Mamá y yo nos amamos un día de lluvia
Otro de las historias que con permiso de mis pacientes os cuento, recordad que podéis preguntarme sin miedo, dudas, consejos y demás sin miedo y sin compromiso en doctorhawerson@gmail.com, os espero y deseo que os guste
La temporada de calor había pasado ya. A mitad de agosto los vientos y las lluvias eran el tema en la sección del tiempo en los noticieros. Pero desgraciadamente la onda calurosa no es lo único que ya se había ido. La fogosidad de mi madre había quedado atrás también.
El primer fin de semana en que hice mía a mi madre fue de lo más intenso, desde el viernes en la noche hasta el domingo en la madrugada no hicimos otra cosa más que follar. No salimos de la cama más que para comer e ir al baño, y yo sacaba fuerzas de flaqueza para llenar a mi madre que según me dijo llevaba más de siete años sin un macho en su cama. Para mí eso era algo inaudito, y yo prometí reponerle el tiempo perdido con intereses.
Pero el maldito lunes mi madre volvió a la “normalidad” y su pasión desapareció como si todo hubiera sido un sueño. Claro que ella no fue tan cruel como para no darme una explicación. Me llamó a su recamara, yo pensé que quería que le hiciera el amor, pero lo que quería era hablar. Dijo que estaba arrepentida de lo que había ocurrido, que no podía tomarla en serio cuando me dijo que sería mi amante a partir de ese momento en que la follé por primera vez; que lo nuestro era un pecado, que estaba prohibido y que era una locura y un crimen. Yo no daba crédito, le dije que la amaba y que no me importaban los tabús ni el infierno con tal de estar en la cama con ella todas las noches. Ella contestó que no, que yo debía aprovechar mi juventud y seguir con mi novia, o con cualquier chica de mi edad, pero no con ella.
Su decisión fue definitiva, me sacó a empujones de su recamara y yo pensé que el mundo se me venía abajo. Encerrado en mi propia recamara con un dolor de testículos marca diablo pensaba en cómo recuperar a mi madre-amante. Lo primero que consideré fue violarla, entrar a la fuerza en su recamara y entre sus piernas también. Pero esa solución solo traería complicaciones y yo quería que mi madre fuera mía por su propia voluntad, que me aceptara como su macho, como su amante.
Amanecí al día siguiente sin haber dormido casi nada, pensando en las cosas que necesitaba decirle a mi madre, pero ella actuaba como si fuera de hielo. Casi no me dirigía la palabra y trataba de poner la mayor distancia entre nosotros, ese sería apenas el principio de mi tormento.
Los días pasaban y se me hacían eternos, follar a mi novia no me complacía y terminé por cortar con ella. Prefería masturbarme pensando en mi madre que cogerme a la chica más popular de la facultad. No solo mi vida amorosa se vino abajo, mi desempeño en todos los aspectos se desplomó también. En la escuela, en el equipo, en toda mi vida la influencia de mi madre me estaba atormentando y yo necesitaba decírselo. Pero ella seguía poniendo un muro entre nosotros.
Decidí que no podía rendirme pues todos los sacrificios que estaba haciendo debían redituarme y me di a la tarea de conquistar a mi madre nuevamente. Ella ya me había sentido dentro de ella y sabía que no había otro hombre en su vida en ese momento. Después de 7 años sin hombre y después del fin de semana de lujuria que pasamos juntos seguramente ella estaba que ardía de deseos de volver a follar. Mi temor era que se encontrara otro amante en mi lugar para satisfacer esa necesidad, por lo que decidí no demorar ni un momento más.
Lo primero que hacía llegando a casa era desvestirme por completo, quedándome en calzones dentro de la casa para que mi madre pudiera verme bien así como el primer día que la hice mía. Cuando ella llegaba a la casa se notaba que se abochornaba al verme así. Se ruborizaba y trataba de no sostenerme la mirada, pero yo procuraba siempre entrar en su campo de visión. La verdad el gimnasio me ha ayudado a tener un buen cuerpo y seguro mi madre extrañaba tener el cuerpo musculoso de su hijo pegado al de ella.
También le hacía sugerencias con tono sexual cada que podía y en cada oportunidad trataba de tener contacto físico con ella. La trataba de abrazar y la recibía con un beso en la mejilla todas las tardes. Le ofrecía darle un masaje o rascarle la espalda y cuando la veía de espaldas la abrazaba sorpresivamente restregándole toda mi verga erecta entre sus nalgas mientras mis manos apachurraban sus tetas.
Su reacción era siempre la misma, siempre me rechazaba, se resistía a que la tocara y me regañaba dándome todo tipo de amenazas vacías. Yo ya no medía consecuencias y cuando íbamos juntos en la calle le agarraba las nalgas o le daba un beso en el cuello. Al no poder hacerme una escena en público solo me lanzaba una mirada amenazante y letal.
Dentro de la casa era lo mismo y terminé por declararle la guerra a mi madre con un enorme ramo de rosas rojas que dejé sobre su cama. La tarjeta decía: “Serás mía de nuevo madre… Me necesitas tanto como yo”.
Pasé casi un mes haciendo todo eso que les cuento y mucho más. Pero mi madre parecía de mármol y no reaccionaba casi a mis acciones, aparte de regañarme y verme feo ella procuraba ignorarme. Yo decidí darle una pequeña tregua para que se confiara y reanudar mis avances repentinamente esperando que eso bajara sus defensas.
La dejé en paz una semana completa, de lunes a viernes yo no traté de seducirla de ninguna forma y el sábado en la noche ella me llamó a su recamara. Lo primero que pensé era que me había sacado la lotería pero no era así. Al abrir la puerta vi que en el piso de la recamara había media docena de cajas de cartón y todo tipo de ropa, documentos y tiliches regados.
Resulta que mi madre había decidido escombrar la casa y necesitaba que su musculoso hijo le ayudara a bajar las cajas que estaban en la parte más alta del closet. Y yo que iba pensando en que posición iba a cogérmela para llevarme la poco grata sorpresa de que me iban a poner a hacer quehacer.
De todos modos obedecí a mi madre y bajé las cajas que me pidió. Pasamos casi dos horas acomodando papeles, tirando ropa y armatostes viejos a la basura. Recuerdos de bautizos y bodas, pequeñas refacciones de origen dudoso, botes de pintura con más de una década de antigüedad, y mucho polvo.
Antes de meter todo lo que rescatamos y lo de mayor importancia en sus respectivas cajas mi madre se asomó por última vez al closet para asegurarse de que nada se le había olvidado. Entonces con voz de sorpresa y entusiasmo dejó salir un “!Oh¡” a lo que procedió a sacar una bolsa que estaba colgada al fondo del closet y con la cara radiante me dijo que ahí dentro debía de estar su vestido de novia.
Le pregunté si creía que aún le quedaría y me dijo que seguramente no. Si bien mi madre no tiene cuerpo de modelo sí está bastante buena y no ha subido mucho de peso desde su juventud. Probablemente sus caderas estén más anchas y sus pechos un poco caídos, pero sin duda alguna tiene un cuerpo que hace voltear a cualquier hombre con un poco de buen gusto.
Afuera caía una tormenta, los relámpagos hacían vibrar los cristales y en cualquier momento comenzaría a granizar. Mi pregunta había dejado pensativa a mi madre y su mirada alternaba entre la bolsa con su vestido adentro y yo, parado ahí frente a ella sonriente.
— Ayúdame a ponerme el vestido — Me dijo de repente mientras abría la bolsa para revelar que no solo era el vestido sino la lencería nupcial la que estaba guardada ahí. — Seguramente no voy a entrar pero vale la pena intentarlo. — terminó de decir mientras sacaba el contenido de la bolsa.
Como rayo puse manos a la obra. Sostuve su vestido que olía un poco a humedad y un poco a naftalina, mientras ella se comenzaba a desvestir. Imagínense lo que sentía yo al ver a mi madre mientras se desvestía frente a mí. Esa mujer a la que tanto deseaba se iba despojando poco a poco de su ropa y quedaba solo con su ropa interior mientras yo boquiabierto admiraba el espectáculo.
Me pidió que le pasara el vestido, pero le dije que primero se tenía que desvestir por completo pues no podía olvidar la lencería y tenía que probarse el conjunto completo. Creí que mi madre se enojaría por mi lascivo comentario pero no fue así, me dio la razón y primero se desabrochó el sostén enseñándome sus hermosas tetas que había mordisqueado hasta el cansancio ese fin de semana hacía meses ya. Después se bajó las bragas sin ningún pudor dejándome ver nuevamente ese templo de amor por el que yo había venido al mundo y al cual deseaba devolver una parte de mí.
— Ahora sí estoy lista ¿no crees? — Me dijo sonriente y estirándome la mano, pidiéndome que le pasara su atuendo nupcial.
Le pasé primero una hermosa tanga de satín blanco y el sostén del mismo material y diseño. Ambos le quedaban un poco apretados, pero eso le resaltaba mucho más sus carnes deliciosas. Después le di las medias blancas y el liguero de encaje blanco que ella se puso para mi deleite.
Antes de darle el vestido me pidió que esperara un poco. Se metió a buscar al closet una caja y mientras ella buscaba yo pude verla empinada con su lencería nupcial. Me mordía los labios y podía sentir como se me hacía agua la saliva. Mi verga estaba a punto de estallar y podía sentir como comenzaban a palpitarme los huevos.
Sacó una caja de zapatos y de ellos unas zapatillas plateadas que se puso tras admirarlos unos segundos. Me dijo que esas zapatillas solo las había usado en su ceremonia de bodas y en la noche de bodas, igual que el resto del vestido.
— Solamente tu padre me había visto así como me ves ahora. Solo que un poco más esbelta. — Dijo mi madre sonriente mientras modelaba su lencería y sus zapatillas dándose una vuelta lenta y sensual. — Ahora pásame el vestido. — Me dijo y yo se lo alcancé tal y como me lo había pedido. Yo ya no articulaba palabras, estaba como hipnotizado, ahora sabía lo que sienten los ratones cuando miran fijamente una serpiente antes de convertirse en la cena de dicha serpiente.
Mi madre se metió dentro del vestido que era bastante amplio de la cintura para abajo pero muy ajustado y escotado de la parte de arriba. Era un vestido sin tirantes que dejaba al descubierto su espalda y sus hombros.
Solo faltaba subir la cremallera para que quedara todo listo. Mi madre me pidió ayuda y yo presto me acerqué a socorrerla. Trate de subir la cremallera pero faltaron unos pocos centímetros para cerrarla por completo. Mi madre saltaba y aguantaba la respiración; yo forcejeaba y me esforzaba pero era inútil. El cuerpo de mi madre no era el mismo que hacía 25 años, pero de todas formas pude admirarla con ese vestido y esa lencería tan deliciosa. Ella nuevamente modeló su viejo vestido dando varias vueltas, dejándome verla e imaginando como se vería en su juventud.
— Es hora de quitarme el vestido. — Me dijo mientras me daba la espalda y se acercaba para que yo le ayudara esta vez a bajarle el cierre. Yo tragué saliva y me disponía a hacer lo que me pedía mi madre pero en lugar de eso comencé a acariciarle la espalda y a besarle el cuello.
Esta vez ella no me rechazó. No dijo nada, solo recogió su cabello para dejarme su cuello y sus hombros desnudos a mi disposición. Yo la besaba tiernamente, sin desenfrenos, sin frenesí. Solo la besaba con suavidad mientras mis brazos rodeaban su cintura.
— Te pareces tanto a tu padre. — Me dijo entre suspiros mientras mis besos en su cuello y hombro seguían. — Igual de dulce y tierno; igual de maravilloso y mucho mejor que él en la cama.
En cuanto terminó de decir eso tomó mis manos y las puso sobre sus pechos, giró su rostro hacía mí y comenzamos a besarnos en la boca con ternura. Pocos segundos después ella se dio vuelta y estando los dos frente a frente seguimos besándonos, cada vez con más pasión, con nuestras lenguas jugueteando entre ella y mis manos esta vez agarrándole las nalgas. Ella en cambio usaba una de sus manos para acariciarme la cara y la otra para acariciarme la verga que casi se salía del bóxer de lo dura que estaba.
Unos minutos después de besarnos mi madre se puso de rodillas frente a mí y me bajo el bóxer. Tomó mi verga en su mano y se la llevó a la boca para hacerme un oral aún más intenso que la primera vez que me la mamó. Esta vez no la besó tiernamente, ni la lamió de punta a punta. Esta vez se la metió completa, tan larga como es dentro de su boca, se la tragó como si fuera cualquier cosa hasta tenerla dentro de su garganta. Se notaba que estaba ansiosa por tener mi verga, la forma como se la comía daba testimonio de las ansias que tenía por follar con su hijo.
Así como me la empezó a mamar se detuvo repentinamente, ella no quería más preámbulos y se montó sobre su cama mientras se levantaba el vestido hasta dejar su bello trasero al descubierto. Ella estaba en cuatro patas sobre la cama, con su vestido levantado, haciendo a un lado su tanga y ofreciéndome su trasero.
— Cógeme hijo, cógeme mejor que como tu padre me cogió en mi noche de bodas. — Me dijo ofrendándome su trasero el cual yo necesitaba penetrar.
Mi verga se sumió dentro de mi madre con una facilidad inaudita, parecía que me trataba de absorber con el coño, como si quisiera que volviera todo completo a estar dentro de su vientre. Yo estaba en el cielo mientras ella suspiraba de placer al sentir como mi verga entera se sumía en lo más profundo de su ser. Los gemidos de mi madre eran muy diferentes a los que escuché la primera vez que me la cogí. Ella estaba mucho más deseosa y fogosa. Me pedía más y más, no había sombra de duda en ella. Mientras más rápido la penetraba más fuerte gemía y suspiraba. Entre más intensidad imprimía en cada estocada ella me pedía más y más. Pude sentir como se venía una vez y luego una segunda vez en esta posición. Yo hubiera terminado así dentro de ella pero quería verla de frente mientras me la cogía, quería ver su cara al tenerme dentro de ella y sobre todo quería verla a los ojos con cada orgasmo que le provocara.
Le saqué la verga y ella casi angustiada volteó a mirarme deseosa de que la penetrara nuevamente. Yo le ordené darse la vuelta y la puse boca arriba con el vestido levantado para cogérmela de frente. Subí sus piernas sobre mis hombros y ella nuevamente hizo a un lado su tanga dejando su rico coño al descubierto.
Con la primera estocada mi madre lanzó un aullido digno de una loba salvaje. Sus ojos tal como lo supuse no se apartaban de los míos, repetía mi nombre una y otra vez y me rogaba que no me detuviera.
— ¡Cógeme hijo, coge a tu madre, no tengas piedad de mí, hazme venir! — Me decía entre gemidos y suspiros. Mientras yo la seguía penetrando sin bajar el ritmo haciendo que sus pechos saltaran por encima de su vestido y saliéndose de su sostén.
— Sabía que no te podrías resistir madre, sabía que necesitabas mi verga, la verga de tu hijo para ser feliz. — Le contesté mientras aumentaba la velocidad.
— Sí hijo, sí, cógeme, no te detengas, ¡soy tuya! — Dijo antes de poner los ojos en blanco y venirse a chorros.
Saque mi verga y me recosté sobre ella para besarla en los labios. Unos segundos después de besarla acerqué mi boca a su oído y le susurre:
— Quiero darte por el culo madre. Quiero sodomizarte… mamita. — Le dije con ternura.
Mi madre quedó petrificada, dejó de respirar por varios segundos sin saber que decir, al final el alma le volvió al cuerpo mientras un largo suspiro abandonaba su cuerpo. Tras lo cual me contestó con la voz agitada y el cuerpo tembloroso.
— Soy tuya, hijo, haré lo que quieras a partir de ahora. Serás el único en hacérmelo por el ano. Ni a tu padre le di ese privilegio.
Ella hizo el intento por quitarse el vestido pero yo se lo impedí. Quería que su vestido de novia fuera testigo de cómo se me entregaba incondicionalmente. Quería que le quedara bien claro que lo nuestro no era una aventura, no era un experimento, ni mucho menos era algo pasajero.
— Déjate el vestido de novia madre. Para que sepas que eres mi mujer, para que se borre cualquier huella o recuerdo de mi padre y sepas que soy tu hijo y tu marido a la vez. — Le susurré al oído mientras me recostaba boca arriba sobre la cama.
Ella asintió, se puso de pie y me untó vaselina en mi miembro y se levantó nuevamente el vestido mientras torpemente intentaba sentarse sobre mi verga que estaba totalmente erecta y dura como piedra esperando el sacrificio final de mi madre. Yo tuve que ayudarla, le levanté aún más el vestido y procedí a untarle el culo con vaselina y la dirigí para que su culo y mi verga hicieran contacto. Ella no se resistió ni un poco, se sentó sobre mi verga y fue bajando suavemente. La dejé que ella pusiera el ritmo y que poco a poco se fuera acostumbrando a tenerme dentro de su ano para no causarle dolor.
En poco tiempo mi verga estaba totalmente sepultada dentro del culo de mi madre. Le di un poco más de tiempo para que se acostumbrara a la sensación y procedí a cargarla un poco para empezar a cogérmela en esa posición. Ella pronto se adaptó a la situación y comenzó a poner de su parte dando brincos cada vez más entusiastas sobre mi verga. En unos minutos ella ya estaba gozando como hembra en celo con mi miembro destrozándole el culo. Sodomizarla de esa manera me estaba encantando y tendría que hacerlo con más frecuencia.
Pasado un rato con ella montada sobre de mi verga decidí cambiar de posición y cogérmela “de ladito” para poder penetrarle el coño con mis dedos mientras mi verga continuaba taladrando su culo. La intensidad de tal cogida llevó a mi madre al límite, pronto estaba teniendo un súper orgasmo que la hizo retorcerse de pies a cabeza y babear como si hubiera perdido por completo la conciencia de sí misma. Parecía que se estaba convulsionando y en lugar de detenerme para darle un poco de tregua la sostuve firmemente y continué penetrándole el culo. Pero sus sacudidas subieron tanto de intensidad que terminó por soltarse lo cual me obligó a detener tremenda cogida.
— Supongo que tu primera noche de bodas no fue tan intensa como esta ¿verdad madre? — Le dije tomando mi verga con una mano mientras se la acercaba a su rostro que estaba bañado en sudor y lágrimas.
— Nada que ver hijito, está noche es la más intensa de mi vida. — Me contestó antes de abrir su boca para recibir nuevamente mi verga que acababa de destruirle el ano.
Me la mamó intensamente, succionando con todas sus fuerzas, como tratando de sacarme la leche lo antes posible para así terminar con esta cogida que la estaba dejando sin fuerzas. Sus esfuerzo estaban surtiendo efecto pues bien pronto sentí como me hervían los testículos y poco a poco se acercaba el momento de venirme yo.
En cuanto sentí el primer espasmo del orgasmo arrojé un gran chorro de leche dentro de la boca de mi madre, suficiente para llenarle la boca y la garganta de semen. Ella obviamente no pudo tragar todo el líquido que deposité dentro de ella y un enorme chorro escurrió de su boca directo a sus pechos y su vestido. Yo rematé la afrenta disparando un segundo y un tercer chorro de leche sobre su vestido nupcial. Era mi forma de declarar que ahora ella sí iba a ser mi mujer y que no se podría echar atrás, esta vez ella me pertenecía definitivamente.
— Ya no hay dudas madre, ahora sí eres mía para siempre. — Le dije a mi madre mientras le metía mi verga nuevamente a la boca para que tragara las últimas gotas de semen que salían de mi verga. Una vez que ella terminó de lamer el semen que había quedado en mi miembro tomó mi verga ya fláccida en su mano y me miro a los ojos.
— Te juro hijo que no me arrepentiré, ahora sí soy tu esclava y tu puta para siempre. — Me contestó con lágrimas de felicidad en los ojos mientras le daba un tierno beso a la cabeza de mi verga.
Finalmente se puso de pie, se quitó el vestido de novia y lo arrojó sobre el piso; se recostó con las piernas abiertas sobre la cama y me invitó a hacerle compañía en nuestra cama nupcial.
La casa se agitaba y retumbaba como si se fuera a venir abajo. Pero yo no escuchaba los truenos ni veía ningún relámpago alumbrar el cielo nocturno, de hecho la granizada había terminado ya y no caía ni gota de agua del cielo. La tormenta en la calle había terminado pero dentro de la recamara de mi madre una nueva tormenta apenas comenzaba.