Mamá y yo cuidamos, con placer, de la abuela.

Una noche cuidando de la abuela llega a mucho más...

Siempre fui un joven tímido. Para mí acercarme a una chica suponía un gran esfuerzo, imaginarse lo que suponía pedirle relaciones sexuales. Pero ello no suponía que no tuviera ganas, todo lo contrario, tenía que masturbarme diariamente para desahogar el deseo de sexo que tenía y si además sumamos la facilidad con la que se accedía a imágenes de sexo explícito o sugerentes mujeres, hacían que los deseos me desbordaran.

Tenía casi los dieciocho años cuando pude probar el sexo. La cuestión no era que fuese más o menos joven para tener relaciones, la cuestión es con quien las tuve. Todo empezó un fin de semana en que tuvimos que ir mi madre y yo a casa de mi abuela pues se encontraba algo pachucha.

El sábado por la mañana llegamos a casa de mi abuela sobre las nueve. Mi madre la saludó y rápidamente se preocupó por si necesitaba algo, si tenía que ir a comprar o qué necesitaba. Mi abuela, como siempre, insistía en que era una tontería el que nos quedáramos allí.

Mi madre se tranquilizó algo cuando pudo comprobar que realmente no estaba tan mal. Ella se llama Marta, es guapa y no tiene mal tipo a sus cuarenta años. Lo que más me ha atraído de ella siempre es su generoso y redondo culo. Puede que sea algo pervertido, pero en más de una ocasión me masturbé pensando en que lo hacía con ella. Siempre era nerviosa ante una situación de enfermedad, pero ver que su madre no padecía enfermedad grave le tranquilizó.

Mi abuela cuyo nombre es Antonia, tenía ya los sesenta años. Supongo que su cuerpo era como el de todas la abuelas, quién no ha visto a una señora de esa edad en bañador en la playa, pues yo creo que ella era, simplemente, normal. Estaba mala, tenía mareos y algunos vómitos por una mala gripe que cogió, pero nada grave.

Pasamos todo el día con ella, mi madre se ocupó de hacer la comida después de que yo fuera a comprar algo de comida para todos. Mi padre no comería con nosotros pues se había marchado de caza con la asociación a la que pertenecía y estaría sábado y domingo fuera.

Por la tarde, estábamos descansando después de comer y me empecé a fijar en mi madre. Yo estaba sentado en un sillón y podía ver a mi madre sentada en el sofá. Se había puesto una bata que le había dejado mi abuela y que le quedaba algo holgada. Al sentarse se le subió un poco y dejó las piernas entreabiertas. Pensaréis de nuevo que soy un pervertido, pero ver sus muslos y como el negro de los pelos de su coño se transparentaba bajo los encajes de sus blancas bragas me pusieron muy excitado. Mi pene creció por momentos.

Ella no se daba cuenta, o si lo notaba no parecía preocuparle, la verdad es que yo la miraba unos segundos y disimulaba un poco mirando a otro lado para volver a mirarla otro poco más. Mi abuela dormitaba a su lado sin notar nada. Cuando mi lívido estuvo al máximo no pude aguantar y me marché al servicio para masturbarme. Entré y me coloqué delante del inodoro, me la saqué y empecé a sobarme. Pensaba en la imagen que había visto antes y me imaginaba apartar aquella tela y hacerle de todo a su raja. Ya estaba a punto de descargar cuando se abrió la puerta del baño. Mi madre se asustó al verme allí.

-¡Ah! – gritó y salió del baño.

Supuse que me tenía que haber visto por completo, con mi aparato en la mano. No sabía que me diría cuando saliera de allí. Cuando llegué al salón ella estaba viendo la televisión.

-¿Ya has terminado? – me dijo. – Ya no aguanto más. – y corrió por el pasillo hasta el baño.

Cuando volvió del baño se volvió a sentar de nuevo en el sillón. Ambos estábamos de nuevo en las mismas posiciones. Volví a mirarla para ver si continuaba mostrando confianza al sentarse y podía ver sus bragas de nuevo. Ella leía una revista junto a mi abuela y mantenía la misma postura. Miré hacía la cueva que formaban sus muslos y la bata para ver sus bragas.

Me fijé y no se veía nada blanco. Sin darme cuenta mi cara reflejó extrañeza. Me fijé un poco más y entonces descubrí que ella no tenía la bragas puesta, lo que veía era directamente los pelos de su raja. Mis ojos se abrieron involuntariamente ante la sorpresa y la miré rápidamente. Ella seguía leyendo su revista pero tenía una extraña sonrisa.

Mi excitación aumentó exponencialmente ante tal situación. Tal vez mi madre se había quitado las bragas premeditadamente para ver mi reacción o quizás se iba a cambiar y se olvidó ponerse otras. Fuese como fuese, me excitó sobre manera y tenía que acabar la paja que había empezado antes y no pude terminar por su interrupción. Me levanté intentando que no se notara el abultado pantalón de chándal que llevaba.

-¿A dónde vas? – me dijo y parecía como si me recriminara "ya vas otra vez a pajearte". – Si vas al baño tráeme las bragas que he dejado por allí.

-Vale. – fue lo único que se me ocurrió contestar.

Mi abuela dormitaba junto a su hija y salí del salón hacia el baño. Pensaba si mi madre no me iría a interrumpir de nuevo. Entré en el baño y busqué sus bragas. Estaban encima de la tapa del inodoro, colocadas de forma que la tela que toca directamente sobre su raja se viera. Las cogí y no lo pude evitar. Me las llevé a la nariz y me invadió el olor de su coño. Mi pene creció más y con pocas sacudidas sentí como mi semen se disparaba contra la tapa.

Me limpié y dejé todo en orden. Salí por el pasillo e iba pensando que el tiempo que había tardado era más o menos el mismo que echaba en una meada por lo que mi madre no sospecharía nada. Entré en el salón y le entregué las bragas a mi madre. Se levantó y se las puso, no pude verle nada pero estaba claro que había sido una provocación y más cuando me habló.

-Espero haberte ayudado. – me dijo con una pícara sonrisa y yo no seguí la conversación.

Más tarde preparó la cena y los tres cenamos. Mi abuela se encontraba algo mejor pero estaba muy cansada, así que decidió irse a la cama. Tiene dos dormitorios, uno con una cama de matrimonio y otro, más pequeño, con una cama simple.

-Yo dormiré en la cama chica y ustedes en la cama de matrimonio. – nos ordenó. – Cambiad las sábanas para que no se os pegué nada.

Mi madre salió con ella y la ayudó a acostarse. Mientras, yo cambiaba las sábanas de la cama para que durmiéramos los dos. En el salón estábamos viendo una película, así que encendí el televisor que mi abuela tiene en el dormitorio y seguí viéndola mientras hacía la cama.

-La has puesto aquí… bien. – dijo mi madre. – Apagaré el salón y la vemos en la cama.

Mientras ella volvía del salón busqué mi pijama y me metí en la cama. Llevaba varios minutos acostado y ya había calentado la ropa que me rodeaba. Entró mi madre y en un momento se desnudó y se puso un camisón de franela para combatir el frío. Se metió en la cama y sintió el frío de la tela recién puesta.

-Qué fría está la cama… - dijo y se pegó a mí. – Pégate a mí para darme calor… - me dijo y nuestros cuerpos se rozaron. – Abrázame que tengo frío.

No supe como tomarme aquello. Después de lo que había pasado por la tarde no sabía que pensar. En condiciones normales no hubiera imaginado nada raro, pero después del suceso de las bragas no sabía que hacer.

Al final no fui yo el que decidió que hacer, mi pene totalmente erecto por la excitación necesitaba rozarse con alguien y mi madre se ofrecía para ser abrazada. Pasé mi brazo izquierdo bajo su cabeza y el otro por su barriga. Puse mi pierna derecha sobre ella y me pegué todo lo posible. Mi pene quedó pegado a su cadera y mi madre y yo nos movimos para general algo de calor.

Y vaya si se generó. Empujaba mi pene contra su cadera. Era imposible que lo notase, pero no me importaba… bueno hasta que me habló.

-Hijo, ese bulto es lo que imagino. – me dijo parándose.

Me puse colorado y separé mi paquete de ella. Hacerse una paja pensando en tu madre podía pasar al ser una cosa íntima, pero pasarle el pene por su cuerpo podía ser enfermizo.

-No te preocupes hijo… - me dijo tirando de mi brazo para que no me separase. – Me halaga que te excite mi cuerpo… nunca imaginé que pudiera levantar la "pasión" de un joven.

-A mí y a algunos de mis amigos… - le dije relajándome y pegándome de nuevo a ella por la confianza que me daba. – Luis siempre dice que estás muy buena.

-Vaya con Luisito… el día que necesite algo ya sé con quien hablar.

Entonces fue ella la que se ruborizó al ver que yo estaba viendo la excitación que le producía el hecho de poder tener a un jovencito en su cama. Se volvió y apagó la luz.

-¿Te sirvió de ayuda la sorpresa que te dejé sobre la tapa esta tarde? – me preguntó directamente.

-¿Cómo? – dije yo intentando buscar alguna respuesta coherente que disimulara lo evidente.

-Sí hijo, sin querer te pillé en plena faena y supuse que el verme sin bragas y dejarlas sobre la tapa te ayudarían a tener el desahogo rápidamente

-Bueno… es que… yo las cogí y

-Calla, no te justifiques. – me dijo poniendo un dedo sobre mis labios para hacerme callar. – Me encanta que te excites conmigo.

Mi pene se puso más duro al escucharla y me apretujé contra ella un poco más. Subí mi pierna un poco y sentí en mi rodilla los encajes de la tela de sus bragas. Abrió un poco sus piernas y mi rodilla calló entre ellas un poco más. Imaginé que ahora estaría tocando su raja y sentí otra subida en mi excitación. Subí mi mano derecha por su costado hasta llegar a la altura de su pecho.

Moví un poco la pierna para que mi rodilla subiera y bajara un poco sobre ella haciéndole presión. Ella miraba al televisor mientras me dejaba que me rozara. Subí la mano por la redondez de su pecho derecho y noté el bulto que le formaba el pezón erecto. No me miraba, simplemente se dejaba hacer.

Ahora bajé con mi mano por su barriga y me detuve para ver su reacción. Seguía mirando el televisor. Mi mano izquierda la posé sobre su hombro y, moviéndonos un poco, empecé a bajarla entrando por el escote del camisón para buscar su pecho. Me movía ligeramente para que mi pene se frotara contra ella.

Con los dedos de la mano derecha empecé a recoger la tela del camisón de forma que fue subiendo, dejando al descubierto sus bragas, hasta que el filo de la tela llegó a mi mano. Comencé a bajar por su vientre para tocar su sexo. De repente se movió y se puso de lado, pero no se quejaba por la situación.

Mi mano izquierda entraba ahora sin ningún problema por su escote y comencé a tocar sus pechos. Tenían un buen volumen y busqué sus pezones. Los dos estaban totalmente erectos. No sé si aquella situación le gustaba, pero lo que si sabía era que la estaba excitando.

Pegué mi pene contra su culo. Era delicioso sentirla. Me movía levemente presionando mi bulto contra ella ayudado por mi mano derecha que se aferró a su cadera para poder hacer más presión con cada movimiento. Sentí que poco a poco su respiración se aceleraba. Acerqué mi boca a su cuello y le di un pequeño mordisco. Dio un pequeño gemido de placer y dobló el cuello para ofrecérmelo más.

Solté sus caderas y bajé las manos para volver a buscar su sexo. Esta vez sus piernas se abrieron un poco para que mi mano entrara por debajo de sus bragas. Acaricié el pelo de su pubis y bajé hasta que noté sus húmedos labios. Puse mi mano sobre su raja y la frotaba a la vez que mordía su cuello.

No aguantó más, se puso boca arriba y abrió las piernas de par en par para ofrecerme su sexo por completo. Cada vez estaba más mojado por la excitación y ella llevó su mano derecha para buscar mi pene que encontró duro para su disfrute. Sentía a mi madre que me masturbaba.

Se sentó en la cama, se quitó el camisón de una vez y se volvió a tumbar. Saqué la mano de debajo de su cuello y llevé mi boca hasta uno de sus pezones. Comencé a chuparlo y ella me acariciaba la cabeza con la mano izquierda mientras la otra no dejaba de sobar mi pene. Los dedos de mi mano derecha encontraron la húmeda entrada de la vagina de mi madre y empezaron a tocar todo lo posible, haciendo que ella se retorciera de placer.

No pudo más, se levantó y me ordenó que me acostara boca arriba, me quitó los calzoncillos y ante ella apareció mi pene más duro y grande que nunca. Lo agarró con una mano y lo acarició. En un momento se quitó las bragas y abrió las piernas para sentarse sobre mí, colocando mi miembro entre sus labios, pero no dentro, si no debajo.

Sentí como me mojaba con los flujos que salían de ella cuando empezó a mover las caderas y a pasar su raja por encima de mi pene. Se inclinaba hacia delante para que mi glande rozara bien su clítoris y veía como su cara expresaba placer. Intentaba no emitir sonidos para no despertar a su madre, pero algún leve gemido no lo podía contener.

Yo estaba en un sueño, mi madre estaba sobre mí rozando nuestros sexo para darnos placer. Veía sus dos hermosos pechos moverse al ritmo de sus caderas y alargué una mano para acariciarlos. Sus pezones estaban muy grandes y erectos, sin duda disfrutaba de esa noche incestuosa.

-No puedo más… - le dije intentando no chillar por el placer que estaba sintiendo.

-Descarga tranquilo, esta fuera de mí. – dijo ella.

Fue como una orden. De momento sentí como mi semen recorría todo mi pene y comenzaba a salir en grandes chorros. Ella lo vio y se excitó. Empezó a rozarse más rápidamente y la vi que su cara se descomponía por el placer del orgasmo que acababa de sentir. Permaneció sentada sobre mí un rato recuperando el aliento y podía ver como mi pene sobre salía de entre sus labios y pelos cubiertos por la mezcla de mi semen y sus flujos.

Se levantó y buscó toallas húmedas en uno de los cajones. Se limpió primero ella. Después se recostó a mi lado para limpiar mi pene cada vez más flácido. Cada vez que pasaba la mano por mi glande, me daba un espasmo de placer que ella notó.

-Todavía te da gusto… - me dijo y no paraba.

-Sí, sigue un poco más

Continuó acariciando mi glande y a los pocos minutos volvía a ponerse dura en su mano. Yo alargué mi mano izquierda e intenté meterla entre sus piernas que abrió al sentirme. Busqué de nuevo su entrada y la empecé a acariciar. De nuevo volvía a humedecerse y eso hizo que me excitara otra vez.

-Con tu edad se reacciona rápido a los estímulos. – comentó. – Lástima que no tenga ningún preservativo para que me penetraras… - y continuó acariciándome.

Me masturbaba y yo estaba en la gloria. Los dos jugábamos con el sexo del otro dándonos placer. Madre e hijo en una incestuosa masturbación que la hacía más excitante.

-No puedo más. – dijo mi madre y se levantó. – ponte detrás de mí. – me indicó.

Ella se colocó a cuatro patas y me coloque detrás de ella. Podía ver su hermoso y redondo culo, como los pelos rodeaban aquella maravillosa raja que ella mantenía abierta con dos dedos.

-Mete tu polla aquí. – me ordenó.

Me acerqué torpemente y empujé contra su culo como si mi pene fuera a entrar sola, entonces sentí los dedos de mi madre que me guiaban a su sexo. Sentí un delicioso calor en la punta de mi glande y como sus dedos quedaban a ambos lados de él. No hizo falta que me dijera nada, instintivamente empujé con un movimiento de mis caderas y sentí como mi pene era envuelto por el calor de la húmeda vagina de mi madre.

-¡Ah, que bueno! – dijo en un susurro intentando no hablar fuerte. - Sigue cariño, métemela varias veces para que se lubrique bien, ah… después intentaremos algo que nunca he hecho con nadie… ah, ah.

Estaba en la gloria, nunca había penetrado a una mujer y mi excitante madre me dio todo su sexo esa noche. Sentí que me iba a correr y aceleré las penetraciones agarrando a mi madre por la cintura, pero ella puso una mano en mi pecho y echo el culo adelante sacando el pene de ella para que no la penetrara más.

-Para cariño, no queremos que me preñes. – dijo y su cara de excitación se mezclaba con cierta preocupación. – Ahora te voy a dar algo que nunca le he dado a nadie… mi culo.

Se tumbó boca abajo en la cama y separó los cachetes. Yo la miraba expectante por lo que ella quería que hiciera.

-¿Ves el agujero de mi ano?

-Sí mamá.

-Primero escúpeme en él y luego súbete sobre mí para meterla ahí, pero hazlo despacio que eso duele mucho, pero la recompensa será que me llenes con tu leche por dentro.

No sabía bien que es lo que quería pero intenté hacer lo que ella me pedía. Escupí en su culo y ella con una mano lo extendió. Me subí sobre ella y su mano, al igual que en su coño, me dirigió hasta sentir mi glande contra ella.

-Despacio cariño. – me susurró con un tono que indicaba que empezaba a sentir dolor. – Deja caer tu cuerpo sobre mí, mete un poco y para.

Así lo hice, dejé caer mi peso sobre ella y sentí que mi glande, mojado por los flujos de su coño, empezó a separar su esfínter y a entrar en ella. Soltó su culo y clavó las uñas en la almohada al sentir un quemazón en su culo al ser forzado por encima de su tamaño normal.

-¡Despacio! ¡Despacio, por favor!

Moví lo que le había introducido dentro para ver si le daba algo de placer. Sentí como su culo apretaba mi glande como queriendo cortarla para que no le entrara más. Veía a mi madre bajo mi cuerpo, su hermosa espalda y su precioso cuello. Me lancé sobre el cuello y comencé a mordisquearlo.

-¡Sigue así, eso es! ¡Méteme un poco más!

Mientras no paraba de mordisquear su cuello y su nuca apreté con mi cadera un poco más mi pene contra ella y empezó a entra, paré y la metía y sacaba un poco. Por el placer de mis mordiscos, ella se relajó y su esfínter también, haciendo que la penetrara sin dolor, al contrario, ella empezó a gozar de la enculada que le daba su hijo. Sus gruñidos de dolor empezaron a cambiar por grititos de placer. Sentí como mi pene entraba por completo en su culo y comencé a moverme para follarla. Ella gemía con su boca contra la almohada para intentar no hacer mucho ruido mientras yo le besaba y mordía el cuello y la nuca, acelerando el ritmo de las penetraciones en su culo. Se llevó una mano al coño y comenzó a masturbarse el clítoris mientras mi pene la taladraba. Sus gemidos eran cada vez más grandes y me producían una gran excitación.

-¡Correte ya cabrón! ¡No puedo más! ¡Me corro!

Me decía por el placer y para provocarme para que descargara dentro de su culo. Y funcionó, sentí de nuevo que mi semen recorría mi polla y se lanzaba a lo más profundo de mi madre. Ella gemía y movía su culo por el placer.

-¡Así, oh como me gusta! ¡Nunca imaginé que esto fuera tan bueno!

Yo no podía hablar, las pocas fuerzas que tenía las gastaba en mover mi pene en su culo para acabar de darme gusto y vaciarme por completo dentro de ella. Quedé encima de ella con mi pene en el interior de su ano. Poco a poco fue menguando hasta que me tumbé al lado de ella. Me besó por primera vez en los labios para agradecerme el placer y se puso de rodillas para limpiarme.

-Se me sale. – dijo extrañada.

Se puso una toalla húmeda bajo su culo y mi semen comenzó a salir de él. Dejó salir todo lo posible y se limpió, después me limpio a mí y los dos quedamos dormidos abrazados y desnudos. Por la mañana me desperté y me vestí para ir al salón. Mientras me iba acercando podía escuchar a mi madre y abuela hablar. Me quedé paralizado cuando escuché a mi abuela decir "la próxima vez que lo hagáis por lo menos cerrar la puerta que me tuve que masturbar al oíros", así que ella nos escuchaba y no le importaba lo que estábamos haciendo, es más, no le excitó. Entonces se me ocurrió que mi abuela me podía ayudar en otro momento que se encontrara mejor a darle placer a mi madre. Y lo conseguí, pero eso se contará en otro momento.