Mamá quería mi virginidad 8 FINAL

Mamá y yo celebramos el aniversario, un año después, de la perdida de mi virginidad en sus manos. No solo era una noche de sexo, era una noche de amor.

Un año después de que mamá me desvirgara ambos continuábamos viviendo nuestro idilio cargado de pasión, erotismo y sexo. Empecé mis clases de la universidad y mamá seguía siendo la sencilla ama de casa que se desvivía por su hijo, con la pequeña particularidad de que no solo era eso, su hijo, era también su amante. Para nosotros ya se había convertido en algo normal y aunque supiéramos que no podíamos ser una pareja al uso no nos importaba. En nuestra rutina de madre e hijo el sexo era solo la mejor manera de demostrarnos cuanto nos queríamos.

(…)

Ambos estábamos en la cama, desnudos. Yo estaba tumbado y ella se había recostado sobre mí, en posición inversa y con las piernas rodeándome la cabeza. Mientras ella se tragaba mi polla, mamándola con su habitual fruición y habilidad yo hundía mi cabeza en su entrepierna, lamiendo y succionando su coñito. El tiempo parecía haberse parado y no sé cuánto rato llevábamos enzarzados en aquel perfecto 69. Nos habíamos despertado ambos con hambre el uno del otro y aquella parecía la postura natural para saciarla.

No hablábamos, concentrados en practicarnos sexo oral el uno al otro. El único sonido que se escuchaba era el de nuestras bocas lamiendo, succionando, chupando,… interrumpidos por gemidos y gruñidos ocasionales.

Mamá mamaba como una profesional. Le encantaba tener mi polla entre sus labios. Lamerla, como si fuera un helado, desde la base hasta el glande. Hacerla desaparecer dentro de su boca, tragándosela toda y aguantando todo lo que pudiera, clavándosela en lo más profundo de la garganta. Mamar, solo con la boca, hasta que me llevaba al límite.

Debo reconocer que yo también disfrutaba como un loco con el coño de mi madre en la boca. Sentir sus muslos rodeándome la cabeza, hundirme entre ellos y saborear las mojadas carnes de su sexo. Lamía los hinchados labios, de abajo a arriba. Penetraba con la lengua, también recorriendo toda la rajita. Mis labios besaban y chupaban hasta encontrar el clítoris, que mi lengua también relamía. Lo que más me gustaba era al final, cuando mamá llegaba al orgasmo. Se corría en mi boca y yo gozaba tragando y degustando su néctar. Era de sabor fuerte, femenino, un embriagador licor de hembra. Aquella mañana mamá me regaló con su corrida y pude hacer lo que les he descrito, bebérmela con ansiosa sed. Dejó de mamar mi polla para arquear la espalda y poder gemir, desahogando la tensión de su cuerpo en un violento estallido de placer.

Cuando regresó a mi polla yo tampoco pude contenerme mucho más. Aun con el sabor de su orgasmo en la boca sentí los labios de mamá cerrarse en torno a mi palpitante carne. Empezó a mover el cuello con un ritmo endiablado, ayudándose con una mano para sacudir mi sexo. No duré ni un minuto y cuando me corrí mamá continuó exprimiendo hasta la última gota de semen. Ella también se bebió el fruto de mi orgasmo, no dejando escapar ni el más mínimo resto de mi caliente y espesa leche.

-Vamos a la ducha que tienes que ir a la universidad, no quiero que llegues tarde por mi culpa. – Dijo ya saciada de placer.

(…)

Un par de días después de nuestra “hambrienta mañana” mamá y yo celebrábamos el que podría ser nuestro aniversario, por llamarlo de alguna manera. Hacía un año justo que mi madre había vencido todas mis reticencias y yo me había rendido, entregándole el tesoro de mi virginidad. Para celebrarlo me hubiera gustado llevarla a un bonito restaurante pero eso era un problema. Cada vez, en público, nos costaba más disimular que solo éramos una madre y un hijo normales. Por eso y aprovechando que mamá era una excelente cocinera tuvimos una cena especial en casa. Mamá no reparó en gastos y preparó unos suculentos platos acompañados del mejor vino.

Me había vestido para la ocasión con un traje, camisa y corbata. Mamá también se arregló y debo reconocer que estaba preciosa. Se había pasado la mañana en la peluquería y su bonita melena castaña estaba recogida en un enrevesado peinado, con los mechones de pelo ligeramente ondulados que le caían sobre la frente. El maquillaje era sutil pues no necesitaba de mucho para resaltar la belleza de su rostro. Solo lo suficiente para destacar sus grandes ojos oscuros con sombra de ojos y un apagado carmín granate para los labios carnosos. El vestido parecía de alta costura, negro, escotado y con la falda hasta las rodillas.

Después de la cena vino lo inevitable y cogidos de la mano fuimos hasta el dormitorio. Allí empezamos a besarnos poco a poco, con ternura. Aquella no era una noche para simplemente follar, aquella era una noche para hacer el amor. Nada de sexo rudo o primario, todo lo contrario pues iba a ser una velada cariñosa, lenta y amorosa.

Mientras la besaba aspiré el aroma de su perfume, reseguí su cuerpazo con las manos sin desnudarla aún, tomándome mi tiempo. Ella también me tocaba. Me aflojó el nudo de la corbata y empezó a desabrocharme, uno a uno, los botones de la camisa. Por fin, desprendiéndose de la prenda, tuvo mi torso desnudo. Lo besó, concentrándose en mi pecho y encerrando uno de mis pezones entre sus labios.

La tomé, apartándola de mi pezón para volver a comerme su boca. Ambas lenguas se fundieron en una y yo también me desprendí de su vestido. Al separar nuestros labios la observé, bebiéndome su belleza con los ojos. La lencería era negra, de encaje, sencilla pero elegante. El sujetador cubría ambos senos, perfectos, voluminosos y mórbidos. Las braguitas escondían aquel sexo que tanto placer me proporcionaba, del que yo había salido y del que muchas veces no me quería retirar.

-Eres preciosa. – Le dije admirándola.

Su respuesta fueron más besos, más caricias. Me llevó hasta la cama, donde me sentó en el borde. Se arrodilló para quitarme los zapatos y los calcetines y mi mirada quedó fija en el escote del sujetador. Dejó de estar en mi línea visual cuando empezó a desabrocharme el cinturón para quitarme los pantalones. Me quedé solo con la ropa interior y mamá acarició el bulto naciente de la tela hasta que esta mostró una montañita. Me bajó los calzoncillos y mi virilidad la apuntó directamente, desafiante, dura y empalmada.

Nos tendimos en la cama, yo desnudo y ella con ropa interior. No dejábamos de besarnos, de tocarnos. Ella agarraba mi pene y lo masturbaba poco, gozando de la dureza de mi palpitante miembro. A mí me faltaban manos para disfrutar de todo su cuerpazo. Los muslos sedosos y cálidos, la larga espalda de piel suave, el culito duro y redondo, el vientre plano y firme, los pechos mórbidos y blandos,… Al llegar a estos le quité el sujetador para tocar y acariciar sin trabas las dos esferas de carne que una vez me habían alimentado.

La tumbé completamente, boca arriba. Yo, medio incorporado sobre ella, aproveché para hundir la boca en su cuello. La besé detrás de la oreja y continué por la piel, bajando. Mi mano estaba en su pecho, acariciándolo y empezando a usar los dedos en los pezones. Sentí como se endurecían entre mis dedos, empitonándose a medida que mamá iba excitándose más y más. Mi boca continuó recorriendo su piel hasta llegar al seno. El otro de sus rosados pezoncitos acabó prisionero de mis labios. Lo lamí y lo succione, haciéndolo también endurecer. Mi mano bajó por su cuerpo, por el vientre. Llegó a su destino, la entrepierna, para acariciarla primero con movimientos sutiles. Las caricias no tardaron en hacerse más audaces y mis dedos resiguieron la rajita, presionando por encima de las braguitas. Sus gemiditos y la irregular respiración eran música para mis oídos y me hacían saber que mi madre estaba más que caliente. Por eso, cuando mis dedos se colaron por debajo de las braguitas, no me sorprendió palpar su humedad e hinchazón. La masturbé. No fue brusco, solo acaricié los labios, penetré con la falange la rajita y la recorrí, apenas llegué a rozar el clítoris,…

-Quiero sentirte dentro… - La escuché decir con un susurró ronco, cargado de necesidad.

No la complací inmediatamente. Antes besé y lamí su vientre, metí la lengua en su ombliguito y hurgué en él, haciendo unas dulces cosquillas. Me aparté de él para poder, ahora sí, desnudarla del todo. A medida que las braguitas bajaban aparecía ante mis ojos su sexo. Rosado y apetecible, aún coronado por aquella franja de vello castaño. Mamá se había ofrecido a depilarse completamente, pero yo no quería. Me gustaba demasiado besar aquel vello, sentir como los recortados pelitos cosquilleaban mi boca y mejillas. Lo hice ahora antes de hacer lo mismo con la cara interna de sus muslos. Fue la última parada antes de llegar a su vagina. La punta de mi lengua saboreó la humedad de mamá. Me encantaba su néctar, degustarla como un buen vino. Pero ella necesitaba tenerme dentro con una urgencia casi enfermiza. Me cogió la cabeza, tirándome con suavidad hasta su cabeza y de nuevo su boca para devorarnos a besos.

Había llegado el momento de penetrarla. Ella, con las piernas abiertas y debajo de mí, acogió mi sexo con hambre. Se la metí sin ninguna fuerza ni violencia. No hacía falta pues mi pene entró en si interior como un cuchillo caliente cortando mantequilla. El momento en que nos convertíamos en un solo ser era mágico. Estar dentro de ella era el auténtico sentido de la vida, algo que sobrepasaba los límites del simple placer, por muy intenso que fuera.

-Oh… sí… - Gimió.

Seguíamos abrazados, sin dejar de besarnos en ningún momento salvo por los resoplidos y los jadeos. Nuestras caderas acompasaron su movimiento. Me rodeó con las piernas, ayudándome con su presión a llegar lo más hondo posible. Sentí como su las paredes vaginales constreñían mi sexo, lo estrangulaban con las pequeñas contracciones. La cálida marejada de flujos servía de lubricante natural, haciendo que el roce fuera sencillo y placentero. El cuerpo de mi madre se estremeció y adiviné que los preliminares habían servido para algo. Se había excitando tanto con el largo rato de besos y caricias que apenas unos minutos de lento mete saca la hicieron llegar al orgasmo. A mí nada me hacía feliz que ver a mi madre cerrar los ojos, besándome para apagar sus gemidos, con la piel de gallina y llegando a un clímax que la atravesaba de arriba abajo.

Me abrazó mientras gozaba de los últimos estertores del orgasmo. Saqué mi miembro de dentro y le di la vuelta, tumbándola boca abajo. Le solté el pelo, derramándolo como una cascada sobre su espalda. Besé sus hombros, de nuevo su largo y estilizado cuello,… Ella separó un poco una de sus piernas, doblando y facilitándome que volviera a penetrarla. Cuando la tuve toda dentro le junté las piernas empecé a empujar con las caderas, conmigo tumbando encima de ella. Deslicé una mano por debajo de su cuerpo con dos objetivos. El primero era levantar un poco la cintura para facilitar la penetración. El segundo era jugar con su clítoris, acariciándolo con a la yema de los dedos.

-Agh… más… no pares…-Mamá mordió la sabana de la cama, que agarraba entre sus dedos crispados, presa del placer. Más de una vez su primer orgasmo solo servía para calentarla más. Era como si uno hecha agua al fuego y en lugar de apagarse se aviva más, ardiendo con más fuerza.

Mi vientre, con cada embestida, chocaba con sus nalgas, haciéndolas rebotar. Aparté la melena castaña para volver a acercar mis labios a su cuello. No solo lo lamí y lo chupé, también mordí, controlando la presión de mis dientes para no hacer daño, al menos no mucho. Era otro gesto de posesión, de reclamar el cuerpo de mi madre para mí como suprema muestra de amor. Hice lo mismo con el lóbulo de la oreja, llenándolo de saliva primero para después serrar los dientes en torno a él y tirar un poco. La carne cedía a la presión, deslizándose.  A ella le gustaba y continuó gimiendo, deseando más de aquellas embestidas que sin ser violentas o fuertes llevaban mi glande hasta lo más hondo de su cueva.

-Oh… mi hombre… - Hacía tiempo ya que había dejado de ser su hombrecito. Ahora era su hombre, su amante, el macho que la hacía sentir como una hembra dándole tanto placer que acababa casi desfallecida en su cama.

-Mamá,… Laura… - A veces no sabía cómo llamarla. No solo era mi madre, era la mujer a la que amaba.

-Oh… te quiero… no pares… te quiero… - Repetía, pidiéndome más a la par que también verbalizaba sus sentimientos más profundos.

Sin separar las entrepiernas levanté la espalda, apoyándome con una mano en la cama. Con la otra le di la vuelta a su cabeza. Ella levantó la espalda y así pudimos volver a besarnos, enroscando las lenguas, pegando los labios y compartiendo la saliva. La mano libre agarró un seno. Lo adoré, sosteniéndolo, aparentándolo, acariciándolo,… Abandoné el seno para sujetarle el cuello, haciéndole imposible que separáramos las bocas. Segundos después lo hicimos, tan solo unos centímetros, mirándonos a los ojos. Embestí más lento pero más profundo. La postura varió cuando afiancé las rodillas, agarré su cintura y su vientre y seguí empujando. Ella medio a cuatro patas, seguía teniendo el cuello girado para que no perdiéramos el contacto visual. Sus castaños ojos estaban cada vez más turbios y brillantes y llegó lo inevitable. Una oleada de humedad inundó mi sexo acompañado de más contracciones de su interior, de un nuevo estremecimiento de su cuerpo. El orgasmo la dejó tumbada en la cama, recuperando la respiración poco a poco. No necesitó descansar mucho tiempo.

Me tumbó, boca arriba, sobre la cama. Reptó por mi cuerpo, buscando mi boca. Mi pene acabó aplastado en su vientre, pero no tardó mucho en estar dentro de él. Mamá se incorporó, apoyándose en la cama con un muslo y con la otra pierna levantada y doblada. Me cogió el sexo y ella mismo lo guio hasta su interior. Dejó caer su peso y lo hizo desaparecer. De nuevo volvíamos a estar unidos y mamá empezó a moverse. Sus caderas iniciaron un suave vaivén, bailando lentamente encima de mí. Nos cogimos las manos, entrelazando los dedos mientras ella me cabalgaba. Siguiendo la tónica de la noche mamá danzaba con pasión pero sin brusquedad, acompasando el ritmo sin necesitar de un gran esfuerzo. El roce de las entrepiernas era sublime, delicioso,…

-Oh… mamá…

Mi resistencia iba cediendo al placer. Tener a mi madre encima, estar dentro de ella, viéndola como sus pechos se bamboleaban dulcemente, como su vientre se estremecía,… seguía siendo la mejor experiencia de mi vida. Me incorporé para abrazarla, besándola. Ahora formábamos la bestia de las dos espaldas, unidos y pegados los torsos y los genitales. Sus tetazas se aplastaban en mi pecho y notaba los pezones clavándose como escarpias en mi carne. También sentí la presión de sus dedos, de sus uñas recorriendo mi espalda. La estreché más contra mí y de nuevo encontré su boca, aquella que nunca me cansaba de besar.

Mamá leyó las sutiles señales de mi cuerpo correctamente y entendió que yo no podía aguantar mucho más. Me empujó el torso contra la cama, tumbándome de nuevo completamente. Una de sus manos se apoyó en mi vientre mientras que la otra volvió a entrelazarse con la mía. Su cintura de caderas generosas buscó exprimirme con sus movimientos. Le encantaba describir círculos, amplios y firmes, con mi pene dentro. Aquellas sacudidas eran infalibles y llegué al tan deseado clímax. Me corrí y mamá, al sentir como mi caliente semen se estrellaba contra sus paredes vaginales, bajó su cuerpo para besarme. Ella, al sentirse llena también se corrió. No llegábamos siempre al orgasmo a la vez, por lo que aquellos instantes en que los dos nos veíamos embargados por el supremo placer eran atesorados como algo incalculable valor.

Por fin, saciados los dos, mamá se sacó mi miembro de dentro y se tumbó a mi lado, recuperando el aliento. Su cabellera castaña me hacía cosquillas en el hombro y el pecho y su piel, ligeramente sudada, se pegaba a la mía.

-Te quiero mamá- Fue lo primero que dije cuando me recuperé de la casi religiosa experiencia.

-Yo también te quiero hijo. – Respondió.

Epilogo

Han pasado cinco años y mamá y yo seguimos follando casi a diario con el mismo vicio que el primer el día. A veces ella se convierte en una dominante madre que necesita que su hijo la complazca, otras es Laura, mi zorra y puta con la que experimentar cualquier perversión, también y muchas veces es simplemente mi madre, la mujer que amo y con la que hacer el amor es la mejor manera de reforzar el ya indisoluble vinculo que nos une.

He terminado mis estudios y he encontrado un buen empleo, aunque sigo viviendo con ella, pues no puedo imaginarme la vida sin tenerla a mi lado. Somos muy felices pero mamá quiere tener nietos algún día. Como comprenderán hemos decidido que ella no se quede embarazada de mí. Por eso hemos empezado a buscar en foros de gente liberal, de incesto,… Buscando alguna chica joven y sin prejuicios que pueda entender nuestra relación. Mamá me ha confesado que le gustaría tener una experiencia lésbica, hacer algún trio,… La idea es terriblemente excitante y tal vez tengamos suerte y encontremos a alguna muchacha de mi edad que quiera entrar en nuestra peculiar familia. Quizá lo hagamos, pero eso ya será otra historia…

FINAL