Mamá se pasa de confianza con su hijo (7)
Después de lo ocurrido la noche anterior, la situación de la relación que mantenían Daniel y su madre era de absoluta incertidumbre. No obstante, tras expresar sus sentimientos mutuos parece que, por fin, han llegado a un acuerdo definitivo.
Fue prácticamente imposible dormir después de lo que había pasado. Estuve toda la madrugada dando vueltas de un lado a otro sin poder pegar ojo. Una pena que una noche que pintaba tan bonita hubiese acabado así. El hecho de haber vuelto a tener sexo con mi madre, aunque ella se arrepintiera casi al instante de empezar, volvía a cambiar toda nuestra relación de nuevo. Estaba hecho un lío. Y si yo lo estaba, no me quería ni imaginar cómo tenía que estar ella. Mamá tampoco debía haber dormido mucho, también notaba como constantemente se cambiaba de posición y no aguantaba más de 5 minutos en la misma.
Entradas las 9 de la mañana, llegó la hora de levantarse de la cama. Fue ella quien dio el primer paso. Inclinada hacia adelante, se dispuso a ponerse el sujetador que no se había acordado de volverse a poner ayer. Sin mediar palabra (porque yo me estaba haciendo el remolón para tantear el terreno) terminó de vestirse por completo y se dirigió hacia el baño, que estaba prácticamente pegado a la habitación. Ahí fue cuando la escuché llorar. Como un cohete, me fui a ver cómo estaba.
- Hola.
- Hola, Dani.
- ¿Qué pasa?
- Nada.
- ¿Es por lo de ayer?
- Sí.
- Esto, mamá, lo siento si...
- No tienes que sentir nada, Dani.
- No sé, a lo mejor me puse muy pesado con las preguntas y con el tema.
- Si no hubiese sido por las preguntas hubiese sido por otra cosa, pero estaba claro que iba a pasar.
Volvió a romper a llorar, esta vez más fuerte que antes.
- ¿Por qué no puedo tener una vida normal, Dani? Una pareja normal, a la que no le tenga que ocultar todo desde el minuto 1. Una persona que se la pueda presentar a todo mi círculo y que no me miren como una enferma porque ya lo conocen, porque es mi hijo.
- Tal vez no era la persona indicada. No te puedes forzar a sentir cosas por nadie.
- Pero yo creía que sí. Un tío atento, educado, sensible, que se preocupaba por mí... Y cuando ya somos pareja voy y me follo a otro. Bueno, a otro no, a mi hijo.
- A ver, lo importante es que lo frenaste a tiempo y no fue a más. Eso puede significar algo.
- ¿A tiempo? Llevabas casi un minuto con la polla dentro de mí y estuvimos otro buen rato restregándonos como cerdos. Y yo haciéndote una paja.
- Prácticamente te la metí, te arrepentiste y lo cortaste rápido. Yo creo que la intención está ahí.
- ¿Y que me la metas solo un rato y me arrepienta no se considera cuernos?
- Bueno, sí, ténicamente sí que se considera.
- Pues ya lo has dicho todo.
- Yo creo que llevas meses intentando autoconvencerte de que este tío era el ideal, y lo entiendo. Entiendo que quieras normalizar tu vida y que estar en la cama conmigo no te ayude a ello, pero creo que debes hacer lo que te nazca.
- Si es que por un lado me gustaría estar con él porque tiene todo lo que cualquier mujer de mi edad querría para una relación estable, pero es lo que ya te lo dije ayer. En la cama, por ejemplo, no siento nada especial. Estoy deseando que acabe, finjo que he llegado y ya está. No disfruto.
- Vale. Y dices que por un lado quieres estar con él porque es perfecto para una relación, ¿ y por el otro lado...?
- Por otro lado no me apetece estar con él. Me siento forzada.
- ¿Ha intentado hacerte algo?
- No, no en ese sentido. Estoy haciendo algo porque creo que es lo correcto hacerlo, no porque quiera.
- ¿Y qué es lo que quieres?
- Volver a estar como antes contigo. Pero también me da miedo, por mucho que lo normalicemos no es algo normal ni natural.
- Pero es lo que sentimos los dos. Yo también estoy que me muero de ganas de volver a estar igual que antes. Está claro que no vamos a poder ir agarrados de la mano por la calle ni hacer cosas de pareja en público, pero creo que nos debemos a nosotros mismos volver.
- Dani, es que es todo como de película. Te saco 26 años, tengo 47 y tú 21. Esto solo puede ser temporal, tarde o temprano uno de los dos se cansará. Y tú tienes todas las papeletas.
- ¿Por qué?
- Porque en nada voy a estar menopaúsica, se me van a caer las tetas y voy a hacerme vieja. ¿Querrás follarte a una abuela en un par de años? No, ¿verdad? Pues un hombre de mi edad no pondrá esas pegas. Yo necesito eso.
- No, tú necesitas hacer lo que quieres hacer, no lo que te dicen que tienes que hacer. Y lo que a ti te apetece es estar conmigo. El tiempo que dure ya lo veremos, pero no digas tonterías. Estás mejor que las de 20, el bajón que puedes pegar es mínimo. ¿Que pasas de estar como las de 20 a las de 30? Bueno, ¡cómo si las treinteañeras no fueran follables!
- No sé, necesito una estabilidad, esto será temporal.
- Y una relación con otro tío también puede ser temporal.
- Ya, pero puedo crear un plan de futuro. Si sale mal salió, pero lo intenté. ¿Nosotros vamos a tener un plan de futuro?
- Mi consejo es que no te fuerces a hacer cosas que no te salen. No te engañes. Tú no quieres eso, tú quieres otra cosa y lo sabes perfectamente. Y yo quiero estar contigo.
- ¿Y qué vamos a hacer con nuestras parejas?
- Yo quiero estar solamente contigo. Puedo dejar a Andrea.
- Anda, anda.
- Te lo digo en serio. No quiero estar con ella, con quien quiero estar es contigo. Llámalo follamigos, llámalo madre e hijo por el día y amantes por la noche o pareja formal no normativa. Como quieras.
- ¿Vas a dejar a tu novia por mí?
- Si quieres volver a lo que teníamos antes, sí.
- Llevo meses queriendo volver y augoengañándome.
- Pues meses que hemos perdido.
Mamá y yo nos fundimos en un abrazo y nos dimos un beso de los de verdad, con deseo y amor, de los que llevábamos meses sin darnos.
- Te quiero, Dani.
- Y yo a ti, mamá. Oye, si yo voy a dejar a Andrea, tú dejarás a Roberto, ¿no?
- Sí, claro. Cuando lleguemos a casa quedaré con él y hablaré las cosas.
- Vale, genial. Vete a la cama, que te voy a hacer un desayuno que te vas a relamer los dedos.
- Joder, tú si que sabes conquistar a una mujer.
- Lo sé.
Aunque no de forma oficial, las relaciones con nuestras respectivas parejas acababan de terminar. No nos vamos a engañar, yo por estar con mamá haría lo que hiciese falta. Era la mujer con la que realmente quería hacerlo todo. No sabíamos ninguno de los dos lo que habría por delante ni las etiquetas que nos pondríamos. Llamarnos pareja y hacer cosas como tal sería raro: no podríamos salir a cenar como los novios, ni hacernos muestras de amor en público, ni siquiera podríamos tener planes de futuro porque las edades y las prioridades son totalmente distintas... pero sí que nos habíamos prometido que nuestra relación iba en serio. Para que mentirnos, por follármela cada día me casaría con ella si hiciese falta.
La mañana transcurrió muy tranquila. Aunque me guste el ambiente y la tranquilidad que existe, en el pueblo hay pocas cosas que hacer. Además, la parte negativa es que todo el mundo te conoce. Nosotros teníamos la sensación de que todo el mundo nos miraba y de que algo sospechaban. Seguramente serían películas mentales nuestras, pero no nos sentíamos del todo cómodos. Por ello, decidimos irnos a comer a uno de los pueblos más cercanos, el cual llevábamos sin visitar muchos años. Después, dimos una vuelta por sus calles más céntricas y el frío que hacía nos hizo volvernos para casa.
En el camino a casa, el móvil no paraba de sonarme todo el rato. Era Andrea. No le había hablado desde ayer por la tarde-noche y estaba mosqueada. Sinceramente, no me salía contestarle porque no quería jugar más con ella. Tenía ganas de volver a casa para poder quedar con ella y dar por finalizada la relación a la cara. No se merecía que le hiciese daño, así que por fin me digné en contestar con un simple: "Perdona, he estado demasiado ocupado todo el día y casi no he tenido conexión". Lo último, en parte, era verdad. Internet llegaba a este tipo de pueblos de manera un poco rudimentaria y costaba bastante encontrar un lugar donde la señal fuese buena, pero sí querías podías. Yo lo evité durante horas y horas.
Una vez en casa, nos pusimos más cómodos, encendimos la estufa para que se calentase un poco la casa y nos fuimos al salón a ver la tele un rato. La complicidad era absoluta. Muestras de cariño, roces, besos... Se notaba que los dos échabamos de menos estar juntos y demostrarnos afecto como antes. Sinceramente, yo echaba aún más de menos follar. Lo de ayer me dejó con un calentón tremendo y tenía ganas de rematar la faena. De forma sútil pero con intenciones claras, mis caricias fueron bajando desde las caderas hasta los muslos y, poco a poco, me acerqué a la zona de la pelvis. Cuando lo consideré oportuno, acaricié de forma lasciva su coño, aunque con ropa por encima. Ella respondió de la misma forma, manoseando mi polla erecta por encima de la ropa. Después, metió la mano por dentro de mis calzoncillos y empezó a acariciarme los huevos hasta que hizo lo propio con mi rabo. La hija de puta sabía como ponerme cachondo perdido y lo aprovechaba. Una vez más, y en esta ocasión se notaba que lo había hecho para ponerme como una moto, me dejó con el calentón.
- Vamos a cenar algo, ¿no?
- Yo tengo aquí algo bien rico que te puedes comer.
- Vamos, que tengo hambre.
- Venga, coño, no me vas a dejar así.
- Lo bueno se hace esperar.
- Eres mala como tú sola...
- Así luego lo coges con más ganas.
Pocas veces en mi vida había intentado cenar más rapido. No comía, engullía. Ella me hablaba y yo no podía pensar en otra cosa que no fuese todo lo que le iba a hacer después. Meses deseándolo, ayer me quedé rozando la gloria y hoy iba a ser el gran día. Por fin, llegó el momento de los postres.
- Bueno, habrá que tomar una copita para celebrarlo, ¿no?
- Hombre, claro que sí. No todos los días se retoma una relación.
Nos servimos una copa de ron-cola bien cargada y brindamos por nosotros y por lo que nos iba a venir. Aunque el futuro era incierto, teníamos claro que mientras esto durase íbamos a ser muy felices.
- ¿Y cómo le vamos a llamar a esta relación, Dani?
- No sé, es difícil ponerle una etiqueta.
- Novios de puertas para adentro, madre e hijo de puertas hacia afuera.
- ¡Eso es!
- Si me lo llegan a decir hace años...
- Joder, y tanto. Anda que si me lo llegan a decir a mí cuando me hacía pajas pensando en ti...
- ¡Eres un guarro!
- Ya lo sabes.
- ¿Cuándo fue la primera vez que lo hiciste?
- ¿En general o pensando en ti?
- Pensando en mí.
- Yo creo que con 15 o 16.
- Joder, sí que son años, sí.
- Has sido mi musa sexual desde siempre.
- ¡Musa sexual! Me encanta ese concepto.
- Si, la tía que más cachondo me ponía en el mundo. Encima como siempre hablábamos de sexo, te veía desnuda y me contabas de todo, me dabas un morbazo...
- Y me espíabas.
- ¡No me jodas que te diste cuenta!
- Sí, en la ducha. Y me ponía super cachonda.
- ¿Solo en la ducha?
- Sí, ¿no?
- No...
- ¿Dónde?
- Me vas a matar.
- Qué va.
- Más de una vez, cuando te traías tíos a casa...
- ¡No te creo! De eso sí que no me dí cuenta.
- Pues sí, me quedaba mirando como te follaban. Y alguna vez lo grabé.
- ¡Qué dices! Me estoy quedando flipando.
- Te lo juro.
- Joder, no sabía que estabas tan salido.
- Ya te dije que eras mi musa sexual, y eso era lo más parecido a ver vídeos porno de mi musa sexual.
- Y luego con los vídeos te la meneabas, ¿no?
- Sí, todas las noches. Y pensaba que ojalá fuera yo el que te estaba follando. No te puedes imaginar las ganas que tenía de follarte.
- ¿Ahora ya no las tienes? Como hablas en pasado...
- Unas pocas, nada más...
- Qué pena, con las ganas de que tengo yo de que me fo...
No le dejé acabar la frase. Me avalancé sobre mamá y le comí la boca mientras acariciaba todo su cuerpo de arriba a abajo con el mayor deseo sexual posible. Le quité rápidamente la ropa de estar por casa y quedó ante mí su precioso conjunto de lencería a juego. Más de una vez se lo había puesto para hacerlo conmigo. El sujetador le resaltaba aún más si cabe el precioso y enorme par de tetas que me habían dado de amamantar cuando era niño y que, de forma distinta, lo seguían haciendo ahora. Las bragas eran semitransparentes y dejaban intuir el lubricado coño por el que había salido hace más de 20 años y en el que había estado entrando a diario unos meses atrás. Cachondo como un mono, quité violentamente sus bragas, la puse a cuatro patas en el sofá y empecé a comerle el coño como un poseso, pasando de vez en cuando por su culo, el cual también me lo había follado ya unas cuantas veces. La muy hija de puta se derretía de placer y a mí cada vez me aumentaban más las ganas de querer meterle la polla.
- Vamos a la cama.
- Vamos, Dani.
El polvo de reconciliación tenía que ser en un lugar más cómodo que en el sofá. Fuimos a la habitación excitados como animales. En el breve camino, le di un par de nalgadas tan fuertes que me dejaron a mí ardiendo la mano y a ella el culo rojísimo. Lejos de quejarse, le puso más.
Ya en la habitación, la puse al borde de la cama y empecé a comerle el cuello. Ella me quitó los calzoncillos mientras yo le quitaba el sujetador. Quedaron al aire sus tetazas y apreté sus pezones con tal fuerza que hasta ella se quejó. Sin mediar palabra, le acerqué la polla a la boca, la abrió y se la metí hasta lo máximo que pude. La muy puta chupaba con gusto mientras me miraba con cara provocativa. Mi polla me pedía meterla. La puse a cuatro patas, pasé mis dedos sobre su chocho empapado y fui acercando el rabo. Y me detuvo.
- Espera, espera.
- ¿Qué?
Cogió mi móvil y abrió la cámara. Lo apoyó en la mesilla de noche, donde había una visión perfecta de la cama, y le dió al boton de iniciar grabación.
- Así tienes el vídeo porno que deseabas de tu musa. Y protagonizado por ti.
Era casi imposible ponerme más cachondo, pero con eso lo hizo. La volví a poner a cuatro mirando hacia la cámara, la agarré del pelo y se la metí de golpe sin ningún tipo de miramiento. Lejos de disgustarle, le encantó. La zorra empezó a gemir como seguro que no lo había hecho ni a un cuarto de intensidad con su novio. El ritmo lento y suave iba alternándose con el duro y eso le volvía loca. Cuando tocaba lento y suave, me inclinaba sobre ella y estrujaba sus tetas. Cuando tocaba duro, lo acompañaba con fuertes nalgadas que hacían eco en la habitación.
La cambié de posición y le puse en postura del misionero. Me encantaba esa posición porque podía ejercer todo tipo de control sobre ella. Mientras la ahorcaba del cuello, introduje lentamente mi polla en su coño, para posteriormente cambiar el ritmo y empezar a hacerlo cada vez más rápido. Mi rabo casi que rebotaba de la fuerza con la que lo metía. De lo mojado que estaba su chocho, resbalaba tanto que varias veces se me salió. Le comía las tetas con todas las ganas del mundo mientras acariciaba su clítoris con la cabeza de mi polla. Sabía que eso era una de las cosas que más le ayudaba a correrse. Me gemía al oído mientras lo hacía. A su vez, yo seguía mordiendo y estrujando con una mano sus pechos, los cuales me moría de ganas de llenar de semen. Pero también quería correrme en otro sitio que echaba mucho de menos.
Consciente de que me faltaba poco para llegar, la volví a agarrar del cuello y empecé a meterla y sacarla de nuevo en su vagina. Estaba tan calentito y era tan rico que fue imposible aguantar mucho tiempo más. Pegué un gemido enorme y, sin mediar palabra y sin previo aviso, volví a correrme unos meses después dentro del coño de la puta de mi madre. No sé que tiene ese chocho, pero eyacular en él es el mayor placer del mundo. Y a ella le ponía cachondísima que lo hiciese.
- ¡Cuántos meses sin que me llenasen de lefa!
- ¿El otro no lo hacía?
- Al otro le obligaba a ponerse condón. Ese privilegio no lo tienen todos.
- Qué gustazo ser el único que te folla a pelo. Y qué pedazo de corrida que te he echado...
- Pues ahora me toca a mí, ¿no?
Con la polla bien dura todavía, la saqué y volví a acariciar su clítoris durante un rato. La corrida había sido de tal calibre que el semen le resbalaba por el coño y caía hasta las sábanas. Me ponía muy burro ver a mi madre abierta de patas y con mi esperma chorreando. Solo dos minutos masajeando su zona de placer con mi rabo bastaron para que, mientras me agarraba del pelo, mamá gimiese como una loca porque estaba llegando al orgasmo.
- Dani... Joder, Daaaaaani...
- Qué guarra eres, María...
Los gestos de placer se prolongaron durante al menos 30 segundos. Cuando acabó de gemir, nos dimos el beso más guarro que jamás nos habíamos dado. La mancha en las sábanas ya era mucho mayor. Se habían juntado mi corrida y la suya, aunque las dos habían acabado resbalando de su coño. Ambos nos limpiamos los restos que nos quedaban. Ella, evidentemente, tenía bastante más.
- Bueno, las sábanas yo creo que serán para lavar, ¿no?
- Sí, me da a mí que sí.
Fui directo también a parar la grabación de vídeo, que todavía seguía en marcha.
- ¿Quieres que lo veamos juntos?
- No, qué va. Qué vergüenza.
- Venga, tonta, si has estado genial.
- A lo mejor otro día sí que me animo, cuando estemos borrachos. Pero, de momento, esa grabación se queda para ti, para que cumplas otro sueño más y por si quieres utilizarla como en los viejos tiempos.
- Te prefiero en persona antes que en vídeo, pero joder, en mi puta vida me imaginaba salir en ese vídeo.
- Pues ya sabes, si te portas bien otro día hacemos otro.
- ¡Y lo vemos!
- Venga, y lo vemos.
Entre risas, felicidad y demostración de cariño post-coital, nos fuimos a dormir plácidamente. La espera había merecido totalmente la pena. Mamá y yo volvíamos a disfrutar de la vida que habíamos tenido unos meses antes. Además, ahora todo tomaría un rumbo más serio. Nuestras parejas dejarían de serlo en breve y solo existiríamos el uno y el otro. Aún sin tener etiquetas del todo claras, mamá estaba mucho más cerca de ser María que de ser mamá. Y eso me encantaba.