Mamá y mi partido del domingo
Aquel domingo fue mi madre la que me llevó a jugar al fútbol aunque la experiencia no fue precisamente satisfactoria para ninguno de los dos.
Aquel domingo por la mañana el equipo de futbol siete del que Juan formaba parte desde hacía menos de un año jugaba su partido fuera de casa, como visitante.
Su padre acostumbraba a llevarlo en coche, pero esta vez no le era posible, al tener que acudir a su trabajo, así que fue Rosa, su madre, la que se comprometió a ir con él para animarlo. Al joven no le atraía la idea al darle vergüenza que le vieran en compañía de su madre, no solo porque, a sus quince años, parecería todavía un niño malcriado, sino porque la mujer estaba tan buena que atraía las miradas lascivas de todos los machos y el odio de todas las hembras, lo que incomodaba a su hijo. Sin embargo, Juan no sabía cómo decírselo a su madre sin molestarla y, como fracasaron todas las excusas que la dio, acabó por aceptar a regañadientes.
A pesar de ya tenía 37 años quería parecer más joven y deportista por lo que la mujer se vistió con unas deportivas blancas, una minifalda roja con vuelo y una camiseta blanca muy ceñida en la que, más que poder ver el cartel de “Pussycat” y la serigrafía de una gata, se podían observar nítidamente las marcas del pequeño sujetador que llevaba debajo y de los pezones que amenazaban con romper la camiseta. No se atrevió Juan a decirla nada debido a que ya se había quejado bastante y no quería importunarla más.
Como Rosa no tenía carnet de conducir, cogieron un autobús que los dejó prácticamente en la puerta del polideportivo donde jugaba. Como era la primera vez que lo cogían supuso Rosa que en poco menos de una hora llegarían, pero el trayecto se alargó hasta más de dos horas por lo que llegaron cuando ya había finalizado la primera parte del partido. Durante todo el trayecto estuvo Juan quejándose y su madre tuvo que aguantarle intentando convencerle que llegarían a tiempo al partido. Tampoco pasaron inadvertidas para el joven las miradas que echaba la gente a su madre, especialmente los varones, que la miraban tanto los pechos que abultaban la camiseta como las bragas blancas que llevaba, ya que, al sentarse, la falda se le había subido un poco enseñando las bragas.
Aunque Juan nada más llegar se fue corriendo al vestuario para ponerse el equipamiento deportivo, como si no conociera a la mujer con la que había venido, ésta le dio muy contenta un rápido beso en la mejilla, deseándole suerte. Entonces todos se dieron cuenta que le acompañaba una tía buena como Rosa, y, aunque nadie la dirigió la palabra, todas las miradas se dirigieron lúbricas a ella desnudándola, escuchando alguna frase, entre risotadas, que debían ser de aficionados y padres del equipo local.
- ¿Esta que es? ¿la gatita del equipo? Pues nos la vamos a comer enterita, pero antes la quitaremos el envoltorio para ver que sorpresa nos encontramos dentro.
- Con esa delantera sí que se puede jugar, pero que muy bien.
- Ésta chupa mucho, mucho y muy bien.
- Está claro que vienen a dar el do de pecho.
Se fue Rosa siguiendo a los aficionados hacia las gradas pegadas al campo de futbol desde donde se podía ver el partido.
Enseguida salieron los dos equipos al campo para comenzar la segunda parte del partido y las palabras de aliento para unos se convertían en insultos y amenazas para el otro. Rosa, muy animada, gritó palabras de aliento para el equipo donde jugaba su hijo y especialmente hacia él que salía en el equipo a jugar, escuchando frases dirigidas hacia el equipo visitante y especialmente hacia ella:
- Ahora sí que vamos a darles por culo, pero literalmente por culo. Sobre todo a ésta, a la pechugona.
- Les vamos dar tanto por culo que no van a poder sentarse durante meses. Prepara el culo, bonita.
- Nos vamos a poner las botas metiéndola. Sí, hasta el fondo, hasta los cojones.
- Más que gatos con botas nos vamos a poner hasta las botas con la gatita pechugona.
- Nos la vamos a follar, digo, nos los vamos a follar.
Rosa, escuchándolo, no se atrevía a decir nada, aunque su rostro adquirió un color rojo intenso por la vergüenza.
Aunque la mujer se sentó nada más comenzar la segunda parte del partido, se dio cuenta que nadie lo hacía, sino que se apoyaban en las barandillas metálicas que estaban delante de forma que sentada no podía ver el partido, por lo que se levantó y se apoyó en el primer hueco que encontró.
Juan que solía jugar de delantero, esta vez le pusieron de defensa a pesar de que era más bien pequeño y no muy robusto. El motivo era que el puesto de delantero que solía ocupar Juan lo ocupaba en este partido otro chico todavía más canijo que él, así que al entrenador se le ocurrió bajar a Juan a la defensa.
No solo no estaba familiarizado con el puesto sino que el delantero al que tenía que cubrir era bastante más alto y grande que él, posiblemente tuviera más años que los permitidos en esa categoría pero nadie se atrevía a quejarse con la afición tan agresiva del equipo de casa.
Nada más empezar la segunda parte del partido, el tipo, que llevaba el nueve en la camiseta, se acercó a Juan y le preguntó, sonriéndole con malicia, y apuntando con su cabeza hacia Rosa:
- La tetona es tu mamaíta, ¿no? ¡Vaya tetas que tiene! ¡la de cubanas que habrá hecho con esas tetazas!
No continuó porque su equipo atacaba y él iba a buscar al compañero para que le pasara la pelota.
La jugada quedó en nada y el tipo se acercó nuevamente a Juan para incordiarle.
Como Juan no se atrevía a responderle, el tipo le seguía increpando:
- ¿Son naturales o se las ha operado? No son normales, tan grandes y redondas parecen balones. Dan ganas de estrujarlas, de lamerlas y de morderlas. ¡Me las comería a bocados!
Nuevas jugadas interrumpían el monologo pero enseguida lo reanudaba sin dejar de sonreírle perversamente.
- Me la voy a follar. Por cada gol que meta la meteré mi polla en su gran coño peludo.
- Primero la bajaré las bragas, ¿por qué ha traído bragas?, ¿no? Seguramente es tan puta que ni las haya traído para que no se las rompan ni se las roben, y así follar más rápido.
- Como te decía, supongamos que lleva bragas tu mamaíta. Primero se las bajaré y, poniéndola sobre mis rodillas, la daré unos buenos azotes en ese culazo que tiene y la meteré los dedos por el culo y por el chocho, solo para catarla y para que se vaya calentando un poquito el chochete.
- Después la arrancaré el vestido y la magrearé las tetas. Porque … ¡vaya tetazas que tiene tu mamaíta! No creas que no nos hemos fijado todos en esas ubres que tiene. ¡Vaya pedazo de tetas! ¡La de cubanas tan ricas que deben hacerse con esos melonazos!
- Antes de follármela, me comerá la polla. Debe ser toda una experta con esos labios tan carnosos que tiene. Ya me la imaginó metiéndose mi polla en su boca y exprimiéndola toda su leche. ¡Ummmm, qué rico! Casi me corro de pensarlo.
- Me correré dentro de su boca y se tragará toda mi leche. ¡Toda! ¡Sin dejar ni una gota! Se relamerá los labios disfrutando de mi leche. Ya verás cómo la va a encantar.
- La pondré a cuatro patas y se la meteré primero por el culo y luego por el coño. ¡Ñaca-ñaca-ñaca-ñaca!
- La dejaré preñada y tendrás un hermanito. Le pondrán mi nombre, Sebas, porque al final tu mamita habrá conocido un auténtico macho, no como el pichafloja maricona de tu padre.
Acompañaba sus palabras con las que evidentemente estaba gozando con gestos obscenos de los que todos se daban cuenta, incluso el árbitro pero nadie intervenía.
Escuchando cómo se metía con su madre, Juan se desconcentró, permitiendo que el nueve se desmarcara y metiera un gol.
- ¡Goooooool, goooooool!
Vocifero la hinchada local así como el tipo y el equipo contrario.
- Pero ¿qué has hecho? ¡Le has dejado solo!
Le recriminó un compañero muy enfadado de su equipo.
- ¡Despierta, ostias!
Le dijo otro de mala manera y es que nunca le habían tenido mucha simpatía en el equipo.
También se acercó el nueve del equipo contrario y, sonriéndole con mala baba, le dijo:
- ¡Vaya polvo que voy a echar a tu mamita!
En la siguiente jugada Juan luchando por un balón, se llevó un puñetazo del nueve en toda la cara que le dejó conmocionado unos segundos en el suelo lo que aprovechó el nueve para meter su segundo gol.
- ¡Goooooool, goooooool!
Se incorporó sangrando por la nariz y, al quejarse, el árbitro le enseñó una tarjeta amarilla por protestar.
Sus compañeros de equipo le recriminaron y él se puso a llorar.
- ¡Nos estás hundiendo, coño! ¡Estás gilipollas! ¡Despierta, ostias!
- ¡Llora, niñita, llora! Tenías que llevar bragas en lugar de calzones.
- ¡Maricón de mierda!
En la reanudación el nueve le volvió a increpar, acompañando sus palabras con movimientos de follar.
- ¡Cómo me voy a poner con tu madre, niñita, maricona de mierda! Ya van dos polvos los que la voy a echar. ¡Ñaca-ñaca-ñaca-ñaca!
En la siguiente jugada Juan entró con furia contra el nueve, fallando una patada que le dirigía, y, cayendo al suelo, vio como el tipo metía un tercer gol.
- ¡Goooooool, goooooool!
Sus compañeros corrieron a insultarle a gritos, estando caído en el suelo.
- ¡Vete a la mierda, maricona!
- ¡Hijo puta! ¿Qué has hecho? ¿Qué has hecho, coño, qué has hecho?
El árbitro se acercó corriendo a él y, sacando la tarjeta roja del bolsillo, se la enseñó, levantando rígido el brazo en alto.
- ¡Expulsado!
Llorando miró impotente al árbitro, a sus compañeros y al nueve del equipo contrario que, sonriéndole perversamente, hacía gestos con las manos de estar follando, al meter reiteradamente los dedos de una mano entre los dedos pulgar e índice de la otra que hacían un círculo. Otros del equipo contrario hacían gestos hacia Juan con la lengua y con la boca como si estuvieran haciendo una felación.
Se giró, caminando hacia los vestuarios, y un compañero de su equipo le empujó e incluso le puso la zancadilla, haciéndole caer al suelo. Se incorporó y se lanzó contra su compañero, repartiéndose entre los dos golpes y puñetazos. Al venir los otros compañeros de su equipo les separaron, aunque alguno empujó y golpeó a Juan que, llorando y sangrando por la nariz, se alejó camino del vestuario, entre abucheos e insultos de los espectadores e hinchas.
Miró hacia donde estaba su madre, pero ya no estaba ahí. Pero ¿qué había pasado con su madre mientras él estaba jugando en el campo?
Durante el comienzo de la segunda parte Rosa, apoyada en la barandilla metálica, observaba a su hijo en el campo y cómo un chico bastante mayor que él no paraba, cuando tenía ocasión, de decirle algo que le incomodaba.
Manteniendo sin darse cuenta el culo en pompa, sintió un fuerte y sonoro azote en una de sus nalgas. Chilló dolorida, girándose para ver quien la había azotado, mientras se cubría con su mano el culo. Observó como un hombrecillo se alejaba de ella y escuchó carcajadas de los hinchas que la miraban lascivos.
Observando cómo el hombre desaparecía, bajando por unas escaleras, se volvió a apoyar en la barandilla, continuando viendo el partido.
No habían pasado ni diez minutos cuando el hombrecillo, alentado por un par de hinchas, pasó por detrás de Rosa y rápidamente la levantó la falda por detrás y la bajó las bragas hasta las rodillas, sujetándola la falda durante unos segundos, mientras grababan toda la acción con los móviles.
Chilló Rosa sorprendida, poniéndose en cuclillas en un gesto defensivo. Más carcajadas y risotadas. Sin atrever a incorporarse, se giró hacia atrás, viendo como la grababan con sus móviles.
Encarnada por la vergüenza, no sabía qué hacer ni se atrevía a levantarse y, cuando lo hizo, se quitó las bragas ya que, si se las subía allí mismo delante de todos, la verían el coño y el culo, y lo grabarían.
Cogiendo sus bragas, las llevó en su mano cerrada y se fue de las gradas, buscando un baño para ponérselas.
Como no encontraba los cuartos de baño, dudó si meterse en uno de los vestuarios, pero, como no veía a nadie que pudiera verla, se acercó a una pared y, sacando sus bragas, levantó un poco una de sus piernas y metió las bragas en uno de sus pies. Cuando iba a hacer lo mismo con el otro pie, escuchó un silbido de admiración y vio que un hombre había aparecido por un lado del edificio y la silbaba. Se quitó nuevamente las bragas y se metió rápida en los vestuarios.
Recorrió sin encontrar a nadie una sala alargada con las paredes llenas de taquillas cerradas donde los jugadores guardaban su ropa y al fondo estaban pequeños cuartos con las duchas y con los inodoros.
Se metió en un cuarto con ducha y cerró la puerta, aunque no tenía cerrojo que echar.
Se puso las bragas, subiéndoselas y, cuando todavía no se las había colocado y tenía la falda subida, empujaron la puerta, chocado contra ella y haciéndola trastabillar.
- ¡Está ocupado!
Pudo decir chillando.
- ¿Quién está ahí?
Escuchó la voz del hombre que empujaba la puerta.
- ¡Está ocupado!
Repitió angustiada, sujetando la puerta que estaba medio abierta.
- ¿Qué haces ahí? ¿Estás robando?
Le preguntó acusadoramente el hombre, recorriendo con su mirada el cuerpo de la mujer.
- ¡No, no! ¡Me estoy colocando la ropa!
Respondió angustiada.
- ¿Qué escondes ahí?
- ¡Nada! ¡Me estoy vistiendo!
- ¡Qué pasa?
Preguntó otro hombre que entraba en los vestuarios.
- He pillado a ésta robando.
Contestó el hombre que llegó primero.
- Yo no he robado nada.
Respondió Rosa.
- ¡A ver, a ver!
Empujó el segundo hombre al primero para observar a la mujer dentro del cuarto.
- Le digo que yo no he robado nada.
- Entonces ¿qué haces aquí?
- Me estaba colocando la ropa.
- ¿La ropa? ¡A ver qué escondes ahí! ¡Déjame ver!
La dijo el segundo hombre, cogiendo su falda por delante y levantándosela, pero Rosa sujetó su falda y la bajó.
- No escondo nada. Es solo mi ropa que me la estaba colocando.
- Nos lo enseñas por las buenas o por las malas, pero de aquí no sales sin devolver lo que has robado.
- Por favor, le juro que yo no he robado nada. Buscaba un baño y, como no lo encontraba, he entrado aquí, pero no he tocado ni cogido nada. Se lo juro.
Suplicó la mujer.
- ¡Ya, ya eso dicen todas las ladronas!
Respondió el primer hombre y de un tirón la quitó el pequeño bolso que llevaba, y, abriéndolo, hurgó en su interior, tirando todo su contenido al suelo, así como el mismo bolso.
- ¡Ay, por dios! ¡Ve como no llevo nada, que no he robado nada!
- Seguro que escondes lo robado bajo tu ropa. ¡Quítatela o te la quitamos nosotros!
- Por favor, le juro que no he robado nada.
- Entonces demuéstralo. Quítate la ropa y enséñanos que no llevas nada que no sea tuyo.
- Pero ¿qué dice? ¿qué me desnude?
- Tú eliges. O te la quitas tú o te la quitamos nosotros y te aseguro que nosotros no seremos muy amables ni delicados cuando te desnudemos, seguro que te rompemos toda la ropa y no podrás volver a ponértela. Te verá todo el mundo en cueros.
- Pero, por favor, le juro, les juro que no he robado nada.
Volvió a suplicar la mujer, llorando.
- ¡Ven aquí!
Se abalanzó el primer hombre sobre ella, que retrocedió forcejeando por su ropa y chillando.
- ¡Me la quitó yo, me la quitó yo!
El segundo hombre sujetó al primero y le dijo:
- ¡Quito, tío! ¡Que se la quité ella!
Retirándose el hombre, la dijo:
- Pues venga, quítatela ya, no nos hagas esperar, que mi paciencia tiene un límite y ya lo has sobrepasado.
- ¡Sí, sí, ya lo hago, ya lo hago!
Dijo entre lágrimas la mujer al tiempo que se levantaba la falda y enseñaba sus bragas blancas.
- ¡Veis, veis, no llevo nada, son solo mis bragas!
- ¡Quítatelas, desnúdate, pero ya!
Metiendo sus dedos en los laterales de las bragas, se las bajó hasta los pies, quitándoselas, y, cogiéndolas con sus manos, al tiempo que se bajaba la falda, se las enseñó a los dos tipos, que las cogieron.
- ¡Levántate la falda, levántatela, que queremos ver que escondes ahí!
Se levantó la falda, enseñando la entrepierna y el coño apenas cubierto por una fina franja de vello púbico de color moreno claro. Mientras mantenía su falda en alto ante los lúbricos ojos de los dos hombres, exclamó llorando:
- ¡Veis, no llevo nada! ¿Estáis ya satisfechos?
- ¡Quítate todo, toda la ropa!
Bajándose la falda, se soltó las prensillas que la sujetaban y se la bajó hasta los pies, quitándosela, y, al levantarla, se la quitaron de la mano.
- ¡Más, quítate todo!
Levantando su camiseta blanca, se la quitó por la cabeza, y se lo arrebataron de las manos.
Se soltó a continuación el sostén, quitándoselo, y también se lo cogieron.
Cubriéndose con una mano la entrepierna y con el otro brazo, cruzado sobre sus tetas, intentaba cubrírselas de las miradas lascivas de los dos machos, le dijo, mirándoles muy seria a la cara.
- ¿Ya? ¿Estáis ya satisfechos?
- ¡Las deportivas! ¡Quítate las deportivas!
Se los quitó con los pies, sin dejar de cubrirse con sus manos y brazos los pechos y la vulva.
Un tipo se agachó y los cogió del suelo, no sin echarla una buena mirada a ella.
- ¡Quítate las manos, levántalas para que veamos bien que escondes!
Eso hizo las levantó, enseñando sus enormes y erguidas tetas así como su sexo a los dos tipos que babeaban de gusto observándola.
- ¡Gírate, gírate que queremos ver qué escondes por detrás!
Obediente, Rosa se volteó despacio, quedándose quieta cuando les daba totalmente la espalda. Sintió el peso de sus lujuriosas miradas en sus macizas y levantadas nalgas.
- ¡Ábrete de piernas! ¡Inclínate hacia delante y apoya tus brazos en la pared que tienes frente a ti! ¡Queremos ver que escondes ahí!
- Por favor, ya han visto que …
Volvió a suplicar la mujer pero la cortaron antes de que acabara.
- ¡Haz lo que te he dicho o será mucho peor!
Obediente hizo lo que la habían ordenado.
- ¡Más, ábrete más de piernas!
La ordenaron y eso hizo, recibiendo un fuerte azote en una de sus nalgas que la hizo tambalear hacia delante al tiempo que emitía un chillido mezcla de dolor, sorpresa y vergüenza.
- ¡Veamos que escondes ahí dentro!
Escuchó muy cerca de su nuca, sintiendo como la separaban las nalgas y la metían un dedo en el ano, hurgando dentro de él y ocasionando dolor a la mujer.
- ¡Por favor, no me hagan daño!
- Si hubieras sido una gatita buena, esto nunca te hubiera sucedido.
Escuchó decir al hombre que la hurgaba dentro del ano, que soltó luego una risotada, siendo acompañado por carcajadas del otro.
Rosa, escuchándolos, sollozaba, temblando de miedo, dolor y vergüenza.
Nada más parar de carcajearse, sintió como otra mano se metía entre sus piernas, entre sus labios vaginales, y la sobaba el sexo.
- ¡A ver qué tienes por aquí! ¡Ummmm, qué rico, pero qué rico!
Sollozando, la mujer aguantaba sin atreverse a decir nada, solo esperando que todo acabara y la dejaran marcharse sin más problemas.
Fue un alivio que la sacaron los dedos del culo, pero el reiterado sobe que hacían entre sus labios vaginales, especialmente en su clítoris, era cada vez más insistente, provocando que, en contra de su voluntad, se fuera Rosa excitando cada vez más.
Su sexo lubricaba cada vez más empapando la mano del hombre que la masturbaba y empezó a suspirar.
Tanto el hombre que la estaba masturbando como el que disfrutaba viéndolo lo sabían, sabían que estaba a punto de correrse, exclamando el primero:
- ¡La gatita quiere marcha!
Se volvieron a carcajear los dos tipos y el que la estaba masturbando exclamó:
- ¡Y nosotros se lo vamos a dar!
Y retirando su mano del sexo de la mujer, se soltó rápido el cinturón y se la bajó el pantalón y el calzoncillo hasta los tobillos.
- ¡Por favor, no, por favor!
Suplicó nuevamente Rosa, sabiendo que inmediatamente se la iban a follar si no lo impedían.
Acercando el tipo su verga erecta y congestionada al culo de la mujer, lo restregó por sus nalgas, al tiempo que la agarraba por detrás las tetas, y la decía al oído:
- ¡Ummm, qué rica estás, pero que rica estás, gatita!
Y, encontrando la entrada a la vagina, la metió el cipote poco a poco dentro de él.
Abrió mucho los ojos y la boca la mujer al sentir como la penetraban, pero solo un sollozo fuerte y prolongado salió de su boca.
¡La estaban violando!
Sin soltarla las tetas, empezó el hombre a balancearse adelante y atrás, adelante y atrás, resoplando y follándosela.
Los brazos de Rosa cedieron y su cara y su pecho se apoyaron contra la pared, mientras el tipo no dejaba de follársela, a un ritmo cada vez mayor, hasta que, en pocos segundos, se corrió dentro de ella, gruñendo como un oso y deteniéndose mientras disfrutaba de su orgasmo y descargaba su esperma dentro de ella.
Apoyándose en ella, el tipo aguantó hasta que el otro hombre, palmeándole la espalda, le dijo:
- ¡Déjame, compañero, déjame ahora a mí!
Desmontándola el tipo se separó de ella, subiéndose el pantalón y el calzoncillo.
El otro hombre propinó un potente azote a una de las nalgas de Rosa, y, cogiéndola por las caderas, la hizo girarse hacia él.
Frente a ella, a escasos centímetros del cuerpo de Rosa, el hombre colocó sus manos sobre las tetas de la mujer, sobándoselas a placer durante casi un minuto, ante la falta de reacción de ella que cerró los ojos empapados en lágrimas para no verlo. Sintió como los pezones de Rosa se erizaban todavía más y, en un arrebato de lascivia, la dio un beso en la boca, un beso profundo y prolongado, metiendo su lengua entre los voluptuosos labios de la mujer, que casi no podía ni respirar. Intentó Rosa retirar su rostro, pero la mano de él la agarró la mandíbula, impidiéndolo.
Un beso que duró unos segundos hasta que, alejando su boca, se bajó deprisa el pantalón y el bóxer, dejando al descubierto su cipote erecto y congestionado, lleno de gordas y abundantes venas azules.
La agarró por las nalgas, una mano en cada nalga, y levantándola unos centímetros del suelo, la apoyó su espalda contra la pared y la penetró, la metió su verga por el coño, hasta que los cojones chocaron con la entrepierna de ella, y comenzó a moverse adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, follándosela. Las piernas de Rosa, abrazaron la cintura del tipo, haciendo más profunda la penetración. Los resoplidos del hombre iban acompasados con los chillidos de ella. Resoplidos y chillidos fruto del placer que sentían. El mete-saca fue in crescendo y en pocos segundos eyaculó el tipo dentro de ella, alcanzando también ella el orgasmo.
Todavía estaba el pene del hombre dentro de ella cuando se escucharon voces. Era los jóvenes del equipo local que volvían al vestuario al final del partido.
- ¿Qué pasa aquí?
Exclamó el entrenador y un montón de chicos se agolparon en la puerta del cuarto donde se acababan de follar a Rosa para verla completamente desnuda y follada.
El hombre que se la acababa de tirar, se subió el pantalón y se retiró, disculpándose ante el entrenador:
- ¡Ya sabes cómo son estas gatitas que, con la excusa de que apoyan al equipo visitante, vienen a abrirse de piernas y a que se las follen!
Y se marchó apresuradamente del vestuario, siguiendo los pasos de su compañero que ya hacía unos segundos que se había retirado, dejando a una Rosa completamente desnuda y follada delante de un montón de chicos con las hormonas a punto de reventar.
El entrenador, que no quería complicarse la vida, salió del vestuario como si no hubiera sucedido nada, dejando a los chicos con la tetona en cueros recién follada.
Cubriéndose con una de sus manos la entrepierna y con el otro brazo cruzado tapándose los pezones, tenía una Rosa encogida el rostro arrebatado por la gran vergüenza que sentía, viéndose observada por un montón de jóvenes con las hormonas alteradas que se la follaban con la mirada.
Como ninguno se movía, dijo Rosa en voz baja, intentando quitar hierro al asunto:
- Por favor, chicos, ¿me podéis dar mi ropa?
Escuchó decir a los jóvenes:
- ¿Qué quiere que la demos la ropa? Ni de coña, que primero nos la chupe a todos.
- ¡Eso, eso, que nos la chupe!
- Pero ¿no es la madre de la niñata que expulsaron del partido?
- Sí, es ella. La tetona que le acompañaba.
- ¡Sebas, Sebas! ¡Es la madre de la niñata que expulsaron del partido! ¡A la que ibas a echar un polvo!
- ¡No uno, tres! ¡Uno por cada gol que ha metido!
- ¡Dejadme pasar, ostias! ¿Dónde está la tetona?
Preguntó el nueve que había increpado a Juan durante el partido,
Le hicieron un hueco para que pasara y se plantó en la puerta mirando fijamente a Rosa y una amplia y lujuriosa sonrisa se dibujó en su rostro mientras sus ojos recorrían el voluptuoso cuerpo de la mujer.
- Pero mira quien tenemos aquí, a la mamaíta de la niñata, y entregada en bandeja para que nos la follemos.
- Dadme mi ropa, por favor. Yo no os he hecho nada.
Suplicó Rosa en voz baja sin atreverse a mirarles directamente a la cara.
- Nosotros sí que vamos a hacerte algo. Ya sabes lo que te vamos a hacer pero, si te portas bien y eres muy pero que muy amable con nosotros, quizá te devolvamos tu ropa … después.
Respondió Sebas sin perder su lasciva sonrisa para, después de unos breves instantes, continuar ordenándola en tono imperativo:
- ¡Sal de ahí si no quieres que te saquemos nosotros y entonces no vamos a ser precisamente amables contigo!
- Por favor, no me hagáis daño. Podría ser vuestra madre.
Suplicó la mujer intentando ablandarles el corazón, pero más bien lo que hizo fue endurecerles la verga.
- Pero no lo eres. Eres una de los enemigos que se ha metido en nuestras duchas para jodernos. Y vamos a darte un buen escarmiento. A ti sí que vamos a joderte.
- ¡Eso, eso, joderla! ¡Joderla! ¡Joderla!
Corearon todos a voces.
Metiéndose Sebas en el cuarto, cogió las muñecas de la mujer que se resistía y, tirando de ella, la sacó fuera, en medio de los jóvenes que la recibieron sobándola las tetas, el culo, los muslos, las caderas, la entrepierna, todo el cuerpo. Un enjambre de ansiosas manos sobó, amasó y azotó el cuerpo desnudo de Rosa que apenas podía protegerse al tener sus muñecas sujetas fuertemente por Sebas.
Rodeada por una jauría de jóvenes lascivos y empalmados consiguió soltarse y se dejó caer de rodillas al suelo, protegiéndose con sus manos los colorados pechos.
- ¡Apartad, apartad un momento!
Ordenó Sebas al equipo que, callándose, le hicieron un círculo alrededor de una Rosa completamente desnuda y humillada.
Acercándose Sebas a la mujer la miró sonriendo desde arriba y la dijo prepotente:
- ¡Nos vas a comer la polla a todos, uno a uno! Si no lo haces te violaremos todos y no te daremos tu ropa.
- Por favor … por favor.
Suplicó en vano la mujer sin obtener resultado, y Sebas se dirigió a sus compañeros de equipo, señalándoles con la mano:
- ¡Venga! Empiezas tú Quique, luego Javi y así hasta que os la coma a todos.
Y mientras Quique se bajaba el pantalón y sacaba una verga enorme y congestionada, desproporcionada para su tamaño, Sebas dijo a Rosa:
- ¡Y cuidado tú, zorra, con hacerles daño, que no te dejamos ni un diente en la boca!
Mientras se acercaba Quique con su verga a la boca de la mujer, Sebas la volvió a decir:
- ¡Tienes que hacer que todos se corran en tu boca y te tragas toda la leche sin derramar ni una gota, puta!
Las carcajadas del grupo fueron interrumpidas por Quique que golpeaba al rostro de Rosa con su erecto y duro pene al tiempo que la urgía.
- ¡Venga, vamos, cómemela!
- ¡Ay, no, no, por favor!
Suplicó nuevamente Rosa y Sebas, al escucharla la enseñó el sostén que ella había traído y con una navaja lo partió en dos partes en un santiamén. Enseñándola la prenda dividida en dos partes la amenazó:
- Lo siguiente que rajo son tus bragas, así que comesela si no quieres volver en pelotas a la calle.
Asustada y pensando que no podía su hijo verla desnuda ni volver desnuda a casa con su marido, cogió con una mano la verga erecta de Quique y empezó a darla lametones, tímidos al principio y luego recorriendo la polla del joven en toda su longitud antes la lúbrica mirada de todo el equipo. Se la metió en la boca acariciándola con sus carnosos labios mientras que con la otra mano le acariciaba también los cojones.
- ¡Eres una auténtica gatita comepollas!
La elogió Sebas y alguno se echó a reír aunque ninguno dejó de observar la felación que Rosa le estaba haciendo.
Mientras Rosa le comía la polla a Quique, otros chicos la sobaban a placer las tetas y el culo, pero ella, concentrada en su mamada, no se detenía y seguía chupando y lamiendo.
Como quería acabar rápido antes de que su hijo la echara en falta y pudiera encontrarla así, se sacó la verga de la boca y la acarició con sus manos, volviéndosela a meter, repitiendo la acción una y otra vez, cada vez con más energía, con más ganas, hasta que de pronto el chico eyaculó y la mujer se la sacó instintivamente de la boca para que no eyaculara dentro, manchando de esperma a un par de compañeros del equipo que gritaron asqueados.
Gritó Sebas con su voz atronadora:
- ¡Te dije que te tragaras toda la leche!
Y, cogiendo las bragas de Rosa, las partió en dos con su navaja.
- La próxima vez que no te la tragues será tu falda la que parta en dos. Así que no me desobedezcas y trágate toda la leche.
La amenazó con rabia.
Acercando Javi su cipote erecto a la mujer, ésta lo cogió y lo acarició durante unos pocos segundos con su manos primero y luego con su lengua, jugueteando con la punta del miembro y lamiéndola en su totalidad, para metérselo en la boca y acariciarlo con sus labios golosos. No tardó más que unos pocos segundos en eyacular el joven y esta vez si tuvo Rosa que tragarse toda la lefa, reprimiendo una arcada y las ganas de vomitar.
El tercero fue incluso más rápido y, tan excitado como estaba, eyaculó en las mismas manos de la mujer antes de meterse la verga en la boca.
Aun así, viendo Sebas que podían interrumpir las mamadas y quedarse él sin su premio, apremió a Rosa y a los jóvenes para que fueran corriéndose cuanto antes, de forma que la mujer mientras comía una polla masturbaba otras dos, una en cada mano.
Cuando acabó con el último estaba empapada en esperma, tanto el rostro, como manos, brazos y tetas.
Pero aún quedaba Sebas pero éste quería más que una mamada. Se lo había ganado, había metido tres goles y la gatita le debía tres polvos, así se lo había dicho a su hijo. Muchos le parecían tres por si alguien venía a interrumpirles pero uno al menos si quería echarla, así que no la dejó incorporarse sino que la hizo inclinarse hacia delante, ponerse a cuatro patas sobre el suelo, a pesar de la resistencia que puso ella y de los chillidos que daba.
- ¡No, no, por favor! ¿Qué vas a hacer?
Empujándola la espalda hacia abajo, la impedía levantarse y, aunque ella, se giraba, no se atrevía a escapar por si la golpeaba, la hacía daño y la rajaba no solo su ropa.
- ¡Estate quieta, zorra! ¡Me lo debes, me lo debe tu hijo! Enseguida acabo y te dejo que te marches, pero, ¡ostias! estate quieta. ¡Te he dicho que te estés quieta, puta!
Colocándose entre las piernas abiertas de ella que no paraba de chillar, la sujetó por las caderas, mientras un par de compañeros la empujaban por la espalda para que no se levantara, y, bajándose el pantalón de deportes por delante, se puso en cuclillas como si fuera a cagar.
Dirigiendo su cipote erecto y congestionado hacia el coño de ella la penetró de golpe, hasta que sus cojones chocaron con el culo de ella, y, sin soltarla las nalgas, empezó a balancearse adelante y atrás, adelante y atrás, follándosela.
Al sentir cómo la penetraban dejó de chillar, inundando la estancia el rítmico ruido de los cojones del nueve chocando una y otra vez con el culo de ella.
- ¡Tam-tam-tam-tam!
Todos los jóvenes se quedaron observando como el Sebas se tiraba a la gatita del equipo contrario cuyas tetas se bamboleaban desordenadas en cada embestida. Gruesos lagrimones recorrían el rostro de la mujer abriendo anchos y profundos surcos en el océano de esperma que lo cubría.
Los brazos de ella fallaron en una embestida y, doblándose sobre el suelo, permitieron que el rostro de Rosa se escondiera entre ellos.
Resoplando en cada embestida, gruñó el bruto al alcanzar su orgasmo y, aunque mantuvo su cipote dentro unos segundos hasta que se vació de esperma, al desmontarla aún la propinó un par de fuertes y sonoros azotes en las nalgas.
No dio tiempo para más, ya que les esperaban fuera del recinto, así que, sin ducharse ni asearse, se vistieron rápidamente con sus ropas de calle, no fuera alguien a sospechar lo que habían hecho, y, metiendo los uniformes del equipo en sus bolsas deportivas, salieron escopetados de los vestuarios, dejando sola a la pobre Rosa, que se incorporó a duras penas del suelo y, cogiendo lo que quedaba de sus ropas, además de meter sus objetos en su bolsito, se metió bajo la ducha y se limpió todo el esperma y la suciedad que llevaba.
Tampoco ella se demoró ya que no quería que su hijo sospechara lo que había sucedido, y vistiéndose con falda, camiseta y zapatos, salió del vestuario buscando a Juan.
Juan que hacía bastante tiempo que se había vestido, esperaba su madre fuera del recinto. Le resultaba extraño que no la hubiera visto al salir, pero no podía irse sin ella. Temía que la hubiera sucedido algo pero no sabía cómo actuar ni dónde buscarla sin llamar más la atención. Pensaba también que todo lo que le había sucedido era culpa de ella, de su madre, por empeñarse en venir y por coger un autobús, llegando tarde al partido, así que cualquier cosa que la hubiera sucedido estaba plenamente justificado, se lo había buscado.
Alejado de sus compañeros de equipo que habían salido los primeros después de él y escondido para que no le vieran, no dejaba de observar la salida del recinto por si veía a su madre. Un par de sus compañeros de su equipo viéndole se acercaron a él y, mirándole burlonamente, le dijeron:
- Si buscas a tu mamacita, entra al vestuario del otro equipo y allí la verás.
- La han quitado toda la ropa y se la están follando todos.
Y, riéndose, se alejaron, haciendo con sus manos el signo de cornudo dirigido a Juan. Dudó el joven qué hacer, pero entrar otra vez al recinto e ir al vestuario del equipo local le parecía una auténtica locura. Y además, y si tenían razón, y se la estaban follando. ¿Qué es lo que él haría? Le humillarían todavía más, follándose a su madre delante de él, de su hijo. No, definitivamente pensó que no era una buena idea.
Mucho más tarde salió el equipo local y, al pasar un coche con varios de ellos dentro cerca de donde estaba Juan, aminorando la velocidad hicieron sonar el claxon y le enseñaron las bragas y el sostén de su madre, partidos por la mitad. El nueve que le marcó tres goles durante el partido, sacó la cabeza por la ventanilla y le dijo muy risueño:
- Mira. Estas bragas y este sostén son de tu madre. Nos lo hemos quedado como recuerdo después de habérnosla tirado. Nos la hemos follado todos y nos ha comido la polla a todos. ¡Cómo la come, niñata, cómo la come tu mamita! Se nota que tiene experiencia como puta comepollas.
Agazapado, temía que bajaran del coche y le agredieran por lo que suspiró aliviado viendo cómo se marchaban. Aunque eso sí acompañados de insultos y gestos obscenos.
- ¡Niñata!
- ¡Hija de puta!
Pensó que quizá las bragas y el sostén que le habían ensañado no eran de su madre. Seguro que no, pensó intentando convencerse. También pensó que ahora que se habían marchado los del equipo contrario, era más probable que su madre saliera, si es que realmente se la habían follado.
Pasaban los minutos y su madre no aparecía. Y si no aparecía y tenía que irse solo a casa ¿qué le diría a su padre? ¿qué le preguntaría él?
Iba a irse ya cuando la vio salir y se acercó a ella casi a la carrera.
Se dio cuenta enseguida que estaba despeinada y mojada, como si acabara de salir de la ducha y no se hubiera secado. También la vio agotada y avergonzada.
- Pero ¿dónde has estado? ¿qué te ha pasado?
Preguntó asustado el joven y ella, rehuyéndole la mirada, le mintió:
- Lo siento, hijo. Algo que me ha sentado mal y he estado con diarrea y vomitando pero ya estoy bien.
Sabía Juan que su madre mentía pero no quería escarbar más en el asunto y pensó que era mejor pasar página, aunque ahora estaba convencido que se la habían follado todos y que las bragas y el sostén que le habían mostrado desde el coche efectivamente eran de ella.
Se acercaron a la parada de autobús sin decir ni hablar nada, solo pensando avergonzados y mirando al suelo.
Un coche se detuvo frente a ellos. Era el entrenador del equipo donde jugaba Juan.
- Hola, Juan.
Le saludó sonriendo amigablemente. Era la primera cara amable que veían, tanto Juan como su madre, desde que llegaron.
- ¿Estáis esperando al autobús?
Les preguntó y, al recibir una respuesta afirmativa, se ofreció a acercarles a casa ya que, según dijo, le pillaba de paso.
Ante la amabilidad del entrenador y la perspectiva de esperar indefinidamente la llegada del transporte público, aceptaron.
Se montó detrás Juan y su madre en el puesto de copiloto.
No pasaron ni un par de minutos cuando el hombre empezó a hablar, a quitar hierro a lo sucedido en el campo, indicando que todos tenían un mal día y que él, Juan, era una persona muy responsable, que se ejercitaba muy bien en cada entrenamiento, que era muy buen jugador y que jugaba para el equipo, no como otros que eran unos vagos e irresponsables.
Tanto alabó las virtudes de Juan y resaltó los defectos de otros compañeros del equipo que fue animando tanto al joven como a su madre, que se incorporaron cada vez más animados a la conversación.
Luego le tocó elogiar a Rosa por haber educado tan bien a un deportista tan respetuoso y entregado como Juan. Después de lo sucedido Rosa hasta se emocionó y a punto estuvo de darle un beso como agradecimiento pero se cortó, no fuera a ser mal interpretada y además avergonzar a su hijo. Sin embargo, el entrenador sí que se dio cuenta de la primera intención de la mujer.
Mirando por el espejo retrovisor el hombre miró a Juan y exclamó:
- Te está saliendo un poco de sangre de la nariz.
Se miró el joven pero, extrañado por el comentario, se tocó la nariz para comprobarlo, pero lo hizo con tanta fuerza que entonces sí volvió a sangrar. Por lo que el entrenador le dijo que pararía en un autoservicio que estaba justamente delante y allí podría ir al baño a limpiarse.
Entrando al área de servicio, detuvo el coche frente a la puerta del autoservicio para que Juan bajara, comentándole que no tuviera prisa, que se limpiara bien y que él aparcaría el coche y le esperarían. No dio margen para que dijeran que no hacía falta que parara ni para que Rosa se bajara también, así que una vez que el joven se hubo bajado, condujo el hombre el coche hacia unas plazas de aparcamiento algo alejadas y, en lugar de aparcar en ellas, siguió un poco adelante y se metió entre unos árboles, aparcando entre ellos, prácticamente oculto desde el autoservicio.
Nada más detener el vehículo, poner el freno de mano y apagar el motor, se volvió súbitamente hacia Rosa y acercó su boca a la de ella para besarla, al tiempo que la abrazaba.
- ¿Qué … qué hace?
Dijo sorprendida la mujer antes de que la boca de él se pegara a la suya y la atrajera hacia él.
No pudo impedir que la metiera la lengua en la boca ni que la mano de él la levantara la camiseta y se colocara sobre una de sus tetas, sobándola.
Se resistió con poca energía durante los primeros instantes pero, al sentir como el asiento donde estaba sentada, se iba hacia atrás, colocándose en posición horizontal, lo hizo con más fuerza, logrando separar su boca de la de él, y, chillando histérica:
- ¿Qué hace? ¿qué hace?
Pero el hombre la cubrió la boca con una mano mientras la otra se metía bajo su falda, sobándola el sexo.
Forcejeando pudo liberar su boca y chilló trastornada:
- ¡So … socorro! ¡Socorro!
Recibió una fuerte bofetada en la cara que la hizo callar, y el hombre la amenazó:
- ¡Cállate, puta! Cállate si no quieres que cuente a tu hijo lo que has hecho en el vestuario, cómo actuaste como una puta y les comiste a todos la polla y les follaste. ¿Quieres realmente que se lo cuente a tu hijo, puta?
- ¡Ay, por dios, no! ¡Por favor, no! ¡No le digas nada, por favor!
Suplicó ella chillando y llorando.
- Entonces calla y acabemos cuanto antes, antes de que vuelva tu hijo y te pille follando sin bragas.
Dijo el hombre, colocando también el asiento del conductor en posición horizontal, y, al ver que la mujer ya no se resistía ni se movía, la soltó la falda, quitándosela enseguida por los pies, así como las deportivas.
Se tumbó bocarriba sobre el asiento del conductor, obligando a Rosa que se incorporara y, mientras lo hacía se bajó el pantalón y el bóxer, dejando al aire su cipote grueso, erecto y congestionado.
Echando la mujer una rápida fuera del coche por si venía su hijo o si alguien los estaba espiando, se sentó a horcajadas sobre el bajo vientre el hombre y, cogiendo su verga, se la metió por el coño, empezando a cabalgar sobre él, moviéndose adelante y atrás, follándoselo.
- ¡Quítate la camiseta!
La ordenó el tipo y ella, obediente, se la levantó al momento y se la sacó por la cabeza, dejándola sobre el asiento de al lado.
Las manos de él fueron atraídas como un imán hacia las tetas de Rosa, cogiéndolas, sin perturbar a la mujer que, angustiada porque pudiera pillarla así su hijo, comenzó nuevamente a cabalgarle, pero sin dejar de mirar en ningún momento hacia delante, hacia la parte trasera del coche, por si veía aparecer a su retoño siguiendo el camino que había tomado el coche.
Mientras tanto, Juan que ya se había limpiado la sangre que le brotaba de la nariz, se entaponó los agujeros con papel higiénico para que no volviera a emerger, y, saliendo del autoservicio, buscó el coche del entrenador por el aparcamiento.
Asustado no lo encontraba, ¿se habían marchado sin él? ¿Le habían abandonado? Pero … ¿por qué? ¡No, no era posible!
Entre unos árboles más alejados la parte delantera, el morro, de un vehículo del mismo color que el del entrenador sobresalía. ¿Sería ese el automóvil, el del entrenador?
Se acercó angustiado casi corriendo hacia él y … si era ¿qué hacía ahí, escondido entre unos árboles?
Sí, parecía al de él. Cuanto más se acercaba más le parecía.
Empujando unos arbustos y sobrepasando una zanja que había en el suelo, se acercó al vehículo por delante y … ¿qué vio?
Observó movimiento dentro del coche y, al acercarse más, observó una espalda desnuda y un culo, también desnudo, balanceándose adelante y atrás, una y otra vez.
¡Era el culo de su madre! Y … ¡estaba follando con el entrenador!
Asombrado sus ojos y su boca se abrieron lo máximo que podían. A punto estuvo de gritar, de gritar con todas sus fuerzas.
- ¡No, dios santo, no! ¡Qué vergüenza! ¡Es una ninfómana, una puta!
Pero se contuvo. Se contuvo a duras penas. ¿El motivo? Por vergüenza. ¿Qué pasaría si gritaba, si les increpara, si golpeara las lunas del coche y abriera las puertas para impedir que dejaran de follar? Seguramente el entrenador le golpearía y le insultaría. Su madre histérica también le insultaría, negaría todo, negaría lo evidente. Y luego la vergüenza, la vergüenza con su padre, con sus compañeros de clase, con todos. Pensó en un momento que lo mejor era dejarles que acabaran de follar y luego llegar como si no supiera nada, como si nada hubiera pasado. Seguramente ellos harían lo mismo, como si nada hubiera pasado, como si no hubieran follado como dos animales en celo.
Antes de retirarse echó una última ojeada al culo macizo de su madre, como se contraía en cada movimiento y cómo el cipote del hombre aparecía y desaparecía dentro del coño de ella.
Volvió serio y cabizbajo al autoservicio donde espero dentro una media hora, tiempo que supuso que ya habrían terminado, y, efectivamente cuando salió, el coche ya no estaba aparcado escondido entre los árboles sino en una plaza de aparcamiento mucho más visible. De pies al lado del coche estaba el entrenador y, al verle, muy sonriente levantó una mano para que Juan supiera que estaban allí.
Se acercó intentando sonreír como si, inocente, no hubiera visto nada y, al estar cerca del coche le dijo al hombre:
- Siento haber tardado tanto pero es que no dejaba de sangrar.
- No te preocupes. No has tardado prácticamente nada. ¡Venga, sube, que os llevo a vuestra casa!
Se subió Juan en los asientos de atrás, viendo a su madre muy seria en el asiento de copiloto.
- ¡Ya estoy aquí, mamá! No dejaba de sangrar mi nariz.
- Cuando lleguemos a casa la miramos.
Fue lo único que respondió la mujer e, intentando sonreír, consiguió solo esbozar una mueca triste de payaso fracasado.
Durante la casi media hora que faltaba para llegar a la casa donde vivían Juan y su madre, el entrenador no paró de hablar animadamente y Juan le siguió la conversación, aunque Rosa, siempre muy seria, apenas dijo un par de palabras.
Era evidente que el joven se estaba incorporando y adaptando al hipócrita mundo de los adultos. ¡Bienvenido Juan a la jodida realidad!
Les dejó el entrenador en el mismo portal de la vivienda y el resto del día la mujer solo abrió la boca para responder con monólogos a su marido y a su hijo.
Juan no volvió a jugar al futbol con ese equipo y Rosa nunca más le acompañó a practicar deportes de equipo.