sus gestos de placer al tiempo que veía a través del espejo como su polla iba entrando y saliendo mientras me sujetaba con sus grandes manos los pies con aquellos calcetines blancos que no me había dejado quitar y se introducía la punta de uno y otro pie en la boca, hizo que poco después y sin apenas tocarme, empezara a correrme casi al mismo tiempo que el se vacíaba en mis entrañas entre grandes espasmos y gemidos.

Agotados por el esfuerzo, pero sin tiempo para más por su parte porque se suponía que estaba trabajando, se lavó y salió precipitándome no sin advertirme que se pondría pronto en contacto conmigo. Yo permanecí en la cama un rato más, cansado pero satisfecho por haber sentido por fín y al mismo tiempo tanto placer como el que había proporcionado y como se ve que no había tenido suficiente, me coloqué en la cama con el culo en pompa frente al espejo acariciándome con un dedo y notando como al mover mi esfínter iba poco a poco saliendo toda su lefa, que yo iba recogiendo con el índice para metérmela en la boca mientras con la otra mano me masturbaba hasta que acabé volviéndome a correr.